UNA HISTORIA MILENARIA

 

Han pasado más de tres mil años desde que se celebraron los primeros Juegos Olímpicos. En la actualidad, y a pesar de los intereses económicos y políticos puestos en ellos, no han dejado de ser uno de los símbolos más hermosos del éxito deportivo.

 

Los Juegos Olímpicos eran una de las fiestas nacionales más importantes de la Hélade. Su origen legendario se remonta a la noche de los tiempos y la historia nos cuenta que fueron consagrados al honor, siguiendo las palabras del oráculo de Delfos, por Iphitos, rey de Élide (región al noroeste del Peloponeso) hacia el año 884 a. de C. Este monarca instituyó la «tregua sagrada» en virtud de la cual cualquier hostilidad entre las ciudades helénicas debía suspenderse durante los meses en que se celebraban los Juegos. Dicha tregua era proclamada por unos heraldos de la paz que recorrían toda la península helénica. Los Juegos se celebraron desde entonces sin interrupción hasta el año 394 de nuestra era, momento en que el emperador cristiano Teodosio los prohibió por considerarlos paganos.

Si bien al principio sólo participaban los ciudadanos del Peloponeso, los Juegos adquirieron con el paso del tiempo gran renombre en toda la Hélade, a pesar de que ni las mujeres, ni los extranjeros ni los esclavos pudiesen participar. Sólo lo hacían los ciudadanos griegos de conducta intachable, puesto que cualquiera que hubiera cometido alguna infracción contra las leyes divinas no podía disputar los premios. Poco a poco, ante el éxito popular, la severidad de los comienzos fue disminuyendo. La extensión de las colonias griegas por Asia, África y Europa y el posterior sometimiento a Roma ofrecieron la oportunidad a diferentes atletas de estos países de tomar parte en estos Juegos. Y las mujeres, a quienes se les prohibía asistir bajo pena de muerte, pudieron disfrutar del espectáculo. La afición era tanta, que incluso dos emperadores, Tiberio y Nerón, participaron y obtuvieron sendas victorias, si bien se sabe que el segundo no dudó en sobornar a los jueces para que le designaran vencedor de la carrera de cuadrigas en la que participaba.

Representación, con la figura de Zeus o Poseidón, de un atleta a punto de lanzar la jabalina

 

 

Pruebas cada vez más numerosas

 

A la carrera a pie simple (con un recorrido de un estadio, es decir, 192,77 m), y después doble, se añadieron numerosas pruebas con el paso de los años: la lucha, el pentatlón (salto, carrera, lanzamiento de disco y de jabalina, y lucha), el pugilato, la carrera en cuadrigas, la carrera a caballo y el pancracio (ejecicio que combinaba la lucha y el pugilato). Las carreras eran muy diferentes a las actuales. Además de las estrictamente atléticas, había otras en las que los participantes, soldados hoplitas, corrían con sus pertrechos. En las de cuadrigas se empleaban, según la categoría, mulos de tiro, jumentos y caballos, si bien con el paso del tiempo se utilizaron tan sólo parejas o cuadros de caballería. La duración de los Juegos cambió a causa de la importancia creciente de las ceremonias y ejercicios, las cuales, si en un principio se desarrollaban en una única jornada, llegaron a durar cinco días en la celebración de la 77.a convocatoria.

El premio que se concedía al vencedor era modesto. Consistía en una corona de olivo a la que se añadía una rama de palmera como símbolo de la victoria. Con todo, a menudo se erigían estatuas en honor de los vencedores y su éxito era considerado un título de gloria, no sólo por sus familiares, sino también en sus ciudades natales, donde se les concedían casi siempre privilegios más o menos importantes.

Uno de los gestos más representativos de los Juegos Olímpicos: el lanzamiento de disco (Discobolo, de Mirón; siglo v a. de C.)

 

 

Los Juegos Olímpicos modernos

 

A finales del siglo xix, a raíz del descubrimiento del emplazamiento de Olimpia y de las excavaciones arqueológicas que allí se llevaron a cabo, algunos apasionados del deporte, liderados por el barón francés Pierre de Coubertin, tuvieron la idea de formar un gran movimiento internacional que acercase a los pueblos y afianzase sus buenas relaciones gracias a las competiciones deportivas. Sin embargo, el primer encuentro en la Sorbona con otros colaboradores fracasó. Pierre de Coubertin no cejó, y en 1894 consiguió reunir a 2.000 representantes de 14 países y los convenció de la importancia de su proyecto. Se constituyó un Comité Olímpico Internacional formado por 15 miembros que se encargó de la organización de la primera edición de los nuevos Juegos Olímpicos, celebrada en Atenas en 1896.

En el estadio panatenaico de la capital griega, construido siguiendo los cánones clásicos y respetando su forma semielipsoidal, compitieron 293 deportistas venidos de 13 países ante 50.000 espectadores. El programa incluía 43 disciplinas deportivas repartidas entre las categorías de atletismo, lucha, halterofilia, gimnasia, natación, tiro, ciclismo y esgrima. Los jóvenes estadounidenses dominaron las pruebas de atletismo, mientras los griegos se consolaban de sus escasos resultados en esgrima y tiro con la victoria en el maratón.

Los primeros pasos fueron difíciles. Los Juegos de París (1900) y San Luis (1904) se convirtieron en instrumento de propaganda política y comercial, ya que los gobiernos de los países participantes encontraron en ellos la tribuna ideal para sus reivindicaciones nacionalistas. Por si fuera poco, la acogida no fue demasiado calurosa por parte del público. En la segunda edición, los Juegos se celebraron al mismo tiempo que la Exposición Universal, por lo que fueron relegados a las afueras.

A pesar de las dificultades iniciales, el olimpismo atrajo a un público cada vez más numeroso. El deporte dejaba de ser un mero pasatiempo y comenzaba a convertirse en un nuevo y gran espectáculo de masas.

 

El regreso del olimpismo

A comienzos de los años veinte, en una Europa en plena reconstrucción tras la primera guerra mundial, el mundo del deporte no había encontrado todavía su verdadero lugar. Pero durante esta década, los Juegos Olímpicos se convirtieron rápidamente en el punto de mira. El gusto del pueblo por los espectáculos atléticos fue pronto aprovechado por los nacionalismos exacerbados, que estaban en pleno desarrollo y que supieron sacar partido a los resultados de sus participantes. En 1920 el olimpismo experimentó una cierta recuperación gracias a los Juegos de Amberes y, cuatro años más tarde, a los Juegos de Invierno celebrados en Chamonix. En la ciudad belga se instauraron las primeras ceremonias como la colocación de la bandera olímpica y el desfile de los atletas. El esgrimista belga Victor Bouin pronunció estas palabras: «En nombre de todos los participantes, prometo que nos presentamos a los Juegos Olímpicos en leal competencia, con ánimo de respetar los reglamentos que los rigen y el deseo de participar del espíritu caballeresco, para mayor gloria del deporte y el honor de nuestros equipos».

A estos siguieron los de París en 1924 y, cuatro años más tarde, los de Amsterdam, con una participación creciente de naciones y atletas en cada cita. El éxito fue inmenso y llegó a tales cotas que los vencedores fueron elevados a la categoría de héroes y, algunos de ellos, llegaron a ser inmortalizados en el cine.

Los Juegos son una gran fiesta popular que atrae a cientos de miles de espectadores

 

 

Un espectáculo popular

Durante la década anterior a la segunda guerra mundial, el deporte dejó de ser un simple encuentro lúdico para pasar a ser un acontecimiento social y político, un trampolín para los medios de comunicación y un fenómeno psicosociológico. Los Juegos de Los Ángeles, celebrados en 1932, no acusaron demasiado la falta de asistencia de buena parte de las selecciones europeas y se saldaron con un resultado encomiable: 116 récords batidos. Cuatro años más tarde, Berlín acogía con grandes fastos a unos 4.000 participantes venidos de 49 países en una celebración deportiva que Hitler supo utilizar como instrumento de su propaganda.

La lucha del Comité Olímpico Internacional (COI) y de algunas federaciones nacionales, preocupados porque las grandes competiciones se vieran invadidas de profesionales, estaba perdida antes de empezar. La respuesta del público frente a los espectáculos deportivos crecía irremediablemente. Exigían más esfuerzos, más competiciones y mejores marcas en cada cita y estaban dispuestos a pagar por ello. Por otra parte, sólo una preparación física intensiva permitía alcanzar los objetivos, cada vez más ambiciosos, de los héroes del deporte.

El regreso de la paz trajo, en 1952, otra rivalidad, la de los soviéticos, que participaban por primera vez en los Juegos Olímpicos de Helsinki y que obtuvieron casi los mismos resultados que los norteamericanos, ya que los dos equipos consiguieron respectivamente 71 y 76 medallas. Australia se reveló como un continente maravilloso para el espíritu olímpico, hasta el punto de que con motivo de la ceremonia de clausura de 1956 en Melbourne, los atletas rompieron el desfile para mezclarse en una alegría desbordante. En aquella convocatoria, los jóvenes deportistas demostraron también todo su talento y, en particular, las nadadoras Murray Rose, de 17 años, quien consiguió tres medallas de oro, y Dawn Fraser, de 18 años, quien logró dos récords del mundo, uno de ellos en 100 metros libres.

Con los Juegos de Roma, en 1960, nos introducimos ya en la era moderna con equipos de calidad y, sobre todo, con una popularización creciente (600.000 espectadores), apoyada por el interés manifestado por el Papa Juan XXIII y el desarrollo de Eurovisión. Cuatro años más tarde, en Tokio, se utilizó por primera vez un satélite para emitir las imágenes de la competición por todo el mundo. 600 millones de telespectadores pudieron seguir de cerca las pruebas.

Todos los atletas aspiran a recibir la misma recompensa: la medalla

La ceremonia inaugural: una gran fiesta sobre la que planea el espíritu olímpico

 

 

Una apuesta política

México, el primer país en vías de desarrollo que recibió unos Juegos, en 1968, quedará inscrito en los anales del deporte por los sorprendentes logros, como el extraordinario salto de 8,90 m del norteamericano Bob Beamon (55 cm mejor que el anterior récord del mundo), los numerosos récords batidos gracias a la elevada altitud (2.277 m) o el estilo revolucionario de salto de Dick Fosbury (el célebre Fosbury flop). Otro hecho notable fue el compromiso de los atletas negros que, partidarios de las consignas del black power, levantaron los puños enfundados en guantes negros en el transcurso de la entrega de medallas.

La política mediatizó los juegos de Múnich (1972). El éxito del nadador Mark Spitz (siete medallas de oro en siete pruebas, con siete récords del mundo), las cinco medallas, tres de ellas de oro, de la joven australiana Shane Gould y las victorias del finlandés Lasse Viren en 5.000 y 10.000 m quedaron empañadas cuando un grupo terrorista palestino secuestró a una parte del equipo israelí. La intervención de las fuerzas del orden terminó en una masacre en la que 17 personas, 11 de ellas israelíes, murieron. El 6 de septiembre fue declarado día de luto y las competiciones se interrumpieron. Al día siguiente, los Juegos continuaron.

Los Juegos de Montreal, que se celebraron en 1976, se caracterizaron por unas medidas de seguridad insólitas (16.000 agentes), el boicot de 22 países africanos, una gran participación de atletas femeninas (1.247) y un fracaso financiero, ya que se saldaron con un déficit de 890 millones de dólares que deberán sufragar los contribuyentes hasta el año 2004. Este resultado aceleró la llegada de los patrocinadores. Sin embargo, Montreal supuso también el descubrimiento de la joven Nadia Comaneci, la medalla de oro de Guy Drut en 110 m vallas o el récord del mundo de 100 m libres en menos de 50 segundos por el norteamericano Jim Montgomery.

La controversia tiñó los juegos de Moscú. Las tropas soviéticas habían invadido Afganistán unos meses antes y 58 países decidieron boicotear la celebración deportiva de 1980, entre ellos Estados Unidos, la República Federal Alemana y Japón. Los atletas soviéticos sacaron partido de la situación y monopolizaron el medallero (196), por delante de la República Democrática Alemana (126) e Italia (15).

El Coliseum de Los Ángeles acogió de nuevo los Juegos Olímpicos tras 50 años de espera

 

 

Boicot por boicot

En Los Ángeles, en 1984, los Juegos se celebraron por primera vez en instalaciones de 52 años de antigüedad, a las que había que sumar, no obstante, otros lugares financiados por patrocinadores. En el Coliseum, construido para los Juegos de 1932, desfilaron 7.000 atletas. Devolviendo la pelota a sus adversarios políticos, la URSS y 13 países de su órbita boicotearon los Juegos norteamericanos. Sin embargo, su ausencia fue menos notable que la presencia de China, ausente desde 1948, y que tuvo un regreso triunfante si se tienen en cuenta sus 32 medallas. El gran héroe de estos juegos fue Carl Lewis, que logró las medallas de 100 y 200 m, de salto de longitud y de relevos 4 × 100 m. Francia logró 27 medallas y obtuvo la victoria en la final del torneo de fútbol contra Brasil por 2 a 0. Por lo que respecta a España, los aficionados al baloncesto recuerdan la medalla de plata obtenida por la selección dirigida por Antonio Díaz Miguel ante el equipo norteamericano, en el que figuraban estrellas de la NBA como Magic Johnson y Larry Bird. Gracias a aquel triunfo, el baloncesto adquirió en nuestro país la relevancia que merecía.

En los Juegos de Seúl de 1988, el ambiente fue más tranquilo. Ciento sesenta países presentaron 9.417 atletas y 2.186 competidores en 24 deportes. Si bien la llegada de los profesionales, como los tenistas, no supuso ningún problema, los casos de dopaje deslucieron los resultados. Oficialmente se contabilizaron 10, como el del canadiense Ben Johnson, descalificado y posteriormente privado de su récord del mundo en 100 m (9,79 segundos). Sin embargo, fue posible admirar las victorias de la norteamericana Florence Griffith-Joyner, que logró tres títulos y batió los récords del mundo de 100 m (10,54 segundos, es decir, 43 centésimas mejor, la progresión más fuerte de todos los tiempos) y de 200 m. Con todo, su repentina transformación física y los resultados, tal vez demasiado espectaculares, extrañaron a más de uno. Su reciente muerte no ha hecho más que avivar la polémica sobre el caso. Seúl supuso también seis medallas de oro para la nadadora de Alemania del Este Kristin Otto y las cinco victorias del nadador norteamericano Matt Biondi, el ensayo extraordinario y efectivo del saltador de pértiga soviético Serguei Bubka a 5,90 m, las victorias en halterofilia del turco Suleimanoglu, quien batió seis récords del mundo en la misma sesión, o las del saltador de trampolín, Greg Louganis, doble campeón olímpico, que a pesar de sufrir un grave percance en una de las pruebas consiguió el título.

 

El éxito de Barcelona

Los Juegos de Barcelona de 1992 supusieron la confirmación de que España dejaba atrás los fantasmas del pasado y adquiría una presencia importante en la escena internacional. Asimismo, por primera vez los factores económicos tuvieron un papel preponderante. Los derechos televisivos pasaron del 6,2 al 27,7 % del presupuesto y los derechos comerciales del 14,2 al 30,5 %. Los recientes cambios políticos trajeron nuevos países participantes y se descubrieron nuevos talentos, como el levantador armenio Militossian o el discóbolo lituano Ubartas. Las antiguas repúblicas de la URSS se reagruparon una vez más en una única bandera, la de la CEI (Comunidad de Estados Independientes). Con más adversarios que otras veces, todavía disponían de magníficos atletas como la gimnasta bielorrusa Vitaly Scherbo, que consiguió seis medallas de oro. En estos juegos, donde 65 naciones diferentes compitieron, se pudo apreciar también el triunfo de China, que consiguió 54 medallas, con seis victorias en natación. España, por otra parte, logró 22 medallas, 13 de ellas de oro —tantas en 15 días como en casi un siglo, señalaron los especialistas.

Pero el recuerdo más imborrable de estos juegos será el equipo de baloncesto de Estados Unidos. Con dos estrellas principales, Michael Jordan y Magic Johnson, el dream team («el equipo soñado») venció todos sus partidos con una media de 40 puntos por encima de sus adversarios. En la final obtuvo el oro frente a Croacia por un resultado de 117 a 95.

Desde los Juegos de Moscú, el equipo de Francia sigue una progresión constante

 

 

Atlanta, una cosecha de medallas

Elegida en lugar de Atenas, que hubiera deseado celebrar el centenario de los Juegos, Atlanta sacó partido de todos los recursos económicos de los que pudo disponer. La patria de la Coca-Cola recurrió a numerosas empresas privadas que se encargaron de la financiación y patrocinio de las diversas pruebas, lo cual dio un carácter muy peculiar a la celebración, que estuvo a punto de convertirse en una excusa para la promoción de diversas marcas comerciales en lugar de un certamen deportivo. Si hasta aquel momento se había asistido a la politización de los logros olímpicos, a partir de entonces se asistiría a su mercantilización. El sueño de Pierre de Coubertin había acabado por convertirse en algo que su creador habría rechazado de plano: el producto de consumo masivo por excelencia.

Acordes al nivel de los medios que se emplearon, estos Juegos alcanzaron altas cifras de participación con 197 países y cerca de 11.000 atletas (de los cuales 3.684 eran mujeres). Sin embargo, un atentado en el Parque del Centenario que se cobró dos víctimas y decenas de heridos ensombreció esta gran fiesta de la fraternidad.

Los deportistas españoles realizaron una buena labor, si bien no consiguieron un palmarés tan espectacular como el de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

 

 

Los Juegos Olímpicos de Sidney

 

Después de los Juegos de Atlanta de 1996, los XXVII Juegos Olímpicos se celebrarán en Sidney, capital del estado de Nueva Gales del Sur (NSW) del viernes 15 de septiembre al 1 de octubre de 2000. A continuación, se desarrollarán los Juegos Paralímpicos del 18 al 29 de octubre de 2000.

El 15 de septiembre de 2000, la ceremonia inaugural supondrá el pistoletazo de salida a 16 días de competiciones deportivas que serán seguidas por cerca de 3.500 millones de telespectadores. Unos 10.300 atletas (el 38 % de los cuales serán mujeres), 5.100 personas autorizadas y 15.000 representantes de los medios de comunicación procedentes de 200 países participarán en este acontecimiento deportivo que incluye 28 disciplinas. Entre estas, es preciso destacar la inclusión del triatlón así como una nueva prueba de gimnasia, el trampolín. Para las pruebas de atletismo se esperan unos 2.000 participantes, un tanto desmesurado en comparación con los 750 nadadores. El número de medallas de oro en juego se eleva a 300.

 

Casi 7.000 millones de dólares australianos

El coste total de organización en Sidney se calcula en 6.700 millones de dólares australianos, repartidos de esta forma: 2.300 millones procedentes del Comité de organización, 2.200 millones del gobierno del estado de Nueva Gales del Sur, 1.100 millones del sector privado y 750 millones del gobierno federal. Al mismo tiempo, Sidney ha recurrido al voluntariado y ha reclutado a 40.000 personas que ayudarán al buen funcionamiento de las operaciones.

Los organizadores han tenido en cuenta la repercusión en el medio ambiente y han acondicionado cada emplazamiento para evitar al máximo las construcciones anárquicas que no puedan utilizarse posteriormente, los desechos tóxicos, la destrucción de la flora local, etc. Así, por ejemplo, para los 18.000 ejemplares con los resultados y biografías de los atletas que se distribuirán al final de cada prueba en un plazo de 15 minutos, se utilizará papel reciclado.

Tras la clausura de los Juegos, se inaugurarán los Juegos Paralímpicos, que se desarrollarán del 18 al 29 de octubre. El programa incluye 18 deportes, 14 de los cuales también se consideran olímpicos. Dos nuevas disciplinas se incluirán por primera vez: regata y rugby en silla de ruedas.

 

TRES MASCOTAS NACIONALES

El trío de mascotas elegido para los Juegos está compuesto por animales australianos: Syd es un ornitorrinco, un sorprendente mamífero con el pico de pato, con cuerpo de nutria y cola de castor; Millie es un equidna, un animal de la familia de los ornitorrincos; y Olly es un martín pescador.

 

EL FESTIVAL ARTÍSTICO

Además de las celebraciones deportivas, se han organizado exposiciones, espectáculos, proyecciones cinematográficas, emisiones televisivas, ediciones de obras literarias e incluso la construcción de un portal de Internet, que bajo el lema Reaching the World han durado más de un año. Se trataba de un programa itinerante que intentaba mostrar al máximo la personalidad de Australia. Comenzó en noviembre de 1998 y ha puesto fin en enero de 2000, tras haber visitado los cinco continentes que simbolizan los cinco anillos olímpicos: Europa, África, Asia, América y Oceanía. El festival Harbour of Life, que se desarrollará desde agosto de 2000 hasta el final de los Juegos Paralímpicos, pretende alcanzar las mismas dimensiones que los propios Juegos Olímpicos, con una serie de conciertos al aire libre y un importante programa de atracciones.

El estadio olímpico de Sidney acogerá no sólo las ceremonias de inauguración y clausura, sino también las pruebas de atletismo y los encuentros de fútbol

 

 

El relevo de la antorcha

Tras encenderse en Olimpia, en Grecia, en el mes de mayo de 2000, la llama olímpica ha emprendido un largo viaje a través de las naciones olímpicas del Pacífico hasta Sidney, utilizando los medios más variados: carrera, tren, bicicleta, caballo, tranvía, lancha, canoa, transbordador, vehículo solar, avioneta e incluso camello.

La antorcha, encendida con una llama provocada por los rayos solares en una ceremonia celebrada en Olimpia, ha realizado un viaje de 10 días por Grecia, y después en avión hasta Guam, en un trayecto de dos semanas a través de las trece islas del Pacífico que forman el cinturón oceánico de los países olímpicos. Dos llamas de repuesto se encendieron a partir de la misma hoguera, para que cualquier antorcha que se apagara durante su recorrido fuera encendida de nuevo por una de las suplementarias en las que se ha encerrado la llama olímpica.

Procedente de Grecia, la llama olímpica llegará a Sidney tras un largo periplo por el continente australiano

 

LA PRIMERA PORTADORA DE LA LLAMA EN SUELO AUSTRALIANO

La velocista de 28 años Nova Peris-Kneebone recorrerá algunos cientos de metros por el magnífico parque de Ayers Rock, lugar sagrado conocido también con el nombre aborigen de Ularoo. Esta antigua jugadora del equipo de hockey, medalla de oro en Atlanta, se pasó después al atletismo. Si bien no ha destacado en los Mundiales de Sevilla, con una modesta participación en las semifinales, venció en los 200 m en los Juegos de la Commonwealth de 1998.

La elección es ante todo simbólica, ya que Peris-Kneebone es a la vez campeona olímpica, madre de familia y aborigen. Ella representa a las poblaciones locales, de 50.000 años de antigüedad, que han sido cazadas, expoliadas y tratadas como una raza inferior por los europeos, presentes en el continente a finales del siglo xviii. Recientemente, el Parlamento australiano ha manifestado de manera oficial «su más sincero y profundo rechazo al trato infligido a los aborígenes».

 

LOS MEDIOS DE TRANSPORTE DE LA ANTORCHA MÁS INSÓLITOS

 En transbordador desde Darling Harbour;

 por debajo del mar en la Gran Barrera de Coral;

 a bordo de un barco de los maestros rescatadores de Bondi Beach;

 a lomos de un camello en Cable Beach (Broome);

 en tren, en la línea Indian Pacific que atraviesa el desierto de Nullarbor, y la South Pacific Express, que bordea la espléndida costa oeste de Queensland;

 en vuelo chárter con Ansett Australia para sobrevolar las tierras del interior;

 a bordo de un avión del servicio de aeromédicos de Nueva Gales del Sur;

 en el transbordador Spirit of Tasmania para atravesar el estrecho de Bass hasta Tasmania.

 

LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE VERANO

 1896, Atenas

 1900, París

 1904, San Luis

 1908, Londres

 1912, Estocolmo

 1916, Berlín

    (no se celebraron)

 1920, Amberes

 1924, París

 1928, Amsterdam

 1932, Los Ángeles

 1936, Berlín

 1940, no se celebraron

 1944, no se celebraron

 1948, Londres

 1952, Helsinki

 1956, Melbourne

 1960, Roma

 1964, Tokio

 1968, México

 1972, Múnich

 1976, Montreal

 1980, Moscú

 1984, Los Ángeles

 1988, Seúl

 1992, Barcelona

 1996, Atlanta

 2000, Sidney

La antorcha llegará a Australia el 8 de junio a Connellan Airport, en Yulara, en el norte. Una vez en territorio australiano, 10.000 portadores de antorchas escoltados por 2.500 corredores acompañarán el viaje de la llama durante 100 días por Australia, hasta el 15 de septiembre de 2000, cuando llegue al estadio olímpico de Sidney, para la ceremonia de apertura de los XXVII Juegos Olímpicos de la historia.

Tras un recorrido de 27.000 km, pasará por más de 1.000 ciudades (lo cual permitirá que la vea el 90 % de la población), entre el 8 de junio y el 15 de septiembre de 2000, y con este motivo se celebrarán 188 fiestas locales a la hora del almuerzo o de la cena. Este recorrido, cuyo coste es de 18 millones de dólares australianos, será el más largo de la historia de los Juegos Olímpicos.

Para que las comunidades aisladas puedan admirar también la antorcha olímpica, un 65 % de las regiones por donde pase serán rurales. «Este itinerario permitirá que 15 millones de australianos aplaudan el paso de la antorcha a menos de una hora de coche de sus casas», precisó Michael Knight, presidente del comité de organización (OCOG), a lo que añadió que la antorcha constituye una ocasión única, de compartir el espíritu olímpico y de acercar las diversas comunidades del país.