Capítulo I
CUESTIÓN DE NOMBRES
La etimología de la palabra cátaro ha sido objeto de debate. Se ha dicho y repetido de manera acrítica que provenía
de la palabra griega katharos, que significa ‘puros’, pero esta versión es una invención del canónigo renano Eckbert
von Schönau. La raíz más probable es otra: a comienzos de la aparición del catarismo
en Renania, los grupos heréticos localizados fueron conocidos bajo el nombre latino
de cati, en alemán Ketter y en francés de la época catiers (adoradores del diablo con forma de gato, o sea, brujos), según la interpretación
perfectamente verosímil que propone el historiador Jean Duvernoy. El canónigo Eckbert,
dada su cultura patrística y tomando la palabra del catálogo de las herejías de san
Agustín, en la Lombardía, utilizó esta designación para los cátaros en sus Sermones (1163).
Los cátaros, lógicamente, nunca se designaron a ellos mismos con este nombre insultante.
Convencidos de pertenecer a la auténtica Iglesia de Dios, se denominaban, simplemente,
cristianos o buenos cristianos. En el Languedoc, el pueblo creyente y, en general,
sus conciudadanos, los denominaban, comúnmente, bons homes y bonas donas.
En los inicios de la cruzada contra los cátaros (1209), las crónicas y los documentos
originarios del reino de Francia empiezan a designar a los herejes del Languedoc con
el nombre de albigenses, extrapolando el marco estricto del obispado de Albi y aplicando
la denominación a los disidentes que viven en el condado de Tolosa y sus territorios
vasallos. Por su parte, la literatura occitana y los documentos inquisitoriales designaban
a los cátaros, genéricamente, con el nombre de eretges o iretges y haeretici (‘herejes’). La Inquisición, de manera más precisa, los denominaba preferentemente
haeretici induti (‘herejes revestidos’) o, con menos frecuencia, heretici perfecti (‘herejes perfectos’) cuando habían recibido el bautismo, es decir, cuando ya eran
herejes consumados.
Según los lugares, recibían otras denominaciones populares: en Oriente, bogomilos (‘amigos de Dios’, por los seguidores de Bogomilo); en Italia, salvo en la Lombardía,
patarinos; en Flandes, pifles; en el reino de Francia, arrianos en los primeros tiempos, texerantes (‘tejedores’, porque muchos de ellos ejercían este oficio), poplicanos (‘publicanos’), bugres (primero con el significado de ‘búlgaros’ y más tarde, de ‘sodomitas’).
Finalmente, los dignatarios católicos designaban a menudo a los cátaros con el epíteto
de maniqueos. Era una manera claramente abusiva de asimilarlos a una religión dualista del siglo
iii que había sido el rival más temible de la Iglesia de Roma.
En cuanto a su Iglesia, los cátaros y sus seguidores la designaban con el nombre de
la Gleisa de Dio o la sancta Gleisa, y también, aunque de forma menos corriente, la Iglesia de los Amigos de Dios, la
Iglesia de los Buenos Cristianos o la Iglesia de los Buenos Hombres. Por el contrario,
la Iglesia romana era para los cátaros la Gleisa malignant romana, la Iglesia usurpadora o la Iglesia de los Lobos.