“Desconozco la ‘esencia’ o el ‘alma’ de una persona determinada. Pero puedo intentar comprenderla y explicarla, por ejemplo, si me entero de que el individuo que observo es padre de familia, médico de cabecera, portugués de nacionalidad, sin filiación religiosa, habitante de una ciudad provinciana, y así sucesivamente. Los individuos y los grupos se definen así por sus relaciones, tanto por las que los identifican como por las que los separan de los otros.”
Salvador Giner (2014)
1. Los orígenes de la sociología
Desde el origen de los tiempos los seres humanos hemos sentido curiosidad por desvelar los misterios o los enigmas que rodean nuestra condición y existencia social y hemos intentado, a menudo sin mucho éxito, adivinar y entender el comportamiento de los demás y el funcionamiento de la sociedad. Durante miles de años los intentos para comprendernos a nosotros mismos se han basado en intuiciones producto de la tradición cultural y religiosa. Intuiciones o ideas de sentido común, teñidas, a menudo, de prejuicios y de ideas preconcebidas.
Estudiar y comprender el ser humano nunca ha sido una tarea fácil y es mucho más complicado todavía en el contexto de una sociedad poliédrica y cambiante como la actual. La sociología estudia nuestras propias vidas y nuestro propio comportamiento, y, en contra de lo que podría parecer, estudiarnos a nosotros mismos es la tarea más compleja y difícil que existe. La realidad no es transparente. No es fácil que un individuo cualquiera pueda entender el funcionamiento de la sociedad sin la preparación adecuada o sin las herramientas de la ciencia.
El conocimiento sociológico puede ser muy útil en la vida personal, ya que nos permite una mejor comprensión y conocimiento de nuestras circunstancias sociales, pero es imprescindible en el ámbito profesional, especialmente si tenemos la suerte de trabajar en el mundo de la comunicación. Si somos guionistas de alguna serie de televisión, podemos realizar algunas preguntas que pueden tener cierta relevancia sociológica: ¿qué personajes “crearemos”? ¿En base a qué estereotipos construiremos nuestros relatos? ¿Los aplicaremos mecánicamente a partir de aquello que creemos que tiene más presencia social? ¿Cómo lo sabemos? ¿Cómo afecta la moda o una campaña publicitaria a las decisiones de un consumidor? La lista sería interminable. En cualquier caso, la reflexión sociológica nos hace pensar por qué las cosas son como son. Independientemente de si consideramos que tienen que ser de una forma o de otra. En este sentido, un ejercicio intelectual sobre lo que es la “normalidad” nos obligará a pensar en la anormalidad. De la misma forma que conocerse a uno mismo es el primer paso para conocer a los demás.
Figura 1. El ser humano demuestra un gran deseo por conocerse a sí mismo. Escultura de Juan Muñoz.

Podemos definir la ciencia como una forma de conocimiento de la realidad que se basa en la facultad de la razón y en la capacidad de observación. A pesar de que existen múltiples concepciones de lo que es el conocimiento científico, podríamos definir la ciencia como un conjunto de argumentaciones y teorías que pretenden ofrecer explicaciones sobre la realidad, con unas condiciones concretas de rigor teórico y metodológico, y también de tratamiento de los datos. Una de las principales características que permite diferenciar la ciencia de otras formas de pensamiento –como por ejemplo la religión– es que todas las afirmaciones científicas son revisables y susceptibles de crítica por parte de todos los miembros de la comunidad científica.
El nacimiento de las diversas disciplinas científicas está profundamente marcado por el positivismo. La sociología no es una excepción. La mayor parte de autores clásicos de la sociología –como veremos a continuación– comparten una visión positivista del conocimiento y una creencia ciega en la capacidad del ser humano para explicar y entender los fenómenos sociales mediante la ciencia.
La sociología es una ciencia joven. Podemos decir que el nacimiento de la sociología es un producto genuino y característico de la modernidad. El advenimiento de la sociedad moderna comporta una nueva manera de hacer y ser, una nueva actitud ante la realidad: se cree que el mundo ya no está predeterminado por la providencia divina, sino que depende, en buena medida, de las decisiones y de las acciones humanas. Al mismo tiempo –siguiendo las premisas del proyecto ilustrado– el ser humano confía en la lógica y la razón para poder lograr una mejor comprensión del mundo y, a la vez, se ve capaz de dar respuesta a los problemas y retos de la sociedad actual.
La modernidad implica la confianza y la fe en la razón, la pérdida del peso de la religión (secularización), un cierto descrédito de la tradición y el surgimiento del individualismo moderno. La ciencia y la tecnología son dos productos emblemáticos de la modernidad y son, también, dos herramientas fundamentales para explicar y transformar el mundo. En este contexto podemos explicar el surgimiento de la sociología.
En el mundo actual se mantiene vigente la confianza en la ciencia. El papel de la ciencia en las sociedades modernas sigue siendo muy importante. La cultura científica impregna la mentalidad y cultura contemporánea. Como ya señaló Thortein Veblen, “el sentido común moderno sostiene que la respuesta del científico es la única auténtica y definitiva”. Como señala Lamo de Espinosa: si la sociedad contemporánea puede ser descrita como una “sociedad del conocimiento” es por la “generalizada penetración del conocimiento científico y técnico en todas las esferas de la vida y las instituciones” (Lamo de Espinosa, 2010: 54).
Esta confianza no está reñida con la cautela y la modestia. Ciertamente el ser humano ha perdido la inocencia y cada vez es más consciente de los límites que comporta la aplicación del conocimiento científico. La misma idea de ciencia ha cambiado notablemente.
A pesar de consagrar su vida a la ciencia, Max Weber era consciente de las limitaciones de la misma para comprender los problemas del mundo contemporáneo y darle respuesta. La ciencia nos puede ayudar a interpretar correctamente una situación y a encontrar los mejores instrumentos para la transformación social. Ahora bien, no siempre el diagnóstico es acertado. Tampoco existen soluciones mágicas para resolver los problemas humanos. Por otro lado, la ciencia no nos ahorra la necesidad de elegir entre intereses y valores alternativos. Tampoco nos dicta de forma imperativa lo que debemos hacer.
En el momento actual se hacen evidentes los límites del programa positivista. La situación de crisis económica desencadenada a raíz del escándalo de las hipotecas subprime y la quiebra de los bancos de inversión más importantes del mundo son un claro desafío a las ciencias económicas y ponen en evidencia una grave incapacidad para hacer un buen diagnóstico y encontrar una buena terapia para salir adelante.
Como señala Edgar Morin: “La mayor aportación del conocimiento del siglo XX ha sido el conocimiento de los límites del conocimiento. La mayor certeza mayor que nos ha dado es la de la imposibilidad de eliminar incertidumbres, no solo en la acción, sino también en el conocimiento” (Morin, 2001: 67).
Figura 2. Edgar Morin es partidario de un cambio radical del sistema educativo que nos prepare para desarrollar un pensamiento complejo.

Nosotros somos conscientes de los límites del conocimiento, pero esta conciencia no justifica ciertas actitudes de cinismo o de nihilismo intelectual. No podemos caer en la trampa de la posmodernidad: la conciencia de los límites no nos debe hacer renunciar a los criterios de exigencia y de rigor que acompañan al conocimiento científico y al propósito de estudiar la “verdad”. Sabemos que un buen trabajo de investigación ha de ser siempre una investigación sincera de la verdad; no de una verdad absoluta, dogmáticamente erigida y afirmada para siempre, pero sí de una verdad que es capaz de ser revisada y puesta en cuarentena (Quivy, 2000). Seguimos confiando en la ciencia y creemos que vale la pena consagrar a ella todos nuestros esfuerzos. Por este motivo suscribimos las siguientes palabras de Manuel Castells que son toda una declaración de principios:
“El proyecto que informa este libro nada contra estas corrientes de destrucción y se opone a varias formas de nihilismo intelectual, de escepticismo social y de cinismo político. Creo en la racionalidad y en la posibilidad de apelar a la razón, sin convertirla en diosa. Creo en las posibilidades de la acción social significativa y en la política transformadora, sin que nos veamos necesariamente arrastrados hacia los rápidos mortales de las utopías absolutas […]. Y propongo que todas las tendencias de cambio que constituyen nuestro nuevo y confuso mundo están vinculadas entre sí y que podemos encontrar sentido en su interrelación. Y, sí, creo, a pesar de una larga tradición de errores intelectuales a veces trágicos, que observar, analizar y teorizar es una manera de ayudar a construir un mundo diferente y mejor. No proporcionando las respuestas, que serán específicas para cada sociedad y las encontrarán por sí mismos los actores sociales, sino planteando algunas preguntas relevantes. Me gustaría que este libro fuera una modesta contribución a un esfuerzo analítico, necesariamente colectivo, que ya se está gestando desde muchos horizontes, con el propósito de comprender nuestro nuevo mundo en base a los datos disponibles y a una teoría exploratoria” (Castells, La era de la información, vol. 1, 2003, p. 36).
Nunca podemos esperar de la ciencia, pues, la seguridad del saber definitivo. La búsqueda de un saber dogmático y de una verdad definitiva nos puede procurar una cierta tranquilidad psicológica, pero no sirve para acercarnos al conocimiento de una realidad rica y compleja. Nos aleja del propio espíritu científico.
1.1. La ley de los tres estadios
El surgimiento de la sociología como nueva disciplina de conocimiento se debe entender dentro del contexto de caos y de desconcierto vivido en los años posteriores a la Revolución Francesa. También es importante tener presente las transformaciones que provocó la Revolución Industrial en Inglaterra. Esta situación de cambios, políticos económicos y culturales dio pie al surgimiento de una serie de figuras intelectuales que intentaron dar respuesta a los retos y a las incertidumbres que comporta la modernidad. Entre estas figuras, destaca Auguste Comte (1798-1857), discípulo del duque de Saint Simon, que fue quién acuño el término sociología en sustitución del término física social.
Figura 3. Auguste Comte (1798-1857) está considerado el fundador del positivismo

El filósofo francés está considerado el padre del positivismo científico. El positivismo se basa en la idea de que el “método científico” es el método más adecuado para explicar el mundo (Comte, 1982). Podemos definir el positivismo como la disposición mental y la tendencia a pensar que solo el conocimiento de los hechos proporciona resultados satisfactorios para la comprensión de la realidad; que la certeza se obtiene gracias a las ciencias experimentales y que la única manera de evitar el error científico o filosófico es renunciar a todo a priori y a conocer las cosas en sí mismas.
La tarea de Comte es fundar y organizar esta ciencia integrada del hombre y la sociedad. La sociología debe seguir “los mismos criterios del resto de las ciencias, se tiene que constituir como un tipo de física social. El objetivo de la nueva ciencia es llegar a descubrir las leyes que rigen el mundo social, de manera parecida a como la física descubre las leyes que rigen el mundo físico. Solo así será posible que la sociedad se organice sobre bases sólidas y duraderas” (Estradé, 2003).
Dentro del esquema comtiano la sociología tenía que estudiar los mecanismos que hacen que la sociedad se mantenga unida (estática social) y, por otro lado, estudiar el cambio y las transformaciones sociales (dinámica social). Comte atribuía un papel determinante a la sociología que, en virtud de su carácter general, estaba destinada a convertirse en la “reina de las ciencias”. Consideraba que la sociología es un medio de predicción y control social al servicio del orden, el progreso y el bienestar. El autor francés señalaba, también, la importancia que tienen las ideas para explicar la evolución histórica.
Desde una particular concepción idealista Comte formuló la ley de los tres estadios, según la cual la evolución de las sociedades humanas –de un modo parecido al desarrollo de los individuos– pasa por tres estados o estadios: el estado teológico, el estado metafísico y el estado científico positivo. (Como veremos más adelante, el idealismo de Comte contrasta radicalmente con el materialismo histórico de Marx.)
Figura 4. La ley de los tres estadios de Augusto Comte pretende explicar la evolución de las sociedades humanas.

En el estadio teológico el ser humano recurre a las fuerzas sobrenaturales para explicar los fenómenos; durante el estadio metafísico estos fenómenos se explican en términos de principios abstractos y racionales, y, finalmente, en el estado científico o positivo es la ciencia la que tiene un papel crucial en la explicación del cosmos. A partir de esta ley general, Comte distingue tres tipos principales de sociedades, correspondientes a cada uno de los tres estados: la sociedad militar (estado teológico), la sociedad de los legistas (estado metafísico) y la sociedad industrial (estado positivo).
El filósofo francés sostiene que la etapa positiva implica la superación de las etapas anteriores y comporta la consagración de la ciencia como sistema de conocimiento apropiado para explicar los grandes retos que comportan las transformaciones históricas derivadas de la Revolución Industrial y de la revolución política, además de para darles respuesta.
1.2. El materialismo histórico
La sociología nace también bajo la estela de la ciencia económica fundada durante el siglo XVIII por el pensador y moralista escocés Adam Smith (1723-1790), considerado el precursor del liberalismo económico. Aun así, podemos decir que el autor que ha influido más en su desarrollo es el filósofo y economista Karl Marx (1818-1883). La obra de Marx está cargada de observaciones que tienen un gran interés histórico y sociológico. Marx fue un pensador revolucionario que en El capital diseccionó magistralmente el sistema capitalista (Marx, 1983). El capitalismo es un sistema de producción que contrasta radicalmente con los anteriores órdenes económicos de la historia, puesto que comporta la producción de bienes y servicios a gran escala destinados a una amplia variedad de consumidores.
Figura 5. Karl Marx (1818-1883) es una de las figuras intelectuales más eminentes del siglo XIX y un autor clave de la sociología.

El capitalismo es un sistema de producción caracterizado por un desarrollo técnico avanzado, la propiedad privada de los medios de producción, la búsqueda del máximo beneficio y la existencia de un mercado libre como mecanismo general de coordinación. En contraposición a la perspectiva idealista de Comte, Karl Marx da mucha importancia a las transformaciones económicas y a la manera de organizar el trabajo y la producción de los bienes materiales. Por eso se ha denominado a su método de análisis social “materialismo histórico”. El materialismo histórico es una perspectiva, desarrollada originariamente por Karl Marx, junto con Friedrich Engels, según la cual la historia de la humanidad, a excepción de sus estadios más primitivos, ha sido una historia de lucha de clases, las cuales son producto de la explotación económica que se produce en las relaciones de producción y de intercambio, y a partir de la cual se explican la superestructura de las instituciones jurídicas y políticas y las formas de representación religiosas y filosóficas.
La noción de clase social
“Marx aportó algunas herramientas conceptuales muy útiles para lo que llamamos «análisis de clase», es decir, el análisis de las formas en que las clases se constituyen y luchan entre sí […]. Para Marx, ni los ingresos ni la ocupación pueden considerarse criterios definitorios de la clase. Contrariamente al conocimiento popular sobre lo que es una clase, la riqueza o la pobreza no tienen nada que ver con la clase a la que se pertenece. No se es capitalista por el hecho de ser rico, ni se es necesariamente rico por ser capitalista. […] En general, Marx rechazó la posibilidad de que se definiese la clase en función de criterios de tipo gradacional, es decir, los criterios que nos permiten colocar a cada uno de los individuos en una “escala” de diferentes peldaños. Estos «peldaños» son artificios mentales del observador, no realidades empíricas, y Marx creía que las clases eran una realidad empírica. Parece claro que el criterio utilizado por Marx era el de la posición en las relaciones de producción, una posición que a su vez está determinada por la propiedad o no propiedad de los medios de producción. Así, en el capitalismo las dos grandes clases sociales son los capitalistas, que se definen por ser propietarios de los medios de producción, y los trabajadores, que no son propietarios de los medios de producción. Se ha escrito mucho sobre la suficiencia o insuficiencia de este criterio para definir lo que es una clase social y, sobre todo, sobre su relación con el criterio de la conducta de mercado. Efectivamente, la razón lleva a los poseedores de medios de producción a comportarse de una determinada forma en el mercado: alquilar fuerza de trabajo y acumular incesantemente capital. Pueden no hacerlo, pero en este caso desaparecerán como capitalistas. La no posesión de medios también determina un comportamiento racional para los trabajadores: alquilar su fuerza de trabajo. Si la clase queda mejor definida por el criterio de la propiedad o por el del comportamiento de mercado, o si ambos criterios se deben tener en cuenta, es un debate abierto. Lo que sí que parece claro es que el concepto de clase que usaba Marx es relacional, no gradacional: la clase es una propiedad relacional, como ser padre, por ejemplo. Uno es padre si tiene al menos un hijo o una hija. Del mismo modo, los capitalistas no son capitalistas por tener mucho o poco dinero, sino porque tienen una relación determinada con otra clase, la obrera: «El capital presupone el trabajo asalariado, y este, el capital. Ambos se condicionan y se engendran recíprocamente». Sin obreros por asalariar, no habría capitalistas, y sin capitalistas no habría asalariados. Es la matriz de relaciones en la que están inmersas las clases lo que las convierte en clases” (León, F. J., 2014).
Marx considera que el ser humano necesita, antes que nada, satisfacer las necesidades materiales (comer, beber, guarecerse, vestirse, etc.). El modo de producción y de distribución de estos bienes básicos (infraestructura) condiciona las diferentes fases de desarrollo de las instituciones políticas, jurídicas, artísticas y religiosas (superestructura).
Una preocupación central en la obra de Marx es el problema de la alienación. Marx centra su análisis en las condiciones de explotación que existen en un régimen capitalista en el cual el trabajador ha perdido el control sobre el proceso de producción y de los resultados del mismo. La persona alienada no es dueña de sí misma, ni es la responsable última de sus acciones o pensamientos.
“¿En qué consiste entonces la alienación del trabajo? Primeramente en que lo trabajado es externo al trabajador; es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador solo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo” (Marx, 1970: 108-109).
El trabajo debería ser una fuente de realización personal, pero se convierte en un instrumento de explotación de unos individuos sobre otros y en la negación de la libertad individual. Para Marx, la alienación se refiere a la explotación del hombre por el hombre y a la pérdida de autonomía y libertad de los trabajadores asalariados como consecuencia de la explotación a la que le somete la burguesía capitalista, principalmente por el hecho de existir la propiedad privada de producción.
Marx y Engels participan de un modelo conflictivista y consideran que la lucha de clases es el principal motor de la historia. Como sostienen en el Manifiesto comunista, esta lucha es producto del enfrentamiento que se produce entre dos clases sociales antagónicas en la defensa de sus intereses particulares:
“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y sirvientes, maestros y oficiales. En una palabra: opresores y oprimidos se han enfrentado siempre, han mantenido una lucha constante, sepultada a veces y otras veces abierta; lucha que ha acabado siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o con el hundimiento de las clases en pugna. En las épocas históricas anteriores encontramos casi por todas partes una diferenciación completa de la sociedad en varios estamentos. Una múltiple escalera gradual de condiciones sociales. En la Roma antigua encontramos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y sirvientes, y además, en casi todas estas clases encontramos, a su vez, gradaciones especiales. La moderna sociedad burguesa, que ha surgido de las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Solo ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Pero nuestra época, la época de la burguesía, se distingue por el hecho de haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad se va dividiendo, cada vez más, en dos grandes bandos hostiles, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado” (Marx y Engels, 1948).
Desde una perspectiva marxista, la principal palanca del cambio social es la contradicción que se produce entre las “fuerzas productivas” y las “relaciones de producción”. Estas contradicciones pueden llegar a provocar estallidos de violencia revolucionaria. Finalmente, Marx distingue cuatro modos de producción fundamentales que se van sucediendo en el tiempo: el modo de producción antiguo, el modo de producción feudal, el modo de producción capitalista y el modo de producción socialista.1
2. El advenimiento de la modernidad
Desde una perspectiva histórica se considera la invención de la máquina de vapor de James Watt en 1775 como un factor crucial que hizo posible la Revolución Industrial en Inglaterra. Como es sabido, la Revolución Industrial se inició a mediados del xviii en Inglaterra y de manera progresiva, a lo largo del XIX se extendió por Europa y Estados Unidos. Sin duda, la Revolución Industrial representa uno de los momentos históricos de mayores transformaciones sociales, económicas, tecnológicas y culturales de la humanidad.
Más adelante, la Revolución Francesa del año 1789 permitió derrocar el antiguo régimen absolutista. Para explicar estos procesos históricos transformadores, los autores clásicos hacen hincapié, sobre todo, en los factores de carácter económico y político que tienen, sin duda, una importancia capital e indiscutible (Giddens, 1977). Conviene destacar, también, el peso de los factores ideológicos y culturales que contribuyeron decisivamente al éxito de la revolución. Una de las causas precisamente de la Revolución Francesa fue la tradición ilustrada representada en la Enciclopedia (1751-1772), la gran síntesis de todos los conocimientos ilustrados, que puso estos a disposición del público lector.
Sin duda un factor clave de transformación fue la reforma protestante y la superación de las viejas creencias y supersticiones. Con su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber (1993) estudia cómo el capitalismo como sistema económico hegemónico se impuso antes en los países europeos de tradición protestante, especialmente en su concreción calvinista.

Pero a menudo al explicar la modernidad se han desatendido o se han pasado por alto los factores culturales y comunicativos. Es necesario también tener presente, por ejemplo, el papel que han tenido las nuevas redes de transportes y telecomunicaciones en la configuración de las sociedades modernas y en el establecimiento de unas nuevas formas de vida. Para John B. Thompson (1998), cualquier análisis lúcido de la realidad social tiene que focalizar la atención en la creación de un sistema de comunicación que ha permitido conectar gradualmente todos los rincones del planeta y producir un cambio fundamental en las condiciones de vida de la población. Este proceso de cambio radical culminará, más adelante, con el proceso de globalización. El principal mérito de Thompson es proponer un paradigma teórico que sitúa los medios en el centro de la sociedad contemporánea. Los medios no son seguramente el factor más importante para explicar dicha evolución, pero han tenido un papel primordial en la configuración de las sociedades modernas (y posmodernas). No se puede hacer un seguimiento de los cambios en el mundo de la economía, la política y la cultura contemporánea sin tener en cuenta las nuevas formas de visibilidad social que crean los mass media (Thompson, 2008).
Por otro lado, es interesante destacar la aportación que hace Manuel Castells en su trilogía sobre La era de la información. El objetivo de esta obra monumental es analizar el cambio social que se ha producido en nuestras sociedades a finales del siglo pasado con la irrupción de Internet y la extensión de las redes sociales. La obra de Castells (1996-1997) nos explica el paso del capitalismo industrial al capitalismo informacional, que desplaza la importancia de la propiedad y del control sobre los recursos materiales hacia la gestión y el procesamiento de la información. Se trata de un nuevo sistema tecnoeconómico organizado mediante redes telemáticas y nuevas formas de organización horizontal del trabajo que se extienden a escala mundial. Pero no avancemos acontecimientos. Es mejor ir paso a paso sin precipitarnos.
A continuación expondremos las principales teorías sociológicas del proceso modernizador.
2.2. De la comunidad a la asociación
En sus inicios, la sociología focaliza los cambios y las transformaciones que provoca el tránsito de la sociedad tradicional a la sociedad moderna. Se trata de cambios estructurales de gran alcance, a menudo de carácter dramático, que han comportado una conmoción histórica extraordinaria y que han incidido en las condiciones y las oportunidades de vida de millones y millones de personas.
Con el advenimiento de la modernidad, se produce el paso de las antiguas comunidades de carácter simple a las sociedades modernas de carácter complejo. La mayor parte de autores clásicos de las ciencias sociales participan de una imagen común, de un cierto acuerdo en la tentativa de explicar este cambio histórico a partir de la disolución de las comunidades originarias de carácter simple y el tránsito hacia las sociedades modernas de carácter complejo (Giner, 1974). Con su distinción entre comunidad (Gemeinschaft) y asociación (Gesellschaft), Ferdinand Tonnies (1855-1936) es el autor clásico que mejor expresa esta bipolaridad.
Figura 7. Ferdinand Tönnies (1855-1936) está considerado como uno de los precursores de la sociología.

Según la definición de Tonnies, las relaciones en el seno de la comunidad (Gemeinschaft) están presididas por vínculos de tipo afectivo, personal y familiar. La comunidad se define por la unidad del pensamiento y la emoción. Los elementos pasionales y emotivos predominan sobre los racionales.
Esquema 1. LA TIPOLOGÍA DE COMUNIDAD Y ASOCIACIÓN (FERDINAND TÖNIES)

Mucho antes de que se empezaran a notar los efectos de la Revolución Industrial, cada ciudad y cada aldea eran como un pequeño microcosmos donde se satisfacían las necesidades individuales de orden económico, cultural o emocional. Entonces las relaciones sociales venían marcadas por su carácter personal, y los vínculos sociales se fundamentaban en un fuerte sentimiento de identidad entre personas conscientes de pertenecer a un mismo universo de experiencias: en el centro de esta concepción del mundo está el retrato de una sociedad campesina premoderna.
Sin embargo, las relaciones humanas son muy distintas en la vida urbana. El tipo de relación que predomina en las sociedades complejas es de carácter asociativo. En la sociedad se produce una separación entre razón y sentimiento, entre medios y fines, lo que significa que las relaciones personales son de carácter racional e instrumental; predominan el cálculo, la manipulación y la evaluación crítica de las situaciones.
La dicotomía de Tonnies ha tenido una influencia extraordinaria en la teoría social posterior, pero como veremos más adelante, resulta demasiado rígida y demasiado simplista, puesto que niega de raíz el carácter comunitario de la experiencia humana en las sociedades modernas y subestima el peso de la racionalidad en las sociedades tradicionales.
2.3. Individualismo y formas de solidaridad moderna
El principal factor que explica esta creciente diferenciación es la división social del trabajo. Una peculiaridad del sistema económico de las sociedades modernas es el desarrollo de una división del trabajo sumamente compleja y diversificada (Durkheim, 1982). La división del trabajo implica que este se fragmenta en distintas ocupaciones que necesitan un alto grado de especialización. Según Durkheim, todas las sociedades mantienen, aunque sea de forma rudimentaria, algún tipo de división del trabajo. Las sociedades más simples mostraban ya una división sexual del trabajo, de modo que las tareas asignadas a los hombres y a las mujeres estaban claramente diferenciadas. El desarrollo del industrialismo ha hecho que la división del trabajo sea mucho más compleja que en cualquier otro tipo de sistema de producción anterior.
En la división del trabajo social, Émile Durkheim (1858-1917) se plantea el tránsito de la vida tradicional a la vida moderna y afirma que mientras que en las “sociedades simples” los vínculos de solidaridad (solidaridad mecánica) se dan gracias a la similitud de las conciencias y a un fuerte sentimiento de identidad entre los individuos, en las “sociedades complejas” es el proceso de diferenciación del trabajo lo que da origen a una nueva forma de solidaridad (solidaridad orgánica) basada en la diferencia.2
Este proceso diferenciador es consecuencia del proceso de producción industrial moderno y es, también, su elemento más característico. La división social del trabajo debilita la “conciencia colectiva”. Durkheim se plantea si la división social del trabajo, en las sociedades complejas, puede conducir a una ruptura de los vínculos comunitarios y amenaza con la disgregación de la sociedad (proceso que se acentúa con el debilitamiento de la religión).
El reto fundamental al que quieren dar respuesta las teorías de Durkheim es el siguiente: “¿Cómo es posible mantener la cohesión social y la solidaridad entre los individuos en una sociedad fuertemente diferenciada que promueve el individualismo?”. Por ejemplo, una de las preguntas que se plantea en La división del trabajo social es la siguiente: “¿Cómo es posible que, haciéndose más autónomo, el individuo dependa más estrechamente de la sociedad?” (Prefacio de la primera edición de La división del trabajo social).
Figura 8. Émile Durkheim (1858-1917) entendía la sociedad como una comunidad moral.

Este es uno de los enigmas que Durkheim resuelve brillantemente. La respuesta que da Durkheim a este interrogante es clara y diáfana: la diferenciación social del trabajo y el culto al individuo no tienen por qué hacer tender a la desintegración social. La solidaridad en las sociedades modernas no proviene de la aceptación de un conjunto de creencias comunes y de un sentido de identidad colectiva. Es muy conocido el retroceso de las religiones (sobre todo en sus expresiones más institucionalizadas). Al contrario, proviene de la diferenciación de los individuos en el trabajo y de un nuevo vínculo basado en la mutua interdependencia.
Durkheim distingue entre dos formas de solidaridad: la mecánica y la orgánica. La solidaridad mecánica, propia de las sociedades simples y de carácter tradicional, es la solidaridad por similitud y expresa una falta de diferenciación social. Los individuos se asemejan entre ellos porque comparten unos mismos valores y sentimientos religiosos. Sin embargo, la solidaridad orgánica, propia de las sociedades complejas, es la solidaridad por diferenciación y por interdependencia y se caracteriza por un aumento de la densidad de la sociedad debido a la expansión de la población, al crecimiento de las ciudades y al desarrollo de los medios de transporte y comunicación.
Esquema 2. TIPOLOGÍA SOBRE LOS SISTEMAS DE SOLIDARIDAD (ÉMILE DURKHEIM)

Estos dos tipos de solidaridad dan lugar a dos tipos de sociedades: las sociedades simples (segmentarias) y las complejas (basadas en la división del trabajo). Las formas de solidaridad aluden a los modos de integración y articulación de los grupos e instituciones sociales, y al tipo de vínculos que unen a los miembros de la sociedad entre sí.
El concepto durkheimiano de solidaridad es muy amplio e incluye varias acepciones: (1) sistema de vínculos sociales que liga a los individuos a la sociedad; (2) sistema de relaciones sociales que une a los individuos entre sí y a la sociedad en su conjunto; (3) sistema de intercambios sociales que va más allá de las transacciones que se dan en el intercambio económico en la sociedad. Este sistema de intercambios forma una vasta red de solidaridad social que se extiende al amplio abanico de relaciones sociales y cohesiona a los individuos en una forma de unidad social; (4) grado de integración social que creía que unía a los individuos a los grupos sociales independientemente de su voluntad (Flaquer, 2014).
A medida que se expande la división del trabajo, los individuos se vuelven cada vez más dependientes los unos de los otros porque cada persona necesita bienes y servicios que le proporcionan los que realizan otros trabajadores. Según Durkheim, los procesos de cambio en el mundo moderno son tan rápidos e intensos que generan importantes trastornos sociales, que Durkheim vinculó con el problema de la anomia. En circunstancias de crisis o en momento de grandes transformaciones es cuando se hace más patente este problema.
Durkheim usó este concepto en De la división del trabajo social (1982/1893) y en El suicidio (1989/1897). La anomia es un concepto clave en la disciplina sociológica. La anomia comporta una situación social en la que se hace patente un conflicto de normas morales y de conducta, de modo que algunos individuos sufren ante las dificultades que implica orientar con precisión su conducta. Dicho con otras palabras, la anomia es el sentimiento de angustia que experimentan algunos individuos que ante determinadas condiciones sociales adolecen de falta de propósitos u objetivos en la vida. Para Durkheim, la anomia es consustancial al capitalismo y, en general, a la sociedad moderna, en la medida que es un tipo de sociedad en la que se ha institucionalizado el cambio.3
2.4. La superorganización de la vida
Los tiempos difíciles han ejercido o ejercen una singular fascinación en el mundo de la intelectualidad y tiñen la mirada de pesimismo. Esta visión pesimista que se impone especialmente en tiempos de crisis no es nueva en absoluto. Por ejemplo, el sociólogo alemán Max Weber (1964-1920) no participaba de la confianza ciega en el progreso. Weber era consciente del carácter trágico y paradójico de la condición humana. Esta conciencia acerca al autor alemán a los grandes pensadores de la sospecha –Marx, Nietzsche y Freud– que lo precedie ron. Nuestros actos pueden tener efectos imprevistos o consecuencias no deseadas. Weber habla de las consecuencias no intencionadas del comportamiento humano. Los actos humanos pueden tener resultados inesperados que escapan al control de la voluntad de las personas. En este sentido se ha de tener presente que las intenciones que mueven a la acción social pueden desvanecerse en el transcurso del tiempo y que nuestros actos pueden dar lugar a consecuencias totalmente imprevistas.
Figura 9. Max Weber (1864-1920) está considerado el fundador de la sociología comprensiva.

Todo ello hace que la vida humana a menudo sea mucho más complicada de lo que podría parecer a primera vista. No bastan las buenas intenciones para evaluar la conducta de los individuos. Como dice la sabiduría popular, “el infierno está adoquinado con buenas intenciones”. Nuestros actos nos pueden llevar a situaciones nuevas y a unos resultados inesperados que, a menudo, son contrarios a nuestra voluntad.
En toda su obra, Max Weber –contrariamente a la posición de Marx y de Durkheim– expresa un profundo pesimismo y adopta una postura crítica respecto de la misma noción de progreso, que es un elemento básico del proyecto ilustrado. Max Weber ve en el proceso de racionalización los rasgos más relevantes de una sociedad moderna abocada a la pérdida de sentido o al desencantamiento del mundo. Según Weber, el verdadero motor del cambio social se encuentra en el proceso de racionalización.
El proceso de racionalización
Según Max Weber, el proceso de racionalización comprende un conjunto de fenómenos de índole variada que afectan a las esferas del derecho, la política, la religión, el arte, la economía, la técnica, las formas de pensamiento y la organización general de la sociedad. En las sociedades tradicionales estos ámbitos están muy poco delimitados y la religión se hace presente en prácticamente todas las manifestaciones de la vida colectiva. La irrupción de la modernidad se constata cuando se inicia un doble proceso, consistente en la diferenciación progresiva de nuevos marcos de actividad humana y de su emancipación lenta del dominio de la religión, y la adopción en el interior de cada una de estas esferas de unos criterios de regulación relativamente autónomos respecto a los del resto (criterios específicamente políticos, económicos, estéticos, etc.). Cuando sucede dicho proceso, podemos decir que se produce una racionalización general de la vida social, porque coincide con la irrupción generalizada de unos puntos de vista más pragmáticos, más funcionales, basados en el cálculo de los medios necesarios para lograr una determinada finalidad.
El desencantamiento del mundo
[El proceso de racionalización] también tiene sus costes. En concreto, Weber habla de un “desencantamiento del mundo” creciente, producido, por un lado, como consecuencia de la pérdida de peso de las explicaciones religiosas sobre la vida y la muerte, y, por el otro, por la ausencia de respuestas alternativas a estas cuestiones. El desencantamiento del mundo es consecuencia del proceso de racionalización que provoca la desaparición de la magia y del misterio en las sociedades modernas (Estradé, 2003).
Esquema 3. LOS CLÁSICOS Y LAS TEORÍAS DE LA MODERNIZACIÓN

Weber pone de relieve los peligros de este proceso, que ve como inevitable y que es inherente al proceso de racionalización y, particularmente, a la extensión de la racionalidad formal o instrumental en detrimento de la racionalidad esencial. Weber creía que la sociedad moderna había dejado de mantenerse unida por lazos comunitarios de carácter primario (a pesar de que todavía persistían importantes vínculos sociales). En las sociedades modernas, el principal vínculo social estaba constituido por organizaciones formales esencialmente burocráticas.4
Independientemente del hecho de que estas organizaciones tendían, en su origen, a satisfacer los intereses de los respectivos socios y administrados, la burocracia, que se rige con criterios autónomos, tiende a la igualación de los administrados, porque la diferenciación y la variedad dificultan una administración eficiente. Así, el carácter impersonal de las relaciones humanas se acentúa en el seno de los grupos tratados por la burocracia, en una tendencia deshumanizadora hacia la especialización (Giner, 1979: 159).
3.1. La sociología como forma de conciencia personal
La sociología es una disciplina de conocimiento que nace con vocación de ser (o de llegar a ser) una ciencia. Aun así, la sociología también es una forma de conciencia personal que permite conocernos mejor a nosotros mismos y nuestra posición en el mundo (Berger, 1987).
Figura 10. Peter Berger es partidario de una concepción humanista de la sociología.

Figura 11. Charles W. Mills (1916-1962) fue el autor de La imaginación sociológica.

Los hechos de la historia contemporánea –como dijo W. Mills (1916-1962) en La imaginación sociológica–son a la vez hechos relativos a los éxitos y a los fracasos de unas mujeres y de unos hombres concretos que pueden sufrir sus consecuencias en su propia carne:
“Cuando una sociedad se industrializa, el campesino se transforma en trabajador industrial, y el señor feudal se arruina o se hace empresario. Cuando una clase emerge o sucumbe, un hombre gana un puesto de trabajo o pierde el que tenía; cuando la tasa de inversión sube o baja, un hombre cobra nuevos ánimos o se arruina. Cuando estalla una guerra, un vendedor de seguros en convierte en lanzador de misiles; un dependiente de una tienda se hace analista de radar, una mujer se queda sola en casa; un niño crece sin padre. Ni la vida de un individuo ni la historia de una sociedad pueden entenderse la una sin la otra. Sin embargo, los hombres no suelen entender o definir los problemas que están atravesando en términos de cambios históricos. No tienen esa disposición mental para captar la interrelación entre el hombre y la sociedad, entre su biografía y su historia, entre su personalidad y el mundo. (…) Lo que necesitan es cierta disposición que les ayude a ver qué es lo que está sucediendo en el mundo y qué es lo que les esta sucediendo a ellos mismos. A esta disposición la podemos llamar imaginación sociológica” (Mills, 1987: 7-8).
Es importante saber cuáles son nuestras oportunidades vitales y profesionales en tiempos de crisis. Es precisamente el colectivo de los jóvenes uno de los más afectados por la falta de perspectivas de futuro. La conciencia sociológica nos interpela y a menudo nos incomoda, ya que pone de manifiesto algunos factores condicionantes de nuestra vida personal y, a menudo, permite poner en cuestión nuestra ilusión de libertad. A pesar de que a menudo nos mostramos confiados y muy seguros de nuestro poder como individuos para tomar decisiones, no somos conscientes de hasta qué punto nuestras decisiones están condicionadas por las circunstancias que nos rodean, circunstancias que seguramente nosotros no hemos elegido.
3.1.1. La dialéctica entre individuo y sociedad
No es sencillo explicar qué es la sociología. La sociología es una disciplina humanística que sitúa al ser humano en el centro de su reflexión y preocupación.
En este sentido el individuo es esencial. Sin embargo, si entendemos al individuo como sujeto, entonces este no se puede entender separado de la sociedad, como si se tratara de un ser solitario, aislado y apartado del mundo, como harían algunas corrientes de la psicología, sino que entendemos al individuo como un ser eminentemente social. Pensar sociológicamente no significa únicamente pensar en el ser humano, sino también en el mundo humano en su conjunto. Los individuos no pueden ser analizados de un modo esencialista, abstracto o independiente de las formas sociales en las cuales participan. Los individuos son actores participantes de una comunidad de valores y de instituciones cuyas consecuencias prácticas también determinan el obrar y el sentido de sus acciones (Wieviorka, 2011).
Tampoco se puede admitir la famosa frase atribuida a Margaret Thatcher: “La sociedad no existe, solo hay individuos”. Esta sentencia expresa muy bien la miopía del neoliberalismo, que tiende a negar la dimensión social de la experiencia humana. Esta visión equivocada explica en buena parte la crisis estructural que sufre el capitalismo informacional especialmente después de la caída de Lehman Brothers. Mientras que el antiguo comunismo estalinista fracasó al negar al individuo como sujeto, el neoliberalismo está condenado a fracasar al negar la dimensión colectiva de la experiencia humana. Las dos doctrinas son igualmente perniciosas, dado que –como sostiene Norbert Elias (1989)– no se puede separar al individuo de la sociedad, ni a la sociedad del individuo, ni se pueden contraponer.
Figura 12. Norbert Elias es partidario del paradigma relacional en el análisis sociológico.

No hay manera, pues, de entender la vida de una persona, ni la historia de una sociedad, si no se entienden ambas como las dos caras de una misma moneda. Como sostenía Aristóteles, el ser humano es un animal político (Zoon politikon); es decir, un individuo que vive en la ciudad y que, por lo tanto, tiene que potenciar las habilidades sociales y comunicativas. Esta dependencia del entorno es crucial en los primeros años de vida. Fuera de un entorno social y cultural el individuo no puede crecer, ni sobrevivir. La ausencia de vida social priva en un momento clave de su desarrollo al ser humano de una serie de aprendizajes básicos para la vida social: el lenguaje, el desarrollo mental y las emociones superiores.
No podemos concebir la existencia de los seres humanos sin sociedad, sino que “el homo sapiens es siempre, y en esta misma medida, homo socius” (Berger y Luckman, 1988: 70). El ser humano es un ser social y esto es así porque nace y crece en sociedad. Si un individuo decide vivir completamente al margen de la sociedad, retirado totalmente de ella, difícilmente podría subsistir. A pesar de ser famosas y conocidas las películas y narraciones de ficción sobre los niños salvajes criados en la selva, estos casos son una rareza muy excepcional (Griera y Clot, 2013). Podemos mencionar, por ejemplo, la película de L’enfant sauvage de François Truffaut basada en un caso real, la historia de Tarzan o El libro de la Selva que han sido versionadas en cómic o en cine. Pero no siempre se trata de relatos de ficción. Existen al menos dos casos reales perfectamente documentados y analizados des de un punto de vista científico: se trata de Anna e Isabelle que se produjeron en los Estados Unidos y fueron estudiados por Kingsley Davis (1940; 1947). Se trata de dos “niñas salvajes” que durante la niñez fueron abandonadas por sus padres y sufrieron aislamiento social y no se relacionaron con otros seres humanos. El estudio de Kingsley Davis permite constatar que la sociabilidad es clave para el desarrollo personal. La ausencia de vida social en este momento crucial del crecimiento priva al ser humano del lenguaje, del desarrollo mental y de las emociones superiores.
Figura 13. Fotograma de la película L’enfant sauvage de François Truffaut.

Vivimos en un mundo dinámico y cambiante. Los individuos podemos experimentar cambios importantes a lo largo de la trayectoria vital y profesional. Mientras en las sociedades tradicionales el individuo mantenía generalmente un estatus profesional estable y una identidad social bastante definida (vinculada a este estatus), en las sociedades avanzadas se puede cambiar con relativa facilidad de posición o estatus social. En las sociedades modernas la identidad es bastante indefinida, insegura y cambiante (Berger, 1987).
Los cambios no afectan a todo el mundo, ni afectan del mismo modo. Aun así, muchos individuos experimentan transformaciones importantes a lo largo de su vida. Estos cambios obligan a (re)definir la posición social, puesto que una persona que muda su posición en el mundo también es una persona que cambia la percepción que tiene de sí misma.
La condición humana en las sociedades avanzadas ha adquirido un carácter incierto y fluctuante. Por ello ha hecho fortuna la idea de que vivimos en una sociedad líquida, como sugiere el sociólogo de origen polaco Zigmunt Bauman (2007). El hombre y la mujer en la era de la posmodernidad se encuentran en estado de duda permanente sobre el mundo y sobre sí mismos. El ser humano, por lo menos en las sociedades democráticas, es teóricamente libre. No obstante, se trata de una libertad condicionada por la posición social y la trayectoria individual. Muchas cosas importantes de esta vida nos vienen dadas. La ciudad de nacimiento, la familia de origen o la lengua materna dependen de las circunstancias de nuestro nacimiento. Son circunstancias que nosotros no hemos escogido y, aun así, son decisivas para explicar lo que somos y condicionan nuestro destino. Aunque algunas teorías sociológicas aportan una visión muy determinista, creemos que es más acertada aquella mirada que se da cuenta de la complejidad y del carácter dialéctico de la vida social (la sociedad nos condiciona a nosotros, pero nosotros también podemos incidir en la vida social). En cualquier caso, el protagonismo del individuo como sujeto social se puede acentuar gracias a una mayor reflexividad. Por ejemplo, si nos fijamos en las mujeres y en las relaciones de género, en primer lugar hace falta una reflexión general para constatar la existencia de ciertas desigualdades entre hombres y mujeres. En segundo lugar, será necesario que la propia mujer analice su situación personal y solo desde este proceso de reflexión y concienciación personal podrá mejorar algunos aspectos de sus relaciones de pareja.
Lo que nos ocurre a nosotros no siempre tiene una relación directa con nuestra voluntad o con nuestros deseos, sino que depende de unas circunstancias sociales que seguramente no hemos elegido, pero que afectan a nuestro destino como seres humanos. Como dijo Ortega y Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias”. Es importante saber hasta qué punto estas circunstancias nos condicionan. Por ejemplo, si yo me quedo en el paro puedo llegar a pensar que la culpa es exclusivamente mía, pero si analizamos la situación de crisis actual constatamos que existe un problema general que afecta a muchos jóvenes que se encuentran en una situación similar. También es un elemento de preocupación el tema del fracaso escolar. El fracaso escolar, por ejemplo, es vivido como un fracaso personal (y así es), pero también es un fracaso de la propia sociedad, que no ha empleado los medios necesarios para conseguir una buena formación de los niños y para los adolescentes. La influencia de los demás, sobre todo durante los primeros años de vida, es muy importante. Sartre lo expresó de una forma magistral: “Yo soy lo que hago de lo que los otros han hecho de mí” (Berger y Luckmann, 1988: 79).
La conciencia sociológica es contraria a la percepción carismática que a menudo tenemos de nosotros mismos. Nos hacemos ilusiones y nos creemos libres: amos y señores de nuestra vida. Pensamos que podemos ejercer un control absoluto sobre nuestro destino. Como si nuestra vida dependiera solo de nuestra voluntad y de nuestros deseos, pero esto por suerte o por desgracia no es así. Las instituciones y la estructura social nos limitan y condicionan. La trayectoria laboral de un periodista, por ejemplo, está muy condicionada por las estructuras de la empresa donde ejerce la profesión. Un periodista freelance, incluso, está condicionado por los imperativos de las empresas de comunicación que le pagan los reportajes. Aunque sea un profesional muy preparado y con las ideas muy claras no siempre podrá hacer lo que le dicta su conciencia personal y profesional. Es importante saber –cosa que no parece muy agradable– que los profesionales de la comunicación sufren grandes limitaciones y condicionantes en el ejercicio de su rol profesional. En su obra Sobre la televisión, Pierre Bourdieu (1997) pone de manifiesto las limitaciones o constricciones que el “campo periodístico” ejerce sobre los propios profesionales de la televisión que, incluso, los llega a tratar como una especie de “títeres”.5
La sociología nos enseña que no somos totalmente amos y señores de nuestras vidas. Esta es una idea difícil de asumir, dado que vivimos en un mundo hiperindividualista, en el que todo el mundo cree que puede controlar su existencia. Pero una tarea de la sociología es quitarnos el velo que nos cubre la mira-da y ofrecernos la conciencia de que incluso nuestras herramientas hermenéuticas, las categorías que utilizamos para explicar el mundo que nos rodea, son fruto de una coyuntura histórica y una situación geográfica determinadas.
La mayor parte de profesiones liberales tienen, todavía hoy, como modelo de referencia la consulta médica o jurídica. Los médicos, incluso cuando trabajan en el seno de grandes corporaciones, suelen dar un trato individualizado a las personas que se sienten mal. El perfil o la imagen social de los profesionales de la salud es bastante clara. La existencia de películas y de series de televisión que retratan la vida hospitalaria refuerza, todavía más, su proyección social. Los periodistas y profesionales de la comunicación –a pesar de los cambios en la profesión y la precariedad laboral que sufren muchos de ellos– también tienen una imagen social bastante nítida. Es una profesión que genera y ha generado muchas vocaciones.
Como sostiene Bourdieu, “el campo periodístico detenta el monopolio sobre esa maquinaria de difusión a gran escala que es la televisión, restringiendo el acceso tanto al común de los ciudadanos como a gran parte de los productores culturales”. Es cierto que los profesionales de la comunicación no tienen mucho poder, pero los periodistas ejercen una forma muy rara de dominación: “Tienen el poder sobre los medios de expresarse públicamente (…) de acceder a la notoriedad pública y de esta manera, consciente o inconscientemente, tienen la capacidad de imponer al resto de la sociedad su propia concepción de la cultura” (Bourdieu, 1997: 25).
Los periodistas o los publicitarios han sido objeto de varias series de ficción, algo que no ocurre con la mayor parte de expertos que trabajan en el campo de la sociología.
La mayor parte de sociólogos profesionales trabajan dentro de grandes corporaciones (públicas o privadas) como trabajadores asalariados, y realizan tareas muy diversas, sin mucha visibilidad pública. La tarea de los sociólogos es, en este sentido, mucho más compleja y la imagen social mucho más difusa. No hay hoy en nuestro país un estereotipo claro de cuál es el trabajo del sociólogo (y, por desgracia, no existen muchos chistes sobre ello). Quizás el estereotipo social más extendido es el que identifica al sociólogo con quien realiza estudios de mercado o sondeos de opinión. Es una tarea profesional muy respetable, pero para ejercerla no es imprescindible tener muchos conocimientos de sociología.6
Figura 14: Lou Grant fue una serie de gran éxito sobre el mundo del periodismo que se emitió a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado.

3.3. El objeto de la sociología
El objeto de la sociología es el estudio racional y sistemático de las sociedades humanas. El estudio del comportamiento humano es un hecho relativamente reciente a lo largo de la historia, cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo XVIII y a principios del siglo XIX. Pero mucho antes del nacimiento y la institucionalización de la sociología como disciplina, ya se habían hecho contribuciones notables al estudio y a la comprensión de las sociedades humanas. Se trata de un tipo de reflexión que podríamos denominar “parasociológica”, que comportó importantes avances para la comprensión de la vida humana.
La sociología es una forma de conciencia típica de las sociedades plurales y avanzadas y nace en un contexto de crisis y de profunda mutación histórica. De hecho, la sociología solo es posible en sociedades modernas, plurales y tolerantes que relativizan los valores y lo hacen de forma permanente. Como señala Peter Berger (1987): “Si la sociología sintoniza tan bien con el talante de la época moderna es porque refleja la conciencia de un mundo en el cual los valores han quedado radicalmente relativizados”. Huelga decir que las dictaduras y los regímenes totalitarios que defienden una visión monolítica y cerrada de la realidad son enemigos declarados de la sociología, más concretamente de una manera precisa de entender la sociología, o de cualquier forma de conocimiento abierta, crítica y reflexiva.
Figura 15. Los regímenes dictatoriales son poco amigables con las ciencias sociales. Represión policial posterior a la muerte del dictador Francisco Franco en una manifestación en Barcelona en el año 1976.

La reflexión sociológica representa una oportunidad para pensar lo que nos resulta extraño, lo que nos resulta diferente, fenómenos a los que no estamos acostumbrados, de una manera abierta y crítica, científica y reflexiva.
Como afirma Zigmunt Bauman: “Pensar sociológicamente nos puede hacer más sensibles y más tolerantes con la diversidad” (Bauman, 1994: 22). A pesar de la situación de inseguridad y de la actual pérdida de credibilidad de las ciencias sociales (especialmente de la economía), la sociología es una disciplina especialmente adecuada para comprender los retos actuales en un tiempo marcado por el temor y la incertidumbre.
La sociología es una disciplina de conocimiento que nace a principios del siglo XIX y que se puede definir como el estudio sistemático y metódico de las sociedades humanas y que pone énfasis en los modernos sistemas industrializados (en contraposición a la antropología, que originariamente se ocupaba del estudio de las “sociedades primitivas” o, mejor dicho, colonizadas) (Giddens, 2009). La sociología mantiene, además, una gran relación y afinidad con la historia, dado que ambas disciplinas comparten el interés por el estudio y la comprensión de las relaciones humanas a lo largo del tiempo.
Hemos dicho reiteradamente que la sociología tiene por objeto el estudio de las sociedades humanas, pero, ¿qué entendemos por sociedad? La noción de sociedad es muy abstracta. Joan Estruch nos propone una definición elemental que permite hacernos una idea más comprensible y avanzar en nuestra argumentación: “La sociedad es nuestra experiencia con la gente que nos rodea”. Podemos añadir que la sociología tiene por objeto el estudio de la (inter)acción social. La interacción social es el proceso mediante el cual una persona actúa y reacciona en relación con otras personas. Como veremos a continuación, el estudio de las redes sociales es una buena manera de conocer la interacción social en las sociedades avanzadas.
Figura 16. La interacción social puede tener cierto carácter ritual y una profunda significación simbólica.

Las nociones de entramado o de red social están de moda, pero no son una novedad en el campo de la sociología. El sociólogo alemán Georg Simmel (1958-1918) pone en cuestión la misma noción de sociedad y dirige la atención a las relaciones que surgen entre las personas en varias circunstancias. A Simmel no le interesa conocer la “esencia” de los seres humanos (cuestión que escapa a las posibilidades de la ciencia), le interesa más bien comprender la interrelación que se establece entre ellos. Simmel insiste en el carácter relacional de la vida social. La sociología solo es posible si indaga el mundo en términos de interdependencia, interacción, acción y reacción.
Desde esta perspectiva, los universos sociales son galaxias de interrelaciones, son redes (concepto que ha hecho fortuna en la sociología del siglo XXI vinculada a la irrupción de la cultura digital). Mucho antes de la invención del ordenador personal y del surgimiento de la red de Internet, Simmel ya destaca la naturaleza reticular de la sociedad (o de cada ámbito social determinado).
Tomados individualmente los individuos solo son “átomos o fragmentos”. Tomados colectivamente los individuos configuran redes (que se tejen y destejen). “La mutua interacción o acción recíproca (Wechselwirkung) es un fenómeno radical y originario, la condición a priori que posibilita la «sociedad»” (Giner, 2014).
Según Simmel, todo lo que existe en la sociedad existe como relación. Las implicaciones epistemológicas de estas aserciones son claras y contundentes: las esencias desaparecen. Es decir, se desconoce la “esencia” de una persona determinada, pero se puede intentar comprenderla y/o explicarla mucho mejor si tenemos en cuenta el carácter relacional de la vida social.7 Por ejemplo, si sé de alguien que es una mujer, que está casada, que no trabaja, que es madre de cuatro hijos que estudian en escuelas privadas, que viven en Sant Cugat, que nació en Sarriá, que acude a misa los domingos, etc., puedo saber y deducir muchos aspectos de esa persona sin necesidad de conocerla personalmente.
Los individuos y los grupos se definen así por sus relaciones, tanto por las que los identifican como por las que los separan de los otros (Giner, 2014). La comprensión del homo sociologicus se tiene que hacer mediante un entrecruzamiento de relaciones o mediante la intersección de círculos sociales en los que cada cual se encuentra. Esta intersección comporta una acumulación de roles y funciones sobre el individuo o el grupo.
Figura 17. Internet ha hecho posible el surgimiento y consolidación de múltiples redes sociales.

“En las sociedades premodernas, la tendencia general era que los individuos se encontrasen rodeados y definidos por círculos concéntricos y estables, no siempre entrecruzados: su familia, su clan, su aldea, su comarca y señor, su iglesia, tal vez su monarca, este último en la distancia. Sin embargo, en las modernas, la tendencia es que cada individuo se defina por el hecho de que a través de él pasan tangencialmente círculos diversos, algunos inestables” (Giner, 2014).
Las relaciones sociales en las sociedades preindustriales se caracterizaban por la existencia de comunidades reducidas, con límites fijos, con poca movilidad, donde las interacciones se producían casi exclusivamente en espacios muy reducidos y donde prácticamente todos los individuos se conocían entre sí. Progresivamente, con la modernización de las sociedades y un proceso progresivo de individualización, se tiende a un proceso donde se intensifican las interacciones a distancia, sobre todo por el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, pero también tienden a reducirse las interacciones en los contextos locales donde se producían en las sociedades tradicionales, basadas en la proximidad espacial y en las relaciones presenciales.
3.5. La especificidad de la sociología: sociología y ciencias sociales
La sociología nos propone una mirada particular. Como ya se ha dicho, la sociología se propone el estudio riguroso y sistemático de las sociedades humanas. Ahora bien, la sociología aporta una perspectiva particular y genuina. La sociología –como toda perspectiva de conocimiento científico– implica un punto de vista determinado. No es el único posible, ni necesariamente el mejor de todos los puntos de vista.
Es importante rehuir la ilusión reduccionista de pensar que todo se puede explicar teniendo en cuenta un mismo tipo de factores. Por ejemplo, la sociobiología es una disciplina que tiende a privilegiar los factores genéticos o medioambientales para explicar el comportamiento humano ignorando la importancia de la cultura. Por otro lado, en la sociedad actual se tiende a exagerar o sobredimensionar la dimensión económica de la vida social y a ignorar otros factores políticos y culturales. El economicismo es la tendencia a explicar los fenómenos sociales desde la óptica puramente económica. No es que la economía no tenga importancia, ¡la tiene y mucha! El problema es ignorar o subestimar sistemáticamente otros factores –de carácter político, social o cultural– que pueden ser decisivos para explicar determinados fenómenos sociales (seguramente esta es una de las razones que expliquen las dificultades que tienen los economistas para explicar la crisis económica producida a partir de 2008).
La sociología, junto con la historia, tiene un carácter muy general. Puede ser que por este motivo Anthony Giddens considere que la sociología esté destinada a ejercer un papel clave en la ciencia social moderna (Giddens, 2009). Ello significa que ha de mantener una actitud abierta y receptiva, puesto que se enriquece de las aportaciones que provienen de otras disciplinas. La sociología disfruta de una posición relativamente privilegiada, que permite establecer un puente de comunicación entre diferentes disciplinas de conocimiento en el campo de las ciencias sociales. Pero la sociología nunca nos va a proporcionar una explicación global y siempre podrá enriquecer y ampliar sus explicaciones con la aportación de otras perspectivas de conocimiento, como la economía, la historia, la demografía, la antropología o la psicología.
La sociología comporta una perspectiva “parcial”. Caracterizar cualquier perspectiva de conocimiento científico subrayando la parcialidad no es simplemente un ejercicio de modestia, sino de lucidez (Estruch, 2003). El reconocimiento de la parcialidad del propio punto de vista equivale a una reivindicación de la necesidad de un acercamiento interdisciplinario a los fenómenos sociales estudiados. Por cierto, el ámbito de la comunicación tiene un carácter claramente interdisciplinar.
Para obtener una explicación global, es importante que nos enriquezcamos con las diferentes aportaciones que nos pueden dar aproximaciones a una misma temática desde disciplinas como la sociología de la comunicación, la historia o la economía.
“Historiadores, economistas, psicólogos, antropólogos y sociólogos estudiamos la misma realidad única y común a todos. Lo que nos diferencia es precisamente el ángulo en el que estamos situados cuando contemplamos esta realidad. Es decir, tenemos perspectivas diferentes sobre una misma realidad. Por lo tanto, la vemos desde ángulos distintos. Nos formulamos preguntas diferentes ante esta realidad. Pero en vez de ver en el otro a un invasor potencial de mi territorio, aprendo a ver a alguien que, desde su perspectiva, aporta puntos de vista complementarios al mío, porque todo punto de vista es, por definición, parcial” (Estruch, 2003: 27).
Las disciplinas de conocimiento científico logran el estatuto de autonomía cuando han definido un objeto de estudio y una metodología apropiada de conocimiento. La afinidad de la sociología con otras disciplinas de conocimiento como la historia y la antropología es evidente. Comparten el mismo objeto de estudio, ya que estudian las sociedades humanas. Ahora bien, lo que cambia es la perspectiva teórica y, a menudo, la metodología de trabajo. La sociología estudia las sociedades actuales y se centra, entre otros temas, en los aspectos estructurales (en contraposición a la historia, que trata los aspectos más dinámicos). No obstante, la relación de la sociología con la historia es muy importante, ya que uno de los problemas más relevantes de las ciencias sociales es que el objeto de estudio cambia muy rápidamente (Burke, 2008).
Las afinidades entre la sociología y la antropología también son destacadas. De hecho, con el tiempo, la sociología y la antropología han convergido y, como mínimo, comparten el mismo objeto de estudio e intercambian métodos y procedimientos.
4. Los principales retos de la sociología
4.1. Las dos vertientes de la vida social
La ciencia social oscila entre dos perspectivas aparentemente inconciliables: el objetivismo y el subjetivismo. Superar la oposición entre estas dos perspectivas ha sido el principal reto de la sociología de la segunda mitad del siglo XX. Desde nuestro punto de vista, las dos perspectivas se encuentran en una relación dialéctica (están profundamente interrelacionadas).
La realidad social presenta dos caras. Por un lado, la sociedad aparece como una realidad objetiva y externa que nos limita, y a menudo nos induce u obliga a seguir unas pautas de comportamiento muy estrictos. En este sentido Berger (1987) nos habla del ser humano dentro de la sociedad, como si la sociedad fuera un tipo de prisión.
Por otro lado, la sociedad es también una realidad subjetiva, que hemos interiorizado, hemos incorporado y hemos hecho nuestra. En este sentido, estamos completamente imbuidos de nuestra condición social. Como ya se ha dicho, fuera de un entorno social no podríamos sobrevivir ni realizarnos personalmente.
Es importante tener presente estas dos vertientes de la vida social. Si queremos, por ejemplo, comprender las actitudes y disposiciones culturales de los estudiantes universitarios, es importante conocer las condiciones sociales objetivas que condicionan sus comportamientos individuales, pero también hay que saber cuál es su percepción subjetiva de la realidad.
Desde una perspectiva objetivista, la sociedad se impone como un hecho ineludible. Desde esta óptica, la sociología ha de seguir el antiguo precepto durkheimiano y “tratar los hechos sociales como cosas”.
Figura 18. La intención de Paul Cézanne en esta pintura de 1885, La montaña Sainte-Victoire vista desde Bellevue, es captar la estructura básica del paisaje.

Según Durkheim, no se ha de tomar nunca como objeto de investigación más que un grupo de fenómenos previamente definidos por ciertos caracteres exteriores que les son comunes y debe comprenderse en la misma investigación a todos los que responden a esta definición. En consonancia con su concepción positivista, la primera regla y la más fundamental de la sociología es que deben considerarse los hechos sociales como cosas. Son cosas todas las realidades que pueden y deben ser observadas desde el exterior y cuya naturaleza no conocemos de forma inmediata. Su significación no viene dada de forma inmediata sino que hay que descubrirla e irla elaborando gradualmente.
Los hechos sociales no solamente son exteriores a los individuos, constriñen su voluntad y abrazan al conjunto de los colectivos dentro de los cuales están presentes, sino que además tienen un carácter impersonal.
“Para Durkheim, el objeto de la sociología es el estudio de los hechos sociales. Estos hechos son modos de obrar, pensar y sentir exteriores al individuo y están dotados de un poder de coacción en virtud del cual se le imponen. Un hecho social es toda forma de hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior; o bien que es general en la extensión de una sociedad dada, con una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales. Un hecho social se reconoce por el poder de coacción que ejerce o es susceptible de ejercer sobre los individuos; y la presencia de este poder se reconoce, a su vez, ya sea por la existencia de alguna sanción determinada, ya sea por la resistencia que el hecho opone a toda empresa individual que tiende a hacerle violencia. Aun así, también se puede definir por la difusión que presenta en el interior del grupo, siempre que […] no se olvide de añadir, como segunda característica esencial, que existe independientemente de las formas individuales que toma al difundirse. Durkheim ofrece numerosos ejemplos de hechos sociales en su obra: el crimen, el suicidio, la familia conyugal, el divorcio, la división del trabajo, son objeto de sus investigaciones, que constituyen buenas ilustraciones del concepto. Las lenguas también son, dentro de los colectivos que las hablan, fenómenos que pueden ser conceptualizados como hechos sociales: son exteriores a los hablantes, generales dentro de las comunidades lingüísticas respectivas y vienen avaladas por la presión social. Una buena «prueba del algodón» de la existencia de los hechos sociales es su carácter coercitivo. Una manera de detectar su presencia es la posibilidad de exponerse a recibir una sanción en caso de contravenir las expectativas sociales. Ello quiere decir que a menudo detrás de un hecho social encontramos una norma, una convención o, en general, una institución” (Flaquer, 2014).
En el plano “metodológico”, este punto de vista estructuralista está orientado hacia el estudio de los mecanismos objetivos o de las estructuras profundas latentes y de los procesos que las producen y las reproducen. Esta aproximación descansa en técnicas objetivistas de investigación (por ejemplo, muestras estadísticas, indicadores, etc.). Desde esta perspectiva podemos decir que “existen –en el propio mundo social, y no solamente en los sistemas simbólicos como el lenguaje, el mito, etc.– estructuras objetivas independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes y capaces de orientar o de restringir sus prácticas y sus representaciones” (Bourdieu, 1987: 147).
El principal mérito del objetivismo es que permite romper con las ideas preconcebidas y con la experiencia inmediata del mundo social tal como es percibido por los mismos actores (y que así es capaz de producir un conocimiento que no es reductible al conocimiento práctico poseído por los actores de carne y hueso). La fuerza de esta perspectiva objetivista o “estructuralista” radica en el hecho de que destruye la ilusión de transparencia del mundo social.
Pero el objetivismo también presenta limitaciones importantes. Si pretendemos llevar esta perspectiva hasta las últimas consecuencias, existe el peligro de negar la dimensión subjetiva de la experiencia humana. El análisis sociológico debe contemplar, además, las representaciones que los individuos se hacen del mundo social (representaciones que contribuyen también a “crear la realidad”). El subjetivismo presupone la posibilidad de algún tipo de aprehensión inmediata de la experiencia vivida por los otros y da por hecho que esta aprehensión es una forma de conocimiento del mundo social más o menos adecuada.
Esta forma de mirar el mundo social se acerca más a la vida social tal como es vivida por los propios actores protagonistas de la acción social. Se interesa, en clave weberiana, por el sentido que los actores otorgan a sus acciones y por los procesos a través de los cuales construyen en la imaginación sus mundos sociales. La fenomenología nos acerca a este discurso. Las “técnicas cualitativas” –como la observación participante, la etnografía y el análisis del discurso– tienen como objeto, sobre todo, el estudio de la significación subjetiva de la acción social, pero hay que complementarlos con una mirada más objetivista.
Figura 19. La intención del pintor impresionista Claude Monet en esta pintura de 1872, Veleros, regata en Argenteuil, es captar las condiciones de luz en un instante muy concreto.

En el caso concreto de la obra de Pierre Bourdieu, las nociones de habitus y de campo tienen una importancia capital en la creación del paradigma teórico del autor francés y tienen la pretensión de resolver la falsa antinomia entre subjetivismo y objetivismo (entre individuo y sociedad o entre idealismo y materialismo). La tarea del autor francés ha sido intentar hacer una síntesis nueva que permita superar el uso de las parejas de conceptos dicotómicos (pairea concepts) que la sociología ha heredado de la vieja filosofía social. La noción de campo tiene una importancia estratégica para resolver esta falsa antinomia.
La sociología nos invita a dar un paso atrás desde la posición en la que nos encontramos y permite observar la realidad social (en la cual a menudo estamos involucrados) y mirarla desde una cierta distancia. Nos ayuda a ver el mundo (del que nosotros también formamos parte) como si fuera un mundo extraño y, en algunas ocasiones, incluso, divertido.
Como se ha dicho, la sociología es una disciplina de conocimiento que entronca directamente con la tradición del arte de la sospecha (Marx, Nietzche y Freud) y exige un espíritu permanente de desconfianza.
Figura 20. Marx, Nietzsche y Freud están considerados los tres maestros de la sospecha.

Ahora bien, el tipo de descubrimiento que podemos hacer en el campo de la sociología es muy diferente del descubrimiento que se produce en otros campos del conocimiento. La sociología nos revela una nueva dimensión (más o menos escondida) de lo que ya sabemos: “No es la emoción de encontrarse con lo que es perfectamente desconocido, más bien la emoción de descubrir que lo que ya nos era conocido cambia radicalmente de significado” (Berger, 1987: 35). Se trata de acercarse al “objeto de estudio con una actitud que combine tanto la distancia como la familiaridad, la explicación con la comprensión, el espíritu crítico como una la ingenuidad que te permite una actitud abierta y receptiva” (Griera y Urgell, 2002: 72).
El sociólogo estudia muchas veces algunas instituciones, como la familia, que conocemos (o creemos conocer) perfectamente. El sociólogo estudia, efectivamente, las instituciones básicas y sus “mecanismos de funcionamiento normal”. Aunque parezca paradójico, a menudo es más difícil hablar de realidades que nos son muy cercanas y que conocemos de toda la vida que de determinadas realidades nuevas, desconocidas o esotéricas, puesto que no tenemos sobre ellas una idea preconcebida.
Como sugiere Peter Berger, existe un vínculo muy estrecho entre la sociología y el sentido del humor. La perspectiva cómica se caracteriza precisamente por poner la seriedad en cuarentena radicalmente y ridiculizar las diversas formas de poder. La comicidad es una especie de “sociología popular” que conecta con la desconfianza y la sospecha inherentes a la cultura popular (Berger, 1997: 142).
Figura 21. Viñeta de El Roto en El País del 14 de septiembre del 2009.

Figura 22. El sentido del humor del grupo Monty Python es irónico, inteligente y corrosivo.

Del problema social al problema sociológico
“La principal causa del divorcio es el matrimonio” (Groucho Marx).
El objeto de la sociología consiste, en cierto modo, en el análisis de las instituciones sociales. La sociología es una disciplina que se interroga sobre los hechos sociales definidos en los términos de un observador distante y (des)implicado, y que se formula atendiendo a una determinada orientación teórica.
Vivimos en un mundo de certezas, en un mundo hecho de experiencias rutinarias y que damos por sentado (taken for granted). Todo esfuerzo sistemático de reflexión se da en casos más o menos excepcionales, cuando la rutina es interrumpida por un elemento (más o menos inesperado) que nos obliga a replantear las cosas ante un problema o ante cualquier imprevisto. Un problema es un obstáculo o una dificultad que se nos presenta y que hay que salvar como sea.
Si todo va bien, nadie se (pre)ocupa. La gente se preocupa ante determinadas situaciones que provocan inquietud o malestar y porque las cosas no van bien o no van como se espera que vayan.
Por ejemplo, las situaciones de crisis son un caldo de cultivo óptimo para la reflexión sociológica. Las crisis generan una gran inquietud y obligan a modificar nuestro comportamiento y a (re)definir ciertos postulados que son la base de nuestra sociedad.
En Invitation to Sociology: A Humanistic Perspective, Peter Berger distingue entre el problema social y el problema sociológico. Estamos ante un problema social en una situación de conflicto social o de inquietud que altera lo que se considera “el orden natural de las cosas”. Por ejemplo, un caso de divorcio se puede vivir como una situación conflictiva que genera graves tensiones y preocupación entre los miembros de la familia. Según Berger, el problema social se produce ante una situación de conflicto, malestar o desazón porque las cosas no funcionan como la gente espera que lo hagan. Estamos ante una situación “inesperada” que nos interpela y exige algún tipo de respuesta.
Esquema 4. PROBLEMAS SOCIALES Y PROBLEMAS SOCIOLÓGICOS. SOCIOLOGÍA E IDEOLOGÍA

Berger también nos habla del problema sociológico. Lo que se debe hacer es intentar entender y comprender por qué ha surgido o se ha producido el problema. Si queremos comprender, por ejemplo, el problema del divorcio hay que analizar primero la institución del matrimonio y comprender su papel en la sociedad actual. Sabemos que esta institución ha experimentado una transformación muy importante en los últimos años, pero continúa teniendo un papel capital en la regulación de la vida personal y familiar.
El problema sociológico es la manera de definir un fenómeno social como objeto de análisis que dista de lo que se entiende generalmente por “problema social”. Para entender el “problema sociológico” hay que conocer las causas del problema (que no siempre son de fácil diagnóstico ni solución): “El problema sociológico es siempre el de la comprensión de los hechos que suceden, en términos de interacción social. El problema sociológico no es tanto saber por qué hay cosas que “van mal” desde el punto de vista de las autoridades y de los que tienen la sartén por el mango, como llegar a entender cómo funciona todo el sistema, cuáles son los presupuestos en que se apoya, y a través de qué medios se mantiene trabado” (Berger, 1987: 54).
Finalmente, podemos añadir que existe el problema periodístico. El problema periodístico se da cuando se habla de un hecho noticiable que por su naturaleza preocupa a los ciudadanos. El periodista se fija en lo extraordinario, que llama la atención o que puede causar, incluso, cierta “alarma social”. A menudo el problema periodístico coincide con un problema social. Ahora bien, no todos los problemas sociales son noticia. Por ejemplo, un divorcio no es noticia (salvo que la ruptura matrimonial desencadene una respuesta violenta que provoque la muerte a uno de los cónyuges).
Figura 23. Portada del Periódico de Cataluña (19/11/2013) sobre la violencia machista que puede contribuir a provocar cierta alarma social.

El objeto de la sociología es estudiar lo que la gente considera normal en una sociedad determinada. No obstante, debemos reconocer que las situaciones excepcionales, los escándalos y la explosión de los conflictos sociales tienen un gran interés para la comprensión sociológica, dado que en estas circunstancias extraordinarias afloran a la superficie muchas realidades escondidas y permiten comprender mejor cómo actúan, a menudo de forma descarnada, los mecanismos de poder.
Ciertamente, algunas noticias hacen referencia a hechos esperados (por ejemplo, una efeméride que se repite cada año con motivo de una celebración popular, etc.). Ahora bien, normalmente las noticias hacen referencia a hechos excepcionales y sorprendentes. Lo que se ha de tener presente son los criterios de noticiabilidad: lo que nos permite seleccionar una noticia en un momento dado. Estos criterios varían lógicamente a lo largo del tiempo y también cambian de un país a otro. Es evidente que el criterio periodístico es bastante diferente del criterio sociológico. Mientras que el sociólogo intenta comprender la “normalidad”, el periodista escapa de esta normalidad y enfoca su atención sobre lo que es excepcional y que llama la atención. Sin embargo, tanto el uno como el otro son curiosos o fisgones profesionales.
Figura 24. Portada de El País (17/02/2014) sobre la inmigración subsahariana que puede contribuir a provocar cierta alarma social.

5. Conceptos básicos de sociología
La sociología trata de las relaciones personales que establecemos los unos con los otros. Muchos de sus conceptos básicos –como familia, institución o poder–forman parte de nuestro lenguaje habitual y los usamos, a menudo, sin mucha precisión semántica. El tema se complica ya que algunos términos sociológicos –como, por ejemplo, estilo de vida, socialización o capital social– han pasado a formar parte del lenguaje coloquial, con lo cual inevitablemente se relaja el rigor conceptual.
Una de las fases menos conocidas del desarrollo de la ciencia es el proceso mediante el cual descubrimientos científicos, conceptos y modos de pensar dejan atrás a los científicos que los generaron y pasan a formar parte de la cultura y la sociedad general. Este proceso, que tiene lugar en todas las ciencias, es de particular relevancia para los sociólogos. Los términos y conceptos de la sociología, a través de un proceso que ha sido descrito como de “incorporación cultural”, pueden ser difundidos a través del lenguaje cotidiano, frecuentemente perdiendo en el proceso su conexión con la disciplina que les dio origen. Más aún, el conocimiento y las técnicas sociológicas pueden ser objeto de un proceso paralelo de “incorporación social”, por el cual las instituciones sociales y elementos de la estructura social (tanto macro como micro) se apoyan (de modo directo o indirecto y no intencionado) en los métodos y descubrimiento de la sociología (R.K. Merton y A. Wolfe, 1995).
Como ya se ha dicho, esto nos obliga a poner una especial atención en el uso preciso del lenguaje. Al intentar explicar sociológicamente algún fenómeno, es básico utilizar la terminología adecuada y de manera pertinente según el significado que se le da en el interior de esta disciplina científica.
Para cerrar este capítulo exponemos una serie de nociones o conceptos fundamentales, imprescindibles para iniciarse en el conocimiento de nuestra disciplina.8
Sujeto/estructura social. El estudio de la acción social es central en el estudio de las sociedades actuales. La sociología contemporánea hace hincapié en el individuo como actor social. Los individuos participan activamente en la sociedad mediante determinados roles institucionales. La capacidad reflexiva de los sujetos las permite producir prácticas propias y originales, a la vez que influyen y modifican las propias estructuras sociales. Los sujetos, como ya se ha dicho, no son completamente libres, dado que sus acciones están condicionadas por la sociedad. La estructura social es a la vez causa y resultado de la acción de los individuos. Por ejemplo, el trabajo de cualquier periodista de investigación no dependerá exclusivamente de lo que él crea o quiera hacer, aunque sea la mejor de las opciones. Deberá tener en cuenta las características de la empresa en de la que trabaja, las inercias o rutinas adquiridas, las normas escritas (o no) de un determinado grupo profesional.
La acción colectiva es una acción emprendida por un conjunto de personas que persiguen una serie de objetivos compartidos. No debemos contemplar solamente la acción social como consecuencia de los actos individuales. También podemos referirnos a la acción protagonizada por un grupo de personas que se ponen de acuerdo para actuar conjuntamente, aunque no compartan necesariamente los mismos intereses o motivaciones. El término acción colectiva es bastante controvertido en el ámbito de las ciencias sociales, pero es especialmente adecuado para analizar el papel de los movimientos sociales. Las movilizaciones de los “indignados” o las manifestaciones y concentraciones de las diferentes plataformas ciudadanas contra los desahucios, por ejemplo, son formas de acción colectiva.
Figura 25. Los miembros del colectivo Anonymous son partidarios de la libre circulación de contenidos en Internet. Toman como símbolo la máscara utilizada por el protagonista de V de Vendetta.

La acción comunicativa forma parte de una teoría bastante compleja, pero que, a grandes rasgos, se refiere a la capacidad que tienen los sujetos de lenguaje y acción. Es decir, los sujetos interaccionan con voluntad de comunicarse algo mediante argumentos, para ver si pueden o no llegar a un acuerdo. La conversación tiene un importante papel social. Según Habermas, las relaciones sociales tienen un carácter intersubjetivo y se orientan al entendimiento. Es decir, las personas tienen las capacidades y las competencias necesarias para establecer cualquier tipo de comunicación y, por lo tanto, poder actuar en consecuencia. El concepto de acción comunicativa, por ejemplo, trasladado a la política, es el que nos permite hablar de democracia deliberativa. Pero esta cooperación entre dos o más individuos no se aplica solo a la política, sino también al mundo del trabajo y a la vida cotidiana.9
Figura 26. Una orquesta es una institución formada por músicos, los cuales tienen un papel muy concreto dentro de la orquesta.

Las instituciones proporcionan mecanismos y modos de acción con las cuales las personas participamos en la vida social mediante unas pautas de conducta modeladas y pautadas socialmente. Las instituciones organizan, ordenan, estructuran y hacen posible nuestra vida en cuanto que seres humanos y, por lo tanto, seres sociales. Podemos considerar que una institución es cada una de las formas de pensar, sentir y obrar que encuentra el individuo preestablecidas en una sociedad determinada, y también las acciones, las prácticas y las corrientes sociales que tienden a cristalizarse en usos y costumbres. La institución generalmente surge para atender alguna necesidad básica de la sociedad y adquiere un carácter orgánico y permanente, y es susceptible de desarrollar una reglamentación jurídica posterior. Un ejemplo clásico de institución es la familia, que a pesar de su transformación reciente continúa siendo un elemento consustancial de la vida social. La participación en la vida institucional puede ayudar a dar sentido a nuestras vidas. La institución familiar y las instituciones educativas tienen una importancia capital en los primeros años de vida. Aun así, un club de fútbol o la pandilla de amigos también pueden tener cierta trascendencia: dan coherencia, estabilidad y razón de ser a nuestros actos. Los medios de comunicación también son instituciones sociales que nos ofrecen una explicación simplificada de la realidad.
Una norma es una pauta común, interiorizada y aceptada por los individuos del grupo, que rige las respuestas de los miembros de un grupo institucionalizado. Una norma es un criterio de conducta e interacción social considerada necesaria o aceptable. Es la base del orden social. El desempeño de las normas es básico para un buen funcionamiento de la sociedad. El incumplimiento de ciertas normas puede comportar sanción o algún tipo de castigo. Según Durkheim, “nuestras pasiones son ilimitadas e insaciables, solo pueden frenadas por la contención impuesta por nuestros iguales. Sin normas seríamos unos seres desafortunados, desventurados, insatisfechos y neuróticos. Así pues, la limitación normativa de la sociedad no es tan solo para nosotros un imperativo de supervivencia, sino de felicidad personal y de equilibrio emocional”. Para Habermas, las acciones normativas son uno de los tipos de acciones que podemos observar en la vida social. En cualquier caso, debemos tener en cuenta que existen normas de muchos tipos, desde las más universales y explicitadas (como pueda ser una declaración universal o una constitución) hasta pautas o convenciones sociales no necesariamente explicitadas, como por ejemplo saludar a un vecino cuando te lo encuentras o felicitar alguien el día de su cumpleaños.
Figura 27. La Declaración Universal de Derechos Humanos es una norma universal, un documento declarativo firmado en 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Figura 28. Las formas de control social pueden tener un carácter muy sutil.

Poder, según Max Weber, es la probabilidad de que un actor (dentro de una relación social concreta) esté en condiciones de hacer prevalecer su voluntad incluso contra la resistencia de otros y al margen de la base sobre la que se apoya esta probabilidad (al margen de si el ejercicio del poder es justo o no). Hay tres tipos de poder: el poder como fuerza, que incluye la fuerza bruta, la fuerza represiva y la opresiva; el poder como influencia, que incluye la capacidad de manipulación de las condiciones que rodean a unas personas determinadas; y el poder como autoridad, que es el que posee, por razones de tradición, carisma, ascendencia moral, cargo público y otras causas y que no se ejerce con violencia.
El estatus social es la posición que ocupa un individuo dentro de la sociedad y que generalmente los demás reconocen. El estatus también indica lo que convencionalmente denominamos prestigio, dignidad y categoría personal. El estatus tiene una gran importancia para definir la identidad social de una persona y su relevancia dentro de un grupo social concreto. Por ejemplo, la condición de médico o de juez puede añadir una categoría especial a la persona que tiene dicha profesión. El estatus implica una expectativa recíproca de conducta entre dos o más personas. Un elemento fundamental de la estructura social es el estatus.
El rol es el conjunto de pautas de comportamiento que se espera de un individuo en el desarrollo de un estatus social determinado. Según la teoría de los roles, en la vida social los individuos “representamos” varios roles (familiares, profesionales, etc.), siempre de acuerdo con la pauta que nos marca el guion, y a la vez con aquel margen de libertad interpretativa del que todo actor dispone. La noción de rol es fundamental. El ejercicio de los roles es lo que nos permite tomar parte en la vida social. Los roles se pueden aprender y perfeccionar mediante su ejercicio. Los individuos desarrollan una cierta variedad de roles en el ámbito de diferentes contextos institucionales (por ejemplo, de padre de familia en casa y de profesor en la universidad). El rol está tipificado y marca las pautas de comportamiento que orientan la conducta de cada cual: siempre tiene que haber una cierta coincidencia entre lo que yo hago (en la ejecución de un rol) y lo que los otros esperan que haga (expectativa del rol).
La socialización es un proceso mediante el cual el ser humano interioriza las formas de pensar, de sentir y de actuar propias del medio sociocultural al que pertenece. Mediante la educación el individuo puede aprender e interiorizar los valores, las creencias y las normas de comportamiento vigentes en su cultura. Todos los individuos necesitan completar este proceso para llegar a ser personas y gracias a la socialización el individuo se convierte en miembro de la sociedad. El individuo asimila los modelos del mundo social que lo rodea y los percibe como propios. Mediante la educación, este legado cultural se puede transmitir de generación en generación. Aunque los procesos de socialización son de particular importancia en la niñez y la adolescencia, en cierta medida continúan a lo largo de toda la vida. Ningún individuo humano es inmune a las reacciones de los otros. Estos pueden influir y modificar su comportamiento en todas las fases del ciclo vital. Debemos mencionar dos tipos de socialización básica: la socialización primaria, que se produce en la niñez, y la socialización secundaría, que se produce, sobre todo, durante la adolescencia. Queremos destacar, finalmente, la socialización mediática entendida como un proceso por el que los medios actúan como mecanismos educativos no formales y contribuyen a la formación de la persona. En este caso no se da lugar a una educación estructurada, acumulativa y fundamentada en el conocimiento documentado o sistemático. Esta educación no formal es más bien de carácter instrumental, fragmentada y adecuada a las condiciones particulares. Podemos hablar, incluso, de los mass media como agentes impersonales de socialización y de la existencia de un proceso de socialización mediática vinculado al uso y a la interpretación que los ciudadanos hacen de los contenidos que aparecen en los medios de comunicación social. En la medida en que los medios de comunicación social se han diversificado y han ampliado su presencia, su responsabilidad educativa (no explícitamente, pero sí de forma tácita) se ha extendido de forma notable. Ahora bien, generalmente se trata de una influencia indirecta, muy difusa y difícil de determinar.
Figura 29. La familia sigue siendo el principal agente de socialización en las sociedades avanzadas.

La identidad es una noción muy compleja. La identidad nos sirve para formarnos una imagen de nosotros mismos, pero la identidad también depende de la opinión que los otros se forman de nosotros. Las identidades cambian en el tiempo y el espacio, desde las sociedades tradicionales, donde las identidades son compartidas e impuestas, hasta las sociedades posmodernas, donde las identidades se cuestionan y se desafían seriamente. Por ejemplo, todo el conjunto de comportamientos que los jóvenes adoptan cuando se integran en una “tribu urbana”, desde el vestido hasta el argot, tienen una importante dimensión simbólica. Cuando un joven adopta una determinada “estética”, habla de una determinada forma, etc., abandona el mundo que le han proporcionado desde la familia y adopta como propio el del grupo en que se ha integrado. Otorga una importancia primordial a la nueva identidad, que generalmente es compartida con sus iguales. La publicidad o las series de televisión nos aportan también muchos ejemplos de normativización o de creación de identidades o sentido. Recordemos que cuando hablamos de identidad, o incluso de normativización, no se tiene que entender solo desde un punto de vista negativo, sino también como el abastecimiento básico de socialización que necesitamos como personas que formamos parte de una sociedad. El proceso de identificación que lanza la publicidad a los grupos a los que se dirige, o la identificación como personas con los personajes de algunas series de televisión, refuerzan los criterios de pertenencia a un grupo. Incluso los mismos diarios conforman y refuerzan la identidad de cada cual (cuando uno lee La Vanguardia, El Periódico o La Razón) no solamente está leyendo un diario, sino que está reforzando su identidad.
Figura 30. La identidad de muchas personas se conforma a partir de los referentes musicales, la publicidad y los cánones de belleza establecidos.

El habitus es una actitud vital y una manera de comportarse de los individuos que está muy relacionada con su origen familiar y sus raíces culturales. Según Bourdieu, el habitus es una manera de hacer y de ser interiorizada según la posición que la persona ocupa dentro del espacio social y que organiza la percepción de la realidad y orienta la generación de prácticas culturales. Por ejemplo, una chica de clase alta, que viste ropa de marca, practica el esquí, estudia diseño y tiene un notable dominio del inglés se caracteriza por su refinamiento y por un estilo de vida bastante sofisticado. La noción de habitus surge en el contexto de una teoría general de la práctica y se convierte en un concepto clave para comprender las reflexiones de Pierre Bourdieu sobre la cultura. El habitus es un sistema de disposiciones culturales y valores perdurables que son fruto de la experiencia y del conocimiento adquirido por el individuo en un determinado ámbito social. El habitus es una disposición inconsciente y “desinteresada” que impregna todas las formas de comportamiento y da una coherencia formal, y orienta las decisiones que organizan la vida de las personas.
La tematización es una teoría que afirma que los medios de comunicación social tienen un papel clave a la hora de seleccionar los acontecimientos y los temas de actualidad que serán objeto de atención preferente y centro de la conversación por parte de la ciudadanía. El fenómeno de la tematización condiciona, pues, los procesos de formación de la opinión pública. Sin embargo, ello no implica que los medios de comunicación social puedan obligar a la gente a pensar de una forma determinada, sino que la pueden inducir a pensar y opinar sobre determinados temas y a ignorar otros.
Figura 31.El Judío Errante, grabado de Gustave Doré (1852), es una caricatura basada en estereotipos históricos profundamente arraigados en la cultura popular.

Un prejuicio es una actitud que predispone a una persona a pensar, percibir, sentir y actuar de forma favorable o desfavorable en relación con un grupo o con sus miembros individuales. Los prejuicios son ideas preconcebidas que nos hacen interpretar la realidad de forma simplista y distorsionada. En psicología social el prejuicio es una actitud, normalmente aprehendida durante el proceso educativo, y usualmente negativa e infundada hacia determinadas cosas o personas.
Palabras clave:
acción social (Weber)
acción colectiva
acción comunicativa
anomia
burocracia
cambio social
capitalismo
capitalismo informacional
ciencia
comunidad/asociación
conciencia personal
consecuencias no intencionadas
control social
Desencantamiento del mundo
división social del trabajo
economicismo
estatus
estereotipo
estratificación social
hechos sociales
habitus
holocausto
idealismo/materialismo
identidad
ideología
imaginación sociológica
innovación tecnológica
institución
interacción social
ley de los tres estadios
lucha de clases
macrosociología
materialismo histórico
microsociología
modernidad
objetivismo
poder
positivismo
prejuicio
racionalización
red social
relativismo
riesgo
riesgo manufacturado
riesgo natural
rol
secularización
socialización
sociobiología
sociología
solidaridad
solidaridad mecánica
solidaridad orgánica
sujeto/estructura social
subjetivismo
tematización
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1. Para una lectura actual y crítica sobre Marx, véase: León, F. J. (2014). Karl Marx. Entre la ciencia y la revolución. Barcelona: UOC, e-Pub.
2. Para una lectura actual sobre Durkheim, véase: Flaquer, L. (2014). Émile Durkheim. Sociólogo de la moral (e-Pub). Barcelona: UOC.
3. La noción de anomia posteriormente ha sido desarrollado por R. K. Merton –en Social Theory and Social Structure (1949)–, para quien la anomia o estado anómico es la situación en que los objetivos sociales prescritos son incompatibles con las normas que regulan la consecución y se originan conflictos, tensiones y frustraciones específicas de cada caso.
4. Para una lectura actual de los clásicos de la sociología, véase: Estradé, A. (2003). “El pensamiento sociológico: los fundadores” en: Cardús, Salvador (coord.) La mirada de un sociólogo. ¿Qué se hace, qué hace, qué dice la sociología. Barcelona: Proa / UOC, 2003.
5. Véase: Bourdieu, P. (1997). “Anexo I. La influencia del periodismo”. Sobre la televisión (pp. 101-118). Barcelona: Anagrama.
6. No queremos dar a entender que el hecho de realizar encuestas y realizar sondeos de opinión no pueda ser algo muy relevante para el sociólogo, sino que solo se trata de una parte de su trabajo.
7. Véase, por ejemplo, la obra siguiente: Christakis, N. A; Fowler, J. H. (2010). Conectados. El sorprendente poder de las redes sociales y cómo nos afectan. Madrid: Taurus.
8. Para profundizar en el significado de las nociones sociológicas, podéis consultar:Giner, S.; Lamo de Espinosa, E. (2006). Diccionario de sociología. Madrid: Alianza Editorial.
9. El concepto de acción comunicativa en Habermas amplía otros tipos de acciones presentes en nuestras vidas: acciones teleológicas, acciones estratégicas, acciones normativas y acciones dramatúrgicas.