Introducción

Pasé mucho tiempo de mi último año de universidad escondido entre las estanterías de la biblioteca, leyendo y releyendo un nuevo libro que era incapaz de soltar. Se trataba de La tercera ola, obra del futurólogo Alvin Toffler, libro que transformó por completo mi manera de entender el mundo y lo que imaginaba para su futuro.

Toffler trataba en su libro de una inminente transformación global. De acuerdo con su relato, la «primera ola» de la humanidad había sido la sociedad agrícola permanente que dominó la Tierra durante miles de años. La «segunda ola» fue el mundo posterior a la Revolución industrial, en el que la producción y la distribución en masa modificó la forma de vivir de la gente. La «tercera ola» de Toffler sería la era de la información: una aldea global electrónica, donde la gente podría tener acceso a un surtido interminable de servicios e información, participar en un mundo interactivo y construir una comunidad basada no en la geografía sino en los intereses comunes. Toffler predijo el mundo tal como lo conocemos en la actualidad. Su visión me cautivó; supe que quería formar parte de esa tercera ola. Es más, quería contribuir a hacerla realidad.

En los más de treinta años transcurridos desde el nacimiento de America Online, la tercera ola que Toffler predijo se ha hecho ciertamente realidad. Fui afortunado por haber estado allí en los inicios, y más afortunado si cabe por haber formado parte de ella desde entonces.

La era de Internet ha progresado a un ritmo considerable desde aquellos primeros días, y también ha tenido varias fases de evolución, sus propias olas al estilo de Toffler.

La primera ola de Internet tuvo que ver con la creación de la infraestructura y los cimientos para un mundo digital. Esa primera oleada la constituyeron las empresas —Cisco Systems, Sprint, HP, Sun Microsystems, Microsoft, Apple, IBM, AOL— que estaban trabajando en los equipos, la programación y las redes que harían posible que la gente se conectara a Internet y entre sí. Juntos, estábamos construyendo las rampas de acceso a la autopista de información. (¿Se acuerdan del término?)

En aquella época, nuestra pandilla de pioneros conectados a Internet tenía que luchar por todo. Tuvimos que luchar para reducir el coste de conectarse, cuando las redes de telefonía cobraban habitualmente 10 dólares a la hora por ello, lo que lo hacía prohibitivo para la mayoría. Tuvimos que suplicar a los fabricantes de ordenadores personales que considerasen la idea de entregar sus ordenadores con un módem incorporado. Para entonces, solo quienes lo hacían por mero entretenimiento estaban conectados, y la mayoría de los ejecutivos de las empresas fabricantes de ordenadores no alcanzaban a comprender la razón de que cualquier persona normal fuera a necesitar alguna vez un módem.

En los primeros días de AOL, gran parte de nuestro trabajo consistía exclusivamente en explicar qué era Internet, cómo funcionaba y por qué habría de querer utilizarlo cualquiera. Recuerdo una entrevista en la cadena PBS en la que me preguntaron: «¿Y la gente por qué necesita esto?» En la época seguía siendo una pregunta sin respuesta. Y eso fue un decenio después de que empezáramos.

Lograr conectar a la gente a Internet proporcionó a la siguiente generación de innovadores un nuevo lienzo y nuevas pinturas. Las grandes mentes empezaron a plantearse las vastas aplicaciones de la conectividad global. Retocaron y juguetearon, y luego persiguieron ideas y fundaron empresas. (Uno de nuestros usuarios debutó en la codificación pirateando los programas de comunicaciones de Instant Messenger de AOL, o AIM. Se llamaba Mark Zuckerberg.)

La segunda ola de Internet empezó a comienzos del siglo xxi, justo a tiempo para inflar la burbuja de las puntocoms y dejar que explotara, en lo que fue el primer acontecimiento de extinción real de Internet. Muchos emprendedores e inversores perdieron sus fortunas; pero los que sobrevivieron estaban preparados para dirigir la siguiente época de innovación de la Red.

El objetivo de la segunda ola era construir tomando como base Internet. Los buscadores como Google hicieron más fácil explorar el enorme volumen de información disponible en la Red. Amazon y eBay transformaron su monopolio de Internet en una ventanilla única. Y fue también durante la segunda ola cuando las redes sociales se hicieron mayores de edad. Mientras que Google buscaba organizar la información de Internet, las redes sociales permitieron que nos organizáramos a nosotros mismos, y atrajeron a miles de millones de usuarios. Y fue durante la segunda ola cuando Apple introdujo el iPhone, y Google Android, y surgió la cruzada del móvil. Esta convergencia sobrealimentó la segunda ola, mientras los teléfonos inteligentes y las tabletas se convertían en los motores del nuevo Internet, creando un sector económico que poblaría el mundo con millones de aplicaciones para móviles.

La segunda ola se ha definido en buena medida por el software como servicio: las aplicaciones sociales como Twitter e Instagram que facilitan el intercambio de ideas y fotografías, o las aplicaciones de tráfico como Waze, que no serían prácticas sin la ubicua conectividad móvil. Y aunque las más exitosas de todas esas empresas se las tienen que ver con obstáculos incomparables para ascender a la primera posición, también tienen mucho en común. En primer lugar, sus productos son, desde un punto de vista práctico, infinitamente ampliables. Hacer frente a nuevos usuarios es por lo general tan sencillo como incrementar la capacidad de los servidores y contratar más ingenieros. Y, en segundo lugar, los mismos productos —las aplicaciones— tienden a ser infinitamente reproducibles. No hay que fabricar nada.

En la actualidad, la segunda ola está empezando a ceder el paso a algo nuevo. Dentro de algunos lustros, cuando los historiadores escriban la historia de la evolución tecnológica, sostendrán que el momento en que Internet se convirtió en una fuerza ubicua en el mundo fue cuando empezamos a integrarlo en todo lo que hacíamos. Este momento es el principio de la tercera ola.

La tercera ola es la era en que Internet deja de pertenecer a las empresas de Internet; es la era en la que los productos necesitarán Internet, aunque este no los defina; es la era en que la expresión «con acceso a Internet» empezará a sonar tan ridícula como la indicación «con posibilidad de conectar a la red eléctrica», como si alguna de las dos fueran algo notable; es la era, en fin, en la que el concepto de Internet de las Cosas —de añadir sensores conectados a los productos— se considerará demasiado restrictivo, porque nos daremos cuenta de que lo que está surgiendo es el mucho más amplio Internet de Todas las Cosas.

Los emprendedores de esta era van a desafiar a los mayores sectores de actividad del mundo, y a aquellos que más afectan a nuestras vidas cotidianas. Van a reinventar nuestro sistema de asistencia sanitaria y a rediseñar nuestro sistema educativo. Crearán productos y servicios que harán más seguros nuestros alimentos, y más fácil el ir y volver al trabajo.

Pero esta nueva generación de emprendedores ha de tener éxito, el manual de instrucciones de la segunda ola no.

Es poco probable que las historias de la creación de las empresas de la tercera ola empiecen con aplicaciones ideadas en residencias de estudiantes que se hacen virales, como ocurrió a menudo en la segunda ola. Los emprendedores de la tercera ola tendrán que establecer asociaciones intersectoriales de una manera que las empresas de la segunda ola nunca tuvieron que hacer. También tendrán que recorrer un panorama normativo que la mayoría de las de la segunda pudieron ignorar. Y tendrán que hacerlo todo en un espacio donde los obstáculos para ser admitido —hasta para una idea valiosa— son bastante mayores que los de la segunda ola.

En su lugar, el libro de instrucciones que necesitan es el que funcionó durante la primera ola, cuando Internet era todavía joven y las cotas de escepticismo seguían siendo altas; cuando los obstáculos para la inclusión eran enormes, y cuando las asociaciones eran una necesidad para llegar a tus clientes; cuando el régimen normativo estaba empezando a entender una nueva realidad y se esforzaba en descubrir el camino adecuado que seguir.

Escribo hoy este libro porque estamos viviendo en un momento crucial de la historia y quiero aportar cualquier perspectiva que pueda para garantizar un futuro brillante. Escribo esto porque la historia de la primera ola se está haciendo cada vez más importante como una manera de pensar sobre este futuro: en cómo planearlo, adaptarse a él y aprovechar su oportunidad. Y, sin embargo, gran parte de esa historia, incluida la mía, sigue sin contarse.

He llegado hasta este punto con una diversidad de puntos de vista. Como fundador de una empresa emergente, pero con experiencia en una gran empresa; como alguien que jamás prestó servicios a la Administración con dedicación exclusiva, pero que ha trabajado con y para la Administración. Llego a este punto tanto en mi calidad de inversor como de abogado y como alguien que llegó a Silicon Valley pero que nunca fue de Silicon Valley.

Y, por consiguiente, aspiro a conseguir varias cosas con este libro. Quiero contarles la historia de cómo nació el Internet del consumidor, y lo cerca que estuvieron empresas como AOL de no conseguirlo. Quiero compartir con sinceridad mis recuerdos de los entresijos, los detalles de un viaje en montaña rusa que muy pocos han experimentado. Quiero hablarles de lo que se sentía estando en la misma cima y darles una visión desde la sala de juntas durante la caída.

Pero no quiero hacer nada de esto en el vacío. Cada una de estas historias está pensada para que ilustre una tesis más amplia: la de que las enseñanzas de la primera ola de Internet también serán parte integrante de la tercera ola. Así, describiré cómo será esta y cómo se desarrollará, y echaremos un vistazo al futuro que augura.

He escrito este libro para ayudar a que los emprendedores modelen sus sueños y los titanes empresariales mitiguen sus pesadillas. Lo he escrito tanto para los estudiantes de empresariales como para los observadores casuales; y para la gente lo bastante mayor como para que sienta nostalgia de los discos compactos de AOL en el correo y para aquellos lo bastante jóvenes como para que nunca hayan oído el término «CD-ROM» [disco compacto de memoria de solo lectura].

Mi andadura a lo largo de los últimos lustros ha sido una aventura impredecible, una mezcla apasionante y ocasionalmente decepcionante de buenos y malos momentos; un periplo marcado por episodios de absoluto terror y por muchos más de alegría y de júbilo. He tratado de expresar todo eso aquí; he procurado introducirlos en mi mundo. ¿Y qué mejor medio que el libro, que fue inventado aproximadamente hace dos mil años?

No ha sido mi intención escribir una autobiografía, aunque sí compartir algunas de mis historias, porque, como reza la famosa frase de Shakespeare, sí que creo que «el pasado es un prólogo» y que hay lecciones que se deben aprender. No he querido escribir un manual para emprendedores en ciernes, porque de esos los hay a montones, aunque sí he querido explicar la razón de que las normas del juego empresarial estén cambiando. Y tampoco me he querido pasar de la raya al hablar de política, aunque creo firmemente que Estados Unidos corre el riesgo de perder su liderazgo como la nación más emprendedora del mundo, y he querido explicar las razones, y lo que podemos y debemos hacer al respecto.

Escribir La tercera ola —en parte autobiografía, en parte manual para el futuro y en parte manifiesto— ha sido un acto de amor. Solo espero que les encienda la misma llama que La tercera ola de Toffler encendió en mí.