Homo ludens

Antes que cualquier otra cosa, el fútbol es un juego. Podrá parecernos una redundancia, o una tautología, pero que el fútbol es un juego quiere decir que al fútbol... se juega.

Ya fuera como acto ritual en la cultura maya o en la Grecia clásica, como multitudinaria celebración festiva en la Inglaterra medieval o como innovador deporte reglamentado en la Inglaterra industrial, «jugar» es el verbo apropiado que tenemos que aplicar en todos y cada uno de los casos.

Porque el fútbol es un juego que se juega.

Es una práctica de entretenimiento que destila alegría, risa y diversión, propiedades exclusivas del homo ridens que describiera Aristóteles. Es una actividad lúdica que supone libertad, misterio y evasión, características privilegiadas del homo ludens por el que apostara Huizinga.

Precisamente, en su libro titulado Homo ludens, Johan Huizinga (1872-1945) analiza con gran lucidez el juego y las actividades lúdicas del ser humano, y entiende el juego como un fenómeno cultural de primer orden.

Definamos entonces junto al pensador holandés las características principales que posee todo juego:

El juego es más antiguo que la cultura, pues «por mucho que estrechemos el concepto de cultura, este presupone siempre una sociedad humana, y los animales no han esperado a que el ser humano les enseñara a jugar».

El juego es una actividad libre y desinteresada, y a través del juego escapamos de la vida corriente a «una esfera de actividad que tiene su propia lógica».

El juego adorna y completa la vida, resultando imprescindi- ble para la persona y la comunidad «por su significación, su valor expresivo y las conexiones espirituales y sociales que genera».

Así pues, vemos que el juego es una ocupación libre desarrollada dentro de unos límites de tiempo y espacio determinados, al que rigen ciertas reglas definidas y absolutamente obligatorias, aunque libremente aceptadas por los participantes. Toda acción lúdica tiene un fin en sí mismo y va acompañada de un sentimiento de tensión, concentración y alegría, y de la conciencia de escapar o «ser de otro modo» de lo que somos en la vida cotidiana. Por último, agreguemos también que el éxito logrado en el juego puede transmitirse del individuo al grupo.

Uno, dos, tres, cuatro..., ¡el juego del fútbol cumple con todos estos requisitos!

Las formas del juego

Tal y como lo conocemos hoy en día, el fútbol es resultado de un desarrollo en sus formas y en sus reglas que ha durado siglos.

Porque del mismo modo que la cultura y la sociedad se han transformado muchísimo a lo largo de la historia, también el fútbol lo ha hecho.

A diferentes tipos de sociedad corresponden diferentes formas de encarar o de asumir el rito, el juego y el deporte.

O sería más acertado decir, en realidad, que a diferentes tipos de sociedad corresponden diferentes formas de jugar el rito, el juego y el deporte.

En efecto, y como analizaremos con mayor profundidad en la segunda parte de este libro al abordar la(s) historia(s) del fútbol, los juegos de pelota han cumplido diversas funciones sociales en la vida de las culturas y las sociedades.

El juego de pelota del tlachtli, por ejemplo, ha sido en gran medida un ritual entre los mayas y aztecas de América en los tiempos previos a la Conquista española. A través del tlachtli se dirimían, incluso, cuestiones políticas de gran relevancia. Podemos rastrear la importancia que adquiere el juego de pelota en el Popol Vuh, el inquietante libro anónimo escrito en el siglo XVI que relata el origen mítico de la cultura maya.

La esferística griega, que se practicaba como entretenimiento en los gimnasios de la Grecia de Pericles, o el harpastum romano, con el que las legiones del Imperio se ejercitaban antes de entrar en combate, tenían a su vez fuertes connotaciones rituales. El mismísimo Homero, poeta entre poetas, nos habla hacia el siglo VIII a. de C. de la existencia de un juego de pelota en un canto de La Odisea.

Conocido como hurling en Gran Bretaña o soule en el norte de Francia, casi toda la Edad Media vio florecer celebraciones festivas multitudinarias, bastante violentas para nuestras costumbres actuales, que estrechaban lazos comunitarios entre pueblos o parroquias siempre con un balón de por medio. Hasta el gran William Shakespeare menciona la palabra «footballer» en El rey Lear, publicado en 1608.

La Revolución Industrial que, tras un largo proceso interno de acumulación de capital, despega finalmente hacia 1750 y se consolida cien años más tarde en Inglaterra, se ocupó de reglamentar todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana de las personas. En este ambiente de fuerte normatividad de la vida, el fútbol no podía ser la excepción, por lo que estudiantes y profesores de las prestigiosas public schools, exclusivas escuelas privadas de la época, dotaron de un reglamento común y limaron las aristas más violentas del antiguo hurling medieval, convirtiéndolo en la base del football moderno.

A principios del siglo XX, el fútbol era ya un deporte en toda regla en Inglaterra y en Europa, mientras se expandía aceleradamente por el resto del mundo al abrigo del neocolonialismo imperante. En 1930 se disputaba la primera competición internacional de selecciones, el Campeonato Mundial de Fútbol de Uruguay, pistoletazo de salida para el mayor espectáculo de masas jamás conocido.

Cambian las formas del juego, cambia el reglamento, cambia el balón...

Sin embargo, existe un hecho concreto que se mantiene invariable a pesar de las gigantescas transformaciones culturales y sociales que la historia impone siempre al tiempo.

¿Se te ocurre qué podría ser?

¡Claro que sí!

Lo que nunca ha cambiado es el acto de darle una patada a un objeto que se encuentra en nuestro camino. Este acto no ha cambiado un ápice desde que el primer Homo habilis y la primera piedra con forma más o menos redondeada se encontraron en un claro del bosque o en un oasis del desierto.

Una piedra, una lata de refresco, un tapón de botella, un papel arrugado... ¡Darle una patada a un objeto podría considerarse un acto instintivo...!

¡Y la medicina moderna debería incluir en sus libros que el acto de dar patadas a un objeto es un acto reflejo del organismo!

Si además ese objeto viene rodando hacia nuestros pies gracias a su forma esférica, entonces ya se convierte en una fiesta total de los sentidos: abrimos los ojos, balanceamos los brazos, afirmamos la pierna de apoyo, armamos la otra pierna y... ¡gooool!

En ocasiones estoy convencido de que la palabra «gol» es una de las primeras que aprendió a decir la humanidad.

LA PIZARRA DEL ENTRENADOR

Sigmund Freud (1856-1939), considerado el padre del psicoanálisis, también estudió con gran interés el fenómeno del juego, en especial los juegos de la infancia. En un texto de 1908 titulado «El creador literario y el fantaseo», afirmaba por ejemplo que «la ocupación favorita y más intensa del niño es el juego. ¿No habremos de buscar ya en el niño las primeras huellas de la actividad poética? Acaso sea lícito afirmar que todo niño que juega se conduce como un poeta, creándose un mundo propio, o, más exactamente, situando las cosas de su mundo en un orden nuevo, grato para él. Sería injusto en este caso pensar que no toma en serio ese mundo: por el contrario, toma muy en serio su juego y le dedica grandes afectos y seriedad».

Fútbol femenino in crescendo

Que el fútbol ya no es un deporte de acceso exclusivo para los hombres es un hecho sabido y comprobado.

¡Y qué bien que así sea!

Es cierto que casi el 90 por ciento de las personas que practican activamente el deporte del fútbol en el mundo son hombres, como aseguran los resultados del estudio estadístico Big Count que la FIFA realizó en 2006. Sin embargo, no hay duda de que el fútbol femenino ha conseguido dar un gran salto en los últimos años, tanto en términos cualitativos como en términos cuantitativos.

Al profundizar un poco en la historia, que siempre viene bien porque conocer de manera inteligente el pasado nos ayuda a construir mejor el presente y a pensar con mayor lucidez el futuro, vemos que el fútbol femenino tuvo una época de esplendor a finales del siglo XIX.

Existen bellas fotografías que nos muestran a jugadoras de esa época vestidas con pantalones holgados, que les permitían realizar los movimientos necesarios para correr y jugar al fútbol con comodidad, mientras que cientos e incluso miles de espectadores presenciaban el partido que se disputaba.

En Europa, los años veinte pasaron a la posteridad como «los felices años veinte», ya que la Gran Guerra había terminado y la sociedad celebraba por todo lo alto cierta felicidad recobrada. Aunque no duraría demasiado: poco más tarde estallaría otra gran guerra y habría que empezar a numerarlas...

En Francia, los equipos de las ciudades de Reims, Quevilly y París disputaron en esos dichosos años veinte un campeonato que fue presenciado por miles de aficionados en los estadios y terrenos de juego. Además, se fundaron federaciones de fútbol femenino para organizar, precisamente, dichos torneos.

Sin ir más lejos, el partido entre las selecciones de fútbol femenino de Francia e Inglaterra, disputado en el estadio parisino de Pershing en 1920, fue presenciado por más de... ¡diez mil espectadores!

Hacia 1930 el fútbol femenino sufre un declive importante, que lo lleva a desaparecer de las competiciones oficiales. Resurge tímidamente hacia la década de los sesenta, pero es a partir de los años ochenta cuando el fútbol femenino se libera y vuelve a brillar con fuerza. Francia, con 18.000 licencias de futbolistas mujeres, y Dinamarca, con 26.000, se erigen como principales referentes mundiales de fútbol femenino en esos años.

Actualmente, Estados Unidos domina con firmeza el fútbol femenino internacional. Al margen de que su selección se haya proclamado campeona en el Mundial disputado en Canadá en 2015, y consiguiera este galardón por tercera vez en la historia de unos mundiales femeninos que comenzaron su andadura en China en 1991, la National Women’s Soccer League de Estados Unidos es la liga de fútbol femenino más importante del mundo.

En el siguiente enlace puedes ver toda la información de la NWSL: http://nwslsoccer.com.

¿Sabías que...?

«Un Mundial repleto de récords» titula la FIFA la crónica del último Mundial de Fútbol Femenino, que se disputó en el mes de junio de 2015 en Canadá, y en cuya final Estados Unidos venció a Japón por 5 a 2, alzándose con el preciado título de Campeona del Mundo. Aquí reproducimos un extracto del artículo, que puedes leer completo en http://es.fifa.com/womensworldcup/:

La séptima Copa Mundial Femenina de la FIFA fue sin duda una edición cargada de récords. Y no solamente porque el cuadro del torneo escenificado en Canadá presentara más selecciones que nunca en busca del trono, con un total de 24, sino porque las flamantes campeonas estadounidenses establecieron una nueva plusmarca: con tres entorchados, el conjunto norteamericano es el más laureado en la historia del certamen. Además, con sus 112 goles, ha desbancado a Alemania (111) como equipo más goleador en la prueba reina.

Participaron en el Mundial de Canadá las selecciones nacionales de Alemania, Australia, Brasil, Camerún, Canadá, R.P. China, Colombia, República de Corea, Costa de Marfil, Costa Rica, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Japón, México, Nueva Zelanda, Países Bajos, Nigeria, Noruega, Suecia, Suiza y Tailandia.

Las distinciones individuales más importantes fueron: Balón de Oro: Carli Lloyd (Estados Unidos).

Bota de Oro: Célia Šaši ´c (6 goles).

Guante de Oro: Hope Solo (Estados Unidos).

Jugadora Joven: Kadeisha Buchanan (Canadá).

Premio Fair Play de la FIFA: Francia.

La ciudad en juego

Un aspecto fundamental que confirma la importancia que tiene el fútbol en la actualidad, en la vida y en la cultura de nuestras sociedades, es el alto grado de representatividad alcanzado por los clubes de las diferentes ciudades, y por las selecciones nacionales de fútbol de cada país.

La superioridad particular de un equipo que vence a otro sobre el terreno de juego, tanto en un partido o, con más razón aún, en una liga o campeonato, tiende a convertirse en una superioridad general.

¿No veíamos con Huizinga que el éxito conseguido en el juego puede transmitirse del individuo al grupo?

Así ocurre en efecto, porque el equipo vencedor del partido o del campeonato consigue con su victoria un prestigio y un honor que no solo benefician a sus futbolistas, sino también a quienes no han participado en el juego pero, en cambio, han ayudado o incluso han animado al equipo, sintiéndose partícipes de la victoria.

Veremos más adelante de qué manera, en los lejanos juegos medievales del hurling inglés o la soule francesa, practicados durante días y semanas sobre las verdes campiñas situadas a ambas márgenes del canal de la Mancha, los equipos constituidos representaban a parroquias o pueblos enteros.

Cuando el juego del football va reglamentándose en Inglaterra a lo largo del siglo XIX, cada equipo representará a la institución de enseñanza o public school de la localidad en la que se encuentra. Esta adhesión representativa se transmitirá también, poco después, a las fábricas que crean sus propios equipos de fútbol.

Ya en el siglo XX, los equipos de fútbol representarán en este sentido, casi sin excepciones, a un barrio, a un pueblo o una ciudad, del mismo modo que las selecciones nacionales de fútbol representarán a un país entero en las competiciones internacionales.

Si nos fijamos bien, casi todos los clubes de fútbol llevan en la actualidad el nombre del barrio, del pueblo o de la ciudad en la que tienen su sede directamente «grabado» en el nombre del club o tras él.

Como ejemplos, entre los equipos más importantes de Europa encontramos los nombres del Fútbol Club Barcelona o del Real Madrid Club de Fútbol en España; del Internazionale de Milán o de la Associazione Sportiva Roma en Italia; del Fußball-Club Bayern München en Alemania; o del Manchester City Football Club y el Manchester United Football Club en Gran Bretaña.

¿Deporte versus juego?

Según datos del estudio estadístico Big Count realizado por la FIFA en 2006 que antes mencionábamos, y que contó con la participación de sus 207 asociaciones, un total de 265 millones de jugadores (90 por ciento) y jugadoras (10 por ciento) practican el fútbol de manera activa en el mundo, lo que representa casi el 4 por ciento de la población mundial.

China lidera el ranking por cantidad de futbolistas con 26 millones, seguida por Estados Unidos con 24 millones y la India con 20 millones.

A su vez, existen más de 300.000 clubes de fútbol, una tabla que es liderada por Inglaterra con 42.000 y Brasil con 29.000 clubes. De todos estos clubes se desprenden 1,7 millones de equipos de fútbol.

Datos tan contundentes hacen que sea merecido llamar al fútbol el «deporte rey». Porque hoy en día el fútbol es, sin duda alguna, el rey de los deportes.

¿Será también, sin duda alguna, el rey de los juegos?

Porque el deporte es un juego. Y si el deporte deja de ser un juego, deja entonces de ser un deporte.

Desgraciadamente, sobre todo en las últimas décadas, es posible comprobar que se ha tejido alrededor del fútbol una rígida telaraña que lo oprime y asfixia, cuyas redes se construyen con la gran cantidad de dinero que mueven la industria y el negocio del fútbol.

¿Sabías que...?

Entre las muchas formas que existen de sentirse representado por un equipo de fútbol, en un lado podemos situar al aficionado o «hincha», que disfruta cuando su equipo vence en el juego, y se marcha más contento a casa de lo que había llegado al estadio. La palabra «hincha» nació en Uruguay, cuando al parecer alguien dotado de un gran vozarrón lo utilizaba para animar con sus gritos al Nacional en sus duelos contra el Peñarol. Como se descubrió que el protagonista era el encargado de inflar o «hinchar» los balones del equipo gracias a sus potentes pulmones, a quienes comenzaron a seguir su ejemplo, animando desde las gradas a los jugadores con vocinglero griterío, se los llamó «hinchas». De ahí el término «hinchada» para definir al grupo de hinchas.

En el extremo opuesto, encontramos al hooligan, seguidor violento que nada tiene de aficionado y que utiliza al fútbol para dar rienda suelta a su violencia dentro de un grupo. Marginado socialmente, en general su accionar violento se halla en connivencia con muchos poderes fácticos de la sociedad, desde presidentes de clubes de fútbol a gobernantes. Nacido a finales de los años sesenta del siglo XX en Inglaterra, el hooliganismo recibe diversos nombres, según el país en el que se manifieste, y en la actualidad es un problema de grandes dimensiones sociales.

Atrapado en estas redes se encuentra hoy el fútbol, que va perdiendo gota a gota las dosis esenciales de contenido lúdico, de improvisación y diversión que necesita para seguir existiendo como juego.

¡Ya en 1938 Johan Huizinga afirmaba en su libro Homo ludens que «en la sociedad actual, los deportes modernos se alejan cada vez más de la pura esfera lúdica del juego»!

¡En 1967 Dante Panzeri señalaba en su libro Fútbol. Dinámica de lo impensado que «pasando por las etapas de desnaturalización del juego, hemos llegado a la actual realidad de que tal juego constituye hoy una angustiosa preocupación que impide jugar»!

¿El deporte del fútbol habrá terminado por asfixiar al juego del fútbol?

La industria y el negocio del fútbol han convertido al juego del fútbol en el mayor espectáculo de masas de la historia, pero a costa de haber perdido por el camino muchas de las características de actividad lúdica e imaginativa con la que el fútbol había sido soñado y concebido.

LA PIZARRA DEL ENTRENADOR

En Citius, altius, fortius. El libro negro del deporte, un interesante volumen publicado recientemente, los escritores Federico Corriente (1965) y Jorge Montero (1961) llevan a cabo una aguda reflexión sobre la contradictoria relación existente entre el deporte actual y las actividades lúdicas que supuestamente deberían sustentarlo. Así, señalan sin ir más lejos que «el deporte moderno no es la simple prolongación “natural” de antiguos juegos y pasatiempos populares primitivos. Cuando el único criterio que ha de satisfacer una modalidad lúdica o atlética para ser clasificada como “deporte” es el de consistir en una actividad corporal “competitiva” y estar formalmente orientada hacia la obtención de un resultado, se está falseando la cuestión (...). El deporte presupone la aceptación de un conjunto de reglas inviolables que asfixian todo el elemento lúdico. Porque a pesar de que la mayoría de los deportes modernos se autodefinen como juegos, de los que no dejan de reivindicar su supuesta procedencia, todo conspira para alejarlos cada vez más de ellos».

La estrella que más brilla

La estrella más brillante del firmamento no lleva nombre mitológico, ni pertenece a la Osa Mayor ni a la Osa Menor, ni hay que buscarla en lejanas constelaciones atestadas de agujeros negros y polvos estelares.

Tampoco la estrella más brillante del universo es una actriz rutilante y llena de glamour del Hollywood de sus años dorados, como Greta Garbo o Marilyn Monroe.

¡La estrella que más brilla es un balón de fútbol!

Podríamos decir que la pelota es la «herramienta» más importante del juego del fútbol: por ella compiten y luchan los jugadores de ambos equipos.

A diferencia del tenis o del voleibol, y de idéntica manera que en el baloncesto o el balonmano, al fútbol se juega con la aceptada regla de que es posible, y necesario para el desarrollo del juego, quitarle al oponente la «herramienta» básica con la que cuenta para jugar: la pelota.

He aquí, precisamente, la mayor paradoja del juego del fútbol: hay que quitarle la «herramienta» de trabajo al oponente, en una lucha que es de oposición activa entre los futbolistas que disputan el partido.

La pelota representa simbólicamente al Sol para algunas culturas mesoamericanas. Es redonda como el planeta Tierra que habitamos, y varias leyendas de las que suele convocar la historia insisten en afirmar que el primer balón conocido fue la cabeza de un enemigo muerto en batalla.

En una de las más bellas definiciones que conozco sobre qué es y qué significa la pelota, Ezequiel Martínez Estrada dice que «la pelota es como el león o el toro, un objeto que asume un significado simbólico. Los futbolistas, vibrantes en la misma onda caliente del público, concentrados en sus músculos, como los rayos del sol por la lente, las miradas y los impulsos de la pasión, juegan como si defendieran su vida de las fieras».

La pelota es en sí misma muchas cosas juntas y diferentes.

Pero, sobre todo, la pelota soy yo.

Cuando era niño, mi mamá y mi papá no tenían ningún problema a la hora de elegir mis regalos de cumpleaños: yo siempre quería un balón de fútbol.

O dos, o tres..., ¡cuántos más balones mejor!

Con una pelota de fútbol nueva, mi felicidad era completa.

He tenido un tren eléctrico y varios cochecitos Matchbox, algunos de los cuales adornan hoy mi biblioteca.

Con mis primos, he rellenado de plastilina coches de plástico de Fórmula 1, a los que les metíamos una chincheta en la punta para que se deslizaran con mayor suavidad por el circuito de parquet (yo era Emerson Fittipaldi).

Con mis hermanas, he jugado con muñequitos de vaqueros del Oeste a los que hacíamos pasar por gauchos de la Pampa.

Con mis amigos del cole, he coleccionado cromos de futbolistas (la «fichu» más difícil era la de René Houseman).

Pero, honestamente, yo solo tenía ojos para mis pelotas de fútbol.

¡Si mi padre decía que había nacido con los pantalones cortos puestos!

Entre todos los balones que he tenido en mi infancia, tengo un favorito, me hubiera gustado agradecerle lo que ha hecho por mí y me hubiera gustado escribirle una carta.

LA PIZARRA DEL ENTRENADOR

Yo, lector/a con nombre ................. declaro que mi balón de fútbol preferido es la pelota ................. y a continuación explico por qué la he escogido:







Historia(s) del balón

Varios autores especializados en la materia coinciden en señalar que la primera pelota utilizada en Inglaterra, país conocido como cuna del fútbol moderno, fue la cabeza de un soldado romano muerto en una batalla del año 55 antes de Cristo, en la que los bretones expulsaron a las huestes del mismísimo Julio César de su región. En Inglaterra también existe la leyenda de que la primera pelotacabeza tiene su origen en los martes de Carnaval de la localidad de Chester, con el cráneo de un vikingo muerto en batalla haciendo las veces de balón.

El escritor británico nacido en la India, Rudyard Kipling (18651936), describe en su fascinante relato «El hombre que pudo reinar» una escena en la que los soldados del Ejército practican un deporte parecido al polo con la cabeza de un enemigo envuelta en trapos de arpillera. Esta escena se reproduce también en la versión del cuento de Kipling que con el mismo nombre filmó el gran cineasta estadounidense John Huston (1906-1987).

Nuestros queridos Astérix y Obélix afirmarían, sin duda, meneando la cabeza de un lado a otro y llevándose el dedo índice a la sien: «¡Por Tutatis! ¡Estos ingleses están majaretas!».

En su libro La génesis de los deportes, Jean Le Floc’hmoan nos dice que la bola con la que los griegos de la Antigüedad jugaban a sus juegos de pelota solía llamarse sphaira, nombre que derivó entre los romanos en pila, origen de la palabra moderna «pelota». La sala de juegos de pelota de los romanos antiguos se llamaba esferisterium y el juego al que jugaban, esferomaquia.

El harpastum, aquel juego de pelota que obtuvo gran popularidad entre los legionarios romanos, debía su nombre a un balón que estaba hecho a base de un pellejo de cuero lleno de arena, por cuya posesión se enfrentaban dos equipos. En su Tratado del juego de pelota, el mismísimo Galeno, el médico más importante de la Antigüedad, alababa las virtudes del harpastum afirmando que «este ejercicio alcanza su grado máximo de intensidad cuando los jugadores se esfuerzan en interceptar el balón, porque las torsiones del cuello hacen trabajar la cabeza y la nuca, los músculos de los costados del pecho y del vientre se ponen en acción, se fortifican los riñones y las piernas, lo que constituye un entrenamiento muy digno de tenerse en cuenta».

LA PIZARRA DEL ENTRENADOR

Desde que el mundo es mundo, viene a decirnos en La génesis de los deportes el historiador del deporte Jean Le Floc‛hmoan, «la pelota, la bola, ya de resina, de cuero, de fibras de palmera, de madera o de cobre, ya empujada con el pie, con la mano o con ayuda de algún instrumento, ha dado lugar siempre a diversiones populares, a juegos y muchas veces a apuestas».

Los habitantes de la América previa a la Conquista española fueron los primeros en fabricar las pelotas de sus juegos de resina, ya fuese de hevea o de cualquier otro árbol de látex. La pelota del célebre tlachtli maya y azteca es descrita por el padre Prevost a principios del siglo XVIII como «una pelota hecha con la goma de un árbol que crece en las comarcas cálidas, y de ellos se destila por incisión un líquido blanco y espeso que se enfría casi enseguida y que una vez solidificado rebota tan ligeramente como una que estuviese llena de aire».

En el siglo XV europeo, el tema de la fabricación de pelotas, sobre todo de las pelotas de paume, juego que tanto entusiasmaba a la aristocracia, era ya una cuestión de Estado. En junio de 1480, el rey Luis XI impuso a los maestros fabricantes de pelotas de Ruan la obligación de «hacer buenos esteufs bien forrados y bien llenos de buen cuero y buena borra, sin meterles dentro arena, tiza, trocitos de metal, cal, salvado, desperdicios de piel llamados resur, serrín, ceniza, musgo, pólvora o tierra». Esto era así porque, hasta el siglo XV, el juego de paume se practicaba golpeando la pelota con la mano, y no con una pala o instrumento similar a la raqueta que, siglos después, pasaría a formar parte del tenis moderno.

Esteuf se llamaba la pelota del jeu de paume de esa época, que derivaba de la palabra latina stupa, que significaba «estopa». La cuestión revestía tal importancia que en el famoso libro Art du Paummier-Raquettier, escrito por Garsault en 1767, el autor hace una clara distinción entre el esteuf hecho de cuerdas finas y el esteuf recubierto con una tela blanca.

En el siglo XVI el jeu de paume se practicaba en salones cerrados donde incluso se cobraba una entrada para presenciar los partidos. Era tan popular en Francia que dio lugar a una nueva industria: la de los fabricantes de pelotas de paume. Reunidos en cofradías, estos fabricantes obtenían patentes de Francisco I en 1537, mientras que en 1571 Carlos IX les otorgó los estatutos, porque según las propias palabras regias, «este juego real se practica más que ningún otro en todas las buenas ciudades del reino».

A mediados del siglo XIX, la pelota de fútbol más sofisticada era una vejiga de cerdo recubierta de cuero. Como la vejiga de cerdo no tenía forma esférica precisa, el balón solía tener forma ovalada. Zapateros de las regiones inglesas donde el nuevo juego del fútbol reglamentado se abría paso en las public schools recorrían las zonas aledañas en busca de pieles apropiadas para confeccionar las envolturas de los balones. La vejiga se inflaba soplando a través de una boquilla de pipa en tierra cocida y un cordón la cerraba.

Que la forma del balón del fútbol no fuera del todo redonda ayudaba a los pateadores del rugby a la hora de chutar entre los dos postes de las porterías y convertir el try. Este balón parecía ir de la mano con el nuevo fútbol que nacía: ni uno ni otro encontraban aún su forma definitiva.

¿Sabías que...?

En sus orígenes, la palabra football no remitía al juego del fútbol, tal y como lo definimos hoy, sino al balón con el que se jugaba al hurling. Un documento del año 1540 de la ciudad inglesa de Chester señala que el día 10 de enero tendría lugar en esa localidad un partido de hurling que se disputaría con una ball of leather cauldy a foutbale, lo que significa «pelota de cuero llamada fútbol». El fútbol cogió así prestado el nombre que lo haría célebre del balón forrado de cuero con el que se practicaba en sus orígenes medievales.

Hacia 1870, en Inglaterra se introdujeron las primeras cámaras de caucho, por lo que se pudo ofrecer a los jugadores de dribbling fútbol un balón con una forma esférica casi perfecta, mientras que los amantes del fútbol rugby podían seguir contando con su pelota de forma oval.