Blake habló en voz baja a alguien a través de la puerta abierta mientras Geoff se volvía para salir con los otros. Me apoyé de espaldas en la mesa, a la espera de que regresara. Cerró la puerta y se dirigió con paso lento hacia mí.
—Al fin solos.
Me mordí el labio.
—¿Qué tal lo he hecho?
Se detuvo delante de mí y me rodeó la cintura con un brazo para acercarme a él.
—Has hecho que me sienta orgulloso. Siempre lo haces.
—Me has puesto en un brete otra vez. ¿Es que llevas alguna clase de registro con todas las veces que me puedes volver loca en esta sala?
Me sonrió.
—¿Es que esperabas menos de mí?
—No, por supuesto que no. Pero dime lo que realmente piensas sobre su idea. ¿Me he equivocado?
—Es prometedora. Tenía el presentimiento de que te gustaría.
Subí las manos hasta su cuello y metí los dedos entre los cabellos de su melena corta, que le caía justo un poco por debajo del cuello de la camisa.
—¿Qué pasa si odias algo que a mí me encanta? Es nuestra inversión. ¿No deberíamos estar de acuerdo?
—Creo que sí, sería lo ideal. Pero, si te gusta algo, agárralo y ve a por ello. Como has hecho hoy.
Me pasó un dedo por la parte delantera de mi vestido y luego subió la mano para sostenerme un pecho a través de la tela. Me apoyé sobre su contacto. Noté la prueba inequívoca de su deseo dura contra mi cadera.
—Supongo que te gusta que me ponga asertiva.
Empujó las caderas hacia delante y me dejó atrapada entre la mesa y su cuerpo duro.
—No soy como la mayoría de esos hombres a los que la polla se les pone blanda en cuanto ven a una mujer con personalidad y que piensa por su cuenta.
Pegó los labios a mi cuello y luego bajó poco a poco hasta la clavícula. Se me puso la piel de gallina y mis pezones se endurecieron hasta el punto de mostrarse a través del vestido. Me arqueé contra él, desesperada por proporcionarles un poco de alivio, pero, cuanto más se tocaban nuestros cuerpos, más fuera de control me sentía.
—Te das cuenta de que eso que acabas de decir es un marcado contraste con tu necesidad compulsiva de controlarme, ¿verdad?
Me agarró por la nuca y me miró fijamente. La expresión seria de esa mirada me quitó el aliento.
—No quiero controlar tu vida, Erica. Quiero formar parte de ella, y yo quiero que formes parte de la mía. Pero no voy a dejar que tomes las decisiones por los dos, sobre todo cuando se trata de la vida y la muerte.
Me quedé sin habla y sin aliento por su proximidad embriagadora, por su abrazo posesivo y por el doloroso conocimiento de que nuestra relación no había sido lo único que había estado en peligro a lo largo de los meses anteriores. A veces, nuestra vida también lo había estado, y yo no estaba totalmente libre de culpa de eso.
—Es algo razonable, ¿verdad?
La tensión alrededor de su boca se suavizó.
—Sí —le susurré.
Habíamos pasado por un infierno en las negociaciones de los términos sobre quién tendría el poder en nuestra relación. Él había hecho concesiones, y al final, a pesar de lo tortuoso de todo el proceso, yo también las había hecho. Le había entregado un mayor control sobre mí de lo que jamás le había concedido a nadie.
Relajó un poco su abrazo y bajó la mano a lo largo de la tela de mi vestido hasta la altura del borde, sobre mis muslos.
—Bien. Me alegro de haber aclarado eso. Ahora que hemos acabado las tareas del día, me gustaría follarte en esta mesa, si no te importa.
Me quedé callada mientras calculaba la seriedad de su declaración.
—No me importaría, pero estoy segura de que a nadie de la empresa le gustaría encontrarse esa escena al entrar. No hay cerradura en la puerta.
—No importa. Le he dado instrucciones explícitas a Greta de que no me molesten bajo ninguna circunstancia.
—¿Instrucciones explícitas? —le provoqué.
Una pequeña sonrisa interrumpió la seriedad anterior.
—Sí, eran muy guarras. Se horrorizó cuando le detallé las cosas que pensaba hacerte.
Me subió el vestido por encima de las caderas y me levantó sin esfuerzo sobre la mesa.
—Quizás está demasiado ocupada deseando estar aquí en persona como para mantener fuera a la gente.
Le tapé las manos con las mías e intenté en vano bajarme de nuevo el vestido hasta colocarlo de un modo decente sobre mis muslos. Se metió empujando más entre mis piernas, así que casi lo tuve todo a la vista.
La realidad de lo que estaba proponiendo se apoderó de mí, lo que me sofocó las mejillas e hizo que la piel me ardiera a fuego lento. No vi ni un atisbo de duda en sus ojos. Un segundo más tarde, me tapó la boca con la suya y me abrumó con su beso ansioso. Yo también le deseaba con fervor, así que dejé que su lengua pasara entre mis labios entreabiertos. Busqué su dulzura cálida y me entregué a ella, pero ¿dónde íbamos a llegar realmente así?
Se me escapó un jadeo ahogado cuando se apartó y bajó la boca para besarme detrás de la oreja y seguir por el cuello, dibujando un camino decadente de deseo sobre mi piel expuesta.
—Blake… En realidad no vamos a hacer esto, ¿verdad?
Pasó los dedos entre los mechones de mi cabello, y estropeó el rizo que me había arreglado con cuidado antes de ir a la reunión.
—Voy a meterte hasta las pelotas en poco menos de treinta segundos. Así que sí.
Tuve que esforzarme por inhalar la siguiente bocanada de aire porque la impaciencia y el miedo me dejaron sin respiración.
—¿Estás mojada para mí, Erica? Porque voy a entrar con fuerza. —Clavó los dedos con fuerza en la carne de mi culo, lo que nos acercó hasta que nuestros cuerpos quedaron conectados a través de la ropa—. Rápido y duro. ¿Es así como lo quieres?
«Joder, sí.» A la vez que le respondía en silencio, le agarré por la camisa a la altura de los hombros, acercándolo todavía más.
Me besó con brusquedad y tiró hacia debajo de la manga de mi vestido antes de lanzarme un torrente de besos calientes y húmedos sobre la clavícula y el hombro. Eché la cabeza hacia atrás, con la mente invadida por el zumbido del deseo. Empecé a jadear. Abrí más las piernas para recibirle mejor antes de abrazarme a sus caderas y darle la bienvenida a su empuje. Levanté una rodilla y enganché un tobillo alrededor de su muslo para tirar de él hacia mí.
Exhaló bruscamente y colocó su erección dura como una piedra contra mis bragas empapadas.
—Mierda, te quiero. Ahora mismo.
Cerró los dedos alrededor de las tiras de mis bragas y las bajó de golpe.
—¡Dios! —gemí, tambaleándome un poco con aquel delicioso contacto y dolorosamente consciente del ansia entre mis piernas, donde mi cuerpo estaba más que listo para todo lo que Blake quería darme.
—He querido montarte en esta mesa desde el primer día. De hecho, no tengo ni idea de por qué he tardado tanto tiempo en hacerlo.
—Entonces hazlo de una vez, antes de que alguien nos pille.
No tenía idea de cómo o de si conseguiríamos salirnos con la nuestra, pero sabía que eso no disuadiría a Blake, y yo tampoco estaba por decir que no. Le desabotoné la camisa rápidamente, con ganas de sentirlo aún más contra mí.
Se humedeció el labio inferior con la lengua y me observó con atención mientras le pasaba las manos sobre los duros músculos de su pecho.
—¿Estás preocupada?
Tragué saliva, y mi preocupación apareció de nuevo.
—Sí, claro. No quiero que nos pillen.
—Yo creo que sí.
Un destello travieso le brilló en los ojos. Me bajó las bragas más allá de mis tobillos y una de sus manos le propinó una rápida palmada a mi muslo en su viaje de regreso a mis caderas.
—¿Por qué iba a querer eso?
Mi voz sonó débil y entrecortada, revelando el efecto físico que aquella idea tenía en mí.
Alargó la mano hacia su cremallera. Luego se bajó los calzoncillos, lo que liberó su gruesa erección, y tiró de toda aquella longitud con movimientos lentos y lujuriosos. Me mordí el labio con demasiada fuerza, conteniendo un gemido que quizá traspasó las paredes de nuestra precaria ubicación. Estaba desesperada por tenerlo dentro de mí.
—Creo que te gusta la idea, la posibilidad de que alguien me pille follándote. En público. Donde no deberíamos hacerlo.
Lo miré, con la mente convertida en una neblina de deseo y excitación mientras me imaginaba las posibilidades. Todas ellas me resultaron humillantes pero extrañamente eróticas. Imaginaba a un desconocido entrando justo a tiempo de ver a Blake poseyendo mi cuerpo del modo feroz en el que yo sabía que lo haría… pronto. Mis entrañas palpitaron vacías y ansiosas por ser llenadas.
—No — mentí.
Me enredó otra vez sus dedos en el cabello y luego agarró un mechón con la fuerza suficiente como para hacerme temblar. Ese gesto, esa promesa de dominio, me recorrió como una descarga de conciencia de mi propio cuerpo. Si antes estaba húmeda, en ese momento me noté empapada.
—Sí, te gusta. —Las palabras susurrantes no me ayudaron en absoluto a recuperar algo del autocontrol que había perdido ya—. Imagínate… a punto de correrte…, tan cerca del borde que no podríamos parar aunque quisiéramos.
El corazón me martilleó en el pecho cuando me imaginé la escena que había descrito. Cuanto más hablamos de ello, más tiempo le dábamos a cualquiera para que pudiera entrar.
—Hazlo de una puta vez, Blake, antes de que alguien entre.
Rozó su polla contra mi entrada a modo de provocación.
—No me cabrees, Erica. Haré que grites. Entonces todo el mundo sabrá que te he follado en esta mesa.
Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás.
—Blake, por favor…, te lo suplico. Fóllame ya, o…
¿O qué? ¿O… para? No. Lo necesitaba de forma imperiosa, y lo necesitaba ya.
Se metió un poco más. Me estremecí contra él, deseando ser capaz de atraerlo hacia mí de alguna manera, pero me mantuvo firmemente inmovilizada. A su merced.
—Blake —le rogué mientras le clavaba los dedos en las caderas. Sus músculos tensos se encogieron bajo mis dedos.
Por fin, se inclinó sobre mí y me empujó hasta que mi espalda quedó apoyada en la mesa. Deslizó las yemas de sus dedos por mi mejilla, luego sobre mis labios, y finalmente los apoyó en mi garganta. Me agarró por la cadera con la mano libre, y, sin previo aviso, se metió de golpe dentro de mí. Nuestros cuerpos se unieron con un chasquido. Un grito incontrolable se me escapó entre los labios, y él se apresuró a taparme la boca para apagar el sonido.
Todo mi ser le rodeó. Mis muslos se pegaron a su cuerpo inmóvil, a la espera de más. Me aferré al borde de la mesa con manos temblorosas para conseguir un punto de apoyo. En algún lugar dentro del ansia enloquecida de su posesión, quise que llegara hasta lo más profundo de mí. En su siguiente empujón, lo hizo. Alimentó el calor ardiente de mi cuerpo necesitado, una y otra vez.
Traté de guardar silencio, pero unos cuantos jadeos y gemidos se me escaparon entre los labios para estrellarse contra el escudo caliente que era la palma de su mano.
Cuando recordé que nos podrían descubrir, todas mis sensaciones quedaron impregnadas con el cosquilleo del miedo. Mi piel se calentó de un modo insoportable. Arqueé la espalda alejándola de la mesa con su nombre en los labios. No quería que nos pillaran, pero no hubiera podido guardar silencio aunque me fuera la vida en ello.
Blake me provocaba eso. Hacía que mi cuerpo y mi mente se rebelaran contra la propia razón. Respiraba de forma afanosa mientras me follaba sin parar, y su silencio parecía atrapado en el musculoso abultamiento de su mandíbula. Apartó la mano de mi boca y rodeó uno de mis pechos, todavía cubierto de tela. Estrujó con un apretón firme el duro pezón que había debajo. Me mordí el labio para ahogar un gemido.
Algo de justicia kármica flotaba en el aire mientras nos adentraba cada vez más y más en nuestro mutuo placer. Allí era donde habíamos comenzado. Cerré los ojos recordando lo mucho que lo había deseado, contra toda razón lógica. Ya era mío. Completamente mío.
Había fantaseado muchas veces sobre las diferentes maneras en las que podría haber terminado el primer día en su sala de juntas. Aquella era una de ellas. A pesar de lo mucho que lo odiaba entonces, mi cuerpo lo deseaba todavía más. Me estremecí cuando el comienzo de un clímax se apoderó de mí. La fantasía hecha realidad me estaba empujando al borde mismo del orgasmo.
—Me imaginaba esto… Blake, quería esto.
La confesión me salió a borbotones, con todos los demás sonidos prohibidos disparados entre los labios.
Sin previo aviso, salió de mí, lo que provocó que mi lento ascenso hacia el clímax quedara interrumpido de forma abrupta. Abrí los ojos de golpe. Antes de que pudiera hablar, me bajó de la mesa y me dio la vuelta para ponerme boca abajo. Mis caderas quedaron aprisionadas contra la dura mesa. Blake se inclinó sobre mí, con su erección lubricada por mi excitación y apretada contra mi trasero desnudo. Una descarga de energía saltó entre nosotros, tensa y tenue. El corazón me latía con un repiqueteo contra la mesa. Extendí las manos a ambos lados, preparada para lo que quiera que estuviera pensando Blake. Su aliento me besó el cuello. Mi coño se contrajo, desesperadamente vacío sin él.
—Blake —gemí retorciéndome hacia él para estar más cerca.
—Así es como te quería, Erica. Te quería doblada sobre esta mesa, gritando mi nombre. No pude oír ni una sola palabra de mierda de todo lo que me estabas diciendo.
Me separó las piernas a rodillazos. Apreté las manos hasta cerrarlas formando puños y con las caderas presionadas hacia atrás. Un momento después, estaba dentro de mí otra vez y me llenó por completo con un fuerte empujón.
Solté un pequeño grito antes de poder contenerme.
—¡Blake!
Mi cuerpo estaba a su merced, con mi mejilla pegada contra la fría superficie pulida de la mesa. No logré imaginarme nada más intenso que lo que estaba experimentando en ese momento. El cuerpo me vibraba sintiéndome lanzada a una sensación cada vez mayor de ir acercándome al cielo.
—Me llegas tan dentro.
Cada vez que me llenaba, me recorrían oleadas de placer.
—Todavía no te he mostrado lo dentro que puedo llegar.
Antes de que me diese tiempo a inspirar y prepararme, me agarró de las caderas. Tiró de mí hacia a él y se introdujo más en mis tejidos sensibles. Algo a medias entre un grito y un gemido me retumbó a través del pecho, pero, antes de que escapara entre mis labios, la mano de Blake estaba allí para silenciar la siguiente serie de gritos mientras él me penetraba con fuerza.
Con las manos apretadas y los dedos de los pies encogidos, me corrí intensamente y me quedé floja encima de la mesa, exhausta, pero Blake seguía empalmado como siempre.
—Córrete, Blake. Deprisa —le susurré.
La idea de que Greta pudiera entrar y descubrirnos me devolvió el sentido común, y otra ola de miedo me recorrió las venas.
Me soltó la cadera y se quedó inmóvil dentro de mí.
—Ha sido demasiado rápido. Creo que tenemos tiempo para uno más, ¿verdad?
Blake se retiró ligeramente. Colocó la mano debajo de mi cintura, encontró mi clítoris y presionó con firmeza. Salté con una sacudida, tensa porque acababa de correrme. Aquello amenazaba con llegar a más. Con cada caricia, me acercaba más, me llevaba más arriba.
Aquello no era un polvo rápido. Me estaba destruyendo, y yo me estaba deshaciendo.
Solté varias palabrotas, sin importarme ya dónde estábamos. Insensata, impotente, perdí todo sentido del decoro y de la educación, mientras Blake no paraba de follarme, moviendo las caderas con cada golpe que daba para penetrarme, masajeándome las estrechas paredes del coño desde dentro.
Mi orgasmo se acercó como una tormenta retumbante en la lejanía, hasta que segundos más tarde acabó tronando por todo mi cuerpo. Lo pude ver, convertido en unos destellos intermitentes de luz brillante detrás de los ojos. Dios, lo sentía como un tornado que atravesaba a toda potencia mi fuero interno y se extendía por todas y cada una de mis extremidades.
Sobrepasada por la sensación, di una palmada contra la mesa y dibujé un rastro húmedo hasta mi costado. Ahogué los gritos contra la mesa porque los esfuerzos de Blake para mantenerme callada al parecer se habían visto sustituidos por la tarea específica de follarme con toda la fuerza que podía.
—¡Erica!
El gemido ahogado de Blake salió desgarrador de sus pulmones. El único sonido que podía haberse oído fuera de las paredes de aquella sala resonó en las paredes, y ambos nos quedamos exhaustos sobre la mesa. El cuerpo de Blake me cubrió mientras nos esforzábamos por recuperar el aliento. Apartó los dedos de mi cuerpo, y el coño me empezó a palpitar alrededor de la polla dura que todavía latía dentro de mí.
Algo mareada y deliciosamente aturdida, a duras penas me di cuenta de que no nos habían pillado. El pensamiento desapareció cuando Blake salió de mi interior. Un escalofrío me recorrió la piel expuesta.
—Date la vuelta. Déjame limpiarte.
Me levanté apoyándome en las manos y me volví sobre unas piernas temblorosas. Me sostuve en pie débilmente apoyada en la mesa. Blake recogió mis bragas del suelo. Mantuvo la mirada baja, concentrado en la tarea de limpiarme la piel hipersensible con la prenda. Miré hacia abajo, hacia él, con ganas de verle los ojos, pero casi con miedo de encontrarme con su mirada después de lo que habíamos hecho allí. Si Greta supiera la verdad…
Un par de golpes en la puerta hicieron que me irguiera por completo y que bajara de un tirón el vestido para cubrir mi desnudez.
—Mierda. ¡Blake! —le dije con una voz que era un susurro lleno de pánico.
—Tranquila. Yo me encargo.
Se metió las bragas en el bolsillo y luego se remetió la camisa antes de abotonársela. Me aparté de la mesa mientras él se acercaba a la puerta, e intenté desesperadamente arreglarme el peinado totalmente deshecho. Con el ceño fruncido, abrió la puerta sólo lo suficiente como para poder hablar con quienquiera que hubiera llamando, lo que me mantuvo cuidadosamente oculta de cualquier mirada indiscreta.
—Greta, te dije…
Ella interrumpió su tono de reprimenda con una rápida disculpa, pero su voz era tan baja que apenas logré oírla. Blake volvió la cara para mirarme, y su rostro reveló la agitación que sentía. Luego salió de la estancia sin decir ni una palabra, y me dejó para que me recompusiera por mi cuenta.
Me dejé caer en una de las sillas. Mientras me esforzaba por calmar el temblor en las manos, traté de razonar sobre la amenaza del peligro a que nos descubrieran y cómo había logrado que el corazón se me acelerara de ese modo. «Mierda.» Algo acerca de esa ocasión, algo diferente, me había dejado inerme de una forma totalmente nueva.
Mi cuerpo todavía se estremecía y palpitaba donde él había estado. Blake tenía razón. Cualquiera podría haber entrado en cualquier momento, y a mí no me habría importado. A veces no reconocía a la persona en la que me había convertido, la amante tan embelesada por las caricias de Blake, la forma en que me ponía a prueba en todos los sentidos. Me llevaba a la excitación constante, pero yo no quería que fuera de otra manera.
Inspiré hondo por la nariz, decidida a reponerme. Comprobé tres veces mi aspecto en uno de los espejos decorativos de la sala. Pasado cierto tiempo, y al ver que Blake no volvía, me aventuré a salir. Greta estaba sentada en una postura rígida mientras tecleaba algo en su escritorio. Me hubiera gustado preguntarle dónde había ido Blake, pero no quería llamar la atención sobre algo que quizá podía haber oído. Las mejillas se me encendieron. Crucé el pasillo que llevaba hasta su despacho privado dentro del edificio Angelcom. Me acerqué a la puerta, que estaba abierta por apenas una rendija, y alargué una mano para abrirla, pero me paré en seco al oír el sonido de la voz de una mujer.
—¿Cuándo me lo ibas a decir, Blake?
Se me hizo un nudo en el estómago, y apreté con fuerza la mandíbula. Mis nervios, ya tensos de por sí, se dispararon al máximo. Yo conocía esa voz. La conocía y la odiaba.
Sophia.
—Te dije que este momento llegaría. No pensé que te resultaría tan impactante —le respondió Blake.
—Entonces, ¿por qué tengo que oírlo de boca de Heath? ¿No me lo podrías haber dicho tú mismo? Después de todo lo que hemos pasado.
Blake suspiró profundamente.
—Tienes una relación más estrecha con él. Supuse que querrías enterarte por él.
—Yo estaba más cerca de ti todavía antes de que me dejaras. Tener a Heath en mi vida no significa nada si tú no estás también en ella.
La voz de bajo tenor de Blake llenó el silencio momentáneo.
—No digas eso, Soph. Tu amistad significa mucho para él.
—Se trata de esa pequeña zorra, Erica, ¿verdad?
—Ten cuidado con lo que dices —le gruñó.
—Es ella la que te obliga a hacer esto, ¿verdad?
—Creo que los dos sabemos que no recibo órdenes de nadie, incluida tú. Tienes todas las conexiones que necesitas. Tu negocio ha demostrado tener buenos beneficios durante más de dos años. No hay ninguna razón para que mantenga mi inversión llegados a este punto. Tenemos un acuerdo, y es el momento de que me salga.
—Y ¿qué hay de nosotros?
El tono agresivo de la diatriba de Sophia se suavizó en aquella última palabra, teñida con la suficiente emoción suplicante como para hacer que cerrara los puños. Recé brevemente para que Blake no diera marcha atrás.
—¿Qué hay de nosotros?
Ella dudó un momento.
—Esa mujer está tratando de mantenernos separados. ¿Es que no te das cuenta?
El silencio se prolongó durante varios segundos, y la verdad de su acusación se apoderó de ese espacio de tiempo con una certeza absoluta. Yo quería que Sophia apartara sus garras de Blake de una vez por todas, y los tratos que él tenía con su negocio era lo último que lo unía a ella y a la relación romántica que habían mantenido.
—Esto es lo mejor, para todos —dijo en voz un poco más baja.
—No me hagas esto —le suplicó—. No dejes que esa mujer te haga esto. Que nos lo haga a nosotros.
—No hay ningún «nosotros», Sophia. Lo que teníamos se ha terminado. Terminó hace ya mucho tiempo, y lo sabes.
—No tiene que terminar. Estoy mejor ahora. Sólo deja que te lo demuestre. Yo sé lo que necesitas. Esto…, lo que estás haciendo por ella…, esto no eres «tú». Necesitas una sumisa, alguien que pueda apreciar todo lo que puedes darle. Ella necesita un mentor, no un amo. Te necesito, Blake. Nos necesitamos el uno al otro. ¿Cómo es posible que no seas capaz de verlo?
Oí movimiento y me aparté de la puerta. Tenía la imaginación fuera de control, llena de posibles situaciones enloquecidas sobre lo que podría estar ocurriendo fuera de mi vista. En todas las situaciones aparecía Sophia con las manos sobre Blake mientras intentaba seducirlo para que sucumbiera a sus ruegos desesperados. ¿Y si él se ablandaba? Ella tenía la costumbre de tocarlo como si tuviera todo el derecho a hacerlo. Pero no era así. Nunca más volvería a tener el derecho a ponerle las manos encima al hombre que pronto sería mi marido. Tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no irrumpir y decírselo a la cara.
—Tienes que irte. Se acabó.
—¿Qué puede hacer ella por ti que yo no pueda?
Blake dudó un momento antes de seguir hablando.
—Sophia…, nos vamos a casar.
A aquello le siguió un profundo silencio. Cerré los ojos.
Ella no lo sabía.
—¿Cuándo me lo ibas a decir? —le preguntó con voz temblorosa.
Blake suspiró profundamente de nuevo.
—No lo sé. ¿Acaso importa?
Sophia soltó una breve risa, un sonido delirante que hizo que me preocupase de lo que podría hacer a continuación.
—Supongo que no. Así que, ¿ya está? Ella es todo lo que siempre has querido.
Consideré el silencio de Blake como una afirmación. Recé para que lo fuera.
—Me imagino que ha recorrido un largo camino desde que la azotaste en aquella ocasión. ¿Sabe lo del club?
—No, y nunca lo sabrá —le replicó Blake.
Aquella risa suave e ingenua de nuevo.
—Me tomas el pelo. Estás dispuesto a pasar la eternidad con ella, y ella ni siquiera sabe quién eres.
—Ella lo sabe muy bien, créeme.
—¿No crees que debería saberlo?
—Basta —le cortó, y la palabra salió como una amenaza.
—Blake… —le suplicó de nuevo.
Me la imaginaba en sus rodillas, rogándole, como la sumisa natural que había sido para él. Dispuesta a entregarle todo a él si él simplemente cedía a sus súplicas.
—Nunca nos diste una oportunidad —le susurró.
—Nunca tuvimos una oportunidad —le respondió él, y el bajo timbre de su voz apenas fue audible.
—No nos hagas esto —sollozó ella.
—Márchate, Sophia. No hagas que esto sea más difícil de lo que debe ser.
El movimiento se acercó a la puerta y di un paso atrás, con el corazón acelerado a la espera de ver a Sophia en carne y hueso.
—Lo que tú quieras, Blake, pero no creo que esto sea lo que tú quieres —le espetó—. Te vas a arrepentir de esto. Los dos sabemos que te vas a arrepentir.
La puerta se abrió de golpe y a Sophia se le escapó un jadeo de sorpresa. Entrecerró los ojos con rapidez. El rímel corrido era la única imperfección en su cara sin defectos. Su largo cabello castaño lacio caía fluyendo sobre sus hombros y la parte superior de la chaqueta de cuero de diseño.
—Tú. —La palabra pareció contener todo el desprecio que sentía. Los ojos le brillaban por las lágrimas. Quizá se trataba de unas lágrimas de frustración, pero reconocí el sentimiento: un amor salvaje e indómito. Un amor que rompía la barrera de la razón—. Tú eres lo que él quiere.
—Márchate, Sophia. Ya.
Blake se agarró a los bordes de la puerta, detrás de ella. El aspecto de puro desdén en su rostro me satisfizo tanto como me hizo sentir mal. Yo quería que la expulsara de su vida. Quería que Sophia no fuera más que la suciedad que tenía debajo de sus pies. Pero no podía negar que, si algún día me miraba como la miraba a ella, eso me destruiría.
Sophia dio un rápido paso hacia mí, pero yo me mantuve firme. Por mucho que sus palabras me desgarraran, que amenazaran con exponer todas mis inseguridades respecto a mi relación con Blake, no podía dejar que lo viera. El hombre que podía tener a quien quisiera me quería a mí, sólo a mí. Levanté la barbilla y me sentí agradecida por los tacones que llevaba puestos, que me proporcionaban la altura suficiente como para mirarla directamente a los ojos.
—Exacto. Yo soy a la que él quiere. Ahora ¿por qué no eres una buena chica y te largas?
—Anda y que te follen —me soltó.
—Lo acaba de hacer. Ahora lárgate. No te quiere aquí.
Una mueca estropeó los rasgos perfectos de su cara.
—Yo le convertí en quien es, Erica. Los años que estuvo dentro de mí serán los años que nunca será capaz de olvidar, da igual lo que hagas. Piensa en eso en tu boda.
—¡Sophia!
La cara de Blake se retorció con una mueca de ira a la vez que daba un paso hacia ella con ademán intimidante.
Sin mirar atrás, Sophia se marchó por el pasillo y nos dejó a solas. Quise sentir alivio, pero la rabia y la incertidumbre me sacudían en esos momentos y hacían que me temblaran las manos.
Cuando Blake volvió a entrar en su oficina, lo seguí. Cerré la puerta y pegué la espalda en ella, porque necesitaba un punto donde apoyarme. Me quedé mirando su silueta mientras él contemplaba a través de la ventana el horizonte de la ciudad que se extendía al otro lado.
Quería hablar con él, pero me pregunté cómo podría impedir que mis emociones salieran a la superficie después. Quería que arreglara aquello, que borrara las cosas tan terribles que ella había dicho. Sus palabras aún me escocían, como si me hubiera golpeado físicamente con ellas. Mi parte egoísta quería creer que mis palabras le habían producido el mismo efecto a ella.
—Lo siento —me dijo por fin.
—¿El qué?
Se dio la vuelta y me inmovilizó con los mismos ojos verdes que me tenían a su merced hacía sólo unos minutos.
—Que estuviera aquí. Que te molestara.
—¿Por qué estaba aquí?
Tenía mis sospechas, pero quería que me las confirmara. Necesitaba saber que ya habían acabado, por completo y de manera irrevocable.
—Voy a retirar mi inversión de su empresa, y la obligo a que me la compre. —Se pasó una mano por el cabello—. Es lo que querías, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno, pues ya lo tienes.
—¿Querrías que no te lo hubiera pedido?
No pude ocultar el tono de reto en mi voz. No quería oír ningún pesar en la suya. Se pellizcó el puente de la nariz.
—Tenía que hacerlo, tarde o temprano. A veces es más fácil apaciguar a ciertas personas que enfrentarse a ellas. Sophia es una de esas personas.
—Es mejor que ser su rehén para siempre, ¿verdad?
—Ya veremos. Está acostumbrada a conseguir lo que quiere.
—¿Qué quería decir con…? —Dejé escapar un suspiro, y me pregunté hasta qué punto quería presionarlo después de la mañana que habíamos tenido—. El club —terminé en voz baja.
Sus ojos no se despegaron de los míos.
—¿Qué pasa con eso?
Le observé atentamente. La contracción nerviosa de la mandíbula confirmaba todo lo que había oído, pero no quería decirme nada.
—Cuéntame.
Se me acercó con lentitud, caminando con pasos cautelosos, hasta que quedamos cara a cara. Yo seguí con la espalda pegada a la puerta, cuando apoyó la palma de la mano al lado de mi cabeza. Se irguió sobre mí, y varios segundos vacíos en silencio se sucedieron entre nosotros.
—Ese lugar está en el pasado, y ahí es donde se quedará. ¿Me entiendes?
Inspiré varias veces de forma irregular. Por mucho que quisiera saberlo, me pregunté si debía.
—Puedes contármelo, Blake.
Sus labios se abrieron una fracción de segundo. Llena de una emoción sin nombre, su mirada me recorrió por completo. Antes de que uno de los dos pudiera decir una sola palabra, me atrapó la cara entre las manos y unió nuestras bocas. Lo hizo de un modo brusco, con sus labios convertidos en una fuerza casi dañina contra los míos, como si estuviera tratando de borrar los veinte minutos anteriores. Tal vez simplemente estaba tratando de borrar el pasado. A veces nos perdíamos así y lo olvidábamos todo. Pero ni siquiera el ardor de su pasión podía hacer desaparecer lo que se había dicho y todo lo que había oído.
Lo empujé hacia atrás y nos separé. Los jadeos entrecortados me quemaban los pulmones y las lágrimas amenazaron con salir a borbotones. Aquello era un pozo de emoción que esa mañana había aflorado.
—Joder, dímelo.
La adrenalina, el amor y la pizca de miedo que acompañaron al enfrentamiento con el lado sin concesiones de Blake me palpitaron por las venas. Me rodeó con los brazos y tiró de mí en un abrazo firme contra el que fui incapaz de luchar. Su aliento me acarició el cuello, los labios, con más suavidad esta vez, casi resignado mientras se deslizaba por encima de mi pulso. El modo tan tierno en el que se movía sobre mí casi exigía que me relajase y que dejara de luchar contra él. Me ablandé, porque quería que él arreglase todo aquello.
—Déjalo. Por favor. —Rozó su mejilla contra la mía—. Simplemente déjalo estar.
Apreté los ojos cerrados y le devolví el abrazo deseando con todas mis fuerzas poder hacerlo.