Capítulo I

EL CONTENIDO

1. Una narrativa de ideas

De una manera informal, en el año 1953, el francés Michel Butor ya decía que el lector reconoce como ciencia ficción aquellas narraciones «en las que se habla de viajes interplanetarios» y posiblemente entonces no dejaba de ser un poco verdad. Hay que reconocer que la ciencia ficción se asocia fácilmente con viajes interestelares e incluso hoy día, a pesar de la llegada a la Luna, estos viajes no han dejado de constituir un tema habitual en el género. Pero limitar la ciencia ficción a estos temas sería una visión claramente parcial e insuficiente que no sirve para incluir todo lo que actualmente se considera ciencia ficción.
Con toda seguridad conviene considerar la ciencia ficción como una «narrativa de ideas», una narrativa formada por historias en las que el elemento determinante es la especulación imaginativa. Algo de eso hay en la acepción popular que considera «ciencia ficción» cualquier perspectiva especulativa y con pocas posibilidades de existencia en el mundo real actual. Cuando alguien quiere decir que algo le parece imposible e irrealizable es fácil que diga: «Parece ciencia ficción».
En definitiva, aun aceptando este punto de inverosimilitud, las narraciones de la ciencia ficción intentan en realidad contestar a la pregunta «¿Qué ocurriría si...?» y abordar un análisis de las consecuencias de una hipótesis considerada no habitual o demasiado prematura como para que pueda ser factible en el mundo real.
La palabra «ciencia» en la denominación del género refleja el interés inicial por analizar las consecuencias que los cambios y los descubrimientos científicos y tecnológicos producen o producirán en los individuos y las organizaciones sociales. Por eso, un autor y estudioso como el británico Brian W. Aldiss considera que la primera novela propiamente de ciencia ficción es Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley. Lo importante de la novela no radica en absoluto en la descripción de un nuevo éxito científico capaz de volver a dar vida a cuerpos muertos, sino en el hecho de que la obra de Mary Shelley explora fundamentalmente las consecuencias que esta novedad científica puede tener en un determinado entorno social, en este caso la sociedad inglesa de principios del siglo xix.
Debemos decir que se ha superado hace ya bastantes años la orientación de la ciencia ficción primitiva que limitaba las especulaciones a las ciencias físicas y naturales y sus derivaciones tecnológicas. Hoy el «¿Qué ocurriría si...?» se ha extendido al análisis de hipótesis que también corresponden a la psicología, la sociología, la antropología o la historia y, en definitiva, al conjunto de las ciencias llamadas «sociales» o «humanas».
En una primera etapa, la ciencia ficción, caracterizada por ser una literatura de ideas basada en los aspectos científicos y tecnológicos más estrictos, se dejaba llevar por la posible riqueza intelectual de estas especulaciones científicas y en detrimento de ciertos elementos básicos de la narración literaria.
La ampliación del ámbito especulativo de la ciencia ficción ha aportado, casi paralelamente, una mayor atención a la estructura narrativa, la trama, la psicología de los personajes y, en definitiva, una mayor calidad literaria por un lado, y por el otro la verosimilitud global de las culturas y los seres que la ciencia ficción imagina.
Quizás por eso la ciencia ficción exige a sus autores una capacidad especial para utilizar con coherencia las situaciones y los nuevos entornos creados en los mundos y las culturas que ellos mismos han imaginado. Se trata de que (según una formulación tradicional original del editor norteamericano Campbell), aceptada por el lector una idea central especulativa, incluso inverosímil, el resto resulte un conjunto coherente que se pueda deducir con cierta lógica de los presupuestos establecidos en la misma narración.
En realidad, el problema de la caracterización del género deriva directamente de la inexistencia de unos límites precisos y claros en la temática y los planteamientos que utiliza la ciencia ficción. Las narraciones pueden transcurrir en el presente, en el futuro, en el pasado o incluso en un tiempo alternativo ajeno a nuestra realidad, como ocurre en el caso de las ucronías o narraciones ambientadas en universos paralelos.
Por otra parte, tampoco hay limitación en el aspecto espacial o, para ser más precisos, en la determinación «geográfica» en donde suceden las narraciones de la ciencia ficción: universos reales o imaginarios, planetas existentes o inventados, el espacio físico real o el espacio interior de la mente son escenarios en los que se han desarrollado algunas de las mejores obras de un género que se resiste inevitablemente a la definición.
De manera parecida, el género narrativo conocido como ciencia ficción se puede expresar de muchas maneras: con la literatura, el cine, la televisión, el teatro, la radio, la poesía o el cómic. Se trata, esencialmente, de una narrativa que toca muchos temas y lo hace en muchos medios de expresión.
Para resumir, lo que mejor caracteriza a la ciencia ficción es la voluntad especulativa (el «¿Qué ocurriría si...?») y también lo que los especialistas llaman el «sentido de la maravilla»: la capacidad de sorprender al lector o espectador con unos mundos ficticios que aportan a la ciencia ficción el mismo tipo de atractivo que la narrativa histórica o de viajes.
Ofrece y presenta paisajes, sociedades y personajes que son diferentes de los que vemos y conocemos habitualmente y, por lo tanto, nos pueden interesar por sus peculiaridades.
Especulación (más o menos racional) y sentido de la maravilla vienen a ser, por tanto, los dos elementos centrales del género narrativo que conocemos como ciencia ficción.

2. Algunos intentos de definición

Hay un acuerdo tácito entre los especialistas sobre la falta de una definición satisfactoria de lo que es la ciencia ficción. Es habitual atribuir al escritor Norman Spinrad (uno de los buenos autores del género) la boutade según la cual la «ciencia ficción es todo aquello que los editores publican con la etiqueta de ciencia ficción» y esta tautología sigue siendo una de las mejores acotaciones de un género multiforme.
Si es preciso, se puede hacer aquí referencia al filósofo Nietzsche, quien al parecer fue el primero que nos hizo ver que lo que tiene historia no puede definirse. La razón es sencilla: a lo largo de esa historia lo que se quiere definir ha ido cambiando y, por tanto, ninguna de las posibles definiciones concuerda exactamente con todos los momentos de esta evolución. La ciencia ficción, narrativa con casi dos siglos de historia, tiene, pues, una difícil definición.
A pesar de todo, además de la elemental boutade de Spinrad, hay algunos intentos particularmente interesantes de definición del género. La conjunción de algunas de estas definiciones puede ayudar a crear una imagen del contenido de la inagotable esfera de acción del género de la ciencia ficción. Pero no hay que olvidar que, como ha dicho uno de los más brillantes autores y comentaristas del género, Brian W. Aldiss «a cualquier definición de la ciencia ficción le falta algo. Las definiciones tienen que ser como mapas: tienen que ayudar a explorar el territorio, pero no son sustitutos de esa exploración».
Para Lester Del Rey, autor y editor norteamericano, la ciencia ficción es «un intento de tratar racionalmente con posibilidades alternativas, realizado de tal manera que resulte entretenido». Aquí se recoge, básicamente, el aspecto de la ciencia ficción vista como una narrativa lúdica y entretenida que tampoco carece de la posibilidad de reflexión inteligente sobre unas posibilidades alternativas surgidas de la especulación más libre.
Más complejo y sugerente es el punto de vista del británico Aldiss en su intento de definición: «La ciencia ficción es la búsqueda de una definición del ser humano y su estatus en el universo que resulte coherente con nuestro nivel de conocimiento que resulta, al mismo tiempo, adelantado pero también confuso». Hay que destacar la atención a la novedad que la ciencia aporta como forma (incluso «confusa» según Aldiss) de ver el mundo, y del cambio que eso supone.
También desde fuera del reducido mundo de la ciencia ficción han surgido definiciones. Kingsley Amis, novelista, poeta y crítico británico fue el autor de uno de los primeros estudios de reflexión sobre el género, News Maps of Hell (1960, traducido en España en 1966 como El universo de la ciencia ficción). Para Amis la «ciencia ficción es el tipo de prosa narrativa que trata una situación que es imposible que ocurra en el mundo que conocemos, pero que se establece como hipótesis de acuerdo con alguna innovación de la ciencia o la tecnología, o de la seudociencia o la seudotecnología, ya sea de origen humano o extraterrestre».
Esta es una definición clásica y que, lógicamente, por el año en que fue formulada, sólo se refiere a la ciencia y la tecnología ya que en el año 1960 no era todavía evidente la eclosión de la ciencia ficción con bases humanistas como la sociología o la psicología, temas que se desarrollarían precisamente a partir de los años sesenta y setenta.
El famoso aficionado y editor norteamericano Sam Moskowitz define la ciencia ficción como «una rama de la fantasía identificable por facilitar la "suspensión involuntaria de la incredulidad" por parte de los lectores, al utilizar una atmósfera de credibilidad científica mediante imaginativas especulaciones en el campo de las ciencias físicas, el espacio, el tiempo, las ciencias sociales y la filosofía». Es importante destacar el hecho de que, ante las situaciones imaginadas por la ciencia ficción, es preciso que el lector suspenda momentáneamente una reacción lógica de incredulidad. Y eso se consigue con una explicación con apariencia científica y, también hay que decirlo, por la magia de la narración literaria a la que se atribuye cierto «sentido de la maravilla», que impregna las narraciones de ciencia ficción y es uno de sus elementos más característicos.
También los autores famosos han intentado definirla. Y así Isaac Asimov hace una formulación más bien clásica al decir que la «ciencia ficción es aquella rama de la literatura que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología». Es una definición que, en líneas generales, coincide con la visión de Aldiss, que el propio Asimov comenta y acepta. La idea importante que puede deducirse de ello es que en la ciencia ficción no importa tanto que la especulación tecnocientífica sea correcta o exacta como los efectos que provoca en individuos y sociedades (humanas o no).
Quizás resulta más completa la visión de Robert A. Heinlein, el autor norteamericano más reconocido allí en el campo de la ciencia ficción. Heinlein dice: «Una breve definición de casi toda la ciencia ficción sería: una especulación realista en torno a unos posibles acontecimientos futuros, basada sólidamente en un conocimiento adecuado del mundo real, pasado y presente, y en una profunda comprensión del método científico. Para lograr que la definición sirva para toda la ciencia ficción (en vez de "casi toda") es suficiente con eliminar la palabra "futuro"». Seguramente esta es una de las definiciones más completas.

2.1. Más amplia y general

La mayoría de las definiciones citadas hasta aquí hacen referencia explícita a la base científica y tecnológica de las narraciones. Sin embargo, esta característica no es estrictamente necesaria en la ciencia ficción de las últimas décadas, en las que el género utiliza una temática más amplia y general. Hay, huelga decirlo, otras posibles definiciones no tan centradas en la tecnociencia y mucho más generales como la de la autora y antologista Judith Merril, que nos dice que la «ciencia ficción es la literatura de la imaginación disciplinada». Lo que, pensándolo bien, convertiría casi todo en ciencia ficción.
En Cataluña, en la Gran Enciclopèdia Catalana, Miquel Porter Moix, autor de la entrada sobre ciencia ficción, la define como un «género literario basado en ingredientes de carácter extraordinario pero racionalizables por la imaginación, y centrado generalmente en el desarrollo de las posibilidades atribuidas a la técnica y a la ciencia. Sus límites se confunden con los de la literatura fantástica y algunos de sus productos pueden llegar a ser incluidos en cualquiera de los dos apartados».
Vendría a ser un buen resumen de lo que hemos ido diciendo hasta ahora.
A pesar de todo, sigue teniendo validez la boutade atribuida a Spinrad y, posteriormente, matizada por Peter Nicholls y John Clute, cuando dicen que la «ciencia ficción es una etiqueta que se aplica a una determinada categoría de publicaciones y está sujeta a los caprichos de editores y editoriales». Recogen así los posibles cambios producidos en la opinión de los editores con el paso de los años.
En cualquier caso, resulta conveniente concluir este capítulo recordando la dificultad de definir lo que tiene historia y renunciar a encontrar una definición completa y adecuada para todas las formas que ha tomado, toma o tomará la ciencia ficción. Tom Shippey dio una explicación convincente de este hecho al decir que «la ciencia ficción es muy difícil de definir ya que es la «literatura del cambio» y cambia mientras se está tratando de definirla». Esta parece ser una gran verdad y la única conclusión posible es que, sea cual sea la definición del género que se quiera utilizar, siempre habrá narraciones que no se ajustarán a ella, aunque los autores, editores y lectores las consideren incluidas dentro de la ciencia ficción.

3. Un género escrito en inglés

Actualmente, la ciencia ficción es, básicamente, un género anglosajón que casi siempre ha sido escrito en inglés. Nacida a lo largo del siglo xix en Europa con los británicos Mary Shelley y Herbert G. Wells y el francés Jules Verne, durante el siglo xx la ciencia ficción se configura como una forma literaria esencialmente norteamericana después de la obra como escritores y, sobre todo, como editores del luxemburgués Hugo Gernsback (quien vivirá y trabajará en Estados Unidos) y del norteamericano John W. Campbell.
Los países europeos, con la excepción de Gran Bretaña y algunos casos individuales en otros lugares, no han generado, en la ciencia ficción, ni títulos ni autores importantes que hayan tenido resonancia mundial y se hayan traducido habitualmente a otros idiomas.
En realidad, con excepciones muy aisladas como la del polaco Stanislaw Lem o los rusos Arkadi y Boris Strugatski, prácticamente ninguno de los autores no anglosajones ha alcanzado el prestigio mundial de la mayoría de sus colegas norteamericanos y británicos.
Hay que decir que en la antigua Unión Soviética, al margen de una ciencia ficción para adultos (a menudo con segundas intenciones críticas) hubo también cierto interés por la ciencia ficción orientada a los jóvenes y más centrada en la ciencia, entendida desde una perspectiva casi «formativa». La idea central parecía ser, aunque hoy nos pueda parecer ingenua, que si los jóvenes leían narraciones y aventuras protagonizadas por científicos e ingenieros, ello despertaría vocaciones para estudiar ciencia e ingeniería, hecho que, en la época de la guerra fría, parecía absolutamente imprescindible en la Unión Soviética.
Más tarde, sobre todo con el auge de la tendencia ciberpunk de los años ochenta, Japón empezó a mostrar un gran interés por la ciencia ficción y hay que decir que muchas de las mejores realizaciones del anime (cine de animación) y del manga actual tratan temáticas de ciencia ficción.
En un ámbito más local, la ciencia ficción en España resulta todavía bastante marginal.

4. La importancia de la narración corta

La caracterización de la ciencia ficción como una literatura especulativa y basada en las ideas ayuda a comprender una de las particularidades esenciales de este género literario: la supervivencia y la importancia de la narración corta.
Muchas veces, una idea especulativa brillante admite su exposición en forma condensada en pocas páginas sin que deba recurrirse a la extensión de una novela completa. Por eso, la ciencia ficción ha demostrado una maravillosa vitalidad en sus narraciones cortas (short stories), y algunas de ellas son verdaderas muestras antológicas de las potencialidades del género. En particular, están también las narraciones supercortas (short short stories) que explotan en la brevedad de una o dos páginas el aspecto sorprendente de una idea brillante, como hará a menudo Frederic Brown, verdadero maestro de la extensión supercorta.
Por esta razón, en la ciencia ficción siguen vigentes actualmente una serie de revistas especializadas en las narraciones breves o las novelas cortas. En realidad este será, prácticamente, el formato más importante del género en la primera mitad del siglo xx. Al llegar a los años cincuenta, a menudo las mejores narraciones cortas publicadas en revista se unieron para formar libros utilizando un procedimiento de montaje muy característico de la ciencia ficción que se llama fix-up.
El fix-up es el montaje de varias narraciones cortas interrelacionadas de alguna manera para formar un único libro. Para conseguirlo, si es preciso, el autor acompaña el material disponible de algunas narraciones complementarias escritas precisamente con esa finalidad. Para mencionar algunos casos famosos de fix-up hay que tener en cuenta que lo son la famosa «serie» de la Fundación (1951) o el libro Yo, robot (1950) de Isaac Asimov y, también, Dune (1965) de Frank Herbert.
Más tarde, después de que el género de la ciencia ficción experimentara cierto boom editorial con nuevas publicaciones en forma de libro a partir de los años cincuenta y sesenta, se ha producido el fenómeno inverso. Sin abandonar la riqueza de la narración corta, en las últimas décadas han proliferado en la ciencia ficción las «series». Posiblemente, la razón fundamental de ello es el interés de los autores por explotar al máximo las posibilidades y potencialidades de unos nuevos mundos y universos que difícilmente se agotan en la extensión de una única novela.
Aunque también está la voluntad, a veces exagerada, de aprovechar comercialmente el éxito de una primera novela con repetidas continuaciones, como sucede en las cinco continuaciones que quieren aprovechar el éxito de Dune (1965) de Frank Herbert (en este caso, además, la serie ha sido continuada, después de la muerte del autor, por su propio hijo).
Hace ya un par de décadas apareció también la modalidad del «universo compartido», en la que un autor crea un determinado mundo o universo donde deja que intervengan algunos de sus colegas escritores.
Estos colaboran con narraciones cortas y novelas breves que utilizan tanto el ambiente como los personajes del inventor del universo compartido quien, de alguna manera, se encarga también de controlar la coherencia del conjunto y su aspecto final.
No se tiene que confundir la estructura del «universo compartido» con una grave forma de corrupción de esta idea que nació también en los años ochenta y que demuestra cierto abuso de algún editor desaprensivo.
Se trata de las novelas escritas por autores generalmente desconocidos y novatos que, de acuerdo con un editor (y también como fruto de un encargo concreto), ambientan sus narraciones en entornos de obras de autores famosos. Por ejemplo, no debe confundirse la obra sobre robots de Asimov con una serie de novelas sobre una pretendida «ciudad de robots» (Robot City) inspirada muy libremente en la obra de Asimov sobre robots.
Se trata de un invento de la editorial Byron Press, en el que Asimov no interviene para nada más que para ceder el nombre y, así, incrementar las ventas de unas novelas en las que, a menudo, es difícil encontrar el nombre del autor verdadero, siempre en letra mucho más pequeña que la del autor famoso que asegura las ventas a los lectores poco observadores. El fenómeno se ha repetido (siempre ha sido responsable la misma editorial) con ambientes creados por Arthur C. Clarke (Venus Prime), Philip J. Farmer o Roger Zelazny, por mencionar tan sólo los ejemplos más conocidos.

5. La cuestión del nombre

Aunque en este libro se utiliza el denominador de ciencia ficción, es bastante evidente que, en un género narrativo multiforme, complejo y que ha ido cambiando con el tiempo, ha habido también otros intentos de denominación.
«Ciencia ficción» es un anglicismo que la costumbre ha impuesto en nuestro país tras muchas décadas de utilización mimética de la expresión original en inglés science fiction, tal como se ha hecho también en muchos otros idiomas como en francés (science-fiction), en alemán (science fiction) o incluso en sueco (science fiction).
Hay que decir que, por ejemplo, la Gran Enciclopèdia Catalana utiliza ciència-ficció, que ha sido una denominación bastante habitual en los años cincuenta también en su equivalente castellano. Pero el mundo editorial español y los aficionados al género hace años que han abandonado el guión, al menos en castellano, aunque en catalán se acostumbra a mantener.
De hecho, no es extraño que, con cierta periodicidad, algunos literatos (en general no precisamente interesados en la ciencia ficción), preocupados más por la forma del lenguaje que por su función como elemento de comunicación, se quejan del anglicismo «ciencia ficción» y descubran, por enésima vez, que habría que llamar al género «ficción científica», que parece más de acuerdo con las reglas gramaticales de nuestra lengua.
No es el único nombre alternativo propuesto para la ciencia ficción ya que la denominación habitual, incluso en inglés, no resulta completamente satisfactoria.
Y seguramente no lo puede ser por la propia variabilidad y multiplicidad del género. También en inglés ha habido otras propuestas que, finalmente, no han desbancado al habitual science fiction.
Para empezar, hay que mencionar la denominación scientific romance (romances científicos) que era como se etiquetaban las obras de H. G. Wells, el precursor británico de la ciencia ficción. También la obra de Verne se designó como anticipation scientifique (anticipación científica), que añade un aspecto «predictivo» a los contenidos de las primeras narraciones.
Pese a mantener el contacto con la voluntad «científica» de los primeros años, hoy romance ha quedado limitado a un contenido de novela sentimental e, igualmente, anticipation no sirve para caracterizar la vertiente de la ciencia ficción que no especula inmediatamente sobre el futuro de nuestro presente.
El origen del nombre ciencia ficción arranca del editor Hugo Gernsback, quien, al crear la primera revista especializada Amazing Stories en el año 1926, la presentaba como dedicada a narraciones de scientifiction (que posiblemente podría traducirse por cientificción, aunque nunca se haya hecho así).
Es muy probable que el nombre propuesto por Gernsback fuera un apócope de scientific-fiction (el «ficción científica» que reclaman en nuestro país algunos puristas del lenguaje), lema que, en realidad, nunca se ha utilizado en inglés. Muy pronto, el bastante malsonante nombre de scientifiction se convirtió en la science fiction actual, concretamente en junio de 1929 en otra revista editada por Gernsback: Science Wonder Stories.
Otra denominación ha sido scientific fantasy (fantasía científica) también aplicada en Gran Bretaña en su día a las novelas de Verne. Actualmente todavía se utiliza en Gran Bretaña la expresión science fantasy, que hoy corresponde más exactamente a uno de los subgéneros nacidos de la ciencia ficción.

5.1. Una buena idea

Una de las mejores ideas para cambiar una denominación que todo el mundo utiliza, pero que no satisface completamente a nadie, fue la de ficción especulativa. Pese a mantener las mismas iniciales en inglés (SF también para speculative fiction), la nueva denominación elimina el calificativo de ciencia para prestar más atención al aspecto especulativo de esta literatura con independencia del origen más o menos científico de las ideas que estimulan dicha especulación.
Se trata de un intento de no restringir la ciencia ficción a la especulación basada en las ciencias «duras» y en la tecnología que dominaba el género antes de los años sesenta. El cambio intenta lograr una denominación más adecuada a las nuevas formas de la ciencia ficción. La denominación, sugerida por Robert A. Heinlein, ha tenido unos grandes defensores en Damon Knight y Harlan Ellison. Pero hoy día es utilizada preferentemente por los escritores y comentaristas que, con cierto ramalazo de anticientificismo, tienen interés en subrayar que es la literatura y no la tecnociencia y sus efectos lo que más les interesa. Los detractores de la nueva denominación dicen simplemente que «ficción especulativa» anuncia un contenido demasiado general que, si bien es aplicable a la ciencia ficción de hoy, también se puede aplicar, por ejemplo, a la Divina Comedia de Dante ya que, toda ficción es, en cierta manera, una especulación.
Para cerrar este apartado, hay que hablar de la denominación más habitual del género entre los profesionales de los medios audiovisuales (cine y televisión generalmente). Se trata de sci-fi, una abreviación creada como un juego de palabras por el veterano aficionado norteamericano Forrest J. Ackerman. La idea fue hacer un paralelismo con la pronunciación de «hi-fi» como abreviación de high fidelity y solo ha tenido éxito entre aquellos que utilizan la ciencia ficción con excesivo desprecio por sus contenidos de ideas y prestan toda la atención a los aspectos más superficiales como podrían ser los efectos especiales cinematográficos.
El propio Asimov, siempre tan ponderado y ecuánime, después de recordar que «sci-fi» es un término utilizado por «la gente que no lee ciencia ficción», no puede evitar decir: «Podemos definir "sci-fi" como un material inútil que, a veces, la gente ignorante confunde con la ciencia ficción». Huelgan comentarios.
Como resumen, debemos decir que la denominación ciencia ficción, si bien problemática en nuestro país desde el punto de vista gramatical, tiene la virtud de su utilización cotidiana desde hace ya muchos años por los aficionados, escritores y editores del género. En nuestro ámbito cultural es conocida desde los años cincuenta, a partir de la aparición de los libros publicados en castellano por la editorial argentina Minotauro.
Precisamente esta utilización continuada es la que ha hecho que, con el paso del tiempo, se haya ido tiñendo de la realidad multiforme de un género evolutivo y cambiante. Por eso, ciencia ficción es el nombre que más exactamente denomina lo que la ciencia ficción ha sido y es hoy y, por lo tanto, esta es la denominación que aquí se utilizará.

6. El mundo del «fandom»

La ciencia ficción ha generado un curioso grupo de aficionados (fans) que forman el fandom (FAN kingDOM: «reino del fan»), muy activo e importante en el conjunto del género. Además de las revistas profesionales, la ciencia ficción cuenta también con las publicaciones realizadas por los fans en plan amateur.
Reciben el nombre genérico de fanzine (FAN magaZINE). Aunque estas denominaciones se utilizan hoy para otras actividades, hay que decir que, al margen de la ciencia ficción, pocos las utilizaban, digamos, hace cincuenta o sesenta años.
Una de las actividades más importantes del fandom son las convenciones (cons), en especial la worldcon o Convención Mundial de la Ciencia Ficción. En estos encuentros, el contacto de los escritores con sus lectores ha sido siempre fecundo y muy importante para el desarrollo del género.
Todos los años, se otorga en la Worldcon el premio más famoso de la ciencia ficción: el premio Hugo. Su nombre completo es Science Fiction Achievement Award, pero todo el mundo lo llama Hugo en homenaje a Hugo Gernsback, que fue, además, el invitado de honor de la primera Worldcon que los entregó (en 1953). La decisión del premio se toma por votación popular de todos los miembros de la convención.
Otro premio importante en la ciencia ficción mundial es el premio Nebula. Este se determina todos los años por votación entre todos los miembros de la Science Fiction and Fantasy Writers of America (SFWA), asociación formada sobre todo por los escritores y editores (no tan sólo de Estados Unidos: el autor de este libro es miembro de ella) especializados en la ciencia ficción y la fantasía. El premio Nebula a menudo tiene en cuenta también el contenido literario de las narraciones y no tan sólo su impacto popular, como acostumbra a destacar el Hugo. La SFWA también otorga, algunos años, el reconocimiento de Gran Maestro Nebula a la obra de toda una vida de un autor.
A partir de 1970, está teniendo mucho peso el premio Locus, otorgado en votación abierta por los lectores del fanzine Locus dedicado a la crítica y las noticias, uno de los más influyentes en la ciencia ficción mundial. El premio Locus refleja la opinión de un colectivo muy cualificado en el que hay escritores, editores y también lectores.
A menudo hay una gran coincidencia entre los tres principales premios de la ciencia ficción, al menos en la categoría de novela. Es evidente el prestigio y la influencia del Nebula y del Locus sobre el Hugo. Cuando el Hugo se vota (a finales de agosto o septiembre), ya se conocen el Locus (a menudo en julio o agosto) y el Nebula (en abril o mayo). Los votantes del Hugo a menudo han tenido en cuenta los otros premios al hacer sus lecturas y votaciones.

6.1. Los premios del mundo

Hay muchos otros premios de la ciencia ficción en todo el mundo. Varios países tienen premios estructurados como los Hugo: el de la BSFA en Gran Bretaña, el Ditmar en Australia, el Aurora en Canadá, el Apollo y, después, el Imaginaire en Francia, el Seiun en Japón, el Ignotus en España, etc. Hay premios universitarios como lo fue el Jupiter (Universidad de Maine, entre 1973-1978) o los más recientes John W. Campbell Memorial y Theodore Sturgeon Memorial, otorgados los dos en la Cambpell Conference organizada todos los años en el mes de julio por la Universidad de Kansas, bajo la coordinación de James Gunn.
También tiene reconocimiento mundial el Premio UPC (Universidad Politécnica de Cataluña). Otros premios llevan el nombre de autores famosos: el británico Arthur C. Clarke, el Philip K. Dick (un premio de segundo orden otorgado a novelas publicadas primero en edición de bolsillo), el James Tiptree Jr, el Robert A. Heinlein, etc. Y otros son otorgados por asociaciones siempre curiosas: el Prometheus de la Sociedad Libertaria Futurista norteamericana, o el Lambda, de una asociación norteamericana, la Lambda Literary Foundation, interesada en promover «literatura gay o lesbiana». Y muchos más.
Para disponer de información detallada y al día sobre premios, habrá que utilizar Internet y entrar en la mejor página sobre premios de ciencia ficción, la que mantiene la revista-fanzine Locus (www.locusmag.com) en su The LOCUS Index to Science Fiction Awards, el índice de Locus de los premios de ciencia ficción (www.locusmag.com/SFAwards/index.html).
O también la Science Fiction Awards Database (www.sfadb.com)
Hay que decir que, como era de esperar, también allí se menciona el premio que otorga, todos los años desde 1991, el Consejo Social de la Universidad Politécnica de Cataluña. El Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción se convoca todos los años (recientemente cada dos años) para novelas cortas de ciencia ficción (en torno al centenar de páginas) que pueden estar escritas en catalán, castellano, inglés y francés. La participación, bastante más de un centenar de novelas todos los años, es, en más de una tercera parte, realmente internacional.
También hay que decir que, en España, se realizan convenciones no siempre periódicas desde 1969 (la primera fue en Barcelona), aunque, desde 1991, se han podido celebrar todos los años las denominadas Hispacon gracias a los esfuerzos del fandom que, desde 1990, se dotó de la que hoy se llama AEFCFT (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror). Se otorgan los premios Ignotus en un formato parecido a los Hugo y la junta de la AEFCFT puede otorgar (a veces, no todos los años) el premio Gabriel a la labor de toda una vida, un reconocimiento parecido al del Gran Maestro Nebula, pero de ámbito local. El nombre Gabriel es el del robot protagonista de Gabriel (1963) del catalán Domingo Santos, la más famosa novela de la ciencia ficción española.