1

La poesía como terapia

La escritura y la poesía terapéuticas

La alegría de escribir.
La posibilidad de hacer perdurar
la venganza de una mano mortal.

Wislawa Szymborska

Usar la escritura como terapia es un recurso para mejorar la calidad de vida. Es una herramienta que siempre tenemos a mano, fácil, cómoda y barata, que puede servirnos para distanciarnos de los problemas y verlos con más claridad, desahogar nuestras emociones cuando nos desbordan, aclarar nuestras ideas, conocernos mejor a nosotros mismos o reflexionar pausadamente sin el desorden y el caos de nuestro pensamiento.

Escribir tiene un poder terapéutico que funciona del siguiente modo: ayuda a que las conexiones entre los dos hemisferios cerebrales se realicen con mayor eficacia, puesto que actúan unidas la parte racional y la emocional y creativa. Estas conexiones hacen que el cerebro esté más predispuesto a la resolución de problemas y que le sea más fácil hacer frente al estrés. También nos ayudan a salirnos fuera y educar la mirada, observar nuestros estados internos y gozar de más perspectiva y visión del mundo exterior.

La escritura nos enseña a mirar porque nos hace pararnos y centrarnos no solo en un pensamiento, en una sola emoción, en un solo punto de nuestra existencia. Escribir nos amplía la mirada. Puede hacernos observar los problemas desde una posición más amplia, situarnos desde arriba, posicionarnos en los ojos del otro, o mirar lo que nos preocupa desde otra perspectiva, para empezar a tomar el mando de lo que nos ocurre dentro y aprender también a observar todo lo que ocurre fuera.

Y, ¿qué dicen los expertos en neurociencia sobre esta técnica?
Según D. Siegel, escribir un diario activa la función narradora de la mente. Los estudios indican que el simple hecho de anotar la descripción de una experiencia difícil, puede reducir la reactividad fisiológica y aumentar la sensación de bienestar, aunque lo que se haya escrito no lo enseñemos a nadie. Escribir acerca del trauma mejora las funciones inmunitarias. Y R. Trivers dice: se necesita escribir muy poco para que se detecten efectos inmunitarios medibles algunas semanas después. Una reseña reciente de 150 estudios confirman que escribir las emociones experimentadas, aunque sea en forma de escritos autobiográficos esporádicos, produce a menudo efectos inmunitarios positivos. Al respecto da algunas pautas, como por ejemplo, afirma que si usamos más palabras que expresen emociones positivas nuestra salud mejora. Así escribir “no estoy feliz”, es mejor que escribir “estoy triste”, quizá porque en el primer caso el foco está puesto en la emoción positiva. También afirma que adoptar varias perspectivas en un relato biográfico está relacionado con la mejora de la inmunidad y que sacar fuera los traumas infantiles es positivo para la salud. Parece ser que mantener secretos internos, nos hace ser más proclives a padecer enfermedades, tanto mentales como físicas, por la ansiedad que provocan si no los liberamos. La escritura puede servir para sacar fuera todo aquello que nos desborda, incluido nuestros más profundos secretos.

Y concretamente, el lenguaje de la poesía estimula áreas cerebrales. Nicola Molinaro, investigador italiano, y sus colaboradores, analizaron cómo influyen en la actividad cerebral diversas figuras retóricas. De todas las figuras utilizadas, el oxímoron –recurso que consiste en unir dos conceptos que supuestamente tienen significados excluyentes o contradictorios, como “nieve cálida”–, es la que mayor actividad generó, sobre todo en el área frontal izquierda que se relaciona con el lenguaje y la creatividad. También se registró una gran actividad cuando se mezclan dos palabras que de forma natural no están relacionadas, que ellos llamaron “expresión incorrecta”, como “monstruo geográfico”. Incluso se estudia la posibilidad de que la poesía pudiera servir para estimular aquellas áreas que están dañadas. Experiencias como la de la clínica psiquiátrica del hospital Cumberland de Brooklyn en Nueva York muestran que una terapia poética bien llevada puede mejorar el estado de ánimo y el estrés de los pacientes.

Por lo tanto, tenemos un recurso que puede acompañarnos toda la vida y solo nos hace falta para ello un cuaderno y un bolígrafo o un ordenador. La escritura puede convertirse en la mejor amiga que podemos tener, que no es más que uno mismo, o aquella parte más sabia, más amorosa, que habita en nosotros, capaz de escucharnos, comprendernos y de perdonarnos.

La concepción oscura de la poesía

El poema es un cuerpo resistente frente al tiempo y el
poeta es el guardián de lo sencillo, de la posibilidad.

Lezama Lima

Unida a la parte más libre del código lingüístico, a la menos estructurada, a la más juguetona y rompedora, la magia de la poesía nos trasciende, nos hipnotiza y nos eleva al todo es posible. Digamos que la poesía tiene la facultad de estar por encima del lenguaje, dándole alas para su propia realización. Lo grandioso es que su realización también es la nuestra, tanto si somos meros lectores, como si nos acercamos a ella siendo poetas.

No pocas veces se ha llegado a la conclusión de que un buen escritor debe manejar el lenguaje poético con maestría. Pero ella, quizás la más importante de las artes escritas, es también la hija pobre de la literatura, aquella que menos vende, que menos se lee, que más prejuicios sufre. ¿Por qué es la menos popular, la más olvidada? Destinada desde los principios a acompañar al canto, lleva mucho tiempo presa de rimas y medidas silábicas concretas, cultas y a menudo complicadas. Y por supuesto, dependiendo de la etapa histórica que nos encontremos, la poesía era privilegio de unos pocos, que veían en su quehacer algo extraordinario, exquisito y exclusivo. Y hacían todo lo posible para que así fuera. No pocos poetas de nuestra historia han llenado versos con frases oscuras para la mayoría para que solo una minoría culta pudiera entenderlos. Querían que su arte fuese minoritario; en ello depositaban el valor de sus letras. Este concepto del poeta oscuro ha hecho mucho daño en nuestra idea del poema y la mayoría se acerca a él con temor a no entenderlo. Hasta que los movimientos literarios más flexibles y revolucionarios de nuestra historia, que comienzan con el romanticismo, la sacaron de su jaula y le fueron regalando cada vez más libertad, no empezó a despojarse de prejuicios, aunque desafortunadamente todavía los arrastra.

En nuestro sistema educativo también ocurre un tanto de lo mismo. En clase, pocas veces se lee poesía simplemente por el placer de leerla y mucho menos se escribe o se habla de sus funciones. Normalmente se lee el poema que el libro de texto recoge y se estudian a los poetas. Se les pide a los alumnos que midan los versos y que clasifiquen las estrofas. Es como si vemos una película en el cine y a la vez se nos pide que estudiemos su ficha técnica. Los alumnos tienen el concepto de que la poesía es una suerte de laberinto casi matemático donde lo menos importante son las palabras o la emoción que nos provocan. Tediosamente estudian la teoría, sin buscar el sentido profundo al poema. Normalmente esta forma de acercarse a la poesía les corta las alas a los posibles futuros lectores o escritores de poemas.

Sin embargo, en la actualidad, la poesía tiene poco de oscura, al menos en su mayoría. Es una poesía más directa que habla de inquietudes humanas, de expresiones cotidianas, apta para que llegue el milagro de la identificación personal. La poesía no debe estar cerrada por la forma al corazón ni al intelecto del hombre, debe estar abierta a aquellos que comparten trozos de realidad emocional o mental con aquel que escribe. La sencillez no está reñida con la profundidad, el intimismo, la inteligencia y mucho menos con la belleza. Si se escribe poesía solo para demostrar lo bien que utilizamos el vocabulario, la sintaxis o los recursos estilísticos, perdemos su objetivo más hondo, aquello para lo que está diseñada desde el principio de los tiempos: para expresar el dolor, la dicha, el amor o el asombro. Según León Felipe, “ay” fue el primer verso que surgió desde las entrañas del ser humano, un verso que es comprensible para todos y que su expresión enseguida nos alivia.

¿Para qué sirve la poesía?

No vamos a entrar en la discusión teórica de si la literatura, y concretamente la poesía, sirve para algo. Para eso hay bastantes libros escritos que debaten la función práctica de la creatividad humana. Sin embargo, todo poeta sabe que la visión interna que le proporciona, el placer de soltar en un papel lo que emocionalmente le desborda, la facilidad con la que los problemas parecen aclararse en los versos, el desahogo que experimenta, el regocijo de recrearse en las imágenes creadas, en la belleza, y sobre todo, la capacidad de mirar con otros ojos el mundo, es algo cuando menos útil y provechoso. Si nos sumergimos en el mundo poético, pronto descubriremos el valor vital de la poesía.

Aguiar e Silva en su libro Teoría de la literatura, resume bastante bien sus funciones principales. Todas ellas pueden considerarse terapéuticas, en el sentido de convertirse en un medio por el que el ser humano crece, se conoce con mayor profundidad y es capaz de ser más consciente de sus estados internos y de aquello que le rodea. Estas son:

El arte por el arte. En esta función, el escritor solo pretende captar la belleza, simplemente como primer y fundamental objetivo. Recrearse en la palabra sin buscar otro fin que el de hacer algo bello. Belleza pura, poema puro. Al poeta le basta jugar con el lenguaje y con él transforma su visión del mundo. El arte lo embellece, lo redime de la fealdad y la vulgaridad. Gracias a la poesía lo existente adquiere otra vida. La belleza es el dios del poeta.

La evasión. El poeta quiere construir un mundo nuevo en la mansión de la palabra. Se puede entender como huida, pero no tiene por qué. Muchos han usado la literatura para crearse un mundo propio y no ver lo que le rodea, pero no tiene por qué ser solamente este el objetivo. Puede ser la necesidad de crear un espacio lírico propio en el que respirar de vez en cuando. El poeta puede querer construir una realidad paralela, ampliar la que conoce, donde ambas se den la mano y se enriquezcan mutuamente. La realidad de la poesía puede hacer mirar el mundo exterior con esa visión, y el mundo exterior, a su vez, puede enriquecer el universo poético con experiencias, sensaciones, experiencias, reflexiones, o sea, de todo lo poetizable. Puede servirnos de reconocimiento, de aceptación de nuestra historia, y puede ser una búsqueda de una meta que pueda motivarnos en el presente a actuar para alcanzar ese mundo posible.

Conocimiento. El poeta se convierte en un filósofo que penetra en los misterios. Esa visión que otorga la poesía puede hacernos ver correspondencias, analogías, relaciones, que pueden llevarnos a reflexionar, a descubrir o a sacar la sabiduría interior que todos poseemos. Como dice Aguiar e Silva, el mundo es un poema gigantesco, vasta red de jeroglíficos y el poeta descifra este enigma, penetra en la realidad invisible y mediante la palabra simbólica revela la facultad de las cosas. Según él, los que acaban alumbrados por la poesía, piensan que el lenguaje poético se transforma en vehículo del conocimiento absoluto o se torna incluso poseído por una fuerza mágica creando la realidad. Él dice: a tenor de los tiempos, la literatura ha sido el más fecundo instrumento de análisis y comprensión del hombre y de sus relaciones con el mundo. Y la poesía, que combina los elementos de la razón y las emociones en un solo acto, aún más.

La catarsis. Esta palabra, nacida del lenguaje médico desde los griegos, significa purificación, limpieza del espíritu, liberación. Se trataría de soltar en un papel lo que nos desborda, lo más intenso, lo que nos inquieta, limpiar nuestros malestares, desbloquearnos con los latidos de la palabra y bailar al ritmo del verso, descargando nuestras luchas internas o nuestras más insistentes prisiones. Muchos escritores han intuido este aspecto liberador de la escritura; realmente casi todos ellos escriben por necesidad. Decía Aristóteles que la tragedia liberaba, que producía esa catarsis que en realidad no es más que una limpieza, una depuración de nuestro universo mental y emocional. También los románticos concebían la poesía como una vía casi mágica de conocimiento personal. Nos sirve para exorcizar los malestares humanos psíquicos y a veces, hasta físicos. Según Aguiar e Silva, desde hace muchos siglos se interpreta la obra literaria como una forma de liberación y superación de elementos existenciales adversos y dolorosos, como una búsqueda de paz y de armonía íntimas tanto en el plano del escritor como en el del lector.

El compromiso. Hay quienes han usado la poesía como arma política o social para abrir conciencias. Es tomar el medio poético como herramienta para abrir los ojos al mundo, para educar, para emocionar, para enseñar a vivir y para denunciar situaciones. Es la función más social de la poesía, que pretende transformar no solo el mundo interno del que escribe, sino el del resto, donde el poeta se entrega a la sociedad y regala sus versos para que penetren en lo más hondo de los demás también. El poeta necesita cambiar el mundo para librarse también de su propia angustia. Esta última función puede culminar o no el proceso terapéutico, pero no es obligatorio. Muchas veces con solo escribir para uno mismo y exorcizar demonios personales se está contribuyendo a que nuestras relaciones con el entorno también cambien, se contagien de nuestra calma y de nuestra seguridad, y de todo aquello que nos ha aportado la poesía como proceso terapéutico interior.

El arte de encontrarse con uno mismo

Como culminación de estas funciones, la lírica tiene en su poder el desentrañamiento de uno mismo. El hombre es un ser acuciado por numerosos estímulos externos e internos que con facilidad pueden llegar a descentrarlo, a diluir su personalidad y, con ello, a perder la noción de su verdadero ser, de su sentido esencial. La creatividad se nos presenta entonces como un esfuerzo ordenador e integrador de ese puzle existencial que somos. La poesía y su análisis pueden proporcionar al hombre una visión de sí mismo que le ayude a comprender su propio ser.

El hombre se enfrenta al mundo como en un juego de espejos. Desde esta perspectiva, el mundo es tal y como lo traducimos o interpretamos, por lo que en esta interpretación, el exterior se funde con los ojos que lo miran y el ser humano se ve reflejado en él. Por lo tanto, en este ejercicio queda aclarada su esencia. Hay algo de nosotros mismos en cada composición poética que realizamos, en cada obra artística, y se desvelan nuestro ser, nuestros anhelos, nuestras preocupaciones… Dicho de otro modo, mirando fuera nos encontramos con nosotros mismos.

Para un poeta, una flor no es simplemente la unión de un tallo con sus hojas, etc., como le ocurriría a un botánico. Los ojos del poeta subliman y engrandecen lo que miran, le dan un sentido, y con esa mirada, el poeta también se ve a sí mismo. De modo que podemos afirmar que la poesía nos obliga a adoptar una nueva forma de estar en el mundo, una disposición novedosa que va más allá del valor objetivo de los fenómenos que nos rodean. En su Poética, Antonio Machado nos recuerda que las ideas del poeta no son categorías formales, cápsulas lógicas, sino directas intuiciones del ser que deviene, de su propio existir; son, pues, temporales (�) Inquietud, angustia, temores, resignación, esperanza, impaciencia que el poeta canta, son signos del tiempo y, al par, revelaciones del ser en la conciencia humana.

Cuando elegimos compartirlo

Como anteriormente hemos aclarado que la poesía terapéutica no está forzosamente destinada a ser compartida. Es un acto individual de comunicación con nosotros mismos. Pero a veces el poema pide a gritos salir fuera, y el proceso de comunicar se convierte también en terapéutico, tanto por nuestra parte como por parte del lector.

Gustavo Adolfo Bécquer, en la Introducción sinfónica a sus Rimas, nos dice: Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el Arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo. Como podemos apreciar, para nuestro poeta, la poesía no solo es la unión entre lo poético (“extravagantes hijos de mi fantasía”) y el poema (esa vestimenta hecha de la palabra), sino que además tiene un destino. El poema es una forma del acicalarse de lo poético “para poderse presentar decentes en la escena del mundo”. Es decir, la poesía, una vez compuesta bajo los ropajes del poema, puede estar destinada, como producto lingüístico que es, a su comunicación. Cuando esto acurre, su cultivo nos pone en contacto con los demás, nos abre al mundo, y este abrirse significa penetrar en la esfera de los hombres.

Pero, ¿qué es lo que el poeta comunica y comparte con los demás por medio del poema? Precisamente, esa intimidad del hombre que constituye la mirada poética. El poeta se encarga de desvelarla. Todo su esfuerzo va dirigido a hacerla comprensible para sí mismo y para los demás. De este modo, lo íntimo e individual, se hace común. Es el depositario, de este modo, de los anhelos que acucian al hombre, por eso podemos sentir el valor terapéutico de la poesía simplemente como lectores.

Gong Bilan, en su preludio XVIII a Las veinticuatro categorías de la poesía de Si Kongtu, observa, refiriéndose a la figura del poeta, que piensas que eres solo uno, ascendiendo, con tu propio esfuerzo, sin nadie, sin nada más. Pero te mueves con el mundo todo. Por eso te cuesta subir, llevas el peso abstracto del mundo. Eres como un sol que no puede sustraerse a la vista de las cosas, un sol emergente de rayos inequívocos, que por fin se expresa iluminando, irradiando belleza y plenitud.

En definitiva, lo que hagamos con el poema es cosa nuestra. Una vez creado, sabremos si necesitamos mostrar nuestro acto de creación al mundo o saborearlo a solas. Ambas opciones persiguen fines distintos, pero son igualmente terapéuticas.