Capítulo 16

Operación Gunnerside: La «batalla del agua pesada»

Uno de los capítulos de la Segunda Guerra Mundial pendientes aún de esclarecer es el referido al proyecto alemán para conseguir la bomba atómica. Aunque los norteamericanos lograron imponerse en la carrera por obtenerla, aún no se ha establecido hasta dónde llegaron los científicos germanos en su objetivo de contar con esa arma definitiva y, ni tan siquiera, si existió un propósito ambicioso al respecto.

El hecho de que, inmediatamente concluida la guerra, tanto norteamericanos como soviéticos se apoderasen ávidamente de las instalaciones y el material empleado en estas investigaciones, apropiándose en su beneficio de los estudios realizados por los científicos alemanes, conllevó que un espeso muro de silencio cayese sobre esos avances para no dar pistas a los entonces aliados en la derrota del Tercer Reich, pero futuros enemigos en la Guerra Fría.

Según la historia oficial, Alemania se quedó muy lejos de conseguir el arma atómica, y es muy probable que así fuera. Si comparamos la ingente cantidad de recursos que requirió el Proyecto Manhattan, por el que los norteamericanos consiguieron obtenerla, con los reducidos medios puestos a disposición de los científicos alemanes embarcados en ese mismo objetivo, es evidente que la posibilidad de que Hitler pudiese llegar a contar con esa arma apocalíptica fue siempre muy lejana. Según lo que se ha podido conocer hasta ahora, el esfuerzo alemán estaba concentrado tan sólo en el desarrollo de un reactor atómico, existiendo a lo sumo la posibilidad de que se empleasen «bombas sucias», es decir un núcleo de material nuclear recubierto por explosivos convencionales, cuyos efectos no hubieran sido comparables a los de una bomba atómica en sentido estricto.

Sin embargo, los aliados desconocían el punto al que habían llegado los alemanes en su proyecto atómico y estaban aterrados ante la idea de que los nazis pudieran alcanzar su objetivo antes que ellos. Mientras los norteamericanos se lanzaban a esa carrera por conseguir la bomba atómica, era necesario retrasar el proyecto germano; esa particular batalla no se dilucidaría en Alemania, ante la dificultad de localizar los laboratorios secretos en los que se desarrollaba el proyecto atómico, sino en una fría e inhóspita meseta de la región noruega de Telemark.

 

EL AGUA PESADA

Para construir una bomba atómica es imprescindible la utilización de agua pesada, necesaria para moderar los procesos de fisión nuclear. En el agua pesada, en lugar de estar el átomo de oxígeno unido a dos de hidrógeno, lo está a dos de deuterio, un isótopo pesado del hidrógeno. Dicha agua se encuentra en muy pequeñas cantidades en el agua normal y sólo puede ser separada de esta mediante laboriosos procesos continuos de electrólisis, para lo que se requieren grandes cantidades de energía eléctrica, cuya fuente debe encontrarse cerca del suministro de agua.

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la única fábrica de agua pesada del mundo era la planta de Vemork, propiedad de la empresa Norsk-Hydro y situada junto al pequeño pueblo noruego de Riukan. Aunque la factoría se hallaba encajada entre unas montañas, el resto del paisaje era una desolada meseta: la altiplanicie de Hardangervidda. Esta se eleva a más de mil metros sobre el nivel del mar y es la más extensa de su género en la Europa septentrional. Su vegetación está compuesta únicamente de pequeños matorrales y en ella son tan frecuentes e intensos los temporales de nieve que hace casi imposible el establecimiento de seres humanos. Tan sólo los rebaños de renos y alguna que otra cabaña semicubierta por la nieve salpican el monótono paisaje de Hardangervidda.

No obstante, era en esa despoblada meseta en la que se podía decidir el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los alemanes invadieron Noruega en abril de 1940, la planta de Vemork pasó a servir a los intereses del Tercer Reich. La posesión de esa fábrica de agua pesada suponía una ventaja decisiva para los científicos germanos en la carrera por obtener la bomba atómica. Un equipo compuesto por medio millar de especialistas se desplazó hasta allí para acelerar la producción de agua pesada; si hasta ese momento se obtenían quinientos kilos de agua pesada al año, el objetivo era que en 1942 esa cifra se elevase a cinco mil.

La planta de producción de agua pesada de Vemork, que en la actualidad acoge un museo.

El servicio secreto británico no era ajeno a los esfuerzos alemanes por avanzar en el proyecto atómico, en el que el agua pesada jugaba un papel imprescindible. Desde el verano de 1941, Londres contaba con toda la información relativa a la planta noruega; a partir de entonces, la destrucción de Vemork se convirtió en un objetivo primordial. Churchill ordenó que esas instalaciones fueran arrasadas por los bombarderos de la RAF.

Sin embargo, la operación aérea presentaba varios inconvenientes. El hecho de que la planta estuviera rodeada de montañas dificultaba el ataque desde el aire con los aparatos de los que entonces disponía la RAF. Por otro lado, la población civil de la localidad de Riukan, colindante a la fábrica, podía resultar muy afectada, tanto por las bombas que pudieran desviarse de su objetivo como por la rotura de unas enormes conducciones de amoníaco que se extendían por una ladera y que podían verter su contenido sobre la zona habitada, provocando una catástrofe.

La resistencia noruega, muy activa en la zona, se mostró contraria a la ejecución de esa operación de bombardeo de efectos indiscriminados y transmitió a Londres sus reticencias. Finalmente, el Gobierno noruego en el exilio hizo valer la protección de sus compatriotas y la idea de la acción aérea fue desechada. Así pues, la operación sólo podía ser realizada por los comandos de Operaciones Combinadas; ellos serían los encargados de la destrucción de esa fuente de obtención de agua pesada para el proyecto atómico alemán.

Para llevar a cabo la misión, los británicos contaban con la cooperación inestimable de Einar Skinnarland, un ingeniero noruego que trabajaba al servicio de la Norsk-Hydro. El ingeniero había llegado hasta Gran Bretaña en un barco, el Galtesund, capturado a punta de pistola en plena ruta costera por miembros de la resistencia noruega y conducido al puerto escocés de Aberdeen. Skinnarland siguió un cursillo especial para poder colaborar con el SOE y después fue lanzado en paracaídas sobre la meseta de Hardangervidda, reanudando su labor en la presa como si nada hubiera sucedido.

Los mensajes de Skinnarland, quien tenía información de primera mano de lo que ocurría en Vemork, eran alarmantes. La planta estaba fabricando agua pesada en gran cantidad y se estaban acumulando grandes reservas que estaban dispuestas para ser enviadas a Alemania. No era posible esperar más; había que actuar rápido, si no querían que los científicos germanos tomasen una ventaja decisiva en la carrera por la obtención de la bomba atómica.

Sin más demora, Churchill ordenó a Operaciones Combinadas que se ocupara de efectuar los preparativos necesarios para destruir la fábrica noruega15.

OPERACIÓN GROUSE

El SOE reunió un grupo formado por cuatro soldados noruegos adiestrados en suelo británico. Estos hombres serían lanzados en paracaídas en la altiplanicie de Hardangervidda, en donde contactarían con el ingeniero, con el fin de preparar el terreno a la llegada de los comandos británicos. Esta primera fase del plan sería denominada Operación Grouse.

Tras varios intentos abortados por el mal tiempo, los noruegos fueron lanzados finalmente el 19 de octubre de 1942. Sin embargo, un error de cálculo hizo que tocaran tierra a muchos kilómetros del objetivo; entre ellos y la planta de Vemork había numerosos glaciares y lagos.

Los cuatro noruegos necesitaron dos jornadas para poder reunir los contenedores que habían sido arrojados y habían quedado diseminados por el terreno. Una vez reunido el material, que pesaba doscientos cincuenta kilos, emprendieron camino a Riukan. El avance sería especialmente penoso, debido a que la capa de nieve era densa y profunda, lo que impedía que pudieran caminar más de unos pocos kilómetros al día. El 6 de noviembre alcanzaron por fin su objetivo; en esa aproximación habían empleado tres semanas.

El comando noruego se instaló en una cabaña deshabitada y, tras no pocas dificultades, logró establecer contacto por radio con Londres. Esa era la señal para que los comandos británicos, que hasta ese momento se habían estado preparando para la misión, se aprestasen a afrontarla. Los noruegos, por su parte, recibieron la orden de salir al encuentro de los británicos cuando estos tomasen tierra.

OPERACIÓN FRESHMAN

La operación para destruir la fábrica de agua pesada iba a ser la primera en la que iban a intervenir tropas aerotransportadas inglesas. Por ese motivo, la acción recibiría el nombre de Operación Freshman (novato). Los cuarenta y tres voluntarios que iban a participar en la misión serían transportados en dos planeadores. Aterrizarían en la meseta, llegarían hasta la planta de Vemork y volarían las instalaciones en las que se fabricaba el agua pesada. Después tratarían de huir atravesando las montañas para llegar a territorio de la neutral Suecia, desde donde emprenderían el camino a casa.

Sobre las seis de la tarde del 17 de noviembre de 1942, los dos bombarderos encargados de remolcar los planeadores despegaron de un aeródromo del norte de Escocia con veinte minutos de diferencia. Después de reunirse en el aire, ambas combinaciones de bombardero-planeador se dirigieron hacia Noruega. A causa de las malas condiciones atmosféricas, las dos parejas se separaron. La primera consiguió llegar a Noruega y acercarse a su objetivo, pero sufrió una avería en el aparato que debía captar las balizas de radio usadas por los paracaidistas noruegos para señalar el lugar de aterrizaje de los planeadores. Así pues, la tripulación tuvo que localizar ese punto guiándose con un mapa, pero el mal tiempo convirtió esa tarea en algo imposible.

Mientras los aviadores británicos trataban de encontrar el objetivo, comenzó a formarse hielo en el bombardero y en el planeador; el incremento de peso hizo que la cuerda de unión acabase por romperse, liberando el planeador. Al quedarle ya poco combustible al bombardero, este se vio forzado a dar media vuelta y emprender el viaje de regreso. El planeador aterrizó de forma brusca en lo alto de una montaña; de los diecisiete hombres que iban a bordo, ocho murieron de inmediato, cuatro resultaron gravemente heridos y sólo cinco pudieron salir ilesos.

Algunos de los hombres que participaron en la Operación Freshman.

La segunda pareja bombardero-planeador logró llegar también a tierras noruegas, pero su destino sería mucho peor que el de la que le había precedido. Debido también probablemente a las malas condiciones atmosféricas, el avión y el planeador se estrellaron en una montaña. Todos los tripulantes del bombardero murieron, al igual que tres de los paracaidistas. Los supervivientes fueron capturados por los alemanes y sumariamente fusilados. Al día siguiente, las patrullas alemanas localizaron al otro planeador y apresaron a los supervivientes, que fueron sometidos a interrogatorio e igualmente ejecutados.

La misión, además de resultar un fracaso tan estrepitoso como inesperado, había logrado poner en alerta a los alemanes, conscientes de que el objetivo de aquel comando era destruir la planta de la Norsk-Hydro y de que los obstinados británicos no iban a renunciar a intentarlo de nuevo. Así, el general Nikolaus von Falkenhorst, al mando de las tropas de ocupación germanas en Noruega, se trasladó a Riukan para coordinar en persona la protección de la zona; se incrementó la vigilancia en toda la región, la guarnición de la planta recibió nutridos refuerzos, se colocaron focos adicionales y los alrededores de la fábrica fueron minados.

OPERACIÓN GUNNERSIDE

Tal como habían previsto los alemanes, a pesar del fracaso de la operación británica para sabotear la planta de producción de agua pesada, en Londres no se dieron por vencidos. Los británicos, valorando el éxito alcanzado en la Operación Grouse, decidieron organizar otra misión protagonizada únicamente por noruegos. Esta nueva acción se denominaría Operación Gunnerside.

El equipo estaría compuesto por cinco noruegos y un neoyorquino de padres noruegos, Knut Haukelid, que asumiría el mando de la operación. Todos ellos eran expertos esquiadores, una cualidad que les permitiría moverse con facilidad por la región, cubriendo grandes distancias en poco tiempo y, en caso necesario, escapar de los alemanes.

Para esta nueva misión no se dejaría nada al azar; gracias a los datos proporcionados por el ingeniero Skinnarland y a los informes de un físico que había sido asesor técnico en los trabajos de construcción de la planta, se construyeron maquetas e incluso reproducciones a escala real de las partes más importantes de la instalación. De este modo, los integrantes del comando pudieron adiestrarse en el conocimiento del interior de la fábrica, hasta llegar a ser capaces de situar los explosivos con rapidez y seguridad incluso a oscuras.

Así, en la noche del 16 de febrero de 1943, los seis comandos noruegos saltaron en paracaídas sobre la meseta de Hardangervidda desde un bombardero Halifax. Una vez en tierra, y después de una búsqueda que duró varios días, consiguieron encontrarse con los cuatro noruegos que habían llegado en octubre del año anterior. El nuevo equipo, compuesto ahora por diez hombres, ultimó las preparaciones finales para el asalto, que debía tener lugar en la noche del 27 de febrero.

La fábrica se alzaba sobre una elevación rocosa en medio de un profundo valle rodeado de montañas. Sólo había dos caminos para acceder a las instalaciones: un puente que salvaba un abismo de doscientos metros de profundidad sobre el río Maan, y una línea férrea para llegar hasta la cual había que descender el barranco hasta el río y luego escalar la pared contraria hasta alcanzar las vías. Cualquiera de los dos caminos presentaba complicaciones para los asaltantes; el puente se encontraba siempre vigilado por dos centinelas y llegar hasta la vía del tren implicaba una escalada no exenta de riesgos, ya que las rocas estaban cubiertas de hielo.

Aunque las defensas de la planta de Vemork se habían visto reforzadas tras la frustrada Operación Freshman, el convencimiento de que los aliados no intentarían nada en plena época invernal había llevado a los alemanes a relajar la protección de la fábrica. Así, la vía del tren acababa en unos cobertizos, ya en terrenos de la fábrica, a los que se podía acceder forzando una puerta de alambre provista únicamente de una cadena asegurada por un candado. Más adelante, a unos cincuenta metros, había otra valla similar, cuyas puertas estaban cerradas también mediante un sencillo candado. Una vez salvada esa segunda puerta, quedaba despejado el camino hacia la planta de producción de agua pesada, situada a unos cien metros. Teniendo en cuenta esas inesperadas facilidades, los comandos noruegos decidieron arriesgarse a descender primero, y ascender después, por las paredes del barranco.

El jueves 25 de febrero, los noruegos salieron de su escondite y, provistos de esquíes y uniformes blancos, recorrieron los setenta kilómetros que les separaban de Riukan. A unos tres kilómetros del pueblo, se alojaron en otra cabaña abandonada, en donde acabaron de perfilar los detalles de la operación.

ASALTO A LA FÁBRICA

El sábado 27 de febrero de 1943, poco antes de las diez de la noche, los noruegos llegaron esquiando hasta el borde del profundo barranco que les separaba de la fábrica. Procedieron a esconder los esquíes para poder después recuperarlos en la huida y se despojaron de los trajes blancos que habían utilizado hasta ese momento, dejando al descubierto los uniformes británicos que llevaban debajo. De este modo, de ser atrapados, quedaría claro que la responsabilidad de la operación correspondía al Ejército británico y no a civiles noruegos, alejando así la posibilidad de que los alemanes emprendiesen represalias contra sus compatriotas.

Ya como soldados británicos, iniciaron el rápido descenso del barranco por el sistema de rappel. Una vez en el fondo, no tuvieron problemas para vadear el río Mann, que en ese momento llevaba muy poca agua, e iniciaron el ascenso por la escarpada pared hacia la vía del tren. Por suerte para los noruegos, un ligero deshielo había permitido que aflorase la pared rocosa, lo que les facilitó la escalada. Cuando llegaron por fin a la vía férrea, poco después de la medianoche, se dividieron en dos grupos; uno se encargaría del sabotaje y otro de realizar la cobertura.

Los hombres avanzaban junto a la vía con lentitud y cautela, por temor a las minas. Al llegar a la puerta que cerraba el acceso a la fábrica, cortaron la cadena con una cizalla y la abrieron. Ya junto a las instalaciones, el grupo de sabotaje se deslizó hacia la planta de electrólisis a través de un túnel para cables cuya existencia conocían gracias a los detallados informes del físico. El equipo de demolición empleó esta información para entrar en el sótano principal por un pasaje y a través de una ventana. Dentro de la planta, el equipo sólo se encontró con una persona: un empleado noruego llamado Johansen, que estuvo encantado de cooperar con ellos.

Los saboteadores colocaron cargas explosivas en las cámaras de electrólisis de agua pesada, con una mecha suficientemente larga para que tuvieran tiempo de escapar. También abandonaron deliberadamente un subfusil británico para indicar que había sido una operación llevada a cabo por fuerzas británicas, insistiendo así en su propósito de no situar a los civiles en el punto de mira de las represalias.

Sin embargo, la acción adquirió un imprevisto suspense; cuando los noruegos prendieron la mecha, el empleado noruego se dio cuenta de que había olvidado sus gafas en la habitación, una posesión muy valiosa puesto que durante la guerra era casi imposible conseguir gafas nuevas. Johansen las buscó de forma frenética mientras los noruegos le conminaban a que saliera rápidamente de allí; afortunadamente para él, las pudo encontrar y salió a toda prisa de la sala.

Apenas los noruegos abandonaron la planta, las cargas comenzaron a detonar, destruyendo por completo las cámaras de electrólisis. Mientras las alarmas comenzaban a aullar y las voces de alerta se oían por todo el recinto, los noruegos atravesaban de vuelta las vallas que rodeaban el mismo, hasta llegar de nuevo a la vía del tren. Descendieron el barranco lo más rápido que pudieron, vadearon el río y subieron la pared contraria. Una vez arriba, recogieron los esquíes, se volvieron a poner los uniformes blancos y se adentraron en la meseta de Hardangervidda, en donde los alemanes no podrían encontrarlos.

A la mañana siguiente, se entrevistaron en Riukan el comisario del Reich, Josef Terboven, y el jefe de las SS y de la policía en Noruega, Wilhelm Rediess. Como primera medida se detuvo a cincuenta personas en calidad de rehenes, pero después compareció el general Von Falkenhorst y ordenó poner en libertad a los prisioneros. El general alegó que se había tratado de una operación puramente militar, ajena a la población civil. No obstante, aunque los comandos habían dejado pruebas de que la acción había sido ejecutada por soldados británicos, a nadie se le escapaba que la resistencia noruega había tenido que colaborar en mayor o menor medida con ellos, como así había sido.

Von Falkenhorst sabía que una represalia indiscriminada contra la población civil tan sólo iba a servir para que la resistencia aumentase su base de apoyo, por lo que prefirió aceptar que se había tratado de una acción militar. El general, una vez que se le explicaron los detalles de la operación, manifestó a sus hombres que había sido la acción saboteadora mejor planeada de cuantas tenía noticia.

VUELTA A EMPEZAR

La ejecución de la Operación Gunnerside había resultado aparentemente perfecta. La base de las celdillas electrolíticas había quedado destruida, desparramándose media tonelada de valiosísima agua pesada. La capacidad de la planta de la Norsk-Hydro para producir agua pesada había sido eliminada. Además, se había cumplido el objetivo sin pagar tributo en vidas humanas, ni de los asaltantes ni de la población civil.

Tras el sabotaje de la fábrica, los alemanes estaban convencidos de que un nutrido grupo de comandos británicos se ocultaba en Handargevidda. Von Falkenhorst decidió peinar la meseta con más de tres mil hombres. Todas las cabañas y refugios fueron incendiados, y una escuadrilla de la Luftwaffe se encargó de sobrevolar en todo momento la meseta para evitar que los comandos pudieran moverse con comodidad.

Mientras tanto, seis hombres del grupo saboteador habían cruzado ya la frontera con Suecia, después de recorrer sobre sus esquíes cuatrocientos kilómetros en dos semanas, con mal tiempo, sin comida y esquivando las patrullas alemanas. Desde la neutral Suecia ya no encontraron dificultad para trasladarse a Inglaterra. Los otros cuatro, con Haukelid entre ellos, decidieron permanecer en Noruega para continuar trabajando con la resistencia, mientras esperaban órdenes de Londres.

Escarmentados por las facilidades que habían encontrado los asaltantes para penetrar en la fábrica, los alemanes reforzaron considerablemente los dispositivos de seguridad. Se colocaron obstáculos en las carreteras de acceso a Riukan y se ampliaron los campos de minas alrededor del pueblo. A lo largo de las tuberías de alimentación de la fábrica se plantaron numerosos árboles, disimulándolas con tupidas redes de camuflaje para dificultar los posibles bombardeos de la RAF.

Churchill respiraba tranquilo, ya que el proyecto nuclear germano había sufrido un grave contratiempo, proporcionando así a los aliados un tiempo precioso para avanzar en su carrera por la obtención del arma atómica. Pero los alemanes no estaban precisamente de brazos cruzados; de inmediato se iniciaron los trabajos de reconstrucción de la fábrica de Vemork. Aunque los aliados contaban con ello, calculaban que la Norsk-Hydro no podría proporcionar agua pesada hasta, como mínimo, dentro de un año. Pero no fue así: tan sólo seis meses después del asalto a la fábrica, Skinnarland comunicó por radio a los ingleses que los daños infligidos a la planta habían sido ya reparados y que la instalación volvía a funcionar con normalidad.

Tanto los británicos como los resistentes noruegos se vieron muy decepcionados al conocer esa mala noticia. Desanimados ante lo que parecía ser un trabajo de Sísifo, entendieron que había que volver a empezar. A pesar del éxito inicial del asalto, se vio que otra acción de estas características no iba a suponer más que un nuevo y breve retraso en la obtención del agua pesada, por lo que el objetivo era ya la destrucción total de su capacidad de producción. Y para ello no era suficiente con una acción de comandos; había que arrasar la fábrica de Vemork, y eso sólo se podía conseguir sometiéndola a un bombardeo aéreo.

Los noruegos no eran partidarios de esta acción indiscriminada, e intentaron de nuevo proteger a los habitantes de la vecina Riukan, pero nada pudieron hacer. Detener la carrera atómica germana implicaba ese tipo de sacrificios tan difíciles de comprender para el que tiene la mala suerte de padecerlos; el Gobierno noruego en el exilio acabó entendiendo la necesidad imperiosa de esa operación, a pesar de que iba a conllevar la pérdida de vidas inocentes.

La aviación norteamericana, con sus Fortalezas Volantes B-17, sería la encargada de destruir la fábrica de Vemork. El ataque se llevaría a cabo a plena luz del día, una posibilidad que no se había contemplado un año antes, cuando había mayor presencia de cazas germanos en la zona, lo que permitía sólo lanzar ataques nocturnos, por fuerza mucho menos precisos. Ahora, con la Luftwaffe centrada en la defensa del territorio del Reich ante las devastadoras ofensivas de los bombarderos aliados, los cielos noruegos permanecían prácticamente despejados.

El 16 de noviembre de 1943 despegaron ciento cuarenta y tres Fortalezas Volantes B-17 con la planta de la Norsk-Hydro como objetivo. A las 11.30 comenzaban a caer las bombas sobre Riukan. De las más de setecientas bombas arrojadas por los B-17, apenas un centenar harían blanco en la fábrica, pero sería suficiente para arrasar la central productora de energía. La destrucción del puente que permitía el acceso a la planta, así como de las conducciones tendidas sobre la ladera, completaba el balance de daños. Los depósitos de agua pesada, almacenados en bóvedas subterráneas protegidas con hormigón armado, no habían resultado dañados, pero la instalación en su conjunto ya no podía funcionar.

Un Boeing B-17, en una imagen tomada en 1942. Estos cuatrimotores serían los encargados de arrasar la planta de la Norsk-Hydro en noviembre de 1943.

Por otro lado, los temores a que el bombardeo contra la planta causase muertos entre la población civil de Riukan no habían sido infundados; un total de veintidós civiles noruegos perdieron la vida bajo las bombas aliadas. Por su parte, los norteamericanos tan sólo perdieron un aparato, que cayó por el fuego antiaéreo.

Ante la previsión de que los ataques desde el aire prosiguiesen, los alemanes decidieron poner fin a la producción de agua pesada, renunciando a la reconstrucción de la fábrica, y trasladar a Alemania todas las existencias del preciado líquido. A finales de enero de 1944 tenían listos para el transporte treinta y nueve recipientes con un total de catorce toneladas de agua pesada. Skinnarland se apresuró a informar a Londres sobre las intenciones germanas. Churchill ordenó al SOE que tomara las medidas necesarias para destruir tan valioso cargamento; Knut Haukelid recibió el encargo de Londres de impedir que el agua pesada llegase a Alemania.

EL HUNDIMIENTO DEL SF HYDRO

Los alemanes no podían permitirse otro fracaso. El asalto de los comandos noruegos de febrero de 1943 había ridiculizado las medidas de seguridad dispuestas en torno a la fábrica y el ataque aéreo acaecido en noviembre de ese año se había desarrollado sin que las baterías antiaéreas o los esfuerzos por camuflar las instalaciones hubieran servido de nada.

El traslado a Alemania de los treinta y nueve barriles con agua pesada que habían sobrevivido al bombardeo debía llevarse a cabo sin más sobresaltos, por lo que el tren encargado de transportarlos iba a ir vigilado por un centenar de hombres. Parecía que impedir la salida del agua pesada rumbo a Alemania era ya misión imposible para Haukelid, pero este observó que el trayecto presentaba un punto vulnerable. Al llegar al lago Tinn, la vía férrea se cortaba y era necesario embarcar los vagones en un transbordador ferroviario que unía las localidades de Mael y Tinnoset, cubriendo un recorrido lacustre de treinta kilómetros. Este lago, de unos cincuenta kilómetros cuadrados y cuatrocientos sesenta metros de profundidad máxima, es uno de los más grandes de Noruega.

El plan no era otro que provocar mediante una explosión el hundimiento del ferry con su preciosa carga a bordo en las aguas más profundas del lago, donde no pudiera ser recuperada por los alemanes. Los transbordadores encargados de cubrir esta ruta eran tres, el SF Rjukanfos, el SF Hydro y el SF Ammonia. Por mediación de unos colaboradores que trabajaban en la planta, Haukelid supo que los vagones transportando el agua pesada procedente de la planta de Vemork viajarían en el SF Hydro. Ese sería el transbordador que debía acabar en el fondo del lago Tinn. Tal como había sucedido con la operación de bombardeo de la fábrica, la decisión iba a implicar la pérdida de vidas civiles, ya que el transbordador admitía pasaje.

Estaba previsto que el transporte en ferry se realizase el sábado 19 de febrero de 1944. No obstante, gracias a algunos trabajadores de la Norsk-Hydro que colaboraban con la resistencia, se produjo un retraso en el traslado de los barriles de agua pesada desde las bóvedas subterráneas hasta el tren para que el trayecto en el transbordador fuera al día siguiente, domingo, el día de la semana en que la cantidad de pasajeros era menor.

El transbordador ferroviario SF Hydro, con el que los alemanes intentaron trasladar a su país las existencias de agua pesada de la fábrica de Vemork.

Así, en la madrugada del domingo 20 de febrero, Haukelid y tres colaboradores saltaron la valla que rodeaba el muelle dispuestos a sabotear el envío del agua pesada a Alemania. Uno de ellos subió a bordo para explorar la situación; fue descubierto por uno de los dos miembros de la tripulación que se habían quedado en el ferry vigilándolo, pero logró convencerle de que era un trabajador del muelle que buscaba un lugar a cubierto para dormir un poco. Cuando se quedó solo, hizo una señal para que sus compañeros subieran también al transbordador.

Haukelid y otro colaborador bajaron a la cubierta de tercera clase, mientras sus dos compañeros vigilaban; en ella había una escotilla que conducía a la sentina. Una vez abajo, colocaron cuidadosamente el material explosivo, ocho kilos y medio de carga plástica, dibujando un círculo, para que la explosión abriese un boquete en el casco de entre uno y dos metros cuadrados. El agujero quedaría muy cerca de la proa, provocando que el timón y las hélices quedasen en el aire y dejando así al buque sin posibilidad de maniobrar. Pusieron en marcha las rudimentarias espoletas de tiempo —dos despertadores— a las 10.30; habían calculado que en ese momento el transbordador estaría atravesando una zona bastante profunda del lago, pero lo suficientemente cerca de la orilla como para facilitar el rescate de los pasajeros. Una vez colocada la carga explosiva, los cuatro saboteadores lograron salir del barco sin ser vistos y emprendieron la huida.

A primera hora de la mañana se iniciaron las maniobras para embarcar los vagones en el transbordador, bajo la atenta vigilancia de los soldados alemanes. El SF Hydro zarpó a la hora prevista, las 9.45, con cincuenta y tres pasajeros a bordo. En esos momentos las aguas estaban tranquilas y la temperatura era de nueve grados bajo cero.

A las 10.30, cuando el transbordador se hallaba en plena travesía del lago, la carga hizo explosión. El capitán intentó virar hacia tierra pero, tal como habían previsto los saboteadores, la nave ya no podía responder al quedar la popa por encima del nivel del agua. Ante el inminente hundimiento, tan imprevisto como inevitable, la tripulación no consiguió bajar todos los botes salvavidas y no se mostró diligente en el reparto de los chalecos salvavidas entre el pasaje. Afortunadamente, los granjeros que vivían alrededor del lago, al escuchar la violenta explosión y advertir cómo el ferry se hundía, acudieron de inmediato en sus botes de remos al rescate de los supervivientes.

El SF Hydro se hundió a una profundidad de cuatrocientos treinta metros; sus restos no serían localizados hasta cinco décadas más tarde. Casi toda la carga de agua pesada acabó en el fondo del lago, excepto algunos barriles, los que estaban sólo medio llenos, que se mantuvieron flotando y pudieron ser recuperados por los alemanes. La cifra de muertos civiles en la acción de sabotaje fue de catorce, entre tripulantes y pasajeros; ese sería el precio en vidas inocentes que tuvieron que pagar los noruegos para ganar la denominada «batalla del agua pesada».

Fuese o no decisiva esta acción para acabar definitivamente con el proyecto nuclear nazi, la imposibilidad de obtener ese elemento imprescindible acabó de cercenar las esperanzas germanas de poder desarrollar una bomba atómica. La conocida como «batalla del agua pesada», librada y ganada por aquel grupo de arrojados esquiadores enfrentados a las tropas germanas destinadas en Noruega, impidió que algún día Hitler hubiera podido disponer del arma definitiva.

15Esta acción inspiraría en 1965 la película británica The heroes of Telemark (Los héroes de Telemark), dirigida por Anthony Mann e interpretada por Kirk Douglas y Richard Harris.