Introducción

 

 

 

 

«¿Habrá una secuela de La lección de August?», pregunta alguien entre el público.

«No, lo siento —contesto, un poco cortada—. Creo que no es el tipo de libro que se presta a una secuela. Me gusta pensar que los admiradores de La lección de August se imaginarán ellos solos qué será de Auggie Pullman y del resto de los personajes de su mundo».

Esta misma conversación, o muy parecida, ha tenido lugar en casi todas las sesiones de firma de libros, charlas o lecturas en las que he participado desde que La lección de August se publicó el 14 de febrero de 2012. Seguramente es la pregunta que más me hacen, aparte de «¿Habrá película de La lección de August?» y «¿Qué fue lo que te hizo escribir La lección de August?».

Y, sin embargo, aquí estoy, escribiendo la introducción a un libro que es, a efectos prácticos, un complemento de La lección de August. ¿Cómo ha podido suceder?

Para contestar a esa pregunta tengo que hablar un poco de La lección de August. Si has comprado este libro o te lo han regalado, es muy probable que ya hayas leído La lección de August, así que no será necesario que te hable mucho de él. Basta con decir que La lección de August es la historia de un niño de diez años llamado Auggie Pullman, nacido con una anomalía craneofacial, enfrentado a los altibajos que supone ser el nuevo en el colegio de secundaria Beecher. Somos testigos de su viaje a través de su mirada y de la mirada de varios personajes cuyas vidas se cruzan con la suya a lo largo de ese curso crucial: su percepción ayuda a que el lector entienda mejor la llegada de Auggie al autoconocimiento. No hay un solo personaje cuya historia no amplíe directamente la historia de Auggie dentro del marco temporal de quinto curso, ni cuyo conocimiento de Auggie sea demasiado limitado para arrojar luz sobre su personaje. Al fin y al cabo, La lección de August es la historia de Auggie de principio a fin. Fui muy estricta a la hora de contar su historia de un modo sencillo y lineal. Si un personaje no hacía avanzar el relato —o contaba una historia que discurría en paralelo, o antes o después de lo que sucedía en La lección de August—, ese personaje no tenía voz en el libro.

Sin embargo, eso no quiere decir que algunos de esos otros personajes no tuvieran historias interesantes que contar, historias que podrían haber explicado un poco sus motivos, aunque dichas revelaciones no afectasen directamente a Auggie.

Esa es precisamente la razón de ser de este libro.

A ver si nos aclaramos: Auggie y yo no es una secuela. No retoma la historia donde acababa La lección de August. No sigue contando la historia de Auggie Pullman en secundaria. De hecho, en estas historias Auggie es tan solo un personaje menor.

Lo que sí es este libro es una expansión del mundo de Auggie. Las tres historias incluidas en Auggie y yo La historia de Julian, El juego de Christopher y Charlotte tiene la palabra, todas publicadas anteriormente por separado— están contadas desde el punto de vista de Julian, Christoper y Charlotte, respectivamente. Son tres relatos totalmente diferentes que cuentan las historias de unos personajes que solo aparecen en las historias de los demás ocasionalmente, en el mejor de los casos. Todas tienen una cosa en común, que es Auggie Pullman. La presencia de Auggie en sus vidas sirve de catalizador para la transformación, más o menos sutil, de cada uno.

Auggie y yo tampoco es una secuela en el sentido tradicional, ya que no continúa la historia de Auggie, aparte de un breve adelanto de lo que sucede durante el verano después de quinto curso en la historia de Julian, un apunte que sirve de agradable colofón a la línea argumental de Julian y Auggie. Aparte de eso, los lectores no sabrán qué le sucede a Auggie Pullman en sexto, ni en el instituto, ni más allá. Puedo garantizar que ese libro, la secuela propiamente dicha, no lo escribiré nunca. Y eso es algo positivo. Una de las consecuencias más hermosas de haber escrito La lección de August es que ha generado una cantidad increíble de ficción escrita por fans. Los profesores utilizan el libro en clase y les piden a los alumnos que se pongan en la piel de un personaje y escriban sus propios capítulos sobre Auggie, o Summer, o Jack. He leído historias dedicadas a Via, Justin y Miranda. Capítulos escritos desde el punto de vista de Amos, Miles y Henry. ¡Si hasta he leído un breve capítulo muy conmovedor desde el punto de vista de Daisy!

Pero quizá las historias más enternecedoras que he leído han sido sobre Auggie, con quien los lectores parecen haber conectado increíblemente bien. Algunos niños me han dicho que saben a ciencia cierta que de mayor Auggie será astronauta. O maestro. O veterinario. Por cierto, todo eso me lo dicen con una gran autoridad, casi empírica. Nada de titubeos. Nada de suposiciones. ¿Quién soy yo para llevarles la contraria? ¿Y por qué habría de escribir una secuela que limitase todas esas opciones? Que yo sepa, Auggie tiene un futuro brillante e increíble por delante, lleno de infinitas posibilidades, a cuál más deslumbrante.

Me siento muy afortunada por que los lectores de La lección de August sientan tanta cercanía con él, hasta el punto de imaginarse cómo será su vida. Sé que entienden que el hecho de que decidiese poner punto final a La lección de August en un día feliz de la vida de Auggie no le garantiza ser feliz para siempre. Seguramente se enfrentará a bastantes desafíos al hacerse mayor, a nuevos altibajos, a nuevos amigos, a otros Julian, Jack y, por supuesto, Summer. Espero que los lectores intuirán, por cómo se ha manejado Auggie durante este primer curso en el colegio de secundaria Beecher, con todas sus tribulaciones, que en el fondo necesita triunfar en todo aquello que la vida le pone por delante, hacer frente a los desafíos según se le presentan, mirar fijamente a quienes se quedan mirándolo hasta lograr que aparten la vista (o reírse de ellos). A su lado, siempre, a las duras y a las maduras, estará su maravillosa familia: Isabel, Nate y Via. «Lo único que sé que de verdad cura a la gente es el amor incondicional», escribió Elisabeth Kübler-Ross, y tal vez por eso Auggie nunca sucumbirá a las heridas infligidas por las palabras descuidadas de la gente con la que se cruza ni a las decisiones de sus amigos. De esos también tiene —amigos conocidos e insospechados—, y lo defenderán en los momentos que más lo necesite.

En última instancia, los lectores de La lección de August saben que el libro no trata de cómo le afectan las cosas a Auggie Pullman, sino de cómo Auggie Pullman afecta a todo el mundo.

Eso me hace volver a este libro: en concreto, a las tres historias que contiene Auggie y yo.

Cuando me propusieron que escribiese estos libritos, estas historias de La lección de August, no dejé pasar la oportunidad: sobre todo por Julian, que se había convertido en un personaje muy odiado entre los fans de La lección de August. «Keep calm and don’t be a Julian» («Mantén la calma y no te comportes como Julian») es una máxima que puede encontrarse en Google, ya que la gente se ha encargado de hacer sus propios carteles aleccionadores.

 

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Entiendo perfectamente que Julian caiga tan mal. Hasta ahora, solo lo hemos visto a través de los ojos de Auggie, Jack, Summer y Justin. Es maleducado. Es desagradable. Sus miradas, los apodos que le pone a Auggie, sus intentos de manipular a sus compañeros de clase para que le den la espalda a Jack, pueden calificarse de acoso. Pero ¿qué hay en la raíz de tanta rabia hacia Auggie? ¿Qué pasa con Julian? ¿Por qué es tan imbécil?

Mientras escribía La lección de August, sabía que Julian tenía una historia que contar. También sabía que esa historia de acoso, o de por qué acosa, no tenía importancia para Auggie y no afectaba al argumento, y por tanto no encajaba en La lección de August. Después de todo, no les corresponde a las víctimas del acoso compadecer a sus torturadores. Pero me encantaba la idea de explorar el personaje de Julian en un librito independiente: no para exonerarlo de la responsabilidad de sus actos, ya que sus actos en La lección de August son censurables e indefendibles, sino para intentar entenderlo mejor. Creo importante recordar que Julian sigue siendo un niño. Se ha comportado mal, es verdad, pero eso no significa necesariamente que sea un «mal chico». Nuestros errores no nos definen; lo más difícil es llegar a aceptarlos. ¿Reparará Julian su error? ¿Puede hacerlo? ¿Quiere hacerlo? Estas son las preguntas que me hago y que contesto en La historia de Julian mientras arrojo luz sobre los motivos que tiene Julian para comportarse como lo hace con Auggie.

La segunda historia de Auggie y yo es El juego de Christopher. Contada desde el punto de vista de Christopher, el primer amigo de Auggie, que se mudó a otra ciudad varios años antes de la época en la que se desarrolla La lección de August, El juego de Christopher es una mirada única a la vida de Auggie antes de su llegada a Beecher. Christopher estaba junto a Auggie en sus primeras dificultades y desengaños: las horribles operaciones a las que tuvo que someterse, el día que Nate Pullman llevó a Daisy a casa, los antiguos amigos del barrio que desaparecen de la vida de Auggie. Ahora que ha crecido, Christopher se enfrenta al desafío de seguir siendo amigo de Auggie: las miradas, las reacciones de extrañeza de los nuevos amigos… Resulta tentador dar la espalda a una amistad cuando las cosas se ponen difíciles, incluso en las mejores circunstancias… y Auggie no es el único que pone a prueba la lealtad de Christopher. ¿Aguantará o renunciará a intentarlo?

La tercera historia es Charlotte tiene la palabra, contada desde el punto de vista de Charlotte, la única chica seleccionada por el señor Traseronian para darle la bienvenida a Auggie. A lo largo de La lección de August, Charlotte mantiene una cordial, aunque distante, relación con Auggie. Lo saluda cuando lo ve, nunca toma partido por los chicos que se portan mal con él e intenta ayudar a Jack, aunque sea en secreto para que nadie se entere. Es amable, de eso no cabe duda. Pero nunca va más allá de ser amable. Charlotte tiene la palabra ahonda en la vida de Charlotte Cody durante quinto curso en Beecher, y los lectores descubren que durante el curso estaban pasando otras muchas cosas de las que Auggie Pullman no tenía ni idea: espectáculos de baile, chicas antipáticas, antiguas lealtades y nuevos grupitos. Maya, Ximena, Savanna y, sobre todo, Summer, ocupan un lugar destacado en Charlotte tiene la palabra. Este relato, al igual que El juego de Christopher y La historia de Julian, explora la vida de una niña normal afectada por circunstancias extraordinarias.

Tanto si hablan de Auggie y Julian, o de Auggie y Christopher, o de Auggie y Charlotte, las tres historias de Auggie y yo examinan la complejidad de la amistad, la lealtad y la compasión y, sobre todo, exploran los efectos duraderos de la amabilidad. Mucho se ha escrito sobre la educación secundaria y los años de la preadolescencia, y se ha dicho que es una época en las vidas de los chicos en que casi se espera de ellos que se traten mal los unos a los otros mientras intentan abrirse paso en una nueva situación social por su cuenta, a menudo sin la supervisión de los padres. Pero yo he visto una faceta diferente de los niños: una tendencia a la nobleza, un deseo de hacer las cosas bien. Creo en los niños y en su capacidad ilimitada para preocuparse, amar y desear salvar el mundo. No me cabe duda de que nos llevarán a un lugar de mayor tolerancia y aceptación donde tendrán cabida todos los pájaros del universo. Y todos los desamparados e inadaptados. Y Auggie y yo.

 

RJP