Capítulo 17

La hora de la venganza: Un plan para matar a seis millones de alemanes

El 16 de diciembre de 1945, cinco jóvenes judíos estaban a punto de llegar al puerto mediterráneo francés de Toulon. Viajaban a bordo de un vapor inglés que había zarpado tres días antes de Alejandría. Vestían uniformes del Ejército británico, pero en realidad no eran militares; se trataba de un convincente disfraz para pasar desapercibidos, ya que el buque transportaba dos mil soldados que regresaban a Europa tras haber disfrutado de un permiso en Egipto.

El viaje, ya muy próximo a su fin, había discurrido con total normalidad. Los cinco hombres se disponían a bajar a tierra con un cargamento muy especial, que habían custodiado celosamente a lo largo del viaje; una bolsa de tela conteniendo varias latas de leche condensada que en realidad contenían un potente veneno muy concentrado, que les había sido proporcionado por un prestigioso instituto químico de Tel Aviv.

El ambicioso objetivo de esos hombres que estaban a punto de poner un pie en Europa no era otro que provocar la muerte de seis millones de alemanes. El método elegido para ese asesinato masivo era envenenar el agua potable de cuatro grandes ciudades germanas: Hamburgo, Fráncfort, Múnich y Núremberg. Para ello, disponían de toda la información relativa a sus redes de conducción de agua y conocían los lugares exactos en los que introducir el veneno para causar esa matanza indiscriminada.

Si los nazis habían asesinado a seis millones de judíos por el solo hecho de ser judíos, ellos acabarían con la vida de seis millones de alemanes sólo por ser alemanes. Estaban dispuestos a aplicar al pueblo germano la ley del talión, el «ojo por ojo y diente por diente» recogido en la ley mosaica.

Con el puerto a la vista, la primera fase del plan, consistente en llegar al continente europeo con el veneno, estaba a punto de culminar con éxito. Desde Toulon debían dirigirse a París, en donde les esperaban sus colaboradores para poner en práctica la parte decisiva del plan.

Aquellos jóvenes judíos que estaban a punto de poner pie en suelo francés sentían que el momento de la venganza contra los que se habían ensañado de manera tan brutal e implacable con su pueblo estaba cada vez más cerca. Había llegado el momento de ajustar cuentas.

DESEO DE VENGANZA

El plan para matar a seis millones de alemanes se había comenzado a gestar siete meses antes, al acabar la contienda. La derrota del Tercer Reich supuso la liberación de miles de judíos de los campos de concentración nazis y el fin de la reclusión en los guetos para aquellos que habían tenido la suerte de no ser enviados a los centros de exterminio. En Europa Oriental, el fin de la guerra conllevó el regreso a casa de los judíos que habían logrado escapar de los alemanes, refugiándose en los bosques y formando grupos de partisanos.

La retirada de los ocupantes germanos permitió conocer en toda su crudeza el destino que les había esperado a aquellos que habían sufrido la deportación. Muchos partisanos se enteraron, horrorizados, de que sus familias habían sido asesinadas, ya fuera fusiladas, hacinadas en vagones de ganado, de hambre y agotamiento en los campos de concentración o gaseadas en los campos de exterminio. En las paredes de las sinagogas o en los guetos se podían leer innumerables inscripciones desesperadas que se resumían en una súplica: «¡Vengadnos!».

Mientras eso ocurría en el este, la Jewish Brigade Group, o Brigada Judía, se hallaba estacionada en la ciudad italiana de Tarvisio, cerca de la frontera con Austria. Esa unidad era la primera brigada judía del Ejército británico bajo bandera hebrea. Había sido creada en septiembre de 1944 y había combatido desde noviembre de 1944 en el frente italiano. Tras la capitulación germana, el 7 de mayo de 1945, los integrantes de la Brigada Judía estaban deseosos de acudir a Alemania para formar parte de las fuerzas de ocupación. La mayor parte de sus miembros tenían aún familiares tras las líneas alemanas y querían entrar en territorio germano para localizarles.

Pero tampoco era ajeno a los integrantes de la Brigada Judía un comprensible sentimiento de revancha; después de los crueles atropellos que había sufrido su pueblo bajo el régimen nazi, para ellos era muy importante poder entrar en Alemania con sus vehículos y uniformes luciendo desafiantes la Estrella de David. Sin embargo, cuando ya estaban saboreando la posibilidad de ese desquite simbólico, una orden les obligó a permanecer en territorio italiano.

Probablemente, las autoridades militares aliadas consideraron que la presencia de la Brigada Judía en Alemania podía provocar algún tipo de consecuencia no deseada. En todo caso, se decidió encargar a esa unidad que se ocupase de los miles de refugiados judíos que llegaban desde el este de Europa con la esperanza de emigrar a Palestina, entonces bajo control británico. Muchos de ellos, al regresar a sus pueblos y ciudades, se habían encontrado con sus viviendas destruidas u ocupadas por otras personas, y en no pocos casos con el rechazo de sus antiguos vecinos. Comenzar una nueva vida en Palestina se convertía en una esperanzadora posibilidad. El hecho de que los británicos tan sólo estuvieran dispuestos a conceder anualmente diez mil visados de entrada no arredraba a todos aquellos que estaban dispuestos a abandonar el continente que tanto sufrimiento les había ocasionado para poder vivir en una nueva tierra.

Insignia de la Jewish Brigade Group o Brigada Judía, formada por la estrella de David en amarillo sobre fondo azul y blanco.

Así, animados por ese prometedor futuro en Palestina, llegaban a la base de Tarvisio miles de judíos, que eran atendidos y confortados por los miembros de la Brigada Judía. Desde ahí, esta unidad facilitaba en lo posible la salida de Europa hacia Palestina, un esfuerzo conocido como Berihah (‘El Escape’), que contaba con el apoyo oficioso del Ejército norteamericano. El contacto con esos refugiados les hizo conocer de primera mano a los soldados judíos el infierno que habían padecido bajo la ocupación alemana; la reclusión en guetos, el trabajo esclavo, las ejecuciones masivas y la deportación a los campos de exterminio.

Mientras llevaban a cabo esta labor, a los soldados de esta unidad que tenían familiares en la Europa recién liberada se les iban concediendo permisos para tratar de buscarlos. Sin embargo, tal como les había pasado a los partisanos de Europa del Este, la mayoría de ellos se encontraron con la terrible noticia de que sus familiares habían muerto a manos de los nazis; la devastadora visión de los campos de concentración de Auschwitz, Mauthausen o Bergen-Belsen les hizo comprender el trágico destino al que habían tenido que enfrentarse. El testimonio de los judíos que llegaban a Tarvisio, acogido al principio con incredulidad, se demostró trágicamente cierto. En buena parte de los miembros de la Brigada Judía anidó así un inextinguible deseo de venganza.

Sin embargo, los judíos establecidos en la base de Tarvisio pudieron comprobar, con el paso de los meses, cómo a los nazis se les permitía vivir con normalidad, a pesar de tener sus manos manchadas de sangre. Los soldados judíos se conjuraron para que esos crímenes no quedasen impunes. Surgió entonces la idea de administrar justicia de forma sumarísima, constituyéndose ellos mismos en jueces y ejecutores.

 

LA PRIMERA ACCIÓN

Una noche de julio de 1945, tres miembros de la Brigada Judía, vistiendo uniformes de la policía militar norteamericana, cruzaron en un Jeep la frontera con Austria. Llegaron a una casa de la que tenían constancia que había sido un centro administrativo de la Gestapo. El matrimonio de mediana edad que vivía allí les abrió confiadamente la puerta; una vez en el interior de la casa, los falsos soldados norteamericanos se identificaron como miembros de la Brigada Judía. Comenzaron a interrogarlos; la mujer reconoció que durante la guerra se habían dedicado a clasificar las pertenencias de valor requisadas a judíos de Italia y Austria, e incluso guardaban todavía en la casa algunos de esos objetos.

Un grupo de miembros de la Brigada Judía, destinados en Italia. Unos cinco mil judíos se alistarían en esta unidad del Ejército británico.

Considerando que la actuación del matrimonio era merecedora de la pena de muerte, los judíos decidieron ejecutarlos allí mismo, pero cuando ella estaba a punto de recibir un disparo en la cabeza, el hombre se ofreció a ayudarles a cambio de que les perdonasen la vida; si volvían al día siguiente, les entregaría una lista de personas de los alrededores que habían colaborado con los nazis. El hombre cumplió su promesa y al día siguiente los miembros de la Brigada Judía tenían en su poder una lista compuesta por treinta nombres de vecinos que habían sido miembros activos de la Gestapo y las SS, con información exhaustiva sobre sus fechas de nacimiento, su descripción y las funciones que habían desempeñado durante la guerra.

Los judíos entregaron la lista a los servicios británicos de inteligencia, pero estos no se mostraron interesados en actuar contra esos colaboradores de cuarta fila, puesto que preferían centrar sus esfuerzos en capturar a los nazis más destacados. La decisión de los británicos no desanimó a la Brigada Judía, que decidió seguir adelante con la operación de castigo contra todos aquellos que habían colaborado de un modo u otro con el intento de exterminio de su pueblo.

Así, utilizando nuevamente uniformes de la policía militar del Ejército norteamericano, se dedicaron a detener a los integrantes de la lista uno a uno. Los hacían subir a un Jeep o un camión militar y se dirigían a un claro del bosque. Para proporcionar un remedo de legalidad a su irregular actuación, antes de ser ejecutados de un disparo en la nuca se procedía a leerles los cargos por los que eran condenados a muerte. Sus cadáveres eran arrojados a lagos, ríos o presas, abundantes en la zona, lastrados con barras de hierro o cadenas. En algunos casos, el acusado se veía obligado a cavar su propia fosa antes de ser ejecutado.

La unidad actuaba en territorio austriaco, en un radio de acción de unos cien kilómetros alrededor de Tarvisio. A pesar de que oficialmente ni norteamericanos ni británicos colaboraban con ellos, en ocasiones sus servicios de inteligencia militar les proporcionaban listas de miembros de las SS que les eran de gran utilidad para sus batidas. Cada tarde, el jefe de los hombres que se dedicaban a estas tareas elaboraba una lista de objetivos, asignando por separado los que correspondían a cada grupo, para mantener la discreción que requería este tipo de actuación. Por la noche, cada uno de esos grupos salía a cumplir su misión sin saber lo que hacían los otros.

La unidad de ejecutores judíos seguiría actuando durante unos meses desde su base de Tarvisio, sin que se sepa el número total de nazis ajusticiados, pero se cree que fue de varios cientos. Aunque su coto de caza se restringía al sur de Austria, algunos miembros de la Brigada Judía se desplazaron por Europa Oriental para contactar con otros judíos de los que tenían constancia que también estaban llevando a cabo acciones de venganza contra los nazis. Sería en Bucarest donde se encontrarían con Abba Kovner, un judío lituano de veintisiete años que al inicio de la ocupación alemana consiguió escapar del gueto de Vilna para unirse a los partisanos.

«LOS VENGADORES»

Aunque Abba Kovner había nacido en Sebastopol, su familia emigró pronto a Vilna; la capital lituana era un centro cultural y religioso judío de primer orden. Kovner estudió Arte en la Universidad de Vilna y demostró desde temprano su afición a la poesía. Su propio aspecto, delgado, cabello largo y ojos expresivos, le hacía parecer un poeta y nada apuntaba a que el tiempo le fuera a convertir en un líder militar.

Pero en junio de 1941, la vida de Kovner iba a dar un giro radical; tras la invasión alemana, los sesenta mil judíos con que contaba esta ciudad de cerca de doscientos mil habitantes fueron recluidos en el gueto. Kovner logró escapar a los bosques, uniéndose a la resistencia antinazi y participando en acciones de sabotaje y hostigamiento a las tropas germanas. Así, el melancólico poeta se transformó en un aguerrido soldado.

En apenas cuatro meses, la población del gueto se redujo a unas veinte mil personas. El resto había muerto, ya fuera de hambre y enfermedades, o ejecutados y enterrados en fosas comunes en los bosques de Ponar. Kovner, que se mantenía en comunicación con el interior del gueto, tuvo conocimiento de primera mano de los atropellos y brutalidades que los nazis cometían contra sus indefensas víctimas, lo que engendraría en él un inflamado sentimiento de odio hacia los alemanes que el tiempo ya no dejaría de acrecentar. Aunque Kovner instó a los líderes del gueto a oponer resistencia armada a los alemanes, estos se negaron, convencidos de que una actitud dócil podía favorecer su supervivencia, una estrategia que se demostraría desastrosa.

Abba Kovner, en el centro, al frente de un grupo de partisanos del gueto de Vilna.

Finalmente, en octubre de 1943, el gueto de Vilna fue liquidado por completo, incluyendo a los líderes que habían apostado por la prudencia. Kovner se unió entonces a los partisanos rusos, participando en numerosas acciones de resistencia y protagonizando los ataques más violentos contra los alemanes en la frontera polaca.

Al acabar la guerra, Kovner y sus hombres se dedicaron a ejecutar acciones de venganza arbitraria como las que paralelamente estaba llevando a cabo la Brigada Judía en Austria. Era cuestión de tiempo que ambos grupos acabasen uniendo esfuerzos, lo que ocurriría durante el apuntado encuentro en Bucarest. Hasta allí habían llegado los dos grupos después de que el liderado por Kovner uniese sus fuerzas a otros partisanos tras una reunión mantenida en la ciudad polaca de Lublin.

En la capital rumana, Kovner invocó el Salmo 94, en el que Yahvé prometía castigar a los enemigos del pueblo de Israel: «Y él hará volver sobre ellos su iniquidad y los destruirá en su propia maldad». Esas palabras del Antiguo Testamento, que proporcionaban un respaldo divino a sus vengativos propósitos, se convertirían a partir de entonces en el leitmotiv de la actuación de estos hombres. El joven lituano se mostró decidido a conseguir que los crímenes cometidos por los alemanes fueran castigados; si los tribunales de justicia internacionales no lo hacían, entonces debían ser los propios judíos quienes debían ejecutar ese trabajo.

Entre los asistentes a la reunión se encontraban Joseph Harmatz y Leipke Distel en representación de la Brigada Judía, quienes junto a Kovner formarían el núcleo de un grupo que se autodenominaría Nakam, por la frase hebrea Dam Yehudi Nakam, «La sangre judía será vengada». Y ellos serían los Nokim, es decir, «Los Vengadores».

 

UNA PROPUESTA RADICAL

Con el paso de los meses, fue quedando claro que los aliados deseaban pasar página sobre el pasado nazi de Alemania, un pasado tenebroso del que buena parte de la población había sido cómplice por acción u omisión.

En esos momentos, la reciente exhibición de la fuerza militar soviética, que había sido capaz de aplastar a la Wehrmacht en el frente oriental a pesar de que esta había concentrado allí más de dos tercios de sus fuerzas, aconsejaba convertir a la parte de Alemania ocupada por las potencias occidentales en un dique de contención ante el comunismo rampante. Moscú estaba colocando a toda Europa Oriental bajo su órbita, instaurando gobiernos títeres que actuaban bajo sus dictados, por lo que existía un gran temor a que esa influencia acabara extendiéndose al resto del continente.

Para evitar la expansión soviética a través de Alemania, era necesario ganarse el apoyo y la confianza del pueblo germano, por lo que era aconsejable correr cuanto antes un tupido velo sobre su apoyo, o al menos falta de oposición efectiva, al nazismo. No obstante, como medida ejemplarizante para el futuro, los aliados sentaron en el banquillo de los acusados a los que estaban considerados máximos culpables de los crímenes nazis, tal como sucedió en los procesos de Núremberg, pero el circunscribir la responsabilidad a los jerarcas del régimen supuso que la mayoría de los que participaron en esos crímenes pasasen a gozar de una inesperada impunidad.

Para entonces, los aliados ya estaban poniendo en libertad a miles de prisioneros de guerra, incluyendo oficiales de las SS. Al propósito de pasar página se unían las dificultades prácticas de identificar a los culpables de crímenes de guerra de entre una masa enorme de prisioneros, a los que cada día había que alimentar y mantener bajo vigilancia. La mejor opción era permitir el regreso a casa de todos ellos, como así se hizo, ante la decepción de aquellos judíos que esperaban que se hiciese justicia. Se confirmaban así sus temores de que las naciones vencedoras querían olvidar el pasado y mirar al futuro, pasando por alto los horribles crímenes de que había sido objeto el pueblo judío, pero ellos no estaban dispuestos a hacerlo.

Kovner y su grupo acudieron a la base de la Brigada Judía en Tarvisio y desde allí se unieron a las incursiones en territorio austríaco para capturar y matar criminales nazis, ampliando cada vez más su radio de acción. Los criterios bajo los que se producían esas detenciones se fueron relajando hasta convertirse en arbitrarios; en una ocasión, un tendero fue ajusticiado porque en su escaparate tenía expuestos objetos de culto judíos obtenidos en el saqueo de una sinagoga.

Sin embargo, estas represalias a pequeña escala no calmarían la sed de venganza de Kovner, lo que le llevó a proponer a los vengadores de la Brigada Judía su colaboración para llevar a cabo un desquite de dimensiones bíblicas. La idea del lituano era llevar la ley del talión, el «ojo por ojo y diente por diente», a sus máximas consecuencias; si los alemanes habían asesinado a seis millones de judíos, ellos iban a segar seis millones de vidas alemanas mediante un envenenamiento masivo de la población.

La propuesta de Kovner no fue secundada por la Brigada Judía; sus miembros se mostraron contrarios a esa venganza indiscriminada, que iba a causar la muerte de tantos inocentes. Pero Kovner sí que contaba con el apoyo incondicional de sus hombres, que compartían con él la necesidad de ese apocalíptico ajuste de cuentas. Así pues, ambos grupos se separaron.

Soldados alemanes capturados en Aquisgrán. Los prisioneros de guerra germanos se convirtieron en un objetivo para los vengadores judíos.

PREPARANDO EL PLAN

Kovner y su grupo se pusieron manos a la obra para sacar adelante el plan que provocaría un envenenamiento masivo de la población civil alemana. Recorrieron Fráncfort, Hamburgo, Múnich y Núremberg, estudiando en detalle sus redes de suministro de agua potable. Para ello se hicieron pasar por trabajadores de mantenimiento de la compañía de aguas e incluso consiguieron los planos de la red, con el fin de localizar el punto en el que podía resultar más efectiva la introducción del veneno.

Conscientes de la dificultad que entrañaba esta operación, los hombres de Kovner se plantearon un plan B, por si fallaba el plan principal; matar prisioneros de guerra que hubieran sido miembros de las SS, envenenando la comida que recibían en los campos. Esa acción, de tener que llevarse a cabo, se realizaría de manera coordinada en varios campos de prisioneros a la vez. Pero, de momento, todas las energías de los Vengadores se centraban en ese plan A que debía acabar con la vida de seis millones de alemanes.

En agosto de 1945 el proyecto para envenenar el agua de esas ciudades estaba ya muy adelantado, pero hacía falta algo tan esencial como el veneno que se debía introducir en las conducciones. En vez de tratar de obtener la sustancia letal por su cuenta, Kovner se decidió a viajar a Palestina con el propósito de buscar el apoyo tanto moral como material de las autoridades sionistas, confiando en que le proporcionarían el veneno. Consciente de las dudas que despertaba su plan entre aquellos judíos europeos que no eran partidarios de una venganza indiscriminada, confiaba en que, si regresaba de Palestina ungido por los máximos dirigentes sionistas, su acción se vería plenamente respaldada.

Una vez en Palestina, entró en contacto con las altas instancias del futuro Estado de Israel. Sin embargo, esos encuentros están sujetos a controversia, y no está claro a qué nivel se produjeron. Según el testimonio posterior de uno de sus hombres, Kovner llegó a reunirse con David Ben Gurion, quien se convertiría en 1948 en el primer ministro israelí, pero al parecer este no sólo no apoyó el plan, sino que le recriminó ese espíritu vengativo. Sin duda, era muy difícil que las autoridades sionistas contemplasen con buenos ojos un plan que, de trascender su implicación en él, iba a comprometer seriamente el nacimiento del nuevo Estado. Al parecer, Ben Gurion aseguró a Kovner que la mejor venganza sería la de conseguir que el sueño del Estado de Israel fuera una realidad, y le conminó a abocar en ese objetivo todo su esfuerzo.

El argumento esgrimido por Ben Gurion para que Kovner se olvidase de su venganza de proporciones bíblicas no debió de convencerle, ya que el lituano acudió entonces, siempre según el testimonio de sus hombres, al que se convertiría en el primer presidente de Israel, Jaim Weizmann, considerando que este podía ser más receptivo a su propuesta. No obstante, según manifestaría posteriormente uno de los hombres de Kovner, el astuto lituano no le planteó la apocalíptica propuesta de envenenar el agua de las ciudades por temor a sufrir otro rechazo, y le engañó asegurándole que pensaban llevar a cabo el más modesto plan B, el envenenamiento de la comida de los prisioneros de las SS.

Weizmann estuvo de acuerdo con el plan alternativo presentado por Kovner y se decidió a darle su apoyo. De todos modos, es difícil pensar que los hechos discurriesen de ese modo, ya que Weizmann era hombre de confianza de Ben Gurion y es impensable que no hubieran hablado entre ellos de las propuestas de Kovner.

Sea como fuere, Weizmann, que era un destacado químico de fama mundial, recomendó a Kovner acudir a dos colaboradores suyos en el Instituto Sieff de la localidad de Rehovot, los hermanos Katzir. Así, los dos químicos le proporcionaron un veneno incoloro que no desprendía olor ni sabor, y lo suficientemente concentrado como para causar la muerte a un número extraordinariamente elevado de personas. El veneno fue envasado en inofensivas latas de leche condensada para ser transportadas a Europa sin despertar sospechas.

Weizmann destinó cuatro hombres del Haganá, el embrión del Ejército israelí, a la protección de Kovner y el grupo partió rumbo a Alejandría, para tomar un barco con destino al puerto francés de Toulon el 14 de diciembre de 1945. Como se ha apuntado, desde allí tenían previsto dirigirse a París, en donde esperaban los otros miembros del grupo. Una vez en posesión del potente veneno, y con toda la información sobre las redes de conducción de agua de las ciudades alemanas sobre la mesa, ya podrían pasar a la última fase de la venganza bíblica sobre la nación que había intentado borrar al pueblo elegido de la faz de la tierra.

CAMBIO DE PLANES

Tal como se relataba al principio del capítulo, el viaje que debía llevar a Kovner y los cuatro miembros de la Haganá desde Alejandría a Toulon atravesando el Mediterráneo transcurrió con total normalidad. Los cinco hombres, vistiendo el uniforme británico y mezclados entre los miles de soldados que regresaban a Europa tras pasar un período de permiso en tierras egipcias, no despertaron ninguna sospecha. Disponían de documentación falsa y habían recibido un entrenamiento militar básico para poder pasar completamente desapercibidos.

Sin embargo, cerca del puerto de Toulon, inesperadamente el buque se detuvo. Para consternación del grupo de Kovner, por los altavoces del barco se pidió a cuatro de ellos, incluyendo al lituano, que se presentasen de inmediato en la oficina del capitán del barco. Los miembros del grupo se quedaron de piedra; no había duda de que habían sido descubiertos. Kovner decidió entregarse, puesto que la huida desde el barco era imposible. Antes de acudir a la llamada, el lituano entregó la bolsa que contenía las latas con el veneno al único de ellos que no había sido llamado a presencia del capitán. Más tarde, temiendo que el barco fuera registrado, el miembro de la Haganá depositario del veneno decidió a su vez deshacerse de las latas, arrojándolas al mar.

Al bajar al muelle, Kovner y los otros tres hombres fueron detenidos por la policía militar británica. Se desconoce cómo fueron descubiertos, pero todo apunta a que fueron traicionados por algún confidente de los británicos en la Haganá, aunque no hay que descartar que fueran las propias autoridades sionistas las que los hubieran delatado a los británicos, al considerar que el atentado podía representar un obstáculo en la consecución de sus objetivo de ver nacer el Estado de Israel.

Kovner fue enviado a una prisión británica en Alejandría. Desde su celda, logró hacer llegar un mensaje a sus camaradas de París, informándoles del fracaso del plan. Joseph Harmatz, otro lituano, asumió el mando de los Vengadores. Poco después, un soldado de la Brigada Judía que Kovner había conocido durante el viaje y a quien le había confiado su propósito llegó a París y les explicó en detalle lo que había ocurrido. Los Nokim quedaron desolados; para seguir adelante con el plan A era necesario hacerse de nuevo con ese veneno altamente concentrado, por lo que alguien debía viajar otra vez a Palestina, lo cual iba a suponer un importante retraso en la ejecución del plan.

Los abatidos hombres de Harmatz sintieron que, si esperaban más tiempo, la oportunidad de esa venganza a gran escala habría pasado. Las condiciones en Alemania estaban cambiando; había cada vez más soldados aliados en territorio germano debido a la tensión provocada por la incipiente Guerra Fría y, por otro lado, judíos liberados de los campos de concentración estaban regresando a sus ciudades de origen en territorio alemán, intentando reconstruir su vida anterior. El proyecto de acabar con la vida de seis millones de civiles alemanes tenía cada vez menos sentido. La constatación de que el tiempo de esa venganza indiscriminada había pasado causó una crisis muy fuerte en el seno de los Nokim, pero de todos modos estaban decididos a castigar a quienes habían causado tanto dolor a su pueblo.

Los Vengadores decidieron entonces poner en práctica el plan B, aunque repararon que, igualmente, seguían sin contar con el veneno necesario para ejecutar esa operación. Mientras trataban de obtenerlo, localizaron sus dos objetivos: el campo de concentración de Dachau, cercano a Múnich, y uno más pequeño próximo a Núremberg, el Stalag 13, que había sido utilizado por los alemanes como campo de prisioneros durante la guerra.

El recinto de Dachau, que había sido el primer campo de concentración creado por los nazis, era ahora utilizado por el Ejército norteamericano para retener a treinta mil oficiales de las SS. Dos miembros del Nakam, de nacionalidad polaca, lograron entrar a formar parte del personal civil del campo para anotar las rutinas de la alimentación de los prisioneros. Allí pudieron saber que toda la comida era elaborada en el propio campo, excepto el pan, que procedía del exterior.

El campo de Núremberg, por su parte, acogía a quince mil internos de los que la mayoría habían sido miembros de las odiadas SS. Al igual que se había hecho en Dachau, los Nokim lograron introducir a dos miembros del grupo entre el personal civil del campo, que estaba también vigilado por los norteamericanos. Una vez dentro, comprobaron que, al igual que en Dachau, toda la comida era elaborada en el propio campo a excepción del pan, que era traído de fuera. Los Nokim averiguaron la fábrica que se encargaba de elaborar el pan, y uno de ellos, Leipke Distel, se dirigió a la oficina de empleo de Núremberg para pedir trabajo de panadero, asegurando que le interesaba esa en concreto, al estar situada muy cerca de su casa. El vengador obtuvo el empleo y entró a trabajar en esa fábrica sin despertar sospechas.

Para conseguir el veneno, los Vengadores recurrieron a un químico también hebreo que residía en Milán, al que proporcionaron documentación falsa para que se trasladara a París. En la capital gala, el químico elaboró una solución con dos kilos de arsénico que debía ser suficiente para envenenar la comida destinada a los prisioneros.

Todo parecía que estaba saliendo bien, pero unos días antes de la fecha señalada para llevar a cabo la operación, prevista para el 13 de abril de 1946, Domingo de Pascua, los miembros del grupo que habían conseguido infiltrarse en el campo de Dachau fueron descubiertos por los norteamericanos. Pese a la decepción, los Nokim decidieron seguir adelante con el plan en el campo de Núremberg.

Al verse reducido el alcance de la misión a la mitad, surgió entonces la idea de acompañar la acción con un asalto a la sala de juicios de Núremberg en la que se estaban procesando a los principales jerarcas del régimen nazi y disparar contra ellos, pero fue descartada debido a las grandes medidas de seguridad que existían en torno al edificio.

El hecho de que las propuestas de actuación tuvieran siempre como escenario Núremberg se debía a que esta ciudad ejercía una atracción especial sobre los Vengadores para ejecutar su venganza. Del mismo modo que esta ciudad había sido escogida por los aliados por su simbolismo, al ser el lugar elegido por los nazis para celebrar su congreso anual, los judíos también querían golpear a Núremberg por haber sido el principal foco de antisemitismo en Alemania. Allí se había publicado el diario violentamente antisemita Der Stürmer, encargado de atizar el odio contra los judíos en todo el país.

EL DÍA DE LA VENGANZA

El sábado 12 de abril todo estaba preparado para lanzar la operación de envenenamiento masivo de los prisioneros alemanes confinados en el campo de prisioneros de Núremberg.

Por la mañana, aprovechando un momento de descuido de los vigilantes de la fábrica, Leipke Distel dejó entrar a dos miembros del grupo, que se ocultaron hasta la noche. Distel también se escondió, hasta que ya no quedó ningún trabajador en la fábrica, excepto los vigilantes. Fue entonces cuando los tres salieron de sus escondites y, perfectamente sincronizados, comenzaron a aplicar con brochas el arsénico diluido en agua a los tres mil panes que iban a ser distribuidos al día siguiente como desayuno para los prisioneros. Considerando que correspondía un pan para cada cuatro personas, calcularon que, si el arsénico causaba el efecto buscado, al día siguiente iban a morir en torno a doce mil alemanes.

Cuando estaban finalizando su tarea, los vigilantes del campo repararon en ellos, seguramente delatados por sus sombras al haber luna llena. Mientras Distel regresaba a su escondite, sus dos camaradas saltaron por la ventana y escaparon.

Los guardas inspeccionaron el lugar, pero no advirtieron nada extraño; creyeron que se trataba de simples ladrones que se habían dado a la fuga al verse descubiertos.

Poco antes del amanecer, Distel salió de la fábrica y se dirigió al punto de reunión previamente acordado. Allí, los miembros del grupo subieron a un vehículo y se dirigieron hacia la frontera checa, para proseguir el viaje hacia Italia con el fin de contactar con la Brigada Judía, no sin antes haber transmitido por radio a sus compañeros de París que todo estaba saliendo según lo previsto. Esa era la señal para que los Nokim de la capital francesa y los que se encontraban en otras ciudades europeas extremasen las medidas de seguridad con el objetivo de evitar que las posibles investigaciones tras la acción consiguiesen desmantelar el grupo.

Con el nuevo día, los cestos con el pan envenenado llegaron al campo y este fue servido a los prisioneros alemanes en el desayuno. Cuando estos comenzaron a mostrar los síntomas de la intoxicación, los equipos médicos norteamericanos hicieron todo lo posible para salvar la vida de los hombres que habían comido el pan untado con arsénico. Hasta allí acudirían todas las ambulancias disponibles en Núremberg para trasladar a los intoxicados a los centros hospitalarios.

Los Nokim tuvieron que conformarse con conocer el efecto que causó entre los prisioneros a través de la información aparecida en la prensa. Los periódicos informaron al día siguiente que se había producido una intoxicación en el Stalag 13, afectando a miles de prisioneros, de los que sólo doscientos siete requirieron ser hospitalizados, y señalando que todos ellos se encontraban fuera de peligro. Se desconoce si esa información era cierta, puesto que las autoridades norteamericanas nunca han revelado el informe completo sobre el envenenamiento, pero todo apuntaba a que el efecto del veneno no había sido tan potente como los Vengadores habían previsto16.

Tras esta acción de resultados tan decepcionantes, en París se recibió una carta de Kovner, que acababa de ser liberado de su cautiverio en Alejandría y se encontraba ya en Palestina. Aunque les expresó que su deseo de venganza indiscriminada contra los alemanes seguía intacto, las circunstancias hacían que en esos momentos fueran más útiles para la causa sionista si se reagrupaban en Palestina, donde ya había comenzado la lucha por la independencia de Israel. Los Vengadores, aunque primero se mostraron escépticos, al considerar que Kovner estaba traicionando el movimiento del cual él había sido el principal impulsor, finalmente se convencieron de que, tal como había expresado Ben Gurion, la mejor venganza por las iniquidades sufridas era conseguir que los judíos disfrutasen de un Estado propio.

Así pues, a lo largo de ese año, los Nokim que se hallaban en sus distintas bases europeas fueron trasladándose a Palestina, en donde eran recibidos por Kovner. Aun así, algunos de los más decididos del grupo regresarían a Alemania para llevar a cabo nuevas acciones de venganza, pero estas no tendrían éxito y acabarían volviendo a Palestina. Los miembros del Nakam jugarían un papel importante en el nuevo Estado de Israel. La mayoría de ellos, experimentados combatientes, llegarían a altos oficiales del nuevo Ejército. Kovner abandonaría su faceta de guerrero, convirtiéndose en un destacado escritor y poeta, recibiendo los mayores honores literarios de su país.

Por su parte, la Brigada Judía establecida en Tarvisio abandonaría Italia para ser destinada a Bélgica. Los actos de venganza cometidos por esta unidad se irían haciendo cada vez más espaciados hasta que cesaron por completo. Sus esfuerzos pasaron a centrarse exclusivamente en facilitar la emigración de judíos a Palestina. La Brigada Judía sería disuelta en el verano de 1946, aunque la mayoría de sus miembros continuaría en Europa realizando la labor que habían venido desempeñando hasta ese momento.

El paso del tiempo, y la creación del Estado de Israel en 1948, atemperó entre los judíos el deseo de venganza. A partir de entonces, las iniciativas se centraron en conducir a los criminales nazis ante un tribunal de justicia, tal como ocurriría con Adolf Eichmann, en cuyo juicio intervendría como testigo el propio Kovner. De este modo, la venganza daba paso a la justicia.

16En 1996, una televisión alemana entrevistó a Leipke Distel y Joseph Harmatz para que hablaran sobre esta controvertida operación. El hecho de que fueran entrevistados ocultando su identidad impidió actuar a la Justicia germana. Pero, en el año 2000, la televisión local de Núremberg les volvió a entrevistar, aunque esta vez con nombre y apellidos. Ante las cámaras confesaron su intento de asesinato de doce mil prisioneros de guerra alemanes. Al ser este un tipo de crimen que no prescribe, el Tribunal Superior de Núremberg inició los trámites para someterlos a juicio. Así pues, la fiscalía de Núremberg requirió la presencia de Distel y Harmatz, que tenían en ese momento setenta y cuatro y setenta y siete años. El hecho de que no residían entonces en Alemania sino en Israel complicaba una cuestión ya de por sí bastante espinosa. La persecución judicial de esos dos judíos supervivientes del Holocausto no sentó bien en algunos medios alemanes, que la consideraron algo desproporcionada frente al largo inventario de crímenes nazis. La fiscalía era consciente de que las posibilidades de que Distel y Harmatz acabasen sentándose en el banquillo de los acusados eran mínimas. Si la acusación se sustanciaba, el Gobierno alemán era el encargado de decidir si se solicitaba la extradición de los dos ancianos. Y, en último caso, Israel debía aceptar la extradición de los dos antiguos activistas, lo que resultaba altamente improbable.
Finalmente, en ese mismo año se canceló esa investigación preliminar. Las presiones para que las acciones contra los dos ancianos quedasen archivadas surtieron efecto y el fiscal decidió abandonar la causa. La razón admitida por el fiscal para aceptar cerrar el caso fue el concepto de Verjahrung (‘código de limitaciones’), debido a las circunstancias inusuales en que se desarrolló aquel intento de asesinato masivo.