Prólogo

Carles Feixa

Empiezo a revisar las galeradas de este libro en el vuelo que me conduce de Madrid a Ciudad de México y de allí a Ciudad Juárez (en la frontera entre México y los Estados Unidos). Difícil encontrar un destino más apropiado para completar este ensayo de antropología criminal. México se ha convertido en una especie de narcoestado en el que el crimen organizado parece campar a sus anchas y la cultura de la delincuencia penetra en la vida cotidiana de amplias capas de la población (incluyendo a los poderosos). Ciudad Juárez es tristemente famosa por haber sido la capital del Feminicidio, neologismo acuñado para definir la desaparición forzada de mujeres, fenómeno que tan bien noveló el escritor chileno afincado en Cataluña Roberto Bolaño en su obra póstuma 2666, y que tan bien analiza en su obra Sed de mal el antropólogo tijuanense José Manuel Valenzuela, con quien coincidiré estos días en el coloquio organizado por el Colegio de la Frontera Norte, en el que también abordaremos el tema del Juvenicidio (la desaparición forzada de jóvenes), popularizado a partir del caso de Ayotzinapa.
Y sin embargo, México y Ciudad Juárez son también lugares conviviales donde en los márgenes germinan expresiones juveniles luminosas y culturas alternativas. Coincido en el avión con un arquitecto juarense que evoca los años de plomo que padeció la ciudad, convertida en capital del narco, que atribuye a los intereses del negocio de las drogas y las armas, que mueve mucho dinero en los Estados Unidos (justo al otro lado de la frontera, en El Paso). Situación que junto con otras muchas causas –como la sobreexplotación de las maquilas, el negocio de la migración ilegal y la llegada masiva de policías y militares- agravó hasta límites insoportables los índices de delincuencia y de homicidios, en una demostración práctica de la teoría clásica del contagio moral. Por suerte, en los últimos dos años la situación ha revertido, en parte gracias a políticas preventivas propuestas desde una mesa de seguridad impulsada por la sociedad civil, que comprendió que la marginalidad y la impunidad generan delincuencia (y también gracias a oscuros acuerdos en las altas instancias, que desplazaron la lucha entre carteles a otros lugares). Tendré ocasión de constatarlo estos días, cuando visitemos en las colonias populares los lugares donde aparecieron los cuerpos mutilados de mujeres y jóvenes (la geografía del miedo), pero también las experiencias de pacificación y convivencia impulsadas por grupos de jóvenes raperos, grafiteros, cholos y miembros de otras subculturas urbanas (la geografía de la esperanza).
Este libro surge como un intento de dar respuesta a un interrogante fundamental: ¿son los bajos fondos el reflejo distorsionado de la alta sociedad? El término «bajos fondos» remite a un imaginario social que proyecta sobre la marginalidad todos los desechos del sistema dominante, encarnado en la imagen del gheto –o del hipergheto- convertido en morada de seres desviados, oscuros, olvidados, condenados. Pero no existirían los bajos fondos sin conexiones con los poderes políticos y económicos que les sacan partido: la consigna del inolvidable policía de The Wire que persigue a los narcotrafiantes -‘follow the money’- no debería caer nunca en saco roto. El ensayo tiene como objeto el esbozo de una antropología criminal, entendida como la disciplina que aborda el estudio de las causas, mecanismos y consecuencias del delito, en cuanto afecta a la estructura social y a las subjetividades de sus víctimas y victimarios. Se trata de una versión revisada del texto docente de la obra «Delincuencia y marginalidad», del Grado en Criminología de la UOC. Quiero agradecer a mi colega y amigo Josep María Tamarit, responsable de estos estudios, la oportunidad que me dio al hacerme el encargo, a Antonia Linde por el seguimiento que hizo del mismo, y a los responsables de Oberta UOC Publishing por el interés mostrado en convertirlo en libro. También a Juanjo Medina, criminólogo de la Universidad de Manchester, con quien compartimos desde hace años el interés por analizar la otra cara de las bandas juveniles.
Acabo el prólogo en Ciudad Juárez, tras visitar los barrios y colonias marginales, acompañado por investigadores y activistas locales, comprobando sobre el terreno que los bajos fondos y los lugares fronterizos a veces dejan de ser marginales y se convierten en lugares centrales que irradian nuevas formas de abordar la delincuencia y la marginalidad.
El libro está dedicado a los pandilleros a quienes he visitado en cárceles y centros de detención de Cataluña, Aragón y Ecuador, y a los policías, juristas, educadores y trabajadores sociales que intentan que los delitos no se conviertan en penas perpetuas.
Al aterrizar en Madrid recibo una llamada de TVE pidiéndome hacer unas declaraciones sobre los sucesos del fin de semana anterior en la plaza del Sol. Me informo por internet y leo que se produjo una batalla campal entre dos bandas de origen dominicano –Trinitarios y DDP– que acabó con la muerte de un joven y prosiguió los días siguientes con peleas con la policía. Recuerdo a los 3nis que conocí en Lleida hace algunos años y al que entrevisté por mediación de un latin king cuando acababa de salir de la cárcel. Improviso unas declaraciones en Atocha, insistiendo en que las bandas no tienen una solución policial y en que es necesario recuperar proyectos de mediación y trabajo social que se abandonaron. Al día siguiente escucho una declaraciones de la alcaldesa de Madrid, la ex-juez Manuela Carmena, en las que aboga por iniciar un trabajo de mediación con los jóvenes de origen latinoamericano (que ya intentó en su momento el defensor del menor Pedro Morgades, como se explica en el cap. III). Mientras tomo el AVE, pienso que los bajos fondos existen tanto en Ciudad Juárez como en Madrid y Barcelona, la diferencia proviene de la manera de relacionarse con ellos.
Madrid-Ciudad Juárez-Madrid, marzo de 2016