Robert Shanley llevaba tres décadas siendo el constructor más importante del valle de Napa. Ya fuera una bodega, un colegio o un centro comercial, si se iba a construir en Napa había muchas posibilidades de que Construcciones Valley tuviera una intervención destacada de una u otra manera.
Para desgracia de Bob, ninguno de sus hijos estaba interesado en tomar las riendas de la empresa familiar, y en su lugar habían decidido ser propietarios de restaurantes, corredores de bolsa o profesores de instituto. Y esa fue la razón de que Bob llamara a su sobrino para ver si conocía a alguien que pudiera estar interesado en dirigir la empresa al cabo de un par de años, cuando él se jubilara.
No era la primera vez que Bob recurría a su sobrino en busca de asesoramiento. Jeff le había ayudado en algunas ocasiones anteriores, y lo cierto es que un año antes había asesorado al equipo directivo sobre un importante proyecto relacionado con el trabajo en equipo, que era uno de los valores de la empresa. Jeff había enfocado su gestión en crear equipos más eficaces en los niveles más altos de la compañía.
A Bob le había encantado el trabajo desarrollado por Jeff, y solía alardear de su sobrino durante las reuniones familiares, por lo general diciendo algo en el sentido de «este chico es mi mejor consejero». Sus primos le tomaban el pelo a Jeff, fingiendo estar resentidos por el favoritismo que le mostraba su padre.
Bob tenía a Jeff en tan alto concepto, que no albergaba la menor expectativa de que a su ambicioso sobrino del apasionante mundo de la alta tecnología pudiera llegar a interesarle alguna vez trabajar en la construcción. Y por eso se quedó tan sorprendido cuando Jeff le preguntó: «¿Te plantearías contratar a alguien sin ninguna experiencia en el sector? ¿A alguien como yo?»