UN CIERTO MISTERIO
Los protagonistas de este libro –los adolescentes– no son un fenómeno extraño. Forman
parte de nuestra realidad diaria, de nosotros mismos y de nuestro entorno. ¿Qué es
la adolescencia? ¿Cómo es una persona adolescente? Todos lo hemos sido, lo son nuestras
hijas, nuestros estudiantes, los hijos de los vecinos, los que vemos en el transporte
público, en las series de televisión. Y, sin embargo, una cosa tan cotidiana como
la adolescencia reviste ciertas características de misterio compartidas por todos
los procesos de cambio que se suceden a lo largo de nuestra vida.
A lo largo de cinco capítulos, analizaremos las transformaciones que determinan esta
etapa de la vida, cuya profundidad ha llevado a considerar la adolescencia como un
segundo nacimiento. En el transcurso de cinco o seis años, los adolescentes se afanan
a estrenar un nuevo cuerpo, nuevas armas de razonamiento, un nuevo corazón; todo en
un mundo de relaciones que se ha ampliado extraordinariamente. Al repasar una a una
estas novedades comprenderemos mejor la importancia que conceden a su aspecto, sus
habilidades crecientes para discutir y teorizar, sus rápidos cambios de humor, los
afanes de independencia y el repliegue a posiciones más seguras, el papel que tienen
los amigos y de donde nace su amor al riesgo.
La adolescencia constituye un momento de discontinuidad en el desarrollo tan significativo
como la infancia. Erraríamos si lo considerásemos un paréntesis vital entre la infancia
y la edad adulta. Los adolescentes no son mitad niños y mitad adultos; son otra cosa,
y a eso dedicamos este libro. La relevancia de este momento evolutivo se expresa en
las diversas reorganizaciones que se producen en esta etapa. Los adolescentes se enfrentan
a elecciones –y tienen más capacidad y oportunidades para hacerlo– en un buen número
de cuestiones –académicas, de género, ideológicas. Sus decisiones afectarán claramente
a su futuro. Por eso, los adultos –especialmente, los padres y madres– consideran
con razón que esta edad presenta más riesgo que la infancia.
Estos reajustes no se producen en el vacío. En primer lugar, el desarrollo incluye
discontinuidades y continuidades y, en este sentido, el adolescente parte del niño
que fue. Los jóvenes con los cuales convivimos son los mismos que hemos ido gestando
en las edades anteriores y serán, en su momento, los adultos que compondrán nuestra
sociedad.
Ninguna etapa de la vida puede entenderse del todo fuera del marco general de la evolución
completa de la persona.
Por otro lado, las reorganizaciones tampoco se producen en un vacío ambiental. Cuando
definimos una persona como adolescente, hacemos referencia a su pertenencia a un grupo
de edad determinado y pasamos por alto muchas otras características que lo determinan
como persona y que también son fundamentales: ser chico o chica, la familia de procedencia,
el hecho de estudiar o trabajar, ser o no emigrante, su entorno geográfico, el momento
histórico.
Los adolescentes cambian al mismo tiempo que las personas que los rodean y la sociedad.
Su desarrollo implica la necesidad de que los adultos modifiquen simultáneamente la
perspectiva que tienen. Ser padres de una adolescente, en comparación a serlo de una
niña, supone un nuevo aprendizaje, ya que nuestros objetivos educativos, nuestras
preocupaciones, nuestras inseguridades, nuestras satisfacciones se transformarán.
Lo mismo podríamos afirmar con respecto a sus profesores y profesoras.
Finalmente, no olvidamos que, a pesar de su altura, su seguridad, su reivindicación
de autonomía, sus desafíos, los adolescentes continúan desarrollándose y, aunque no
lo pidan, nos necesitan de manera diferente pero en un grado similar, por lo menos,
que cuando eran niños.