Si alguien me pidiera que confeccionara una lista de las cualidades más valiosas que una persona debería perfeccionar para prosperar en el mundo laboral —y ya puestos, en la vida—, en primer lugar pondría la de ser un jugador de equipo. La capacidad para trabajar con los demás eficazmente, para enriquecer las dinámicas del esfuerzo de un grupo, es, en el cambiante mundo actual, más crucial que nunca. Sin ella, son pocas las personas que logran triunfar en el trabajo, en la familia o en cualquier contexto social.
Estoy seguro de que la mayoría de las personas coincidirían en esto, razón por la cual es un poco sorprendente que los grandes jugadores de equipo sean hasta cierto punto escasos. A mi modo de ver, el problema radica en que no hemos definido qué se requiere para ser un jugador de equipo, lo cual deja el concepto en el terreno de la vaguedad, e incluso de la indefinición.
Otro tanto sucede con el trabajo en equipo en sí, el cual es objeto de más palabrería que atención realista. En mi libro, Las cinco disfunciones de un equipo, explicaba que el verdadero trabajo en equipo exige unas conductas tangibles y específicas: confianza basada en la vulnerabilidad; conflicto saludable; compromiso activo; exigencia mutua de responsabilidades entre iguales, y atención a los resultados. Afortunadamente, con coaching, paciencia y tiempo suficientes, la mayoría de la gente es capaz de aprender a asumir estos conceptos.
Sin embargo, debo admitir que a algunas personas se les da mejor que a otras ser jugadores de equipo y asumir estas cinco conductas. No es algo innato en ellas, pero ya sea por sus experiencias vitales, su trayectoria laboral o por un verdadero compromiso con su desarrollo personal, llegan a poseer las tres virtudes básicas que les permiten ser jugadores ideales de equipo: humildad, hambre y empatía. Por sencillas que puedan antojarse estas palabras, ninguna de ellas es exactamente lo que parece. Llegar a comprender los matices de estas virtudes deviene esencial para aplicarlas con eficacia.
A lo largo de los últimos veinte años de trabajo con líderes y sus equipos, he visto una y otra vez que cuando un miembro de un equipo carece de una o más de estas tres virtudes el proceso de creación de un equipo cohesionado es mucho más difícil de lo que debería, y en algunos casos, imposible. En The Table Group llevamos utilizando este planteamiento para la contratación y la gestión desde nuestra fundación en 1997, y se ha revelado como un notable indicador del éxito, además de un intérprete fiable del fracaso. En consecuencia, hemos llegado a la conclusión de que estas tres cualidades aparentemente obvias son al trabajo en equipo lo que la velocidad, la fuerza y la coordinación son al atletismo: hacen que todo lo demás sea más fácil.
Las repercusiones de todo esto son innegables. Los líderes capaces de encontrar, contratar y formar empleados con humildad, hambre y empatía tendrán una notable ventaja sobre los que no lo consigan. Estos jefes podrán crear equipos más sólidos mucho más deprisa y con mucha menos dificultad, y reducirán notablemente los penosos costes tangibles asociados a las intrigas, las rotaciones y los problemas de moral. Y los empleados que puedan encarnar esas virtudes se harán más valiosos, y tendrán más posibilidades de conseguir empleo en cualquier organización que valore el trabajo en equipo.
El propósito de este pequeño libro es ayudarles a comprender cómo la escurridiza combinación de estos tres sencillos atributos puede acelerar el proceso de hacer realidad el trabajo en equipo en el seno de sus organizaciones o en sus vidas, de manera que puedan lograr realmente los extraordinarios beneficios que conlleva.
Confío en que les sea de utilidad.