Os deseo buen humor. Esto es lo que habría que ofrecer y recibir. Este es el verdadero cumplido que enriquece a todo el mundo y principalmente a quien lo dice. Este es el tesoro que se multiplica por el intercambio.
Alain
La ciencia de la medicina tiende a entender el cuerpo como un conjunto físico-químico; el psicoanálisis se interesa por los hechos y procesos psíquicos y actúa en términos de métodos psicológicos. ¿Tan difícil es conciliar estos dos enfoques? El cuerpo y el espíritu ¿están destinados a no encontrarse? Para Pierre Marty, psicosomatista, psiquiatra y psicoanalista, el neologismo mismo de psicosomático indica hasta qué punto nuestro lenguaje está impregnado del espíritu de ese dualismo y marca esa incompatibilidad; pues, la asociación de los significados que lo componen hace resaltar la dualidad semántica. K. R. Pelletier hace referencia a la relación interdependiente entre el cuerpo, las emociones, la razón y el espíritu, descrita en 1975 por Miller, que declaraba que un individuo no se limita sólo a un cuerpo, sino que existe una relación total y dinámica y que la salud depende de la armonía de ese conjunto.
La psicosomática sigue siendo una asignatura de la medicina general, cuyos fundamentos son las ciencias naturales que se desvían del ámbito psíquico (Von Uexküll). Su objeto de estudio son las interrelaciones entre lo psicológico y lo fisiológico en todas las funciones del organismo, la incidencia emocional en todos los sectores de la vida orgánica (P. Vachet). El objetivo es, por tanto, asociar la terapia médica clásica y la psicoterapia; sin embargo, la psicosomática está lejos de ser una especialidad en sí. Por eso, K. R. Pelletier propone que, si los bioquímicos no saben de psicología y los psicólogos no saben de bioquímica, entonces el profesional de la salud debería extender sus conocimientos a lo biomédico, lo psicológico, lo psicosocial, lo ecológico y lo espiritual.
Otro aspecto de la cuestión está en las aparentes tendencias de la medicina psicosomática, ya que se presenta unida a la historia de la persona y a su relación con el médico o, aún más, aparece fundamentada en las disposiciones mentales o los perfiles de la personalidad, en la relación entre la predisposición hacia ciertas enfermedades y la historia personal del paciente, en el psicoanálisis, las situaciones vividas, las neurosis de los órganos, la elaboración de un diagnóstico en función de las vivencias del paciente, etcétera.
Sean cuales sean los contenidos teóricos y sus avances, la psicosomática significa que los aspectos psicológicos están dentro de la génesis de la enfermedad, su evolución, su duración, la terapia aplicada y el proceso de curación de cada estado de la enfermedad. Su objetivo es preguntarse por qué se produce esa enfermedad, en ese momento y con esa evolución (J. Corraze). Diseña una metodología entre la comprensión y el avance terapéutico, pero es imposible aislar una enfermedad puramente psicosomática o encontrar una correspondencia sistemática entre una perturbación en el ámbito psico-afectivo y un órgano concreto (R. Patte).
La comprensión del funcionamiento psicosomático le debe mucho a la observación de los problemas de índole visceral como resultado de ciertos estados emocionales. En teoría, toda enfermedad es psicosomática, con la intervención de factores psicológicos y sociales en el establecimiento de la patología. Los problemas de las funciones vegetativas son el resultado de causas que intervienen de forma variable según el individuo y que son a la vez constitucionales, hereditarias y unidas a la influencia del entorno: las enfermedades psicosomáticas también tienen su origen en la vida de un grupo humano —familia o sociedad— y no se puede negar la interacción de varios procesos físicos, biológicos, psicológicos y sociales en su aparición (P. Solignac). Los estudios realizados en comunidades de centenarios, que citó Kenneth R. Pelletier, muestran claramente la influencia de las condiciones psicosomáticas en la longevidad: la voluntad de vivir, la creatividad y las emociones positivas, y sus beneficios fisiológicos ayudan al ser humano a encontrar su equilibrio.
El postulado psicosomático apoya la unidad psicosomática, lo que quiere decir que existe interacción entre el cuerpo y el espíritu, y que un problema parcial (orgánico, por ejemplo) pone en juego tanto la totalidad del cuerpo como del espíritu. El cuerpo y la psique se comunican por vías que todavía nos son desconocidas, sin bien ya hay algunos rasgos del lenguaje que empezamos a descodificar. Hace mucho tiempo que los orientales han comprendido tan estrecha relación introduciendo el esoterismo allí donde los centros energéticos se relacionan con los órganos fundamentales, con las funciones vitales y con aspectos universales a la vez que psíquicos, pues se les atribuyen ciertos sonidos y formas en el apoyo a prácticas concretas.
La psicosomática tiene en cuenta la solidaridad entre las funciones orgánicas y psíquicas, idea de Hipócrates y muy común en la Antigüedad, que daba consejos terapéuticos observando el comportamiento, lo que también hacían la medicina tibetana y la ayurvédica, la medicina india. La escuela de Epicúreo buscaba alejar el cuerpo del sufrimiento y el alma del desorden. El maestro Eckhart consideraba que el alma le fue dada al cuerpo para que se purificase. Platón deseaba una asociación entre medicina y moral para tratar el cuerpo y el alma, y los romanos exaltaban el Mens sana in corpore sano, un alma sana en un cuerpo sano. En la Edad Antigua, la higiene y el entorno influían en la salud, y para tratar el alma se prescribía diálogo, lectura y teatro. Hay que ver la relación que tenía ya la palabra, la misma que libera al ser y puede frenar o evitar las manifestaciones somáticas, en la cura de la psicoterapia que, recordémoslo, no es la terapia del espíritu sino para el espíritu. O, mejor aún, ¿no es un intento de cura para el humor bueno? En esas épocas, la melancolía era una afección típica del cuerpo y del alma. Y es sabido también que los problemas digestivos afectan sobre todo al carácter y al comportamiento de quien los sufre.
El término psicosomático define la realidad humana y el papel de la esfera afectiva en la aparición de problemas funcionales u orgánicos. La estructura biofisiológica del ser nos permite rendirnos a la evidencia de la unidad cuerpo-espíritu. Henri Laborit hacía referencia a la unión entre la actividad funcional del sistema nervioso y la conciencia reflejada, entre el conjunto dinámico de los niveles de organización molecular, metabólico, celular y funcional de las vías nerviosas y los comportamientos. De ahí la aceptación de que las ciencias humanas también son biológicas. La práctica Mézières parte del principio de que, en lugar de expresarse en palabras, los acontecimientos traumáticos anteriores eligen la vía de las sensaciones físicas, que son el lenguaje del cuerpo (G. Pacaud y J. Fromond), lo que representa el regreso de lo inhibido del psicoanálisis. El médico mejora la forma física de su paciente y, con eso, este último sabe que contará con ventaja sobre sus propias fuerzas. Se convierte entonces en alguien más combativo, lo que repercute positivamente en el conjunto de sus funciones orgánicas, así como en su sistema inmunitario, y es ahí donde parece que la frontera entre el tratamiento méziérista y la psicoterapia puede ser muy pequeña.
En ciertos casos el dolor no corresponde a ningún trauma físico, pero puede renacer a raíz de una situación de conflicto, de un miedo o de un resentimiento. Es en ese momento cuando el estrés hace que reaparezca el dolor en un lugar donde ya ha estado localizado físicamente debido a un trauma anterior. Esa emoción puede resurgir en el momento del tratamiento, lo que indica la relación entre el lugar físico y el fenómeno psíquico al que está asociado. De forma más grave, el estrés puede generar lesiones en el hipotálamo y desencadenar una reducción de los niveles de anticuerpos y una bajada de la inmunidad celular. Por la unión cuerpo-espíritu, la acción sobre la musculatura se transmite al sistema nervioso cerebro-espinal que desencadena, por vía refleja, un efecto sobre el sistema neurovegetativo. De esta manera, muchas funciones mejoran de rebote. Esa unión del cuerpo y el espíritu, y esa repercusión de uno sobre el otro no se le han escapado a Henri Rubinstein, que escribió que muchas enfermedades se desarrollan por el hecho de la preponderancia momentánea de lo moral sobre lo físico. La explicación reside simplemente en el hecho de que el estado del espíritu, de las ideas, del psiquismo hace que la acción de los órganos pueda, a ratos, excitarse, suspenderse o invertirse completamente. En otro sentido, es evidente la dificultad de pensar en momentos felices cuando uno aprieta los dientes y cierra los puños.
Muchos autores ya lo avanzaron: K. Tepperwein, Goethe, Vivekananda o Ramakrishna notaron que el cuerpo dependía del estado del pensamiento; Frederick Matthias Alexander, Moshe Feldenkrais, Wilhelm Reich o Alexander Lowen sabían que a la relajación del cuerpo le siguen las descargas y modificaciones emocionales. Reich concluye que a ciertas características psicológicas y a ciertos mecanismos de defensa les sigue una rigidez muscular generada por los acontecimientos traumatizantes. Esa rigidez y ese estancamiento se instalan en el individuo hasta el punto de convertirse en un caparazón, y pueden provocar problemas respiratorios, digestivos y musculares. La toma de conciencia y eliminación de esa coraza permiten revivir las emociones y las tensiones que están en el origen de ese encierro, igual que si las contuviese. Esto vendría a decir que un individuo con buena salud disfruta de un cuerpo flexible y sensible sin tensiones musculares (D. Jaffe).
Maurice Mességué afirma que algunos investigadores llegan a confirmar los perjuicios de la vida moderna y sus pasiones negativas en la salud. Rochefoucauld ya lo había indicado:
La ambición da lugar a fiebres agudas y frenéticas; la envidia provoca enfermedad e insomnio; de la pereza surge el letargo, la parálisis y el decaimiento; la ira causa sofocos, que hierve la sangre e inflama el pecho; el miedo perjudica el latido del corazón y favorece los síncopes; la vanidad lleva a la locura; la avaricia, a la maldad y la sarna; la tristeza, al escorbuto y la crueldad; la calumnia y los falsos testimonios han extendido el sarampión, la viruela y la urticaria; y les debemos a los celos la gangrena, la peste y la rabia...
Explica Édouard Zarifian que las moléculas y los genes no bastan para explicar y comprender el comportamiento humano, y que hay que tener en cuenta también el funcionamiento de la psique, el sentido de la palabra, los métodos de comportamiento en sociedad, los códigos de comunicación y la influencia de la cultura.
Quizás las ideas de Descartes estaban influidas por su tiempo al querer explicarlo todo a través de la Lógica, materia fundamental en el hombre, lo que ha llevado a Occidente a una situación de la que parece difícil salir. Insistió en ese dualismo, esa separación entre el cuerpo y el espíritu, que establece ese delicado problema de la relación de los dos en el hombre. En cuanto a S. Freud, que consideraba la posibilidad de una acción de lo psíquico sobre lo físico, nada arregló diciendo que, sean cuales sean los medios utilizados para establecer un puente entre lo corporal y lo psíquico, los esfuerzos no hacen más que confirmar que el abismo entre los dos subsiste. Contrario a este punto de vista, Groddeck escribió en 1929 que lo físico influye en la psique y que la psique influye en la física, y añadía que esto no sólo era posible, sino que no había absolutamente ninguna otra manera de hacerlo. É. Zarifian dice que no se puede pretender curar a uno ignorando al otro, y denuncia el dualismo desfasado que todavía subsiste y que parece deberse al hecho de que a la ciencia le cuesta aceptar las nociones de psiquismo e inconsciencia que no puede ni ver ni localizar, mientras que la psicología clínica nos demuestra cada día su indiscutible existencia.
La superproducción de neuromediadores provocada por las tensiones psíquicas es la responsable de afecciones como las úlceras y los infartos de miocardio (H. Rubinstein). K. R. Pelletier precisa que el espíritu no sólo puede ayudar al cuerpo a soportar el dolor, sino también a regular sus grandes funciones. El principio director de Hipócrates era holístico en el sentido de que consideraba que el ser humano era capaz de encontrar la vis medicatrix naturae, la capacidad de autocuración.
Incluso nuestra percepción del exterior puede modificarse según nuestro estado interior: Daniel Lagache menciona el experimento durante el cual se les muestra a dos grupos, uno en ayunas y el otro no, unas imágenes poco estructuradas; de forma invariable, los miembros del primer grupo ven en las láminas muchas más cosas para comer que los del segundo.
Por la química funciona nuestro sistema nervioso: algunos de nuestros órganos son manejados a distancia por los centros nerviosos, nuestra función respiratoria depende de los químico-receptores, al igual que nuestro sistema neuroendocrino. Y hay muchas más funciones relacionadas con la química interna. Es tan precisa que un ligero exceso puede empujarnos a comportamientos exagerados, opuestos o incluso peligrosos. Todo el mundo conoce los efectos de la adrenalina en el buen humor y en el estrés con dosis muy elevadas y repetidas.
El profesor Moron ha dedicado un capítulo de su Traité de psychiatrie (Tratado de psiquiatría) a las afecciones endocrinas en el origen de problemas mentales tan diversos como la anorexia, el insomnio, la depresión o incluso algunas formas de psicosis. Por otro lado, la psicosomática occidental, aparentemente muy por detrás de los sistemas orientales que hace mucho tiempo que lo han comprendido, descubre día a día la importancia de la relación entre el cuerpo y el espíritu, contradiciendo con esto a Descartes, a quien debemos esta extraña separación entre el soma y el alma. Desde tiempos inmemoriales se sabe que por los mecanismos de la hipnosis es posible influir en el cuerpo mediante la sugestión de la palabra. El ineludible Sigmund Freud explica cómo un joven y robusto guerrero, en plena posesión de sus facultades, muere después de que alguien le diga la sentencia de muerte que, basada sólo en las costumbres y las creencias, pesa sobre él.
En sentido contrario, la inyección, bajo diversas formas, de productos dopantes en algunos deportistas de alto nivel lleva a profundos cambios en el comportamiento psicológico, entre otros, ciertos impulsos relacionados con la sexualidad y la agresividad. Lo más extraño es que personas como los indios yoguis, que no tienen otras herramientas de investigación que su cuerpo y su espíritu, hayan encontrado esa relación en los chacras, situados justamente a nivel de las glándulas endocrinas, y que les hayan atribuido componentes materiales, energéticos y espirituales al mismo tiempo. Es evidente que los orientales están por delante de nuestros sistemas de pensamiento, pues hace ya mucho tiempo que han comprendido que la meditación y la visualización que los indios yoguis practican desde tiempos inmemoriales pueden influir en nuestro modo de ser.
Hipócrates pensaba que cada enfermo debía ser considerado en su aspecto de unidad cuerpo-espíritu. En la Antigüedad, los sentimientos y las emociones tenían un efecto sobre el cuerpo. El factor psicológico estaba siempre presente, aunque sólo fuese en la actitud del paciente hacia su enfermedad, su origen, su desarrollo o su cura.
En el siglo xix, el término de psicosomática definía la globalidad de las patologías, la aproximación holística del sujeto, habida cuenta de la interacción del cuerpo y del espíritu entre sí. El final del siglo xix y el inicio del xx estuvieron marcados por los grandes descubrimientos sobre el espíritu humano, y sorprende (a medias) ver cómo quedaron marcados por los descubrimientos más relevantes en el terreno de la psicología moderna: Émile Coué, gran farmacéutico y padre de la autosugestión moderna; William James, que consideraba que no utilizamos más que una pequeña parte de nuestros recursos físicos y mentales; Bernheim; Sigmund Freud, inventor del psicoanálisis, que retomó y profundizó en lo que muchos investigadores habían presentido antes que él; Carl Gustav Jung, S. Ferenczi y Georg Groddeck, padre de la psicosomática, los tres desarrollaron sus propios sistemas y fueron más allá en esa relación invisible entre el cuerpo y el espíritu; Assagioli, autor de la psicosíntesis; Chauchard, Liébault y muchos más, que indagaron en el espíritu humano y que llegaron a conclusiones no siempre bien aceptadas, aunque esenciales para nuestra existencia. En relación con la unidad cuerpo-espíritu, C. G. Jung escribió que era probable que lo físico y lo corpóreo no fuesen dos procesos que se desarrollan uno al lado del otro, y humildemente reconoció que existían interacciones entre ambos, pero que su naturaleza escapaba casi por completo a la experiencia directa. Más monista que dualista, Georg Groddeck escribió que la fiebre podía inducirse físicamente, pues, según él, la parte inconsciente del ser no separa el cuerpo del alma, lo que le permite utilizar uno u otro. Anunció también, en su primera carta a Freud en 1917, su convicción de que la distinción cuerpo-espíritu no era más que una distinción de palabras, no de esencia, y también que el cuerpo y el alma tienen algo en común. A la vez criticado y utilizado en todo momento, a veces incluso de cualquier manera, el principio del método Coué, retomado por R. Centassi y G. Grellet, mantiene su valor eficaz y práctica habitual: Cada día mejoro en todos los aspectos es la frase que Émile Coué pedía a sus pacientes que repitiesen. Aquí se impone un paréntesis: como bien recuerdan G. Grellet y R. Centassi, este sistema no tiene acción sobre el exterior, pero puede actuar sobre uno mismo.
Como recuerda Guy Besançon, hubo que esperar hasta los sucesores de Freud, Alexander y Dunbar, Von Uexküll, Balint y Marty, para considerar la enfermedad psicosomática como la materialización corporal de un conflicto psicológico inconsciente relacionado con la dependencia o la agresividad. Pavlov, cuyos trabajos permitieron un importante desarrollo de la psicología moderna, demostró en el siglo xx que, en el animal, un conflicto intrapsíquico desemboca en desórdenes neurovegetativos. El problema es hacer emerger el conflicto y ver su relación con la patología. Según A. Bécache, el conflicto estaría desde un principio en relación con el mundo exterior antes de convertirse en intrapsíquico; puede manifestarse por problemas mentales o corporales, o incluso, en algunos casos, oscilar de uno a otro. El tema se complica en cuanto aparecen problemas funcionales sin rastro orgánico o psíquico, o problemas corporales y psíquicos a la vez...
Se deduce de esto que la patología no surge por casualidad, como un accidente propio del trayecto, sino que es un acontecimiento lógico en relación con el elemento psicofísico y el continuo espacio-tiempo (N. Sillamy): la relación cuerpo-espíritu, la historia personal y las condiciones geográficas, socioeconómicas o culturales son otros aspectos que se deben tener en cuenta, pues son los que influirán en el significado otorgado a las situaciones dadas, lo que los convierte en causalidad multifactorial, para retomar la expresión de A. Bécache, y es esa relación con los componentes mencionados lo que genera el estrés. F. Alexander menciona las variables que entran en acción en el fenómeno psicosomático: constitución hereditaria, trauma de obstetricia, acontecimientos de la infancia (enfermedades orgánicas, cuidados primordiales, accidentes, carencias afectivas), clima afectivo del entorno familiar, rasgos específicos de los miembros de ese entorno..., variables a las que se añadirán las posteriores experiencias afectivas, de relación con los demás y las profesionales.
¿Se pueden prever los riesgos de una persona en función de su perfil psicológico, que la hipertensión o el cólico, por ejemplo, tuviesen características concretas, o que la emoción pudiese llevar sus perturbadores efectos a cualquier órgano? Con los trabajos de Friedman y Rosenman se hace la distinción de tres clases psicológicas que corresponden a comportamientos específicos y particulares, así como a riesgos concretos de patologías somáticas, aunque esta clasificación se ha ido matizando. Los sujetos de tipo A, serios y ansiosos, impulsivos y agresivos, tensos y ambiciosos, dominantes e impacientes, bajo presión y en competición permanente, que persiguen el tiempo y quieren controlarlo todo, agotados y obsesionados por el trabajo, irritados y frustrados por la espera, tienen una respuesta al estrés relacionada con la producción de adrenalina y están predispuestos a las siguientes enfermedades: problemas cardiovasculares, colesterol, hipertensión arterial, angina de pecho, sobrepeso, diabetes y hemorragia cerebral. Contrariamente al tipo A, el tipo C está descrito por Jean-Michel Delaroche como aquel que interioriza sus emociones y reacciones al estrés, que no exterioriza sus sentimientos, sufre en silencio e inhibe su agresividad: ese falso calmado, cuya reacción al estrés está relacionada con la producción de cortisol, no deja nunca de darle vueltas a las cosas y tiene tendencia a subestimarse. Los riesgos patológicos son, para este tipo, los estados depresivos, las úlceras y el catarro, las alergias, las infecciones y el cáncer. Capaz de detenerse y disfrutar de su existencia y su entorno, capaz de integrar el estrés sin perjudicar ni a los demás ni a sí mismo y de ser positivo, el tipo B se caracteriza por la fuerza tranquila, el control de sí mismo, la seguridad, un buen análisis, la confianza (S. Bensabat), un sentido del humor que le permite disminuir la ira, la ansiedad y la agresividad; es capaz de amortiguar las emociones y controlar su estrés con una respuesta adaptada, sin emoción inútil ni usura física, con sabiduría y filosofía, y realismo.
La cuestión de la elección del órgano es delicada, no parece específica, y la vulnerabilidad de una función o de un órgano podría ser predeterminada o concreta. Todas las funciones corporales pueden ser la base de reacciones psicosomáticas: los sistemas digestivo, endocrino, genital y urinario, respiratorio, cardiovascular, cutáneo... La localización de una u otra parte del cuerpo se debería a una fragilidad de esa zona, al beneficio extraído de esa respuesta, a la naturaleza del trauma. La respuesta psicosomática, también llamada neurosis del órgano, no es más que simbólica, al contrario que la conversión histérica que no conoce lesión. Estos dos problemas no toman las mismas vías nerviosas: el problema psicosomático toma las vías neurovegetativas, mientras que la conversión pasa por el sistema cerebroespinal. La somatización es un proceso psico-neuro-fisiológico, y la conversión histérica es simplemente psico-dinámica, lo que significa que, en este último caso, el problema está mucho más cargado de significado que en la manifestación psicosomática, pero que no sufre daño alguno en el sistema neurovegetativo. El problema psicosomático también deberá tratarse en el plano somático.
La medicina psicosomática estudia el significado de los fenómenos del espíritu en la aparición de enfermedades corporales y su desarrollo, pero no pone en duda los aspectos físicos, químicos, fisiológicos, sino que resitúa la solidaridad de las funciones del organismo en la realidad del ser con su afectividad y su posible papel en la determinación de los problemas de orden funcional u orgánico, lo que lleva a N. Sillamy a decir que el organismo es una unidad que responde, completamente, a las emociones. Guy Besançon precisa que el aparato psíquico, por su estructura y su función, debe considerarse como una variable de la salud y la enfermedad: no se olvidan las causas orgánicas, sino que se otorga algo más de importancia a los factores psíquicos, siguiendo así el antiguo principio según el cual hay interdependencia entre el cuerpo y el espíritu. Este acercamiento se convierte en indispensable en algunos casos clínicos. La busca de la relación psicosomática (Widlocher) en cada uno de los problemas patológicos toma mayor importancia, hasta el punto de que la psiquiatría incluye en sus respuestas terapéuticas prácticas relacionadas con el cuerpo (relajación, expresión corporal...).
Aunque las teorías psicosomáticas presentan divergencias según la consideración más bien biológica o psicológica tenida en cuenta en el fenómeno, según la preponderancia física o psicológica, o según la clasificación de las enfermedades calificadas o no de psicosomáticas, lo que puede recrear la separación dualista cuerpo-espíritu, también reconocen que las respuestas corporales surgen a través del sistema inmunitario que protege al hombre de las agresiones externas a través del sistema sanguíneo, y que ninguna elección puede ignorar al otro componente, pues volvería a aparecer la separación cuerpo-espíritu o se olvidaría al sujeto como unidad indivisible.
Se trata de un retroceso hacia los trabajos de Hans Selye sobre el síndrome general de adaptación, más conocido como estrés, puesto que el sistema psico-neuro-inmunológico está en estrecha relación con el sistema nervioso central, con que el estrés tiene una acción humoral y nerviosa a la vez, y con que su acción puede ser inhibidora o estimulante. El estrés engendra modificaciones funcionales que, de forma repetida, provocan verdaderos problemas orgánicos definitivos, como se ve, por ejemplo, en las esclerosis de las arteriolas renales tras repetidas o continuas contracciones debidas a ese problema.
Hans Selye ha demostrado que el cuerpo moviliza sus defensas para enfrentarse a la amenaza de un agente, sea cual sea su naturaleza: física, química o... psíquica. Eso significa que el cuerpo puede reaccionar ante una tensión o un choque afectivos de la misma manera que si estuviese expuesto a condiciones difíciles, lo que explica en definitiva que los traumas psicológicos puedan provocar manifestaciones funcionales u orgánicas.
Norbert Sillamy añade que en 1942 Mittleman y Wolf observaron que la evocación de situaciones personales difíciles engendraba una secreción y motilidad gástrica superiores, así como una modificación de la mucosa que podía llevar a la ulceración. Tras la asamblea general de la American Cancer Society, el doctor E. Pendergrass declaró en 1959 su deseo de apoyar las investigaciones sobre la existencia, en el espíritu humano, de una fuerza capaz de acelerar o frenar el proceso de la enfermedad (P. Vachet). El doctor Menninger, citado por P. Vachet, tenía la certeza de que los investigadores sobre el cáncer tomarían conciencia algún día del hecho de que la psique influye en las células.
Establecida por Holmes y Rahe, existe una escala de estrés, que recoge más de una cuarentena de acontecimientos de vida, positivos o negativos, que son fuente de estrés y que podrían acentuar los aspectos subjetivos ante las agresiones y en el establecimiento de los problemas de salud. La escala es una indicación de la intensidad del estrés a partir de acontecimientos existenciales: la muerte del cónyuge es el 100, un divorcio el 73, la separación de la pareja el 65, un periodo en prisión el 63, el matrimonio el 50, etc. Pero no puede dar ninguna indicación sobre las distintas respuestas de los individuos, distintos todos en sus reacciones y su capacidad para adaptarse a esos acontecimientos y conservar la igualdad del alma. Hay que añadir los puntos indicados según los acontecimientos vividos, a sabiendas de que es posible darle a cada uno el valor que decida la persona al efectuar ese descuento, lo que da un total de unidades de cambios en la vida (D. Jaffe). Holmes y Rahe demostraron, a partir de un estudio hecho a cinco mil personas, que ese total es particularmente elevado antes de la llegada de problemas de salud serios, y que era proporcional a la gravedad de los problemas. Ese total predispondría también a accidentes corporales.
Jacques Corraze hace referencia al resultado de las observaciones según las cuales se ha podido notar la importancia de la estabilidad del entorno en la prevención de problemas cardiacos o vasculares teniendo en cuenta la equivalencia del régimen lipídico en los casos observados. Kenneth R. Pelletier observa que, si la tasa de mortalidad y la tensión arterial están relacionadas con la densidad de población, un estudio realizado con cuatro mil japoneses en San Francisco ha demostrado la evidente relación entre la aparición de problemas cardiacos y la adopción del estilo de vida americano, lleno de competitividad, agresividad e impaciencia. Por otro lado, precisa también que la calma y el desconocimiento de la ansiedad, de la tensión nerviosa y de la depresión, son un factor importante en la disminución de los riesgos cardiovasculares incluso en una población considerada de riesgo por las elevadas tasas de colesterol.
El psicoanálisis tiene un punto de vista según el cual la enfermedad psicosomática tendría su origen en las primeras etapas del desarrollo afectivo (Besançon). Los traumas psíquicos o las carencias afectivas (cuya importancia en el hospitalismo demostró Spitz) predispondrían a respuestas psicosomáticas que paliarían la incapacidad del sujeto para racionalizar una situación: una débil expresión afectiva, incapacidad para «despegarse» de los síntomas, una vida fantasma, mental, intelectual y oníricamente inexistente, o imposibilidad para verbalizar. Y es en esto en lo que la enfermedad psicosomática no es ni hipocondriaca ni histérica. La somatización se debería a una falta de capacidad para fantasear y describir los estados afectivos. Esta ausencia de libertad lleva a A. Bécache a decir que el hombre psicosomático, caracterizado por una falta de originalidad, está cortado de su inconsciencia. Según este mismo autor, esa falta de narcisismo deja en la obra la impulsión mortal y la desorganización ante los avatares de la existencia. Podría parecer que cuanto menos se exteriorizan los sentimientos, mejor se conocen las respuestas neurovegetativas y endocrinas. Todo bloqueo de la expresión motriz o verbal de la agresividad o de la ansiedad provoca un desvío en las descargas del sistema nervioso central sobre el sistema vegetativo, lo que engendra varios problemas de funcionamiento orgánico (A. Bécache).
Se adivina ahí el interés de las técnicas de liberación o canalización propuestas por el yoga, la bioenergía, el kiaï y la expresión del buen humor...
A menudo sujetos a bromas de gusto discutible cuando se habla de somatizar, los problemas psicosomáticos son bien reales y necesitan un tratamiento rápido y adaptado. De hecho, al ser funcionales en una primera fase, se trata de problemas que pueden provocar lesiones. Sin embargo, hay que evitar considerar al paciente responsable de sus problemas: su enfermedad no se debe a su mala voluntad. Esos cambios patológicos se producen por la intervención del sistema neurovegetativo y de las glándulas endocrinas, e influyen en el metabolismo y el funcionamiento de los órganos. Todo esto conlleva problemas tan variados como diarrea, asma, aumento de la hipertensión arterial, erupciones cutáneas, alergias, afecciones endocrinas, nutricionales y digestivas, afecciones cardiovasculares, dolores gástricos, anginas de pecho, cefaleas, vómitos, estreñimiento, palpitaciones, problemas urinarios y ginecológicos, y otros dolores y desajustes funcionales.
El descubridor del síndrome de adaptación, Hans Selye, creía que muchas de las enfermedades no provenían de los microbios, virus y otros agentes externos, sino de la dificultad para curar el estrés y, por tanto, de la falta de adaptación del individuo. De ahí podían venir la hipertensión arterial, algunas enfermedades cardiacas, las famosas úlceras y algunos catarros y alergias. Convencido de esta teoría, Selye, que había observado que las respuestas del cuerpo pueden ser demasiado débiles o demasiado violentas, y por lo tanto no siempre adaptadas, pues el estrés es una respuesta única, similar e incambiable, proponía que, si no podemos ni debemos evitar el estrés, podemos intentar adaptarnos hasta encontrarlo agradable. Pero este comportamiento exige una condición: la de conocer bien los mecanismos y adoptar una filosofía de vida de acuerdo con esa elección y esa situación. Hay otras posibles manifestaciones: estados depresivos, gripes frecuentes, agotamiento, habla inconsciente, culpabilidad, angustia y males diversos médicamente inexplicables, a las que se pueden añadir las migrañas y las colitis ulcerosas, siempre según M. Fergusson, quien ve en el estrés una causa posible del encadenamiento de los factores bioquímicos que se encuentran en el origen de las enfermedades mentales. André Soubiran e Yves Christen citan los trabajos del doctor Bensabat, según el cual el estrés debido al fracaso, la frustración o la coacción dejaría en el organismo rastros como cicatrices causadas por la acumulación de desechos metabólicos llamados peróxidos, subproductos de las reacciones químicas de los tejidos, que provocan el envejecimiento de la piel, las articulaciones y las arterias. Se entiende que el envejecimiento esté determinado por la usura, más que por los años, al saber que la energía de adaptación se nos entrega al nacer y que se debilita según los individuos.
Del terreno psicosomático conocemos sobre todo los aspectos negativos, lo que significa que la ciencia se ha ocupado mucho más de los problemas somáticos provocados por el psiquismo. Pocos investigadores parecen interesarse por la influencia positiva de lo mental sobre el cuerpo y su funcionamiento, lo que lleva a Kenneth R. Pelletier a decir que nuestra cultura no busca la salud. Cita además a M. Kristein, que constata que el mundo moderno posee un sistema para curar enfermedades más que un sistema de cuidado de la salud, y que no tiene en cuenta el impacto social y económico de una sociedad orientada hacia modos de vida sana más que hacia una saturación material. K. R. Pelletier cita los trabajos de Thomas, según el cual muchas publicaciones hacen referencia a la mala salud, mientras que hay pocas que constaten que la mayoría de la gente tiene en realidad una salud perfecta. Parece que la formación médica se vuelca más en los signos de la enfermedad que en los de la salud óptima, que conocería un 10 % de la población y que no excluye la aparición de problemas graves tras los cuales el nivel de salud es, a veces, superior al que era antes. Cada vez es mayor el interés por las capacidades de cada uno de curar su propia salud. De ahí las nociones de autocura, utilizadas por Édouard Zarifian, de Rire pour guérir (Curar con la risa) y de Volonté de guérir (La voluntad de curar) que Henri Rubinstein ha utilizado como títulos de subcapítulos.
Para que nuestra sociedad evolucione hacia una verdadera transformación debería aceptar mejorar el entorno, considerar con más atención y seriedad los factores psicosociales y, en definitiva, favorecer la salud y la autonomía en lugar de promover la dependencia, la explotación y la monotonía suburbana.
Por otro lado, cuando los cuidados llamados terciarios son los realizados tras una patología seriamente establecida, para evitar que empeore y conduzca a la muerte habría que insistir en la prevención: la llamada secundaria consiste en tratar las enfermedades antes de que se agraven y en detener su evolución, y la primaria consiste en diagnosis y educación preventivas. Este proceso preventivo incluye la prevención de enfermedades debidas al deseo de aprovechar al máximo sin preocuparse por las consecuencias, de vivir a crédito y de pensar que eso sólo les pasa a los demás. Una de las primeras lecciones que se deben aplicar es la de recuperar el concepto reparador de la medicina: con el capital de recursos de salud limitado, hay que evitar todo comportamiento autodestructivo como la superalimentación, el tabaco, la dependencia hacia los medicamentos, la conducción automovilística imprudente, la falta de ejercicio físico o el consumo exagerado de alcohol. En 1977 Goodfield designó como enfermedades elegidas aquellas provocadas por los excesos de nuestro modo de vida o por la contaminación medioambiental. Es increíble que nuestra sociedad deba hacer frente a un gasto enorme para curar las enfermedades que ella misma genera; frente a esa situación, el buen humor no cuesta nada.
Para que ese cambio se produzca, hay que dirigirse a las causas señaladas por Knowles y retomadas por K. R. Pelletier: la publicidad mediática y sus modelos tiránicos, el rechazo del fracaso que conduce a la búsqueda desenfrenada del goce, la esperanza de que el progreso curaría las enfermedades, el rechazo de la imperfección y de la tristeza que llevan a la aceleración del proceso de destrucción, el estado psicológico que exagera el cuidado de sí mismo y la indiferencia del terapeuta.
El concepto de salud tiene una dimensión subjetiva y está condicionada por la manera totalmente personal que cada uno tiene de concebir la felicidad. Esta evolución pasa por involucrar al público en su participación sobre la salud: un estudio de Saraway indica que la tasa de mortalidad relacionada con las enfermedades cardiacas ha disminuido, no por el aumento del gasto en sanidad, sino por la disminución del consumo de tabaco asociada a acciones de educación y prevención. Pero los individuos ¿están dispuestos a pagar el precio de esa medicina preventiva basada en la disciplina personal y social, y en las nefastas recaídas de tristeza, ira y frustraciones? Y sin embargo es más económica y, sobre todo, evitaría muchos sufrimientos y reduciría la miseria humana.
La salud ¿está simplemente en el funcionamiento orgánico silencioso e insensible? Al estado de bienestar físico, moral y social completo, que no consiste sólo en la ausencia de dolencia o enfermedad según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Deepak Chopra le añade el bienestar espiritual, un estado en el que uno experimenta, en cada momento de su existencia, una alegría y unas ganas de vivir, un sentimiento de extenuación y una armonía que nos une al universo que nos rodea. Georges Hébert, creador del movimiento hebertista, proponía una visión de la vida y de sus tres pilares, salud, fuerza y belleza, este último definido como la plenitud total del ser, hecho de buen funcionamiento orgánico, sin problemas ni enfermedades, con un espíritu libre y necesidad de acción muscular. Este conjunto forma el equilibrio perfecto del cuerpo, la alegría de vivir. Además de un buen funcionamiento orgánico y de una buena disposición del cuerpo, Gandhi veía en la salud la capacidad por mantener siempre el dominio de su espíritu, de sus sentidos y de sus pasiones. Era necesario fortificar tanto el cuerpo como el espíritu.
El sistema de diagnóstico chino del Nei-Chia, descrito por Michael Minick, se basa en seis criterios que permiten evaluar la salud y que son los siguientes: el primero es la ausencia de fatiga, pues, como la salud es buena, la fatiga no es exagerada y la acción es sinónimo de alegría y la ocasión para el entusiasmo. El segundo sería la calidad del sueño reparador, dormirse rápidamente y de forma ininterrumpida. Luego vienen el apetito, incluidas unas necesidades sexuales naturales y un carácter adaptado: ni impaciente, ni irascible, ni cruel, ni sarcástico, ni rencoroso, ni avaro; sino entusiasta, indulgente con sus críticas, capaz de aprender tanto de los amigos como de los enemigos, abierto, enfrentándose a las dificultades con buen humor y buena actitud, y conservador de esa capacidad de admiración y fascinación por el mundo que le rodea, todo ello unido a un equilibrio físico y mental. Finalmente, estarían la memoria y la precisión de pensamiento y de acción. Robert Lasserre hace referencia a los mismos signos y añade la voz, que debe ser agradable; la flexibilidad, que engloba una dimensión mental y un juicio sano y equilibrado; y, por supuesto, el buen humor.
De forma más global, André Bege ve en la salud el triunfo del principio de la vida, la salud óptima como la vitalidad máxima, y la enfermedad como una infiltración de la muerte en la vida. Pero hay que distinguir esta infiltración del proceso de involución relacionado con la edad y la usura de su organismo correspondiente. K. R. Pelletier recuerda que la salud era, según un tal Williams de 1934, el estado que le permitía al individuo disfrutar al máximo de la vida y realizar los trabajos más constructivos, y, al igual que Ivan Illitch, la consideraba el máximo exponente siempre que el entorno favoreciese un comportamiento autónomo, personal y responsable. La enfermedad sería un compromiso entre la liberación del deseo y las obligaciones sociales (P. Vachet), un refugio, una compensación por la existencia incompleta.
Dicho esto, y aunque pueda parecer paradójico, Kenneth R. Pelletier sugiere que la salud óptima sólo es posible cuando uno deja de inquietarse por saber si la ha alcanzado o no.
¿Qué relación más precisa podría establecerse entre buen humor y salud? Para Schopenhauer la flor de la salud es el buen humor. De hecho, dice que un 90 % de nuestro buen humor se basa en la salud, lo que se explica por el hecho de que nuestra manera de ver las cosas cambia según nuestro estado de salud. De ahí que nos preguntemos cómo estamos y que nos deseemos buena salud. Somos lo que sentimos, vemos y pensamos, y parece que el buen humor es el resultado complejo de varios elementos:
Un temperamento alegre, gracias a una excelente salud y a una feliz organización; un espíritu transparente, vivo y penetrante; una gran amplitud de miras, y una voluntad dulce y moderada. Estas son las ventajas que no deberían reemplazarse por ningún rango ni riqueza...
La enfermedad es la alteración de la salud debida a la incapacidad de reaccionar ante una infección o un problema psicológico, pero también se ha definido como el fracaso de la vida ante los planes individuales y de la especie. La vida sigue siendo un juego de oposición entre la actividad de una energía organizativa y la fuerza de la inercia... La vida está allí y el terreno lo es todo, en materia de salud y de enfermedad; de ahí el principio cuyo origen le debemos a Groddeck de que la enfermedad no es un elemento extraño para el cuerpo, un elemento exterior que invade el cuerpo, sino que hay que considerarla como un proceso de la vida misma de ese cuerpo, un verdadero acto de creación... Uno no está enfermo, sino que se convierte en la enfermedad (É. Zarifian). Por eso, hay que recordar el principio de los ancianos maestros que decían que había que tratar al enfermo y no la enfermedad (P. Tournier). La enfermedad no es lo contrario a la salud, sino otra organización del ser que ha transgredido ciertas leyes naturales (A. Passebecq): Groddeck pensaba que el enfermo tiene su acción de dirigir y que el hombre recuperará la salud cuando haya redirigido su vida. El síntoma tiene sentido, pues habla en lugar del sujeto y viene a confirmar que se encuentra en situación de sufrimiento moral (É. Zarifian). Este aspecto creativo y expresivo hace pensar en René Dubos, en el prólogo de la obra de Norman Cousins, que se curó de una espondiloartritis anquilosante gracias a un enfoque distinto del comportamiento y psicológico, y que por tanto la cura no está sólo relacionada con el principio de la homeostasis, sino que es más bien una adaptación creativa adquirida gracias a una modificación permanente del cuerpo y el espíritu.
Las intervenciones médicas no tienen en cuenta al ser en su totalidad e ignoran el estado del espíritu del paciente, considerado como beneficiario pasivo de los cuidados, como un mecanismo descompuesto (K. R. Pelletier); mientras que el curso de la enfermedad depende también de la manera en que va a integrarla en su vida, pues no es más que una advertencia. Nos falta añadir que el hecho de cultivar el buen humor no significa que estemos completamente protegidos de la enfermedad, ya que esta ayuda a mantener la salud y la enfermedad no deja de ser una forma de expresión del cuerpo, tal como hemos visto.
El lenguaje habitual nos devuelve a esa idea según la cual nosotros creamos nuestros propios venenos, nuestra destrucción y las causas de muchos problemas de salud. Parece que cuanto menos se exterioriza, más se predispone uno a las perturbadoras respuestas neuroendocrinas: hacerse mala sangre, envenenarse la vida o hacerse una úlcera son algunas de las actitudes que hacen que uno se arriesgue a no llegar a viejo. En el capítulo «De las cátedras de la virtud», Nietzsche da un simple consejo para conservar el sueño, función clave de la naturaleza humana: basta con reír y permanecer feliz, como mínimo diez veces al día; al menos el estómago no será la causa del insomnio.
Hay muchos gestos o actitudes corporales que expresan un estado de ánimo: los dientes apretados de rabia, la boca abierta de sorpresa o admiración, la garganta cerrada por la angustia, la espalda curvada o derecha, el puño cerrado por la hostilidad o la amenaza, o la cara desencajada de dolor. El doctor Tissié, citado por De Sambucy, decía que la alegría es extensión y la tristeza es flexión. Víctor Hugo decía que la belleza del alma se refleja como una luz misteriosa sobre la belleza del cuerpo. La manera de dirigirse hacia una persona depende del estado de pensamiento o de sentimiento en ese preciso momento.
En principio, el humor designa la sangre, la linfa, la bilis y la atrabilis, cuatro líquidos orgánicos cuyo equilibrio determina la salud. Estos cuatro humores cardinales, reconocidos por la medicina hipocrática y luego la galénica, estuvieron presentes desde el siglo v antes de nuestra era hasta finales del siglo xvii, y están relacionados con los cuatro elementos, igual que en la medicina oriental. La bilis se emparentaba con el fuego (calor), la atrabilis con la tierra (frío), la sangre con el aire (seco), y la pituita (o flema) con el agua (húmedo). Los sistemas médicos orientales, ayurvédicos y tibetanos conocen una correspondencia similar: Triba o Krishpa, Pitta vont con el fuego; Lung, rLung, Vayu o Vatta con el aire (el viento), y Pegen, Badkan, Kapha con la tierra y el agua. El humor es una palabra de origen latino, y la raíz también para el inglés «humour». El lector que busca la palabra «humour» en la Encyclopedia Universalis encuentra dos significados, uno en relación con el espíritu (Wit) y otro con el fluido (Fluid). Se podría ver en este equilibrio íntimamente inconsciente la fuente del Witz, descrito por Sigmund Freud como la palabra del espíritu que sale de lo más profundo de nosotros mismos de manera inesperada y sorprendente.
El segundo significado de humor hace referencia al estado psíquico de un individuo, su moral, su tono afectivo de base, sus sentimientos, que pueden oscilar desde los negativos —depresión, tristeza, pena, melancolía, angustia, abatimiento, desesperación— a los positivos —entusiasmo, alegría expansiva u optimismo hasta la confianza exagerada. Lempérière y Féline describen el humor expansivo como satisfacción, bienestar, placer, alegría y euforia pudiendo ir hasta la exultación, la hipomanía de un sujeto hiperactivo o la manía aguda. En cuanto al afecto depresivo, va desde la languidez, la nostalgia, la melancolía, la morriña o el desánimo hasta la más profunda depresión acompañada de tristeza patológica y de dolor moral. La depresión es inseparable de la falta de autoestima, el pesimismo, la fatiga, la melancolía o incluso algunos trastornos psíquicos productores de inhibiciones. Para J. M. Robert, lo importante es el equilibrio en lo que él llama el timostato —el humor— manteniéndonos alejados de los estados extremos: agresividad incontrolada o negativismo, mortal si se prolonga..., agitación eufórica no justificada o la disminución de la velocidad hasta el bloqueo de la acción y la actividad mental, signos de alerta grave en psiquiatría.
El humor es una disposición afectiva tanto dominante, ligada al temperamento, como pasajera. El buen humor se presenta bajo varias formas y manifestaciones, y lo componen la risa y el humor; es la alegría, el ánimo, pero también un humor equilibrado en puntos más allá de la simple carcajada. Cuando uno está de buen humor, no hace falta preguntarse si hay motivos para estarlo bajo cualquier circunstancia, pues es suficiente en sí misma y vale la pena; es el bien que puede reemplazar a todos los demás, y que ninguno puede reemplazar (Schopenhauer). Éric Smadja cita a B. Golse, quien cree que estar de buen humor es estar inexplicablemente más feliz de lo que la realidad exterior espera.
Pero ¿qué hay del mal humor? Para Alain, el humor va según el viento y según el estómago. Las ilustraciones que proporciona oscilan desde el puntapié a la puerta hasta las palabras lanzadas al vacío; pero estos gestos, de otros o de uno mismo, se olvidan por la propia grandeza del alma que sabe perdonar. Para Caraccioli está claro:
Dejemos que algunos pueblos se vanaglorien de su taciturnidad, y la tomen por la quintaesencia del buen sentido y de la filosofía: uno no es amable si no se comunica, y si la alegría no es la intérprete del corazón. Qué pena me dan los hombres que no saben aprovechar su imaginación, esa brillante facultad cuyo uso moderado destruye las penas y multiplica el alma.
El inconveniente del mal humor es que es tanto causa como efecto, nos dice Alain, pues ese olvido de la buena educación es fuente de muchas enfermedades, porque es una violencia del cuerpo humano sobre sí mismo. Una de esas manifestaciones es la ira, grande o pequeña, contra los demás o contra uno mismo: Kant ve en ella un aspecto positivo si no está ni retenida ni contrariada y una excelente vía para ayudar a la digestión. Es tranquilizador, pues, si dejamos que se exprese, deja lugar a una agradable expansión de su energía en el conjunto del organismo. En algunos casos puede engendrar enfermedad en el momento en el que aparece, y también más tarde, y existen gestos o palabras de ira sin que haya verdadera expresión de ira. Según el punto de vista budista, la ira puede destruir muchas vidas de buenas acciones; pero hay algunas divinidades representadas bajo su aspecto enfurecido. En Laos nadie monta en cólera, pues es señal de debilidad y falta de control, y sería el objeto de burla de todos los demás.
La ayurveda, la ciencia india de la vida, y la medicina tibetana enseñan que la ira está relacionada con el hígado y que puede ocasionar trastornos asociados también al sentimiento de odio. Puede verse, en el hecho de hervir la sangre, o de tragar bilis o reconcomerse los hígados, la expresión de una rabia existente y no expresada: la palabra griega kholë, la bilis, ha dado tanto colédoco como cólera, y la melancolía no es más que la traducción de bilis negra (melas = negro) y que para los médicos griegos era la causa de la hipocondría. Schopenhauer llama eukolia (= buena bilis) al principal componente de la felicidad, que puede traducirse en alegría, buen humor, disposición para reír, para divertirse, y cuyos efectos Caraccioli definió con generosidad:
Ahora bien, esta especie de vida que llamamos alegría anima el espíritu y el corazón de manera que los sentimientos y los pensamientos parecen vigorizarse. Ya no hay disonancia entre el entendimiento y la voluntad, ni trastorno en la imaginación, sino una alegre armonía que mantiene al alma suspendida entre las pasiones y los sentidos. Las ideas del hombre feliz, como el oro más puro, no tienen ni mancha ni aleación; y las del melancólico se oxidan, por así decirlo, por la acritud de su humor...
La idea de la relación orgánica del humor se mantiene desde que uno descarga su bilis sobre alguien después de que se le haya calentado la bilis. Y esto se acentuará si uno tiene reputación de ser bilioso, es decir, ansioso, inquieto, que ha perdido la quietud y la tranquilidad del alma. Según un estudio realizado en Estados Unidos con 1.122 hombres y 501 mujeres que habían sufrido un infarto, la ira doblaría su riesgo de volver a sufrirlo. El pensamiento, la razón, la reflexión, pueden aportarnos mucho. El control de la palabra, del pensamiento y de los actos puede ser de gran ayuda siempre que nos preparemos con antelación y nos entrenemos con regularidad. El desapego también es una vía desde el instante en que se considera que, con la ira, uno busca poseer algo (y no sólo en términos de objetos materiales).
En la India, la práctica de las tres ascesis —cuerpo, palabra, mente— es una excelente parada para evitar la ira, al igual que el punto de vista de los estoicos enseñado por Epicteto: quiere conservar su voluntad tranquila, como debe ser, y eso para cada cosa, pues quiere actuar según la naturaleza y ejercer su libertad para elegir. Marco Aurelio proponía una actitud preventiva del todo aplicable, que consistía en decirse con antelación, al inicio de la jornada, que podía encontrarse con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un pérfido, un envidioso o un antisocial. Siguiendo su razonamiento, veía en estas actitudes el resultado del desconocimiento del bien y el mal, y deducía que estar los unos contra los otros es ir contra natura. Debemos pues evitar mostrar animosidad y aversión, donde el lector encontrará una condición del buen humor.
Otro aspecto de la ira es la violencia, que sabemos que es fundamentalmente humana (J. Bergeret): forma parte de la vida y hay que diferenciarla del odio y de la agresividad. Si la psicología moderna incita a vivir las iras y a no contenerlas, expresar la violencia y la agresividad evita o retrasa el cáncer: uno de los factores que favorecen la enfermedad es la violencia súbita (H. Rubinstein). No son sentimientos inútiles: Édouard Zarifian remarca que con la ayuda del terapeuta la agresividad se transforma en fuerza y voluntad para luchar contra la enfermedad y ganar la batalla.
La ira, junto con los celos, la envidia, el rencor y el sarcasmo, forma parte de los sentimientos negativos rojos, según el doctor Victor Pauchet, citado por P. Vachet, mientras que el miedo, la emotividad, la angustia, las preocupaciones, los tormentos, los arrepentimientos, el pesimismo, los remordimientos y el desánimo constituyen los sentimientos negativos negros. Los sentimientos rojos están relacionados con la tendencia destructiva y fabrican más toxinas que los negros, que desgastan el sistema nervioso, alteran las grandes funciones y provocan vejez prematura. Estos tipos de sentimientos agotan al organismo y gastan las reservas de energía nerviosa hasta el punto de constituir verdaderas enfermedades.
La alegría es una dimensión indispensable para la vida. Nuestros sentidos nos transmiten las informaciones provenientes del mundo exterior y las ponen en relación con nuestro mundo interior. El buen humor, como sentimiento positivo hacia las cosas, los acontecimientos y la gente, exige sensibilidad y fuerza al mismo tiempo.
La sensibilidad, la vida intelectual (el alma pensante de Aristóteles) y la actividad (o voluntad) son las tres facultades indisociables del alma humana cuya fuente está en el cuerpo: en el pecho, en la cabeza y en la barriga respectivamente. La afectividad es la parte de ese tríptico que sirve de base para las relaciones con los demás y con el mundo. El sistema que une al ser con su entorno es innato o adquirido, y constituye la expresión de unión del yo con la vida. Cualquier cambio en ese ámbito repercute en el individuo en su totalidad. En general se distinguen los sentimientos relacionados con la pasividad (placer, dolor, emoción) y los relacionados con la acción (deseos, repulsiones, amor, odio). A veces se tiende a defenderse, a callarse, a inhibirse o a ahogar la sensibilidad, ya sea por educación (un hombre nunca llora...) o por decisión personal, por miedo a sufrir, pero el miedo jamás es buen consejero. Esta percepción de las impresiones procedentes del mundo exterior o del cuerpo es una dimensión primordial del ser humano: es indispensable sentir las cosas y las situaciones.
El humor puede tener graves consecuencias: Catherine Clément da a entender, en su prólogo en «Nasamecu» de Groddeck, que la muerte en sí podría ser signo de psicosomática: algunas personas mueren tras pasar por un bache difícil en la vida. Norbert Sillamy cita el caso de grupos enteros de indígenas que se extinguieron en una sola generación en la Polinesia, Melanesia y Tasmania tras la colonización de los blancos: tras perder su independencia y su cultura ya no les quedaba razón de vivir. Los cambios sociales pueden también generar patologías: un chamán indio le dijo al doctor Simonton que la mujer india, cuyo papel social estaba muy claro, no conoció el cáncer de pecho hasta hace unos diez años.
Si el hecho psicosomático existe, hay que saber que no somos iguales ante él, pues no experimentamos las mismas reacciones ni con la misma intensidad. Estas variaciones parecen estar relacionadas con una predisposición constitucional, con el entorno, con una fragilidad orgánica, con las experiencias anteriores, con un «beneficio» perdido, o con la naturaleza del trauma originado. La precisión de esas correspondencias sería suficientemente grande para permitir aprovechar lo vivido de una persona a partir de sus manifestaciones psicosomáticas. La relación entre la úlcera y su causa sería el conflicto entre el deseo de huir y el de luchar (N. Sillamy), pero por prudencia se evita ser expeditivo en ese ámbito e interpretar de forma apresurada los desórdenes visibles. N. Sillamy afirma:
La alegría, el placer del éxito liberan las energías, estimulan la inteligencia y favorecen la expansión de la personalidad. Al contrario, las preocupaciones ansiosas, la inseguridad y la angustia, que frenan e inhiben el desarrollo de la persona, son las responsables de muchas inadaptaciones sociales.
La apreciación de la belleza lleva a la admiración de la belleza interior, de las cualidades interiores o virtudes de esencia superior, lo que lleva al arquetipo de belleza independiente de la forma (Assagioli). Es la sensibilidad que permite el acceso a los niveles de conciencia más elevados y el progreso espiritual.
En su obra Psychopédagogie pratique (Psicopedagogía práctica), Toraille, Villars y Ehrhard dedican todo un capítulo a la educación estética, e insisten en la necesidad de desarrollar la sensibilidad y la imaginación del niño tanto como su inteligencia. Se trata de desarrollar en el niño la idea del bien a la vez que la idea de lo bello. El sentido del ritmo, la belleza del gesto y la belleza de la palabra y la poesía constituyen las adquisiciones que se deben desarrollar o transmitir al niño para darle las herramientas con las que disfrutar y juzgar por sí mismo, y tener sus propias vías para expresarse completamente, a sabiendas de que lo que diferencia a un niño de un artista, tal como anunciaba Malraux en Psychologie de l’art (Psicología del arte), es que el niño está poseído por su talento, y no al revés, que es la postura del artista tratando de sobrepasar su obra. La pedagoga Maria Montessori creó un método de educación propio, basándose en el desarrollo de las percepciones del niño y perfilándolas. Hay que intentar que el niño sea sensible a las formas de belleza visibles en todas las creaciones humanas; formas que están relacionadas con una voluntad de expresión de cada creador que se esfuerza por concretar una imagen ideal (Toraille, Villars y Ehrhard).
No se trata de encerrar al niño en un dogmatismo anticuado, ni de imponerle reglas o normas, sino más bien de despertar en él una actitud comprensiva y receptiva, respetuosa hacia las formas, y sensible con las nociones de orden y armonía que son el origen de lo que llamamos buen gusto. Y es que, tal como dice el psicoanalista André Berge, la emoción estética es en sí misma moral, ya que introduce el orden y la armonía en nuestros sentidos.
El desarrollo de la sensibilidad empieza por el aprendizaje del niño a sentir, organizar y jerarquizar las sensaciones provenientes del mundo exterior, y luego a expresar lo que siente, en definitiva, a expresarse. En el plano educativo, las etapas que se deben seguir son la admiración, que nos llega de golpe en presencia de la belleza, la contemplación, que es una reflexión y una exploración de la obra, pues, como dice Alain, una obra bella no tiene fin. Esta contemplación de la belleza permite acceder a formas superiores de conciencia y lleva a la última etapa: la imitación. Esto no significa que el niño deba copiar una obra, sino que integre la belleza en su día a día.
La sensibilidad, compañera de la inteligencia, es un sentimiento plenamente humano pero, como se indica arriba, es indisociable de su complementario para que sea viable, pues parece que el ideal es la capacidad para vivir esta frase de L. Pauwels:
Un alma en reposo: nada la toca, nada la golpea.
Para conservar la sensibilidad sin sufrir es necesario cultivar otra virtud: la fuerza. Es útil ante la adversidad: en efecto, es importante adaptarse o luchar, organizarse. Aurobindo decía que para seguir la sâdhanâ, que indica el camino, la disciplina y el progreso, es necesario disfrutar de una vitalidad, de un cuerpo y una mente fuertes. Michel Coquet definía al auténtico buscador según su capacidad para asociar y para combinar con armonía la fuerza física y el dinamismo espiritual. Elegir una vía y no otra, optar por la sensibilidad sin cultivar la fuerza, o desarrollar la fuerza sin dejar la sensibilidad libre, acaba por incapacitar a uno mismo y por impedirse obrar plenamente en este mundo donde las vías de percepción y de acción son el origen de nuestros actos. Es la conjugación de la fuerza y la sensibilidad lo que les falta al basto, al poco delicado, al grosero y al tosco, y que les impide optar por la única solución, la que propone Pema Chödrön:
La alegría está ligada al hecho de que podemos ver hasta qué punto las cosas son inmensas, accesibles y preciosas.
La sensibilidad es aistesis, la facultad de sentir y comprender. Tanto si la noción de estética pone también en juego el arrebato en cuanto a disfrute inmediato de la obra o como aportación intelectual de su estructura, o si la estética está relacionada con la época, fenómeno de la moda, de la costumbre, de la norma o del conformismo del entorno, la estesis nos sitúa en relación con la belleza y nos reenvía a la emoción y al sentimiento de belleza y a las reglas de su canon. También ha dado lugar a la anestesia, que es la supresión de la conciencia o la ruptura de su lazo con el mundo exterior, la privación de esa sensibilidad que, sin embargo, es fundamental hasta el punto de que quien la pierde tiende más a lamentar que a culpar. Ante situaciones difíciles puede ocurrir que uno desee blindarse para ser insensible, forjarse una carcasa, endurecerse, lo que, contrariamente a las apariencias, es señal de debilidad. La tendencia a encerrarse, a replegarse o a construir ese caparazón protector, aunque sea comprensible porque permite protegerse, ha de ser una reacción que se debe evitar: en efecto, aunque la carcasa evita sufrir y no deja que se sientan los golpes, no los impide. Por otro lado, tiene el inconveniente de que no sale nada, ni suave ni tierno, ni de fondo ni de forma, salvo en extrañas ocasiones en las que sale con tal brutalidad que impide la percepción correcta del mensaje. Como dice Alain:
No ser duro ni insensible, sino mostrar una amistad alegre...
Blindarse protege de algunas cosas malas, pero el encierro impide la flexibilidad del conjunto, lo que supone un riesgo de explosión por la presión interna e impide la percepción de las cosas buenas, que no dejan de constituir una forma de nutrición que yo he llamado caricia, una palabra dulce, un cumplido, un gesto gratificante, lo que uno da y lo que uno recibe; pues, en ese caso, uno se da a sí mismo con alegría. La dulzura y el calor de la existencia, del tiempo, de la gente, de los acontecimientos y de los encuentros son una verdadera nutrición. La terrible experiencia de Federico II de Prusia es una elocuente ilustración de ello. La dureza no es la fuerza, pues la fuerza verdadera se compone de flexibilidad, que no es debilidad, como suele malinterpretarse, sino que representa los puntos de articulación de todo nuestro ser, los que aseguran el movimiento y la vida, y evitan que se instale la rigidez.
La naturaleza nos muestra dos tipos de adaptación al mundo: el molusco es un animal que no le teme a los golpes de la suerte gracias a su caparazón... pero es inadaptable. Con la evolución el esqueleto se ha interiorizado: sosteniendo el cuerpo asegura su movilidad. El inconveniente podría ser la exposición de los órganos a los ataques exteriores, pero la naturaleza ya ha previsto una protección activa mediante la predisposición al combate, a la lucha y a la defensa: los miembros que actúan se convierten en los medios para sobrellevar el ataque y realizar los golpes. En el hombre, la mano que puede realizar una caricia se convierte, al cerrarse, en un arma temible y contundente. Las artes marciales son la ilustración de la inteligencia adaptativa del cuerpo, capaz de vivir abiertamente y de encerrarse en cuanto surge una amenaza, de protegerse, de luchar y de defender su vida.
Cultivemos pues la facultad de aesthetica, pues cortarse las propias sensaciones es como cortarse del mundo y por tanto morir. ¿Hay que morir por la preocupación de protegerse del sufrimiento de la vida? ¿O hay que prepararse para amortiguar los golpes de la existencia y conservar la agudeza perceptiva necesaria en relación con el mundo? Los medios de comunicación nos llenan de indigestos acontecimientos que no pueden dejarnos indiferentes: las imágenes de accidentes de aviones, de injusticias, de muertes, de guerras y de agresiones no pueden verse sin que nos dejen huella, a menudo olvidada con rapidez y rechazada para que no amenace nuestro equilibrio y nuestra integridad psíquica. Reúne viejos contenidos inconscientes y los refuerza, y el caparazón se endurece. Pero, de esas ciento treinta víctimas de una accidente de avión, elijamos la 5.ª, la 2.ª o la 130.ª de la lista y averigüemos quién era, a quién amaba, quién la amaba, lo que apreciaba, lo que la animaba, sus virtudes, sus creencias, sus convicciones, lo que pensaban de ella su familia, sus amigos, sus padres, sus compañeros, sus hijos... Hagamos lo mismo para cada una de las víctimas y midamos la realidad, sólo entonces podremos decir que la información es real y completa, y veremos que uno no puede hacer otra cosa que ser sensible. Lo que los medios hacen es informarnos de manera incompleta para insensibilizarnos; es un verdadero programa anestésico que nos aleja de la realidad.
La sensibilidad tiene un pariente cercano, la sensualidad, a menudo mal considerada cuando no es más que el carácter de aquello que tiene que ver con los sentidos y el placer que se puede obtener. Considerando su relación con el buen humor, la utilidad que André Berge le encuentra es que siendo un placer no es nocivo ni para uno mismo ni para los demás, y, sin embargo, es beneficioso para todos. Se trata de un valor moral desde el instante en el que genera buen humor pues, concluye, el buen humor es sin duda una virtud. Quienes se niegan las alegrías de la vida suelen hacérselo pagar a su entorno, pues la frustración tiende a despertar la agresividad.
En el plano corporal, el doctor Rubinstein describe dos grandes tipos de emociones respiratorias. Están las relacionadas con la inspiración (el bostezo o la angustia, con los que uno trata de renovar el medio interior con un soplo de aire nuevo, o a liberarse de la sensación de opresión) y las relacionadas con la expiración, entre las que se hallan el grito, el suspiro (lo contrario al bostezo, según H. Rubinstein) o la risa, mediante los cuales se vacían los pulmones, lo que es un golpe máximo.
La emoción es un movimiento fuera de sí (e-moción): diremos de una emoción que pone fuera de sí, que uno se lleva en el caso de la ira, y también de la alegría, y de una obra de arte que nos exulta. El ser humano conoce cuatro emociones principales (alegría, tristeza, miedo e ira), que a su vez tienen cuatro momentos: la carga, la tensión, la descarga y el reposo (D. Chalvin). Somos distintos ante esos momentos, que son importantes de conocer para evitar el desequilibrio. La emoción empieza por la carga de energía, que se acumula durante más o menos tiempo y que puede desembocar en trastornos de salud si no llega la descarga, indispensable porque permite que la tensión se deshaga y asegura el estado de relajación. Es evidente que hay que rechazar una carga emocional negativa o inútil, que se puede actuar por la carga del reposo y la toma de distancia y, finalmente, provocar la fase de la descarga.
Estrechamente relacionada con la cuestión de las necesidades del individuo y de sus motivaciones, la emoción tiene una relación con la psicosomática: en algunas afecciones se conocen al momento las repercusiones de las emociones. Si el fenómeno no es conocido en el plano psicofisiológico, la emoción se maneja de forma distinta según la cultura, la historia del individuo, su estado físico y mental, sus experiencias y su personalidad. Al mortificar sus emociones, el individuo va en contra de sí mismo y no sacará nada bueno (A. Roberti). El carácter durable de la emoción genera la instalación del síndrome de adaptación (H. Selye), o estrés, pero los factores emocionales tienen su lugar y su importancia en el acto terapéutico al llevar al paciente a confiar en la acción terapéutica y a la curación (H. Rubinstein).
Desde la última guerra mundial, contra todo lo esperado, los pilotos de bombarderos eran elegidos en función de su emotividad, lo que aseguraba su realismo y buena apreciación del peligro (N. Sillamy). La emotividad permite apreciar la vida, como dice el filósofo, sobre todo si está controlada por la razón:
En resumen, la belleza debe tener un contenido de sentimiento, entendido como emoción salvaje, lo que supone una emoción que empiece como un tumulto amenazador para luego cambiar a la tranquilidad y la deliberación... Toda pasión participa de la moral cuando es purificada y salvada por la voluntad razonable.
Mientras que se suele considerar esta emotividad como una carga, hay que darse cuenta de su utilidad, de su energía y de ese realismo anunciado.
En la relación entre el estado del alma y el cuerpo, el sentimiento de buen humor necesario para que tenga un efecto positivo en el cuerpo debe ser intenso. Citado por P. Vachet, sir H. Ogilvie encontraba que la palabra alegría era demasiado débil y prefería el estado de ebullición espiritual como el único capaz de evitar ciertas enfermedades. Las únicas palabras que pueden traducir ese sentimiento fuerte son euforia o sentirse en plena forma. Van acompañadas de una confianza total y vigorosa, de una ruidosa alegría que se sabe triunfadora; es el sentimiento que uno experimenta cuando está enamorado, cuando se consigue un diploma... El centro de control envía un mensaje a las células de rechazo ante cualquier invasión patógena. Nada es capaz de entristecernos, termina H. Ogilvie, si en el fondo de nosotros mismos conocemos la beatitud.
Como uno de esos zafiros que derrama su aliento sobre las olas, la alegría remueve el corazón sin trastornarlo, despierta el espíritu sin agitarlo, pasea la imaginación sin desorientarla.
Caraccioli
Lo que vamos a tener en cuenta ahora es una vía apenas explorada: si el estado psíquico del individuo lo predispone o no a la enfermedad. Para el psiquiatra Scott Peck, conocemos mejor las razones de la enfermedad que las de la salud, y le basta como prueba que, si somos muchos los portadores de meningococos, la meningitis deja de ser habitual y no aparece hasta que la persona está débil... Pero las personas que mueren de meningitis estaban, hasta entonces, en perfecta salud, igual que los portadores de meningococos que no estaban preocupados por la enfermedad.
Scott Peck saca como conclusión que las fuerzas que solían protegerlos han elegido no hacerlo esta vez. Además, aunque las enfermedades son las mismas, sus modos de expresión son distintos, como si algunos organismos tuviesen más problemas para luchar que otros. ¿Por qué es así? La pregunta sigue todavía sin respuesta, pero el autor hace hincapié en que cada vez hay más científicos que piensan que la psique tiene una acción en la falta de funcionamiento del sistema de defensas. Sin embargo, lo más sorprendente para él es que este sistema de defensas funcione tan bien, y le sorprende que no estemos enfermos más a menudo y que nuestra longevidad sea tan grande. Una fuerza que no conocemos, o que conocemos mal, actúa en la gente para protegerla y mantener su salud física incluso en las peores condiciones.
Von Uexküll recuerda el experimento realizado por el higienista Pettenkofer que tomó un cultivo de bacilos del cólera vivos. Su supervivencia es la demostración de que el agente infeccioso no es el único responsable del cólera. El doctor Bhattacharyyat precisa que algunos microorganismos, bacilos y bacterias, se convierten en patógenos en determinados momentos, aunque son huéspedes habituales y permanentes del cuerpo, lo que excluye que sean nocivos en sí mismos y obliga a buscar otras causas de la enfermedad.
En otro ámbito, Napoleón Hill propone 52 etapas para alcanzar el éxito, cada una de ellas correspondiente a una cualidad que hay que desarrollar, utilizar y explotar: la esperanza, la paciencia, la flexibilidad, el entusiasmo, la confianza, el sentido del humor, la actitud mental positiva, el optimismo, el pensamiento positivo, la satisfacción..., cultivando siempre el rigor y la humildad y explotando incluso el miedo. Pero, aunque aceptemos que esas primeras cualidades pueden actuar sobre el mundo exterior y sobre la manera de encarrilar la vida, podemos dudar de la relación del miedo en la armonía en la salud del ser, igual que dudaba Caraccioli, que había visto los efectos negativos del humor desagradable y los peligros de la tristeza:
Echemos una ojeada a esos infortunados devorados por la consunción. Sepulcros andantes, sombras quejumbrosas de sí mismas, sólo sienten su existencia por la impresión de un miedo sordo que les aniquila insensiblemente, y del cual no conocen ni la causa ni la naturaleza. Su espíritu y su corazón errantes parecen separarse para abrir en medio de ellos un abismo por donde se pierda cualquier idea de alegría y esperanza.
Alain ya había mencionado esta locura lúcida que suma pensamientos negativos en lugar de cambiarlos, la ingenuidad hábil de pasiones que machaca las preocupaciones y las pequeñas desgracias, llegando incluso a comprobar que no se haya olvidado ningún elemento doloroso constitutivo. Uno acaba por imaginar lo peor, a creer que ese presentimiento es justo y se comprueba, y a repetir lo que mata... Una vez planteado el problema, ante los pensamientos negros hace falta el arte de olvidar y una despreocupación estudiada. Pues no hay que luchar contra ellos, sino querer que la vida sea buena, y para ello elegir como norma el optimismo, que llega a veces por querer lo que se quiere... Si no, la sombra va por su cuenta, y todo el mundo sabe que un simple pensamiento oscuro puede viciar una situación. Existen otras soluciones que pueden aplicarse sabiendo que sólo serán eficaces si se confía en ellas:
Un bonito poema recitado, leído, o copiado, cambiará rápidamente el paisaje de los pensamientos, sí; pero, siempre con la condición de que uno recite, lea, o copie, con seguridad... A otros espíritus, una buena lectura de Marco Aurelio o de Espinoza les darían el mismo auxilio (...)
A la ansiedad, que es una agitación que se alimenta de sí misma, le basta con oponerle lo que Alain llama una acción metódica como cortar madera o leña, o incluso hilar o coser. Seguro de la eficacia de estos procedimientos, propone contra la ira, copiar..., y contra la tristeza, cantar. El único problema es el de creer...
Freud hacía referencia, en su correspondencia con su amigo Fliess, que su sola presencia había bastado para que no sufriese y que quizás esto causaba sus dolores de cabeza regulares. A partir del establecimiento de una especie de calendario basado en las leyes de periodicidad, inscribió los periodos sensibles, lo que le permitía prever los futuros episodios de dolor; Freud dijo que veía mal que sus dolores de cabeza volviesen cada tres días... Catherine Bensaid explica que los pensamientos negativos impiden la emergencia de los deseos, pruebas de compromiso en el acto de vivir. En una carta escrita a Fliess en 1894, Sigmund Freud llega a la conclusión de que, en adelante, no postularía más que buenas cosas y añade que serían tan exactas como lo habían sido sus malas predicciones (las referentes en concreto a su salud o su muerte).
La sabiduría popular no se equivoca al pensar que la moral, en un enfermo, es importante; que debe creer, luchar y conservar la fe, pues, de lo contrario, el abatimiento y el desánimo pueden interferir seriamente en la recuperación de la salud. William James mencionaba que el evangelio para la curación es el optimismo a cualquier precio, la perfecta salud del alma, que parte del cuerpo... Pues el pesimismo debilita, mientras que el optimismo fortalece, y puesto que este último es adoptado, no deja imponerse límites con facilidad.
Según Von Uexküll, el miedo y el desánimo hacen al hombre más vulnerable ante las agresiones.
En resumen, Caraccioli escribió:
Todo hombre que se preocupa toca la enfermedad; y todo enfermo que se aflige se acerca a la muerte.
Von Uexküll cita el ejemplo de un ciudadano que cogerá frío al primer cambio de temperatura, pero que irá de caza por el mal tiempo sin preocuparse por su salud, o también el de la guerra durante la cual los resfriados eran raros en el frente y más frecuentes en los periodos de descanso, o aún el de las personas mayores que registran más casos de neumonía después de haber asistido a un entierro. Pierre Solignac precisa que, entre los detenidos en un campo de concentración, las enfermedades psicosomáticas eran raras; durante la Segunda Guerra Mundial, los trastornos neuróticos y... el catarro prácticamente desaparecieron. Se observa que las personas activas están menos enfermas que las demás y que, si tienen un problema de salud, el tiempo de recuperación es mucho más corto. Finalmente, los problemas orgánicos suelen aparecer en momentos de conflicto o crisis en la vida de la persona; las enfermedades diplomáticas son las que aparecen justo en el momento para salvarnos de alguna situación (P. Solignac). Como el cansancio y la angustia debilitan el terreno, se produce una especie de decisión de caer enfermo, sin caer en el exceso de tal concepción. Sólo el terreno psicológico puede explicar las distintas reacciones en el caso de una epidemia: aparentemente, si no se tienen en cuenta esos datos es porque no son mensurables.
Según Bernie S. Siegel, un estudio realizado en 1946 por el doctor Bedell con mil trescientos treinta y siete estudiantes, que debía seguir durante varios decenios, ha demostrado que el perfil psicológico de quienes fueron tocados por el cáncer era prácticamente idéntico al de aquellos cuya existencia terminó en suicidio. Alain había recogido estas correspondencias del humor en el funcionamiento psicológico, lo que él resumía diciendo que el odio es contrario a la buena digestión. Por esto proponía tener sentimientos opuestos, que constituyen lo que él llama la buena educación, y mimarlos para que se opusieran a las tendencias del pensamiento y mejorasen el humor: esas reverencias y esas sonrisas hacen imposibles los movimientos opuestos de furia, de recelo, de tristeza. De esta manera, la vida en sociedad, con sus acontecimientos hechos de encuentros, ceremonias y fiestas es apreciable porque permite mimar la alegría. Así pues, mimar la dulzura, la benevolencia y la alegría nos protege del humor y... del dolor de estómago (Alain).
Norman Cousins cita el experimento de Hans Selye gracias al cual se ha visto que sentimientos negativos como la frustración o la ira podían provocar una insuficiencia renal. El caso de Norman Cousins es el ejemplo también de la utilización de las emociones positivas para curar: víctima de una grave espondiloartritis anquilosante que lo paralizaba poco a poco, condenado por la medicina, aprendió que el estrés podía ser el responsable de un debilitamiento del sistema inmunitario. Entonces pensó que si invertía el movimiento podía restablecer una situación normal y decidió abandonar el hospital, dejar de tomar los medicamentos, tomar vitamina C y, sobre todo, cultivar las emociones positivas, aprovechando cualquier ocasión para reír y para creer. La base de su terapia fue la lectura de libros ligeros y cómicos, y ver películas del mismo estilo. Cada vez que el dolor reaparecía tomaba una dosis de esta original terapia que, progresivamente, surtió efecto. Las endorfinas fueron movilizadas, con su efecto tranquilizador contra el estrés y el dolor, y su repercusión en las emociones positivas. Recuperó las ganas y la alegría de vivir, lo que aceleró el proceso de curación, y recuperó la movilidad unos meses después de empezar este original tratamiento. Más tarde enseñó las virtudes terapéuticas de reír en la facultad de Medicina de la universidad de Los Ángeles, California.
Esta experiencia, o aventura, ha hecho escuela y muchos establecimientos hospitalarios americanos tienen salas de proyección de vídeos, lecturas de tebeos y otras obras cómicas o de humor. En Francia se utiliza también esta idea, y en la actualidad se sabe que reír facilita la comunicación y atenúa el sufrimiento empujando al paciente hospitalizado a luchar por la curación. Parece que las defensas inmunitarias recogen los beneficios de este tratamiento fuera de lo común.
Se sabe que el cuerpo expresa simbólicamente un mensaje, porque no lo ha podido hacer de otra manera. La correspondencia entre el sentido y el mal se encuentra también en expresiones corrientes como cuando decimos estar hasta la coronilla. Ya en su época Caraccioli escribía:
Hay que conocer hasta qué punto los miedos influyen en nuestro espíritu, y cómo el espíritu por su parte actúa en nuestros órganos y en nuestras fibras. La mayoría de las enfermedades, cuyas causas nuestros doctores no saben encontrar, nacen de ciertos miedos sordos que nos consumen insensiblemente.
La dificultad, explica el doctor Solignac, es que, para curarse, el paciente debe comprender que no está irritable y cansado porque digiere mal, sino que digiere mal a causa de su fatiga y su irritabilidad. La somatización, una especie de simbolización, no es la única respuesta posible: P. Bugard cita a Mucchielli diciendo que sería posible manifestar las mismas estructuras patológicas virtuales y que la respuesta podría tomar forma de accidentes de trabajo repetidos o traducirse en un estado psiquiátrico, o un comportamiento antisocial característico, a los cuales podríamos añadir los comportamientos autodestructivos (K. R. Pelletier). J. Corraze recuerda la observación de Sexton tras estudiar la evolución de las causas de la mortalidad entre 1900 y 1973: las causas de comportamiento, es decir, las relacionadas con la alimentación, el tabaco, el sedentarismo, el estrés o los accidentes de circulación, y que generan problemas cardiacos, tumorales o cerebro-vasculares, aumentaron. Ahora bien, la prevención del cáncer y la arteriosclerosis moverían los límites de la edad, cuya media podría estar en los 90 años (K. R. Pelletier).
La primera gran diferencia entre el sistema occidental y el oriental reside en el hecho de que ser sensible a un virus o a un germen microscópico destapa la psicosomática. En la actualidad, la ciencia acepta el hecho de que uno pueda ser más sensible a las agresiones de microbios en ciertos momentos difíciles de la vida (Von Uexküll). El estrés y la tristeza debilitarían nuestras defensas naturales y nos expondrían más al insomnio, los trastornos digestivos, las afecciones cutáneas, etc. Durante la epidemia de gripe que se cernió sobre la costa este de Estados Unidos durante el invierno de 1957-1958, las personas angustiadas y deprimidas presentaban una sintomatología subjetiva y un tiempo de recuperación más largo que los otros enfermos que no tenían estos problemas de humor y cuyos elementos objetivos de la enfermedad (virus, fiebre, gravedad de los síntomas) eran idénticos que en las personas del primer caso (R. Dantzer).
La segunda gran diferencia entre el sistema occidental y el oriental está en la dualidad siempre presente en nuestro punto de vista, considerando que, aunque hay una relación entre los dos, siempre el cuerpo va por un lado y el espíritu por el otro. La medicina ayurvédica contempla el monismo absoluto. Sudir Kakar, psicoanalista de Nueva Delhi, recuerda que, para la ciencia de la vida india, existe una identidad del cuerpo y del espíritu, lo que, junto con el proceso de enviciamiento de los humores, cualquier trastorno físico o mental debe manifestarse en el plano somático y físico.
Esta idea nos devuelve al magnífico Groddeck y a su concepción del «ello», a partir de la cual se puede considerar una salud solamente física y una salud solamente mental. Esto explica que la imaginería mental y algunos test psicológicos permitan prever ciertas respuestas psicológicas. K. R. Pelletier afirma que algunos factores psicológicos anunciarían los estados de la enfermedad subsecuentes y revelarían la evolución y el desarrollo de los trastornos, aparentemente de forma mejor que un análisis de sangre, que es el reflejo del estado actual. La clínica de Höbernkirchen utiliza la arterapia, que es un alivio para los enfermos y la ocasión para darse cuenta de algunos sentimientos: las producciones de algunos pacientes permiten informar mejor a los médicos que con el enfermo delante.
Utilizadas como complemento de las curas médicas, algunas imágenes mentales evocadas por los pacientes permitirían reflejar la evolución de la enfermedad hacia el buen camino, aunque otros autores lo ven como la simple expresión de la voluntad de vivir del paciente. En cualquier caso, es una forma de placebo y parece que tiene efectos reconocidos. El caso de Ginger Cunes, que asoció las terapias clásicas con la relajación, le meditación y la visualización, es un claro ejemplo: la visualización le permitía no oponerse y abrirse totalmente al beneficio de la radioterapia, que al principio no quería. El silencio y la reflexión formaron parte también de estos métodos mentales de tratamiento. Entre las cosas que no hay que rechazar está también la muerte, que forma parte de la vida: rechazar la muerte... es refugiarse en el miedo, decía Ginger Cunes en una entrevista, y se preguntaba cómo podía uno apreciar las maravillas de la existencia y vivir plenamente la vida si se la pasaba rechazando la muerte...
La imagen mental utilizada en la visualización puede ser simbólica o incluso fantasiosa; parece que el grado de realidad de la imagen no tiene importancia (D. Jaffe). Se puede pues reemplazar la visualización del modo de cura por un rayo que llene el cuerpo de energía luminosa, pues lo esencial es que la imagen utilizada se parezca a la que haya elegido el paciente y que tenga un significado para él. Dennis Jaffe hace referencia al caso de un paciente cuya imagen mental elegida de una serpiente, que representaba el cáncer, y de millones de perros esquimales blancos, que venían a despedazarla, podía considerarse un mensaje de su cuerpo y de su inconsciente que indicaba lo que pensaba de la enfermedad y cómo veía la fuerza de su cuerpo para luchar y hacerle frente. Carl y Stéphanie Simonton adquirieron la capacidad de prever la evolución de la enfermedad observando la de las imágenes mentales. Generalmente es el elemento más fuerte de la imagen desarrollada la que gana el combate. Partiendo de esta constatación, una parte del trabajo consistiría en hacer evolucionar la imagen para que la enfermedad perdiese el combate mental (D. Jaffe). Hay que decir que, igual que C. G. Jung, Assagioli y lo que sus psicólogos humanistas posteriores pensaron, el inconsciente no contiene más que elementos olvidados o rechazados, pero es una fuente de energía potencial que permite la realización del ser.
Para el lector que dude del poder y el impacto de su imagen mental, y de sus propias posibilidades de crearla, bastará con considerar su actividad onírica, o incluso las escenas del gato por 3.000 € o la de la orquesta y el niño del limón. Un hombre sufre un pinchazo en plena noche en medio del campo desierto, y se da cuenta de que no tiene gato... pero recuerda haber pasado por una granja unos kilómetros antes. Va andando en la oscuridad, pensando que, con su mala suerte, podrían no dejárselo, sino alquilárselo o incluso querer vendérselo y, como no tiene alternativa, podrían pedirle un precio elevadísimo: 1.000 € quizás, 2.000 € incluso... Sigue andando y cavilando sobre el atolladero en el que se encuentra, y llega a la granja. Llama a la puerta, se abre una ventana en el primer piso y se asoma una cabeza. Se dirige a ella y le dice: «El gato por 3.000 €, ¡te lo quedas tú!».
La historia de la orquesta y el niño del limón, tan querida por André Van Lysebeth, describe a un niño que avanza sin parar hacia una orquesta que está tocando en una esquina. Se detiene ante los músicos y contempla, maravillado, sus magníficos instrumentos de sonidos armoniosos. Encantado con lo que ve, saca un limón del bolsillo y lo muerde, recoge la pulpa que le queda por los labios, da un pequeño gemido por el gusto ácido y vuelve a morder el limón con placer. Uno de los músicos lo ve, y luego otro y después otro, y son incapaces de seguir tocando porque están salivando... Pero quizás esta simple historia también les ha hecho salivar... puesto que, como tal, la imagen mental tiene un efecto del todo real.
En el ámbito del yoga se sabe de la importancia y la utilidad de la imagen mental, que también existe en las artes marciales, cuya representación mental del impacto multiplica los efectos. Yo he vivido algunos momentos en los que esta práctica me ha sido vital y salvadora: ante una verruga enorme, un forúnculo recalcitrante, un perro con malas intenciones y, más tarde, durante mi viaje de estudios en la India, ante un colosal internado de psiquiatría en el All India Institute of Medical Science de Nueva Delhi.
La energía que los indios llaman prâna establece dónde se encuentra lo mental, por lo que uno se imagina la posible utilización de la psique. Kenneth R. Pelletier recuerda que, desde los años setenta, es habitual la práctica de las visualizaciones en los deportistas de alto nivel, que integra lo táctil, lo auditivo, lo muscular, lo emocional y lo visual.
La voluntad de participar en su recuperación se convierte en algo tan indispensable como las competencias del médico o la buena elección del tratamiento, lo que ya comprendió Norman Cousins cuando relata que tenía la convicción... de que la voluntad de vivir, la esperanza, la confianza y el amor son importantes desde el punto de vista bioquímico, y que contribuyen a la recuperación de la salud. Las emociones positivas son portadoras de vida. Lo que lleva a evocar, naturalmente, el efecto placebo.
Durante los desembarcos de 1944, y antes de enfrentarse al fuego, los soldados americanos tenían que superar el agua y las molestias del mareo, excepto en un navío, cuyo capitán Howling se había encargado de dar un medicamento que había probado en la marina canadiense para vencer el mareo. La pequeña píldora rosa hizo maravillas y la travesía por el canal de la Mancha transcurrió sin problemas para los soldados embarcados, explica Jacques Thomas, salvo... para el capitán Howling, pues sólo él sabía que la pequeña píldora milagrosa no era más que lactosa teñida con carmín.
Siempre según Jacques Thomas, se prescribía la micca panis (¡simples migas de pan!) para los nervios, como si fuesen calmantes, y se reconocían muchas cualidades al agua destilada. El placebo es un producto sin principio activo, esa sustancia neutra que se sustituye de un medicamento para controlar o provocar los efectos psicológicos que acompañan la medicación. El placebo y el medicamento se prueban en dos grupos de pacientes, con la misma prescripción y la misma posología. Enfermos y médicos desconocen la terapia real que sólo conoce el investigador. El medicamento no saldrá al mercado si su acción no está muy por encima de la eficacia del placebo. Aunque el placebo no tiene efectos directos, algunos pacientes se curan gracias a él. Este resultado desemboca en la bioquímica, pues el individuo produce endorfinas con acción analgésica, lo que puede controlarse con un análisis de sangre en el momento de los hechos.
El placebo no suele tener buena prensa y quienes lo transmiten suelen ser considerados como charlatanes mientras que actúa sobre todo el mundo con mayor o menor éxito (K. R. Pelletier). Los primeros trabajos se remontan a 1916, cuando Émile Coué curaba a sus primeros pacientes con píldoras de migas de pan y realizaba el experimento directo del efecto de la sugestión. Haas y sus colaboradores concluyeron en 1959 que alrededor de un tercio de las personas son sensibles al placebo. Hay que decir que el placebo tiene el olor y el aspecto de un medicamento clásico, y que incluso se tiene en cuenta su color: el azul para los productos calmantes, el rojo para los medicamentos estimulantes. Hay otros elementos que también juegan su papel en el placebo: el nombre (recuerda P. Vachet que se prescribía polvos de simpatía y ungüento del alma), el tamaño (un trozo grande parece contener muchas promesas, una mini píldora lo tiene más bien concentrado), el sabor (si es amargo es más fuerte), la novedad, la necesidad de receta (pues si no puede venderse bajo cualquier condición, significará que es eficaz) y el coste del medicamento (si es elevado es que su poder es proporcional).
El placebo está condenado a no tener efecto, porque no tiene molécula activa, lo que significa que el efecto esperado provendrá del plano psicológico. El psiquismo hace el resto y los resultados van desde la simple relajación hasta la cura... El placebo es una especie de permiso que el espíritu se da para iniciar la recuperación (D. Chopra), un emisor entre la voluntad de vivir y el cuerpo según la bella expresión de N. Cousins. El agente activo no es el producto, sino el propio pensamiento de quien lo toma.
Si en un 30 % de los casos (a veces mucho más según los trastornos), las personas que utilizan esta terapia ven que sus síntomas desaparecen, más allá de sus efectos espectaculares, el placebo está indicado para muchos casos: la tensión arterial, el ritmo cardiaco, la digestión, el nivel de colesterol y triglicéridos... Édouard Zarifian añade a la lista el insomnio, la ansiedad, la depresión, los dolores varios, o la úlcera gástrica, y concluye que ningún trastorno escapa al efecto placebo. El placebo podría también atenuar algunos síntomas, e incluso a veces tratar eficazmente pequeños desórdenes funcionales o psicosomáticos. Todo el efecto está en el poder de convicción, el mismo que se pone en marcha cuando uno acude a un curandero.
El poder del placebo es tal que, si se da placebo a un paciente, se comprueba su efecto analgésico, y se le inyecta el producto antagónico para contrariar el efecto del producto real bloqueando los receptores morfínicos, entonces, el efecto placebo no ocurre y se interrumpe el efecto calmante, lo que demuestra el papel de los neuromoduladores tras la inyección del suero fisiológico y el poder del espíritu en el cuerpo a nivel de la química cerebral (D. Chopra): la extracción de dientes con anestesia o suero fisiológico muestra que, en ambos casos, hay una reducción del dolor en un tercio de los pacientes (H. Rubinstein). Se entienden entonces las inmensas vías posibles de aplicación del placebo. El mismo autor hace hincapié en que, entre los años 1929 y 1959, el 82 % de los pacientes experimentaron una buena evolución de su angina de pecho tras tomarse un producto cuyo único efecto era el placebo.
Sus efectos son reconocidos porque su empleo médico permite evitar el uso de medicamentos con dosis muy fuertes. Es evidente que una sustancia no activa puede favorecer la cura de algunas enfermedades. La eficacia instrumental médica será máxima siempre que tenga en cuenta los factores como los efectos placebo, los factores médicos, los parámetros psicosociales y la participación del individuo en su tratamiento (K. R. Pelletier).
También hay efecto placebo en el falso medicamento, en los puntos neutros de la acupuntura, en el láser o la radioterapia en la que el enfermo no recibe ningún rayo, sino que es imaginaria, o, en la cirugía, en los casos en los que una simple incisión en la piel basta para lograr los efectos deseados. El placebo sigue estando en la vida cotidiana, en un objeto, una actitud, una mirada... en todos los medios de comunicación en los que el espíritu demuestra su poder tanto en el paciente que está decidido a curarse como en el terapeuta. El doctor Babinski curó así, ante los asistentes y su familia, a una chica de una contractura, con un electrodo suficientemente afilado para actuar a distancia, y colocándolo a 10 cm de la paciente...
Cada ser humano dispone de una fuerza psíquica, dice Édouard Zarifian, que puede identificar, movilizar o fortificar con un objetivo concreto. Esta energía suele llamarse voluntad, convicción, o motivación... Su nombre poco importa, pues se trata de fuerzas excepcionales cuyo papel es el de llevarnos a la autocuración. No lo hacen todo, pero se añaden a las curas clásicas a la vez que a las condiciones culturales, de inserción, de entorno y de bienestar. La curación no es posible si uno no la desea: esta relación de influencia es la base del efecto placebo, y la sugestión lograda es la que corresponde al deseo de su beneficiario. Sin esta fuerza, los esfuerzos de los equipos de cura son inútiles, lo que explica los caminos sorprendentes de la curación, y también por qué hay pacientes que prefieren seguir enfermos, y también por qué y cómo otros logran curarse con la sola fuerza de su psique.
Hay siempre un poco de magia en el acto médico, dice É. Zarifian, así como en la creencia del terapeuta en el poder de curar y en la eficacia del medicamento prescrito. Concluye que, para curar, hay que soñar que uno puede curar, y piensa que quien cura debe curar con convicción para comunicar al paciente su voluntad de participar activamente en su curación. P. Vachet menciona la confianza de los primitivos en el poder curativo del medicamento prescrito más que en su eficacia real. El producto recibe los hechizos del brujo y se convierte en sacramento real totalmente eficaz.
La demostración viene de la mano de esta observación de Deepak Chopra: tras la prescripción de un medicamento a personas con úlcera hemorrágica, a unos se les dijo que el producto era en la actualidad el más eficaz, y a otros que el medicamento era experimental y que no se conocían bien sus efectos. Los primeros obtuvieron un 70 % de éxito, los otros, un 25 %. Por esto es esencial considerar respectivamente el papel de los agentes patógenos, del médico, de sus medicamentos y de la voluntad de vivir, del optimismo de los enfermos, de comprender por qué un excelente médico y un muy buen medicamento no tienen nada que hacer con un enfermo pesimista y no cooperante (H. Rubinstein). Este aspecto puramente psíquico, no mensurable, ni cuantificable, ni previsible, puede exasperar a los científicos, escribe Édouard Zarifian, pero seguramente es posible asociar ambos métodos.
El optimismo cuenta con la importancia de la palabra en las relaciones humanas, que estructura el pensamiento y el psiquismo. Fruto de la cultura, contiene lo que conforma al ser humano en su especificidad: el sentido y el símbolo, lo que llevará a evocar el formidable poder del espíritu. Somos lo que pensamos. Cuando un pensamiento predomina, engendra un estado de ánimo que lleva a su vez un estado psicológico correspondiente.
A finales de 1997, mientras animaba una charla sobre La influencia del buen humor en la salud,[1] un oyente, visitador médico retirado, nos hizo partícipes de su experiencia: cuando proponía un medicamento nuevo a un médico, sabía de antemano la eficacia en los pacientes a quienes les sería prescrito. Lo que permitía esta premonición no era otra cosa que el recibimiento que el médico hacía del nuevo producto: si no le hacía mucho caso, era fácil pensar que, en efecto, la prescripción que haría tendría poco entusiasmo y, por tanto, con poco efecto en sus pacientes, lo que siempre se acababa demostrando.
Para Groddeck, la personalidad del médico es importante: el arte exige al hombre en su totalidad (P. Solignac). La acción del placebo es aún más marcada si el médico da el producto diciendo que es eficaz, y es menor si la medicación la presenta el técnico sanitario. La eficacia del medicamento se acentúa con la actitud del médico, su seriedad, su notoriedad, su fuerza de persuasión... La simple palabra del médico, aureolado por su estatus, se añade al efecto del producto, y más aún si el terapeuta goza del crédito del enfermo. La manera de dar un medicamento influye en su efecto: de hecho, todo medicamento activo comporta un efecto placebo, que empieza por la confianza recíproca del enfermo y el médico. En la tradición médica de Oriente, es esencial tener confianza total en la persona del médico y en sus productos. Es el papel fundamental de la influencia del terapeuta en su paciente, como lo querían Schweninger y Georg Groddeck, que insistían en la relación recíproca de las fuerzas morales del médico y de su paciente, y la utilización del médico-medicamento por parte del enfermo preconizada por Michael Balint. La influencia del médico, con sus títulos y diplomas, en el paciente es capital: debe tener una autoridad absoluta para provocar en el enfermo el proceso de curación, lo que practicaba Schweninger. El efecto de la bata blanca puede provocar un aumento del pulso, de la presión arterial y una liberación hormonal (É. Zarifian)... Parece, por otro lado, que un médico pueda hacer disminuir el índice de acidez gástrica de su paciente si es lo suficientemente persuasivo, mientras que ese mismo índice puede aumentar si el paciente tiene una mala percepción de su médico. En esta relación entre el médico y el enfermo, Sigmund Freud era consciente de las potencialidades humanas, y declaró en una carta a Adorado Weiss que hay más de un enfermo que ha recuperado la salud insultando a su médico.
La función del médico consiste en curar a su paciente, pero también en enseñarle el modo de sortear las dificultades futuras: así, cada uno asume una parte de la cura (SIRIM). El médico debe aportar algo más que su prescripción, pues es la manera de vivir la que crea los problemas de salud (P. Tournier) y el paciente es el único que sabe cómo vive su vida.
La relación paciente-terapeuta no es fácil: la enfermedad es una regresión y el equipo que cura puede sentirse indispensable; sin embargo, si el paciente no se involucra en su curación, desaparece la satisfacción de los cuidadores y la relación puede deteriorarse (É. Zarifian). Además, la agresividad que nutre el paciente hacia su cuidador refuerza su voluntad de enfermedad (P. Solignac). A pesar de los progresos, la medicina ha perdido cierta calidad de atención a la vida, como si hubiese olvidado que en tiempos de Hipócrates se decía que sólo había enfermos, no enfermedades.
Sigmund Freud experimentó esa necesidad que tienen los pacientes de escuchar a los cuidadores dirigirse a ellos con palabras cariñosas. Sometido a tratamiento médico para detener su dependencia a la nicotina, encontró que lo trataban de forma evasiva y grosera como a un paciente... mientras que creía que podrían tranquilizarlo haciéndolo partícipe de todo lo que habría que decirle en semejante circunstancia, es decir, todo lo que sabían. Édouard Zarifian dice que en Estados Unidos, en 1981, los internos debían demostrar cualidades como un alto grado de integridad, de respeto hacia el otro y de compasión, lo que recuerda la tradición hindú que define, en el Hârîtasamhita, las cualidades del médico: virtud, pureza, firmeza, discernimiento e inteligencia son indispensables para el que será médico del cuerpo, de las energías, del alma y de la conciencia. La medicina moderna se aleja del hombre, y el medicamento, cada vez más ocupa su lugar (É. Zarifian). Los recursos sensoriales del médico (visión, palpación, olfato, gusto, audición del corazón) son reemplazados por exámenes complementarios (biológicos, radiológicos, eléctricos). Para deslustrar ese panel realista existe la negación del psiquismo del paciente, que es también la negación de su palabra.
Carl Rogers observó que la eficacia de un médico dependía de sus cualidades humanas de calor, tolerancia y empatía. La intimidad forjada parece ayudar a mantener la buena salud. Paracelso declaró que el verdadero fundamento de la medicina es el amor.
Por tanto, el tacto, la sensibilidad y la creatividad deben estar permanentemente presentes en la relación con el paciente. El médico debe saber evaluar y controlar su pesimismo, su ansiedad, su visión negativa o cínica de las situaciones a las que se enfrenta. El control de las reacciones emocionales no es la indiferencia o la insensibilidad, sino la capacidad de enfrentarse a las situaciones. Para Édouard Zarifian es necesario que haya humanidad en la relación con el paciente: tolerancia, benevolencia, paciencia, sin juicios, respeto del tiempo necesario, comprensión, apoyo, ánimo mesurado, neutralidad... a los que podríamos añadir disponibilidad, atención, calor humano... Para Henri Rubinstein, si el reír no forma parte de los actos prescritos habitualmente, el deber del médico también es el de saber hacer reír y sonreír a los enfermos, hacer que recuperen una actitud optimista, animarlos a recuperar la risa, ya sea con ejercicios impuestos, con lectura, espectáculos o por su propio humor. De hecho, entre el 80 y el 90 % de los pacientes sólo necesita que alguien despierte en ellos ese médico que todos llevamos dentro, según la expresión del doctor Schweitzer, citado por Norman Cousins. Darle la oportunidad para actuar es lo mejor que uno puede hacer. Esto puede hacerse por etapas: dejar que se cree una espera confiante, informar con claridad e incitar al paciente a considerar sus esperanzas y sus creencias, y a modificar aquellas que no beneficiasen la curación. De esta manera, los esquemas mentales negativos, hechos de miedo, inquietud y culpabilidad, deberían transformarse en positivos (D. Jaffe). Permitir al paciente reencontrar el camino de sus propios poderes de curación y la fe en sí mismo significaría el ahorro de mucho dinero, según estima Dennis Jaffe, sin olvidar el del sufrimiento. Antiguamente, el enfermo, ante todos sus trastornos, sólo podía interrogarse sobre su responsabilidad en la aparición de la enfermedad. El descubrimiento de las causas del sufrimiento se acompañaba entonces de una serie de cambios en busca del equilibrio, pasando por un peregrinaje hacia un lugar sagrado (D. Jaffe).
En cuanto a la cuestión de decírselo todo al enfermo, es el médico quien debe considerar si puede o no, según la resistencia del paciente y su capacidad para encajar el golpe de las noticias. Una de las funciones del médico es la empatía y el hecho de saber ver en su paciente la dificultad para superar su sentimiento de impotencia que no tiene otro efecto que el de sentirse que no controla su vida y que ya no es eficaz (K. R. Pelletier). El paciente debe sentirse cuidado con humanidad y calor humano, y esta relación profunda requiere tiempo. El mínimo gesto, la más mínima atención son importantes para quien, además de su estado de salud deficiente, debe gestionar la soledad y los problemas de toda índole: afectivos, profesionales, financieros... La medicina holística valora el contacto humano, el calor humano, y considera que el aspecto frío y desagradable de la tecnología médica parece haber deshumanizado el arte médico. En su evolución hace presagiar la importancia de una visión preventiva, lo que llevará al médico a ser un elemento al lado del psicólogo, del ecologista y del paciente mismo, sin olvidar las dimensiones espiritual y social. El doctor Pierre Solignac recoge las propuestas de Grinker según las cuales nuestros antídotos más eficaces son el orgullo, la productividad y la creatividad, aportadas por el crecimiento y el desarrollo. A esos antídotos se le añaden el hecho de estar bien con uno mismo, bien con los demás, el placer de vivir y el hecho de haberle encontrado un sentido a la vida.
Evocando la fuerza de vida, Norman Cousins piensa que está mal entendida y que tanto el cuerpo como el espíritu tienden de forma natural hacia la perfección, lo que demuestran los numerosos casos de curaciones inexplicables, de remisión espontánea, debidas a la facultad de regeneración del organismo humano. El objetivo de la medicina holística es reforzar esta fuerza de vida, para el paciente más que contra la enfermedad, con la colaboración del médico y del enfermo, lo que Norman Cousins ya conoce porque está familiarizado con esta fuerza, la misma que le permitió escapar de una oclusión coronaria grave y de la tuberculosis a la edad de 10 años. Su principio es incitar a los especialistas a moderar sus diagnósticos por temor a que los tomen al pie de la letra, y que nadie tiene el conocimiento suficiente para pronunciar la condena de un ser humano. Y es que el prójimo es también fuerza creativa y cumplimiento futuro, y no debemos olvidar que la actitud optimista, la capacidad por hacerle recuperar al enfermo la alegría de vivir contribuyen a su curación (P. Solignac).
Carl Rogers observó que el éxito de algunos psicoterapeutas dependía menos de sus cualidades técnicas o teóricas que de las humanas, como el calor, la tolerancia y la empatía. La intimidad, concluye Dennis Jaffe, forja un lazo que parece ayudar a mantener una buena salud.
La vida es bella para quienes, cada mañana, la inventan y luego la cantan.
J. Biebuyck
Según la experiencia del doctor Chalmers, relatada por Norman Cousins, un grupo que tomó placebo creyendo que era ácido antiescorbútico tuvo menos casos de resfriado que el grupo que tomó ácido antiescorbútico pensando que se trataba de placebo... Tras haber tomado placebo, un enfermo de parkinson vio cómo le disminuían los temblores, y luego volvían a aparecer mientras que, sin decirle nada, se había puesto el medicamento real en una bebida sin que él lo supiera. Finalmente, más de tres cuartas partes de un grupo que había tomado placebo en lugar de un medicamento, se quejaron de los efectos secundarios del medicamento en cuestión.
Paul Tournier observó que de dos pacientes con los mismos trastornos, uno podía curarse rápidamente, mientras que el otro parecía incapacitado por algún tormento secreto que venció su voluntad de vivir. Consciente de nuestro desconocimiento de los factores que estamos lejos de comprender, el doctor Moody habla del papel del médico que puede alentar la voluntad de vivir del paciente. Es necesario interrogar al paciente sobre su manera de vivir, su actitud moral y su comportamiento, pues el médico se da cuenta de que el progreso técnico puede mantenerse a raya del desorden de la vida, que es tan efectivo como el aspecto técnico médico.
En un plano práctico, Groddeck estima que, si el uso de un bastón puede ralentizar el proceso de curación es mejor echarlo al fuego. Este sencillo gesto simbólico permite consumir la enfermedad y, a la vez, generar un beneficio moral. Algunos casos de curación por contacto con un objeto pretendidamente sagrado aportan la realidad al fenómeno, pero aunque la plegaria, la visualización, el amor y la evolución espiritual hayan tenido sus efectos, esto no funciona en todos los casos. Algunas veces falta tiempo y en otras no hay resultado. Lo esencial está en la toma de conciencia de esos mecanismos de autocuración: prepararse para actuar es no sufrir más. Desde que se sabe, según algunos estudios, que el 90 % de los pacientes presentan trastornos autolimitativos, para retomar la expresión de Norman Cousins, y que los placebos pueden influir profundamente en las enfermedades orgánicas, se entrevé un ámbito prometedor de explotación de las capacidades del hombre, y se entienden mejor al ver al hombre como una entidad completa, no dividida y animada por el principio vital, y con una dimensión espiritual. Al apoyarse en estas dimensiones del ser es cuando llegan los resultados. Groddeck era de la misma opinión e insistía en las capacidades del individuo frente al estilo terapéutico de su época, que parecía querer minar la confianza de la gente en su propia energía. Dennis Jaffe menciona el punto de vista de Lewis Thomas, según el cual la dependencia hacia el mundo médico es la prueba de una pérdida de confianza en nuestros cuerpos, y denuncia las ideas recibidas y las falsas verdades médicas simplistas asestadas por el sistema médico mismo, basadas en la materialidad de la enfermedad o en la ignorancia del hecho psíquico. Estas informaciones erróneas se convierten en un sistema de creencias y por tanto en una realidad basada en la sugestión.
En un hombre ilustrado, añade Groddeck, puede parecer sorprendente que, por intervenciones psíquicas, se llegue a cambiar la materia del ello, el cuerpo del hombre, conducirlo de la enfermedad a la salud o a la inversa... Pero esta idea existe desde hace tiempo y será, mientras dure el mundo, traducida en acto.
Hemos visto, al principio del capítulo, que algunos autores han llevado muy lejos su reflexión sobre la relación entre el soma y la psique. En 1917 G. Groddeck le escribió a Sigmund Freud que había rechazado de golpe la separación del dolor del cuerpo y el dolor del alma, y que había intentado tratar al ser individual en sí, el ello en él... Jean-Claude Filloux hace referencia al deseo del doctor Delay, en el Primer Congreso Mundial de Psiquiatría en octubre de 1950, de romper con el antagonismo del cuerpo y el espíritu. La oposición entre medicina del espíritu y medicina del cuerpo desaparecía en una medicina llamada holística, cuyo fundamento es que no existe diferencia de naturaleza, sino de grado, entre los trastornos físicos y los trastornos mentales. Lo psíquico y lo orgánico se presentan como la evolución de una sola y misma energía, y la ruptura del equilibrio de las fuerzas sería la responsable de la enfermedad.
Norbert Sillamy se refiere a los trabajos de Kurt Goldstein en Estados Unidos a partir de 1933 sobre las localizaciones cerebrales, lo que le lleva a reconsiderar el funcionamiento del organismo y del sistema nervioso. Su convicción, nos dice N. Sillamy, era que el organismo se comporta como un conjunto cuerpo-espíritu indisociable que reacciona en su totalidad cuando una parte se ve afectada, y que el todo regula las partes. La relación cuerpo-espíritu es indispensable para captar bien la intensidad de las energías presentes en el ser y no podrían clasificarse de forma racional en lo corporal o en lo espiritual. La publicación n.º 8 del CDP propone el concepto de manifestación y de esa fuerza invisible que guía y orienta la creación. De esta manera, el peral manifiesta su potencial con su presencia y su crecimiento. El autor menciona la fuerza invisible que le gobierna, lo pilota, le hace beber, echar hojas, frutos o flores... Es un dinamismo específico e invisible lo que ha hecho que una pepita negra se convierta en árbol verde, y que se manifieste de esta manera y no de otra... para madurar la fruta, para ser exactamente lo que es: un peral. Añade también que este árbol se ha convertido en peral porque en lo más profundo de sí, desde su inicio, la fuerza invisible del Gran Mundo en él (Cielo, Astro o el Gestirn de Paracelso, médico suizo del siglo xvi) lo ha empujado a convertirse en peral. Es en esta forma perceptible como se expresa, puntualmente, la tan secreta naturaleza. Y la conclusión es que cuanto más se ajusta esta expresión, más se manifiesta la salud. Más que la forma en sí, lo esencial es la fuerza, la virtud íntima que, a través de ella, llega a manifestarse. Esto implica para el hombre la apertura hacia sí mismo, esta trascendencia exige del ser que se posicione en relación con el deber-ser que le lleva, convirtiéndose así en centro activo. De ahí la necesidad de ser consciente, incluso vigilante, y estar con buena salud. En efecto, la enfermedad nos impide ser plenamente activos, y es el médico quien percibirá en el orden del ser un instante desorganizado.
El lector pensará que el ser humano no tiene nada de peral, y es cierto. Es necesario no quedarse en la superficie de las cosas e intentar agarrar la fuerza invisible que se encuentra en el origen de su manifestación. Esto se encuentra en G. Groddeck cuando considera que hay que reencontrar, según la expresión de Michèle Lalive d’Épinay, la relación con la naturaleza infantil, la naturaleza originaria del ser humano. La fuerza invisible es como aquello que une al hombre con la naturaleza y el mundo, y establece la relación entre ella y lo divino retomando la noción de Dios-Naturaleza de Goethe... Groddeck era consciente, tras buscar una vía que le llevara a lo impenetrado, a lo impenetrable, de estar muy cerca de los confines de lo místico. Su convicción era que cada uno posee un subconsciente que le dice lo que debe hacer o no en cada momento. Una de las vías propuestas por la psicosíntesis es la percepción de la existencia manifiesta de un espíritu que anima las Leyes del Universo, un Espíritu muy superior al del hombre, que no hace más que despertar nuestra humildad. Jean Hardy recupera la idea del filósofo inglés Ralph Cudworth de una fuerza formadora presente en la naturaleza de forma difusa.
La idea de «ello», que Pierre Solignac define como la totalidad de lo vivo dentro del ser espiritual, está ahí. Recordemos que Groddeck le escribió a S. Freud el 27 de mayo de 1917, que el psicoanálisis trabajaba con la noción de neurosis, término que engloba la vida humana entera, y que el «ello», en relación con el eros o la sexualidad, era responsable de la forma de la nariz, de la mano, de los pensamientos, de los sentimientos y de las manifestaciones como la neumonía, el cáncer, la neurosis o la histeria... Lo que significa que toda patología esconde una necesidad psicoterapéutica. Groddeck envía al hombre, de forma concreta y temible, a su simple medida y a recordar la modestia de su condición, pues incluso sus pensamientos, que constituyen el fundamento de su existencia, no son pensados por él mismo, sino por sus células. Siguiendo este tipo de ideas, Sandor Ferenczi se muestra convencido de su concepción según la cual las células, aisladas o en grupo, los órganos y el conjunto del organismo son individuos dotados de un psiquismo y preparados para oponerse a cualquier agresión. Estos procesos de defensa no pueden comprenderse si no se acepta la presencia de energías, en las partes que componen el organismo, que actúan de forma más o menos similar a los procesos afectivos, impulsivos y voluntarios tal como los conocemos en nuestra vida psíquica.
Deepak Chopra confirma este punto de vista escribiendo que la inteligencia opera en cada célula de nuestro cuerpo. El conjunto de la organización de nuestras funciones lo demuestra. No se limita a nuestro pensamiento, sino que la inteligencia impregna cada partícula del universo, y nuestros espíritus no son más que la expresión de esa inteligencia. De hecho, la inteligencia reside sólo en el cerebro, pero se expresa tanto a nivel de los componentes intracelulares, de la célula misma y del sistema nervioso central. Enzimas, genes, receptores, anticuerpos, hormonas y neuronas son también expresiones de la inteligencia (D. Choppra).
El plano organizativo está en nosotros. Gozamos de una salud perfecta cuando el todo funciona con armonía y una inteligencia natural nos asegura la evolución de la vida (D. Choppra). Sin embargo, para que esta inteligencia pueda actuar plenamente y podamos aprovecharla del todo, hay que liberar nuestra existencia de tensiones y, para ello, desarrollar una actitud de confianza y de dar-tomar. Debemos dejar de querer intervenir. Esta sabiduría nos asegura que lo que Deepak Chopra llama la conexión psicofisiológica obre por nosotros y no en contra de nosotros. La clave de la salud está ahí, como lo anunciaba el principio de Hipócrates, que daba, como factor determinante para el restablecimiento de la salud, el poder natural de curación presente en cada uno de nosotros. Claude Bernard captó la obra de este principio de inteligencia presente en toda la naturaleza. Los pensamientos son los impulsos de la inteligencia creativa y aparecen de forma natural, constituyendo la inteligencia creativa y aportando sus efectos tanto en el mundo exterior como en el interior, porque está bien organizada. Esta capacidad de organización es innata; el poder de organización está en cada uno. La filosofía india acepta la existencia de una inteligencia cósmica, Mahat, que interfiere en todo y ocupa el espacio, el quinto elemento de la tradición india. William James pensaba que el universo poseía un alma divina, un alma ordenadora, de la cual el alma humana sería una parcela. Su función era también la de proteger nuestros ideales y mantener el equilibrio del mundo. Quizás encontraríamos ahí la explicación de ciertos fenómenos y efectos relacionados con la práctica de la oración realizada a espaldas de los beneficiarios...
De ahí, según Groddeck, el sentimiento de ser uno con la naturaleza, ni esclavo, ni herramienta, sino indisolublemente fundido con ella, fuerte como ella, divino como ella, eterno como ella... Y acababa mencionando la idea de ser uno con Dios-Naturaleza, de desarrollar la conciencia de pertenecer al todo creador, la personalidad del hombre, del yo, disolviéndose y fusionándose con Dios-Naturaleza. De ahí a pensar que cada ser humano es médico por naturaleza sólo hay un paso, que Schweninger, maestro de Groddeck, franqueó mucho tiempo antes de que se pensara realmente en aquello que todavía no se había llamado psicosomático.
Para André Passebecq, la higiene de vida implica una disposición de espíritu basada en la fe en las fuerzas naturales. René Dubos, en el prólogo de testimonio de Norman Cousins, cree que la medicina moderna no será verdaderamente científica hasta que médicos y enfermos sepan controlar las fuerzas del cuerpo y del espíritu en acción en la vis medicatrix naturae, el poder curativo de la naturaleza.
Por esto Groddeck decía que nadie puede actuar más allá de la naturaleza, e insistía en el carácter natural de toda terapia y confiaba en un hombre lleno de recursos. El componente oriental que nos interesa está en esta relación cuerpo-espíritu que asocia el poder de lo mental, la elevación del espíritu y el cuerpo fuerte y flexible, elementos indisociables de la vida.
Lo que puede motivarnos a actuar es esta idea de René Dubos, citada por M. Fergusson, según la cual, seguir sometidos a medidas de defensa hace que cada vez nos comportemos más como el cazador acorralado. Considerando que existen candidatos para el cáncer, ha encontrado que existe un perfil característico de los casos de remisión: todos eran individuos optimistas y con los pies en el suelo, de ahí que se imponga la idea de que una actitud mental bien dispuesta beneficia el cuerpo, y a la inversa.
Sobre este punto, Alain muestra cómo el filósofo se une al fisiólogo: el estudio fisiológico surgido de la inquietud y el miedo llevaría a constatar que son las enfermedades quienes se unen a otras y precipitan su curso. Su conclusión es que está en nuestro interés mimar la salud más que la enfermedad, y explica que existe una actitud visceral que favorece el combate y la eliminación, mientras que, al contrario, cualquier otra estrangula y envenena a quien la ostenta.
Estas disposiciones teóricas ¿son ideales o tienen un fondo de realidad? Deepak Chopra da la respuesta citando los trabajos de Abraham Maslow, que ha observado que existen algunas personas actualizadas, las self-actualizing individuals, que expresan una exultación general, que están contentas de vivir, positivas, que buscan en sí mismas las soluciones a las dificultades de la existencia. Estas personas, alrededor del 1 % de la población, habrían encontrado la conexión psicofisiológica, podrían vivir en el mundo con éxito y progresarían en la vía espiritual. Capaces de ver lo sagrado, lo bello y lo eterno en todas las cosas, conscientes de su Dios interior, y de participar de un conjunto mayor, y amantes de la simplicidad, estos seres están en contacto con la fuerza y el alma que están en ellos, y tienen tendencia a seguir su luz interior más que a doblarse ante dogmas (J. Hardy). Gozando de un gran conocimiento de sí mismos, de una gran capacidad de discriminación intelectual, de aceptación y de ética, habiendo identificado algunos de sus mecanismos psicológicos, presentando un comportamiento espontáneo y natural, conociendo pocos bloqueos e inhibiciones en sus acciones, pocos conflictos intra-psíquicos, capaces de la simpatía y el reconocimiento de los demás, son autónomos, creativos, independientes y capaces de actuar en función de sus opiniones (H. Thörsen).
Al contrario, las personas que no admiten la posibilidad de evolucionar, de progresar, ni anhelan un plan más elevado, no sólo encuentran normal el estado de trastorno en el que se encuentran, sino que además evitan a las personas con capacidades positivas evidentes por miedo a desarrollarse. Las personas actualizadas parecen conocer cierto desapego hacia el mundo y hacia ellos mismos. Para Deepak Chopra, es ese mismo desapego lo que les permite amar profundamente y hacer gala de una auténtica compasión y de una verdadera sabiduría.
Pierre Daco no omite el aspecto social del Homo sapiens, y para él la salud está hecha de intercambios armoniosos con el entorno. Esta sencilla frase subraya las complicaciones evidentes unidas a la capacidad ideal de hacer aquello para lo que uno está hecho, y de encontrar el trabajo y el entorno que nos identifique. En el caso contrario, por desgracia demasiado extendido, existe una distorsión entre lo que uno es en lo más profundo de sí y el modo de vida adoptado, el lugar de trabajo y la profesión ejercida. Se encuentra en estas condiciones el acuerdo con el principio organizador presente en nosotros. De esta manera, el hecho de no realizar aquello para lo que estamos destinados nos pone en situación de carencia de salud, pues el cuerpo no está contento debido a la tensión entre aquello para lo que estamos hechos y lo que estamos forzados a llevar a cabo. Esto no conduce a un estado de enfermedad, sino de no-salud, no-alegría, no-energía, no-finalidad, no-entusiasmo y no-intercambio armonioso y energético con el entorno, lo que corrobora Boris Pasternak, que escribía, en Doctor Zhivago (citado por K. R. Pelletier):
Si cada día decís lo contrario de lo que pensáis, si os doblegáis ante lo que detestáis y si disfrutáis con lo que os aporta disgustos, vuestra salud se verá perjudicada...
Los trastornos psíquicos e incluso los problemas políticos son considerados por muchos autores como un desequilibrio entre lo racional y los sentimientos, entre el pensamiento y la experiencia del cuerpo, recuerda Dennis Jaffe: nuestros dilemas cotidianos vienen de una falta de equilibrio e integración entre nuestros dos cerebros. Pierre Vachet cita una estadística según la cual el 2 % de la población trabaja con placer, el 20 % lo hace con indiferencia, y el 78 % con una hostilidad más o menos grande. Unas cifras más recientes le daban un 65 % a esta última categoría. La causa sería la mecanización, el ritmo, la cadena, la serie, la disminución de la iniciativa, la sujeción del trabajador, la tensión nerviosa, el estrés en la realización de labores cada vez más complejas —lo que es contrario a los principios de una mejor productividad—, la mala definición de los puestos de trabajo, los conflictos interpersonales, el hostigamiento, la descalificación, la incertidumbre, el entorno físico y todos lo elementos que deberían aportar un equilibrio necesario en la vida del ser, que no puede más que decaer ante el fracaso social.
Nuestra cultura y nuestra educación facilitan enormemente situaciones como las descritas arriba instaurando los principios de mérito, perfección, deber y voluntad. Estas virtudes cruzadas, según la expresión de André Berge, nos animan a hacer lo que los demás esperan de nosotros, a funcionar como lo pide el entorno, ese que va al encuentro de nuestra libertad interior y que tenemos tendencia, como decía Rabindranath Tagore, a destrozar en nombre de la libertad exterior, lo que es contrario al dharma personal, el principio oriental del dharma, la ley justa y natural basada en la realidad humana en cuanto a que se engancha a lo que la envuelve y que está en armonía con la naturaleza. Ahora bien, la libertad condiciona la autonomía, cuya ausencia se convierte en un factor patógeno (SIRIM).
El mérito, máscara que uno se pone para avanzar, está lleno de defectos. Veamos algunos de ellos: el primero es que su principio significa que uno no se aprecia por sí mismo, sino por lo que se supone que debe cumplir o producir. Además, hace olvidar que en este mundo, uno corre otorgándose prioridad a sí mismo —no se debe confundir con un individualismo equivocado—; para esta cuestión conviene ver La Solitude du coureur de fond (La soledad del corredor de fondo). Finalmente, ¿en qué se convierten, en sus cabezas, los numerosos déjalo-correr que no tienen el modo de acceder a esta distinción?
Los apasionados de la perfección consideran al prójimo como la manera de fundamentar una gloria totalmente personal. Lejos de poder proliferar virtudes positivas, siembran el pesimismo y la irritación, pues el ideal de perfección, si es rígido y excesivo, desanima los esfuerzos, las iniciativas y las intenciones haciéndolas ver como inútiles. El error está en pensar que uno puede o debe poseer la perfección. La autocrítica, que lleva al autocastigo, al odio hacia sí mismo, puede llevar a la inquietud, la depresión, la angustia y la enfermedad física, y no constituye el sano reconocimiento constructivo de sus límites. Dennis Jaffe subraya el efecto negador y mensurable que tiene en el cuerpo algo que se ha dicho con una carga emocional negativa. A partir de aquí, uno imagina los beneficios del reconocimiento verdadero de sus cualidades y de sus buenas acciones, que conducen a una percepción positiva de uno mismo y, por tanto, a una confianza en sus métodos y su futuro. Es necesario encontrar y cultivar el equilibrio, pasando por el rechazo del molde demasiado estrecho en el que uno tiende a encerrarse y por la expresión de los aspectos de nosotros mismos que lo necesitan. En el caso contrario, esos aspectos reprimidos nos traerían mensajes llenos de síntomas y trastornos (D. Jaffe).
En cuanto al deber, inculcado desde muy temprano, nos impide vivir intensamente aquello que tenemos por hacer, pues quienes nos han educado tienen, de tiempos pasados, asociada esta idea a un mensaje de falta de exultación, sino de sacrificio castrador, de autonegación y de prohibición de disfrutar de una felicidad personal. Cada uno cumple con su deber para ser perdonado de vivir (P. Daco). Esta creencia de que la vida no puede aportar nada gratificante es la causa de comportamientos sin ganas, sin vitalidad y sin deseo de cambiar la existencia.
Dennis Jaffe relata la observación de Lawrence Hinkle efectuada sobre más de mil empleados de una empresa, que comparó los diez individuos más sanos con los diez que tenían más problemas de salud. La conclusión fue que el grupo con más enfermedades tenía tendencia a identificarse con el deber, la responsabilidad, la ideología, los acontecimientos y las situaciones como si olvidasen incluso lo que es la higiene y el descanso. Generalmente eran incapaces de expresar sus necesidades personales, identificar sus sentimientos y frustraciones, sus iras o sus depresiones, y vivían por los demás (D. Jaffe).
En cuanto a la voluntad, que supuestamente lo puede todo, es poca cosa comparada con la imaginación, la motivación y el deseo, como dice Émile Coué. El deseo existe sin la voluntad, según André Berge, y esta se sostiene por un fondo de deseo. La voluntad es un deseo reflejo, organizado, que responde a un designio detenido. Para este autor, llamar buena voluntad a un hecho paralizante, añade un sentimiento de culpabilidad en la persona a quien va dirigido, y focaliza la atención en ella, lo que le impedirá vencer el obstáculo... Y es lo mismo si lo llama inteligencia, razón y todas las facultades superiores del hombre: esta moralización sólo puede engendrar la regresión de quien espera otros métodos más adaptados para salir de su malestar, y que sólo los recibe del exterior, en términos de ayuda, antes de ponerlos en marcha por sí solo.
La ausencia de autenticidad sólo puede conducir a un comportamiento artificial, a hacer menos, si uno no puede hacer lo que le gusta y amar lo que hace, lo que exige un mínimo de filosofía. La autenticidad también es necesaria entre la expresión del cuerpo y la disposición mental, pues se sabe cuánto puede influir la representación mental en el cuerpo.
Autenticidad y autonomía están relacionadas: ahora bien, la falta de autonomía, igual que el impedimento de territorio por los falsos valores vistos arriba, son dos factores patógenos. Y no será Alain quien me contradiga; pues escribió que, aunque las pasiones están en nuestros estados de pensamientos, sin embargo, dependen de los movimientos que se producen dentro de nuestro cuerpo.
A. Passebecq incluye en su sistema la ausencia de miedo a la enfermedad, el optimismo basado en el Carpe diem, el evitar emociones negativas, la consideración positiva en cuanto a acontecimientos y emociones, la apreciación de simples alegrías, la pasión por aquello que uno logra, la comprensión del sentido de la vida. Es en razón de este optimismo bien entendido como el doctor Moody constata que la medicina evoluciona afortunadamente hacia una concepción más amplia de la salud: sus preocupaciones no tienen que ver solamente con lo físico y lo mental, sino con el bienestar del hombre en su contexto social y en el de su entorno natural. La conclusión a la que llega es que la terapia por el humor y la risa encuentra su lugar en la evolución de la medicina en el sentido de una perspectiva más amplia.
Debemos, cada vez que se presenta, abrir puertas y ventanas a la alegría, pues nunca llega en mal momento, y no dudar, como solemos hacer, en admitirla...
Schopenhauer
Puesto que el buen humor existe, ¿dónde está? La pregunta no es fácil, pues la nueva ciencia llamada psico-neuro-inmunología nos dice, como su nombre indica, que la celebrada y buscada inmunidad, cuya función es prevenir la enfermedad y restaurar la salud, depende de factores tan variados como el funcionamiento nervioso y las fluctuaciones del psiquismo. Podría parecer ilusorio y pretencioso querer lanzarse a una topología fisiológica del fenómeno «alegría»: esta función vital se encuentra en relación con ciertos componentes anatómicos, neurológicos, funcionales o psíquicos precisos, de los que es importante hablar para tomar conciencia de los métodos de acción que hay a nuestra disposición. El humor tiene que ver con el sistema de los humores. Estamos pues ante la presencia de una interacción evidente entre un componente orgánico y otro hecho de pensamiento «inmaterial». ¿No decía Shivananda que el pensamiento es tan material como una piedra?
En el plano puramente neurológico, la vida afectiva, las emociones, el humor y los sentimientos son controlados por los centros donde se prepara el combate, la lucha o... la aceptación-adaptación. La función del tronco cerebral es conocida en los estados de vigilia y de sueño, y en la relación entre el sistema nervioso autónomo y el sistema nervioso central, concretamente entre el hipotálamo y el rinencéfalo. Encrucijada de informaciones sensoriales y viscerales, exterceptivas e interceptivas, parte integrante de un sistema de feed-back que regula los impulsos nerviosos en relación con la emoción y la actividad neuroendocrina (P. Bugard), maestro de ceremonias de las secreciones hormonales y considerado el cerebro de la vida vegetativa, el hipotálamo regula nuestras necesidades fundamentales. En caso de estrés y de situación de urgencia, pone en ruta una respuesta por vía del sistema simpático y por el desencadenamiento de la producción de catecolamina, sobre todo las de la adrenalina a través de las glándulas suprarrenales, producción más o menos elevada, según el grado de emoción. Cada función tiene un neurotransmisor propio en sus sectores nerviosos concretos: la función del placer está ligada a la noradrenalina; el dolor, a la acetilcolina; el humor, a la serotonina (también ligado al sueño: su disminución acarrea depresión).
Los sistemas parasimpáticos y ortosimpáticos de la función nerviosa autónoma, que actúan sobre todas las vísceras; el sistema límbico, que comprende la circunvalación del cuerpo calloso, el septum, la amígdala y el hipocampo, cuya función se conoce por la memoria, también juega su papel. A. Lieury añade al sistema límbico el bulbo olfativo y una parte del tálamo, considerado por Cannon el lugar de las emociones y el actor de la inhibición de la irritabilidad, lo que en conjunto constituyen las partes principales de ese cerebro emocional. El cerebro siente tanto como piensa (grupo Diagram), y ese cerebro arcaico parece controlar la emoción positiva, lo que permite moderar la emoción y otorgarle su justa medida sin exageraciones de comportamiento. El hipotálamo y el sistema límbico colorean las percepciones conscientes de las emociones y les superpondría vectores motivadores: nuestro paleo-mamario controla estas actividades relacionadas con el humor. Cambier, Masson y Den estiman que la motivación, la atención selectiva, las reacciones emotivas y la selección de respuestas dependen de ese mismo sistema límbico en relación con la lógica de recompensa y de castigo. El sistema límbico, cuya estimulación provoca reacciones de tipo ortosimpático, es la encrucijada obligada entre el mundo exterior, el hipotálamo, el neocórtex y los órganos motores (SIRIM). El espíritu crítico, la selección y la motivación se asientan en él, aunque depende de la interpretación del neocórtex. Prolonga, multiplica y afina las posibilidades del hipotálamo.
No sometido a la voluntad, el sistema nervioso autónomo, al cual el pensamiento no tiene acceso, al menos no directamente, y el córtex cerebral, relacionado en ciertos puntos con el sistema vegetativo, regulan el ritmo cardiaco, la respiración, los movimientos intestinales y la temperatura del cuerpo, utilizando dos acciones: la de acelerador estimulador (ortosimpático) y la de freno inhibidor (parasimpático). Los dos sistemas se equilibran: es lo que se llama el equilibrio neurovegetativo. Uno u otro domina: el ortosimpático en caso de estrés y el parasimpático en momentos de relajación. El hipotálamo asegura la petición de ese doble sistema tras inervar cada órgano y con una acción respectiva global de aceleración o relajación. La función del sistema nervioso autónomo es coordinar las relaciones entre las vísceras y asegurar la regulación de las funciones vegetativas, las tocadas por el fenómeno del estrés. Con esto se comprende cómo se relacionan el síndrome de Hans Selye y los trastornos psicosomáticos: el papel del sistema neurovegetativo es, además de la regulación del funcionamiento orgánico, reflejar las emociones en el organismo. La inquietud comporta temblores, rubor, palpitaciones y manifestaciones digestivas por la vía del sistema simpático, mientras que la armonía con el mundo desarrolla relajación y bienestar por la vía del sistema parasimpático. Así, el sistema cutáneo, la respiración, el sistema cardiovascular, las glándulas endocrinas, la sangre, la digestión, el sistema genital y urinario se ven afectados por las manifestaciones emocionales, de ahí las numerosas reacciones de desórdenes citados como trastornos psicosomáticos. El problema está en la repetición de estados de tensión que acaban provocando lesiones reales; el aumento de la tensión arterial es un ejemplo. Las arterias se vuelven rígidas y los problemas funcionales se vuelven orgánicos. La evolución se dirige enseguida hacia graves lesiones cardiacas, renales, coronarias...
La estimulación septal del hipotálamo alegra a las personas deprimidas (H. Rubistein), y la del dorso del hipotálamo provoca placer: Olds y Milner evidenciaron, en 1954, la fogosidad de los animales de laboratorio hasta la extenuación al estimularles ese centro con la ayuda de un microelectrodo en el sistema límbico. La autoestimulación frenética del animal provocaba sensaciones agradables y un placer aparentemente superior al que habitualmente conocemos por las funciones naturales.
Además de estas estructuras, Eric Smadja menciona también la participación del córtex frontal (su ablación comporta indiferencia emocional) y temporal, y de los diversos núcleos: tálamo, caudal y lenticular.
Es el sistema emocional, el sistema límbico, el que enferma, y también el que se cura. Las relaciones médico-enfermo, placebo, buen humor, optimismo actuarán en este sentido. La empatía en la relación con el paciente tiene consecuencias en el sistema límbico. Gracias a los trabajos de Mac Lean y de Laborit, podemos distinguir, en la estructura misma del encéfalo, las grandes evoluciones de la vida con la aparición de nuevos centros cerebrales. La teoría de los tres cerebros sitúa la emoción y los sentimientos de amor y odio en el sistema límbico o rinencéfalo. Nuestras reacciones temperamentales serían pues comportamientos puramente animales, concretamente ligados a nuestra condición de mamíferos. El límbico derecho, en particular, tiene que ver con los demás: Dominique Chalvin lo define como asociado a las funciones de emoción, contacto humano y expresión, y que tienen capacidades musicales y espirituales. Su activación permite entusiasmarse por unos valores o un ideal.
Jean-Pierre Changeux sitúa en el sistema límbico la acción de las encefalinas y otras endorfinas de las que se conocen propiedades calmantes y antidolorosas, particularmente interesantes en cuanto a los efectos del buen humor. La mejor manera de acelerar la producción de endorfinas es con la risa, las emociones y las sensaciones agradables (Kerforne y Questin). Partiendo de esto, toda percepción agradable tiene este efecto, lo que llevará a buscar soluciones para arreglar el mundo exterior y cultivar el buen humor, lo que contribuirá a producir catecolamina, las hormonas que estimulan el sistema inmunitario.
En el plano psíquico, la emoción o la angustia suponen el despertar de toda la historia afectiva del individuo, cada uno con su modo de expresión, con la flexibilidad ligada a las capacidades de palabra, de reflexión, de actividad, de expresiones varias, de fantasmas. La somatización se producirá cuando no sea posible utilizar uno de estos canales. A la vista de las modificaciones aportadas por el humor, hablamos de psicotoxinas, esas toxinas mentales que destruyen el estado mental de la paz. Todos los estados de estrés e intensa emoción negativa interrumpen el orden del pensamiento. Sigmund Freud describió la evolución de la humanidad desde el animismo hasta la ciencia por medio de la religión, así como las consecuencias de la pérdida del sentimiento de toda fuerza. El hombre ha reconocido su pequeñez y se ha resignado a la muerte, igual que se ha sometido a todas las demás necesidades naturales, pero son las huellas de esa antigua creencia animista lo que encontramos en lo que Freud llama la confianza en la fuerza del espíritu humano.
Sobre un plano tan fundamental ligado a un acercamiento psicoanalítico, el principio del placer rige el comportamiento del individuo ahuyentando el dolor o buscando el placer, siempre teniendo en cuenta el principio de realidad, principio regulador que obliga a retardar la satisfacción buscada en nombre de las reglas que le impone la vida, y aplaza la busca de la satisfacción, lo que asegura una sustitución socialmente aceptable. La inevitable y deseable sublimación es un mecanismo de defensa inconsciente que orienta la existencia. La representación de los afectos está a instancias del superyó, una especie de censura del yo, y a las exigencias del principio de realidad.
Según Smadja, la risa se sitúa en el sistema de paraexcitación del yo. Es un instrumento motor, facial-bocal, es un placer encontrado, un control a la vez que una excitación ligada a la función motriz, en concreto la oral. La regresión en la economía psíquica tendría la función de expresar la presencia del contenido inconsciente sin permitirle la irrupción en lo consciente. La victoria del principio del placer se hace con el control de los afectos punibles, ligado a la victoria narcisista.
La risa espiritual es un proceso de descarga de una energía psíquica que primero ha sido movilizada por las inhibiciones, los rechazos, y que de repente se encuentra liberada y no reutilizada (É. Smadja). Tras un chiste, la risa es un beneficio sacado de lo consciente que permite dejar libre el inconsciente. Es una descarga y una liberación brusca de la energía destinada inicialmente a reprimir las tendencias indeseables (F. Alexander). El humor sería la liberación de los afectos (la ira, el miedo, la angustia, la tristeza o el dolor) que podría comportar una situación, como una broma. Es un mecanismo de defensa contra el sufrimiento: el superyó (a menos que sea el ideal del yo, según Bergeret) contribuiría a modificar las reacciones del yo, permitiéndole, sobre todo, reencontrar la fuerza narcisista infantil, según Eric Smadja. Este mismo autor observa que, para Spitz y Blatz, la risa y la sonrisa podrían ser mecanismos motores que acompañan la resolución de los conflictos tras tener al individuo encerrado en un dilema. El chiste encuentra el humor jovial del niño y los placeres infantiles del juego con las palabras y el pensamiento. En cuanto a lo cómico, la fuente del placer se situaría más en el terreno del equilibrio de dos gastos de inversión atribuidos al preconsciente al cual S. Freud le da un papel importante, casi tópico. El fundamento de algunas filosofías parece inspirarse, en proporciones variables, en evitar el sufrimiento: el sabio evita los males, dice Schopenhauer.
En cuanto al segundo tópico, representa el interés del concepto de impulso de vida, de autoconservación, a la cual podríamos asociar el buen humor y la vida positiva expresada en el amor, las tendencias constructivas, el comportamiento de cooperación (P. Heimann). El impulso de vida presenta una relación con Eros que tiende a la unión y conduce al individuo hacia los otros, mientras que, por otro lado, el impulso de muerte, ligado a Thanatos, agrupa agresividad, sadismo, masoquismo, odio, agresión, destructividad, tendencias negativas que convergen hacia la destrucción del sujeto mismo, y que tienden a quebrar el organismo y la unión entre los individuos, o a impedir que se forme esta unión. El impulso de muerte, compuesto de fuerzas de autodestrucción, tiende a reducir y suprimir las tensiones de excitación interna, llegando al estado inorgánico o estado de no-vida, asegurado por el principio de constancia o de Nirvana. Haciendo referencia al efecto de repetición indisociable de la noción de impulso de muerte, Catherine Bensaid habla del descondicionante necesario para encontrar otra lógica de funcionamiento. En una obra sobre el buen humor, es importante decir, y el lector lo ha comprendido ya, que existe una relación entre el sentido del humor y la voluntad de vivir, y que es difícil elegir entre deseo y ausencia de sufrimiento.
Situándonos en el punto de vista del primer tópico freudiano, el preconsciente, zona intermedia, lugar de paso entre el inconsciente y el consciente, que comparte las propiedades de ambos, el preconsciente tendría un papel preponderante, según el doctor P. Marty. Sus contenidos y representaciones no son conscientes, pero pueden llegar a serlo. El preconsciente sería la placa que gira en la psicosomática: cuando funciona de forma conveniente, con fluidez y aportando una buena capacidad para asociar palabras, ideas, imágenes, sensaciones, afectos, en fin, para imaginar, escribe P. Marty, en caso de trauma psicológico importante, el individuo es capaz de hacerle frente... De ahí la importancia de las terapias de grupo: el médico de la clínica de Höbernkirchen sostiene que las mujeres que hayan tenido cáncer de mama viven más tiempo si participan en este tipo de grupos, cuyo objetivo no es curar, sino aliviar. En el congreso médico californiano de 1953, Max Cutler y Franz Alexander compartieron sus observaciones hechas en cuarenta mujeres que sufrían cáncer: sufrían, en la mayoría de casos, de inhibición sexual, de incapacidad para expresar o controlar la ira, la agresividad y la hostilidad, disimuladas bajo una máscara de amabilidad. La expresión de los sentimientos es importante para sobrevivir, y hay que evitar la inhibición de la vida emocional. En este punto, el consejo de Bernie S. Siegel es claro: debemos vivir nuestras emociones, pues los sentimientos inhibidos alteran nuestras respuestas inmunológicas. Se refiere a la observación hecha por L. Derogatis sobre una población de pacientes tratadas de cáncer de pecho, y entre las cuales el tiempo de vida era más largo si eran capaces de expresar ira, miedo, desánimo o culpabilidad, más que si permanecían en su estoicismo. Acaba con la certeza de que el estado del espíritu influye directa e inmediatamente en el estado de nuestro cuerpo. Por la acción de nuestras emociones, podemos modificar nuestro funcionamiento físico; mientras que inhibiendo la desesperación le enviamos al cuerpo un mensaje de muerte. Lo que Rika Zaraï llama la interiorización crónica y el disimulo de los sentimientos son fuente de peligros, sobre todo cuando se trata de miedos, ira o tristeza, pues la felicidad y la salud emanan del interior. Añade también que nuestro dolor de vivir y el carácter efímero y superficial de las alegrías no cesarán hasta que el individuo no se reúna con su verdadero yo, cuando sepa sacar la solidaridad de dentro de sí mismo. Para Ginger Cunes, la ayuda mutua psicológica permite adquirir los métodos para morir un día en paz y alegría.
Para Sigmund Freud, el preconsciente tiene sólo una función: manejar el acceso a la motilidad voluntaria de la cual tiene las llaves; es decir, dispone de una energía de inversión móvil cuya parte, la atención, nos resulta familiar. Esta afirmación podría explicar su relación con el cuerpo y, por tanto, su importancia en el hecho psicosomático.
Sin ir hasta las peligrosas simplificaciones, podemos decir que el buen humor que anima al optimista en su visión clara de la existencia tiende a un carácter oral. La oralidad se sitúa en un periodo anobjetal durante el cual la relación con el mundo es simbólica y de fusión. La emergencia del deseo de lo oral engendra la esperanza y, por tanto, también el optimismo, facilitado por un sentimiento de confianza que proviene de un sentimiento de protección experimentado desde la más tierna infancia (C. Morel).
En cuanto a la somatización, es la vía del cuerpo para expresarse, lo que no puede hacerse con las palabras: contenidos que han sufrido la inhibición o su ausencia, deseos censurados o miedos inconscientes harán que el cuerpo exprese ese desbordamiento inconsciente, según la imagen de Corinne Morel. Esta expresión será más o menos importante, durará más o menos, o será más o menos global. La inhibición no le quita al contenido inhibido su actividad, cuyas manifestaciones son tan conocidas como el sueño, los lapsus y otros actos. Este retorno es tan fuerte que el difícil acontecimiento al que se enfrenta el individuo recuerda una situación no controlada, inhibida y siempre presente y activa. Mi experiencia profesional con personas que buscan empleo, o con las que vivieron la explosión de una fábrica en septiembre de 2001 en Toulouse, me ha llevado a observar que sufrir un acontecimiento imprevisto puede despertar una o más situaciones de angustia pasadas. El desmoronamiento psicológico de muchas personas se debe a la vuelta de antiguos dolores inhibidos y no «digeridos»: el paciente se ve en la obligación súbita de gestionar al mismo tiempo dos (o más) episodios dolorosos.
La organización y animación de grupos de terapia sirve para hacer, o al menos empezar, ese trabajo de duelo indispensable para retomar el avance de la existencia. Atreverse a expresar sus miedos, sus temores y sus pavores es parte de la terapia, igual que llorar, reír o chillar. Otra forma de expresión es somática: tras el desbordamiento psicosomático, lo que llamamos la vuelta de lo inhibido, hace que resurjan sufrimientos y emociones desagradables. El sufrimiento psíquico inhibido se convertirá en sufrimiento físico, que influirá en el sufrimiento psicológico. Un choque psicológico puede traducirse en un sufrimiento corporal, en un periodo de tiempo más o menos largo, que puede ir hasta la muerte, como en el caso de ese hombre que siguió una de mis sesiones de formación en técnicas de búsqueda de empleo, que murió unas semanas más tarde. Según uno de sus más íntimos compañeros, que sufrió el mismo despido, no había podido aceptar la situación. La resolución del problema psicosomático reside en el cuidado del síntoma y en la busca de la causa que habrá que tratar.
Esta presentación de los componentes psíquicos estaría incompleta si no mencionase a Assagioli, psicoanalista de principios del siglo xx, conocido por su concepción de la Psicosíntesis. En ese modelo, hay elementos que permiten precisar nuestra definición de un tópico concreto.
Así, el supraconsciente permite sentirse en armonía con ciertas fuerzas siempre presentes en el amor, la belleza, la ternura, la fuerza y el verdadero conocimiento que uno debe intentar descubrir (J. Hardy). La dificultad consiste en estar en paz con las fuerzas del inconsciente inferior, definido por Assagioli como el que contiene la coordinación inteligente de las funciones del cuerpo, los impulsos fundamentales y los instintos primarios, así como un elevado número de complejos muy cargados de afectividad, de sueños y productos de la imaginación bastante desgastados. Algunas personas estarían dotadas de una unidad, que emana de un centro naturalmente dirigido a la felicidad, el optimismo y el esfuerzo hacia la exultación (J. Hardy): ¿será esta la clave de la conexión psicofisiológica mencionada por Maslow?
William James, citado por J. Hardy, presenta sus concepciones según las cuales el modo de vida podría ser sano o enfermizo:
El optimista y quien tiene una mentalidad sana viven en general en el lado correcto de la línea de la pena, y el deprimido y el melancólico en el otro lado, en la oscuridad y la aprensión. Hay gente que parece que todas las hadas buenas se hayan posado en su cuna, mientras que hay quien parece haber nacido justo en el umbral del dolor y que la mínima irritación puede hacérselo traspasar.
El supraconsciente es un conjunto potencial que inspiraría nuestra vida si siguiéramos nuestra alma más que nuestra personalidad. Hecho de intuiciones e inspiraciones de orden superior en los ámbitos filosóficos, artísticos y científicos, y generando sentimientos elevados, ese sistema aprieta para servir al prójimo.
Assagioli describe la experiencia del «sí mismo» como si tuviese una calidad de paz perfecta, de serenidad, de calma, de tranquilidad, de pureza. El sí mismo tiene la experiencia del universo, de ser uno con el universo conservando el sentido de la individualidad. Pero el acceso a esta dimensión infinita, llena de fuerza, de belleza y de alegría, una forma de luz y de fuego, que Assagioli llama su ser verdadero, exige el cese del tumulto de las pasiones y los torbellinos de la actividad del espíritu.
Hans Selye fue el primero en observar que el estrés provoca una hiperactividad de los corticosurrenales que producen el cortisol, una atrofia del timo, del bazo, de los ganglios linfáticos y de las estructuras simpáticas, todo en relación con la producción de agentes de defensa. También observó ulceraciones del sistema digestivo con hemorragia y otros agentes de agresión: frío, calor, infección, miedo, pena, éxito, enfermedad, dolor, trauma...
El estrés crónico, que somete permanentemente el hipotálamo y el sistema límbico a un trabajo inadaptado, comporta infartos, hipertensión y úlcera duodenal o estomacal (H. Rubinstein). Asimismo, Kenneth R. Pelletier observa que el cáncer y los problemas cardiovasculares aparecen tras un periodo de actividad simpático largo que pone en juego los corticosurrenales y el hipotálamo, y que los corticoesteroides fabricados por los surrenales actúan sobre la inhibición de la producción de linfocitos T, que destruyen los agentes patógenos ingiriéndolos, y de macrófagos, cuya función es vaciar el organismo de tejidos usados.
Más allá de la primera reacción de alarma, por la fase de resistencia que puede llevar a la de agotamiento, el estrés, con sus procesos psicosociales, neurofisiológicos, tiene repercusiones negativas sobre el sistema inmunitario y es responsable de inmunosupresión, según los trabajos de 1977 de Monjan y sus colaboradores, citados por Kenneth R. Pelletier, para quien la reactividad al estrés excesivo es la primera responsable de las enfermedades llamadas de la civilización. Según este mismo autor, una investigación de Seligman muestra que el 70 % de las enfermedades de orden físico aparecen en momentos en que uno se siente desamparado o desesperado; tras un divorcio, uno está doce veces más expuesto a enfermar. Hans Seyle había observado que en su trabajo de resistencia ante una causa de estrés (emocional, por ejemplo), el organismo gasta gran parte de sus capacidades adaptativas, lo que le hace menos apto para enfrentarse a otras agresiones (víricas, por ejemplo). La elección del órgano involucrado está condicionada por varios factores entre los cuales están los hereditarios, la educación y las reacciones físicas del niño ante el estrés. La reacción podrá ser exteriorizada y permitir así la evacuación del estrés, o interiorizada y convertirse en dolores diversos (D. Jaffe).
Preparando el cuerpo para la lucha o la huida, la adrenalina eleva la amplitud y el ritmo cardiaco, y la tensión arterial; asegura un riego sanguíneo cerebral y muscular adecuado, siempre estimulando el hígado, que proporcionará al organismo la energía necesaria para la acción que se avecina. La hipófisis entra en juego en cuanto el estrés dura mucho y se convierte en crónico. Ya sea por acción directa o por la huida o la lucha defensivas, el organismo produce adrenalina y ACTH. Esta producción genera ansiedad y luego angustia. La diferencia está en que por la acción se producen la noradrenalina y la dopamina, dos hormonas antidepresivas que generan un humor tónico. El ACTH activa un cambio de estrategia, pero provoca la producción de cortisol, tonificante en cuanto hay posibilidad de acción, y aumenta la resistencia a las infecciones y estimula el sistema inmunitario, pues el nivel es bajo; sin embargo, causa debilitamiento, ya que la estrategia es imposible de eliminar: aparece entonces la sumisión y favorece la hipertensión arterial. Este sentimiento asociado a esta producción hormonal activa el sistema inhibidor de la acción, que a su vez estimula la producción de cortisol... El exceso de cortisol disminuye la producción de linfocitos e interferón, nuestras defensas naturales, y la actividad citolítica de los Natural Killers, cuya función es matar las células extranjeras y cancerígenas (S. Bensabat). Ahora bien, la inhibición es la acompañante de algunas enfermedades, como el cáncer, la úlcera gástrica, las enfermedades cardiovasculares, y de comportamientos, como la sumisión y el pesimismo, la pérdida de atención, de memoria, de energía... El hecho de tener su lugar disminuye la producción de cortisol. De ahí podemos deducir en primer lugar que el estrés es un elemento indispensable en la vida, pues es un estimulante y, en pequeñas dosis, da energía y genera buen humor, es la guindilla de la vida, según Henri Rubinstein, y encuentra su origen en la alegría, el amor, el éxito; en segundo lugar, que el estrés malo, llamado distrés, o incluso surestrés, generado por aquello que desagrada, por aquello que va en contra de uno, la frustración o la tristeza, provoca el debilitamiento de las defensas. Después, que su ausencia va acompañada de empatía, de falta de motivación, de falta de deseo, de enfado, de moral baja; y finalmente, podemos deducir que actuar y tener su lugar son dos condiciones de salud que generan, a su vez, la producción de testosterona, que aumenta la capacidad de llevar a cabo una nueva acción.
Según el doctor Friedman, citado por Deepak Chopra, el estrés es una acción conjunta del espíritu y del cuerpo, que empieza por la toma de conciencia de un peligro o una amenaza, seguida de una modulación instantánea de respuesta. Es la percepción que el individuo tiene de ese peligro, y no su llegada, lo que desencadenará el mecanismo; varía según el temperamento y la experiencia. Ahora bien, si la escala de estrés existe, Deepak Chopra la resume en la pérdida de los seres queridos, la pérdida de situaciones, las enfermedades cercanas, la desvalorización. Uno de los efectos del estrés es el aumento del colesterol y los ácidos grasos, igual que la anticipación de un acontecimiento que uno desea controlar conlleva una subida del índice de ácido úrico. El estrés puede actuar directamente o modificando el comportamiento de quien lo sufre. Se manifiesta de forma patológica, y los efectos se acumulan en el organismo provocando trastornos psicosomáticos. Las capacidades individuales de adaptación insuficientes favorecen los trastornos cardiovasculares precoces (K. R. Pelletier). La úlcera no sale por lo que uno come, sino por lo que nos devora.
La última etapa tras la fase de resistencia: el síndrome del burn-out y el agotamiento, la reacción al estrés puede conllevar la muerte por agotamiento del sistema inmunitario y la energía. Habrá que regenerar esta energía adaptativa con la diversión, la distracción y el ejercicio. Dennis Jaffe observa que la longevidad de los caucásicos sería debida a la ausencia de estrés psicológico y de cambios importantes, lo que les permite conservar esta energía adaptativa.
Parece que prevenir los golpes estresantes tiene un efecto protector, porque el sistema de defensa no se ve alterado; por tanto, el control psicológico tiene una incidencia en el no establecimiento de ciertos trastornos, lo que lleva a Soly Bensabat a decir que el hecho de poder controlar el estrés y hacerlo desaparecer cuenta más que el estrés en sí. Existen sesiones de gestión del estrés para las personas seropositivas, con el objetivo de preservar el nivel de linfocitos T. Es importante defenderse contra el estrés, expresar los sentimientos y desinhibirse.
Los problemas psicosomáticos son el resultado del agotamiento del organismo por el exceso del sistema nervioso autónomo en su respuesta de adaptación; ahora bien, por la acción sobre este sistema nervioso autónomo, la risa, que Henri Rubinstein sitúa en el centro de la parte más antigua del cerebro, combate el estrés. En el plano neurovegetativo presenta una primera fase simpática seguida de una fase parasimpática, que se mantiene durante un tiempo y provoca la ralentización del corazón, haciendo bajar la tensión arterial y mejorando la digestión y la respiración. Para H. Rubinstein, la psicosomática del reír pasa por esta acción parasimpática, que permite que la risa tenga una repercusión beneficiosa en la salud.
Por su acción sobre lo parasimpático, la práctica de la relajación y la meditación puede tener efectos positivos en este sentido: en 1908 las investigaciones que llevaron a Edmund Jacobson a finalizar su técnica de relajación estaban fundadas en la observación según la cual las tensiones conllevan un esfuerzo excesivo, que hace disminuir la fibra muscular. La otra ventaja de la calma generada por estas prácticas es que se toma conciencia y se escucha el cuerpo y sus necesidades. La noción de feed-back es importante aquí: la enfermedad y los síntomas se mezclan: los desórdenes nerviosos son responsables de los síntomas, que a su vez provocan los desórdenes nerviosos... De la misma manera, la hiperexcitación neuromuscular supone ansiedad, que provoca la hiperexcitación... Es lo que Henri Rubinstein llama los círculos viciosos de la enfermedad, a los cuales debemos oponer los círculos virtuosos de la salud, que cada uno posee: todos utilizan las mismas vías anatómicas y fisiológicas, y los segundos no son más que el retorno de los primeros, pues la enfermedad no deja de ser una inversión de esos procesos vitales. La risa es una de las herramientas de inversión positiva en lo que se refiere a las estructuras de la salud: córtex, sistema linfático, función respiratoria, sistema muscular, que son lugares de unión.
N. Cousins pensaba que si el estrés tenía efectos negativos, las emociones positivas como el amor, la esperanza, la fe, la risa, la confianza y la voluntad de vivir podrían presentar efectos terapéuticos positivos. Su conclusión es que en primer lugar la voluntad de vivir no es algo abstracto, o solamente teórico, sino una realidad fisiológica concreta. En segundo lugar, que el médico debe animar la voluntad de vivir para activar todas las fuentes naturales del cuerpo y el espíritu con el fin de combatir eficazmente la enfermedad. Y el tercer y último punto, que rechazaba el veredicto de la condena, lo que le ha evitado la trampa del ciclo infernal hecho de miedo, depresión y pánico, que suele acompañar la enfermedad llamada incurable. Vemos que estos tres principios son placebos y también que, en otro sentido, el hecho de sentirse impotente ante los acontecimientos, lo que aflora el sentimiento de injusticia, lleva a un estado de depresión caracterizado por tres actitudes: inmovilidad, aislamiento de los demás y sumisión. Dos factores contribuyen al desarrollo de la enfermedad o a la muerte (K. R. Pelletier): el hecho de considerar el combate como perdido de antemano y el hecho de bajar los brazos; así pues, los individuos motivados y activos vivirían más tiempo que los demás.
Según Carl Simonton, que desde 1956 se dio cuenta del impacto del psiquismo en la evolución de la enfermedad, es por la vía del hipotálamo como el sistema límbico actúa sobre el cuerpo, lo que conlleva que, según el estado mental de esperanza o abandono, el cáncer evolucione bien o no. Henri Rubinstein sitúa el centro cortical del reír en el hemisferio derecho, en el prefrontal, en relación con el sistema límbico, por las respuestas emocionales. Esta localización estaría confirmada gracias a los comportamientos especiales ligados a las lesiones de esas zonas corticales. El córtex cerebral le dictaría al sistema límbico el tipo de respuesta que debe efectuar, mientras que este ajustaría el nivel de respuesta. Más allá de estos aspectos ligados a los centros profundos, se sabe, gracias a las observaciones hechas en el split brain o cerebros disociados, que el hemisferio derecho controla sobre todo las emociones y que el izquierdo casi no tiene nada que ver con ellas. Memoria, vivencia individual e imaginación influirán pues en nuestras percepciones. El hecho de que el hemisferio derecho del córtex participe en esta coloración muestra que es posible, por el simple efecto de decidir, actuar sobre la percepción misma de las personas, los acontecimientos y las cosas.
La escuela de Palo Alto, y en concreto Paul Watzlawick, recalcan que el hemisferio derecho no conoce la negación, puesto que los centros del lenguaje no se sitúan en ese lado, y que podría ser el seno del inconsciente perfectamente. Por otro lado, parece que en los pacientes que sufren lesiones cerebrales, su inmunidad se ve modificada de forma distinta según se trate del hemisferio derecho o izquierdo el que se haya visto afectado: la razón sería la función de la visualización y su papel en los fenómenos de autocuración.
En su ensayo psicológico sobre la Théorie du bonheur (Teoría de la felicidad), Charles Carbon escribía que, en el plano nervioso y visceral, un acto pensado es un acto sosegado. El posicionamiento hacia una dirección corresponde a la organización tónica que prepara la acción antes de cualquier movimiento; por tanto, la prepara tal como es pensada, escribe Jacqueline Meunier-Fromenti, quien precisa que el tono existe por su relación con la función neuromuscular. Controla igualmente toda la vida orgánica, ya que corazón, pulmones, intestinos, riñones y órganos sexuales dependen de él. La función tónica está en relación estrecha con la vida fisiológica, la vida afectiva y la vida psíquica. Actuaría incluso en la función intelectual favoreciendo la irrigación cerebral, haciendo que el pensamiento sea más vivo, las asociaciones de ideas más variadas, y aumentaría la curiosidad intelectual. La formación reticulada recibe estímulos del diencéfalo, donde se encuentran el tálamo, el hipotálamo y la hipófisis, y del rinencéfalo, centro importante de la vida afectiva. El circuito de Papez muestra la relación entre los dos sistemas, diencefálico y rinencefálico, y explica que una excitación diencefálica engendra variaciones del tono, así como manifestaciones simpáticas —sudores, náuseas, palpitaciones...— y reacciones afectivas —risas, gritos, lloros— (J. Meunier-Fromenti). La sugestión utiliza el ideodinamismo, mecanismo según el cual una idea tiende a realizar su objeto (P. Vachet). Pensar en una persona irritable crea tensiones, pensar en un gesto genera el tono evocado.
El paso de una música suave a un «allegro» o el de una voz dulce y monocorde a una fuerte y con sonidos breves es suficiente para despertar el tono de la persona que escucha, según Jacqueline Meunier-Fromenti, que demuestra así la relación entre el tono muscular y la percepción auditiva.
De las dificultades propias de la relación con su madre, el niño conservará la memoria en el tono. W. Reich observó la relación entre las tensiones musculares y respiratorias inconscientes y la formación de una coraza muscular y de carácter que impedía toda relación con el mundo. Las obligaciones y prohibiciones de la educación se viven con todo el cuerpo, pues todavía no posee la imagen mental, el lenguaje, la inteligencia. Desde los primeros meses de vida, continúa Jacqueline Meunier-Fromenti, el niño responde al mundo exterior con tonos. Habrá que esperar hasta que el neocórtex sea operativo para que pueda llevarse a cabo el rechazo, para hacer olvidar todo esto, que reaparecerá con la terapia, en situaciones graves o en acontecimientos de nuestra existencia.
Maravillosa red de defensa centralizada, la inmunidad asegura, por la acción de los glóbulos blancos y de linfocitos, la defensa del cuerpo frente a los invasores, por las vías sanguíneas y linfáticas, y anima a la lucha (D. Jaffe). El estrés, la depresión y los factores emocionales afectan su acción y la disminuyen. De ahí la posibilidad de reactivar la actividad inmunitaria liberándose de esas reacciones. La bioquímica de la reactividad neurológica está muy cerca de la del sistema inmunitario: ambas se desarrollan a partir de las mismas células y sus funciones se parecen por la aportación de una respuesta específica a un estímulo específico (K. R. Pelletier). En 1970 Cohen y Ader llegaron a la conclusión de que el sistema nervioso puede condicionar el sistema inmunitario: no sólo la superficie de los glóbulos blancos está equipada de sensores destinados a recibir mensajes químicos, sino que además, como han demostrado Cordón y Degos, los órganos que fabrican los glóbulos blancos reciben los mensajes químicos a través del sistema nervioso, pudiendo modificar el entorno en el que nadan los linfocitos, lo que puede afectarles desde su producción. De esta manera, no hay separación cuerpo-espíritu.
La relación entre lo abstracto y lo orgánico, el pensamiento y lo neuronal, está asegurada por las citocinas, una especie de estafetas químicas producidas por los linfocitos y los macrófagos, que hacen de nexo de unión, informan al cerebro y coordinan y optimizan la defensa. Son más de setenta mensajeros químicos que circulan entre los sistemas hormonal, inmunitario y nervioso, de ahí el nombre de psico-neuro-inmunología. Los órganos productores de linfocitos están ricamente inervados. Podemos pensar que existe comunicación entre la psique, el cerebro y el sistema inmunitario... De ahí a concluir que nuestras defensas están directamente influidas por nuestros pensamientos, nuestros humores y nuestros estados de ánimo, sólo hay un paso: el cerebro puede ordenar al sistema inmunitario que intensifique el combate o lo abandone, como sucede tras un choque psicológico.
Hemos evocado la existencia de psicotoxinas. La observación hecha por el profesor Gates de la Columbian University concluye que la ira provocaría la producción de venenos: recogidos e inoculados a animales de laboratorio, esos venenos los han hecho enfermar o los han matado (A. Hunziker). El doctor Vachet cita las experiencias efectuadas en conejos y palomos que sometían a un espanto prolongado. Las muestras de sangre de estos animales presentaban un terreno favorable para el desarrollo de colonias microbianas, en uno de cada dos casos, y nunca en el grupo de prueba. Si se inocula esa sangre a los dos grupos de animales, los que sufrieron el espanto morían más rápidamente. En otro experimento se demostró que la lucha de los glóbulos blancos contra la invasión microbiana es prácticamente inexistente en el animal que había sufrido espantos violentos. La conclusión de esos datos es que las emociones deprimentes facilitan la proliferación de agentes patógenos y disminuyen las reacciones del cuerpo contra ellos. Galeno observó que las mujeres con temperamento melancólico estaban predispuestas al cáncer, y el profesor Carnot, que las heridas de los vencedores cicatrizan más rápido que las de los vencidos (P. Vachet).
En otro sentido, hay que tener en cuenta que una causa orgánica visceral o nerviosa actuaría directamente y casi inevitablemente sobre el humor. Esta idea es la de Schopenhauer, que distingue Duskolos (gruñón) y Eukolos (alegre). La predisposición a sentir acontecimientos agradables (que parece disminuir la de sentir los negativos, y viceversa) se debería al tono y a la transformación de los órganos de la digestión. La duskolia está ligada a ciertas disfunciones corporales que residen casi siempre en el sistema nervioso o digestivo y que incluso podría llevar, según el mismo autor, al suicidio.
Considerada como la capacidad de tener pensamientos agradables más a menudo, la felicidad provoca cambios químicos a nivel cerebral, que tendrían una influencia profundamente beneficiosa en el cuerpo (D. Chopra). Igualmente, los pensamientos tristes o deprimentes producen cambios que tienen efectos nefastos en el resto del cuerpo. El ejemplo del descontento, de la ira y de los cambios que desencadenan por la vía del sistema nervioso autónomo, en relación con la tensión arterial, temblores, sudores, etc., es elocuente. Los pensamientos felices de amor, paz, tranquilidad, compasión, amistad, amabilidad, generosidad, afecto, calor humano e intimidad crean un estado psicológico correspondiente a esas emociones y sentimientos positivos por la acción de los neurotransmisores y las hormonas en el sistema nervioso central. La mediación y la estimulación debida a los neurotransmisores suponen cambios profundos en el plano psicológico y otorgan salud... simplemente a partir de pensamientos felices. Conociendo los efectos de los sentimientos negativos en el sistema inmunitario, podemos pensar que estos pensamientos felices podrían, a la inversa, aumentar la resistencia a las enfermedades (D. Chopra).
El lector deducirá sin duda dos elementos importantes. El primero es que podemos tranquilizarnos: todos estamos equipados, en el plano anatómico, humoral, neurológico y psicológico para conocer los humores y vivirlos con intensidad. El segundo es que respirar, cultivar el entusiasmo y abrirse benefician el sistema inmunitario. Sin embargo, queda una cuestión pendiente de tratar: si la disposición natural está ahí, ¿es posible modificarla, mejorarla?
Quien no tiene recursos propios es acechado y enseguida alcanzado por el tedio.
Alain
El lector puede pensar que es fácil decir que hay que elegir la vía de la felicidad, sobre todo si observa a su alrededor las costumbres y comportamientos de unos y otros, llenas de exuberancia o frialdad, de alegría, de tristeza o de gravedad, y la regularidad con la que se expresan tales actitudes. Además, tenderá a pensar que hay cosas que son inmutables en el humor, sobre todo cuando las personas implicadas se excusan con: ¡Siempre he sido así!... ¡Mis padres eran así!... ¡Uno no cambia!... ¡En mi familia todos somos cascarrabias!... o incluso el inevitable y muy habitual ¡No puedo hacer nada!... ¡Es hereditario!... ¡Soy así!... Estas desafortunadas y reversibles fórmulas nos llevan a la pregunta siguiente: ¿el humor es innato? ¿Estamos predispuestos a una forma de humor cuando venimos al mundo? Sea que sí o que no, ¿es posible modificar el comportamiento? ¿Puede uno realmente cambiar su forma de ser? El buen humor ¿está relacionado con el carácter o con el temperamento, siendo el primero de tipo psicológico, individual, y el segundo constitucional, ligado a las condiciones orgánicas? La cuestión surge también porque acabamos de ver los elementos psicobiológicos que sirven de sostén en nuestra vida y que tal exposición puede dar la impresión de una estructura sólida y definitivamente condicionada. El humor parece ligado a la constitución y dependería de un mecanismo neurofisiológico controlado por el tálamo encéfalo (N. Sillamy). ¿Debemos concluir que, si se explica con lo psicológico, es imposible modificar las tendencias?
Una cosa es cierta, el humor puede fluctuar. Y este cambio interfiere directamente en nuestra visión del mundo. Hay estudios que demuestran que las personas que hace poco rato han recibido una sorpresa alegre y de buena suerte se muestran mucho más optimistas y entusiastas que las demás.
Por el contrario, en los animales, la transmisión del humor se hace por el canal hereditario y el de la imitación, y aparentemente es este último el que funciona en el Homo sapiens sapiens. Es probable también que tengamos tendencia a retomar el modo de somatización al cual estamos acostumbrados y a conocer pues los mismos trastornos que nuestros padres al retomar simplemente las deficiencias de las que ellos se han quejado. El hecho de citar el temperamento como potencial portador del humor no debe hacernos olvidar que nuestro carácter puede ayudarnos a oponernos a esta tendencia.
Hay, por tanto, un factor presente, a pesar nuestro, una especie de tendencia que podríamos calificar de natural desde el instante en que está ligada a lo hereditario, al karma o a la vivencia individual, así como una especie de esperanza en esas palabras de la Bhagavad-Gîtâ (VI, 26) que enseña que, como lo mental inquieto y agitado se escapa, hay que intentar dominarlo y someterlo.
Innato y adquirido, así es el humor; lo que significa, para nosotros, enamorados de la vida, que basta con razonar y filosofar para cambiar el curso de la existencia (en el sentido de la representación que de ella hacemos). Porque todo está en la mente y, como se dice en comunicación, un plano no es el territorio, así que somos nosotros quienes vamos a colorearlo según nuestra voluntad. Las tesis opuestas sitúan la evolución del carácter de manera innata o adquirida: el carácter nos viene con el nacimiento o bien se forma con la experiencia, la educación, el entorno, sin olvidar la importancia de la infancia en esta evolución y el papel de los obstáculos.
En efecto, como decía Carl Rogers con su principio de crecimiento, en el sentido de desarrollo, el individuo evoluciona toda la vida y sería un error pensar que todo está logrado en el momento de entrar en la edad adulta. Este concepto rogeriano significa también que el individuo es capaz de dirigirse a sí mismo y que tiene poder suficiente para tratar de forma constructiva todos los aspectos de su vida que pueden aparecer en el terreno de su conciencia (M. Pagès). Para Rogers, el individuo es capaz de pasar de un estado de inadaptación psicológica a un estado de adaptación psicológica. El desarrollo se efectúa según dos modalidades: la compuesta por la tendencia actualizante, por la que el organismo sigue sus propios fines, y la capacidad de regulación, por la cual el organismo es apto para modificar su propia estructura interna con tal de llegar a sus fines. La noción de crecimiento definida así es una tendencia universal e innata, al menos bajo forma de tendencia, tanto en la persona con trastorno como en la llamada normal (M. Pagès). La esperanza está pues permitida... y confirmada por Janine Boissard, que dice que la felicidad es un estado de espíritu a veces natural, a veces construido, en el que se ve claro que subsiste una elección y que nos toca efectuar, tanto en nuestro interés como en el de nuestro entorno.
El objeto de este capítulo, en esencia, es el de darse cuenta que cuerpo y espíritu son indisociables, por supuesto, pero de una manera que uno no siempre se da cuenta: nuestra vida mental influye directamente en nuestra salud, lo que ya han indicado numerosos pensadores. Es también la idea directriz de la obra de Santa Hildegarda, cuyo contenido está hecho de remedios y actitudes, un modo de ser que hay que asociar a la medicación si se quiere una acción eficaz. Las medicinas orientales (ayurveda y tibetana) se apoyan en los mismos fundamentos. En Occidente, es probable que Carl Simonton tenga razón cuando escribe que de la misma manera que se puede hacer una enfermedad psicosomática, se puede también, cuando se está enfermo, tomar la otra dirección y restablecer una buena salud psicosomática. Esto es lo que hizo Norman Cousins. Finalmente, recordemos lo que la especialización ha hecho olvidar: en tiempos pasados, los médicos eran también filósofos y psicólogos. Lejos de ser pesimista, esta visión nos anima a volver a una concepción holística perdida.
Evocando el pavor de las vías nerviosas y los reflejos condicionados de Pavlov, así como la fuerza de la imagen mental bien conocida de los yoguis, Paul Chauchard estima que las posibilidades de nuestra organización cerebral son tales que basta con pensar en una imagen, una palabra, una idea, para iniciar un condicionante sin estimulación externa. El poder mental de esta activación de origen puramente cerebral puede actuar en el sentido de la inhibición de los reflejos condicionados. Por la concentración de su espíritu en una meditación intensa, se podría llegar a una especie de sueño selectivo de lo que no interesa, entendiendo que esta forma de indiferencia es sólo temporal y no definitiva, que es una de las condiciones para deshacerse de la influencia del estrés cotidiano y que no excluye la acción.
Las prácticas a base de relajación y meditación, acompañadas de calma y silencio, permiten, por su acción sobre lo simpático y lo parasimpático, una regulación sana de ciertas funciones como la relajación muscular, la normalización de la tensión arterial, la ralentización de la respiración (K. R. Pelletier). La consecuencia es la protección contra el estrés excesivo, lo que determina el proceso de curación, según Hess en 1957. Los elementos que facilitan estas respuestas son el soporte mental de la fijación del espíritu, la actitud pasiva respecto a los pensamientos parásito, la reducción de las tensiones musculares, el confort del lugar de práctica y la minimización de los estímulos exteriores. Encontramos ahí los componentes ligados a la práctica del yoga, algunos de los cuales están inscritos en los textos antiguos del yoga tradicional. La ventaja de estas prácticas, que vienen a completar el sistema de curas clásicas, es que son autorreguladoras, no opresivas y relativamente fiables. Siempre según K. R. Pelletier, los sistemas meditativos, como la actitud que lleva al ser humano a apreciar el instante presente sin referirse al pasado o al futuro, parecen permitir la toma de conciencia de la integridad del ser, que es la base de la visión preventiva holística.
En concordancia con lo que han podido decir A. Soubiran, Y. Christen y el SIRIM, en referencia a su elección de huir de la realidad en ciertos casos, debemos añadir que estas prácticas deben estar asociadas a la toma de conciencia y a la acción. Además, la práctica de la relajación no quita las fuentes de estrés. Mi práctica profesional se ha desarrollado siempre, no en lugares idílicos y paradisiacos, sino allí donde se encuentran las personas, sin intentar crear condiciones de excepción de poca duración. El entrenamiento en esos lugares permite adaptarse a todas las circunstancias, pues el estrés forma parte de la vida.
¿Qué es un condicionante? Antes de Pavlov, Edwin Barket Twitmeyer en 1902 descubrió el primer reflejo condicionado a partir de observaciones en el reflejo rotular: la asociación ruido-golpe del tendón-extensión del miembro-medida dio lugar por casualidad al descubrimiento del fenómeno ruido-extensión del miembro. A finales de los años veinte, en el instituto Pasteur, Metalnikov asoció un sonido de trompeta a la inyección de un sucedáneo de cólera a un conejo, lo que provocó la creación de anticuerpos. Después de repetir varias veces esta asociación, se dio cuenta de que el sonido de la trompeta bastaba para iniciar la producción de anticuerpos. El reflejo condicionado, que consiste en provocar una reacción concreta en un individuo a partir de un estímulo, puede ver su noción extendida a los hábitos y la voluntad, que podrían formarse como reflejos condicionados, hasta el punto de ser transmisibles por herencia. El interés de estos descubrimientos reside en la posibilidad del hombre para actuar en el sentido de una mejora de su humor.
Las neurosis experimentales utilizan el mismo proceso de condicionamiento y asociación de una emoción y un elemento exterior. Quedó claro un día en que se inundó accidentalmente un laboratorio y los animales que sobrevivieron a la inundación mostraron fobia al agua, ansiedad y alteraciones del comportamiento (P. Bugard).
Mi experiencia profesional con detenidos que cumplen largas penas y están en situación de libertad o de semilibertad me ha enseñado el condicionante del encierro: parece difícil, incluso imposible, andar un buen trozo en línea recta, tras tantos años de encierro, pues todo el ser se ha acostumbrado, condicionado, a una limitación en las idas y las venidas. El sentido de la vista se ve a veces afectado también por esta limitación espacial.
Siempre en el mismo sentido del enorme poder del condicionante, estos son los testimonios que me confiaron tres personas con un punto en común: cada una de ellas había perdido un pariente con quien practicaba algún tipo de afición. A la muerte de este, todos interrumpieron su actividad y jamás la retomaron: los bailes de salón, las carreras andando y el alpinismo han perdido así a estos adeptos.
Estamos más condicionados de lo que pensamos, y deberíamos desconfiar de las palabras aceptadas, escuchadas o pronunciadas, que pueden, a la larga, aferrarse a nuestros comportamientos: el ejemplo habitual es la costumbre que tenemos a veces de observar las condiciones atmosféricas. Desde el momento en que se miden y se les otorgan nombres y categorías, el viento o la temperatura tienen una influencia directa en nuestra psique. Hasta ese momento el excelente humor aún no había sido alterado, pero decir cuántos grados hay en el ambiente ocasiona seguro reacciones apasionadas. El estado psíquico generado por las condiciones atmosféricas podría explicarse por el hecho de que corremos el riesgo de que nos descoloque el impecable vestido cuando salimos hacia el trabajo o a una cita, lo que genera esa rigidez de cuerpo y espíritu que seguramente propicia el resfriado. Todo pasa como si los cinco elementos fuesen nuestros íntimos enemigos: el barro, la lluvia, el sol, el aire y la distancia se convierten en extraños inquietantes...
J. C. Filloux observa que las emociones afectan menos al equilibrio psicológico y colorean la trama de la vida psicológica más de lo que la trastornan. Precisa que si nuestra vida cotidiana se basa en parejas de alegría-tristeza, contento-descontento, afecto-antipatía, se considera que hay un desarreglo cuando estos sentimientos se exageran y arrastran para su provecho todo el curso de la vida psíquica. Es en ese momento cuando la pasión se considera como un desarreglo afectivo, la consecuencia de la hipertrofia de elementos sentimentales, un hipertono aparente; la principal causa es la debilidad de uno mismo. El profesor Moron explica cómo una emoción o un conflicto ansiogénico pueden acarrear un desarreglo neurovegetativo central: al tocar primero el psiquismo, el mecanismo de somatización se pone en marcha. Precisa también que se puede considerar que toda enfermedad comporta un aspecto psicológico importante.
Sabemos que algunas emociones se inscriben en el cuerpo: el miedo por ejemplo, además de su efecto debilitador o paralizante, acarrea manifestaciones físicas como la aceleración de la respiración, palidez, nudo en el estómago, etc., provocados por la adrenalina.[2] Un equipo de investigadores de Nueva York observó que los esposos de mujeres afectadas de cáncer experimentaban una caída de sus defensas inmunitarias tras la muerte de su compañera. La relación social, el entorno familiar y el contacto presentarían un carácter protector. La universidad de Ohio concluyó que las defensas inmunitarias de los estudiantes disminuían antes, durante y después de los exámenes, marcando el pico durante y después. Por otro lado, los que mantenían una relación de grupo y de amistades durante las pruebas resistían más que aquellos que, por motivo de los exámenes, elegían aislarse. Kennteh R. Pelletier hace referencia a un estudio californiano sobre el comportamiento de la salud de setecientas personas durante diez años. Aparecía que la amistad, las relaciones familiares, la pertenencia a un grupo social o religioso tienen una influencia favorable en la salud y la longevidad. Estas observaciones sobre los humanos ya se hicieron en el laboratorio, donde los animales con el sistema inmunológico más desarrollado eran los que mejor se integraban en grupos y mantenían más relaciones con los demás componentes del grupo. El caso del pueblo italo-americano de Roseto es un ejemplo, pues el índice de mortalidad por crisis cardiaca era 3,5 veces inferior a la del resto del país. También las úlceras y la hipertensión tenían los niveles más bajos. Los investigadores involucrados piensan que es el espíritu de solidaridad, los viejos valores basados en familias unidas y que se ayudan, en una palabra, que la cultura de Roseto era la responsable de este estado de salud. En los años sesenta, Roseto experimentó un recrudecimiento de las patologías hasta entonces minoritarias, cuando los habitantes decidieron dejarse influir más por el modo de vida americano: consumismo —coches y casas—, abandono de los valores y del espíritu de amistad, ausencia de solidaridad. Dennis Jaffe, que relata este ejemplo, precisa que no era el único, y que la pérdida del contacto íntimo y significativo con la comunidad, el amor y el afecto de los demás con un sentimiento de cohesión interior y la pérdida de todo sentido otorgado a la vida engendraron la enfermedad, que se convierte en algo así como la excrescencia de una crisis social, espiritual y existencial.
La relación es también tocar. Podría considerarse un modo terapéutico, y de hecho algunos experimentos en Estados Unidos han demostrado que las caricias y el contacto hacen bajar el índice de mortalidad de los bebés prematuros. Esta observación recuerda a la que hizo Federico de Prusia. René Spitz ha observado que la privación de la madre conlleva en los niños una sensibilidad mayor a las infecciones banales en relación con los niños de una casa de maternidad donde no había registrada ninguna muerte por estos motivos. El experimento animal ha demostrado la importancia de un lazo afectivo y los desastres producidos por su carencia: Lidell pudo observar cómo el cabrito gemelo separado de su madre durante una hora al día murió, mientras que el que permaneció cerca de ella se adaptó a la privación de luz a la que ambos estaban sometidos.
En enfermos que no pueden moverse, reaccionar o hablar, el contacto cutáneo se convierte entonces en la única vía de comunicación. Pienso en algunos pacientes a quienes les quedaban pocos días de vida y que no tenían la posibilidad de expresarse, masajearles los pies o las manos fue la única manera de proporcionarles un poco de confort. La piel, el sistema inmunitario y el sistema nervioso salen del mismo pliegue embrionario, lo que ayuda a comprender por qué las caricias, los masajes y los mimos son tan importantes para la salud. El tacto es primordial en la expresión afectiva del amor, del beso y del contacto caluroso. Es sabido que la frustración afectiva, difícil de superar, acarrea muchos trastornos: insomnio, nerviosismo, ansiedad, falta de entusiasmo... Como se ve, lo orgánico, lo funcional y lo relacionado con el comportamiento están tan unidos que es difícil decir en qué categoría se encuentra.
Norman Cousins lamenta, en la relación médico-enfermo, la interposición de los aparatos y exámenes; ya que, aunque son necesarios, hace olvidar la presencia y el contacto. No olvidemos que el ser humano es un ser de relación y que aún la necesita más cuando se encuentra en situación difícil. Las necesidades más elementales del contacto físico, de amistad, de plenitud sexual y de estima personal, de compartir los sentimientos, de expresión de energía creativa, de dar y recibir amor son a menudo las más descuidadas (D. Jaffe).
Dennis Jaffe, en lo que considera la actitud ideal, incluye los mensajes dirigidos al cuerpo, sean de agradecimiento o de excusas, en función de si algo ha funcionado como uno desea, y propone los programas de abrazos y de masajes en familia.
William James lamentaba que el miedo y el temor se transmitan de generación en generación, esos remordimientos de espíritu... inquietudes... pensamientos pesimistas... El modo de neutralizar este océano de amargura es a través del amor infinito, la vida y la energía divinas que se derraman en suaves y continuas oleadas en nuestra alma...
Rika Zaraï nos recuerda que el amor y la alegría hay que cultivarlos:
Amaos mucho, luego llenad de amor todas las manifestaciones de la vida: las personas, los animales, los árboles, las flores, la tierra, las rocas, los océanos, los ríos, las nubes... El universo entero.