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¿La pareja se inventa?

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« Woman without her man is nothing »

«Woman, without her man, is nothing.»

(La mujer, sin su hombre, no es nada)

«Woman ! without her, man is nothing!»

(¡Mujer! Sin ella, el hombre no es nada)

La pareja constituye el grupo más pequeño posible, con un denominador común e intereses compartidos, porque las comunidades religiosas o de pensamiento, las familias políticas o las tribus formadas por varias generaciones han fracasado o casi. Por ello, la pareja se ha convertido en algo extraordinariamente importante y frágil. Carga con todas las expectativas y todos los sueños, y se ve amenazada por todas las imperfecciones. Como escribe el psiquiatra y psicoanalista Serge Hefez: «Acomodarse en la pareja se ha vuelto difícil. Es un espacio en constante movimiento, amenazado desde dentro por la individualidad de cada miembro y desde fuera por los modelos».[9]

Su fragilidad es patente, porque se trata de ser «libres juntos».[10] Queremos realizarnos, conservar nuestra independencia, pero vivir en pareja, porque el amor existe y la pareja aporta seguridad. Pero, ¿cómo sentirse realmente responsable de una historia que se construye entre varias personas? Si va mal, es culpa nuestra, no mía. Siguiendo con este razonamiento, el otro es el que debe hacer todo lo posible para salvar la relación. Ante la pareja, cada cual es consciente de sus derechos y un poco menos de sus deberes. El credo es: «Si funciona bien, me quedo; si no funciona tan bien, voy a ver a otro lado». En cierto modo, la pareja se habría convertido en un bien de consumo como los demás...

Las uniones de nuestros padres y abuelos estaban lejos de ser idílicas. No siempre escogían a sus parejas, había matrimonios de conveniencia y aguantaban hasta el final, porque tenía que ser así. La moral social quedaba resumida a una necesidad de estabilidad por la paz de la sociedad y de los hogares, y para transmitir los bienes sin obstáculos. La fidelidad, erigida como principio, facilitaba la herencia a los hijos legítimos. El amor era la guinda del pastel, ya que lo que primaba era la razón social, familiar o económica. A partir de aquí, la gente aprendía a quererse y a veces funcionaba.

Las parejas de hoy gozan de una libertad infinitamente mayor. Reclaman menos la estabilidad que la calidad de las relaciones y permanecen juntas porque lo desean. Esta libertad, que constituye una fuerza para algunos, parece ser una debilidad para otros. Al menor rasguño en el contrato, ante la menor pérdida de interés o de deseo, cada cual coge sus bártulos y se va a otra parte.

El modelo parental tenía sus imperfecciones y sus límites, al igual que el modelo actual tiene otros. Así pues, se debe buscar el equilibrio entre ambos extremos, pero se impone un precio: el del tiempo y de la duración. La pareja se construye entre dos personas a lo largo de un lento proceso salpicado de crisis y de avances.

¿Aún existe el mito del príncipe azul?

Esta no es precisamente la época de las princesas encerradas en su torre de marfil, ni de las mujeres pasivas y sumisas a la espera de que un hombre venga a salvarlas y a colmar sus deseos.

Entonces, ¿las mujeres siguen esperando a su príncipe azul? ¿Funcionan a partir del modelo maternal? Creo que podríamos dudarlo. Sin embargo, en el propio país del feminismo y de la Estatua de la Libertad, las princesas siguen casándose de blanco, con una limusina a modo de carroza y toda la parafernalia, y películas como Titanic o Pretty Woman siguen emocionando y siendo éxitos de taquilla.

El príncipe no ha muerto, continúa siendo un salvador. Pero ¿a quién salva? Salva a una mujer, cuyas aspiraciones se han mofado de ella; salva a una mujer que sueña con dejar el nido de sus padres para poder ser ella misma, encontrar al hombre cómplice y protector, (re)hacer su vida o, simplemente, compartir sus aspiraciones. El príncipe sigue salvando todavía sus deseos, obstaculizados por las prohibiciones, los tabúes y la educación recibida. Para entendernos, este príncipe esperado no tiene nada de héroe ñoño y anticuado, y la mujer que sueña con él tampoco es víctima de desfasados quebraderos de cabeza, sólo espera a un hombre de verdad que la quiera, que le dé seguridad en sí misma y la ayude a profundizar en sus inquietudes o llegar hasta el fondo de estas. Y para ser del todo correctos, no es la única que espera, porque él también sueña con la mujer ideal, aquella cuya mirada pueda convertirlo en un hombre excepcional.

 El mito y sus matices

El mito del príncipe azul se articula alrededor de la noción de príncipe encantador; es decir, seductor, amable, galán, pero también hechicero y cautivador. El príncipe lanza un hechizo como si echara una maldición y el destino actúa... El mito es, en este sentido, un verdadero rito iniciático, porque la mujer alcanzará su destino y se superará; del mismo modo, también lo es para el hombre, porque le concederá la virtud de ser un hechicero y un salvador.

 La parte correspondiente a Freud

Si el mito sigue existiendo con tanta fuerza, también se debe al célebre complejo de Edipo, descrito por primera vez por Sigmund Freud. En psicoanálisis, complejo no significa enfermedad física, sino conflicto psíquico. Este aparece en la infancia, entre los 3 y los 7 años. Se trata de un drama interpretado por tres personajes: el padre, la madre y la hija o el hijo «enamorado» del progenitor del sexo opuesto. Este amor está prohibido, por lo tanto, es imposible. De ahí nace una rivalidad con el padre o la madre, en función de cada caso, y un sufrimiento, pero un sufrimiento necesario para crecer. Sin vivir este primer fracaso, ¿cómo podría cualquier niña desear a otro? Esta insatisfacción y esta frustración, no percibidas de manera consciente, le servirán de acicate en su existencia y le permitirán esperar al famoso príncipe azul. Evidentemente, ninguna adolescente ni adulta conserva un recuerdo preciso de esta historia de amor con su padre, excepto en psicoterapia. Esta amnesia que afecta a todos (chicos y chicas) es necesaria para avanzar en la vida y despegarse de los padres. Sin embargo, deja una huella definitiva más o menos fuerte en cuanto a la elección del compañero amoroso.

Una no se enamora por casualidad

Para enamorarse, las mujeres deben estar libres, tener la mente disponible y a punto para el encuentro. El otro está allí, pronuncia una palabra, hace un gesto, lanza una mirada y el proceso se dispara. ¿Por qué él? Más allá de toda explicación racional, la alquimia opera y toca en lo más profundo de las emociones de cada una. Aunque todo parezca fruto de la casualidad, existe un teatro inconsciente que permitirá el acercamiento. Como decía Freud, haciendo alusión al complejo de Edipo: «Encontrar el objeto sexual (el objeto amado) sólo es, en suma, reencontrarlo». He aquí el resurgimiento de papá y mamá, y también del hijo que hemos sido y que seguimos siendo en el fondo. En el choque amoroso, el otro resuena en la niña que todas llevamos dentro y hace emerger gran cantidad de emociones olvidadas.

El alma gemela puede parecerse al progenitor amado por un rasgo del carácter positivo o negativo (el humor, la entonación de la voz, la autoridad) o por un aspecto físico (anchura de espaldas, sonrisa, cabello). No buscamos realmente la imagen exacta del padre (sería demasiado simple), sino su imagen tal y como la hemos idealizado o imaginado. Para complicarlo todavía más, podemos buscar una «figura paterna» totalmente diferente: el padrino, el tío, el profesor, el hermano mayor adorado o el protagonista de una película que admiramos.

 Todo excepto papá

La elección del escogido lleva en ocasiones a lo opuesto del padre amado para protegernos de un deseo inconsciente amenazador o para mantenerlo a distancia. Esta situación resulta particularmente evidente en las parejas mixtas desde el punto de vista de la cultura, la religión, la nacionalidad o incluso el estatus social. La persona amada se aleja en lo fundamental del entorno familiar, lo que en ocasiones puede plantear algunos problemas.

« El ejemplo de Safia es elocuente. Es musulmana y nunca ha podido estar con hombres de su propia religión, seguramente demasiado amenazantes por parecerse en exceso a su padre y, por lo tanto, por considerarlos intocables. El paso al acto sexual habría sido vivido como un incesto, por eso, Safia se casa con un cristiano, con lo cual la cuestión deja de plantearse.

Sin embargo, incluso con una elección asumida plenamente, nuestro inconsciente puede atraparnos. Rápidamente, esta joven pierde las ganas de hacer el amor con su marido y, sólo tras una profunda reflexión sobre sí misma, descubre el porqué. Ha interiorizado la «ley del padre» que se oponía a esta boda y ha dejado de tener acceso al placer para castigarse por la trasgresión.

En la pareja, debemos aprender a contar como mínimo hasta cinco: tú, yo, nuestra relación, papá y mamá. Nuestros padres lo resumían con un dicho repleto de sentido común: «Cuando te casas con una mujer, también te casas con su familia». Evidentemente, lo mismo pasa en el caso de un hombre.

 Mi media naranja

La elección del escogido se construye o se consolida gracias a otros mecanismos psicológicos inconscientes. Podemos sentirnos atraídas por un hombre que nos hace sentir seguras y colma nuestra expectativas. A menudo, las historias de amor empiezan a partir del desamparo. La mujer, el hombre, o incluso ambos se encuentran en un momento de gran vulnerabilidad. El hombre, comportándose como servidor y caballero, no sólo colmará a su Dulcinea, sino que podrá comprobar al mismo tiempo sus propias aptitudes y su autoestima, porque en sus ojos verá admiración y amor. Esta imagen de espejo basta para engrandecer a cualquiera y de ahí emerge la pasión consoladora y reparadora.

 Porque era él, porque era yo

A menudo queremos a una persona opuesta a nosotros y, de repente, le atribuimos todas las virtudes. Este otro, complementario, es la parte soñada de nosotros mismos. Tiene todo lo que nosotros no tenemos, hace lo que nos asusta, ve la botella medio llena cuando nosotros la vemos medio vacía. Y, si nos escoge, es porque nos lo merecemos, ¿no? La dificultad, cuando se es tan diferente, es que lo que al principio permite el «anclaje», con el tiempo puede transformarse en una bomba de efecto retardado. No es sistemático pero es un riesgo.

« Maya se sentía atraída por el perfil sensato y estabilizador de Paul, se sentía segura con su lado tierno, pero al cabo de algunos meses se ahogaba en su prisión dorada. Paul prefería las bandejas de comida preparada delante de la tele que la discoteca o las salidas con amigos.

« Marie estaba fascinada por Fabien, un artista lleno de fantasía, pero sus extravagancias le hacían vivir en un clima de perpetua inseguridad. A la larga, acabó lamentando que no fuera un poco más casero.

El sueño del amor romántico

Escuchando a las parejas, a menudo se ve resurgir la nostalgia de la relación de los primeros tiempos. La pareja se niega a abandonar esta fase extraordinaria de despertar y de revelación.

La terapia consiste en aceptar y comprender que hay otra realidad que forma parte del paso iniciático y que, en esta maduración, la pareja crece. Debe aprender a renunciar a aspectos pasados de su historia para construirse de otro modo. Se trata de un verdadero trabajo de duelo y de renovación. Después de la fase de idealización necesaria, se debe evolucionar hacia una relación constructiva de comunicación y de comunión. Esto significa pasar del príncipe azul al compañero auténtico, con su amor y sus debilidades.

El nacimiento de la pareja

Cada pareja deberá superar al menos tres etapas para construirse, salpicadas de crisis casi anunciadas.

Etapa número uno: la fusión. «Pienso como tú», «Adivino tus pensamientos», «Nos comprendemos sin necesidad de hablar»... La complicidad es total. Está tan bien que nos encontramos casi en la época idílica en la que estábamos en simbiosis con nuestra madre. La ecuación de la pareja se resume en 1 + 1 = 1. El Yo queda abolido en beneficio del Nosotros. Vivimos como siameses, salimos como siameses, no hacemos nada sin el otro... a veces hasta la asfixia. Es la ilusión fundadora de la vida en pareja. Finalmente estamos convencidos de haber encontrado a nuestro doble.

Etapa número dos: la diferenciación. Cada uno respira, vuelve a su sitio y a ser uno mismo de nuevo. Somos capaces de hablar en nombre propio y de afirmar nuestros gustos. La pareja cambia de ecuación: 1 + 1 = 3 (tú, yo y nuestra relación). Cuando ese paso no es sincrónico, estalla la primera crisis. El otro vive la diferenciación de su compañero como un rechazo o un abandono. Si no se supera la crisis, llega la separación.

Etapa número tres: la exploración de uno mismo y de sus límites. Cada uno querrá vivir ciertas cosas en pareja y otras en solitario. Es el momento de salir con las amigas, de recuperar actividades abandonadas, de tener eventuales amantes para poner a prueba los sentimientos y comprobar nuestro poder de seducción. El pulso está alrededor del poder y de saber quién gana al otro. De nuevo, el peligro de perderse es importante. Si la pareja dialoga poco, las frustraciones y los silencios se acumulan... como una gran bonanza antes de la tormenta.

Sólo después de superar con éxito estos primeros periodos, la pareja alcanza su verdadera madurez. La proximidad se prefiere a la fusión, porque es menos destructora. Cada cual se acepta con sus deseos, sus prioridades, pero también con sus bloqueos y sus defensas. Y cada cual decide con total conocimiento de causa lo que le parece aceptable y necesario poner en el saco común para que la pareja siga funcionando. No contentos con pagar el alquiler juntos, queremos construir una verdadera historia, porque de lo contrario no vivimos en pareja, simplemente compartimos piso. El proceso de acercamiento implica amor, atención y negociación, sin por ello tener que tolerar compromisos inaceptables. Con el paso del tiempo, si todo va bien, la pareja consigue una verdadera conexión. Los niños han crecido o han dejado el nido, los retos profesionales ya se han superado. La distancia permite ofrecer más de uno mismo y también volverse más hacia los demás.

Algunos enamorados atraviesan estas etapas paso a paso, mano con mano; otros terminan dejándolo. Unos fracasan la primera vez y triunfan a la segunda. Otros inventan cada vez nuevas reglas para vivir en pareja. Es así como un encuentro banal se transforma en una historia de amor eterna o en fiasco lamentable. No hay reglas, no hay duración normal, no hay receta para triunfar. «Un paso hacia delante, un paso hacia atrás, un paso al lado, las parejas no dejan de bailar una especie de tango para decidir lo que desean compartir y lo que guardan para su vida personal: sus esfuerzos profesionales, deportivos o amistosos», explica Serge Hefez. «La distancia correcta se determina después de una negociación implícita y feroz, porque pone en juego cuestiones existenciales sumamente importantes. En realidad, los primeros meses, incluso los primeros años de la vida en pareja se destinan a regular esta distancia que evoluciona y fluctúa con la vida, y que nunca es la misma para ambos miembros de la pareja».

El psiquiatra Boris Cyrulnik decía: «Cuando nos enamoramos, caemos rendidos ante la persona amada, y, cuando nos levantamos, ya estamos atados». Esta fórmula es más optimista: «Cuando nos enamoramos, caemos rendidos ante la persona amada, y, cuando nos levantamos, ya estamos unidos».

Cifras sobre la pareja

Hoy en día nos casamos casi como a finales del siglo xviii. La edad del primer matrimonio no deja de aumentar: cinco años más en veinte años. Los hombres, de media, se casan hacia los 30 años y las mujeres hacia los 28. El 85 % de las parejas que viven bajo el mismo techo están casadas. El 70 % de los hombres se casan con una mujer más joven que ellos. A los 35 años, más del 25 % de las mujeres todavía no se ha casado, una proporción que se ha duplicado en los últimos diez años.

Unión libre

Representa el 15 % de las parejas, que en 2000 representaba 4,8 millones de personas. El 90 % de ellas conviven antes de contraer matrimonio.

Parejas «a distancia»

Según una encuesta del INED (1997), el 16 % de las parejas dicen no vivir bajo el mismo techo de forma continuada, al menos al principio de su vida en común. El 1 % de las parejas casadas y el 8 % de las que no lo están persisten y firman. Lo de cada uno en su casa ha existido siempre.

Divorcio

El número de divorcios se ha cuadriplicado desde 1960. En ciudades grandes, se cuenta un divorcio por cada dos bodas, y uno cada tres bodas en otras zonas. El 18 % se produce antes de los cinco años de matrimonio, el 33 % después de quince años. Dos tercios de las parejas que se separan tienen hijos. Las mujeres se separan de media a los 37 años y los hombres a los 40.

Fuente: Francoscopie 2003, Editorial Larousse.

 

Los jóvenes siempre tan románticos

La cifra es escandalosa. El 87 % de las adolescentes o de las jóvenes de 15-24 años encuestadas en el sitio www.maman-solo.com sueñan con encontrar (y conservar) al hombre de su vida. El porcentaje correspondiente a sus semejantes mayores (de 25-34 años), es todavía mayor: 94 % (quizá porque todavía no lo han encontrado). Pero la verdadera sorpresa la proporcionan los chicos, todavía más románticos: el 94 % sueña con su mujer ideal, y cuanto mayores son, más la esperan. Finalmente, los hombres han terminado confesándolo.

La pareja de enamorados

¿Cómo transformar una bella historia de amor en relación duradera?

Si existiera la receta, se sabría. Sería como dar la receta de un best seller a un escritor. Es el secreto de toda una vida, difícil de encontrar en los libros o en la experiencia de los demás. Cada cual tiene su propia historia. En cambio, sí que sabemos lo que no hay que hacer. Hay cuatro conductas que son especialmente perjudiciales para la pareja y que a la larga pueden llevar a la ruptura:[11] la crítica permanente, el ensimismamiento, el desprecio y la actitud defensiva.

Sin ninguna pretensión, he aquí algunas pistas de reflexión sobre las pequeñas cosas que hacen la vida en pareja más dulce.

Amar es tener objetivos en común. Para avanzar, debemos adaptar nuestro paso al del otro, sin acelerar ni frenar, porque de lo contrario uno de los dos termina tropezando y la pareja termina sufriéndolo.

Si lo que el otro pide es imprescindible para él y a nosotros no nos resulta insoportable, debemos aceptarlo. Es reconocer que su manera de ver la vida es igual de respetable que la nuestra. ¿Quién podría construir una historia sobre la idea de que él siempre tiene razón y ella no?

Es importante mantener el vínculo, interesándonos por la vida (o la opinión) del otro. Nos casamos a los 20 o a los 30, pero veinte años después, ¿qué podemos tener todavía en común si no nos hemos contado las cosas? Algunas parejas terminan hablándose exclusivamente de manera administrativa («¿Has pensado en los papeles de la Seguridad Social?»), manteniendo al otro al margen de sus sentimientos. La intimidad se forja alrededor de cosas muy simples: el trabajo, los niños, pero también los amigos, los debates de ideas, los deseos, las dudas y los miedos.

Incluso, en caso de producirse alguna situación tensa, es importante, ante los demás, valorar al compañero. Todos salimos ganando: ayudarle a brillar en la pareja, en la familia o en la sociedad es hacer que se sienta seguro, confiado, pleno y menos agresivo. Es decir, es mostrarle que sigue siendo un príncipe azul.

Los hombres, igual que las mujeres, necesitan que se reconozca su carácter único. Es fundamental decirnos que, para el otro, no nos parecemos a nadie y que somos irreemplazables.

Para que la rutina no se apodere de la vida en pareja, hay que ser creativo. Si el chico repite todos los días a su chica que tiene los ojos más bonitos del mundo, terminará por cansarse de que la quieran sólo por sus bonitos ojos. Por su parte, la chica no deberá creer que tiene el futuro asegurado por el hecho de tener los ojos más bellos del mundo. Si no hace el esfuerzo de seguir seduciéndolo, él también terminará por no prestarle atención.

La ilusión sería creer que se deben compartir todos los secretos y hacerlo todo juntos, pero es necesario aceptar la parte de misterio del otro, puesto que también tiene derecho a tener pensamientos íntimos y una vida propia que le permita cargar las pilas en otra parte.

La falta de amor pasajera no es ninguna catástrofe. Es incluso inevitable con el tiempo. La impaciencia de nuestra época termina por hacernos confundir los momentos neutros de una relación con conflictos o fracasos.

Preguntas formuladas

 

Sobre el gran amor

 ¿Se debe vivir a cualquier precio el amor con mayúsculas?

¿Por qué? ¿En virtud de qué modelo único? ¿Y por qué este modelo en lugar de otro? La mayoría de las mujeres, es cierto, se sienten realizadas en pareja, con la maternidad y la familia, pero otras se sienten profundamente felices y plenas con los éxitos profesionales, deportivos, místicos o humanitarios. Sus disposiciones naturales pueden expresarse de diversas maneras: lo importante es no dejarlas escondidas dentro de nosotras mismas sin explotarlas. ¿Cómo saber dónde se encuentra nuestro verdadero potencial? Lo sabemos cuando nos sentimos satisfechas profundamente con nuestra vida, y no de forma imaginaria en función de la opinión de la sociedad sobre el papel de las mujeres.

 ¿Cómo es la «mujer ideal» para los hombres?

Algunos son capaces de describirla con todo detalle. Otros están convencidos de que cualquier mujer podría serlo, con la condición de que les gustara, aunque algunos suelen buscar inconscientemente el mismo tipo de compañera. No necesariamente la rubia de ojos azules, o la morena con curvas, sino la Dulcinea que los haga sentirse seguros: aquella a la que le enseñarán todo o le ofrecerán todo (quizá porque necesitan que los admiren); la que le parezca un pajarito frágil (quizá porque las mujeres los asustan o quieren protegerlas); la que tome todas las decisiones en la pareja (quizá porque la vida los asusta o dudan de sus propias capacidades). Algunos elegirán a una compañera que se parezca a su madre o todo lo contrario; en cualquier caso, ella siempre será su punto de referencia. Será una mujer fatal, sentimental, santa o puta, o todo ello a la vez según el momento. En algunas parejas antiguas, además, la referencia es explícita: se llaman «papá» y «mamá» entre sí. Esto dice mucho de los términos de la relación.

Sobre las crisis de pareja

 Se habla de las crisis de los tres, los siete o los diez años. ¿Existen realmente?

Más o menos, sin tomar las cifras al pie de la letra. Es sabido, por ejemplo, que los divorcios aumentan en el cuarto año, lo cual correspondería a los citados tres años. También se conoce que muchas parejas se separan con el nacimiento del primer hijo, es decir, bastante pronto en la relación. También se sabe que la media de divorcios se sitúa alrededor de los catorce años de matrimonio, lo cual supone que los conflictos aparecen algunos años antes, el tiempo de poner en marcha todo el procedimiento de divorcio. De hecho, las crisis aparecen con cada cambio de situación, positivo o negativo: traslado, nuevo trabajo, promoción, proyectos, desempleo, nacimiento de un hijo, reencuentro, etc.

 ¿Se puede cambiar al otro?

Si uno de los miembros de la pareja evoluciona y cambia su actitud, el otro también cambiará automáticamente de forma milagrosa. Es el mismo principio que en las terapias de pareja llamadas terapias sistémicas.

«Por ejemplo, podemos hacer referencia a la historia de Louise, que erraba de consulta en consulta con dolores de barriga y malestar. Su marido era alcohólico y, cada vez que volvía a casa, la pareja discutía acaloradamente y se pasaban la pelota uno a otro. Hasta que un día, gracias a los consejos de un médico más observador que otros, Louise entendió que, para que se produjera un cambio, debía abandonar las actitudes represivas o moralizadoras y explotar otra vía. De este modo, dejó de preocuparse por el número de botellas que su marido consumía, dejó de lanzarle reproches y de ajustarle siempre las cuentas, y finalmente le declaró el amor que sentía por él. Su cambio de actitud resultó sorprendente. Al cabo de unos días, él le regaló flores y, a continuación, se sucedieron varias reacciones en cadena, gracias a las cuales ambos empezaron a ser más optimistas. Seis meses después, el marido dejó de beber; así pues, el cambio de actitud de ella también produjo un cambio en él.

 ¿Las peleas conyugales indican que la pareja va mal?

No necesariamente, incluso a veces es lo contrario. Las crisis son realmente saludables cuando permiten volver a colocar el reloj en hora y renegociar el contrato. Hay que seguir ciertas normas para conseguirlo.

Por ejemplo, en lugar de expresar la propia frustración y los reproches, conviene formular peticiones y destacar lo que nos gusta del otro para que la complicidad vaya por delante en todo momento. «Me gusta tu modo de ser tierno y cariñoso... lo echo un poco de menos» (en lugar de «¿Por qué nunca eres tierno ni cariñoso?»). En el primer caso, reconocemos lo que ha sido, aunque de manera breve. En el segundo caso, estamos lamentándonos y negamos la existencia de esos momentos.

También podemos hablar de nosotros en lugar de acusar al otro: «En este momento estoy muy sensible, necesito que me apoyes» en lugar de «Me agredes, eres absolutamente insoportable, inútil, egoísta, etc.».

Finalmente, en lugar de cargar contra el adversario y nadie más, sería más justo cuestionar la relación que hemos construido ambos, porque de esa forma nos mostramos corresponsables. El principio básico de la terapia de pareja consiste en trabajar sobre la relación enferma y no sobre las personas.

 ¿Por qué solemos reproducir los mismos errores con parejas distintas?, o ¿por qué los hombres que quiero no están nunca por mí?

No es tanto que el comportamiento sea repetitivo, sino que la causa es siempre la misma. Podemos pensar: «Era demasiado agobiante, demasiado celoso, demasiado esto o aquello, así que lo dejé porque me decepcionó. Y con el siguiente, lo mismo, de modo que me fui». Si nos quedamos con esta explicación, era «demasiado o no demasiado»... nos desviamos de lo importante. El punto común en todos estos fracasos repetitivos soy yo. Lo interesante de la psicoterapia es que permite comprender lo que empuja a cada cual a buscar esa seguridad. ¿Por qué una mujer elegiría siempre a un hombre que bebe, le pega o la engaña? ¿Acaso sólo tiene esta referencia para identificarse con la pareja de sus padres? ¿Acaso no se atreve a hacerlo mejor y a tener éxito allí donde ellos fracasaron? ¿Es para colmar el pánico de ser abandonada? ¿Quizá piensa que podrá cambiarle o curarle? Cada una tiene sus razones inconscientes.

 ¿Por qué es tan difícil vivir una relación duradera?

Algunas mujeres permanecen ancladas en el primer estadio de fusión de la pareja. Para conservar la ilusión del doble maravilloso, van de pareja en pareja (siempre el mismo tipo de hombres), sin encontrar nunca al compañero ideal, conforme a la imagen soñada. Necesariamente, llega un momento en que el sueño se rompe, en general al cabo de uno o dos años, cuando la pasión deja sitio a los sentimientos un poco más tibios. Es la ley del todo o nada. En lugar de soportar algunas decepciones y de superar este necesario conflicto amoroso, estas mujeres se niegan a enfrentarse con el día a día. En Estados Unidos, se les llama serial lovers.

Esta posible explicación psicológica se enmarca en un contexto social más general. Hoy en día, cada vez más gente e incluso «especialistas» consideran que es difícil establecer una pareja duradera, debido a la mayor esperanza de vida, a las facilidades para los encuentros, a la ausencia de tabúes, a la liberación sexual, al propio espíritu de «consumo sexual», etc. Del otro lado del Atlántico, la socióloga Sandy Burchsted[12] considera que actualmente es normal casarse varias veces: un primer matrimonio (icebreaker marriage) para probar, que termina fatal debido a las decepciones; un segundo matrimonio (parenting marriage) para ser padres y criar a los hijos; un tercer matrimonio (self marriage) para realizarse uno mismo y pasarlo bien, y un último matrimonio (soulmate connection marriage), para la complicidad espiritual y la colaboración en igualdad.

En Europa, es cierto que cada vez hay más parejas que se casan por segunda o incluso por tercera vez. ¿Esto nos debe hacer pensar que la pareja única está abocada a la extinción, y sobre todo, que es lógico que al cabo de algunos años no quede nada que compartir debido a la rutina y a la falta de deseo? Las personas convencidas de que para que haya deseo tiene que haber novedad tienen una visión consumista. Y es cierto que el consumo mata la emoción. En cambio, si la pareja se basa en la complicidad, los sueños compartidos, las historias que se cuentan, el sosiego de la presencia del otro, cierta dosis de tolerancia, incluso una capacidad de aceptar la frustración, los vínculos subsisten más allá de la pérdida pasajera de interés o de libido. Todo esto tiene más que ver con el ser que con el hacer. La emoción compartida permite ser de otra manera. La pareja acepta implícitamente las dudas, los huecos, los altibajos, es decir, la idea de construirse con el tiempo. Estas parejas extraterrestres todavía existen.

 ¿Por qué a los hombres les cuesta tanto romper?

Las mujeres saben perfectamente que a los hombres les falta valor en caso de ruptura. Si no llaman después de una noche de amor, tiene un pase; pero, si después de varios años de vida en común, se esfuman con un banal «se acabó», esto sí que no tiene pase. Sin explicaciones, nos sentimos negadas por completo, no podemos superar el duelo de una relación interrumpida de forma tan brusca.

Entonces, ¿por qué actúan así? ¿Son cobardes, cabrones, egoístas, aprovechados? A veces sí, pero no siempre. Olivier dejó a la mujer de la que estaba enamorado después de varios años con un simple mensaje en el móvil: «No nos veremos más». Nunca se atreverá a confesarle la razón a la cara para no herirla. Muchos hombres prefieren actuar antes que hablar, un poco como los niños hiperactivos que liberan su ansiedad a través de la acción. Esta dificultad con la palabra y la predisposición a la acción tienen otra consecuencia: que muchos de ellos hagan todo lo posible para que los abandonen antes que asumir el fracaso de la pareja o cargar con el papel de malo. Se vuelven agresivos, provocadores o, al contrario, mudos, ausentes, enrevesados, huidizos. Así, en caso de conflicto en la pareja, tres de cada cuatro mujeres es la que pide el divorcio.

Los psiquiatras ofrecen otra explicación con relación al eterno complejo de Edipo: la ruptura con las mujeres les remite a la separación de su «primer objeto de amor», su madre, de ahí la dificultad que tienen a la hora de romper.

¿Por qué nos separamos?

Las razones propuestas por la socióloga Irène Théry en Le démariage[13] (La separación) son:

En el caso de las mujeres

 Dificultades relacionadas con la indiferencia, los intereses divergentes, los insultos, los problemas sexuales y el carácter del otro: 21 % de los casos

 Adulterio: 15 %

 Nacimiento de un hijo: 15 %

 Golpes, violencia física: 13 %

 Problemas profesionales: 7 %

 Enfermedad o accidente: 6 %

 Sin crisis concreta (o «cristalizador»): 5 %

 La familia (falta de entendimiento con la familia del otro, con la propia familia, conflictos entre ambas familias): 4 %

 Varios (alcoholismo, abandono del domicilio, etc.): 14 %

En el caso de los hombres

 Dificultades de la pareja: 21 %

 Sin crisis concreta: 17 %

 Adulterio: 16 %

 Trabajo: 8 %

 Nacimiento de un hijo: 8 %

 Familia: 7 %

 Enfermedad o accidente: 6 %

 Abandonos del domicilio: 4 %

 Varios (alcoholismo, problemas sociales, violencia): 13 %

Como destaca Irène Théry en su libro, se observan principalmente dos diferencias fundamentales: la violencia física, citada por las mujeres e ignorada por los hombres, y la ausencia de supuesta crisis para los hombres (17 % en las respuestas de los hombres y 5 % en las respuestas de las mujeres).

Sobre la fidelidad

 ¿La fidelidad es necesaria para la pareja?

Según el legislador, sí. En el capítulo 5, artículo 68, del Código Civil se dice claramente que «los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente». El artículo 68 del Código Civil español habla de  la fidelidad entre los cónyuges. Y las estadísticas se orientan en el mismo sentido. Según un sondeo de Sofres,[14] el 93 % de las personas encuestadas consideran «indispensable o útil ser fiel para que la relación amorosa sea plena y salga adelante». Si nos remitimos a los hechos, algunas parejas lo pasan por alto. El 36 % de los encuestados confiesa haber sido veleidoso al menos una vez, y las mujeres lo son dos veces menos que los hombres.[15] Las vidas sentimentales con dos o incluso tres parejas corresponden sobre todo a hombres de 45-55 años. El adulterio no siempre provoca la ruptura en la pareja porque, el 50% de las personas encuestadas afirma que realizaría una confesión de infidelidad «para intentar comprender lo que pasa». De hecho, el adulterio es citado como causa de divorcio en el 15 % de los casos[16] solamente, en segunda posición, empatado con el nacimiento de un hijo, catalizador de las dificultades de la pareja. También sucede, aunque con poca frecuencia, que la infidelidad despierta a la pareja y la saca de su letargo, sobre todo cuando el hombre engaña a su compañera. El deseo femenino arde después de este trueno, como si la competencia o el miedo a perder a su compañero actuaran como sustancias dopantes. En este caso, ¿se puede hablar de infidelidad constructiva o terapéutica?

 ¿Se deben confesar las infidelidades?

Los más jóvenes defienden más bien la idea de decirlo todo por respeto al otro; los menos jóvenes priorizan el secreto para no herir al otro, lo cual es también una manera de respetarle.

Una cosa está clara: la primera posición es más cómoda. Muy pocos hombres son capaces de aceptar el amor inconstante de su mujer, aunque ellos lo practiquen. La mentira por omisión puede parecer un mal menor para ambos miembros de la pareja, porque el hecho de mantener las apariencias ayuda a cicatrizar mejor la herida narcisista de haber sido abandonado y el sentimiento de humillación. Si se decide jugar la carta de la transparencia, se debe hacer con respeto y preguntarse por qué y para quién se dicen las cosas. ¿Para librarse de la culpabilidad? ¿Para que nos perdonen? ¿Por placer sadomasoquista? La sinceridad puede ser una ilusión demasiado cruda que termina por aniquilar a muchas parejas.

 Cuando un hombre engaña a una mujer, ¿significa que ya no la quiere?

No necesariamente. Una aventura ocasional puede ser resultado de una pulsión concreta que no cuestione en absoluto el amor que el hombre siente hacia su pareja. «A veces es una bocanada de oxígeno, la única manera de evitar la asfixia», piensa Laurent, que se declara enamorado de su compañera. La apetencia de deseo gana a la razón.

La infidelidad también es una llamada de auxilio para decir que la pareja va mal y que es hora de reaccionar, como cuando los niños hacen tonterías para llamar la atención de los padres.

Algunos hombres van de flor en flor por miedo a envejecer. Sienten las tentaciones sexuales típicas de los hombres de mediana edad. Se sienten revivir gracias a la trasgresión o a una relación con una mujer más joven. Otros no pueden soportar el aburrimiento o la soledad y encuentran en las mujeres extrañas una mirada nueva que hace mucho tiempo que no sienten hacia su persona.

Las infidelidades repetitivas tampoco significan (o no necesariamente) que el amor se haya esfumado. Más bien es la duda sobre sí mismo la que empuja al hombre a seducir a otras mujeres para sentirse seguro y demostrarse que sigue valiendo la pena, que sigue siendo capaz de gustar. La seguridad sólo puede venir de otras mujeres o de uno mismo, a través de la psicoterapia. Además, es perturbador comprobar que el hombre infiel, al sentirse más seguro gracias a la aventura, empieza a regalar flores, se muestra más tierno y atento en casa. ¿Por sentimiento de culpa? Quizá, pero también porque finalmente ha recuperado el bienestar que necesitaba.

 Cuando una mujer engaña a un hombre, ¿significa que ya no lo quiere?

Es más habitual que si el hombre engaña a la mujer, pero ellas también pueden engañar para matar el aburrimiento. Algunas quieren recuperar el estremecimiento en la relación, el placer de las fantasías realizadas, la palpitación de las primeras citas, la satisfacción de volver a ser mirada, de flirtear, de recibir cumplidos, de que la acaricien con la mirada, de ser explorada de otra manera. Algunas tienen una necesidad vital de seducir (sin pasar necesariamente al acto) para sentir que existen. Otras tienen un amante simplemente por el sexo. Decepcionadas por el día a día, quieren gozar y pasárselo bien, lo cual les permite tener un marido por lo que se refiere a la estabilidad y lo sentimental, y un amante para disfrutar del erotismo.

 ¿Cuándo empieza la infidelidad?

Generalmente, las mujeres se sienten heridas y engañadas cuando su compañero se enamora de otra mujer, aunque no pase a la acción. En cambio, son claramente más indulgentes cuando tiene una relación sexual esporádica con una chica, porque sólo se trata de un impulso animal, sin sentimientos.

Los hombres, por su parte, se obnubilan sobre todo con el paso al acto físico. Su Dulcinea puede mirar platónicamente a otro hombre a los ojos y flirtear a la chita callando; mientras no haya consumación, no hay engaño realmente. El problema del hombre se plantea en términos de amor propio y no de amor: «¿Estoy a la altura o el otro será mejor que yo?». El contacto físico con otro le indica que su compañera no estaba satisfecha con él. Su primera pregunta es: «¿Cómo has podido hacerme esto?» La segunda: «¿Cómo estuvo?» Además de todo esto, culturalmente, el hombre sigue teniendo tendencia a pensar que su infidelidad es menos importante que la de la mujer, porque se siente menos implicado en la relación extraconyugal.

 ¿Es normal que mi marido mire a otras mujeres por la calle?

Es una reacción muy masculina. Los hombres dan un significado capital a este acto aparentemente tan banal. No sólo les gusta la belleza, sino que su sexualidad se reactiva y se reanima constantemente con la mirada del otro. Es la chispa que alimenta su deseo. ¿Qué dicen los hombres que se quejan de impotencia en la consulta del médico? «Ya no miro a las mujeres» (con lo cual se sobreentiende que el problema no es sólo con su mujer). Es decir, han llegado al último estadio de la libido cero.

Sus fantasías, en gran parte, se cristalizan alrededor de estas imágenes efímeras y vivas. Ver un hombro, una boca sonriente, unas piernas vertiginosas, un tatuaje... no hace falta mucho más para poner en marcha su imaginación erótica. Marc explicaba que su actividad favorita con los primeros rayos de sol era ponerse en una terraza y mirar durante horas a todas las mujeres que pasaban: altas, bajitas, extravagantes, púdicas, modosas, muy maquilladas, altivas... Con esto tenía para soñar un buen rato, un placer puro, sensual, emocionante, gratuito, sin riesgos, sin continuidad, que sin embargo le transmitía una sensación muy fuerte de existir como hombre y después le permitía volver a pasarse la película una y otra vez a voluntad.

La mujer, sin embargo, puede no encontrarle la gracia a estas confesiones y sentirse humillada por la mirada de su pareja hacia otra mujer; lo considerará una comparación y se sentirá despreciada. No obstante, en La insoportable levedad del ser, Milan Kundera escribe: «El amor no se manifiesta a través del deseo de hacer el amor (este deseo se puede satisfacer con multitud de mujeres), sino a través del deseo de dormir juntos (este deseo sólo incumbe a una)». Entonces, ¿qué importa si la transeúnte efímera es la más bella del mundo, si con quien quiere dormir es conmigo? Para hacerse perdonar, sólo le queda decir que somos únicas para él. Y si no lo dice, le podemos dejar leer este pasaje.

Sobre los celos

 ¿Es normal ser un poco celosa?

Cierta dosis de celos en la pareja es comprensible. Freud distinguía tres tipos de celosos y calificaba como patológico solamente a uno. Existe el celoso «normal» y universal, cuyo sentimiento sólo se manifiesta en situaciones en que la duda está justificada. También existe el celoso «neurótico» e hipersensible, de temperamento especial y que tiende a sospechar del otro de forma sistemática; este tipo proyecta sobre su pareja su propio sentimiento de culpa, pero puede entrar en razones si aportamos la prueba de nuestra inocencia. Finalmente, está el celoso «patológico» que sufre un auténtico delirio de celos; es totalmente tiránico y su sospecha no está fundada: el menor detalle es objeto de interpretación. Este comportamiento deriva de la psicosis pasional, una enfermedad de falta de autoestima y de duda (por lo tanto, del amor propio y de la posesión) con el miedo a ser engañado y abandonado. Willy Pasini cita otra forma de celos patológicos, los del alcohólico, «bastante comunes, desgraciadamente, cuando los años de alcohol han destruido el hígado y han transformado las hormonas masculinas en estrógenos. Esta es la razón por la que muchos esclavos de la botella sienten celos de su mujer.[17]

 ¿Qué señales permiten reconocer los celos enfermizos?

Los grandes celosos suelen ser paranoicos que pueden llegar hasta la locura asesina. El menor gesto, la menor frase da lugar a sospechas, interpretaciones, comprobaciones. Vacían los bolsillos, espían las conversaciones y examinan los móviles. Los hemos visto en pantalla, con el personaje de Michel Blanc, locamente enamorado de Carole Bouquet a la que tiraniza en Besen a quien quieran o el de François Cluzet persiguiendo a Emmanuelle Béart en El infierno, de Claude Chabrol.

 ¿Por qué somos celosos?

Podemos avanzar una primera explicación psicológica, centrada en la relación con la madre, pilar esencial de la autoestima, de la confianza en sí mismo y en los demás. Hasta los 8 meses aproximadamente, el bebé está convencido de ser uno solo con su madre, lo que lo colma y lo tranquiliza. Ella lo sabe todo de él: si tiene hambre, sed o frío, si necesita mimos, brazos, ternura. Cuando finalmente comprende que es diferente a ella, su universo se ve alterado durante un tiempo: es lo que los psicólogos llaman la angustia del octavo mes. Empieza el temor al abandono y al desamor, que se manifiesta por el miedo a los extraños y a todas las personas alejadas del pequeño círculo familiar. Si la madre y los familiares no hacen que el bebé se sienta lo suficientemente seguro mediante su ternura y sus atenciones, alrededor de esta primera decepción pueden producirse unas dificultades que harán resurgir un sentimiento de abandono. Con el nacimiento de un hermano o de una hermana, este sentimiento se verá reactivado violentamente por los padres que exhiben, ante la mirada del niño, sus muestras de amor hacia otra persona que no es él. En la edad adulta, las sucesivas parejas también podrán despertar esta herida original, si la mujer parece interesarse por otras personas.

El auténtico celoso nunca ha resuelto su problema de Edipo. Freud señala otra posibilidad: el celoso puede tener una sensibilidad homosexual. Como esto le parece inaceptable, transforma su amor hacia el otro, el rival, en verdadero odio o celos. Se imagina que su compañera se siente atraída por aquel que él mismo odia (o que quiere), ya que equivale a lo mismo.

 ¿Los hombres son más celosos que las mujeres?

En todo caso, tienden más a actuar y a mostrar su sufrimiento (explicaciones, riñas conyugales, etc.), mientras que las mujeres tienden a somatizarlo o a cerrar los ojos (aunque algunas no duden en romper la vajilla o en dar un portazo). Los hombres necesitan demostrar su virilidad y pueden sentirse amenazados cuando su mujer los engaña. Según la teoría freudiana, son más vulnerables al complejo de Edipo. Si no renuncian a su madre, se ven amenazados por un castigo terrible por parte de su padre: se trata de la castración simbólica; es decir, la pérdida de su poder. Las chicas temen menos esta amenaza.

Solteros: ¿dónde buscar al alma gemela?

¡Catorce millones de solteros en Francia son muchos corazones libres! Un tercio se declara satisfecho con su suerte, dos tercios sueñan con vivir en pareja, y la mitad no llega a los 40 años.[18] En París, en casi la mitad de las viviendas de alquiler vive un hombre o una mujer soltero o divorciado.[19] Y la proporción no deja de aumentar. Pero ¿dónde

encontrar a nuestra alma gemela y cómo hacerlo bien? Todo el mundo dice que «ya no quedan hombres» o que están muy escondidos.

Tanto si estamos en la situación de Bridget Jones, obsesionada por el reloj biológico, o en la de la mujer separada con hijos que quiere conseguir su parte de felicidad, dudamos de la existencia del príncipe azul y sobre todo de nosotras mismas. Todo está por hacer o por rehacer. Nos lanzamos a un laberinto sentimental con una única obsesión: encontrar la perla única, al hombre fiable y estable, con el que poder vivir durante más de tres días seguidos una historia verdadera. El amante de paso o el semental de recambio no es ningún problema, siempre se encuentra. Pero aquel con el que aceptaremos poner patas arriba nuestro orden y nuestras costumbres, el que colmará con su mera presencia el vacío existencial que llevamos encima desde el final de nuestro Edipo, el que nos dará plenitud y nos hará más ligeras, el que dará al mundo un brillo sin igual, ¡eso es otra cosa!

Podemos soñar con un flechazo en una cena entre amigos o en una salida a la discoteca. «La estadística es cruel, relativiza la periodista de Le Nouvel Observateur Ursula Gauthier.[20] Los choques frontales divinos, las apariciones mágicas son por definición acontecimientos excepcionales, no todo el mundo puede pretender que le pasen a él. Y aún menos que se reproduzcan cada vez que nos vemos expulsados del reino encantado del amor, lo cual se produce de media unas cuatro o cinco veces en la vida de toda persona corriente. Hay que actuar, desgraciadamente, resignarse a encontrar nuevos espacios de contacto». Sí, pero ¿cuáles? ¿Qué dicen las cifras, dado que la expresión «el amor es hijo del azar» no se sostiene? ¿Qué lugares se pueden frecuentar para tener más posibilidades? ¿Los centros deportivos, los partidos políticos, los clubes de ajedrez, un lugar de vacaciones?

Las respuestas se pueden encontrar en Francoscopie 2001, en el capítulo «Modo y lugares de encuentro», y algunas constituyen verdaderas sorpresas: ganan la apuesta los bailes (con el 16 % de los encuentros) y las discotecas (4 %), lo cual significa que una de cada cinco parejas se forja a través del baile. Como explicaron hace veinte años dos notables sociólogos,[21] el baile sigue siendo uno de los pocos rituales de acercamiento disponible. «Ofrece la posibilidad poco habitual de emparejar los cuerpos limitando los intercambios verbales. No hay nada más difícil que el hecho de abordar a una persona del otro sexo. En este momento crítico, el baile aporta a ambas partes una solución ya hecha, un lenguaje común». Los encuentros en lugares públicos y en el trabajo presentan también un buen resultado (13 % y 12 %), por delante de la facultad o los estudios (8 %), las fiestas entre amigos (7 %) y los lugares de vacaciones (5 %). Los anuncios y las agencias quedan aparentemente descalificados con sólo el 1 % de éxito. Sin embargo, podemos apostar que esto cambiará de forma rápida, con la llegada de nuevos rituales de acercamiento: veladas, previo pago, entre personas del mismo entorno debidamente seleccionadas, o siete citas de siete minutos para conocer a gente. Pero el medio más prometedor es Internet. Si hacemos caso de las cifras citadas por Frédéric Ploton, «en Estados Unidos, donde más del 50,% de los hogares están conectados (frente al 20 % apenas en Francia), se considera que en la actualidad cerca de la mitad de los matrimonios se fraguan en la Red».[22] Así pues, Internet ya no sería un medio exótico para conocer gente como en los anuncios o en las agencias matrimoniales, sino el medio moderno por excelencia cuando la vida real no basta. El autor sabe algo de esto, ya que se cruzó con su mujer en la Web.

Otras cifras que deberían dar que pensar a las mujeres: el 75 % de las personas que se conectan detrás de la pantalla son hombres. Las mujeres que cuelgan un anuncio con su foto reciben de cuatro a cinco veces más respuestas que los hombres inscritos en las mismas condiciones.[23] La explicación es sencilla: la ley de la oferta y la demanda.

Sin embargo, algunas precauciones básicas y reglas de prudencia se imponen: elegir el sitio adecuado (en esta obra se aporta una lista detallada con una evaluación de 0 a 20), no dar el número de teléfono (sobre todo el fijo, porque permite descubrir la dirección) de forma inmediata, etc.