
«Estaba enfadado con mi amigo: hablé con mi ira y ésta desapareció.
Estaba enfadado con mi enemigo: no hablé con mi ira y ésta creció.»
– WILLIAM BLAKE, «A Poison Tree».
El enfado es uno de los sentimientos más básicos, naturales y comunes que todos los seres humanos experimentamos. La manera de expresar ese enfado puede cambiar en las diferentes etapas de nuestras vidas, pero nunca dejaremos de sentirlo o de expresarlo. Los bebés lloran, los niños se quejan, los adolescentes se ponen de malhumor o se rebelan, los adultos discuten o se vuelven agresivos, y los ancianos se vuelven irritables y ariscos.
Los niños en particular no son suficientemente maduros para controlar el enfado y se les tiene que enseñar a expresarlo de maneras aceptables. Los jóvenes enfadados son más propensos a actuar de forma destructiva: a luchar, a mentir, a delinquir, a hacer campana en el colegio o a abusar de las drogas. Los niños que no consigan aprender a controlar su ira serán adultos con unos problemas de ira tan serios que arruinarán sus relaciones, perderán trabajos, desarrollarán problemas cardíacos o se encerrarán ellos mismos en la cárcel.
El enfado está ahí. El reto para los padres consiste en enseñar a sus hijos a reconocerlo, a aceptarlo y a controlarlo para que éste cause los menores trastornos posibles en la vida diaria y en las relaciones familiares. Los desafíos de ser padres son diferentes en función de la etapa de desarrollo por la que esté pasando el hijo. El objetivo con los niños pequeños quizá sea simplemente ayudarles a reconocer el enfado y a expresarlo apropiadamente. «Apropiadamente» suele querer decir verbalmente, o alguna otra expresión simbólica del enfado que no cause daño ni sea abusiva. El objetivo con los jóvenes quizás sea más pragmático: establecer normas y límites, imponerlos, y evitar las batallas interminables y las quejas.
Los niños pequeños tienen que saber reconocer sus sentimientos y expresarlos con palabras. Esto es especialmente importante con los sentimientos de ira. Si se niega la expresión verbal del enfado lo más probable es que éste se manifieste de alguna otra manera en su comportamiento. Los niños a los que no se les permite enfadarse, o se les castiga por ello, pueden desarrollar reacciones psicológicas como frecuentes dolores de cabeza o de barriga, o problemas para dormir o comer. Muchos niños jóvenes son agresivos e impulsivos por naturaleza, así pues una de las lecciones claves es «¡Dilo con palabras»! Aunque las palabras de enfado y las expresiones emocionales pueden sonar terribles, siempre son mejores que la violencia física. Hablar de qué nos hace enfadar, «sacarlo fuera», nos ayuda a ventilar algunos de nuestros sentimientos y a tranquilizarnos.
Cuando la expresión verbal no sea una buena opción, por ejemplo porque el objeto del enfado del niño no esté alrededor o porque el niño sea demasiado pequeño, algún tipo de expresión simbólica podría ser igual de útil. Escribir una carta puede ser perfectamente útil para expresar el enfado a un profesor o a un padre ausente, aunque ésta no se envíe. Incluso a los niños pequeños se les puede pedir que hagan un dibujo que demuestre lo enfadados que están. Los niños muy pequeños pueden expresar su enfado jugando con las muñecas mientras los padres les observan y hacen comentarios reconociendo, identificando y validando así los sentimientos del niño.
Los sentimientos de enfado no deberían ser nunca rechazados, ridiculizados o castigados. El que un padre le diga a un hijo enfadado «no deberías sentirte así» sólo conseguirá mayor frustración y enfado del niño que obviamente se siente enfadado. Es mucho mejor reconocer los sentimientos de ira del niño. Si Sara se enfada con Linda porque le ha cogido su casita de muñecas y empieza a gritar «¡Te odio Sara!» a su hermana, el padre podrá reaccionar de diferentes maneras que modelarán cómo Linda y Sara se enfrenten al enfado. Si el padre se siente incómodo con el enfado de la niña y le dice «en realidad no la odias», o «no deberías odiar a tu hermana», o «en esta familia nadie odia a nadie», ¿cuál es el mensaje para Linda?
Lo que Linda (y probablemente Sara también) aprenderá de esta afirmación es que no está bien ser honesto con los sentimientos, no está bien estar enfadado, e incluso que sentirte enfadado con alguien de la familia te convierte en una mala persona. Una respuesta más útil podría ser reconocer los sentimientos de Linda y la razón de ellos. Si el padre responde con una frase como «Veo que te enfadas mucho cuando Sara te coge las cosas sin pedírtelas», está comunicando a Linda que está siendo escuchada y que sus sentimientos de ira son aceptables. Además, esta afirmación conecta el enfado a una causa. Comunica una posible solución a Linda y a Sara, y que coger las cosas sin pedirlas causa malos sentimientos. Pedir a Sara que ayude a llevar la casita de muñecas otra vez a la habitación de Linda dejaría este mensaje más claro para ambas.
El Dr. Haim Ginott dice que a los niños se les debería enseñar la importante diferencia que hay entre los sentimientos de ira y los actos de ira. Los sentimientos tienen que ser identificados y expresados. Si se prohíben o castigan los sentimientos de ira encontrarán otras salidas y causarán otros problemas. Los actos de ira por otro lado tienen que ser limitados o algunas veces redirigidos. No es incorrecto sentirse enfadado con tu hermano, por ejemplo, pero ¡no es correcto golpearle! Los padres tienen que poner los límites a los comportamientos, y después imponerlos. Los límites pueden ser establecidos tan pronto como a los seis meses de edad, por ejemplo no permitiendo golpear o tirar cosas por estar enfadado. Los límites deberían ser explicados claramente al niño, tantas veces como sea necesario, y después imponerlos consistentemente. Las consecuencias de un comportamiento físicamente agresivo tienen que ser inmediatas y tener algún impacto en las libertades del niño, en sus privilegios o en el acceso a las cosas buenas. Algunas normas son universalmente útiles y deberían ser implementadas desde muy pequeños. «No pegar» es una buena norma que seguir para todos los miembros de la familia: adultos y niños. «No insultar» ayuda a evitar discusiones y peleas. «No regañar» es generalmente una buena norma para los padres que quieren evitar que sus niños se enfaden con ellos y provocar una discusión.
Busque pistas e indicios. Los niños (¡y los adultos también!) pueden ser enseñados a reconocer los síntomas del enfado y de esta manera desarrollar un mejor control de éste al hacerlo al principio del ciclo. La tensión muscular en la mandíbula, en el cuello, en las manos o en el pecho son signos fisiológicos habituales de que el enfado se acerca. Los mensajes cognitivos también pueden ser señales de advertencia, tales como «es tan injusto» o «ya está bien, ya no puedo más». Una persona puede aprender a identificar estas señales y tomar alguna acción para apaciguar el enfado. Normalmente bastará con alejarse de una situación tensa. Especialmente en un conflicto familiar, cuando una persona necesite alejarse y relajarse debería permitírsele que lo hiciera. ¡No corra tras ella a no ser que quiera empeorar el conflicto! Cuando alguien está de verdad enfadado suele darse muy poca comunicación, poco más que el mensaje de «¡estoy enfadado!». Mejor dejar primero que se calmen los nervios y después empezar a hablar.
Si está realmente enfadado, pocas cosas podrá hacer para calmar ese enfado. Hable más despacio y más suavemente, la gente realmente enfadada habla rápido y gritando. Si está de pie, siéntese. Una persona que está sentada parece menos amenazante que si está de pie y también se sentirá menos agitada. Beba agua (no alcohol ni cafeína) para relajarse. Intente no moverse ni agitar las manos. No sirve de nada hacer movimientos físicamente amenazantes; lo único que conseguirá es que los que están a su alrededor adopten una actitud de lucha. Dígase a sí mismo mentalmente que tiene que «relajarse» o «callarse». Nadie gana en una disputa, ni siquiera los padres. Es mucho más constructivo y menos estresante tener unas normas claras que sean comunicadas e impuestas consistentemente, que meterse en serias discusiones con los hijos.
La rabieta de los ángeles. Si un niño se enfada tanto que llega a enrabiar, el primer deber de los padres es comprobar su propio enfado. Recuerde que el enfado engendra enfado, y la última cosa que un niño enfadado que parece estar fuera de control ha de ver es que su padre o padres pierden también el control. La segunda obligación es sacar al niño de la situación de enfado y llevarlo a un ambiente menos estresante. Para ello, basta con utilizar frases cortas y hablar suavemente. No es el momento para las críticas, ni por supuesto para sermones sobre cómo debería comportarse o sobre cómo sus padres no le hubieran permitido nunca un comportamiento de ese tipo. Tampoco es buena idea tocar a un niño que tiene un ataque de rabia, puesto que él podrá vengarse pegando, dando patadas, etcétera. En algunos casos sin embargo, la relación entre el padre y el hijo es tal, que el padre sabe que el contacto calmará y tranquilizará al niño.
El enfado y los adolescentes. Mientras que con los niños pequeños el objetivo de ayudarles a tratar con el enfado es que lo reconozcan y lo expresen de maneras aceptables, el objetivo con los adolescentes debería ser básicamente comprobar el enfado. Una de las normas principales para los padres de adolescentes, como dice bien claramente Thomas Phelan en uno de sus libros, es simplemente éste: ¡no discutir! Lo único que se consigue discutiendo es reforzar las líneas de batalla entre el padre y el hijo. Evidentemente, no discutir con los adolescentes no quiere decir que les dejemos hacer todo lo que quieran. Los padres tienen que seguir afirmando su autoridad paterna, dictando normas y obligándoles a cumplirlas. De vez en cuando se tendrá que negociar y pactar, sobre todo cuando los niños son pequeños. Esto no es una señal de capitulación o de debilidad por parte de los padres, sino más bien de aceptación de la necesidad que tienen los jóvenes de establecer algún sentido de independencia y de empezar a tomar sus propias decisiones en la vida. Los padres demasiado controladores que impiden que el niño madure y crezca independiente tienen más posibilidades de acabar con un adolescente furioso y batallador. Si los problemas se hacen crónicos o severos, requerirán una evaluación objetiva y el asesoramiento de un profesional.
¿Qué hace que los niños se enfaden en el entorno familiar? Muchos padres dirían: «¡todo!». Los niños pequeños se rebelan cuando no obtienen lo que quieren. Puede llegar a ser extremadamente molesto escuchar constantemente las demandas incesantes de un niño, pero esto forma parte del territorio. Su derecho a pedir cosas debería ser reconocido, igual que el derecho de los padres a decir que «no» y a poner límites. Conforme se hacen mayores, su percepción de la injusticia va haciéndose cada vez más exacta. ¡Ay del padre que trate a su hijo injustamente, comparándole con un amigo o hermano! Los ejemplos de hermanos «tomando prestadas» cosas sin permiso suelen generar una respuesta de ira. El que los padres infrinjan la privacidad («fisgoneen») puede ocasionar sentimientos fuertes de resentimiento y enfado. Esto es a veces una queja legítima que tienen los niños si los padres son demasiado controladores y no les permiten demasiada privacidad. Burlarse de cosas con las que los niños no se sienten a gusto puede producir también resentimiento y enfado.
Aclarar las causas. Los padres deberían tener en mente que muchas veces el enfado que sus hijos les muestran no es por culpa suya directamente. El niño puede estar enfadado por algo que le ha ocurrido en el colegio por ejemplo y ser el padre quien reciba la explosión de enfado por la cosa más tonta. ¿Se enfada en realidad un niño porque le sirven carne para cenar por segundo día consecutivo, o porque alguien se ha metido con él en la clase de gimnasia? Si tiene vergüenza de hablar de lo que le ha ocurrido en el colegio, sacará su enfado quejándose de lo poco que le gusta la carne o de la poca variedad en los menús que le preparan. A los niños preadolescentes les suele costar mucho expresar su enfado hacia sus compañeros y consecuentemente sus padres lo notarán. Los miembros de la familia, especialmente los padres, son objetivos más seguros para el enfado de los niños que los compañeros, los profesores, u otros adultos que les hagan enfadar.
El objetivo «más seguro» para el enfado en muchas familias suele ser la buena mamá. Las madres tienden a ser más tolerantes, comprensivas y cariñosas, y menos propensas a vengarse o rechazar a la persona que se enfada con ellas. Sólo por esto las madres ya se merecen una medalla, pero desgraciadamente ellas son también las que reciben las explosiones de furia y los comportamientos desafiantes cuando los niños desarrollan problemas emocionales o de comportamiento. Es importante que las madres estimen cuántas críticas reciben regularmente, y si son demasiadas, tendrían que defenderse y no aceptar ningún abuso. Si necesitan ayuda, deberían buscarla en la pareja, en otros adultos de la familia, o en algún profesional que trabaje con problemas de comportamiento.
Una de las cosas mejores que pueden hacer los padres por sus hijos, por lo que a enseñarles a tratar con el enfado se refiere, es ser un modelo de buen comportamiento. ¿Demuestran los padres su enfado de una manera apropiada? ¿Se reprimen para no ser destructivos o abusivos? ¿Se refrenan para no insultar o criticar a la gente? Pegar no es nunca una buena idea. Pegando está transmitiendo al niño el mensaje de que «cuando estés enfadado: ¡pega!». Los padres que azotan a sus hijos deberían aprender mejores maneras de determinar e imponer límites. Más importante aún, nosotros como padres tenemos que comportarnos de maneras responsables si queremos que nuestros hijos se comporten responsablemente. Los niños son máquinas maravillosas de aprendizaje, y aprenden muchas cosas observando a los adultos. ¿Qué clase de modelo queremos ser?