Capítulo I
Del mismo modo que, en los relatos sobre los orígenes, el ser creador ha de otorgar nombre a las cosas, cualquier autor disfruta por un momento de un espejismo de poder cuando ha de definir aquello de lo que va hablar, aunque esa ilusión se torna en reto cuando se hace cargo de la dificultad de tal empresa. No resulta fácil de forma abrupta definir lo que son los juegos olímpicos, principalmente por su complejidad y carácter poliédrico. Sin embargo, aquí necesitaremos hacerlo con una finalidad procedimental, siguiendo los cánones clásicos de la academia en los que se indica que para hablar de un concepto es necesario definirlo. Si bien en este trabajo nos centraremos en un aspecto en particular, la relación entre los juegos olímpicos y los medios de comunicación, no resulta posible abordar específicamente este aspecto sin antes haber ahondado en su contexto, con la finalidad, o la ilusión epistemológica quizás, de acercarnos al objeto, de ofrecer una visión más exhaustiva de su complejidad.
Para empezar utilizaremos una definición basada en toda la documentación pública del COI: los juegos olímpicos son la competición deportiva internacional más importante y completa del mundo y, además, el acontecimiento global más importante de la actualidad. Los juegos olímpicos se celebran cada cuatro años, y se alternan los juegos de verano y los de invierno, lo que hace que cada dos años se celebren unos juegos olímpicos de verano o de invierno. Los primeros juegos olímpicos modernos se celebraron en Atenas en 1896 (los primeros juegos de la Olimpiada) y los primeros juegos olímpicos de invierno tuvieron lugar en Francia, en Chamonix, en 1924. Unos diez mil quinientos deportistas de más de doscientos países compiten en veintiocho deportes distintos en los juegos olímpicos de verano. Por su parte, los juegos olímpicos de invierno cuentan con siete deportes y la participación de más de dos mil quinientos atletas de aproximadamente ochenta países
Pero los juegos olímpicos no son solo una amalgama de competiciones deportivas concentradas en el tiempo y celebradas en un mismo lugar. Son mucho más que eso, son portadores de los llamados valores e ideales olímpicos de paz, respeto, esfuerzo y autosuperación que detallaremos con mayor profundidad. Indirectamente son portadores también de la cultura olímpica que hunde sus raíces en la Antigüedad clásica, de la que los actuales juegos son herederos. En ese sentido, los juegos olímpicos cuentan con toda una serie de elementos cualitativos como los mencionados que los dotan de una mayor trascendencia y un valor añadido mayor que cualesquiera de las competiciones deportivas aisladas y aquellas especializadas en determinados deportes existentes en la actualidad.
Pero siguiendo con la definición, los juegos olímpicos son un festival de la juventud, con los mejores jóvenes del planeta intentando mostrar su excelencia en los campos del deporte y los valores. Los juegos olímpicos son una celebración de lo mejor de la humanidad en un contexto de paz, respeto y amistad. Un ejemplo para todos los jóvenes del mundo.
El que fuera presidente del COI, Jacques Rogge, destacó que los actuales juegos olímpicos mantienen el espíritu y los valores de los primeros juegos olímpicos modernos, inspirados e impulsados por Pierre de Coubertin. Rogge subrayó su excepcionalidad: no son frecuentes y, por lo tanto, son relevantes. Al mismo tiempo, en los juegos olímpicos hay unidad de tiempo y acción, igual que en una tragedia griega: los mejores deportistas compiten juntos en los deportes más importantes a la vez, en solo una ciudad y durante dos semanas (Diettrich, 2004).
Para muchas ciudades, los juegos olímpicos constituyen una oportunidad única para situarse en el mapa de las ciudades más importantes del mundo o para renovar y retroalimentar su situación de liderazgo. Este fue el caso de Barcelona, una ciudad que no solo se benefició de los juegos olímpicos de 1992 para mejorar sus infraestructuras, crear nuevos barrios, transformar sus deterioradas zonas industriales o construir las principales rondas de circunvalación de tráfico de la ciudad (Ronda de Dalt y Ronda Litoral). Los juegos también permitieron a una ciudad como Barcelona que, como consecuencia de su crecimiento no planificado en su época industrial, vivía de espaldas al mar, lo recuperara para sus ciudadanos.
Por lo tanto, los juegos olímpicos son un elemento importante en ese proceso que es actualmente el llamado city branding, el proceso de construir una imagen internacional positiva de la ciudad que alimente, además, sus sectores productivos ligados al ocio, los congresos y las tecnologías de la información y comunicación. Es aquí donde el papel de los medios de comunicación es fundamental.
Tal y como veremos más adelante, desde mediados de los sesenta, la introducción del satélite permitió ofrecer imágenes en directo de las ceremonias de apertura y clausura y una parte importante de las competiciones de los juegos olímpicos. Eso convirtió en global lo que era un acontecimiento local, y llevó las imágenes del esfuerzo y la emoción por la incertidumbre del resultado a los hogares de todo el mundo. En este sentido, la colaboración o la relación simbiótica entre la arquitectura y los medios, principalmente los audiovisuales, fue crucial para crear esa imagen positiva de la ciudad que los expertos llaman city branding (Zhang y Zhao, 2009).
Pero ¿qué hace distinto a los juegos olímpicos de otras competiciones deportivas? Los juegos olímpicos ofrecen una filosofía y una serie de ideales que les dotan de un valor añadido. Estos valores y filosofía aportan trascendencia, gravedad al olimpismo en un mundo moderno en el que no abundan este tipo de manifestaciones. Los juegos representan la aspiración de mejorar el mundo a través del deporte.
En este apartado y en el siguiente nos centraremos en presentar los organismos que articulan las políticas de los juegos olímpicos, los actores que constituyen el movimiento olímpico y la carta magna del olimpismo, su norma suprema, la Carta Olímpica.
El COI es la autoridad suprema y el propietario de los juegos olímpicos que se celebran en una ciudad diferente cada cuatro años. El COI fue creado por Pierre de Coubertin y el resto de participantes en el Primer Congreso Internacional de Atletismo, que tuvo lugar en París en 1894.
Según la norma 15 de la Carta Olímpica, «el COI es una organización internacional no gubernamental sin fines lucrativos, de duración ilimitada, constituida como asociación dotada de personalidad jurídica, reconocida por el Consejo Federal Suizo, en virtud de un acuerdo fechado el 1 de noviembre de 2000» (COI, 2015: 33).
En la actualidad –a principios de 2016–, el COI está formado por 92 miembros, 36 miembros honoríficos y 1 miembro de honor (COI, 2016). Los miembros del COI, personas físicas, son los representantes del COI en sus respectivos países y no los delegados de sus países en el COI, tal y como se expresa en la norma 16 de la Carta Olímpica: «Los miembros del COI representan y apoyan los intereses del COI y del Movimiento Olímpico en sus países y en las organizaciones del Movimiento Olímpico a las que sirven» (COI, 2015: 39). Este método de representación es totalmente distinto a otros organismos deportivos internacionales. En las federaciones internacionales, por ejemplo, los miembros representan a sus respectivos países. En este sentido, los miembros del COI son muchos menos que los 206 comités olímpicos nacionales que hay actualmente, por lo tanto, no todos los países cuentan con un representante en el COI, ni tampoco esta es la finalidad de ese modo de representación del movimiento olímpico. Por su parte, los miembros del COI eligen al que será el presidente del comité durante ocho años, prorrogable por cuatro años más.
Tras la elección de la ciudad que organizará los juegos olímpicos se constituyen los comités organizadores de los juegos olímpicos, que, según Chappelet y Kübler-Mabbott (2010), no son organizaciones permanentes. Duran el tiempo necesario para organizar y cerrar dicha organización de los juegos, un periodo de unos diez años. El comité organizador suele estar formado por representantes de las Administraciones públicas (ayuntamientos, Gobiernos regionales y nacionales) y el comité olímpico nacional de cada país organizador. Se constituye en los meses siguientes a la designación de la ciudad sede de los juegos. El comité organizador de los juegos olímpicos administra una parte de los ingresos provenientes de los derechos de televisión y de los programas de patrocinio global y una parte del programa de patrocinio nacional.
En segundo lugar, tenemos que tener en cuenta a las federaciones internacionales olímpicas, que gobiernan sus respectivos deportes y disciplinas a escala mundial. Algunas son federaciones de los deportes que están presentes en los juegos. Otras federaciones, a pesar de no estar relacionadas con deportes presentes en los juegos de verano o de invierno, están reconocidas por el COI. Un tercer tipo de federación deportiva es aquella que no está reconocida por el COI. Las federaciones internacionales olímpicas reciben una parte del dinero proveniente de los derechos de televisión y de los programas de Socios Patrocinadores Olímpicos (Chappelet y Kübler-Mabbott, 2010).
Finalmente, los comités olímpicos nacionales son los representantes en cada territorio del COI. Sin embargo, debido a que el COI no es una confederación de los comités olímpicos nacionales, son independientes del COI. El COI los reconoce como las únicas entidades con derecho a clasificar deportistas de su territorio para participar en los juegos. Reciben parte de los ingresos por derechos de televisión y del Programa de Socios Patrocinadores Olímpicos (Chappelet y Kübler-Mabbott, 2010).
Estos son los clásicos componentes de la familia olímpica, los históricos. En los últimos años, se han incorporado una serie de nuevos actores: patrocinadores nacionales e internacionales, propietarios de derechos de televisión, ligas o equipos profesionales, como la Asociación de Tenistas Profesionales, entre otros.
Todas las organizaciones sociales, incluidas las deportivas, necesitan regular sus actividades con normas. La norma de los juegos olímpicos es la llamada Carta Olímpica, la constitución de la familia olímpica. La Carta Olímpica organiza su vida social y política, dota a la organización de seguridad jurídica, recoge los fines fundacionales de la organización y contribuye a ser guía de los pasos que se deben seguir en la resolución de conflictos dentro de la propia organización. La Carta Olímpica se modifica periódicamente para adaptarse a los nuevos tiempos.
Según Alexandre Mestre (2009), la Carta Olímpica tiene cuatro propósitos principales:
1) Es un documento que funciona como una constitución para el COI. Evoca la cultura, los valores y la filosofía del olimpismo, que son los principios fundamentales y los valores olímpicos.
2) Define los estatutos del COI.
3) Presenta los derechos y obligaciones de los principales actores de la familia olímpica.
4) Sienta las bases para la protección de la llamada marca olímpica. La protección de la marca olímpica es la garantía de preservación de la capacidad del COI para autofinanciarse y para transmitir esa capacidad de generar ingresos a sus socios, a las televisiones que retransmiten los juegos olímpicos o a sus patrocinadores, que analizaremos en profundidad más adelante.
Según Mestre (2009), la Carta Olímpica abarca poderes ejecutivos, legislativos y judiciales. En lo que concierne a poderes ejecutivos, lo más destacado es el procedimiento para nombrar a una ciudad como sede de los juegos (COI, 2015: 72). En lo que concierne a poderes legislativos, nos referimos al poder de modificar la Carta Olímpica, como se especifica en la norma 18.3 (COI, 2015: 44 y ss.).
Finalmente, la Carta Olímpica personifica los poderes judiciales, como se muestra claramente en la norma 59, en la sección «Medidas y sanciones», que confiere los poderes a los cuerpos del COI (la Sesión y el Consejo Ejecutivo) y a la Comisión Disciplinaria, en la que el Consejo Ejecutivo puede delegar poderes para sancionar las infracciones a la Carta Olímpica, al Código Mundial Antidopaje o a cualquier otra regulación, si fuera el caso (Mestre, 2009).
La consciencia explícita de la importancia de los medios de comunicación en la diseminación de los juegos se presentaba ya en la Carta Olímpica de 1930 en la que se señalaba textualmente:
«La toma de fotografías e imágenes cinematográficas. El Comité Organizador debe establecer los acuerdos necesarios para dejar constancia de los Juegos a través de la fotografía y de imágenes en movimiento, pero debe organizarlo de modo que no interfiera en el desarrollo de los Juegos» (COI, 1930: 30).
Esto sucedió mucho antes de que los medios audiovisuales se convirtieran en el método de difusión internacional clave de los juegos olímpicos. Actualmente, como ya se ha mencionado, los medios audiovisuales, principalmente la televisión, son actores fundamentales para la difusión mundial de los juegos y sus ideales. El COI es el propietario de los juegos olímpicos y controla cómo, cuándo, dónde y a través de qué medios se emiten. Esto es lo que precisamente podemos leer en la Carta Olímpica:
«Los Juegos Olímpicos son propiedad exclusiva del COI, que es titular de todos los derechos y datos relacionados con ellos, concretamente y sin restricción alguna, de todos los derechos relativos a su organización, explotación, retransmisión, grabación, representación, reproducción, acceso y difusión por todos los medios y mecanismos existentes o futuros» (COI, 2015: 24).
En materia de cobertura por parte de los medios de los juegos olímpicos, la norma 48 establece los criterios para la cobertura mediática de los juegos con la finalidad de llegar a la máxima audiencia posible y destaca la autoridad suprema del COI en lo concerniente a la cobertura mediática de los juegos. Este artículo continúa señalando que todos los que tengan acreditación como periodistas pueden actuar como tales. Los deportistas, entrenadores y otros no acreditados como informadores no pueden actuar como periodistas durante los juegos. Por otra parte, el Consejo Ejecutivo establece todas las regulaciones y requisitos técnicos relacionados con la cobertura mediática de los juegos. También destaca que la cobertura mediática debería difundir y promover los principios y valores del olimpismo.
Como ya se ha señalado, los juegos olímpicos modernos fueron instituidos por el francés Pierre de Coubertin y los asistentes al I Congreso Olímpico celebrado en París en junio de 1894. Quizás, la necesidad de recuperar los juegos olímpicos estaba escrita en el espíritu del tiempo, en el Zeitgeist de la Europa del último cuarto del siglo XIX. El viejo continente nunca había olvidado la magnificencia de los juegos olímpicos de la Antigüedad. Por lo menos, desde el siglo XVII se organizaron en distintos países festivales que rememoraban los juegos olímpicos. Sin embargo, la inmensa mayoría de estos intentos de recuperación se desarrollaron a escala local, regional o nacional. A finales del siglo XIX, no obstante, ya existía la suficiente madurez para que se iniciase el proyecto de unos juegos a escala internacional: apareció la figura de Pierre de Coubertin, el fundador de los juegos olímpicos modernos, creador de una serie de principios fundamentales alrededor de los que gira el movimiento olímpico. En este contexto, la aparición de los medios de transporte y comunicación modernos, las exposiciones internacionales y el internacionalismo como idea configuraron un mundo con un clima cultural positivo hacia unos juegos globales. El mundo se fue interconectando progresivamente durante las últimas décadas del siglo XIX.
El francés Pierre de Coubertin ha entrado en la historia como la persona clave en la recuperación de los juegos olímpicos. De Coubertin fue el impulsor de los juegos olímpicos modernos y el padre de la filosofía sobre la que descansa el llamado olimpismo. El concepto de olimpismo, que según Müller fue acuñado por De Coubertin en 1910, implicaba «la actitud moral de un individuo y, por lo tanto, también la actitud de toda la humanidad» (Müller, 2000: 43). En este sentido, De Coubertin pretendía dotar de solemnidad y trascendencia a sus ideas e «introdujo las metas religiosas de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad en una versión moderna sin cambiar el sentido espiritual de los Juegos». (Müller, 2000: 44). Lenk (2016: 17) reproduce las palabras de De Coubertin en 1935 en las que se hace hincapié en la presencia de este elemento religioso: «La principal característica del Olimpismo de la Antigüedad, así como el moderno, es que forma una religión, la Religio Athletae» (Lenk, 2016:17). En su gusto por el registro metafórico, el filósofo alemán Peter Sloterdijk (2010) sitúa a los deportistas como sacerdotes en esta vertiente religiosa del olimpismo que, aunque inspirada en los antiguos juegos, se aleja de los fundamentos y las prácticas religiosas intrínsecas a los juegos olímpicos de la Antigüedad:
«De Coubertin crea una nueva religión de pleno valor […] su punto de partida era la moderna religión del arte, de tipo Wagneriano, que habría sido proyectada como una acción sagrada de reconciliación de la desgarrada “sociedad” moderna. Y dado que en toda religión completa hay, además de un dogma y de un ritual, un clero ordenado, éste tomó cuerpo en los propios deportistas. Los deportistas eran quienes debían dispensar a la apartada multitud los sacramentos musculares» (Sloterdijk, 2013: 125).
Según recoge Durántez (2015) para su fundador Pierre de Coubertin «el olimpismo […] no es un sistema, sino un estado de espíritu imbuido de un doble culto, el del esfuerzo y el de la euritmia. La pasión por el exceso y la medida combinados». Para el propio Durántez (2015: 13), con una visión que trata de sintetizar diversos acercamientos al concepto del olimpismo, estamos ante «una filosofía de vida, que utiliza al deporte como correa transmisora de sus principios fundamentales formativos, pacifistas, democráticos humanitarios, culturales y ecologistas» (Durántez, 2015: 1).
Sin embargo, una visión sintética, clara y actual del concepto de olimpismo hemos de encontrarla en los principios del movimiento olímpico, establecidos en la Carta Olímpica:
«El Olimpismo es una filosofía de la vida, que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Al asociar el deporte con la cultura y la formación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales […]. El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre [sic.], con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana» (COI, 2015: 13).
De Coubertin nació el 1 de enero de 1863, en el seno de una familia aristocrática. Hace sus primeros estudios en un colegio de jesuitas y, más adelante, después de dos meses, deja la academia militar. Tras este abandono, asiste a la Ecole Supérieure des Sciencies Politiques. Esta escuela, que usaba sistemas modernos de enseñanza y aprendizaje, fortaleció el interés de Pierre de Coubertin por la cultura anglosajona. Según Loland (2010), «sus experiencias con el sistema escolar le llevaron a la profunda convicción de la necesidad de una reforma en la educación francesa» (Loland, 2010: 70). Esta primera visión será determinante en la generación del papel clave que la educación tiene en el olimpismo.
Otro hecho de no poca influencia en el periodo de formación del joven De Coubertin es la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana. Una de las creencias del joven, que más tarde sería padre del olimpismo moderno, fue que la culpa de esta derrota francesa radicó en la mejor preparación física del ejército prusiano. Esto reforzó su idea de que la educación holística del individuo, con una integración de la educación física como una disciplina más, debía tener un papel clave en la política de los Gobiernos. En un mundo en constante transformación, la educación daba a los individuos la capacidad de adaptarse al nuevo entorno.
De Coubertin consideraba que hacía falta reformar la educación francesa. Entre 1883 y 1887 visitó en el Reino Unido distintos centros de educación superior. Más adelante, en 1889 viajó a los Estados Unidos para estudiar en profundidad algunas de sus instituciones educativas más prestigiosas, entre ellas Harvard o Princeton, como parte de un encargo oficial del Ministerio de Instrucción Pública de Francia.
Pierre de Coubertin fue un escritor muy prolífico. En sus 74 años de vida escribió 34 libros y 11.000 artículos. Desarrolló, así, una labor pedagógica muy extensa que evolucionó en algunos aspectos con el tiempo, pero cuya esencia se mantuvo desde los primeros años del movimiento olímpico.
De Coubertin fue el presidente del COI que más tiempo estuvo en el cargo. Fue presidente desde 1896, después de los juegos de Atenas, hasta 1925, después del Congreso Olímpico de Praga.
Como señala Norbert Müller (2000: 48), durante el discurso público más importante en sus últimos años de vida, Pierre de Coubertin destacó las ideas nucleares del olimpismo. Este discurso fue emitido por radio en 1935 y se puede resumir en estas tres máximas:
1) Celebrar los juegos olímpicos significa evocar la historia.
2) El olimpismo no es un sistema, sino una postura intelectual ético-moral.
3) Mi creencia inquebrantable en la juventud y en el futuro ha sido y será el principio inspirador de mi trabajo.
De Coubertin murió el 2 de septiembre de 1937. Siguiendo su voluntad, su corazón fue enterrado en Olimpia en una estela de mármol que se levantó el 26 de marzo de 1938 para conmemorar la restauración de los juegos olímpicos.
Aunque De Coubertin fue un escritor muy prolífico, su pensamiento no es una filosofía sistemática, sino que está constituido por una serie de ideas que evolucionaron con el tiempo, pero que mantuvieron su esencia. Según Dikaia Chatziefstathiou e Ian Henry (2012), el olimpismo creado por De Coubertin era una mezcla de filohelenismo, «los antiguos valores de cuerpo, mente y espíritu y la educación física inglesa, que había estado relacionada con la supremacía del Imperio Británico en el siglo XIX» (Chatziefstathiou y Henry, 2012: 92). Para Lolam (2010):
«Podemos caracterizar al Olimpismo como un humanismo de los músculos secular vitalista. Pese a que de Coubertin no fue un intelectual original, que apenas se acercó a las obras de Nietzsche o Bergson, la ideología oficial del Movimiento Olímpico, el Olimpismo, es quizás la versión de la idea de unidad del humanismo que ha tenido el mayor impacto en las vidas de la gente corriente en el siglo XX» (Loland, 2010: 76).
En un reciente trabajo, Patrick Clastres (2015) ofrece una visión más compleja y actualizada del pensamiento de Pierre de Coubertin que, según él mismo, está lleno de matices. Para este autor, Coubertin es más un «liberal pacifista» y humanista desde los cánones del Renacimiento que «un revolucionario internacionalista». Es un moderno católico que dudaba sobre sus creencias y no podía ocultar su carácter elitista, «forzado a aceptar la democracia y el concepto de deporte para todos, como un reformista social, pero de un modo conservador» (Clastres, 2015: 50-51).
Por lo tanto, en resumen, la cultura de la paz en la que la educación tiene un papel crucial, el internacionalismo, la influencia de la cultura clásica de Grecia o los sistemas educativos de los Estados Unidos e Inglaterra fueron elementos que determinaron la cosmovisión de Pierre de Coubertin y que darían luz a la recuperación de los juegos olímpicos. Sin embargo, si lo examinamos desde el pensamiento democrático actual, el acercamiento a De Coubertin podría resultar elitista, ya que proyecta una idea de la práctica deportiva conservadora y ligada a viejos criterios de caballerosidad masculina. También hay que situar en el contexto de su época su idea de que los juegos no están pensados para las mujeres, sino que éstas deben practicar deportes en la relativa privacidad de los gimnasios.
Nuestra intención está lejos de querer desprestigiar el papel decisivo de Pierre de Coubertin en la recuperación de los juegos olímpicos. Sin embargo, para hacer honor a la justicia es necesario señalar que fueron muchas las personas de distintos países que organizaron festivales y competiciones por todo el mundo en la segunda mitad del siglo XIX que conectaban claramente con la tradición de los juegos olímpicos de la Antigüedad.
La influencia clásica se mantuvo viva durante los siglos XVIII y XIX en Europa occidental. De hecho, nadie había olvidado los juegos olímpicos en el viejo continente. En lengua castellana el término deporte se introduce en la Edad Media. Según Bueno (2014: 59), viene del término deportare, que «está semánticamente vinculado a la idea de libertad». Siguiendo al catedrático de la Universidad de Oviedo, en la época moderna los humanistas reivindican «la importancia de los ejercicios corporales como expresión –acaso frente a los musulmanes– del poder humano […]. Los humanistas del Renacimiento reivindican la necesidad de tener en cuenta el vigor del cuerpo» (Bueno, 2014: 59-60).
Desde los comienzos de la Edad Moderna hasta mediados del siglo XIX se celebraron muchos festivales que intentaron conmemorar esta tradición clásica en diferentes partes de Europa, como Alemania, Francia (durante la Revolución francesa), Suecia o Hungría, así como en el Reino Unido. Ya en las primeras décadas del siglo XIX, Francia, Inglaterra y Alemania miraron a la nueva Grecia con emoción y admiración por su pasado, esplendor y brillantez cultural.
Para Ellul (1964) el renacimiento de la fiebre por el deporte va intrínsecamente unido a la industrialización, porque representa la reacción contra la vida industrial, y es el deporte «un factor esencial en la creación del hombre de masas» (Ellul, 1964: 383). Mientras que, para los griegos, «el ejercicio físico fue una ética para el desarrollo libre y armonioso, la forma y fortaleza del cuerpo humano», para los romanos fue «una técnica para el incremento de la eficiencia de las legiones que prevalece hoy» (Ellul, 1964: 382-383). Esta visión más conectada con la Antigua Roma busca una perfección mecánica de la actividad, lo que se acompaña también de una mecanización de los objetos relacionados con el deporte, como, por ejemplo, los cronómetros y, sobre todo, el principio de búsqueda del récord, con lo que vemos en el deporte claramente elementos de la vida industrial. De este modo, «el ser humano se convierte en un tipo de máquina y su actividad controlada por máquinas deviene en una técnica […] desaparecen improvisación y espontaneidad» (Ellul, 1964: 383).
Benjamin (2013) mantiene una visión similar. Tras señalar en su célebre La obra de arte en la época de su reproducción mecánica que esta nueva era de los medios de la fotografía y el cine había separado al arte de su fundamento ritual, critica la nueva visión del deporte:
«El fundamento del deporte descansa sobre su sistema de prescripciones, que, en última instancia, conducen a mediar las modalidades de los comportamientos humanos por medio de criterios físicos elementales: la medida en segundos y en centímetros. Esas medidas establecen la marca. La antigua forma agonal desaparece a ojos vistas del ejercicio moderno del deporte» (Benjamin, 2013: 111).
Gustavo Bueno (2014) explica desde su propio paradigma filosófico, llamado materialismo filosófico, las razones del surgimiento de los juegos olímpicos modernos: «El desarrollo de la sociedad industrial, y el agraviamiento del deterioro físico muscular de los nuevos trabajadores de las minas o de los talleres, hará necesario reivindicar el control sobre los cuerpos». Esta recuperación «ya no sólo será explicable desde premisas teológicas (desde Dios), sino desde perspectivas humanistas (desde el Hombre) y no sólo grupales, sino, imprescindiblemente también individuales, porque los músculos están implantados en los individuos y no en el grupo social» (Bueno, 2014: 60 y 64).
Pero, tras estas digresiones sobre la naturaleza del deporte moderno, volvamos a la segunda mitad del siglo XIX. Según el historiador David Young (2010), la iniciativa primera de recuperar los juegos olímpicos de la Antigüedad fue idea del expatriado poeta griego Panagiotis Soutsos. Después de su independencia, el joven Estado griego necesitó apelar a la gloria del periodo clásico, crear una narrativa que le confiriese solidez como Estado moderno y el recurso más sólido, tanto ahora como en el siglo XIX, ha sido el de buscar una conexión entre el pasado y presente. Los juegos olímpicos eran, sin lugar a dudas, uno de esos elementos culturales de la Antigüedad que ennoblecían la cultura clásica griega. En este contexto, el poeta Panagiotis Soutsos propuso en 1835 recuperar los juegos olímpicos de la Antigüedad como emblema de la independencia recién conquistada (Young, 2010). Poco después, un hombre acaudalado de origen griego, Evangelis Zappas, tomó la idea de Soutsos y, con la autorización del Gobierno griego, él mismo financió el proyecto. Así pues, se anunciaron para 1859 los primeros juegos olímpicos en la moderna Atenas.
Según Young (2010), los planes de Atenas llegaron a oídos de un médico inglés llamado W. P. Brookes, que decidió organizar una competición similar en la localidad inglesa de Wenlock. De hecho, inauguró lo que llamó los juegos olímpicos de Wenlock, que tendrían lugar anualmente, y se comenzaron a celebrar antes de los juegos de Atenas de 1859. Según Georgiadis (2003), los primeros juegos de Wenlock tuvieron lugar el 22 y el 23 de octubre de 1850 y el programa incluía competiciones de fútbol y críquet, salto de altura y de longitud, una carrera de velocidad para niños de menos de siete años, otra para niños de entre siete y catorce años y una carrera de 50 yardas de obstáculos y lanzamiento de aros.
Por su parte, los primeros juegos griegos modernos se celebraron sin demasiado éxito, Zappas falleció y dejó toda su fortuna al Estado griego para promover los juegos olímpicos. Tras la muerte de Zappas se estableció un clima de colaboración entre Brookes y los juegos griegos. De hecho, se organizaron varias ediciones de estos juegos (1870, 1875, 1888) tras el ya citado fallecimiento de su promotor. Aunque Brookes intentó expandir su idea y organizó los juegos de Londres en 1866, propuso también crear unos juegos olímpicos internacionales que se celebrarían en Atenas.
Siempre según Young, durante su viaje a Inglaterra, Pierre de Coubertin visitó a Brookes y supo de sus planes de organizar unos juegos internacionales en Atenas. Siguiendo a este historiador, De Coubertin conocía en detalle los planes de Brookes, pero alteró la verdad diciendo que había concebido la idea de los juegos por sí solo, y se aseguró así su sitio en la historia a expensas de Brookes y los griegos. Por lo tanto, De Coubertin tomó ideas de otros y deliberadamente rechazó darles el reconocimiento adecuado (Young, 2010). En noviembre de 1892, en la Sorbona, durante el quinto aniversario de la celebración de la creación de la Unión de Sociedades Francesas de Deportes Atléticos, Pierre de Coubertin expresó sus ideas preliminares para la recuperación de los juegos olímpicos (Georgiadis, 2003).
La historia oficial del olimpismo moderno comienza el 16 de junio de 1894 en el Congreso Internacional para el Restablecimiento de los Juegos Olímpicos, que tuvo lugar en la Universidad de la Sorbona de París. Asistieron, entre otros, 78 representantes de 37 federaciones deportivas, ello sin contar los 10 miembros del comité organizador (Georgiadis, 2003). Siguiendo a este autor, 58 de los asistentes eran franceses y solo 20 venían de otros países, en concreto de Bélgica, Inglaterra, Grecia, Italia, Rusia, España, Suiza, Estados Unidos, Austro-Hungría y Bohemia. Entre todos ellos constituyeron el COI y decidieron que los primeros juegos olímpicos tendrían lugar en Atenas dos años después, en 1896. El promotor del congreso fue el francés Pierre de Coubertin.
Los juegos olímpicos podían ser una contribución vital a la paz entre las naciones. Esta era una de las ideas principales que el pedagogo francés presentó. Por su parte, el congreso se estructuró alrededor de dos temas principales: la cuestión del amateurismo y la recuperación de los juegos olímpicos de la Antigüedad.
La comisión se dedicó a tratar la recuperación de los juegos olímpicos y así lo acordó después de tres reuniones. Las decisiones que se tomaron se resumen en los siguientes puntos (Georgiadis, 2003; Müller, 1994):
1) Solo se permitiría participar a amateurs, con la excepción de la esgrima.
2) El COI sería responsable de la organización de los juegos, la inclusión y exclusión de deportistas y haría todos los esfuerzos posibles para generar apoyo público de los Gobiernos.
3) Se deberían celebrar competiciones de los siguientes deportes: atletismo, diferentes deportes de balón, patinaje sobre hielo, esgrima, boxeo, lucha libre, equitación, tiro, gimnasia, ciclismo, una competición combinada llamada pentatlón... Con motivo de los juegos olímpicos se daría un premio de alpinismo en honor al mayor logro de los anteriores cuatro años.
4) Los primeros juegos olímpicos se celebrarían en Atenas en 1896 y los segundos en París en 1900. Por lo tanto, serían cada cuatro años.
De Coubertin fue un hombre de gran talento para las relaciones públicas, con muy buenos contactos en los periódicos parisinos. Originalmente, De Coubertin había planeado que los primeros juegos olímpicos fueran en 1900 en París. Sin embargo, los delegados consideraron que seis años eran demasiado tiempo de espera (Müller, 2011). Dimitrios Vikelas, representante de Grecia, ofreció Atenas para albergar los juegos en 1896, mientras que Londres y Budapest eran otras de las opciones. Ante las divergencias con respecto a la sede, Pierre de Coubertin propuso posponer la decisión del lugar de celebración a una votación el 23 de junio, último día del congreso olímpico (Georgiadis, 2003). Finalmente, Atenas se llevó la organización de los primeros juegos. El primer presidente del Comité Internacional para los Juegos Olímpicos, el actual COI, sería el griego Dimitrios Vikelas, según una resolución que especificaba que el presidente debería ser del país anfitrión de los siguientes juegos olímpicos.
Por lo tanto, en cierto modo estaba escrito en el espíritu del tiempo que se recuperarían los juegos olímpicos. Muchos lo intentaron antes que Pierre de Coubertin. Según algunos autores, es Le Baron quien intentó eliminar la contribución de otros en la recuperación de los juegos (Young, 2010). Sin embargo, nadie puede negar el papel decisivo de Pierre de Coubertin en la creación de un movimiento olímpico moderno en conexión con la Antigüedad, su labor pedagógica y la iniciativa del congreso en la Universidad de la Sorbona, lo que constituye un movimiento verdaderamente internacional con una combinación perfecta entre la cultura humanística, lo espiritual, lo idealista y lo práctico. De Coubertin fue el único capaz de dar a los juegos olímpicos una dimensión global, de proveerles no solo de una naturaleza deportiva, sino también cultural y artística. Sus grandes dotes en las relaciones públicas y en el conocimiento de cómo los medios coadyuvan a la construcción de la realidad le permitieron transmitir la idea olímpica a través de los periódicos de su época. Creó un pensamiento que dura hasta nuestros días.
En las distintas épocas de la existencia humana, existe un clima cultural, un Zeitgeist, el espíritu del tiempo, que influye las creaciones humanas de ese momento. Esta idea, muy popular y que se le atribuye erróneamente a Hegel, está vinculada a un concepto clave en la historia de la filosofía como es el de los universales o arquetipos. Cada época está marcada por distintos arquetipos que se repiten a lo largo del tiempo de modo que diferentes épocas históricas pueden responder a un mismo arquetipo o Zeitgeist. Así, según la visión de Walter Benjamin (recogida en Peters, 2014) el tiempo histórico es un «eterno presente […] el presente se hace inteligible en tanto que está alineado con un momento pasado con el cual tiene una afinidad secreta. Hay simultaneidad no sólo a través del espacio, también a través del tiempo. La República Romana y la Revolución Francesa, aunque a casi dos milenios de distancia, se encuentran más estrechamente vinculadas entre sí que 1788 y 1789» (Peters, 2014: 19).
Los últimos años del siglo XIX, momento en el que nace el movimiento olímpico, es un periodo temporal de grandes cambios tecnológicos, comunicativos, intelectuales y sociales. Es un momento de gran creatividad y despertar cultural. El hecho de que la recuperación de los juegos olímpicos ocurriera en ese tiempo de la historia explica la razón por la que se consolidaron durante el siglo XX: sin duda, la interacción de distintas fuerzas, ya desde un principio, permitieron la estabilidad y la consolidación de los juegos olímpicos como acontecimiento y fenómeno cultural. En otras palabras, es muy probable que, si se hubieran recuperado los juegos olímpicos años antes, no se hubieran consolidado. Fue la combinación de muchos factores lo que ayudó al éxito de los juegos. Mencionaremos una serie de cambios, descubrimientos y avances de distintos tipos que ocurrieron durante los años previos a los primeros juegos olímpicos modernos y que contribuyeron a su exitosa proyección en el tiempo.
En primer lugar, los nuevos medios de transporte, trenes, barcos más rápidos (barcos de vapor), combinados con nuevos métodos de comunicación global (primero el telégrafo y después el teléfono), hicieron encogerse al mundo, limaron las distancias. Para Virilio, siguiendo a Mattelart (1993), «el modelo ferroviario es, por encima de todo, un modelo de administración del tiempo» (Mattelart, 1993: 40). Los últimos años del siglo XIX se caracterizaron por las ideas de progreso y estrechamiento del mundo. No muchos años antes, en 1873, Julio Verne publicó La vuelta al mundo en 80 días. Las nuevas redes de comunicación (transporte y telecomunicaciones) se concibieron como enlaces universales.
En segundo lugar, había un creciente interés en las exposiciones internacionales y fue la III República francesa la responsable de algunas de las más importantes de la segunda mitad del siglo XIX, que tuvieron lugar en París en 1855, 1867, 1878, 1889 y 1900 (Mattelart, 1995). Estas exposiciones constituyen una nueva forma de comunicación que exalta la ciencia, la electricidad, los nuevos medios de transporte y la industrialización como grandes motores del progreso global. Según Mattelart (1993) «por mediación de los valores simbólicos que propone a sus visitantes, este acontecimiento construye progresivamente los grandes relatos del progreso-civilización» (Mattelart, 1993: 22). A lo largo del siglo XX, los juegos olímpicos tomarán de la idiosincrasia de las exposiciones internacionales parte de esa vocación de escaparate de las innovaciones tecnológicas y, sobre todo, la idea de comercialización de las exposiciones, mediante su repetida apuesta por incluir las nuevas tecnologías audiovisuales y de telecomunicación en las sucesivas ediciones de los juegos desde la década de 1930, tal y como veremos más adelante.
En el plano intelectual, Sigmund Freud empezó a escribir su libro La interpretación de los sueños en julio de 1895 y lo publicó en alemán en noviembre de 1899. Este es el libro clave en el que se presentaron las primeras ideas sobre la teoría del psicoanálisis. Esta obra inauguraba el estudio de la llamada psicología profunda. Las preocupaciones por el estudio de la realidad interior de los individuos, cómo la realidad interior afecta a nuestro comportamiento, es decir, cómo los sueños son, según Freud, «el camino real al inconsciente», son contemporáneas a la recuperación de los juegos olímpicos. La psicología profunda «no sólo encontró su fuente de inspiración en los principios científicos de Newton o Darwin, sino también en la inspiración imaginativa de figuras como Goethe o Emerson» (Tarnas, 2008: 83).
Tal y como ya hemos ido señalando, el ambiente cultural marca el resultado de los elementos culturales que surgen en ese tiempo. Una nueva mutación se produce en la segunda mitad del siglo XIX relacionada con los medios que supone un cambio mismo del concepto de comunicación. Esto, que puede parecer intrascendente, sin embargo trae consigo importantes implicaciones que se añaden a las antedichas, relacionadas con la mejora de los medios de transporte (barco de vapor y ferrocarril). Un cambio conceptual no es baladí, afecta de forma dramática a la cosmovisión en esa misma época:
«Las tecnologías tales como el telégrafo y la radio convirtieron el viejo término comunicación, en otro tiempo utilizado para cualquier tipo de transferencia o transmisión física, en un nuevo tipo de conexión cuasi-física a través de los obstáculos del tiempo y del espacio» (Peters, 2014: 22).
Por otra parte, Peters (2014) subraya que las conexiones entre el mundo de la psique y los primeros medios de comunicación son más profundas de lo que podría parecer en una primera aproximación. Estos hechos subrayan cómo un nuevo Zeitgeist actúa de una forma totalizadora y activa las vinculaciones entre elementos culturales aparentemente de diferente naturaleza. Así, el autor explica cómo el espiritismo, la telegrafía y la radio se influyen mutuamente en los años previos al revivir de los juegos olímpicos. El autor habla de una fertilización cruzada entre los mundos del espiritismo y el telégrafo: «El telégrafo abrió acceso al mundo de los espíritus» (Peters, 2014: 128), en tanto que estamos ante dos modos de comunicarse a distancia, en el caso del telégrafo, y con el más allá cuando nos referimos al espiritismo. «El espiritismo, una vez más ofreció un puente entre la física y la metafísica» (Peters, 2014: 136). Esta nueva cosmovisión se produce durante los años anteriores a la recuperación de los juegos olímpicos, una época que todavía está influida por ciertos gustos románticos hacia el más allá, los fantasmas y la comunicación. Estamos también en un momento histórico en el que el gusto por el espiritismo en los países anglosajones nos conduce a un tiempo en el que nuevas prácticas cercanas a la religión, por su relación con lo trascendente, pero alejadas de las disciplinas más onerosas que las prácticas religiosas convencionales traían, podrían remitirnos a características próximas a las religiosas que el olimpismo lleva consigo.
En esa misma época también podrían trazarse correspondencias entre el concepto del éter, espacio electromagnético que da lugar a la radio o la telegrafía sin hilos, y los populares fenómenos de la telepatía a partir de la década de 1880: «La propagación de las señales inalámbricas y el intercambio de pensamientos eran procesos aliados» (Peters, 2014: 149). Desde esos discursos latentes hasta la búsqueda de relaciones entre medios y psicología profunda existe un camino que es mucho más corto de lo que parece.
Así pues, los paralelismos entre fenómenos a los que hoy llamaríamos parapsicológicos como el espiritismo, tan en boga desde mediados del xix, y la telepatía, con los nacientes medios de comunicación como la telegrafía y la radio a través de un proceso de transferencia de significados y expresiones, nos acercan más fácilmente a hitos como el del descubrimiento del inconsciente llevado a cabo por Freud.
Pero después de este recorrido, ¿cuál es la relación entre el olimpismo y la psicología profunda? Ambos son hijos de la misma época. Ambos combinan la aproximación científica de la Ilustración y la presencia en su imaginario de mitos, religión, tradiciones sagradas o rituales. La psicología profunda usa mitos, rituales y elementos religiosos para estudiar al inconsciente, para profundizar en el conocimiento más íntimo de los individuos. Los juegos olímpicos modernos ponen sobre la mesa mitos, rituales y elementos pseudorreligiosos para adquirir trascendencia, entidad y un espíritu vivo que permita conectarlos a la tradición de los antiguos juegos olímpicos.
Por otra parte, los juegos modernos se crearon en una época en la que el deporte empezaba a crecer como espectáculo de masas, apoyado por la prensa.
No obstante, desde la perspectiva de la comunicación, el acontecimiento más influyente fue la invención del cinematógrafo, que en griego significa «escritura en movimiento». Los hermanos Auguste y Louis Lumière presentaron la proyección La salida de la fábrica en 1895. Este momento representó un hito en los orígenes de la imagen en movimiento, que daría lugar al lenguaje audiovisual, materia de expresión de la televisión, que ha sido crucial en la difusión del deporte global. El cinematógrafo fue clave porque llevó a la creación del lenguaje de las imágenes en movimiento, el lenguaje audiovisual, un modo de expresar el sentido a través de imágenes, lo que era totalmente nuevo. Roland Barthes describió las fotografías como la presencia de una ausencia y, por primera vez, las imágenes se podían representar en movimiento. Muchos años después, la combinación del cinematógrafo con un sistema de telecomunicaciones capaz de enviar imágenes a los hogares permitió la invención de la televisión.
Los años anteriores al congreso olímpico de 1894 fueron los años del control del espacio y el tiempo gracias a las telecomunicaciones, la comunicación a distancia que se había inaugurado años antes debido a la invención del telégrafo. Sin embargo, el teléfono, patentado por Alexander Graham Bell en 1876 en Estados Unidos, fue muy cercano al nacimiento de los juegos modernos. Las primeras comunicaciones telefónicas internacionales, en otras palabras, las primeras llamadas telefónicas internacionales fueron entre París y Bruselas en 1887 y entre Londres y París en 1891 (Mattelart, 1993).
Por lo tanto, la recuperación de los juegos olímpicos se produce en un momento clave para su futura existencia, una época de progreso en los medios de transporte, los sistemas de telecomunicación y la aparición de medios importantes, junto con un avance cultural que ayudó a su expansión y a su futura consolidación.
El papel del esfuerzo en la autosuperación del ser humano no es una idea que surja en la época del capitalismo avanzado. Autores como Nietzsche hicieron hincapié en ese aspecto. Tras anunciar la muerte de Dios, el filósofo alemán quiso transmitir la idea de que el ser humano debe esforzarse en esta vida terrenal para tener las mejores condiciones de existencia posibles y no hacer caso de las religiones que prometen una mejor vida después de la muerte, lo que para el filósofo constituye un freno al progreso personal y social.
Figura 1. Sloterdijk, los juegos olímpicos y «la desespiritualización de la ascesis»
Fuente: elaboración propia a partir de Sloterdijk (2012).
El alemán Peter Sloterdijk en su trabajo Has de cambiar tu vida entronca con esta idea. Explica cómo un nuevo espíritu de autosuperación ha impregnado nuestra sociedad, cómo existe una ética del esfuerzo que permite a los seres humanos mirar siempre hacia arriba, mejorar, superarse.
Según el filósofo Peter Sloterdijk, el ser humano se mueve por dos tipos de impulsos o instintos: los impulsos timóticos (del griego Thymós, que significa coraje) y los eróticos. El impulso timótico se refiere al orgullo, al coraje, a la exigencia de justicia y al sentimiento de dignidad. Este impulso se encuentra quizás mejor que en ningún otro entorno en el impulso de superación personal que conlleva el deporte. La combinación de los impulsos eróticos y timóticos explican la condición humana en su complejidad.
La aproximación psicoanalítica había explicado casi todo el comportamiento humano, y había dotado de especial trascendencia a la influencia decisiva que tienen en él los impulsos sexuales. Pero la prevalencia de los impulsos sexuales no daría una explicación convincente para el impulso de autosuperación de un atleta, por ejemplo.
El fenómeno deportivo constituye una las tendencias más destacadas en las sociedades contemporáneas, por su presencia social como práctica, pero también como espectáculo. No obstante, en este apartado nos centraremos en aspectos que relacionan al deporte con su dimensión de práctica. Según el filósofo alemán Peter Sloterdijk, podemos definir al ser humano como un ser ejercitante, que hace ejercicio. En este sentido, Sloterdijk entiende el ejercicio como todas esas prácticas de la vida diaria o profesional que nos permiten mejorar nuestra realización de una tarea: primero en la infancia aprender a leer y a escribir, más adelante, dominar otros conocimientos y destrezas, quizás más especializados y que no se centran necesariamente en el ejercicio físico. Están orientadas a mejorar nuestro rendimiento para futuras ocasiones, para aprender una lengua extranjera, conducir un coche o usar un nuevo programa informático, por ejemplo.
Según Sloterdijk (2012), el propósito es que el esfuerzo y la capacidad de autosuperación, que están presentes en la práctica deportiva, puedan y deban ser transferidos a otras actividades diarias distintas del deporte, que necesitan una capacidad de autosuperación.
Por primera vez, en el siglo XX la cultura del esfuerzo y la autosuperación se ha separado de la práctica religiosa. La ascesis («ejercicio» en griego) es un modo de vida que tradicionalmente ha estado relacionado con las prácticas religiosas: ermitaños, eremitas o yoguis centraban su vida en rezos y privaciones con la aspiración a estar más cerca de la divinidad o de encontrar la no dependencia de nada en su mundo interior. Por otro lado, con el renacimiento del deporte, resurgió la figura del entrenador. El entrenador es alguien que quiere que consigan sus metas aquellos a los que entrena.
Según Sloterdijk (2012), desde el renacimiento del somatismo y el atletismo, que se produjo a finales del siglo XIX gracias a los juegos olímpicos modernos y durante todo el siglo XX el deporte ha tenido una gran influencia en la sociedad.
Con el resurgir de los juegos olímpicos Pierre de Coubertin estableció con su iniciativa:
«Una empresa que había sido fundada como una especie de religión cultural, emancipada de su designio religioso y se convirtió, para un comportamiento humano basado en el esfuerzo y en el ejercicio, en la forma de organización más englobadora que se hubiera podido observar jamás fuera del mundo laboral y bélico» (Sloterdijk, 2012: 115).
En estos tiempos modernos, hemos vivido un proceso de «desespiritualización de la ascesis», del ejercicio. En otras palabras, actualmente la actitud del esfuerzo, sacrificio y autosuperación no está exclusivamente relacionada con la práctica religiosa, sino principalmente con la práctica deportiva. En consecuencia, se podría transferir esta cultura de mejora desde el deporte hacia otros aspectos de nuestra vida diaria (Sloterdijk, 2012).
Sloterdijk considera como un momento clave en el modo de «desespiritualización de la ascesis» el primer maratón, durante los primeros juegos olímpicos modernos en Atenas, el 10 de abril de 1896. El campeón fue un pastor griego de 23 años llamado Spiridon Louis. Tardó 2 horas, 58 minutos y 50 segundos en recorrer la distancia entre Maratón y el estadio Panathinaiko de Atenas, construido cuando Atenas era una provincia romana y que se restauró con motivo de los primeros juegos olímpicos modernos. El pastor de la región Ática, Spiridon Louis, entra ante el entusiasmo de los setenta mil compatriotas que abarrotaban el estadio y dos príncipes griegos lo acompañan en los últimos metros hasta la meta y, seguidamente, lo cogen en brazos para llevarlo ante el rey de Grecia.
El autor alemán se recrea especialmente en este momento clave en la historia. Durante la entrada de Spiridon Louis en el estadio comenta que:
«Era como si una nueva clase de energía hubiera sido descubierta, una forma de electricidad sin la que uno ya no podría representarse el way of life de la era que se iniciaba. Lo que ocurrió aquella tarde radiante, hacia las cinco, tenemos que clasificarlo como una nueva epifanía. Se presentaba ante el público moderno, una categoría hasta entonces desconocido, de dioses del momento [...] dioses en los que no se cree sino que se experimentan. En esa hora se abría un nuevo capítulo en la historia del entusiasmo» (Sloterdijk, 2012: 124).
Para Sloterdijk este episodio tiene un significado especial; se produce un momento clave en la historia de la movilidad vertical, del progreso y la autosuperación personal, de las inversiones jerárquicas: «Por un momento, un deportista que era un pastor se convierte en el rey del rey; se vio por primera vez cómo la majestad, por no decir el poder del monarca pasaba al deportista» (Sloterdijk, 2012: 124).
Este fue el momento inicial de esta nueva época en la que el deporte se convirtió en un modo de transformar las vidas de las personas. El deporte pasó a ser un camino de autosuperación en beneficio no solo de un individuo, sino de la sociedad en su conjunto y los juegos olímpicos se situaron en el corazón de ese discurso y su práctica de transformación profunda y radical.
En resumen, para Sloterdijk, los juegos olímpicos nos trajeron una nueva religión, una religión sin dioses, la religión de la autosuperación a partir del ascetismo, el ejercicio. Los juegos olímpicos combinan las pulsiones timóticas de orgullo y ambición con las eróticas de codicia y apetitos libidinosos. Solo en esta combinación se explica la cultura del esfuerzo, de la autosuperación que se ha instaurado en las sociedades de la modernidad posindustrial. Desde el deporte, el esfuerzo como motor de progreso individual y colectivo se transfiere al tejido social. Los juegos constituyen el surgimiento de un evento que contribuye a la llamada por Sloterdijk «desespiritualización de la ascesis», de esa cultura del esfuerzo y la vocación de ascenso social, tan ligada a autores como Nietzsche y que apoya la idea del autor alemán de que el ser humano se define como un ser que se entrena constantemente fuera de la práctica deportiva.
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