Mitología y simbolismo

Una de las claves esenciales para comprender la astrología reside en el conocimiento del mito y su interpretación en clave contemporánea. En todo mito subyace una verdad de orden moral y espiritual, envuelta en formas alegóricas, que la astrología acoge como propia y cuyo simbolismo el astrólogo está llamado a descifrar. A través del mito podemos reconectar con nuestros miedos, virtudes y sombras. Es mediante estos relatos fundacionales que accedemos a las estructuras arquetípicas del alma humana, reflejadas en el significado de los signos zodiacales y de los planetas que componen un tema astral. El propio C. G. Jung consideraba que el mito encarna la expresión del inconsciente colectivo, una suerte de memoria ancestral acumulada a lo largo de milenios de evolución humana.

Así, la astrología nos relata, a través del lenguaje metafórico de los mitos y de la secuencia de los signos, la historia de la humanidad y nos proporciona pistas sobre el camino que aún debemos recorrer. Porque, ¿qué es la mitología, sino la representación del mundo entero en nuestro interior —lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos?

En todas las culturas y mitologías, el signo de Géminis ocupa un lugar relevante. En sus diversas formas, ha simbolizado la coexistencia de dos naturalezas: una luminosa y otra sombría. Esta dualidad puede interpretarse tanto como oposición de fuerzas (el bien y el mal, por ejemplo) como complementariedad armónica (como en el ying y el yang del Tao, donde cada aspecto contiene y equilibra al otro).

El mito central en el que se inspira la astrología para este signo es el de Cástor y Pólux, los célebres Dióscuros. En la mitología griega existen también otros gemelos, como Anfión y Zetos, pero su historia se narra con menor detalle.

Cástor y Pólux eran hijos de Leda. Según la leyenda, fueron concebidos la misma noche, pero sólo Pólux fue reconocido como hijo de Zeus, mientras que Cástor habría sido engendrado por Tindáreo, el esposo legítimo de Leda. La historia relata que Zeus, cautivado por Leda, adoptó la forma de un cisne blanco para unirse a ella junto al río Eurotas. Esa misma noche, Leda fue también poseída por Tindáreo, y al cabo de un tiempo dio a luz un huevo del que nacieron ambos gemelos. Por esta razón, sólo Pólux recibió la inmortalidad de su padre divino, mientras Cástor permanecía mortal.

Sin embargo, los hermanos eran inseparables: jugaban, luchaban y amaban juntos. Fue precisamente una aventura amorosa —el intento de raptar a dos jóvenes prometidas a Idas y Linceo— lo que marcó el trágico desenlace. En la lucha, Cástor murió. Pólux, devastado por la pérdida, imploró a Zeus que le concediera la inmortalidad a su hermano o que, al menos, le quitase a él la suya. Zeus, conmovido, decidió permitirles estar juntos alternando su existencia: seis meses en el Olimpo y seis meses en el mundo subterráneo, según una versión; o bien, un día en el cielo y otro en la tierra. Como símbolo eterno de su amor fraterno, Zeus los elevó al firmamento bajo la forma de la constelación de Géminis.

Este relato mitológico nos ofrece una primera clave de interpretación del signo: la juventud que anhela la eternidad y se niega a aceptar la separación entre cuerpo y alma. También ilustra la característica dualidad de Géminis frente a las decisiones de la vida: por un lado, el impulso instintivo (Cástor); por el otro, la claridad intelectual (Pólux). Y aún más profundamente, evoca la alternancia entre renacimiento y muerte, la necesidad psicológica —a menudo inconsciente— del geminiano por una unión sólida que le proporcione un punto de anclaje.

La elección mítica de vivir la mitad del tiempo en el cielo y la otra mitad en el mundo subterráneo simboliza una participación constante en la luz y en las sombras, una danza perpetua entre el sol y Plutón (no en vano, Plutón se exalta en Géminis). El alma del signo es una oscilación constante entre estos dos polos: la claridad solar y la profundidad plutoniana.

En sus hazañas, como la expedición en busca del Vellocino de Oro o el auxilio prestado a Jasón, los Dióscuros eran inseparables también de sus caballos. Este vínculo, sumado a la tutela de Mercurio, refuerza la idea de movimiento constante, una cualidad innata en los nativos del signo.

Otras figuras gemelares de distintas tradiciones pueden relacionarse también con Géminis: Abel y Caín, los Ashvins de la mitología védica, o Rómulo y Remo en Roma. Todas estas duplas encarnan comportamientos duales o contrastantes, muy afines al carácter geminiano.

No olvidemos tampoco que el día de Pentecostés —cuando el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles concediéndoles el don de lenguas— cae precisamente bajo el signo de Géminis. ¿No es acaso la palabra uno de los dones más emblemáticos de este signo? Y en el mito, ¿no desciende acaso un fuego sobre la cabeza de los Dióscuros cuando invocan a Poseidón para liberar la nave de Jasón?

Los gemelos eran adorados en la antigua Grecia como divinidades tutelares de la juventud y de las artes gimnásticas, representados uno con una lira y el otro armado.

Para comprender a fondo el espíritu geminiano, no podemos omitir al dios regente: Mercurio (Hermes entre los griegos). Hijo de Zeus y de una de las Pléyades, Hermes nace ya con pleno uso de su astucia. Recién nacido, fabrica una lira con el caparazón de una tortuga y las tripas de una oveja. Poco después, roba ganado del rebaño de Apolo. Descubierto, logra intercambiar la lira por el bastón dorado de su víctima, quien además se convierte en su amigo. Así es la habilidad geminiana: transformadora, encantadora, inesperada.

Hermes-Mercurio posee además atributos mágicos —la adivinación, la curación, los talones alados, la capa invisible y el caduceo— y se le atribuyen invenciones como el alfabeto o los pesos y medidas. No es de extrañar que Zeus, orgulloso, lo convierta en su mensajero divino.

En los mitos de los Dióscuros y de Mercurio-Hermes encontramos, pues, todos los rasgos esenciales de los nacidos bajo el signo de Géminis.

Y finalmente, una alusión al glifo del signo II: recuerda al número romano II, dos columnas unidas en la base y en la cima, imagen perfecta de la dualidad indivisible del geminiano. Más que buscar la separación, el nativo de Géminis está llamado a integrar su intelecto con la vitalidad de la juventud: no a elegir entre ambos, sino a fundirlos en armonía.