Operación Vengeance: El desquite de Pearl Harbor
Al amanecer del domingo 18 de abril de 1943, una escuadrilla formada por dieciséis aviones norteamericanos despegaba desde el aeródromo de una isla del Pacífico para cumplir una misión de enorme importancia. Gracias a una comunicación japonesa que había sido interceptada y descifrada el día anterior, los estadounidenses habían podido conocer todos los detalles del itinerario que iba a seguir el avión en el que viajaría el militar nipón más destacado; con menos de veinticuatro horas, se había organizado la batida que debía darle caza en pleno vuelo.
Si la operación tenía éxito, los norteamericanos propinarían un duro golpe a Japón. Pero esa misión no habría podido plantearse si los servicios de inteligencia estadounidenses no hubieran descubierto la clave secreta que los japoneses utilizaban en sus mensajes, una ventaja que constituiría uno de los grandes secretos de la Segunda Guerra Mundial, y que no sería desvelado hasta el final de la contienda.
Esta capacidad para interceptar las comunicaciones enemigas se demostraría decisiva en la marcha de la guerra en el Pacífico; los norteamericanos conseguirían adelantarse así a los planes nipones, enviando refuerzos a los puntos que iban a ser atacados e incluso tendiéndoles trampas en las que los japoneses caerían indefectiblemente.
Al igual que sucedería con los alemanes, que estaban convencidos de que su sistema de encriptación mediante las sofisticadas máquinas Enigma era imposible de descifrar, los nipones no contemplaban la posibilidad de que sus claves fueran descubiertas. Por lo tanto, los norteamericanos pudieron sacar jugo de su conocimiento del sistema de cifrado enemigo sin que los japoneses implantasen nuevas medidas para impedirlo.
No era la primera vez que el método de encriptación japonés había quedado al descubierto; eso ya había sucedido en 1923, cuando un libro de claves nipón fue a parar a manos norteamericanas; ese código recibió el nombre de «Rojo», por el color de las tapas con que fue encuadernado. En 1930, los japoneses confeccionaron otro código que debía resultar más seguro, denominado «Azul» por los estadounidenses, pero dos años después estos también lograron romperlo.
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, los alemanes instruyeron a los japoneses en el uso de un sistema de cifrado más complejo, similar al que utilizaban ellos mediante las máquinas Enigma. Como se ha apuntado, la dificultad para descifrar ese sistema radicaba en que no se basaba en un simple código de sustitución, sino en uno aleatorio que iba creando la propia máquina. El sistema japonés basado en la Enigma fue denominado «Púrpura» por los norteamericanos, al ser el resultado de mezclar los colores rojo y azul.
A pesar de la enorme dificultad para descifrar ese tipo de mensajes, los expertos estadounidenses conseguirían romper el código Púrpura, al igual que lo habían conseguido los británicos con el código Enigma. Gracias al trabajo de los criptógrafos, las comunicaciones niponas ya no serían un secreto para los servicios de inteligencia norteamericanos, pero era fundamental que ese descubrimiento permaneciese en secreto. En caso contrario, los japoneses cambiarían el código, anulando esa ventaja costosamente conseguida, una ventaja que había permitido a los norteamericanos conocer con antelación el plan de vuelo de aquel destacado militar nipón y, por tanto, prepararle una emboscada cuyo resultado podía resultar absolutamente decisivo para la marcha de la guerra en el Pacífico.
El momento en el que la capacidad de descifrar los mensajes enemigos fue más determinante llegó en junio de 1942, cuando estaba a punto de producirse el duelo decisivo por el control del Pacífico, en una fase en la que la marina de guerra nipona todavía era superior a la norteamericana. El almirante Isoroku Yamamoto, el «cerebro» que había planeado el ataque a Pearl Harbor, decidió lanzar un ataque por sorpresa a las islas Midway, cuya conquista amenazaría Hawái, poniendo en peligro la última línea de defensa de la costa oeste norteamericana.
Yamamoto decidió jugarse el todo por el todo en este envite, poniendo en liza sus seis portaaviones. Para garantizarse el éxito de la operación, era fundamental mantenerla en secreto con el fin de coger a los norteamericanos desprevenidos, por lo que su navegación rumbo a las Midway se realizaría en silencio de radio. Pero sus enemigos ya eran capaces de descifrar los códigos que empleaba su flota. Aunque el avance de los barcos de Yamamoto había sido detectado por aviones de largo alcance, aún no se sabía hacia dónde se dirigían; parecía que el objetivo era tomar las islas Aleutianas, pero los servicios de inteligencia estadounidenses tendieron una astuta trampa para determinar el destino de la amenazadora flota. Como sabían que el punto de reunión de la flota era un lugar denominado con una clave, y sospechaban que podía tratarse de Midway, emitieron un mensaje rutinario en el que se comunicaba que en Midway existía un problema de abastecimiento de agua. Poco después, descodificaron un mensaje japonés en el que se señalaba que en el lugar de destino había problemas con el agua, lo que suponía la confirmación de que el objetivo de la flota de Yamamoto era Midway.
Los norteamericanos pudieron así acudir rápidamente a defender las islas, y de paso urdir una trampa destinada a acabar con los portaaviones de la flota imperial. Cuando los aparatos nipones despegaron rumbo a Midway, los portaaviones quedaron desprotegidos; la aviación estadounidense aprovechó ese momento para atacarlos. Los aviones nipones se vieron en la disyuntiva de atacar las islas, proteger su flota o atacar los portaaviones enemigos. Yamamoto, sorprendido, se vio atrapado en una dinámica de órdenes y contraórdenes, según fuera el objetivo elegido, que provocaría a la postre la derrota de la flota nipona en la crucial batalla por el control del Pacífico, al perder cuatro portaaviones, por sólo uno de los norteamericanos.
El almirante Yamamoto era el mejor militar con que contaban los japoneses. La posibilidad de eliminarlo mereció prioridad absoluta en Washington. |
La capacidad para descifrar la clave Púrpura había sido, sin duda alguna, el factor clave para poder vencer a la flota de Yamamoto. Pero el almirante japonés volvería a sufrir casi un año después esa arma secreta de incalculable valor de que disfrutaban los norteamericanos.
En la mañana del 17 de abril de 1943, una estación de escucha emplazada en las islas Aleutianas interceptó un mensaje del acorazado Yamato destinado a la base de la marina nipona de la isla de Truk, en las Carolinas. Siguiendo el protocolo establecido, el mensaje fue retransmitido por teleimpresora a los servicios de inteligencia de la Marina en Washington para que fuera descodificado. En él se anunciaba que el almirante Yamamoto iba a realizar una gira de inspección por las bases japonesas de las islas Salomón desde el aeródromo de Rabaul, en la isla de Nueva Bretaña. Para sorpresa de los norteamericanos, en el mensaje se especificaban las horas de partida y llegada del avión, el plan de vuelo e incluso la composición de la escolta que iba a llevar.
Los descodificadores percibieron de inmediato la enorme relevancia del mensaje interceptado. Esa misma mañana, en cuanto el secretario de Marina Frank Knox tuvo conocimiento de la comunicación japonesa, convocó una reunión de urgencia para deliberar sobre la posibilidad de atacar el avión de Yamamoto. Sin embargo, la base norteamericana más cercana, situada en la isla de Guadalcanal, se hallaba a quinientos kilómetros de la ruta que iba a seguir el almirante; los únicos aviones con autonomía suficiente para cubrir esa distancia que estaban disponibles en ese momento en Guadalcanal eran los bimotores Lockheed P-38 Lightning de la 339ª Escuadrilla de Caza. El ingeniero de la Lockheed que asistió a la reunión confirmó que esos aparatos podrían llevar a cabo la misión, aunque para ello iba a ser necesario añadir unos depósitos de combustible suplementarios; el único problema era que en Guadalcanal no había existencias y que el lugar más próximo en el que habían depósitos de ese tipo era una lejana base australiana.
Pero existía un condicionante que no podía pasarse por alto; si se optaba por llevar a cabo la misión, se corría el riesgo de que los japoneses descubriesen que los servicios de inteligencia norteamericanos podían descifrar sus códigos navales. Si acababan cambiando su sistema de claves a consecuencia de la operación para eliminar a Yamamoto, los norteamericanos habrían renunciando a una ventaja que había sido decisiva en la batalla de Midway. Sin embargo, la posibilidad de asestar ese golpe a Japón, arrebatándole su cerebro militar más privilegiado, era demasiado sugestiva para dejarla pasar. Cuando se determinó que Yamamoto iba a quedar al alcance de los aviones estadounidenses, se consultó al presidente Roosevelt y al jefe de la Marina, el almirante Ernest King, para que fueran ellos los encargados de dar luz verde a la operación.
Pero esa decisión no podía ser tomada solamente en base a criterios técnicos y a la conveniencia de que el secreto norteamericano quedase al descubierto, sino que también había que sopesar los condicionantes éticos. Acabar con la vida del almirante japonés, ¿era una acción de guerra o un asesinato? Era dudoso que la operación, al centrarse en la eliminación de una persona determinada que en ese momento se hallaba en la retaguardia, formase parte de los usos y costumbres de la guerra. Además, se abría la puerta a que Japón emprendiese acciones selectivas del mismo tipo.
El debate planteaba muchas dudas, pero sería el almirante Chester Nimitz el que expondría el argumento definitivo a favor de lanzar la operación, al afirmar que Japón no tendría con quién reemplazar la falta de Yamamoto. Todos coincidieron en que el almirante nipón no tenía sustituto; según el razonamiento del resolutivo Nimitz, puesto que Yamamoto era vital para el enemigo, no había que dudar en eliminarlo.
Derribadas las últimas barreras morales, el presidente Roosevelt y el almirante King dieron finalmente la orden de poner en marcha el ataque. Había comenzado la denominada Operación Vengeance (‘Venganza’), un nombre que revelaba la intención de ajustar cuentas con el artífice del ataque a Pearl Harbor.
La víctima propiciatoria de ese plan que acababa de lanzarse desde Washington, el almirante Yamamoto, tenía entonces cincuenta y nueve años. Era un hombre fornido, de rostro de piedra, que transmitía determinación y seguridad en sí mismo. Por ironía del destino, Yamamoto era un gran admirador de Estados Unidos. Había sido un brillante alumno de la Universidad de Harvard. Tras finalizar en 1921 sus estudios universitarios, desempeñó un puesto de agregado naval en Washington, siendo apreciado por sus colegas norteamericanos. Hablaba inglés correctamente, era aficionado al béisbol e incluso le gustaba jugar al póquer.
Su perfecto conocimiento de la potencia industrial de los norteamericanos, y sus inagotables recursos, así como su mentalidad decidida le hicieron mostrarse contrario a emprender una guerra por el control del Pacífico, tal como defendían los círculos militaristas japoneses. Yamamoto consideraba que una guerra de desgaste contra el gigante estadounidense estaba abonada al fracaso; sus reticencias a lanzarse a una contienda de incierto resultado le hicieron granjearse las antipatías de los sectores más ferozmente militaristas, que más de una vez amenazaron con asesinarlo.
A pesar de todo, cuando se tomó la decisión de lanzarse a la guerra contra los norteamericanos, Yamamoto se puso al servicio de su país, dirigiendo la Marina nipona con sus innatas habilidades organizativas. Como impulsor de la aviación, ayudó a perfeccionar el caza Zero, y su confianza en el portaaviones transformaría por completo la guerra naval. También estableció la táctica a emplear por los submarinos, como arma de ataque a los navíos de combate enemigos en lugar de emplearlos en cortar las rutas de suministro hundiendo mercantes, tal como hacían los alemanes.
Yamamoto fue el encargado de fijar la estrategia nipona. Consciente de que sólo iba a ser posible derrotar a Estados Unidos en una guerra corta en la que el potencial militar con que contase en ese momento fuera rápidamente aplastado, ideó el ataque por sorpresa a Pearl Harbor. Con el éxito obtenido en ese raid contra la base en cuyas aguas se hallaba fondeada buena parte de la flota norteamericana en el Pacífico, Yamamoto se convirtió en héroe nacional.
La estrategia de Yamamoto tendría su continuación en el ataque a Midway, con el objetivo de forzar la resolución de la contienda. Aunque en esta ocasión fracasó, y su estrella se vio deslucida, su aportación seguía siendo fundamental para establecer el modo más inteligente de proseguir la guerra. Ahora, si Yamamoto era eliminado gracias a esa irrepetible oportunidad, no había duda de que la causa nipona iba a acusar seriamente el golpe.
UNA OPERACIÓN DE GRAN IMPORTANCIA
Tras el visto bueno del presidente Roosevelt, la operación para eliminar al almirante nipón se puso inmediatamente en marcha. Yamamoto iba a emprender ese viaje desde Rabaul a Bougainville a la mañana siguiente, por lo que había que actuar con mucha rapidez. El almirante viajaría a bordo de un bombardero Mitsubishi G4M, conocido como «Betty» en el código aliado y protegido por una escuadrilla de seis cazas Mitsubishi A6M, los míticos Zero. De inmediato se cursó un mensaje a la base aérea australiana para que se enviasen a Guadalcanal los depósitos de combustible suplementarios que requerían los Lightning.
Al mismo tiempo, en el aeródromo de Campo Henderson en Guadalcanal se recibía otro mensaje informando de la misión urgente que los hombres de la base tenían que llevar a cabo: «Yamamoto y su Estado Mayor llegarán a Bougainville por aire abril 18. La Escuadrilla 339.ª debe hacer máximo esfuerzo interceptar y destruir. El presidente concede suma importancia a esta operación», decía el despacho de manera telegráfica. El cable explicaba a continuación que Yamamoto y los suyos viajarían en dos bombarderos escoltados por seis Zeros y proporcionaba el itinerario detallado del vuelo. El mensaje acababa con la firma del remitente: «Frank Knox. Secretario de Marina».
Los hombres designados para tomar parte en la misión fueron llamados de inmediato al refugio de operaciones. Desde el primer momento, todos serían conscientes de la extraordinaria importancia de la operación. El jefe de la escuadrilla de combate 339.ª, el mayor John Mitchell, sería el encargado de dirigirla.
Con la participación de todos, se fue diseñando el plan. Yamamoto debía llegar a la gran pista de aterrizaje de Kahili, en Bougainville, a las 9.45 de la mañana siguiente. Se decidió finalmente interceptarlo en vuelo diez minutos antes, en un punto situado cincuenta y cinco kilómetros al norte. El riesgo que se corría era muy grande, ya que sólo contaban con dieciocho aviones para la operación, mientras que los japoneses disponían de más de un centenar en Kahili. Además, aun con los depósitos adicionales de gasolina que en esos momentos estaban siendo transportados urgentemente desde Australia, los aparatos no podrían llevar suficiente combustible para permanecer mucho tiempo sobre la zona del objetivo. Si se quería contar con alguna probabilidad de éxito, era necesario ejecutar la misión con precisión cronométrica.
Poco después, en una colina cubierta de hierba, cerca del aeródromo, el mayor Mitchell dio a sus hombres las últimas instrucciones. Despegarían a las 7.25. Habría dos escuadrillas; una, compuesta por catorce aviones, estaría dirigida por el propio Mitchell, y volaría a seis mil metros de altitud para hacer frente a los cazas japoneses que había en el aeródromo de Kahili. La otra escuadrilla, con cuatro aviones, estaría dirigida por el capitán Thomas Lanphier y volaría a tres mil metros para interceptar la formación de Yamamoto; fue bautizada con el expresivo nombre de «Sección de Exterminio».
Tras las indicaciones del mayor Mitchell, un oficial de espionaje del Ejército se dirigió a los participantes en la misión para recalcar la trascendencia de la operación que iban a emprender, insistiendo en que Yamamoto era muy importante para la Marina japonesa y que su pérdida iba a suponer un golpe gravísimo para el espíritu de combate del enemigo. El oficial les aseguró que, en base a las informaciones recogidas por el servicio secreto, el almirante nipón era extraordinariamente puntual, por lo que ellos también debían serlo si querían interceptarlo.
El domingo 18 de abril de 1943 amaneció claro y despejado, aunque la noche había sido muy húmeda. La pista de despegue consistía en una serie de parrillas de acero ensambladas, que en ese momento se hallaban embarradas. Los aparatos ya estaban listos para emprender el vuelo. Los depósitos suplementarios habían sido instalados durante la noche, después de que hubieran llegado desde Australia en las bodegas de cuatro bombarderos pesados B-24 Liberator. A las 7.25 comenzaron a rodar por la pista los aviones que tenían como objetivo derribar el aparato en el que viajaba el almirante Yamamoto.
Sin embargo, la operación no comenzó con los mejores augurios. A uno de los aviones del grupo de Lanphier se le reventó un neumático en la pista y no pudo despegar. Así, Mitchell asignó a ese grupo uno de que los que debía permanecer a seis mil metros. Otro aparato más, en este caso del grupo de Mitchell, tampoco pudo elevarse debido a un fallo mecánico. Por tanto, nada más comenzar la misión, ya se habían perdido dos aviones.
Sin que ese contratiempo afectase a la moral de la escuadrilla, los dieciséis Lightning pusieron proa al norte, describiendo un arco en zigzag en dirección a Kahili. Los aviones volaban casi a ras de las olas para evitar ser descubiertos por el radar enemigo y mantenían la radio en silencio. Tras casi dos horas de vuelo, divisaron las islas del Tesoro en el horizonte, al noroeste, y enseguida Bougainville, reconocible porque la selva llegaba hasta el borde del agua. Cuando cruzaron la línea de la costa, a las nueve y media de la mañana, el mayor Mitchell encabezó el ascenso de su escuadrilla hasta seis mil metros de altura y el otro grupo siguió hacia el nivel de tres mil metros.
Mientras los cuatro aparatos que debían derribar el avión de Yamamoto ascendían, se aproximaba la hora exacta a la que supuestamente debían encontrarse con él: las 9.35. Justo en el momento en el que los relojes señalaron esa hora, un piloto de la escuadrilla de Mitchell rompió el silencio, señalando la presencia de aviones enemigos. Yamamoto llegaba puntual a su cita con la muerte.
En la lejanía apareció una formación de puntos oscuros en forma de V. Cuando se fueron acercando pudieron identificarlos: eran dos bombarderos bimotores enemigos escoltados por seis Zeros. Los cuatro aviones del grupo de Lanphier se prepararon para atacar, soltando sus depósitos suplementarios de combustible, pero uno de ellos no lo logró. Su piloto comenzó a dar al avión fuertes sacudidas para provocar que se desprendiesen. Al no lograrlo, optó por alejarse siguiendo la línea de costa; su compañero de ala no tuvo otro remedio que retirarse con él. Por tanto, sólo quedaban dos aparatos para lograr abatir al avión de Yamamoto; el pilotado por Lanphier y el de su compañero de ala, el teniente Rex Barber.
Un cazabombardero Lockheed P-38 Lightning, el avión empleado para abatir el aparato en el que viajaba el almirante Yamamoto. |
Los dos Lightning estaban a un kilómetro y medio de la formación japonesa y acercándose velozmente, cuando unos Zeros salieron a su encuentro. El bombardero guía trataba de escapar lanzándose en picado hacia la selva, mientras el segundo se lanzó directamente sobre los aviones norteamericanos. Al arrojarse el avión de Lanphier contra el primero de los bombarderos, tres Zeros se le vinieron encima. Lanphier tiró de la palanca de mandos para encañonar con sus ametralladoras al primero de los Zeros, y estuvo a punto de chocar antes de que su ráfaga de ametralladora arrancara al avión nipón una de las alas. El Zero giró en el aire debajo del avión de Lanphier, envuelto en humo y llamas. En ese instante, en un ascenso casi vertical, el aparato norteamericano dio una vuelta de campana para buscar el bombardero guía que había perdido de vista durante el combate.
En ese momento el Lightning de Barber estaba envuelto en un feroz combate con unos Zeros, mientras que Lanphier era perseguido a su vez por otros dos cazas nipones. En mitad de la refriega aparecieron los dos bombarderos japoneses. Uno de esos «Bettys», el que correspondía a Yamamoto según el mensaje interceptado, recibió una larga y continua ráfaga de ametralladora en la cola; a consecuencia de los disparos, al aparato se le incendió el motor y el ala derecha, desprendiéndose esta, y acabó precipitándose en la selva. El otro bombardero también fue derribado por el fuego norteamericano, en este caso por uno de los aparatos de apoyo que volaban a seis mil metros, estrellándose en el mar.
Un bombardero japonés Mitsubishi G4M, similar al aparato en el que viajaba Yamamoto el día que fue interceptado. |
Había llegado el momento de alejarse de allí lo más pronto posible. Pero el Lightning de Lanphier continuaba siendo perseguido por los dos cazas; deslizándose en zigzag sobre la selva, trataba de escapar de ellos. Al no poder desembarazarse de sus perseguidores, optó por atravesar la bahía en línea recta y salir a mar abierto; una vez allí, Lanphier puso el aparato en ascenso veloz y poco a poco dejó atrás a los Zeros.
El vuelo de regreso fue dramático, ya que a algunos les había alcanzado el fuego enemigo y a todos les escaseaba el combustible. No obstante, uno tras otro fueron llegando sanos y salvos. Lanphier fue el último en aterrizar; cuando su aparato se detuvo, el depósito de combustible estaba prácticamente vacío. Nada más salir del avión, exultante y feliz, comenzó a decir a voz en grito que había conseguido derribar el avión de Yamamoto. Aviadores, mecánicos y soldados corrieron hacia él, abrazándole y felicitándole.
Para sorpresa de todos, Rex Barber interrumpió el efusivo recibimiento a Lanphier, que en ese momento iba en la parte trasera de un Jeep vociferando que había derribado a Yamamoto, para asegurar que era él quien había abatido el bombardero en el que volaba el almirante. El Jeep se detuvo y allí mismo se desató una tensa discusión entre los dos pilotos, en la que Lanphier llamó «maldito mentiroso» a su compañero. Pero al cabo de un rato la agria polémica se disolvería entre la euforia generalizada por haber logrado cumplir una misión que a priori se presentaba tan difícil.
Esa noche, en Campo Henderson, hubo cena especial para celebrar el éxito de la misión: carne asada, retoños de bambú y cerveza helada. Los aviadores recibieron un mensaje del jefe de las fuerzas navales norteamericanas en el Pacífico Sur, el almirante William Halsey: «Felicitaciones, comandante Mitchell y sus cazadores». Abundando en su símil cinegético, el almirante Halsey decía en su nota: «Parece que uno de los patos que han cazado era un pavo real».
Con el fin de que los japoneses no sospechasen que los norteamericanos habían conseguido romper su código, se publicó en la prensa la historia de que un civil de las Salomón había visto a Yamamoto subir al bombardero y que había conseguido radiar un mensaje informando del vuelo.
No sería hasta un mes después de su muerte que Tokio admitió por fin que Yamamoto había perecido en el ataque. Según dirían, el cadáver del almirante había sido encontrado en el interior del aparato agarrado a su bastón ceremonial. Sus cenizas fueron llevadas a la capital nipona, donde cientos de miles de japoneses asistieron al entierro oficial. Los pilotos de los Zeros encargados de proteger el avión de Yamamoto sobrevivieron al ataque, pero fueron castigados a volar en misiones de combate sin descanso por no haber sabido proteger la vida del almirante. Uno detrás de otro, todos fueron muriendo, excepto uno, Kenji Yanagiya, que perdió la mano en una de esas misiones y pudo así salvar la vida.
El piloto Thomas Lanphier, quien se atribuyó de inmediato el derribo del avión de Yamamoto. |
Fotografía autografiada del piloto Rex Barber, que mantendría con Lanphier una larga disputa sobre la autoría del famoso derribo. |
Japón había perdido a su gran comandante naval. Es muy posible que, de haber estado vivo, Yamamoto hubiera luchado por buscar una paz de compromiso una vez comprobado que la guerra corta y rápida que él propugnaba había fracasado. En cambio, Japón apostó por una guerra de desgaste en la que nunca hubiera podido imponerse a su poderoso enemigo, una decisión por la que acabaría pagando un precio altísimo.
Mientras duró la guerra, los norteamericanos no revelarían ningún detalle de lo sucedido aquel 18 de abril de 1943, para no poner en peligro el secreto que les estaba ayudando a conseguir la victoria en el Pacífico. Las comunicaciones niponas continuaron siendo interceptadas con éxito, alfombrando así el camino de la victoria final estadounidense.
Sólo después de la contienda se conocerían los pormenores de la Operación Vengeance, pero la cuestión más relevante, el dilucidar qué aviador fue el que derribó el aparato de Yamamoto, si Lanphier o Barber, siguió siendo una incógnita. Inicialmente, el derribo fue adjudicado a Lanphier pero, ante las reclamaciones de Barber, la Fuerza Aérea quiso resolver la disputa otorgando medio derribo a cada uno. No obstante, la controversia se extendería a lo largo de las décadas siguientes.
Lanphier fue el que se mostró más batallador en la defensa de la autoría del derribo. En marzo de 1967 publicó un artículo en la popular revista Reader’s Digest titulado «Yo derribé a Yamamoto», a pesar de que los datos que se iban conociendo apuntaban a que en realidad era Barber el que había abatido el aparato del militar nipón. El estudio de los restos del aparato contradecía la versión de Lanphier; este afirmaba que había recibido fuego de cola del «Betty», cuando aquel avión en concreto no llevaba ametralladora de cola, puesto que había sido extraída para ampliar el espacio de carga. Tampoco coincidía el hecho de que el ala que Lanphier dijo haber hecho saltar con sus disparos se encontrase junto a los restos del avión, puesto que si eso hubiera ocurrido en el aire, tal como dijo el piloto, la hubieran hallado más lejos. La versión de Lanphier contenía más incongruencias, como la del supuesto derribo de un Zero que nunca tuvo lugar, o su visión de Barber derribando al segundo bimotor, cuando se había demostrado que lo había abatido un aparato del grupo de apoyo.
El testimonio de Kenji Yanagiya, el único piloto de los Zeros que sobrevivió a la guerra, grabado en vídeo en 1985, sería determinante al establecer claramente que el avión pilotado por Lanphier no pudo derribar al de Yamamoto, ya que este hubiera tenido que efectuar un giro imposible de ciento ochenta grados para tenerlo en su línea de fuego. El diario del otro superviviente japonés del ataque, el almirante Matome Ugaki, que volaba a bordo del «Betty» que cayó al mar, coincidía punto por punto con la observación de Yanagiya. Pese a las abundantes pruebas que desmontaban la versión de Lanphier, la Fuerza Aérea prefirió no reabrir el caso y siguió otorgando medio derribo a cada uno de los pilotos.
Tras la muerte de Lanphier, en 1987, se organizó una campaña para reivindicar la concesión del derribo a Barber, recopilando las pruebas que demostraban su autoría y emprendiendo las acciones legales destinadas a que la Fuerza Aérea la reconociese. Desgraciadamente, Barber no viviría lo suficiente para disfrutar del resultado de esa campaña; en 2003, dos años después de su muerte, y en base a un pormenorizado estudio de las trayectorias de los disparos efectuados contra el avión de Yamamoto, se estableció oficialmente que él había sido quien había derribado el aparato del almirante nipón, por lo que le fue retirada la coautoría a Lanpher y se atribuyó en su totalidad a Rex Barber, haciéndose finalmente justicia.