Eric Erickson: Un sueco en la «lista negra»
Durante la Segunda Guerra Mundial, en Estocolmo, un hombre de negocios concitaba el desprecio de sus amigos y conocidos. Eric Erickson, nacido en Estados Unidos pero nacionalizado sueco, había decidido colaborar con los alemanes y eso era algo que no estaba bien visto en el neutral país escandinavo, más proclive a la causa aliada. Los suecos tenían muy presente que sus vecinos noruegos y daneses habían sido invadidos por las tropas alemanas en 1940, por lo que la espada de Damocles de una posible intervención germana sobre el país pendía en todo momento.
Mientras sus compatriotas temían una invasión de las tropas de Hitler, Erickson negociaba con petróleo germano, efectuaba regularmente viajes a Alemania y se relacionaba públicamente con personal de la representación diplomática del Tercer Reich en la capital sueca. Pero, además, se dejaba ver en alguna ocasión con los agentes que la Gestapo tenía destacados en el país nórdico; Erickson no hacía nada por disimular su querencia por la Alemania de Hitler.
Su notorio apoyo a la causa nazi le había llevado a ser incluido en la llamada «lista negra» de los aliados, acusado de comerciar con el enemigo y prestar su colaboración al esfuerzo bélico germano. Esa revelación supondría un golpe terrible para la familia de Erickson. Sus antiguos amigos, todos ellos ardientes partidarios de la causa aliada, cruzaban de acera cuando lo veían venir. Su esposa sintió cómo se le hacía el vacío a su alrededor. Los parientes que Erickson tenía en Estados Unidos, al enterarse de la noticia, rompieron inmediatamente con él, remitiéndole cartas insultantes. Pero esa presión no le hizo cambiar su actitud; su compromiso con la causa germana era firme e inamovible.
Eric Erickson había nacido en 1890 en el barrio neoyorquino de Brooklyn, en el seno de una familia de inmigrantes suecos de escasos recursos. El joven Eric tuvo que desempeñar diversos trabajos durante sus años escolares para poder costearse sus estudios. Marchó a Texas para trabajar en los campos petrolíferos y allí ahorró el dinero que le permitiría ingresar en la Universidad de Cornell para estudiar ingeniería.
Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, Erickson dejó momentáneamente sus estudios y se alistó en el Ejército norteamericano. Combatió en Europa hasta el final de la contienda. Tras volver a casa sano y salvo, regresó a Cornell para completar sus estudios, además de destacar en el equipo de fútbol americano de la universidad.
Erickson, conocido como Red (‘Rojo’) por el color de su cabello, comenzó a trabajar como ingeniero en una empresa petrolífera, pero pronto evidenció su extraordinaria valía en el terreno comercial. Poseía una gran habilidad para labrarse contactos y sabía sacar fruto de sus innatas dotes de persuasión. Así, Erickson consiguió introducirse en el negocio del petróleo, que a principios de los años veinte estaba viviendo una época de expansión. Comenzó a viajar por todo el mundo, primero por cuenta de la Standard Oil Company y después como empleado de la Texas Company.
Entre 1920 y 1930, los vendedores de petróleo formaban un clan internacional, compuesto principalmente por norteamericanos, ingleses, alemanes y holandeses. Estaban acostumbrados a encontrarse en cualquier país del mundo, ya fuera haciéndose una competencia despiadada, en la mayoría de los casos, o formando fugaces alianzas empresariales. Los miembros de esta «tribu» elitista vivían continuamente en una atmósfera de aventura, saltando de Londres a Shanghái o de Teherán a Singapur, cerrando tratos arriesgados y llevando a cabo operaciones audaces, adelantándose siempre a sus competidores, en una incansable labor más propia del mundo del espionaje que del comercio. Erickson encajó de lleno dentro de ese espíritu, moviéndose en ese mundo tan competitivo como pez en el agua y acompañándole el éxito en todo momento.
En 1924, Erickson fue nombrado director de la Texas Company en Suecia. Años después, decidió desligarse de la empresa texana para fundar su propia compañía en el país del que procedía su familia y en el que él se sentía como en casa, Suecia, con el fin de importar y vender allí derivados de petróleo norteamericanos. La adaptación a su nuevo país fue tal que en 1936 decidió obtener la nacionalidad sueca, a pesar de que para ello se vio obligado a renunciar a la ciudadanía estadounidense.
Es bien sabido que las guerras, además de causar grandes desgracias, abren insospechadas oportunidades de negocio. Esas posibilidades no pasarían desapercibidas a Erickson; al poco de comenzar la Segunda Guerra Mundial, con los ejércitos alemanes avanzando imparables por Europa, el joven pero ya veterano hombre de negocios sueco vio en los alemanes unos socios prometedores.
En esa primera fase de la contienda, Alemania tenía excedentes de petróleo, por lo que podía permitirse el lujo de exportar, con el fin de obtener divisas con las que comprar a través de los países neutrales las materias de las que carecía. Por entonces, los alemanes no temían que los bombardeos aliados pudieran algún día afectar seriamente a la producción de combustible y, en todo caso, creían erróneamente que la guerra no sería larga, por lo que no existía ningún impedimento para la exportación de petróleo.
Erickson, experto conocedor del mercado del petróleo, inició su maniobra de acercamiento cultivando el trato con hombres de negocios alemanes en Suecia y haciéndose miembro de la Cámara de Comercio alemana de Estocolmo. Su apuesta por la Alemania nazi implicó la ruptura con su círculo de amistades, pero continuó su trato próximo con el príncipe Carl Bernadotte, sobrino del rey de Suecia.
Erickson no ignoraba que el jefe de las SS, Heinrich Himmler, era el que tenía la última palabra en las negociaciones para exportación de petróleo. Si quería realizar suculentos negocios con los nazis, era necesario ganarse su confianza. Para ello, diseñó una estrategia cuyo objetivo era llegar hasta él y que pasaba por el principal agente de Himmler en Suecia, Helmut Finke.
Para llegar hasta Finke, el hombre de negocios sueco contó con la colaboración del príncipe Bernadotte; conociendo que el alemán sentía una especial debilidad por todo lo que hacía referencia a la nobleza, Erickson pidió al príncipe que le presentase a Finke. Al ver la amistad que unía a Bernadotte con Erickson, el hombre de Himmler en Suecia se deshizo en atenciones con el hombre de negocios sueco. Este le correspondió invitándole a su casa de campo; entre ambos se consolidó así una relación personal que Erickson esperaba que le permitiese el deseado acceso final a Himmler.
Sin embargo, no todas sus tentativas de relacionarse con hombres influyentes del régimen nazi tuvieron el mismo éxito que con Helmut Finke. Algunos le dieron la espalda, como el agregado comercial de la legación germana en la capital sueca, Hans Ludwig, quien nunca lo vio con buenos ojos. No obstante, esa desconfianza no impidió que Erickson consiguiera permiso para efectuar en octubre de 1941 su primera visita a Alemania, llevando con él excelentes cartas de presentación firmadas por Finke y otros destacados nazis.
Antes de tomar ese vuelo a Berlín desde el aeródromo de Bromma, situado a las afueras de Estocolmo, la policía sueca sometió a Erickson y su equipaje a un minucioso registro. Las comprobaciones se alargaron más tiempo de lo normal, obligando a retrasar la salida del avión. Estaba claro que ese registro respondía a alguna consigna surgida de la presión de los aliados sobre las autoridades locales. Sin embargo, los policías no pudieron encontrar en el equipaje del sueco nada sospechoso y el aparato emprendió vuelo con destino a la capital germana.
Erickson llegó sin novedad al aeropuerto berlinés de Tempelhof y se dirigió al hotel a descansar. A la mañana siguiente, un automóvil oficial fue a recogerlo al hotel y lo trasladó al cuartel general de la Gestapo. Al llegar al siniestro edificio fue recibido por dos hombres que recordaba haber visto en el avión; presentándose como agentes de la Gestapo, comentaron el exhaustivo registro a que había sido sometido en el aeródromo sueco, atribuyéndolo a manejos de los representantes aliados. Aunque no pudo entrevistarse personalmente con Himmler, tal como era su deseo, Erickson obtendría todo el apoyo necesario para acordar las exportaciones de petróleo alemán a Suecia.
El siniestro jefe de las SS, Heinrich Himmler. El objetivo de Erickson era ganarse su confianza para poder cerrar beneficiosos acuerdos comerciales con Alemania. |
Con el valioso respaldo de las SS y la Gestapo, Erickson entabló relaciones con la industria petrolera local, radicada principalmente en el área de Hamburgo. Visitó las refinerías de aquella zona, habló con los directores de las fábricas y discutió las condiciones de los contratos que necesitaba hacer. Gracias a su gran experiencia en este campo, Erickson logró cerrar en poco tiempo ventajosos acuerdos comerciales.
Después de culminar con éxito las operaciones, buscó a varios de sus antiguos conocidos y compañeros de negocio. El primero a quien encontró fue al barón Von Wunsch, un aristócrata alemán con el que había estado algún tiempo asociado. Como Erickson quería mantener en secreto sus transacciones, las conversaciones que tuvo con Von Wunsch serían estrictamente confidenciales. Un día, Erickson entregó al noble germano un misterioso documento que el capitán guardó en una caja de lata, enterrándola en el jardín trasero de su casa.
Otro de los antiguos conocidos con quien Erickson reanudó relaciones fue Von Stürker, banquero de compañías petroleras y miembro de una prestigiosa familia de Hamburgo. También Von Stürker recibió un documento misterioso. El sueco tomó toda clase de precauciones para que ninguno de los dos antiguos conocidos lo viera en compañía del otro.
Poco después de que Erickson regresase a Suecia, empezaron a llegar al país escandinavo los primeros envíos de petróleo alemán. Fue entonces cuando los aliados pusieron el nombre del importador en la «lista negra». Tal como se indicó al principio, el vacío que le hicieron los antiguos amigos fue completo. Algunos de ellos llegaban a salir de cafés y restaurantes cuando lo veían entrar. Su esposa, sueca de nacimiento, sufrió mucho, puesto que aunque los nazis le parecían repulsivos, tenía que recibir y agasajar a los nuevos amigos de su marido.
En los meses siguientes, Erick realizó nuevos viajes a Alemania y siguió cultivando a sus amigos de la Gestapo. Fue invitado a sus casas y obsequió a sus esposas con mantequilla, abrigos de cuero y otros artículos suecos. Continuó asimismo cerrando tratos con Von Wunsch y con Von Stürker, aun cuando ya empezaba a ser difícil la obtención de petróleo alemán a causa de los bombardeos aliados, cada vez más frecuentes y devastadores.
En cierta ocasión, cuando acababa de visitar una gran refinería, el director lo invitó a que se quedara a cenar con él. Erickson aceptó la invitación. Sirvieron la cena en el despacho del director, y el ágape se prolongó hasta pasada la medianoche. Pocos minutos después de las doce, llegaron los bombarderos aliados y destruyeron la refinería. Erickson salió ileso del bombardeo.
En 1943, el ataque aliado al petróleo alemán era cada vez más eficaz, pero buena parte de la industria continuaba funcionando con normalidad. Las reparaciones se hacían más rápido de lo que los aliados habían previsto. Además, muchas refinerías estaban tan bien ocultas que permanecían a salvo de los bombardeos.
Ante el incierto panorama al que se enfrentaban los alemanes, Erickson vio llegado el momento de aprovechar la situación en su beneficio. Además, debido al retroceso germano en todos los frentes, era consciente de que quizás no iba a disfrutar de mucho más tiempo para hacer negocios con sus amigos alemanes. Era necesario darse prisa.
Así, Erickson ideó una operación de envergadura: la construcción de una enorme fábrica de gasolina sintética en territorio sueco. Su costo previsto ascendería a cinco millones de dólares de la época —equivalente a unos cuarenta y cinco millones de euros actuales—, que serían aportados por capital sueco y alemán. La fábrica exportaría el total de su producción a Alemania y él sería el titular en exclusiva de ese contrato de suministro; el negocio era redondo.
Aviones norteamericanos B-26 bombardeando Alemania. La destrucción de las industrias germanas llevó a intentar trasladar la producción de gasolina sintética a la neutral Suecia. |
La proposición estaba calculada para atraer la atención de los inversores alemanes y, sobre todo, de los dirigentes nazis. Con esta iniciativa, Alemania podría contar con una fuente de gasolina en un país neutral, a salvo de los bombardeos aliados que en esos momentos estaban arrasando el territorio germano. Según los cálculos efectuados por Erickson, la fábrica, a pleno rendimiento, podría producir el total de la gasolina sintética que requería la maquinaria de guerra nazi.
Pero también existía un estímulo oculto en el proyecto de construcción de la fábrica; en un momento en el que ya no se descartaba una derrota final de Alemania, tras el desastre sufrido en Stalingrado, la participación en ese proyecto iba a permitir a los ricos hombres de negocios germanos colocar fondos en una nación neutral sin despertar sospechas de deslealtad con la causa nazi. Aunque este argumento era inconfesable, pues el derrotismo era severamente castigado, a nadie se le escapaba que quizás había llegado el momento de tomar posiciones ante una hipotética derrota germana, por lo que el principio de no poner todos los huevos en la misma cesta adquiría una apremiante vigencia. Ese temor llegaba incluso a las más altas esferas del régimen; Himmler, por ejemplo, lanzaba secretamente sus propuestas a los aliados a través del príncipe Bernadotte, con el fin de situarse como interlocutor de los vencedores en la nueva etapa que se adivinaba en el horizonte. Ante el hipotético hundimiento del Tercer Reich, todos pretendían mantenerse a flote, y la propuesta de Erickson era interpretada por más de uno como una posible tabla de salvación.
Erickson preparó un detallado proyecto para la construcción de la fábrica, y se lo entregó a Helmut Finke, quien lo recibió con entusiasmo. El plan llegó a manos de diversos jerarcas nazis y a hombres de negocios estrechamente ligados al régimen, mostrando todos ellos un interés muy vivo. Hubo, sin embargo, una voz disconforme, nuevamente la de Hans Ludwig, quien sostenía que el sueco estaba jugando con los alemanes y respondía a intereses ocultos. Pero Ludwig pertenecía al Ministerio de Asuntos Exteriores, con Joachim von Ribbentrop al frente. Von Ribbentrop estaba enfrentado a Himmler, por lo que los choques entre su ministerio y la Gestapo estaban a la orden del día; Himmler solía ser el vencedor en esas disputas y esta vez no sería una excepción. Los avisos de Ludwig de que el sueco no era trigo limpio fueron desoídos por la Gestapo; de este modo, las puertas del despacho de Himmler se abrirían para Erickson de par en par.
El ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop. Himmler solía inmiscuirse en su terreno, lo que provocaba continuos roces entre ambos. El asunto Erickson no sería una excepción. |
Orden de detención de Joachim von Ribbentrop. El destino acabó uniendo a Ribbentrop y Himmler; ambos serían capturados por los británicos. |
Un día de octubre de 1943, Erickson tomó nuevamente el avión que le debía llevar a Berlín. Pero el aspecto de la capital del Reich sería muy diferente al que ofrecía en aquel otro día de octubre de hacía dos años. Al llegar al aeropuerto de Tempelhof, fue conducido a uno de los escasos hoteles de la capital que no habían resultado dañados por las bombas aliadas. Por la mañana fue en su busca un gran automóvil negro de las SS.
En su cuartel general, Himmler recibió cordialmente al sueco, asegurándole que Finke le había hablado muy bien de él. Luego hablaron extensamente sobre el proyecto de la refinería en Suecia. Erickson habló de la necesidad que tenía de ver directamente el funcionamiento de fábricas similares en Alemania. Luego siguieron tratando de otras cuestiones, pero al final de la entrevista Erickson obtuvo un preciado documento, firmado por el propio Himmler, por el que se le permitía viajar por toda Alemania y los países ocupados, visitar todas las refinerías de petróleo que desease ver, y obtener de los expertos cualquier información necesaria para elaborar el proyecto de la refinería que debía construirse en Suecia. Como si la firma de Himmler no fuera suficiente aval, obtuvo otro documento firmado por Hitler por el que se le proveía de vehículo a cargo del Reich y cupones para gasolina ilimitados, en unos momentos en los que el combustible para uso particular estaba severamente racionado. Las facilidades brindadas por Himmler revelaban la importancia que el jefe de las SS concedía al proyecto.
Pertrechado de esos deslumbrantes salvoconductos, Erickson recorrió durante un año la geografía alemana, inspeccionando todas las grandes fábricas. Se reunió con los directores, se enteró de primera mano de lo que estaban haciendo y de sus proyectos inmediatos. Cuando Erickson consideró que ya había recogido suficiente información para poner en marcha el proyecto, dio por finalizada la gira por Alemania y regresó a Suecia.
Sin embargo, los planes de Erickson no pasarían de la fase previa de estudio; el progresivo deterioro de la situación militar para Alemania hizo que el plan para la construcción de la fábrica de gasolina sintética fuese suspendido. Con los aliados occidentales firmemente asentados en Francia tras el exitoso desembarco en Normandía y los ejércitos soviéticos amenazando con desbordar las fronteras orientales del Reich, el proyecto de Erickson fue olvidado en favor de otras cuestiones más perentorias.
Con la derrota de Alemania, en mayo de 1945, el futuro de todos aquellos que habían colaborado con el Tercer Reich pasó a ser muy oscuro. Todo apuntaba a que Eric Erickson iba a tener que responder por su anterior apoyo a la causa nazi. Sin embargo, para perplejidad de sus familiares y amigos, la legación norteamericana en Estocolmo ofreció a Erickson un fastuoso banquete en su honor, al que todos ellos fueron invitados. Los asistentes a la comida quedaron boquiabiertos al escuchar las alabanzas de que era objeto su antes vilipendiado amigo.
Erickson no había colaborado con los alemanes, tal como había hecho creer a todos, sino que había estado trabajando siempre en favor de los aliados, tal como demostraba la organización de ese homenaje. El falso colaborador de los nazis, entre brindis y felicitaciones, quedó rehabilitado de forma espectacular ante los que le habían vuelto la espalda.
Todo había comenzado en 1939, nada más desencadenarse la guerra, cuando el entonces embajador norteamericano en la Unión Soviética, Laurence Steinhardt, contactó con Erickson para reunirse en secreto con él. Steinhardt había sido embajador en Suecia entre 1933 y 1937, por lo que tenía referencias de las actividades del hombre de negocios sueco. Erickson accedió a reunirse con él en Estocolmo. En el encuentro, el diplomático le propuso que actuase como espía en favor de los servicios secretos norteamericanos, aprovechando su larga experiencia en el sector del petróleo y sus contactos internacionales.
El sueco, amante de la aventura y los retos imposibles, aceptó la arriesgada propuesta, pero se negó a recibir remuneración alguna por sus servicios. Steinhard le puso en contacto con los agentes del servicio de inteligencia norteamericano, la Oficina de Servicios Estratégicos (Office of Strategic Services, OSS), destinados en Suecia, los cuales le dieron un cursillo de cuarenta horas en el que le enseñaron las tareas básicas de un espía, como escribir con tinta invisible, enviar mensajes o, llegado el caso, acabar con la vida de un hombre sin despertar sospechas. Erickson abrazó con entusiasmo su nueva vida de espía; incluso sugirió más tarde la idea de que su nombre fuera incluido en la «lista negra», tal como sucedió.
Erickson contaría con la inestimable colaboración del príncipe Bernadotte, también agente secreto de los aliados. Estos ayudaron a hacer más creíble el papel de Erickson, por ejemplo, presionando a las autoridades locales para que extremasen su registro en el aeródromo de Bromma antes de su primer viaje a Berlín, haciendo creer a los agentes de la Gestapo que el sueco estaba en su punto de mira.
Los misteriosos documentos recibidos por Von Wunsch, Von Stürker y algunos otros eran cartas firmadas por Erickson en las cuales reconocía los servicios del titular como colaborador secreto de la causa aliada, para que las hicieran valer ante los vencedores después de la derrota del Tercer Reich. Cada una de esas cartas era un peligro latente para Erickson, pues si caían en manos de la Gestapo, todo el engaño quedaría al descubierto, pero el sueco demostró que sabía muy bien en quién podía confiar, ya que ninguno de sus amigos le traicionó.
Los beneficios que obtuvieron los aliados gracias a Erickson fueron muy importantes. Por ejemplo, buena parte del petróleo que Alemania exportó a Suecia en base a los acuerdos suscritos por él acabaría indirectamente en manos aliadas a través de las compañías Vaccum Oil y British Petroleum, sin que los alemanes llegaran a sospechar nunca que su gasolina estaba sirviendo para alimentar el esfuerzo bélico del enemigo. Pero tan importante o más que ese desvío del petróleo alemán con destino a los aliados fue la información que les suministró en el otoño de 1944.
En los meses anteriores al asalto definitivo al Reich, la ofensiva contra el petróleo germano alcanzó su punto culminante. Los pilotos aliados conocían la localización exacta de todas las plantas de procesamiento de combustible y sus redes de distribución. El mismo día en que se inauguraba una fábrica nueva, la encontraban señalada en el mapa y podían volar directamente hasta ella, por muy bien disimulada que estuviese. Cuando habían destruido una refinería, sabían ya el tiempo que tardarían en repararla, y el mismo día calculado para su puesta en marcha era atacada de nuevo.
El suministro de combustible al Ejército de tierra y a la Luftwaffe quedó enormemente reducido, lo que provocaría en buena parte el colapso de la resistencia germana. Su escasez impidió a los cazas levantar el vuelo para defender el territorio del Reich de las oleadas de bombarderos enemigos. La ofensiva alemana en las Ardenas, en diciembre de 1944, sólo cubrió sus objetivos mientras las tropas contaban con el combustible necesario para avanzar. Cuando este se agotó sin que la vanguardia germana hubiera alcanzado los depósitos de combustible aliados, el ataque se vio detenido, acabando con las esperanzas de Hitler de reeditar los éxitos de la guerra relámpago.
Buena parte de la información que había permitido destruir las fábricas de combustible procedía de los informes que había enviado Eric Erickson, confeccionados durante su larga gira por territorio alemán. Mientras que Himmler pensaba que el sueco estaba recogiendo la información necesaria para la construcción de la planta de procesamiento de combustible, en realidad estaba anotando y comunicando a los aliados el emplazamiento de esas fábricas en territorio germano. Los salvoconductos firmados por Himmler y Hitler eran los que le habían facilitado esa labor de espionaje en el interior del Reich. El propio general Eisenhower reconocería públicamente su labor.
Pero el cometido de recoger información en el interior del Reich no era precisamente un juego de espías. Erickson era consciente de que, aceptando la propuesta de los aliados, iba a correr serios peligros; tratar con la Gestapo requería andar con pies de plomo, y cualquier error se podía pagar con la vida. Aunque él sobrevivió a esa experiencia, la muerte anduvo muy cerca de él en dos ocasiones.
En una de ellas, entró en contacto con una mujer berlinesa que colaboraba con los aliados, y que le debía proporcionar valiosas informaciones. Sin embargo, aquella mujer había despertado las sospechas de la Gestapo, por lo que estaba siendo sometida a seguimiento. Mientras ambos sostenían un encuentro en casa de ella, entraron los agentes de Himmler en la casa, deteniendo a ambos. Teniendo en cuenta la posibilidad de que eso sucediera, habían acordado una versión común de los hechos, según la cual no se conocían anteriormente, al ser supuestamente una prostituta a la que el sueco estaba en ese momento pagando por sus servicios.
Los agentes los trasladaron al cuartel de la Gestapo. Erickson pensó que había sido descubierto, pero cuando sus captores tuvieron conocimiento de los contactos que el sueco tenía en las altas esferas del régimen, optaron por creer que realmente no conocía a la mujer. Sin embargo, antes de ser liberado de la prisión en la que había sido confinado, asistió a través de una ventana que daba al patio a una estremecedora escena. La Gestapo había llegado a la conclusión de que la mujer era, efectivamente, una espía, por lo que fue ejecutada allí mismo.
Pero Erickson todavía tendría otro encuentro cercano con la muerte, todavía más dramático si cabe. Durante su última gira por la geografía alemana obteniendo información para los aliados, se encontró con un hombre de negocios que había conocido a principios de los años treinta y que creía muerto. Erickson le invitó a una copa y comenzaron a conversar. El alemán, que había abrazado el nazismo con entusiasmo, le hizo saber a Erickson que le sorprendía verlo allí, al ser norteamericano de nacimiento. Erickson intentó convencerle de que estaba a favor de la causa germana, y que había llegado a su país para trabajar por la victoria del Reich, pero el alemán se mostró cada vez más escéptico sobre los verdaderos motivos por los que él se encontraba allí. La conversación subió de tono cuando el alemán recordó que Erickson tenía por aquel entonces amigos judíos, lo que llevó al sueco a intentar despejar sus dudas mostrándole el salvoconducto firmado por Himmler. Eso pareció convencer al nazi, pero este se excusó diciendo que se le hacía tarde, despidiéndose abruptamente del sueco.
Erickson, llevado por su intuición innata, decidió seguir al alemán. Cuando este se dirigió a un teléfono público, el sueco se acercó lo suficiente para escuchar que intentaba ponerse en contacto con la Gestapo. Si quería salir de Alemania con vida, era necesario poner en práctica lo que le habían enseñado los agentes del OSS. Así pues, se acercó a él y, sin mediar palabra, le hincó en el costado un cuchillo que simulaba ser una estilográfica, causándole de inmediato la muerte y dejando su cuerpo sin vida sobre la acera. Aunque tuvo la precaución de quitarle la cartera para que pareciera que había muerto al forcejear con un ladrón que pretendía robarle, era consciente de que, tarde o temprano, la Gestapo acabaría por descubrir su doble juego, por lo que dio por finalizada la gira por Alemania y regresó rápidamente a Suecia.
Los aliados, satisfechos con el trabajo de Erickson, cumplieron tras la guerra las promesas del sueco a Von Wunsch, Von Stürk y los demás colaboradores a los que entregó el documento en el que se certificaba el compromiso de todos ellos con la causa aliada. Hans Ludwig murió en prisión, con la única satisfacción de saber que él era el único al que el astuto Erickson no había conseguido engañar. Helmut Finke acabó por ser capturado por los aliados después de ocultarse varios meses en Dinamarca con nombre falso.
Erickson, después de recuperar felizmente la confianza de sus familiares y amigos, siguió dedicándose a los negocios en Suecia14. El espía sueco falleció en 1983, mereciendo un obituario en el New York Times.
14La hazaña de Erickson pasó a ser de conocimiento público tras la publicación en 1958 del libro The counterfeit traitor, escrito por Alexander Klein. Esta obra sería llevada a la gran pantalla en 1962 en el film del mismo título («Espía por mandato» en la versión en español), con el actor William Holden en el papel de Erickson.