Operación Zeppelin: Stalin es el objetivo
En la madrugada del 5 de septiembre de 1944, una pareja que vestía el uniforme del Ejército Rojo, el comandante Tavrin y la teniente Shilova, se dirigía a Moscú en una motocicleta con sidecar. Avanzando a gran velocidad por la carretera que les debía llevar hasta la capital rusa, ambos eran conscientes de que no podían cometer ningún error. Los continuos controles militares con los que se iban encontrando ponían a prueba sus nervios de acero, forjados en el duro entrenamiento al que habían sido sometidos para poder enfrentarse con éxito a esa situación de tensión máxima.
Hasta ese momento, sus documentos falsificados no habían despertado sospechas entre los soldados encargados de comprobar la identidad de todos aquellos que circulaban por aquella carretera que conducía a Moscú, pero en cualquier momento podían ser descubiertos. Si se daba el caso, sabían que no podían esperar otro destino que ser ejecutados por alta traición, ya que su objetivo no era otro que acabar con la vida del líder soviético, Josef Stalin, llevando a cabo un plan urdido por los alemanes.
Hitler consideraba a Stalin un enemigo formidable. A diferencia de Churchill, por el que sentía un profundo desprecio, el dictador germano tenía a su homólogo soviético por un titán digno de enfrentarse a él. La tenaz resistencia que dirigió al frente de su país, invadido por las tropas alemanas en junio de 1941, no hizo sino acrecentar esa admiración inconfesada que Hitler sentía por él.
No obstante, el colosal choque de trenes en el que se convirtió la lucha en el frente oriental obligaba a jugar todas las cartas en pos de la victoria. Hitler era consciente de que todo lo que no fuera conseguir el aplastamiento total de la Unión Soviética acabaría significando tarde o temprano la completa destrucción del Reich. Y para lograr esa victoria indispensable para la supervivencia de la Alemania nazi, Hitler dio luz verde a un plan para asesinar a su admirado pero acérrimo enemigo, una misión que debía ser llevada a cabo por aquella valerosa pareja que corría velozmente hacia Moscú dispuesta a acabar con el dictador soviético.
En mayo de 1942, los alemanes estaban preparando su ofensiva de verano en el frente oriental. Aunque los soviéticos habían logrado en diciembre de 1941 rechazar a la Wehrmacht a las puertas de Moscú, la línea del frente había resistido la respuesta del Ejército Rojo. Todo hacía pensar que al llegar el verano Hitler lanzaría una nueva ofensiva para tomarla, pero esta vez sin tener que enfrentarse al «general invierno».
En la noche del 30 al 31 de ese mes de mayo, el teniente soviético Piotr Ivanovich Shilo fue enviado a la retaguardia alemana del sector norte del frente al mando de una unidad de exploradores con la misión de calibrar las defensas enemigas. El pequeño grupo de combatientes fue descubierto por los alemanes, que abrieron fuego, matando a varios de ellos. Los rusos supervivientes se retiraron a sus propias líneas, pero su jefe, el teniente Shilo, vio llegado el momento de pasarse al campo alemán.
Durante los interrogatorios a los que fue sometido, el teniente alegó que había cambiado de bando por una razón que, a oídos de los alemanes, la justificaba plenamente: era hijo de un coronel zarista asesinado durante la revolución de 1917, cuando él contaba con apenas ocho años. Además, a su familia se le habían arrebatado las grandes extensiones de terreno de las que era propietaria desde hacía generaciones. Shilo había estado madurando su venganza, por lo que había esperado largo tiempo la ocasión de huir a las filas alemanas. De este modo, tendría la posibilidad de luchar contra los asesinos de su padre y, en caso de victoria germana, recuperar lo que había pertenecido a su familia.
Los sucesivos interrogatorios a los que el ruso fue sometido en Berlín parecían confirmar sus declaraciones, pero faltaba comprobar su sinceridad en unirse a la causa alemana. Así, el teniente Shilo indicó determinados detalles sobre las posiciones del Ejército Rojo que fueron de gran utilidad para los alemanes.
Un oficial ruso dispuesto a colaborar era una herramienta de gran valor en operaciones de contraespionaje, pero el servicio de inteligencia germano, el Abwehr, todavía no podía abrirle sus puertas de par en par. Durante la guerra era muy habitual que un bando pretendiese introducir a un doble agente en el contrario permitiéndole revelar algún dato secreto de importancia menor para, posteriormente, introducir una información falsa de mayor relevancia. Por lo tanto, para el servicio de espionaje alemán, el militar ruso sólo podía ser digno de crédito si accedía a trabajar incondicionalmente a favor de la causa germana durante el tiempo necesario para comprobar la sinceridad de su compromiso. El nombre en clave que se le asignaría para ese período de prueba fue «Politov».
Lo primera prueba a la que se le sometió fue la de convertirse en delator de sus propios compatriotas. Shilo fue introducido, como si se tratara de un detenido, en los campos de prisioneros y, en las cárceles en las que había internos rusos con la misión de descubrir a aquellos que se dedicaban a labores de resistencia o a tramar planes de fuga. El teniente Shilo trabajó al gusto de los alemanes, sin mostrar ningún escrúpulo sobre el destino de sus compatriotas y delatando sin dudar a todo sospechoso. Esa tarea de confidente se prolongaría durante un año.
El dosier perteneciente a «Politov» fue engrosándose con sus servicios a la causa germana; en él se fueron incluyendo las observaciones más positivas que hubieran podido hacerse sobre un agente. En las informaciones que facilitaban los agentes de la Gestapo encargados de valorar su trabajo se podía leer que era «un hombre inteligente, de una gran voluntad y (lo que resulta más llamativo) dotado de la capacidad innata de un terrorista».
Los informes de «Politov» no pasaron desapercibidos para el Brigadeführer de las SS Walter Schellenberg, el Jefe de la Sección VI del Departamento Central de Seguridad del Reich (RSHA). Schellenberg dirigía desde esa oficina el contraespionaje alemán. Hábil, inteligente y cínico, no había intriga en el Tercer Reich en la que él no estuviera involucrado de alguna forma. Así, el expediente del teniente Shilo revelaba su utilidad para los oscuros planes que Schellenberg estaba siempre dispuesto a maquinar.
Shilo se convirtió en el hombre idóneo que había estado buscando Schellenberg para llevar a cabo alguna operación secreta contra la Unión Soviética, un objetivo que planteaba serias dificultades debido a su impermeabilidad. Así, Schellenberg decidió que se puliesen las aptitudes innatas del ruso poniéndolo en manos de su mejor instructor de agentes, el Obersturmbannführer de las SS Georg Greife, que también había crecido en Rusia y hablaba ruso a la perfección.
El Brigadeführer de las SS Walter Schellenberg, jefe del contraespionaje alemán, en una fotografía de 1942. Colaboró en el diseño de la Operación Zeppelin. |
Como primera toma de contacto, Greife sometió a Shilo a largas horas de interrogatorio, aunque en forma de distendida conversación, para comprobar una vez más todos los extremos que el ruso había expuesto desde su cambio de bando. Shilo superaría también esta prueba, ya que Greife no consiguió encontrar ni un solo punto que pudiera llevar a alguna sospecha. Por tanto, el impoluto dosier de «Politov» se completaría con este nuevo informe extraordinariamente positivo, y más viniendo de un auténtico especialista como Greife.
El informe firmado por Greife sería decisivo, ya que señalaba al teniente Shilo como el hombre que estaba buscando Schellenberg para un plan que ya debía contar en ese momento con las bendiciones de Hitler: el asesinato de Stalin.
Sin embargo, el ruso no fue informado de que él había sido escogido para ejecutar esa trascendental misión; Greife le comunicó únicamente que le habían elegido para perpetrar «un acto terrorista en Moscú». De todos modos, Greife aseguró al ruso que en cualquier momento podría abandonar la misión encomendada, puesto que se trataba de un compromiso absolutamente voluntario; con ello pretendía ponerlo nuevamente a prueba provocando alguna vacilación en el aspirante a agente secreto, pero Shilo rehusó esa posibilidad de plano.
Estuviera o no convencido de llevar a cabo esa misión en el corazón de la Unión Soviética, el ruso era lo bastante inteligente para saber que si ahora se echaba atrás, tenía los días contados. Él ya sabía demasiado y podía dar por seguro que, precisamente por ello, si dejaba de ser útil a los alemanes, estos no mostrarían ningún reparo en eliminarle. Aunque es de suponer que Shilo no se mostró entusiasmado por cometer «un acto terrorista» en su propio país, no tenía otra opción que aceptar la oferta germana, pues así al menos se le concedía una posibilidad de sobrevivir.
Una vez aceptada la propuesta en firme, Greife le aseguró que su misión le iba a proporcionar «fama, honor y riqueza». Como si eso no fuera un aliciente lo suficientemente atractivo, trató de convencerle de que su nombre se haría «inmortal en la historia de la humanidad».
En esos momentos, a principios del verano de 1943, es probable que el teniente Shilo confiase todavía en la derrota del Ejército Rojo; a pesar del desastre sufrido en Stalingrado el invierno anterior, los alemanes poseían aún un potencial soberbio y estaban claramente dispuestos a retomar la iniciativa. Estaba previsto que nuevos y sofisticados carros de combate llegasen a tiempo para protagonizar la ofensiva de verano, lo que podía decidir el signo de la lucha. Así pues, la apuesta de Shilo por la causa germana tenía visos de producirle los réditos deseados, haciendo realidad los buenos augurios de su instructor.
Tras su fructífera reunión con Greife, el ruso fue sometido a una nueva instrucción en Berlín. En este caso ya no sería para aprender los recursos propios de un agente secreto, sino para adoptar una nueva personalidad, necesaria para afrontar la misión que se le encomendaría, de la que aún ignoraba su auténtico alcance. El teniente desertor se iba a convertir, gracias a los especialistas germanos en la materia, en el comandante Piotr Ivanovich Tavrin. Los alemanes habían creado esa identidad de la nada; para facilitar el acercamiento a Stalin, Tavrin fue distinguido con las máximas condecoraciones soviéticas, como la orden de Lenin, dos medallas de la bandera Roja, la de Alexander Nevski y la de la Estrella Roja. Además, el comandante Tavrin «recibió» el título de Héroe de la Unión Soviética. Durante las semanas y meses siguientes, Shilo sería modelado psicológicamente según su nueva identidad.
Mientras proseguía la instrucción de Shilo, los alemanes analizaban las posibilidades para enviarle a Moscú, una misión cuyas probabilidades de éxito se antojaban escasas. Si ya de por sí era complicado cruzar la línea del frente, igualmente problemático resultaba hallar el modo de llegar y moverse por la capital, sometida a continuos controles.
Conforme fue avanzando esta nueva fase de instrucción, el ruso fue recibiendo nuevos detalles de la operación. El más relevante era que el acto terrorista que debía perpetrar era el asesinato de una persona. Nadie sabe si Shilo llegó a intuir que se trataba de Stalin, pero es de suponer que, teniendo en cuenta el tiempo y los recursos que los alemanes estaban empleando en su entrenamiento, el ruso comprendiese que debía de tratarse de un personaje de importancia capital, aventurando que se tratase del líder soviético. De todos modos, Shilo era lo bastante listo como para saber que, en su caso, lo mejor era no hacer preguntas y conformarse con la información que se le iba proporcionando con cuentagotas.
En septiembre de 1943, Georg Greife comunicó a sus superiores que el teniente Shilo, transformado ya en el comandante Piotr Ivanovich Tavrin, se encontraba listo y preparado para comenzar su misión. Sin duda, ese era el mejor momento para poner en práctica el plan para eliminar a Stalin. En el mes de julio se había librado la batalla por el saliente de Kursk, por la que los alemanes pretendían recuperar la iniciativa en el frente ruso; sin embargo, la ofensiva germana acabaría estrellándose ante las sólidas defensas dispuestas por los soviéticos.
Hitler había puesto en ese avance todas sus esperanzas de poder derrotar a los rusos, o al menos infligirles un castigo tan severo que demostrase al mundo que el potencial germano seguía siendo temible, pero eso no sucedió. Además, la apertura de un segundo frente en Italia ese mismo verano obligaba a retirar fuerzas del frente ruso para enviarlas al occidental. Con todo ello, estaba claro que Alemania ya no podría retomar la iniciativa contra el Ejército Rojo; si todavía se quería tener alguna opción de victoria, había que confiar en algún golpe de efecto, y ese golpe era sin duda la eliminación de Stalin, el hombre que había sido capaz de galvanizar en torno a su persona el espíritu de resistencia de los rusos.
Parecía que había llegado el momento de que Shilo, por fin, demostrase las habilidades adquiridas durante su largo período de entrenamiento. Pero, de forma inexplicable, se decidió que esa misión que podía cambiar el curso de la guerra podía esperar un poco más. Así, ese mismo mes de septiembre, Shilo fue enviado a la ciudad rusa de Pskov, que permanecía en manos alemanas desde julio de 1941, con el fin de que se sometiese a un nuevo entrenamiento a las órdenes del jefe del Mando Supremo Norte de las SS en Riga, el Sturmbannführer Otto Krauss. Bajo el control directo de Krauss, y con la colaboración de otros agentes germanos destacados en Pskov, el teniente Shilo fue conociendo todos los pormenores de la misión.
Al parecer, la instrucción le dejó tiempo libre, ya que conoció a una joven rusa que trabajaba en una sastrería de la ciudad llamada Lidia Yakolevna, con la que inició una relación. Shilo no tardó en convencerla para unirse también a la causa germana y la muchacha, tras recibir el visto bueno de Otto Krauss, decidió colaborar en la misión que iba a protagonizar su prometido.
En diciembre de 1943, Greife se desplazó hasta Pskov para comprobar in situ la evolución del ruso. Tras horas de conversación y nuevas pruebas prácticas, Greife comprobó que Shilo había adquirido todos los conocimientos que Krauss y sus colaboradores le habían transmitido. Greife, muy satisfecho, regresó a Berlín acompañado de Shilo y Lidia. Ya en la capital, ambos sellaron su relación casándose.
Greife, dando por concluido el entrenamiento, llevó a su alumno ante el Sturmbannführer de las SS Otto Skorzeny, el hombre al que Hitler recurría para encargarle las misiones más arriesgadas. Skorzeny, quien había adquirido fama gracias al exitoso rescate de Mussolini de su cautiverio en el Gran Sasso, sería posteriormente calificado por los aliados como «el hombre más peligroso de Europa». Skorzeny supo calibrar de inmediato las habilidades innatas del agente ruso y felicitó efusivamente a Greife por el excelente trabajo realizado en su formación.
Pero, nuevamente, de manera inexplicable, la misión sufrió otro aplazamiento. Se ignora desde dónde procedía el freno a la operación para asesinar a Stalin, pero es difícil comprender esa reticencia cuando la situación de la Wehrmacht en el frente ruso empeoraba a diario y la posibilidad de que el Ejército Rojo avanzase imparable hacia el Reich comenzaba a tomar cuerpo. Teniendo en cuenta la ausencia de riesgos de la misión, excepto para el propio Shilo y su mujer, y la magnitud del golpe que podía causar a la causa soviética la eliminación de Stalin, no se comprende que los alemanes no decidiesen jugarse esa carta.
Ese aplazamiento de la operación podría responder a que los alemanes confiasen todavía en una salida negociada al duelo con la Unión Soviética, una posibilidad que al parecer se estaba manejando en contactos secretos, lo que no hacía aconsejable una acción agresiva de ese tipo. Aunque para Skorzeny fuera también evidente que la situación en el frente oriental era cada vez más crítica, y que se imponía una acción como esa para tratar de romper una dinámica que sólo podía conducir al desastre, este decidió que Shilo siguiese un período de instrucción suplementaria, de varias semanas de duración, en la escuela de agentes de Oranienburg, probablemente siguiendo consignas procedentes del jefe de las SS, Heinrich Himmler, quien por aquel entonces estaba jugando ante los aliados, a espaldas de Hitler, un papel negociador con vistas a asegurar su poder tras una hipotética derrota germana. Greife, es de suponer que contrariado, se avino a la inesperada decisión de Skorzeny, y Shilo fue enviado a Oranienburg para ser sometido a esa última y al parecer definitiva fase de pulido y abrillantado.
Con el fin de que Shilo resultase más convincente en el papel del comandante Tavrin, le propusieron practicarle una operación en la que había de acortársele una pierna. De este modo pretendían que Shilo ofreciese una imagen acorde con el carácter del héroe militar superviviente en mil batallas que se le suponía a Tavrin, pero el ruso se negó a ello rotundamente. Ante la insistencia de los alemanes, accedió finalmente a que se le practicasen algunas cicatrices en el vientre y en el muslo izquierdo, aparentando ser heridas de bala. Una vez realizada la operación se le entregó un certificado «expedido» por un hospital ruso en el que se hacía constar que había sido herido en combate. Como se puede comprobar, los alemanes no querían dejar nada al azar.
El 20 de julio de 1944, Hitler fue objeto de un atentado en su cuartel general de Rastenburg, en la Prusia oriental. Aunque el führer sólo resultó herido a consecuencia de la explosión del artefacto que el coronel Claus von Stauffenberg colocó bajo la mesa en la que él estaba apoyado, durante unas horas el régimen nazi construido en torno a la figura de Hitler vivió en una total incertidumbre. El atentado dejó una impresión muy honda entre los jerarcas nazis, al mostrar de forma dramática que en cualquier momento todo podía desplomarse. Al mismo tiempo, las tropas aliadas, que acababan de desembarcar en Normandía, amenazaban al Reich desde el frente occidental, mientras los soviéticos seguían avanzando de forma imparable en el este.
El líder soviético Josif Stalin. Los alemanes consideraban que su asesinato podría imprimir a la guerra un giro favorable a la causa germana. |
En ese momento, cuando el signo de la guerra era ya definitivamente contrario a Alemania, Himmler, es de suponer que con la aquiescencia del führer, dio luz verde al plan para asesinar a Stalin, que recibiría el nombre de Operación Zeppelin. Era difícil pensar que acabando con la vida de Stalin pudieran cambiar las tornas en el frente oriental, pero esa situación desesperada requería de decisiones igualmente desesperadas destinadas a propiciar algún cambio, fuera este el que fuera. Por tanto, tras ese período de gestación tan dilatado, el agente Shilo recibió finalmente todos los detalles de su misión y la orden de prepararse para su ejecución inmediata.
En la noche señalada para la operación, Shilo y su mujer serían trasladados detrás de las líneas enemigas, en las proximidades de Moscú, mediante un cuatrimotor Arado 232. Después de depositarlos en tierra tras un aterrizaje en el campo, el avión regresaría inmediatamente a Alemania. La pareja se dirigiría luego a Moscú en una motocicleta con sidecar que había sido previamente embarcada en el avión. Una vez en la capital, debían refugiarse en la casa de un colaborador y desde allí mantenerse en comunicación radiofónica con Alemania mientras preparaban el atentado.
Un Arado AR 232 T como el utilizado para trasladar al agente Shilo y su mujer tras las líneas enemigas. Como sigularidad, destacan los once pares de ruedas utilizados como tren de aterrizaje. |
El plan para asesinar a Stalin consistía en estudiar los itinerarios que seguía el líder soviético para ir de su casa al Kremlin o al cuartel del Estado Mayor soviético, emplazado en la estación de metro de Kirovskaia. En alguno de esos trayectos, Shilo debía encontrar el momento de acabar con su vida.
El equipo para desenvolverse en Moscú incluía una imprenta portátil que les permitiría falsificar prácticamente todos los documentos rusos que podrían requerir. Aunque el resultado no iba a ser perfecto debido a las limitaciones del pequeño instrumento, los documentos resultantes servirían para pasar un examen no muy concienzudo. De todos modos, los alemanes contaban con que no se iba a someter a una inspección severa los papeles que presentase un «héroe condecorado de la Unión Soviética».
Los dos recibieron sus uniformes del Ejército Rojo y los correspondientes documentos falsos, y hasta una serie de recortes de periódicos rusos, también falsificados, en los que se hablaba de las gestas heroicas del comandante Tavrin, el personaje que Shilo debía interpretar.
Para su misión se le habían facilitado armas especiales, entre ellas una especie de pistola que disparaba proyectiles envenenados; un simple rasguño provocado por uno de esos proyectiles en la piel del dictador soviético debía resultar mortal de necesidad. Si resultaba imposible acercarse a Stalin lo suficiente para utilizar la pistola, Shilo contaba con un curioso ingenio, el denominado «puño de hierro». Era una especie de lanzagranadas en miniatura que iba escondido en la manga del uniforme. Su explosivo concentrado era tan potente que se esperaba que pudiera herir de muerte al líder ruso incluso si este se hallaba en el interior de su automóvil blindado. Shilo podría utilizarlo durante el trayecto entre el Kremlin y la estación de metro y a la inversa. Si fallaba tanto la pistola como el lanzagranadas de mano, Shilo contaba con un tercer instrumento mortífero: una pequeña mina que se activaba a distancia mediante una señal de radio.
Además de este arsenal, se le entregaron documentos que acreditaban las labores de contraespionaje desempeñadas para el Ejército Rojo; con ellos se esperaba que pudiera evitar preguntas y controles, y que al tiempo le facilitaran el acceso hasta las proximidades de Stalin. El mismo objetivo tenía un sobre con profusión de sellos y firmas que él debía llevar en persona, alegando contener documentos altamente secretos. Más de medio millar de formularios y documentos en blanco le darían posibilidades de falsificar todos los papeles oficiales que necesitase para resolver situaciones imprevistas. También recibió cheques y billetes, un carnet de conducir y un certificado en el que se le declaraba inútil para el frente como consecuencia de las graves heridas sufridas.
Cerca de la medianoche del 4 de septiembre de 1944, tres automóviles abandonaban el cuartel general alemán en Riga en dirección al aeródromo militar de la ciudad, bajo una persistente lluvia. En ellos viajaban Shilo y su mujer, dispuestos a emprender la misión para la que habían sido tan exhaustivamente preparados. Tras cuarenta minutos de recorrido, los vehículos se detuvieron ante el enorme cuatrimotor Arado que les debía llevar tras las líneas enemigas.
Con el fin de evitar que el avión fuera descubierto por los observadores rusos, el fuselaje había sido pintado totalmente de negro. Además, los motores habían quedado silenciados mediante la aplicación de amortiguadores y un mecanismo especial impedía que las llamas se viesen desde el exterior, con el fin de hacer de él un avión invisible. Estaba previsto que el Arado tomase tierra en el campo, por lo que estaba provisto de unos potentes frenos y un tren de aterrizaje especial, una serie de veinte ruedas de goma montadas al estilo oruga, lo que permitía operar en cualquier tipo de terreno.
Para garantizar el éxito de la misión, los alemanes habían recurrido a una tripulación experimentada en vuelos nocturnos, formada por un total de quince hombres y comandada por el teniente Neumann. Una vez que Shilo y su mujer hubieron subido a bordo, el avión despegó rumbo a un punto situado a unos cien kilómetros de Moscú, entre la capital y la ciudad de Smolensko.
El vuelo discurrió con normalidad durante una hora y media. Pero de repente empezaron a estallar detrás del aparato proyectiles procedentes de baterías antiaéreas. Los disparos eran imprecisos en cuanto a orientación y parecía que estaban apuntando mediante aparatos de escucha. El piloto decidió alterar varias veces el rumbo para despistar a los rusos sobre la ruta que seguía en realidad —la carretera que unía Rzev con la capital—, consiguiendo proseguir el vuelo sin ser molestado.
Después de tres horas de viaje, el cuatrimotor alcanzó el punto fijado como destino. El casi imperceptible ruido de los motores se hizo aún más apagado hasta el punto de que el aparato parecía un planeador. Luego comenzó a descender y a unos cien metros del suelo el piloto encendió el reflector de aterrizaje. El avión perdió altura aún más rápidamente. De pronto, el teniente Neumann descubrió que el suelo, que él creía llano, estaba en realidad surcado por profundas trincheras sobre las que había crecido la hierba. El avión iba acercándose rápidamente al bosque, pero ya era demasiado tarde para remontar el vuelo. Neumann puso el avión a todo gas intentando superar la barrera de árboles que tenía ante sí, pero el aparato había tocado suelo y capotaba sobre las trincheras, frenando la marcha. Así resultaba imposible cobrar altura, la necesaria para volar sobre el bosque. El avión arrancó un par de abedules, astilló un enorme pino con el ala derecha y luego todo quedó en silencio.
Shilo fue el primero en llegar a la escotilla. El ruso la abrió y salió al exterior, ayudando a su mujer a salir. En pocos segundos todos los miembros de la dotación habían abandonado el aparato. Shilo apremió a los alemanes para que sacasen la moto del interior del avión y a que se marchasen del lugar del accidente lo más pronto posible. El agente había previsto esta posibilidad durante su período de adiestramiento. Él conocía a sus compatriotas; si lograban atrapar a uno de aquellos alemanes no tardarían mucho en conseguir que hablase y pronto conocerían con detalle toda la operación en marcha y tendrían datos suficientes para organizar su captura.
Así, Shilo, ya plenamente en su estudiado papel del comandante Tavrin, y su mujer Lidia, transformada en la teniente Shilova, se alejaron del lugar de aterrizaje a toda prisa. Sin embargo, el sidecar de su moto se metía continuamente en una trinchera o un foso, lo que dificultaba el avance campo a través. Cuando llegaron a un pueblo, casi destruido por la guerra, el agente logró fijar su posición exacta; se encontraban muy cerca de la carretera Rzev-Moscú.
Shilo consiguió acelerar su moto en algunos tramos hasta alcanzar una buena velocidad. Lidia pudo transmitir por radio un mensaje a Riga informando del accidentado aterrizaje y de que todos habían resultado ilesos.
Conforme se acercaba la hora del amanecer, comenzaban a encontrarse con más tráfico en la carretera. De vez en cuando se encontraban con un control militar, que era superado sin mayores contratiempos gracias a su documentación falsificada; su condición de «Héroe de la Unión Soviética» se convertía en un salvoconducto infalible. Sin embargo, para evitar tener que afrontar más riesgos, Shilo prefirió abandonar la carretera y continuar el viaje más lentamente, pero de forma más segura, por pistas secundarias, a pesar de que estaban embarradas por la lluvia caída durante la noche. Apenas había pasado el primer pueblo cuando un grupo de paisanos le indicó con gestos nerviosos que se detuviese. Sin embargo, él no hizo caso y continuó. Poco después, les salió al paso un guarda forestal con la escopeta de caza bajo el brazo. Cuando aquel hombre les hizo una señal con la mano para que parasen, Shilo detuvo la moto.
El agente le preguntó al guarda lo que ocurría y este le respondió que los lugareños habían sido despertados de madrugada para salir a la «caza de espías». Estaba claro que las autoridades soviéticas habían descubierto el avión accidentado, estableciendo rápidamente un dispositivo para capturar a los tripulantes. Shilo se ganó la confianza del guarda ofreciéndole un cigarrillo y, de repente, le golpeó y lo metió de un empujón en el sidecar, junto a Lidia. Un par de kilómetros más adelante lo bajó, lo arrastró hasta un bosquecillo, le pegó un tiro y ocultó el cadáver entre la maleza.
A partir de ese momento, Shilo debió comprender que el tiempo corría desesperadamente en contra de ellos, por lo que tenía que apresurarse para llegar cuanto antes a Moscú y ocultarse en la casa que les debía servir de refugio. Así, encontrándose ya a treinta kilómetros de la capital, Shilo regresó a la carretera general con el fin de llegar antes a Moscú. Pero a unos quince kilómetros escasos de la ciudad y con las primeras luces del alba, les cortó el paso otro control rutinario. Como en las ocasiones anteriores, a Shilo y su mujer les fueron requeridos los documentos. Mientras su carnet rojo de oficial y la orden de marcha que llevaba preparada eran examinados, Shilo, para aparentar naturalidad, comentó al soldado encargado de comprobar sus papeles que se encontraban muy cansados porque habían estado viajando toda la noche. Esta observación sorprendió al soldado, ya que a medianoche había llovido mucho y tanto ellos como la motocicleta se encontraban totalmente secos. Al referirle su extrañeza por ese hecho, Shilo comprendió de inmediato que había cometido un error. Temiendo verse descubierto, intentó argumentar una explicación a esa circunstancia, pero sus nerviosas aclaraciones acabaron despertando las sospechas del soldado.
El agente ruso se vio así obligado a descender de la motocicleta a requerimiento del soldado y acompañarle al puesto de mando, en donde fue interrogado por un oficial. Shilo mostró indignación ante ese trato dispensado a un héroe de guerra y exigió que le permitieran de inmediato proseguir su viaje a Moscú. Aunque Shilo representó a la perfección su papel, hubo un detalle que le dejó fatalmente en evidencia. Una de las medallas que exhibía en su pechera, la de Héroe de la URSS —que en realidad pertenecía al general Shepetov, fusilado en un campo de prisioneros—, estaba colocada en un lugar del uniforme diferente al establecido en el reglamento8. Las nuevas sospechas que recaían sobre Shilo llevaron al oficial a ordenar un registro del sidecar, en el que apareció el material que incriminaba de modo inequívoco a la pareja. La Operación Zeppelin había concluido nada más comenzar.
En ese momento, Shilo debió pensar que todo había acabado para él y que iba a pagar con la vida la traición a su país. Eso parecía durante el tiempo en el que permaneció recluido en una prisión del siniestro Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, el organismo encargado de la seguridad del Estado soviético, más conocido por sus siglas NKVD, en donde sería interrogado y sometido a todo tipo de torturas. Shilo permaneció recluido, pero una vez acabada la contienda, y de forma sorprendente, la NKVD decidió reclutarle como agente. La incipiente Guerra Fría con los antiguos aliados requería la utilización de todos los recursos disponibles pero, además, las habilidades de Shilo debían ser sobresalientes, tanto como para pasar por alto su pasado de acendrada fidelidad a la causa nazi. De todos modos, en la época estalinista no era extraño encontrarse con casos similares, en los que alguien que ocupaba un puesto de relevancia en el aparato estatal, ya fuera un político, un funcionario o un militar, era enviado a un campo de trabajo de Siberia tras resultar sospechoso de deslealtad y que, algún tiempo después, al requerirse un perfil como el suyo en el engranaje del Estado, se le recuperaba como si no hubiera ocurrido nada.
Estrella de Héroe de la Unión Soviética. El agente Shilo despertó sospechas al lucir esta condecoración en un lugar diferente al que establecía el reglamento. |
Así, junto a su esposa Lidia, que también fue perdonada por los soviéticos, Shilo se convirtió en agente de la NKVD, realizando labores de espionaje para Moscú. Sin embargo, en 1952 Shilo cayó en desgracia, probablemente a causa de las habituales rivalidades internas. Sus enemigos consiguieron que el caso del intento de asesinato de Stalin fuese reabierto. Tras un proceso secreto, Shilo fue condenado a muerte y ejecutado el 28 de marzo de 1952. El hombre al que se le había prometido «fama, honor y riqueza» y que su nombre se haría «inmortal en la historia de la humanidad» moría así en el anonimato, un destino que, sin duda, hubiera sido muy diferente de haber cumplido con éxito su misión.
8En diciembre de 2008 se inauguró en el Museo de la Fuerzas Armadas de Moscú una exposición de las armas secretas de los agentes soviéticos, con ocasión del noventa aniversario de la creación del contraespionaje militar soviético. En la muestra pudo contemplarse la medalla de héroe de la URSS del general Shepetov que Shilo lucía en su uniforme cuando fue capturado el 5 de septiembre de 1944.