Introducción

 

 

 

La utilización de amuletos y talismanes constituye un acto de fe. En estos tiempos tan cargados de escepticismo, en los que, por una parte, despierta un interés apasionado todo lo que se vincula con el universo esotérico y, por otra, se desconfía con terquedad de todo aquello que no puede ser empíricamente comprobado, la fe —no en el sentido de fe religiosa, sino de fe en el éxito— adquiere una importancia capital.

Por numerosas razones que podrán hallarse en las páginas siguientes, los amuletos y los talismanes están cargados de poderes; emanan o reciben ciertas cuotas de energía que se convierten en factores determinantes para asegurar su eficacia. Pero es fundamental que quien apele a ellos confíe en sus posibilidades y les ofrezca un mínimo margen de éxito. De lo contrario, la experiencia no pasará de ser un juego más o menos divertido, más o menos estimulante, pero difícilmente útil.

 

 

La magia y el prejuicio

 

Algunas personas confían en el aspecto mágico de los acontecimientos de manera casi ciega, con lo que rechazan cualquier posibilidad de cambio, ya que suponen que carecen de elementos para dirigir sus destinos. Otras, por el contrario, hacen gala de incredulidad y se creen más listas por burlarse de las creencias ajenas y por desafiar los poderes ocultos.

La mayoría de la gente mantiene, sin embargo, una actitud intermedia: no quieren confiar del todo, pero, a la vez, en su interior, sienten un respeto casi sagrado por el poder que poseen ciertos objetos. Este comportamiento obedece a un prejuicio generalizado que consiste en suponer que tener fe en un objeto mágico es un signo de debilidad, por lo que, en esta sociedad tan competitiva, que vive en gran parte de la apariencia, muchos se esfuerzan por mostrarse ante los demás como liberados de esa dependencia. Sin embargo, si miramos a las personas que nos rodean, advertiremos que la mayoría lleva un llavero con su inicial, una medalla religiosa, una alianza o algún tipo de amuleto. Muchas personas que se declaran incrédulas o escépticas cruzan los dedos cuando tienen un mal pensamiento, procuran alejarse de los cementerios, evitan pasar por debajo de una escalera, temen a los gatos negros o piensan que determinadas personas pueden ser gafes. El prejuicio social nos obliga a fingir que no creemos más que lo que vemos, pero el peso ancestral y la evidente realidad del poder de lo esotérico nos fuerza a no negar su existencia e, inclusive, a solicitar su protección.

 

 

El rigor científico

 

Adoptar una actitud de desdén o desvalorización ante las ciencias mágicas no sólo es un problema de escasa fantasía y pobre imaginación, sino que representa un grave error histórico y social, puesto que el universo esotérico forma parte de la historia del ser humano desde sus comienzos. Prácticamente no existe civilización, en ninguna parte de nuestro planeta, que no posea sus propios amuletos y talismanes y, muchos de ellos, aparecen repetidos en diversas culturas.

Las dificultades que padecen las ciencias ocultas para alcanzar el grado de reconocimiento que merecen se deben, en buena parte, a la falta de rigor científico. Muchas veces, autores poco informados escriben obras de divulgación masiva en las que aseguran que determinados objetos cumplen finalidades que, en la realidad, no admiten el menor análisis. Solamente a través del estudio y la investigación de textos antiguos, y su posterior confrontación con la casuística y las hipótesis científicas, se puede llegar a ejercer un control riguroso sobre el poder de los objetos.

Al respecto, una burda y conocida transgresión se halla en las perlas, uno de los adornos favoritos de las mujeres. No resulta difícil hallar autores que aseguran la existencia de notables valores talismánicos en ellas, pero abundan los textos antiguos que advierten que, a través de los siglos, las perlas han sido portadoras de mala suerte cuando aparecen unidas o enhebradas. El dicho popular «las perlas son lágrimas» refleja la tradición de lo que ha sido comprobado. Salvo que se trate de una sola perla (negra o blanca), su influencia es maléfica y negativa.

 

 

Los amuletos

 

Uno de los objetos a los que el ser humano ha confiado más vivamente su protección a través de los tiempo ha sido el amuleto, recurriendo a él cada vez que el peso de la realidad le ha resultado excesivo. La palabra castellana deriva de la latina amuletum. Desde siempre, el amuleto ha sido utilizado como protección contra las enfermedades y la muerte dolorosa. En las páginas siguientes, el concepto de amuleto se empleará en el sentido de «objeto con poderes de protección o ayuda para el individuo que lo usa».

Generalmente, se compone de elementos que representan alguno de los tres reinos de la naturaleza —animal, vegetal y mineral— y, con frecuencia, toma su forma de los animales (escarabajos, elefantes, leones, etc.).

En la actualidad se le incorporan invocaciones. Para su eficacia, son de capital importancia las influencias astrales y planetarias, y los colores y olores de vinculación. Estos avances han dinamizado y ampliado el restringido concepto definitorio original, con lo que se ha debilitado la frontera diferenciadora entre amuleto y talismán.

 

 

Los talismanes

 

Suele hablarse indistintamente de amuletos y talismanes, pero se trata de dos objetos diferentes. La confusión se debe a que los autores especializados en el tema no han terminado de ponerse de acuerdo al respecto, y también a que, como ya se ha dicho, lo cierto es que cada día resulta más difícil trazar una línea de demarcación que separe unos de otros. Por lo general, se adjudica al amuleto un sentido de protección, mientras que el talismán es proyectivo y atañe a metas que exceden dicha protección.

Algunos especialistas consideran que el amuleto es un objeto que atrae la buena suerte a favor de quien lo lleva, mientras que el talismán la irradia no solamente hacia quien lo utiliza, sino también hacia quienes le rodean.

El talismán puede definirse como «un objeto de protección personal que sirve para alcanzar aquello que se desea». Naturalmente, estos conceptos no son rígidos. Hay talismanes protectores y amuletos que persiguen fines. Pero una mínima diferenciación puede resultar útil en el momento de internarse en este mundo maravilloso, cargado de magia y misterio.

La palabra castellana derivaría, según las hipótesis más plausibles, de la palabra árabe tilism o tilsam, que equivale a «imagen mágica». Pero hay autores que discrepan de esta teoría y entienden que proviene de la palabra griega thelemos, que significa «voluntad», o también de telesma, que quiere decir «fuerza astral».

Generalmente, los talismanes son artificiales, aunque a veces estén formados por piedras, vegetales o fragmentos de animales. Su influencia se explica por medio de un razonamiento que, por lo general, se muestra como simbólico y analógico. Así pues, el girasol es una planta que pertenece al Sol porque se vuelve hacia él, y el rubí a Marte porque es rojo, como lo son el fuego y la sangre, propios de este planeta. Este proceso racional es característico de los talismanes; no encontramos estas analogías en el campo de los amuletos. Hoy en día, este dato puede parecer pueril, pero para comprenderlo es preciso retroceder en el tiempo y analizar las épocas en las que estos razonamientos parecían totalmente lógicos. Desde luego, en aquellos tiempos no existían los conocimientos científicos que poseemos actualmente.

Mientras que el amuleto suele ser un objeto simple, el talismán exige una elaboración más o menos complicada, que incluye el trabajo con materiales complejos y que, con frecuencia, requiere la ayuda de un experto. La complejidad de su elaboración determina, entre otras cosas, la especialización de su utilidad.

 

 

Un objeto con historia

 

La historia de los amuletos y los talismanes se halla enraizada con la propia historia del ser humano. La necesidad de confiarse a fuerzas que estén más allá de la razón y de lo cotidiano ha determinado que, en la investigación histórica de la humanidad, por muy lejos que nos remontemos en el tiempo, siempre encontremos testimonios de estas creencias asombrosas. Los egipcios, los griegos, los romanos, los árabes, los bárbaros, las culturas más diversas se colocaron bajo la invocación de estos objetos. En muchos casos, pueden observarse las mismas formas en culturas diferentes que no han guardado el menor vínculo entre sí, y hasta ahora la ciencia no ha podido dar una respuesta satisfactoria para explicar este fenómeno.

Existen determinados amuletos o talismanes utilizados en China hace miles de años, cuyas formas también se encuentran entre los objetos mágicos empleados por ciertas tribus indígenas de la Polinesia. Estas dos civilizaciones no han tenido ningún contacto entre sí hasta hace pocos siglos. Estas mismas formas reaparecen en amuletos y talismanes usados por culturas americanas anteriores al descubrimiento de América.

Dentro de la historia de Occidente, son numerosísimos los testimonios que reflejan el hábito ancestral de estar bajo la invocación de un objeto mágico con finalidades de protección. Los integrantes de los pueblos asirio y sumerio empleaban amuletos, y existen pruebas de que en Palestina, 700 años antes de Cristo, se colgaban una pequeña piedra verde —que hasta hoy no ha podido ser identificada— del cuello para aliviar la acidez estomacal y agilizar las digestiones. A través de los tiempo, algunos de los más célebres personajes de la historia confiaron su protección y sus destinos a estos objetos mágicos, con la seguridad de que, gracias a ellos, sus vidas podrían ser más dichosas y sus futuros estar más llenos de esperanza.

Amuleto judeocristiano