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John Pierpont Morgan, banquero de Wall Street.

John Pierpontt Morgan Morgan salva al país

En el otoño de 1907 el futuro del sistema financiero de los Estados Unidos pendía de un hilo. El período de sólido crecimiento que siguió a la dura recesión de 1903 degeneró en una prolongada y febril especulación. A medida que la economía decrecía, las compañías más grandes tenían problemas para obtener fondos. En el mes de octubre, un financiero de Nueva York no logró adquirir la United Copper Company a pesar de su temeraria oferta, con lo cual cayeron un gran trust y dos casas de corretaje. Esto hizo que el pánico a los bancos y trusts de Nueva York se propagara, pues los preocupados ahorradores formaron largas filas en las calles de Manhattan para rescatar sus depósitos. Ante la repentina escasez de dinero y créditos, los financieros de altos vuelos quedaron arruinados y hasta las instituciones más grandes e importantes —incluyendo la Bolsa de Valores de Nueva York— tuvieron dificultades para obtener los fondos necesarios para sus transacciones diarias. Como no existía ninguna institución gubernamental que pudiese combatir la crisis financiera, las autoridades públicas observaban sin esperanza desde la barrera.

En medio de este panorama apareció la única persona capaz de salvar la función: John Pierpont Morgan. Como destacado estadista, poderoso financiero y alma de U.S. Steel y General Electric, Morgan salió de su semirretiro para trabajar y tratar de restablecer el orden en un sistema paralizado por la crisis. A finales de octubre y comienzos de noviembre de 1907, este septuagenario veterano de Wall Street reunió en su biblioteca privada a un grupo de banqueros prominentes para que actuaran como un comité informal de rescate. Una y otra vez consiguió inmensas sumas de dinero en cuestión de horas para mantener con vida instituciones como la Bolsa de Valores de Nueva York y el gobierno de la misma ciudad. Poco tiempo antes de que todo esto concluyera, Morgan convenció a los líderes de los trusts de que formaran un fondo de salvamento que apoyase a sus colegas en dificultades.

En esos momentos críticos, el liderazgo de Morgan fue el último gran acto de una carrera que duró desde la Guerra Civil hasta la presidencia de Woodrow Wilson. «Fue el momento supremo de Morgan, la medida final del poder y su éxtasis», escribió su biógrafo Lewis Corey. Sus acciones ayudaron a convencer al mundo de las finanzas de la crítica necesidad de contar con una agencia gubernamental central —el Sistema Federal de Reserva— que sirviera para darle estabilidad al sistema moderno de la banca y a los mercados financieros.

Otoño de 1907: Se prepara una crisis de inseguridad

J.P. Morgan nació en 1837. Sus ancestros fueron galeses que llegaron a las colonias de Massachusetts en 1636. Su padre, Junius Spencer Morgan, destacado banquero internacional, se aseguró de darle a su hijo educación de primera y de allanarle el camino al mundo de las finanzas. J.P. inició su carrera en 1856, y durante los siguientes 40 años utilizó su pericia bancaria para controlar grandes segmentos de la industria de los ferrocarriles. Sus posesiones eran tantas que en 1895 el New York Tribune escribió: «Actualmente sólo hay unos pocos intereses en Wall Street con los que J.P. Morgan & Co. no tiene alguna conexión». El liderazgo de J.P. Morgan era todavía más notorio que sus posesiones. Al finalizar el siglo, había demostrado una y otra vez su capacidad para imponer el orden en situaciones caóticas y cambiar industrias completas sólo con el poder de su carácter.

En el otoño de 1907, Morgan viajó a Richmond, Virginia, para participar en la Convención Episcopal Trienal. Se alojó en una casa que alquiló por 5.000 dólares durante tres semanas. A pesar de la opulencia del lugar, Morgan no estaba tranquilo. Continuamente recibía mensajes desde Nueva York en los que le advertían sobre un inminente desastre fiscal. «Si llegaba alguno durante la cena, lo abría y lo leía; luego colocaba las palmas de las manos sobre la mesa —una costumbre muy suya— y fijaba la mirada hacia adelante en reflexión profunda durante algunos minutos», recuerda el arzobispo William Lawrence, otro de los asistentes a la convención.

Morgan le achacaba parte del mal ambiente comercial al presidente Teodoro Roosevelt, gran destructor de los trusts. Durante los años anteriores, la administración Roosevelt había sido abiertamente adversa a varias de las grandes corporaciones dominadas por Morgan y sus aliados. El presidente fue el principal opositor a la consolidación industrial, mientras que el banquero fue su principal practicante. En agosto de 1907, el presidente protestó amargamente contra los «malhechores de grandes fortunas». En cuanto a Morgan, el fiel financiero republicano se sentía agraviado por lo que él consideraba una guerra de clases del presidente. «Hasta votaría al Partido Demócrata para echar a ese tipo de la Casa Blanca», dijo Morgan en una ocasión. «Si se saliera con la suya, todos los empresarios tendríamos que contar con bolsillos transparentes.»

Por insistencia de Roosevelt, el gobierno había investigado los negocios de la gran Standard Oil Company de John D. Rockefeller. Una corte multó a la compañía con 29 millones de dólares luego de comprobar que había conseguido descuentos ilegales de los ferrocarriles. El veredicto, combinado con la perspectiva de una mayor regulación por parte de una estricta Comisión Interestatal del Comercio, movió a la baja las acciones de los ferrocarriles, y la creciente posibilidad de menos créditos causó más tensión en el mercado. A medida que la economía comenzó a decrecer, hasta las compañías con acciones estables empezaron a encontrar escasez de dinero en los mercados de capital. Dun’s Review informó que 8.090 compañías cuyas obligaciones ascendían a más de 116 millones de dólares habían fracasado durante los primeros nueve meses de 1907, y las cifras del mes de septiembre indicaban el nivel más alto de bancarrota desde la cuasidepresión de 1903.

Sin embargo, toda conflagración se inicia con una chispa, la cual fue suministrada por el especulador de Wall Street F. Augustus Heinze, quien era presidente del Banco Nacional Mercantil y tenía intereses en muchas compañías. En octubre intentó monopolizar las acciones de la United Copper Company con fondos del Banco. El lunes 14 de octubre, el precio de las acciones de United Copper subió desmesuradamente de 397/8 a 60 dólares durante un frenesí cambiario de 15 minutos; pero el martes 15 de octubre el plan de Heinze fracasó y las acciones bajaron aceleradamente de sesenta a treinta y cinco puntos; al día siguiente bajaron hasta diez. Este tremendo descenso de la United Copper contribuyó a deprimir las acciones durante cuatro años. Sin embargo, el fracasado intento generó un problema más inmediato: el Banco Nacional Mercantil se vio forzado a cerrar. Las dos firmas de corretaje que manejaban las cuentas de Heinze y que lo indujeron a este fallido plan —Gross & Kleeberg y Otto C. Heinze & Company— también cerraron sus puertas.

El declinante valor de las acciones significaba problemas para muchas instituciones financieras, especialmente los trusts. Mientras que los bancos comerciales por lo general guardaban el 25 por ciento de sus obligaciones en fondos de reserva, los trusts no acostumbraban tal práctica. Más aún, en su afán de atraer ahorradores, los trusts pagaban tasas de interés muy arriesgadas; además, como prestaban el dinero con el respaldo de valores en depósito, la fuerte caída de las acciones significaba que tenían cada vez menos garantías para respaldar los préstamos. Conscientes de que los trusts estaban críticamente cortos de efectivo, los ahorradores empezaron a preocuparse por la seguridad de su dinero.

A pesar de su preocupación por los rumores sobre los trusts, Morgan se quedó en Richmond. Era tan importante que su regreso intempestivo a Nueva York podía crear más pánico todavía. «Pensamos que sería un error que mostrase algún tipo de ansiedad sobre la situación; debía regresar a casa como estaba previsto originalmente», dijo su asistente George Perkins.

Sábado 19 de octubre: Morgan entra en acción

La confusión en Nueva York se originaba en buena parte porque no existía agencia alguna —corporativa o gubernamental— que diera seguridad a los mercados financieros. Desde que Andrew Jackson cerró el Banco de los Estados Unidos en los años 30 del siglo xix, el país carecía de un banco central que reglamentara el suministro de dinero y vigilara las actividades de los bancos. Durante algunas crisis bancarias, especialmente en 1873 y en la década de los 90 del mismo siglo, se habían escuchado voces pidiendo una mayor presencia federal. Pero en cada una de estas ocasiones las voces callaban una vez que se recuperaban los bancos y demás instituciones financieras. Aunque cada Estado tenía una serie de leyes que regulaban la actividad bancaria, ninguna agencia gubernamental —federal, estatal o local— estaba facultada para dar fianza en caso de que varias instituciones fallaran al mismo tiempo. Además, ningún funcionario oficial tenía autoridad moral o poder fiscal como para conseguir el apoyo de los que mandaban en la industria de las finanzas.

La situación era tan grave que Morgan tuvo que entrar en acción. La crisis que enfrentaba era doble. Cuando las acciones cayeron a su nivel más bajo, The Wall Street Journal, del lunes 21 de octubre, decía: «Puede decirse que además de dinero, necesitamos mayor seguridad». Así pues, Morgan cambió de opinión: «Tienen problemas en Nueva York: no saben qué hacer, y yo tampoco, pero voy a regresar», le dijo al arzobispo Lawrence. Había sido árbitro corporativo durante mucho tiempo, función mediante la cual logró acuerdos entre ejecutivos rivales de los ferrocarriles. Era un buscador nato del orden, un banquero, no un especulador.

Apenas regresó de Virginia citó inmediatamente a James Stillman del National City Bank y a George F. Baker del First National Bank. A este triunvirato se unieron luego George Perkins, socio de Morgan, y dos jóvenes expertos en finanzas, Benjamin Strong y Thomas Lamont del Bankers Trust. Además, John D. Rockefeller, Edward Harriman, ejecutivo de los ferrocarriles, y el financiero Jacob Schiff se pusieron de inmediato a su disposición. Morgan no solamente era la estrella de este precipitado drama, sino también su director. Como dijo luego George B. Cortelyou, Secretario del Tesoro de los Estados Unidos: «Por consenso de opinión, creo yo, se le consideró como guía espiritual entre los hombres de negocios que se unieron para tratar de hacer frente a la emergencia... casi siempre se le buscaba como guía y líder».

Después de todo, en dos ocasiones anteriores Morgan había desempeñado papeles similares, interviniendo cuando el gobierno había fracasado en momentos de tensión fiscal. En 1877 el Congreso levantó las sesiones sin destinar el dinero para pagarles a los soldados. Morgan ofreció hacerse cargo de la nómina de 550.000 dólares mensuales y organizó un sistema de desembolso. Luego, en 1895, rescató de nuevo al gobierno cuando las reservas de oro bajaron peligrosamente. En esa ocasión viajó en un vagón privado a Washington a ver al presidente Grover Cleveland. Al poco tiempo, Morgan logró conseguir 50 millones de dólares en oro en Europa mediante una venta privada hipotecada, y salvó al Tesoro de insolvencia. En el otoño de 1907 su presencia se hizo necesaria nuevamente. La irresponsabilidad del gobierno era evidente, pues cuando la crisis fiscal llegó al máximo, el Congreso se encontraba en receso y el presidente Roosevelt andaba cazando osos en las desoladas tierras de Louisiana. Mientras tanto, los «osos» merodeaban libres y seguros por Wall Street.

Lunes 21 de octubre: Caos por retirada masiva de fondos de los trusts

A diferencia de las dos crisis anteriores resueltas por Morgan, la situación actual no tenía una solución fácil. Charles T. Barney, reconocido financiero que manejaba la gran Knickerbocker Trust Company, había sido socio de Heinze y del fracasado Banco Nacional Mercantil. Preocupados porque Knickerbocker podría terminar insolvente como el Banco Mercantil, los frenéticos ahorradores, armados de bolsas vacías y maletas, hicieron cola frente a las espléndidas oficinas el lunes por la mañana con la intención de retirar unos 60 millones de dólares en depósitos. «Aparentemente, la mayor parte de la muchedumbre estaba compuesta por hombres con pequeños capitales, empleados y representantes de firmas en el distrito», anotó el New York Times.

Mientras esperaban, Morgan, cuya firma también tenía dinero depositado en Knickerbocker, pensaba si debía dárseles a los ahorradores todo su dinero. En los últimos años de su carrera, el poderoso banquero había sido apodado Júpiter, sólo que ahora en verdad tenía poder sobre la vida o la muerte de los trusts en problemas, como Knickerbocker. En una sesión interminable, Morgan escuchó las peticiones urgentes de los funcionarios de Knickerbocker. Aun cuando Barney conocía personalmente a Morgan, quien a la vez tenía acciones en la compañía, el comité de rescate recientemente creado consideró que Knickerbocker estaba perdida. «Yo no puedo continuar siendo el chivo expiatorio de todo el mundo», dijo Morgan. «Tengo que parar en algún momento». Así pues, a las 12:30 p.m. del jueves, luego de haber entregado 8 millones de dólares a los ahorradores, la compañía cerró.

Miércoles 23 de octubre: Morgan evita el desangre

Esa tarde, al abandonar su oficina, Morgan intentó darle al agitado público alguna tranquilidad. «Estamos haciendo todo lo posible, lo más rápido que podemos, pero nada se ha concretado aún», les dijo. Sin embargo, el miércoles 23 de octubre la Trust Company of America, dueña de buena parte de las acciones de Knickerbocker, se vio en circunstancias similares. Pasadas las 9 de la mañana, más de 1.000 intranquilos ahorradores desfilaban fuera de las oficinas del banco en el área de Wall Street. Las calles y aceras se llenaron de gente. Muy temprano, el presidente del Trust, Oakleigh Thorne, trató de calmar a la muchedumbre: «Tenemos suficiente efectivo disponible y estamos afrontando la situación con calma». Pero la gente no quedó satisfecha, especialmente cuando algunas personas de alto perfil entraron en pánico. Thomas McAvoy, líder de Tammany Hall, cambió públicamente de opinión. Pocos días antes había depositado varios miles de dólares en el Trust. A las 11 de la mañana les aseguró a sus amigos que «confiaba plenamente en la institución». Pero, de acuerdo con el New York Times, «McAvoy cambió de parecer y se puso en la cola».

A eso del mediodía, Oakleigh Thorne se abrió paso entre la muchedumbre hasta la oficina de Morgan, localizada en el número 23 de Wall Street, y le rogó que le autorizara 2,5 millones de dólares en efectivo para mantenerse a flote. Entonces Morgan se vio ante un dilema. No le gustaban los trusts porque pensaba que eran, de hecho, inestables. Cuando hablaba sobre los auxilios para los trusts decía: «¿Por qué debo meterme en esto? Mis asuntos están en orden». Pero su sentido de servicio público ganó al final. Se dio cuenta de que los continuos fracasos como el de Knickerbocker no solamente acabarían con los ahorradores grandes y pequeños sino que dispararían acciones contra los bancos y, en general, debilitarían la confianza y los fondos de los pocos que aún tenían solidez.

Morgan le exigió a Thorne que reuniera garantías. Como recordaría Strong: «El señor Morgan tenía una libreta en la que hacía cálculos a medida que avanzábamos; cuando estuvo seguro de que había suficientes garantías por anticipado, le pidió al señor Stillman que llamara al National City Bank para que enviaran la suma especificada». Después de evaluar la situación, Morgan pensó que valía la pena salvar a la Trust Company of America, por lo cual declaró: «Éste es el momento de detener este problema». A las 3 de la tarde había enviado suficiente efectivo para que el Trust siguiera abierto. Más tarde, un mensajero de la oficina de Morgan llegó con una caja grande, seguido de hombres con maletines que contenían efectivo y valores. El esfuerzo de rescate siguió durante la noche, mientras que los intranquilos ahorradores esperaban en fila. Bajo la dirección de Morgan, un grupo de bancos acordó establecer un fondo de 10 millones de dólares para auxiliar a la compañía. Trust Company of America continuó siendo solvente, aun cuando sufrió retiros en depósitos por 47,5 millones de dólares.

El improvisado remedio detuvo la sangría, pero no fue una solución a largo plazo para las desdichas de los trusts. Para empeorar las cosas, los presidentes de los trusts no estaban dispuestos a ayudarse los unos a los otros, de manera que Morgan y su equipo decidieron que era necesario crear un fondo de salvamento para enfrentar la crisis.

Finalmente, Washington reaccionó ante la severidad de la crisis, y envió a Nueva York al Secretario del Tesoro, George Cortelyou, a solicitud de Morgan. Morgan le hizo una visita de cortesía a las 12:30 de la madrugada que dio resultado. Al día siguiente, Cortelyou ofreció ayuda gubernamental, pero solamente hasta cierto punto. «El gobierno sólo puede ofrecer ayuda mediante los bancos nacionales e intereses privados, cuando están unidos», dijo. El miércoles, Cortelyou acordó depositar 25 millones de dólares del gobierno en bancos seleccionados de Nueva York, los cuales podían usar los fondos para apoyar a los trusts y a los bancos en problemas.

Jueves 24 de octubre: Problemas de crédito amenazan a la bolsa de Nueva York

A pesar de la gran inyección de dineros públicos, el jueves hubo acciones contra los bancos. El Hamilton Bank de Nueva York y dos bancos de Brooklyn cerraron temporalmente. Aunque los bancos eran solventes, la gente creía que su dinero estaba más seguro debajo del colchón que en una caja fuerte. Los bancos y los trusts no tenían el efectivo necesario para respaldar todos los depósitos, así que empezaron a solicitar el pago de los préstamos existentes y dejaron de aprobar nuevas solicitudes, lo cual empeoró la situación.

La siguiente víctima de la depresión crediticia estuvo a punto de ser la Bolsa de Valores de Nueva York. Los corredores y negociantes necesitaban pedir dinero prestado diariamente para continuar con sus negocios. El tipo de interés aplicado a préstamos a la vista entre instituciones o individuos se mantenía generalmente en el 6 por ciento, pero aunque los desesperados prestatarios ofrecían hasta el 100 por ciento, no había prestamistas.

Poco antes del mediodía, el presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York, Ransom H. Thomas, cruzó la calle hasta el número 23 de Wall Street para decirle a Morgan que no tenía fondos suficientes para mantener abierta la Bolsa hasta las 3 de la tarde, hora normal de cierre de labores. La Bolsa tendría que cerrarse. Morgan sabía el impacto que esto produciría en el público. «¡Hoy no debe cerrar ni un minuto antes de esa hora!», advirtió. El financiero llamó rápidamente a las cabezas de los principales bancos y les dijo que tenían que conseguir 25 millones de dólares en 10 minutos. Un poco después de las 2, cuando se anunció que habían conseguido un poco menos de 25 millones, se escuchó el regocijo en la Bolsa. «La acción de J.P. Morgan & Co. de ofrecer 25 millones de dólares a la Bolsa al 10 por ciento fue uno de los hechos del día que aseguraban que los más grandes intereses de Wall Street observaban de cerca la situación y estaban prestos a suministrar la ayuda necesaria para legitimar las instituciones bancarias», escribió el Wall Street Journal en su editorial.

Octubre 28-29: Morgan evita la bancarrota en Nueva York

El lunes 28 de octubre estalló una nueva crisis. La ciudad de Nueva York necesitaba 30 millones de dólares para el pago de salarios a maestros y empleados y para cumplir otras obligaciones. La ciudad normalmente emitía bonos de ingresos para pagar sus cuentas. Pero dadas las circunstancias del mercado y la escasez de efectivo, la ciudad no podía pedir prestado. En lugar de recurrir al Estado o al gobierno federal, recurrió a la autoridad de facto: Morgan. El alcalde George B. McClellan y otros funcionarios fueron hasta su biblioteca y le anunciaron que la ciudad estaba por incurrir en incumplimiento.

La noticia de bancarrota en la ciudad más grande del país hubiese sido un mensaje terriblemente negativo para los mercados de la nación. Morgan actuó de inmediato. El martes 29 de octubre organizó un sindicato de bancos para comprar el 6 por ciento de los bonos por 30 millones de dólares en efectivo, con opción de comprar otros 20 millones adicionales. Luego, Morgan hizo que los bancos entregaran sus bonos a una oficina de compensación que emitió certificados por valor de 30 millones, respaldados por los bonos. Dichos certificados ingresaron inmediatamente a las cuentas de la ciudad en los bancos National City y First National. Con estos fondos, Nueva York pudo afrontar sus obligaciones financieras más importantes.

Noviembre 1-4: Morgan organiza un fondo de fianzas para los trusts

El miércoles y jueves el pánico parecía haber menguado; y, aun cuando el segundo fin de semana le presentó un nuevo problema a Morgan, también le ofreció una oportunidad. A pesar de la ayuda suministrada al Trust Company of America y otros trusts más pequeños, muchas de las instituciones mal capitalizadas se balanceaban todavía en el borde del abismo. Morgan y sus colegas decidieron que los trusts solventes debían crear un fondo para tratar de salvar a aquéllos en problemas. El fin de semana, los presidentes de los trusts se reunieron en el Salón Oeste de la biblioteca, mientras que los banqueros y otros de los asesores de Morgan sostuvieron reuniones durante toda la noche en el elegante Salón Este. «Es difícil imaginarse un sitio de reunión más incompatible para banqueros perturbados», escribió Thomas Lamont, socio de Morgan. En este azaroso final, Morgan forzó a los presidentes a que firmaran un préstamo de 25 millones de dólares para los trusts. A las 4:45 de la madrugada del lunes 4 de noviembre, los agotados banqueros cedieron y firmaron sobre la línea punteada.

Durante aquellas tensas horas finales, Morgan realizó maniobras que le traerían beneficios directos a una firma que él controlaba parcialmente. Cuando procuraba sacar de apuros a Moore & Schley, una casa de corretaje en problemas, Morgan logró que U.S. Steel le comprara uno de sus principales bienes: buena parte de sus acciones en la compañía Tennessee Coal & Iron.

Miércoles 6 de noviembre: la crisis se calma

El miércoles, el mercado registró su primera ganancia, lo cual indicó el fin de la crisis. Ese mismo día, el gobierno federal acordó emitir una nueva deuda en forma de bonos con bajos intereses y distribuir los beneficios entre los bancos. Las colas delante de los trusts comenzaron a moverse más rápidamente. El oro solicitado a Europa en los momentos más difíciles de la crisis empezó a llegar. Ya se habían recibido 7 millones de dólares, y el Lusitania arribó con 10 millones más.

El drama llegó a su final y entonces comenzaron las crónicas entusiastas. «Morgan pone orden en los trusts», decía un titular. El Wall Street Journal escribió con justa alegría: «Nada ha sido tan importante o más dramático en la historia de Wall Street que la reunión de los financieros día y noche en la biblioteca de Morgan... Él ha sido claramente el hombre del momento, el líder indiscutible que se puso al frente de los negocios nacionales durante el desastre».

Morgan se retira. Fin de una era

Morgan se retiró una vez concluyó el pánico, pero su ejemplo sirvió de motivación para acciones más amplias. Tanto los políticos como los banqueros se dieron cuenta de que el gobierno debía asumir un papel de mayor importancia para mantener el sistema financiero unido. «Hay que hacer algo», dijo el senador Nelson W. Aldrich. «No siempre vamos a tener a Pierpont Morgan con nosotros para afrontar las crisis bancarias».

El resultado fue la Ley de Circulación Aldrich-Vreeland, aprobada por el Congreso en mayo de 1908. La medida buscaba protección contra futura escasez de dinero, permitiendo que los bancos nacionales emitieran billetes asegurados por bonos no federales en la secretaría del tesoro. Esta legislación también creó la Comisión Monetaria Nacional, con Aldrich a la cabeza, para hacer futuras recomendaciones al Congreso sobre política monetaria federal. El proceso culminó con la Ley Federal de Reserva de 1913, la cual creó las doce unidades del Sistema Federal de Reserva bajo el liderazgo de la Junta Federal de Reserva. Mediante el control del suministro nacional de fondos y asegurándoles a los bancos disponibilidad de capital, la Reserva Federal suministra hoy las garantías que en 1907 solamente Morgan podía ofrecer.

Mientras que los ejecutivos de J.P. Morgan & Company tenían gran influencia sobre el proceso legislativo, Morgan no vivió lo suficiente para ver la aprobación de la Ley Federal de Reserva. A mediados de 1913 se enfermó estando en Egipto, viajó a Roma y se alojó en el Gran Hotel, donde murió el 31 de marzo a la edad de 75 años. Morgan dejó una fortuna valorada en 68,3 millones de dólares, de los cuales el 44 por ciento estaba representado por sus intereses en la Casa Morgan. Lo demás eran bienes en un gran número de corporaciones, incluyendo el Banco Nacional del Comercio, varios sistemas ferroviarios y conglomerados industriales como International Mercantile Marine Company —constructores del Titanic. Su hijo, John Pierpont Morgan, Jr., se hizo cargo de la firma familiar, y se desempeñó como presidente de J.P. Morgan & Company hasta su muerte en 1943, aunque nunca fue el líder que había sido su padre. El Wall Street Journal escribió el 1 de abril de 1913: «Morgan no tendrá sucesor».

Una oportunidad en medio de la crisis

Durante la crisis, Morgan se negó a aceptar una comisión sobre el préstamo a la ciudad de Nueva York, y en general no sacó provecho de la situación. Pero, siendo como era, tampoco desaprovechó la oportunidad que se le presentó durante el segundo fin de semana. Moore & Schley era una casa de corretaje prácticamente insolvente. Uno de sus principales bienes eran 157.000 acciones que representaban importantes intereses en Tennessee Coal, Iron & Railroad Company (TCI), uno de los pocos competidores que aún quedaban de la gigantesca U.S. Steel de Morgan.

Si Moore & Schley hubieran liquidado sus acciones en masa para recoger dinero, el movimiento hubiese generado una nueva crisis bancaria. Entonces Morgan ideó un plan bajo el cual U.S. Steel Corporation podía adquirir las acciones con un sustancial descuento mediante sus propios bonos, altamente valorados y respaldados con oro.

Como tal transacción violaba abiertamente las leyes antimonopolio, Morgan envió rápidamente a dos de sus lugartenientes a que consiguieran la aprobación de Roosevelt. La noche del domingo 3 de noviembre, los industriales Henry Frick y Elbert H. Gary de U.S. Steel viajaron a Washington. Ante la posibilidad de un nuevo trauma financiero, el presidente accedió a dicha transacción. El lunes, la Casa Blanca dio su palabra de no tomar acciones contra la adquisición. «Dicha acción fue exclusivamente por el bien general», dijo entonces el gran desarticulador de los trusts. Luego, el analista financiero John Moody calculó que las acciones de TCI adquiridas por Morgan en 50 millones de dólares tenían un valor real de 1.000 millones. Sin embargo, este resultado favorable no cambió la opinión que Morgan tenía de Roosevelt. Cuando el presidente se fue a uno de sus legendarios safaris al África en 1909, el banquero dijo: «Espero que el primer león que encuentre haga su trabajo».