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Dos semanas antes

Deslicé mis manos frías arriba y hacia abajo por los lados del vestido. Me había arreglado para dar una buena impresión. Sabía que era una tontería. Sobre todo, porque aquélla no sería exactamente una primera impresión.

—¿Quieres café?

Blake se acercó hasta donde yo estaba y me ofreció una taza humeante. Iba vestido con unos pantalones vaqueros de color azul oscuro y una camisa blanca que hacía que le brillara la piel. La tenía bronceada por nuestra estancia en la casa de la playa, el lugar donde fuimos a escapar del bullicio de la ciudad y a cargar las pilas. Ese día, como todos los demás, Blake me dejó sin aliento. Parecía recién salido de un catálogo, pero había algo más en él que su impresionante apariencia atractiva. Toda su presencia tenía la capacidad de hacerme perder el equilibrio. A veces, cuando no estaba prendada de su perfección, me preguntaba si yo también le provocaba algo así.

—Gracias —murmuré.

Nuestras manos se rozaron cuando tomé la taza, y dejé que su calor me impregnara los dedos.

—Llámame «tonto», pero te veo nerviosa.

Tomó un sorbo de su café y ladeó la cabeza.

Me quedé mirando el líquido cremoso, dejé que el fuerte aroma me llenara la nariz y traté de imaginarme lo que traería la siguiente media hora. Estar allí con Blake a mi lado debería haber sido un pequeño, un gran, apoyo, pero no fue así.

—No puedo evitarlo.

Él se rio en voz baja.

—No tienes absolutamente ninguna razón para estarlo. Lo sabes, ¿verdad?

Para él era fácil decirlo. Al otro lado de la habitación, un joven alto estaba hablando con algunos de los demás inversores. A esas alturas, a muchos de ellos ya los llamaba por el nombre de pila, pero no podía pasar por alto que eran los creadores y destructores de sueños. Eran hombres, en mayor o menor medida, como Blake. Algunos se habían hecho a sí mismos, y otros habían tenido éxito en sus carreras profesionales y habían decidido tener como afición convertirse en patrocinadores de inversiones explorando nuevas ideas interesantes.

El joven tenía la mandíbula muy apretada, y sus movimientos eran espasmódicos bajo una sonrisa tensa y unos ojos muy abiertos, como si se hubiera bebido todo el café de Boston esa misma mañana.

—Ésa era yo hace unos meses —comenté—. Es aterrador, y nunca sabrás lo que se siente. Además, probablemente todavía sufro de estrés postraumático por toda la mierda por la que me hiciste pasar en esta sala. ¡Dos veces!

La expresión divertida de Blake no mostraba en absoluto todo el remordimiento que estaba tratando de hacerle sentir. Hacía tan sólo unos pocos meses, nos habíamos visto cara a cara en aquella misma habitación, un encuentro que puso en marcha una serie de acontecimientos inesperados: nuestra vida juntos tal y como la conocíamos.

—Veo que estás realmente desolado por aquello —añadí tratando de parecer molesta mientras soplaba una nube de vapor de mi café.

—Fui un idiota. Lo admito.

—Un auténtico capullo —le corregí.

Una sonrisa arrogante le curvó los labios.

—Está bien, pero no puedes hacer que me arrepienta de un solo segundo de aquel día, porque ahora te tengo.

Su mirada de ojos verdes se quedó clavada en la mía mientras permanecía de pie frente a mí, con una postura relajada y envolvente. Sí, me tenía por completo. Mi nerviosismo desapareció poco a poco, y tuve que contener el impulso de borrarle esa sonrisa burlona con un beso delante de todos aquellos individuos trajeados. El hombre me enloquecía, en más de un sentido.

—¿Qué piensas? ¿Te arrepientes de algo? —me preguntó.

La expresión de sus ojos se oscureció como si pudiera leerme el pensamiento, y el hombre divertido y algo engreído quedó sustituido por el amante que tenía mi corazón en sus manos. Inspiré profundamente por la nariz, esperando la caricia que a menudo solía seguir a esa mirada. Una sencilla caricia tranquilizadora que contenía todo el amor que sentíamos el uno por el otro.

Pasó los dedos con suavidad a lo largo de mi mandíbula y bajó la cara hacia un lado de la mía. El suave beso con el que me rozó la mejilla podría haberse confundido con un saludo discreto entre colegas y llenó el aire entre nosotros con su olor. Dejé de respirar y atrapé su esencia en mis pulmones. Quería estar inmersa en aquello, cubierta por ese aroma masculino tan único.

Se apartó y volvió a adoptar su actitud relajada delante de mí. Se llevó la taza de café a sus bellos labios una vez más, cuando yo los quería contra los míos otra vez. Dios, la tortura sensual que había soportado a merced de aquellos labios.

Cerré los ojos y sacudí la cabeza. No había palabras. Ni arrepentimientos. Él tenía razón. Todos los altibajos, por muy dolorosos que fueran, habían merecido la pena. Habíamos cometido errores. Nos habíamos hecho daño el uno al otro, pero, de alguna manera, habíamos salido de todo aquello fortalecidos. Él conocía mi corazón, y yo conocía el suyo. No podía adivinar el futuro, pero no podía imaginarme al lado de nadie que no fuera Blake.

—¿Todavía nerviosa? —murmuró.

Abrí los ojos para encontrarme de nuevo cara a cara con su sonrisa de diversión, pero con una nueva calidez en sus ojos.

—No —admití, demasiado consciente de nuestra falta de privacidad y nerviosa por el cambio repentino en el ambiente entre nosotros. Traté de hacer caso omiso del modo en el que mi corazón se hinchaba contra las paredes del pecho, ese recordatorio sin nombre de lo desesperadamente que lo amaba. Era una esclava de ese hombre y del cuerpo que destrozaba una y otra vez mi capacidad para comprender la vida más allá de nuestro dormitorio. En ese momento me hubiera gustado que estuviéramos solos, ser libre para tocarlo. Ansiaba tocarlo.

—Bien. Esto va a ser divertido, te lo prometo.

Se colocó a mi lado y deslizó su brazo alrededor de mi cintura para acariciarme con unos leves círculos trazados por sus dedos en la parte baja de la espalda.

Tal vez aquello ya no era tan informal. Blake encontraba el modo de dejar claro a todo el mundo que yo era suya sin importar dónde estuviéramos. Ya fuera en la sala de juntas o en el dormitorio, nunca dejaba lugar a muchas dudas. No puedo decir que me importaba. Lo que yo quería en ese momento era apoyarme en él, respirar su olor y dejar que el mundo desapareciera entre sus brazos.

—Empezaremos dentro de pocos minutos. ¿Quieres comer algo? No has desayunado —murmuró, con su cálido aliento en mi cuello.

Negué con la cabeza.

—No, gracias. —Me callé un momento, pero fui incapaz de hacer caso omiso a la pequeña duda que no dejaba de crecer en mi cabeza—. Blake…

—¿Qué pasa, cielo?

Su voz me sonó tan dulce como el apodo que me había puesto cuando salió de sus preciosos labios. Y la forma en que me miraba… Podría pedirle el diamante Hope en una bandeja de plata y tenía pocas dudas de que iba a encontrar una manera de ponérmelo delante.

—¿Estás seguro de que me quieres aquí?

Hizo una mueca y estropeó sus hermosos rasgos con un leve fruncimiento del entrecejo.

—¿Qué quieres decir? Por supuesto que sí. Te puse en esta junta por varias razones, y no todas eran egoístas. Te mereces estar aquí tanto como cualquiera de estos tipos.

Puse los ojos en blanco.

—Lo dudo mucho.

—Tienes tu propia experiencia, tanto fracasos como éxitos, que traes aquí y ahora. Ya lo sabes.

La presencia tranquilizadora de su mano en mi espalda desapareció, sustituida por una suave caricia que me subió por el brazo hasta volver a mi mejilla. Me levantó la barbilla hasta que él fue todo lo que pude ver, todo en lo que pude pensar.

—No lo dudes lo más mínimo, Erica. No vuelvas a dudar de lo mucho que vales.

Negué levemente con la cabeza.

—Supongo que estoy preocupada de que esas razones tengan más que ver con… nosotros que con que yo merezca estar aquí. ¿Qué pasa si no tengo nada que aportar? No quiero avergonzarte delante de toda esta gente.

Giró su impresionante cuerpo para quedar encarado con el mío.

—Escúchame bien. Éste es su primer intento como posible inversora, así que no pasa nada si estás un poco nerviosa. Tú sólo debes hacer las preguntas que te vengan a la cabeza. Si no te viene ninguna, probablemente tenga mucho más que ver con el pobre chico de ahí que está a punto de vomitar su desayuno que contigo. Él es quien tiene el culo en plena revisión, así que hazte un favor: tómate el café, camina hacia allí como si fueses la dueña de este puto lugar, porque dentro de unas semanas, cuando seas mi esposa, lo serás, y haz lo que mejor se te da. Sé una jefa. Busca talentos y decide si la empresa de este tipo es digna de una segunda mirada.

Me tragué la emoción que me ardía en la garganta. Me dejaba totalmente asombrada la fe que tenía en mí. Por otra parte, no había mucho de Blake que no fuera completamente abrumador y asombroso.

—Eres increíble, lo sabes, ¿verdad?

Su expresión seria se suavizó un poco con una sonrisa que también se asomó a sus ojos. La felicidad de Blake lo era todo para mí. Quise aferrarme a ella, unirla a la mía, y quedarme así todo el tiempo que pudiéramos. Con suerte, para siempre.

Cerré los ojos y disfruté de ese breve momento entre nosotros. Sus labios se posaron sobre mi frente con un beso suave.

—Ahora, vamos a buscar nuestros asientos antes de que mande a todos a casa y te haga el amor de forma apasionada encima de esa mesa. Me está costando mucho mantener las manos lejos de ti en este momento.

Levanté la vista tratando de no dejarme llevar mentalmente por esa fantasía.

—Es un poco temprano por la mañana para andar con falsas amenazas —bromeé con una media sonrisa.

Sacó un poco la lengua y la deslizó sensualmente por la parte inferior de sus dientes.

—No es una falsa amenaza, y creo que lo sabes. Ahora mueve ese precioso culo hasta allí e impresióname.

Esperé un segundo para que el sonrojo desapareciera de mi cara antes de encabezar la marcha hacia la larga mesa de conferencias donde los demás ya estaban comenzando a sentarse. Nos sentamos también y Blake carraspeó para aclararse la garganta, antes de bajar la mirada hacia el papel que tenía ante él.

—Hola a todo el mundo, os presento a Geoff Wells. Ha venido para presentar su proyecto, unas aplicaciones de tecnología portátil.

Geoff era joven, tenía poco más de veinte años. Era delgado, de piel pálida, y el cabello rubio oscuro le caía en una larga melena sin peinar que le llegaba hasta los hombros. Tenía toda la pinta de un programador. Mantenía sus brillantes ojos azules muy abiertos, recorría las caras rápidamente con la mirada, y la nuez de la garganta le bajaba y le subía cada vez que tragaba saliva mientras esperaba a que todas las personas sentadas frente a él se acomodaran. Dios, cómo lo sentía por aquel chico. Cuando nuestras miradas se cruzaron, le sonreí. Quizá podría ser la cara amable en la multitud. Él me devolvió la sonrisa, y me pareció que relajaba un poco su postura.

—Gracias por venir, Geoff —le dije. Estaba tan nerviosa como él, y querer que se sintiera más a gusto me ayudó a salir de mi concha. Señalé con un gesto de la barbilla la pila de papeles que tenía delante de él—. Háblanos de tu idea.

Se irguió e inspiró hondo.

—Gracias por invitarme. He trabajado en programación la mayor parte de mi vida, pero en los últimos años me he concentrado específicamente en el desarrollo de aplicaciones. Como muchos de ustedes ya sabrán, vamos a ser testigos de un nuevo mercado emergente en el espacio de la tecnología durante el próximo año. Los programas, en concreto, las aplicaciones para tecnología portátil.

Geoff se lanzó a explicar los detalles de su proyecto. Habló de forma animada, del mismo modo en que Sid y yo a veces hablábamos acerca de nuestra empresa entre nosotros y con los demás. Todos nosotros, Sid, Blake, James y yo, vivíamos en otro mundo, en nuestra propia burbuja de alta tecnología. Hablábamos un idioma diferente. Yo no era una programadora nata, pero me encantaba la parte comercial de la tecnología y disfrutaba de nuestro pequeño microcosmos raro. Estaba claro que Geoff también vivía en ese mundo, y posiblemente no saliera mucho de él, por lo que dejaban entrever su tez y su cabello descuidado.

A lo largo de los siguientes quince minutos, Geoff explicó todos los detalles de alto nivel de su plan para ampliar las aplicaciones que ya había creado. Pasó por todos los puntos precisos que yo me había grabado en la cabeza cuando estaba preparando mi oferta a Angelcom meses atrás. Mientras hablaba, reconocí la pasión y el talento de Geoff. Aparte de eso, pensé que la idea era bastante interesante. Apunté unas cuantas cosas en el bloc de notas que tenía delante de mí, impaciente por tener la oportunidad de hacerle preguntas y con la secreta esperanza de que Blake estuviera tan entusiasmado como yo con aquella idea.

El teléfono de Blake se iluminó en silencio, distrayéndolo de la presentación. Le lancé una mirada. Cuando no se dio cuenta, le di con la punta del zapato. Su ceño se encontró con el mío, y una pequeña sonrisa de reconocimiento lo reemplazó. Miró hacia delante, concentrado en la única persona que debía retener su atención en ese momento.

—¿Qué aplicaciones has programado hasta ahora? —le preguntó Blake cuando Geoff se calló un momento durante la presentación.

—Tengo un puñado de aplicaciones integradas para las principales plataformas que se van a presentar dentro de pocos meses.

—¿Con qué rapidez crees que puedes sacar más aplicaciones al mercado?

—Depende de la financiación. Necesito muchos más desarrolladores especializados en las diferentes plataformas de trabajo de los diversos proyectos. En este momento, prácticamente sólo estoy yo.

—¿Tiene más ideas ya preparadas? —le pregunté.

—Tengo varias. Las especificaciones técnicas ya están listas para comenzar. Sólo necesito más manos a la obra para empezar y que podamos ofrecerlas antes de que alguien más lo haga.

Asentí con la cabeza mientras realizaba un cálculo rápido para hacer coincidir su solicitud de financiación con la planificación que teníamos delante. Miré a un lado, con la esperanza de ver en los ojos de Blake una chispa de interés, pero él volvió a mirar a Geoff antes de que yo consiguiera captar su mirada.

—Está bien, Geoff, creo que hemos cubierto todos los puntos básicos. ¿Tienes algo más?

Geoff negó con la cabeza.

—Creo que lo que he dicho es la esencia del proyecto, a menos que tengan más preguntas.

Blake miró a su alrededor, hizo una llamada tácita para las preguntas. Cuando le respondieron una serie de asentimientos silenciosos, les indicó con un gesto a los señores que estaban frente a nosotros que hablaran.

—¿Qué les parece, caballeros? ¿Listos para decidir?

El primer hombre, que también había estado en mi examen de proyecto, pasó rápidamente. También había pasado en el mío. Geoff se mordisqueó el interior de la mejilla.

Los siguientes dos inversores también pasaron, y me sentí tremendamente angustiada por Geoff. Su mirada se posó en Blake, con el típico terror a ser totalmente rechazado reflejado en su cara. Blake hizo chasquear varias veces su bolígrafo.

—Creo que yo… —Hizo una pausa, y se tomó otro momento para darse unos golpecitos con el bolígrafo en los labios—. Creo que voy a dejarle la decisión a la señorita Hathaway en este caso.

Me señaló, aunque estaba justamente a su lado. Me quedé un poco con la boca abierta. Me encantaba la idea de Geoff, pero, mientras pasaban los segundos, seguí esperando que Blake fuera el encargado de tomar la decisión. Blake colocó un brazo sobre el respaldo de la silla y me dirigió una sonrisa torcida. Qué cabrón.

En ese momento, Geoff parecía ya tan confundido como aterrado, con el rostro todavía más pálido de lo que lo tenía normalmente.

—Me gusta —le dije rápido.

A Geoff se le iluminó la cara.

—¿Sí?

—Sí. Me gusta todo lo que he visto hasta ahora. Creo que muestra un potencial increíble. Me gustaría saber más acerca de tus ideas sobre aplicaciones concretas.

Una amplia sonrisa apareció en su cara.

—Muchas gracias. Cualquier cosa que necesite saber…

—¿Cómo lo tienes la próxima semana, Geoff? —intervino Blake llamando la atención de Geoff y desviándola de mí.

—La próxima semana me va muy bien. Bueno, cualquier momento que le venga bien, por supuesto.

—Estupendo. Haremos que Greta organice algo en la recepción. —Blake miró a los demás hombres—. Señores, gracias por venir. Creo que con esto ya hemos terminado.

Los demás inversores se levantaron poco a poco con nosotros. Geoff recogió sus notas y rodeó la gran mesa hasta donde yo estaba.

—Muchas gracias por esta oportunidad.

—No hay problema. Estoy impaciente por comprobar algunas de las cosas que has diseñado. —Le dediqué una sonrisa cordial y le estreché la mano—. Soy Erica Hathaway, por cierto.

Blake se levantó a mi lado y le tendió la mano, y su apretón fue firme.

—Se va a convertir en Erica Landon dentro de pocas semanas. Soy Blake, su prometido.

La sonrisa de Geoff se ensanchó.

—Es genial conocerlo en persona, señor Landon. He oído hablar mucho de usted.

—¿Sí? Bueno, todo es verdad. —Blake se rio en voz baja antes de que algo llamara su atención al otro lado de la estancia—. Disculpa. Tengo que ir a hablar con alguien. Pero enhorabuena, Geoff. Erica tiene gustos muy exigentes, así que estás de suerte de tenerla de tu lado.

Puse los ojos en blanco y le di un pequeño codazo para que se marchara.

—Vete y déjanos hablar.

Blake me sonrió y nos dejó.

—Lo siento. Es… Bueno, no te sientas mal. A mí me horrorizó cuando presenté mi primer proyecto.

—¿Lo hizo aquí?

Me encogí de hombros, todavía incrédula ante el hecho de que en ese momento yo estuviera sentada en el otro lado de la mesa tan sólo unos pocos meses más tarde.

—Sí, en cierto modo, así es como nos conocimos.

—Vaya. Sí que debió de gustarle su idea.

Me reí y luché por contener el rubor que sin duda me estaba coloreando la cara. «Algo le gustó, sí.»

—Blake es una gran persona a la que tener en tu equipo. Me ha enseñado mucho. —Metí la mano en mi bolso y le di mi tarjeta—. Aquí tienes mis datos por si tienes que ponerte en contacto conmigo para cualquier cosa. Quizá quiera hacerte unas cuantas preguntas más antes de nuestra reunión, aunque tengo que dejar que toda esa información repose un poco antes.

—Por supuesto. —Leyó con atención la tarjeta—. ¿Clozpin?

—Es mi nuevo proyecto empresarial.

Decidí no mencionar que Blake se negaba a imprimir mis tarjetas de Angelcom hasta que cambiara mi apellido. El puñetero era muy posesivo.

Geoff levantó la mirada, con su sonrisa de euforia convertida ya al parecer en un rasgo permanente de su rostro.

—Increíble. Estoy impaciente por echarle un vistazo.

—Estaremos en contacto, ¿de acuerdo?

—Genial, gracias de nuevo.