Prólogo:
Hacia una nueva ilustración

¿Cómo tendría que describirme para usted en este preciso instante? Seguramente no le sorprenda si le digo que me encuentro en mi escritorio, absorbido por mis propios pensamientos, y que contemplo una idea, considero sus deficiencias, juego con otra, amplío sus posibilidades y lentamente me veo abocado a escribir. De vez en cuando intento transformar ese estado mental efímero en palabras con la esperanza de que estas páginas le permitan, lector, entender mis pensamientos. ¿No le parece razonable?

Piense otra vez: ¿cómo me define en tanto que escritor ese tránsito común? Y al definirme, ¿qué nos dice en cuanto a nuestras concepciones de ser humano? En muchos aspectos lo que aquí encontramos es una imagen de mí mismo como pensador individual; alguien que habita en un mundo interior de conciencia que me es completamente propia. Y por implicación, ¿no querría decir todo ello que estamos solos en nuestros propios mundos interiores? No tenemos acceso directo a los pensamientos de los demás y a menudo resulta difícil traducir los pensamientos en palabras. Es un mundo en el que usted nunca podrá ahondar en las profundidades de mi mente; nunca me entenderá por completo, del mismo modo que su mundo particular siempre será un misterio para mí. Efectivamente, esta realidad común es la que nos define en términos de seres alienados.

“¿Y qué?”, podría usted responder. “Es simplemente que somos individuos distintos y que cada uno vive en una conciencia particular. Es la vida”. ¿O no? Si aceptamos esa visión de nosotros mismos como seres delimitados, el “yo” fundamental que vive detrás de mis globos oculares, tendremos que afrontar continuamente problemas de separación. Debo permanecer siempre alerta, de lo contrario los demás verán los fallos de mi pensamiento, los pozos ciegos de mis emociones y los motivos molestos que se hallan detrás de mis acciones. También es un mundo en el que tengo que preocuparme por las comparaciones con los demás y por si se me juzga como inferior. Es una visión que impregna nuestras escuelas y nuestras empresas, en la que la evaluación individual sigue nuestros pasos desde el momento en el que entramos en un aula hasta el retiro definitivo. Y nosotros competimos, con uñas y dientes, por ascender por encima de los demás. La autoestima está continuamente en el aire y la posibilidad de fracaso y de depresión, a la orden del día. Bajo esas condiciones ¿qué valor tienen los demás? ¿No son principalmente instrumentos para nuestro propio placer o nuestro provecho? Si no contribuyen a nuestro bienestar, ¿no tendríamos que evitarlos o abandonarlos? Si interfieren activamente con nuestro bienestar, ¿acaso no estamos justificados para castigarlos, encarcelarlos o incluso eliminarlos? Esa misma actitud del yo contra tú se insinúa también en nuestras opiniones, naturalezas y otras culturas. En definitiva siempre se trata de ver de quién es el bienestar que está en juego.

Quizás se resista: “Sí, veo que hay problemas y en ocasiones hacemos algo para corregirlos. Sin embargo al mismo tiempo la competición también tiene cierto valor, y ganar es uno de los grandes placeres de la vida. Además aquí estamos hablando de la naturaleza humana, así que deje de quejarse y arremánguese”. En definitiva, ¿no es así la naturaleza humana, después de todo? Como apuntan los historiadores, la visión del individuo como entidad singular y aparte, cuya capacidad para pensar y sentir es fundamental en la vida, y cuya capacidad para llevar a cabo acciones voluntarias es muy apreciada, es algo reciente. Es una concepción de la naturaleza humana que se arraigó hace cuatro siglos solamente, durante un periodo que ahora vemos como la Ilustración. Fue durante ese periodo que el alma o el espíritu, como ingrediente central del ser humano, fue en gran parte sustituido por la razón individual. Dado que cada uno de nosotros posee el poder de la razón, se mantuvo (y se mantiene) que podemos desafiar el derecho de cualquier autoridad –religiosa o de otro tipo– a declarar lo que es real, racional o bueno para todos. Es precisamente esta visión de la Ilustración la que desde entonces se ha utilizado para justificar a las instituciones de democracia, educación pública y procedimientos judiciales, entre otros. Es cuando vivimos en esas instituciones que llegamos a aceptar la concepción como “la condición natural de ser humano”.

Los antropólogos están muy de acuerdo con esta conclusión y como Clifford Geertz, decano de la disciplina, escribió:

La concepción occidental de la persona como un universo de motivación y cognitivo delimitado, único y más o menos integrado; un centro dinámico de conciencia, emoción, juicio y acción organizado en un todo distinto y al mismo tiempo contrapuesto a todos y contra un trasfondo social y natural es, aunque pueda parecernos incorregible, una idea bastante peculiar en el contexto de las culturas del mundo.[1] (Traducción de la traductora, TdT).

Efectivamente esta visión común de un ser delimitado y de su materialización en formas de vida individualistas la hemos creado colectivamente y si esta construcción es delimitadora, opresiva y destructiva quizás también creemos alternativas[2].

El presente libro pretende buscar más allá de las tradiciones de la Ilustración. Mi objetivo es generar una narración de la acción humana que pueda sustituir la presunción de que somos seres delimitados por una visión de relación. No quiero decir con ello relaciones entre seres que de otro modo estarían separados sino que me refiero a un proceso de coordinación que precede al concepto mismo de yo. Espero poder demostrar que casi toda acción inteligible surge, se sostiene y/o se extingue en el proceso continuado de relación. Y desde este punto de vista no existe el yo aislado ni la experiencia completamente personal sino que existimos en un mundo de constitución conjunta. Siempre estamos emergiendo de una relación, de la que no podemos salir; incluso en nuestros momentos más privados nunca estamos solos. Además, y como sugeriré más adelante, el futuro bienestar del planeta depende en gran medida de la manera en que podamos nutrir y proteger no a los individuos, ni siquiera a los grupos, sino a los procesos generativos de relaciones.

Si bien el objetivo central es aclarar la visión de la realidad de las relaciones, no concibo esta obra como un ejercicio teórico. No me interesa crear un manual para su uso académico sino que mi idea es vincular esa visión de las relaciones a nuestras vidas cotidianas. En definitiva el concepto de ser relacional debería adoptar su significado a partir de las maneras en las que continuamos juntos. Al fundamentar el concepto sobre formas de acción espero invitar también a la transformación de nuestras instituciones –aulas, empresas, laboratorios de investigación, consultas de terapia, talleres profesionales y despachos gubernamentales. Lo que está en juego es el futuro de nuestras vidas juntos, tanto local como globalmente.

El lector queda advertido. Esta propuesta de una alternativa centrada en las relaciones para la visión tradicional del yo puede resultar incómoda; un reto crítico para el yo tiene amplias ramificaciones. Solemos proponer, por ejemplo, que las personas tienen un efecto sobre los demás. Como suele decirse, los padres moldean la personalidad de sus hijos, la escuela tiene un efecto en la mente de los alumnos y los medios de comunicación repercuten en la actitud y en los valores de la población. No obstante, esa idea común de causa y efecto coincide plenamente con la tradición del ser delimitado; es decir, se basa en la concepción de entidades fundamentalmente separadas y relacionadas las unas con las otras como la colisión de miles de millones de pelotas. En esta obra propongo que vayamos más allá de la causa y del efecto para entender las relaciones. Tampoco pretendo, al restringir la idea de causa y efecto, celebrar la alteración del determinismo, en concreto, la libre voluntad. La visión de un agente que elige libremente también sostiene la tradición de un ser delimitado. La idea de un ser relacional nos invitará a alejarnos de la oposición libertad/determinismo y a considerar el mundo en términos de confluencia relacional.

No quiero decir con ello que desee destruir las visiones tradicionales del yo, de la causalidad y de la voluntad. No propongo que esas ideas tradicionales sean falsas ni que nuestras tradiciones sean fundamentalmente erróneas. Se trata de ideas que no son ni ciertas ni falsas, son simplemente construcciones humanas en torno a las cuales organizamos nuestras vidas. Por ejemplo, no podemos preguntar si el concepto de justicia es cierto, pero sí podemos vivir o morir dependiendo de si creemos que una ley es justa o injusta. Es el hecho de vivir con la idea de seres independientes, libertad y determinismo lo que las hace dignas de una reflexión profunda. Y si la conexión humana puede volverse tan real para nosotros como el sentido tradicional de separación individual estaremos enriqueciendo nuestro potencial para vivir. Nuestras tradiciones tienen un valor y vale la pena sostenerlas. Sin embargo tales tradiciones deberían tratarse como algo opcional, en contraposición a definir los límites de nuestro mundo. Este libro se dedica al desarrollo de una nueva alternativa.

Dicho lo cual, el lector quizás quiera reflexionar conmigo también sobre la utilidad de otras ideas y prácticas coherentes con la tradición del ser delimitado. En las siguientes páginas también abordaré la cuestión de la realidad de la enfermedad mental, el papel que desempeña el cerebro a la hora de determinar la conducta humana, la presunción de Verdad y la importancia de educar nuestras mentes. También se plantearán preguntas sobre el valor de la comunidad, de la democracia y de la responsabilidad individual. Y repito, mi intención no es juzgar si esas tradiciones son ciertas o falsas sino solamente ver su implicación en nuestras vidas a día de hoy. Pero hay algo que debemos considerar: si presumimos que las personas están “enfermas mentalmente” destruimos interpretaciones más esperanzadoras; si presumimos que el cerebro determina nuestras acciones no vemos que el cerebro es un asistente en nuestra búsqueda de una vida con sentido; si abrazamos la Verdad eliminamos las voces de todos aquellos que no ven el mundo de la misma manera; si destacamos la educación de las mentes individuales eclipsamos la dependencia del conocimiento en las relaciones. Además cuando valoramos la comunidad abrimos la puerta a rupturas entre comunidades; cuando vemos al individuo como la base de la democracia eliminamos la importancia del diálogo a la hora de potenciar la deliberación crítica; y cuando responsabilizamos a los individuos ocultamos nuestra propia contribución a resultados no deseados. Podemos hacerlo mejor.

Compañeros textuales

Debería dejar claro que no emprendo este viaje a través del ser relacional como un pensador solitario. El mío no es el primer intento por articular una alternativa centrada en las relaciones a la tradición del ser delimitado. De hecho este trabajo debe su existencia a una serie de compañeros textuales. Llevo conmigo un sinfín de voces de apoyo, desafiantes e inspiradoras. Corresponde reconocer la deuda y con ello la ubicación histórica del trabajo se tornará más aparente. Igual de importante es que esta síntesis iluminará las principales maneras en las que este trabajo se desvía del pasado. Académicos de las ciencias sociales y de la filosofía han sido compañeros especialmente importantes.

El legado de la ciencia social

De enorme importancia entre mis “amigos textuales” se encuentra una familia de teóricos sociales innovadores cuyos escritos se extienden más allá de un siglo. En mis años de universitario las conversaciones imaginarias con la obra clásica de William James[3], Charles Horton Cooley[4] y George Herbert Mead[5] fueron especialmente importantes. Cada uno de esos teóricos dibujó un retrato de la persona cuya comprensión de sí mismo dependía de las visiones de los demás. Conceptos como “el yo social”, el “yo espejo” y la interacción simbólica supusieron un desafío enorme para la visión dominante de la mente como entidad autocontenida. Para ellos el sentido que se tiene de uno mismo no era tanto una posesión personal como un reflejo de la propia existencia social. En mis últimos años como universitario tuve la inmensa fortuna de trabajar con el psicólogo social John Thibaut para quien el mundo mental tomaba un cariz más robusto con la maximización de la ganancia personal vista como principal objetivo. Sin embargo, y tal como proponían Thibaut y Kelley[6], la maximización individual no puede separarse de la relación en la que se ha generado. Nuestros logros están íntimamente relacionados con los procesos de negociación. El mundo mental y los mundos sociales están íntimamente ligados.

Tras la Universidad tuve la enorme suerte de impartir clases en la Facultad de Relaciones Sociales de Harvard, donde descubrí el revolucionario trabajo del desarrollista ruso Lev Vygotsky, cuya obra también ponía en cuestión la visión dominante de las mentes aisladas[7]. Según proponía, para los procesos mentales superiores por lo menos todo lo que está en la mente lo está primero en el mundo social. Para Vygotsky el funcionamiento psicológico individual es una derivada cultural. Esas mismas ideas también fundamentan el trabajo de muchos otros teóricos cuyo trabajo ha sido profundamente enriquecedor. Con John Shotter he tenido la oportunidad de compartir diálogos durante muchos años y son pocos los elementos de este libro que no se ven beneficiados de alguna manera por esta queridísima relación[8]. De un modo similar Jerome Bruner[9], Rom Harré[10], Richard Shweder[11], Jaan Valsiner[12] y Michael Cole[13] también me han brindado su conversación además de sus estimulantes escritos sobre psicología cultural. En todos esos trabajos el contexto cultural se celebra por su impacto en la función mental.

La Facultad de Relaciones Sociales también me brindó la buena suerte de trabajar con el sociólogo Chad Gordon, a través del cual empezó a interesarme mucho la obra de Harold Garfinkel y de otros teóricos etnometodológicos[14]. Esas obras resultaron enormemente estimulantes ya que desplazaban el foco del mundo psicológico hacia los procesos interactivos responsables de las atribuciones mentales. Además la presencia de Erving Goffman en Harvard y en la Universidad de Pennsylvania dio lugar a una enriquecedora relación de colegas que se extendió hasta su muerte en 1982. La obra de Goffman también cambió el enfoque del actor individual hacia el plano de la relación. Para él la acción humana era ante todo rendimiento social y por eso el yo era un producto derivado de las condiciones teatrales del momento[15]. Gran parte de esos primeros trabajos fueron recogidos en un volumen editado con Chad Gordon, The self in social interaction[16].

Quizás el siguiente hito importante en cuanto a deliberaciones sobre el ser relacional proceda de la teoría feminista. Personalmente debo gran parte de mis conocimientos en la materia a mi esposa y experta feminista Mary Gergen[17]. Nuestra amistad con Carol Gilligan[18] también fue importante, y su crítica a la visión cognitiva de la decisión moral de Kohlberg fue protagonista de muchas conversaciones interesantes. En este caso se podían discernir claramente las implicaciones políticas de pasar de una concepción individualista a una concepción relacional de la persona. El trabajo de Jean Baker Miller[19], Judith Jordan[20] y sus colegas del Stone Center de la Universidad de Wellesley ampliaron mucho la visión relacional. Desde su perspectiva existe un deseo natural para las relaciones y a fin de colmar ese deseo la persona tiene que experimentar relaciones que fomenten el crecimiento y en las que la empatía y el empoderamiento mutuos son fundamentales.

También me han servido de estimulación continuada los escritos de la tradición terapéutica. El trabajo de psiquiatras de orientación social como Erich Fromm[21] y Karen Horney[22] siempre me ha parecido más relevante para mi vida que la concepción más bien hermética de Freud de los procesos psicológicos. Ambos veían la cultura y la mente como elementos profundamente interdependientes; los trastornos mentales eran el reflejo de nuestras instituciones sociales y, a cambio, nuestras instituciones eran productos derivados de nuestras necesidades y deseos personales. Son ideas que aparecen también en el enfoque interpersonal de la psiquiatría de Harry Stack Sullivan y en la teoría y la práctica humanista de Carl Rogers[23]. De un modo parecido al de las feministas del Stone Center, ambos vieron que el desarrollo del bienestar individual depende plenamente de las relaciones. Por su parte, el grupo del Stone Center también se basaba en gran medida en los escritos de teóricos de relaciones entre objetos en psiquiatría[24]. Abandonando el énfasis de Freud por la búsqueda de placer, este se situaba en los apegos del individuo con los seres queridos. Así, los patrones tempranos de apego (y de rechazo) asentaban pistas que tendrían consecuencias a lo largo de toda la vida. Un trabajo, este, que se ha ampliado gracias al fascinante trabajo de Stephen Mitchell y de sus colegas para ofrecer una responsabilidad relacional del proceso terapéutico. Bajo ese punto de vista la reunión de paciente y terapeuta constituye el hermanamiento de dos historias relacionales complejas y dinámicas[25].

Este enorme historial de trabajos de ciencia social plantea un reto importante para la tradición individualista. ¿Por qué es necesario añadir otro tratado más? ¿Qué ofrece el presente trabajo que no exista ya? Para mí la principal agitación procede de la incapacidad de la mayoría de esas formulaciones de separarse lo suficiente de la tradición individualista. Son tres los principales residuos que pueden encontrarse en una u otra forma en la mayoría de esas formulaciones. En primer lugar para muchos está el enfoque continuado en un mundo mental, un mundo que funciona en definitiva como origen de la acción individual. Se trata en mayor o menor medida de un mundo de símbolos, experiencia, cognición, emoción, motivos y/o procesos dinámicos. En cada caso la atención se dirige a una región interior muy influenciada por el entorno social pero que es significativa por derecho propio. El sentido potente de un centro de acción psicológico permanece sólido. Con este libro pretendo eliminar la realidad de un mundo mental o interior claramente diferenciado. La idea no es sustituirlo por una visión conductivista de “todo está en la superficie” sino intentar eliminar la distinción entre interior y exterior y sustituirla por una visión de acción encarnada relacionalmente.

En segundo lugar existe una fuerte tendencia en muchos de esos trabajos a teorizar en términos de unidades separadas: yo y el otro, la persona y la cultura, el individuo y la sociedad. En ese sentido las relaciones son el resultado de entidades distintas que entran en contacto y derivadas de unidades fundamentalmente separadas. Mi intención aquí es invertir el orden y tratar lo que consideramos unidades individuales como derivadas de un proceso relacional. Estrechamente relacionado con eso existe una fuerte tendencia en muchos de esos escritos a aplicar una plantilla causal a la hora de explicar la acción humana. Así, existe la tendencia a hablar de la cultura, la sociedad, la familia o los seres queridos como “influenciadores”, “que tienen un efecto” o que “determinan las acciones” del individuo. De nuevo, esa postura analítica sostiene la idea de seres independientes y define las relaciones como derivadas de los mismos.

No obstante y dicho lo cual hay pasajes, metáforas y reflexiones en esas tradiciones que podrían encajar en el presente trabajo. Lo que pretendo no es abandonar esa obra rica e importante sino prolongar sus implicaciones hasta el punto en que pueda producirse un cambio de paradigma más fundamental. Como decía Brent Slife, muchos de los intentos existentes representan una relacionalidad o interacción social débil; lo que intento es generar una “fuerte relacionalidad” en la que no haya ninguna condición de independencia[26]. En ese sentido encontramos otros eruditos y profesionales de las ciencias sociales cuyos escritos coinciden más con las propuestas del presente libro; escritos, y a menudo conversaciones, que desempeñan un papel integral en las tesis emergentes y que serán reconocidos más tarde.

Herencia filosófica

Desde los primeros escritos de Descartes, Locke y Kant hasta las discusiones contemporáneas de mente y cerebro los filósofos han brindado un fuerte apoyo a la realidad del ser delimitado. En muchos sentidos el sello de la filosofía occidental era su presunción de dualismo: mente y mundo, sujeto y objeto, yo y el otro. Aun así el campo de la filosofía también se nutre de la disputa y mientras la visión individualista del funcionamiento humano ha sido dominante, existen desertores significativos, varios de los cuales se han convertido en compañeros textuales al desarrollar las propuestas para el ser relacional. Mi encanto temprano por el existencialismo me llevó hasta la obra de Maurice Merleau-Ponty que aunque situaba la conciencia individual en el centro de sus escritos, también postulaba una conciencia profundamente habitada por el otro[27]. Según Merleau-Ponty, la percepción que tenemos del otro contiene en sí misma una conciencia de ser percibido por el otro. Cuando observamos al otro durante una conversación, por ejemplo, también somos conscientes de ser observados y ambas formas de conciencia son inextricables. O, en esa misma línea, la conciencia de tocar a otra persona encarna en sí misma la conciencia de ser tocado por otro. Cuando acariciamos a alguien también somos conscientes de lo que es ser acariciados por otra persona.

La obra de Martin Heidegger está íntimamente relacionada. Igual que para Merleau-Ponty, gran parte del análisis de Heidegger trata el mundo fenomenológico de la conciencia y al mismo tiempo este último intentó subvertir la dicotomía de sujeto/objeto tradicional, en la que los sujetos conscientes contrastan con un mundo aparte de objetos “exteriores”[28]. Para Heidegger la conciencia siempre es conciencia de algo. Si se eliminan todos los objetos de la conciencia, no hay conciencia; si se elimina toda la conciencia los objetos dejan de existir. Así pues, sujeto y objeto son fundamentalmente coexistentes y la inserción de guiones entre las palabras de su concepto fundamental, estar-en-el-mundo, funciona como ilustración visual de la ruptura conceptual del modelo binario tradicional. Aunque procedente del terreno del pragmatismo americano, el trabajo de John Dewey y Arthur Bentley concuerda con la innovación de ruptura del modelo binario de Heidegger. A su modo de ver existe una relación mutuamente constituyente entre la persona y el objeto (mente y mundo)[29] y ambos estuvieron de acuerdo en sustituir la visión de interacción tradicional (objetos independientes en relación causal con la experiencia) por el concepto de transacción.

Aunque me fascinan esos intentos, no logran llevarme mucho más allá. Como ya he dicho, empiezan presumiendo un espacio privado de conciencia y mediante varias estrategias analíticas intentan escapar. Mi esperanza, en cambio, es empezar con un proceso relacional y derivarlo hacia una concepción de conciencia individual. Además, para apreciar el trabajo de esos filósofos uno tiene que bucear por un exótico y complejo mundo de palabras cuyos conceptos más importantes adquieren su significado sobre todo por cómo se utilizan en los textos filosóficos, con poca salida para la práctica social, preocupación fundamental de mis esfuerzos.

También me he inspirado mucho en varios filósofos morales cuya obra desdibuja los límites entre el yo y el otro. Personas en relación[30] de John MacMurray fue una de las primeras obras que me interesó. En ella la principal preocupación era el valor preeminente de la relación o la comunidad en contraposición al bienestar personal. MacMurray hace especial hincapié en el sacrificio individual por el bien común y en asonancia con esta visión encontramos la obra fenomenológica mucho más conocida de Emmanuel Levinas[31], para quien la subjetividad individual no es independiente de los demás sino que la conciencia personal está constituida por la existencia del otro (metafóricamente “la cara del otro”). En ese sentido uno es básicamente responsable del otro y ética y conciencia son coincidentes. Quizás la contribución más significativa al libro que tiene entre las manos sea el volumen de Martin Buber titulado, Yo y Tú[32], en el que el autor distingue entre dos modos de conciencia (estados fenomenológicos), en términos de la relación de uno mismo con el otro. En el modo más común (Yo-Ello), el otro es un objeto fundamentalmente separado del yo. No obstante, algo sagrado para Buber es la relación Yo-Tú en la que el otro se encuentra sin límites y en ese sentido existe una unidad mutuamente absorbente y la distinción conceptual entre personas desaparece.

Aunque esas obras me hayan inspirado, siguen reteniendo lo que para mí son vestigios problemáticos de la tradición individualista y si bien la comunidad es algo muy valorado por MacMurray, se consigue mediante los actos voluntarios de agentes individuales. En lo que a toda su preocupación por la relación se refiere, las obras de Levinas y de Buber permanecen aliadas con la tradición fenomenológica o centradas en la subjetividad. La acción moral depende en última instancia de la decisión voluntaria del actor y además no está claro en esos casos qué tipo de acción implica. En el caso de Levinas se pone mucho énfasis en el auto-sacrificio y sin embargo el panorama de acción relevante nunca se hace patente. Para Buber el encuentro Yo-Tú es la excepción a la condición común de separación Yo-Ello. Sin embargo, aunque el análisis de Buber nos lleve a adoptar la postura sagrada del Yo-Tú, no queda claro qué viene a continuación en términos de acción. ¿Qué es exactamente encontrar al otro como Tú? En cambio, espero vincular la visión de ser relacional con formas concretas de práctica social.

Otra importantísima escuela de pensamiento es la que emana de la teoría sociológica y política y cuyo trabajo resulta especialmente importante por su crítica del individualismo liberal, tanto en términos de su influencia en la vida cultural como por su adecuación como orientación a la sociedad civil y a la política. En lo referente a los daños a la vida cotidiana, el libro Hábitos del corazón de Robert Bellah y colegas resulta fundamental en su significación[33]. El libro revela en detalle las implicaciones insidiosas de la ideología individualista para las relaciones humanas. Además recoge las iniciativas del movimiento comunitario encabezado por Amitai Etzioni y sus colegas[34]. Aquí el énfasis se pone en las obligaciones que tenemos para la comunidad en contraposición a las reivindicaciones de los derechos individuales. Por otra parte, el trabajo del teórico político Michael Sandel[35] y del filósofo Alasdair MacIntyre[36] añade una dimensión conceptual importante a este movimiento ya que ambos centran la atención en la ubicación profunda del individuo en las relaciones y dan con la idea del agente libre y despreocupado gravemente defectuoso. Todas esas obras han sido fuentes de incalculable valor para mí, aunque manifieste cierto descontento con la valorización de la comunidad favorecida como alternativa al individualismo. No existe solamente el problema de determinar los límites de lo que constituye la comunidad de uno mismo sino que existen complicaciones adicionales resultantes del establecimiento mismo de esos límites. Las comunidades también son entidades delimitadas y crean los mismos tipos de conflictos que asisten al público como esencialmente separados. En el caso de los compromisos comunitarios –como religiosos y políticos– las consecuencias pueden ser desastrosas.

A lo largo de estas páginas habrá resonancias de esas obras importantes, aunque existen otros escritos filosóficos que encajan mejor con el presente trabajo. En primer lugar están los últimos escritos de Ludwig Wittgenstein, cuyo acompañamiento textual ha sido muy significativo y sin sus Investigaciones filosóficas[37] sospecho que el presente trabajo nunca hubiera salido adelante. Por su parte, el trabajo del teórico literario Mikhail Bakhtin también lo convierte en una voz prominente y aunque nunca rompió los lazos entre mente y acción su concepto polifónico de dialogismo resulta muy estimulador.

Al mismo tiempo existe una diferencia importante que separa esta obra de todas las teorías precedentes (excepto Wittgenstein). Todos esos filósofos han trabajado en una tradición dedicada a establecer bases, es decir, fundamentos de razón, verdad, naturaleza humana, valor ético, etc. Fundamentos que en ocasiones se denominan “primeras filosofías”. En cambio, esta obra no tiene tales aspiraciones y aunque la forma de la escritura pueda sugerir a veces lo contrario, mi objetivo no es articular lo que simplemente es o tiene que ser la naturaleza humana. De hecho, tampoco pretendo ser verdadero ni preciso en términos tradicionales sino que espero ofrecer una construcción atractiva del mundo, una visión que invite, o una lente de entendimiento –todo ello materializado o encarnado en acciones relevantes. La base no es una serie de órdenes de marcha sino una invitación a bailar.

Abordar la escritura

Desafiar las tradiciones siempre conlleva riesgos. Hasta cuando nuestras tradiciones son defectuosas, por lo menos son defectos cómodos y el cambio invita al miedo a lo que vendrá. De hecho eso es lo que experimento yo mismo al escribir este libro. Con el lento despliegue de esta visión de ser relacional también he llegado a reflexionar críticamente sobre mi forma de estar en el mundo. Una convención cómoda convertida en objetivo por mi visión crítica fue mi práctica profesional de la escritura. En mi opinión la escritura académica tradicional también conlleva fuertes rasgos de la tradición individualista. Es un género que separa al autor conocedor del lector ignorante y que posiciona al primero como propietario de sus ideas, a menudo retratándolo como alguien cuya mente es totalmente coherente, segura y ajena a conflictos. Tendré más que decir acerca de esta tradición en el Capítulo 7. Aun así, la forma de escribir de uno también es un medio que transporta un mensaje y en este libro es un mensaje que socaba la tesis relacional que deseo fomentar.

Mi objetivo en las páginas que siguen es explorar una forma de escribir que encarna más plenamente la tesis relacional. ¿Y cómo? Como verán, la escritura se va desarrollando como una serie de “capas puntuadas”, unas capas que también encarnarán distintas tradiciones de comunicación. En ocasiones dominará mi voz académica; en otras, escribiré de una forma más agradable para los profesionales. También incluyo experiencias personales relevantes para la materia en cuestión. Además de esas capas he añadido voces estéticas –arte, poesía, fotografía– e incluso notas de humor. A veces serpentearé por la mezcla de expresiones de amigos, tanto textuales como personales.

Son varias las maneras en las que espero que esta forma de escritura sirva para transmitir contenidos. En primer lugar la utilización de múltiples voces hace que sea más difícil identificar quién soy, como autor. Sin una voz única y coherente resulta más difícil definir los límites de mi ser. Además a medida que la tesis se despliegue iré caracterizando a personas integradas en múltiples relaciones. Quién somos y qué somos es algo que se constituye de distinta manera en muchas de esas relaciones, de ahí que todos llevemos varias voces distintas, cada una de ellas nacida de una historia de relación concreta. Al utilizar múltiples “voces” en el texto espero que el lector llegue a apreciar las varias relaciones de las que “yo, el autor” he surgido. Además, con esas voces distintas espero establecer relaciones con una gama más amplia de lectores. Cuando escribo para un público único –teóricos, profesionales o estudiantes, por ejemplo– refuerzo los muros que separan los grupos en la sociedad. Si utilizo múltiples géneros quizás pueda darse un paso hacia adelante para cruzar los límites existentes y para invitar a un diálogo más inclusivo. Por último, y a diferencia de la escritura tradicional, lo que aquí se intenta es renunciar a cierto control sobre cómo tienen que entenderse las palabras: yuxtaponiendo géneros mixtos espero evitar un cierre de significados. En definitiva, se abre un espacio para que el lector genere nuevas asociaciones e imágenes.

Los desafíos del lenguaje

Además de la forma de escribir, un comentario preliminar sobre asuntos de utilización del lenguaje será útil. Primero tuve una enorme urgencia al escribir este libro de utilizar la expresión yo relacional, en contraposición a ser relacional, y de hecho hubiera situado la obra más claramente en la extensa y estimable tradición de obras sobre el yo. Sin embargo “yo” lleva implícitas potentes trazas de la tradición individualista y sugiere, de nuevo, una unidad delimitada que interactúa con otras unidades diferentes. Por otra parte el “yo” puede considerarse como un nombre y sugerir por lo tanto una entidad estática y resistente. En cambio el término “ser”, con la ambigüedad que le confiere ser infinitivo de verbo y sustantivo, trastoca la imagen de unidad delimitada. Al “ser” estamos en movimiento y llevamos con nosotros un pasado que nos acompaña al cruzar el presente hacia el futuro.

La segunda cuestión en materia de utilización del lenguaje es más compleja. Este trabajo se basa fundamentalmente en una visión de relación que no se define en términos de dos o más personas que se unen. En lugar de eso propondré que la misma idea de personas individuales es un derivado del proceso relacional. Pero ¿cómo puedo describir ese proceso sin utilizar un lenguaje que divide inherentemente al mundo en entidades delimitadas? Siendo más concretos, si nos basamos en convenciones de escritura comunes, me basaré indefectiblemente en nombres y pronombres, los cuales designan unidades limitadas o identificables. La misma expresión “confío en ti…” ya me define (a mí) como algo separado de ti (tú). De un modo similar los verbos transitivos generalmente implican relaciones causales y la acción de una unidad afecta a la otra. Decir “Él la invitó” o “Ella lo trató con amabilidad” de nuevo crea un mundo de separación y por mucho que yo intente crear un sentido de proceso anterior a la construcción de entidades, las convenciones del lenguaje se resisten y prácticamente insisten en que las entidades separadas existen antes de la relación.

Llegados a este punto resulta tentador experimentar con nuevas formas lingüísticas que pudieran borrar esos límites problemáticos. Es algo que tanto Heidegger como Derrida han hecho; el primero colocando guiones entre las palabras, y el segundo luchando con ellos. Sin embargo abandonar las convenciones de comunicación comunes tiene un peligro y la principal tesis puede abocarse hacia la oscuridad. Mi elección entonces es retener los usos comunes y confiar en la buena voluntad del lector a la hora de apreciar el dilema. Así, escribiré de relaciones de la forma tradicional –de la relación de esta persona con eso, de su relación (de ella) con él, de esta empresa relacionada con esta otra. No obstante el lector también podrá beneficiarse de una heurística que considero útil en la escritura: una lógica de referentes. Cuando escriba sobre el individuo, la persona, yo mismo, yo, mí, me, etc., utilizaré las palabras de manera convencional. Sin embargo reservaré un lugar en el que puedan entenderse como emergentes de una relación. Por ejemplo podría escribir de “la relación de Ronald con María”, como si existieran independientemente. La convención me ayuda a comunicar con usted como lector, aunque a medida que escribo también reservo un espacio para observar que esos nombres son construcciones creadas en un proceso relacional que precedió a los nombres. Además hasta la separación común que hacemos entre un cuerpo físico y otro son construcciones surgidas de una relación. La creencia de que la piel marca la separación del cuerpo con el mundo es una ficción útil que hemos desarrollado juntos pero, en cuanto intento describir lo que significa una palabra como “juntos”, el lenguaje me agarra por el cuello y entonces me expresaré como si se encontraran dos entidades físicamente separadas. Mi única esperanza es que se unan conmigo en la toma de conciencia de que estamos reservando un lugar en el que podemos entender la idea de “entidades físicas” como un derivado del proceso relacional.

El despliegue de la narrativa

Al optar por una escritura de capas el lector a veces puede llegar a perder la lógica general de esta obra, por lo que una guía al relato que se irá desarrollando puede resultar útil. En el capítulo inicial espero dejar claro por qué la búsqueda del ser relacional es tan importante y por qué no se trata de un ejercicio de gimnasia teórica sino de una invitación a explorar nuevas formas de vida más prometedoras. En este punto se unen a mi persona varios pensadores que comparten su descontento con la tradición individualista. Así el capítulo inicial reunirá varias de esas voces en un “coro de crítica” que, una vez aplicado, nos permitirá embarcar en la exploración del ser relacional.

Dedicaré los siguientes tres capítulos a presentar el concepto de ser relacional. El Capítulo 2 se centrará en el concepto esencial de acción conjunta, o el proceso de acción colaborativa del cual se genera todo el significado. O dicho en términos generales, es a partir de la acción conjunta que desarrollamos realidades, racionalidades y moralidades significativas y es precisamente en ese proceso en el que se crea un mundo de entidades delimitadas y a través del cual pueden establecerse mundos alternativos. Este argumento también prepara el camino hacia los Capítulos 3 y 4, en los que repaso el amplio vocabulario de vida mental, tan importante para la tradición individualista. Si todo el sentido procede de la relación podemos incluir la idea de vida mental. A diferencia de Descartes, la razón individual no es el origen de la acción humana sino que el concepto de razón individual es fruto de la relación. En esos dos capítulos intentaré reformular el vocabulario del mundo de la psicología en términos relacionales y desarrollaré la tesis que postula que términos como “pensar”, “recordar”, “experimentar” y “sentir” no se refieren a eventos que se encuentran dentro de la cabeza del individuo sino a acciones coordinadas en relaciones.

En los dos capítulos siguientes (Parte II) empiezo a desplazar el enfoque de la teoría hacia la práctica y en particular hacia asuntos de la vida cotidiana y de la muerte. Se abrirá un nuevo territorio conceptual pero con la mirada siempre puesta en sus implicaciones en la acción. En el Capítulo 5 se desarrollará el concepto esencial de ser múltiple. Además como resultado de la inmersión en múltiples relaciones propondré que emergemos con un gran potencial para las relaciones aunque la materialización de ese potencial también pueda disminuir radicalmente en cada relación. Este debate dará lugar a una preocupación por el arte de la acción coordinada. En el Capítulo 6 la cuestión de la vinculación social será fundamental ya que si bien puede resultar profundamente enriquecedora mi preocupación personal en este caso tiene que ver con las repercusiones destructivas. De hecho este tratamiento invitará al debate sobre las prácticas dialógicas para restaurar la relación entre partes antagonistas.

Los siguientes cuatro capítulos (incluidos en la Parte III) están más dedicados más a las prácticas sociales. Si nuestro sentido de ser delimitado se refuerza por prácticas existentes, ¿qué tipos de cambios son necesarios para apreciar el poder de la relación? A mi modo de ver se está produciendo un cambio radical en varias profesiones: el enfoque en el individuo solo está siendo sustituido por el fomento de relaciones efectivas. Estos capítulos reunirán muchas de esas ofertas. El tema del Capítulo 7 es el conocimiento como logro relacional y sustituyendo las narraciones heroicas del descubridor individual propondré que lo que denominamos conocimiento emana del proceso de acción conjunta. Después consideraré tres lugares de práctica relevantes –la creación de disciplinas, el acto de escribir y la práctica de la investigación en ciencias sociales. En cada uno de esos casos existe la necesidad de sustituir la fragmentación y el conflicto por una coordinación productiva. Se trata de un debate que preparará el camino para un tratamiento ampliado de la educación en el Capítulo 8. Si el conocimiento se logra a través de la relación, los educadores deberían desplazar su atención del estudiante individual hacia el nexo de relaciones en las que tiene lugar la educación. En esta discusión me centraré sobre todo en las prácticas pedagógicas tal cual se potencian en las relaciones entre profesores y alumnos, entre los mismos alumnos, entre la clase y la comunidad y entre la clase y las comunidades globales.

Las prácticas terapéuticas pasan a primer plano en el Capítulo 9, donde detengo el enfoque tradicional de la terapia en el individuo y lo sustituyo por una visión de la terapia como recuperación relacional. Si la angustia humana surge del proceso de acción colaborativa entonces el proceso colaborativo debería utilizarse como enfoque central de la terapia. De hecho, no es algo que requiera abandonar la terapia tradicional sino replantearse la manera en la que esas prácticas contribuyen (o no) al bienestar relacional. Esta discusión en torno a la recuperación relacional prepara el terreno para el posterior tratamiento de la vida empresarial (Capítulo 10). Las empresas (organizaciones) tradicionales son vistas como colecciones de individuos únicos contratados, promocionados o despedidos en función de sus conocimientos, competencias y motivaciones individuales. En este capítulo sustituyo esa visión por el proceso relacional como elemento crítico para una empresa efectiva y en ese contexto abordaré prácticas concretas de toma de decisiones, liderazgo, evaluación personal y la relación de la empresa con su entorno.

En los últimos capítulos (Parte IV) doy un paso atrás para reflexionar acerca de las implicaciones más amplias del ser relacional, y en el Capítulo 11 considero las consecuencias morales de esas deliberaciones. Existe un potente mensaje relativista que aparece tras la idea de que todos los valores morales proceden de historias relacionales. ¿Tiene que ser el relativismo nuestra conclusión? En ese punto introduzco la responsabilidad relacional, es decir, la responsabilidad compartida para sostener esos procesos de los que se generan valores morales. En el capítulo final me ocupo de cuestiones de espiritualidad planteando la siguiente pregunta: ¿puede tenderse un puente entre la explicación secular del ser relacional desarrollada y las tradiciones de espiritualidad? Un puente hacia el diálogo entre esas tradiciones lo encontramos en la imposibilidad última de captar la naturaleza del proceso relacional y esa misma incapacidad la encontramos en numerosos intentos teológicos de ubicar la naturaleza de lo sagrado. Así pues, hay lugar para apreciar el potencial sagrado de las prácticas colaborativas y la vida cotidiana adquiere un significado espiritual.

1 . Geertz, C. (1979). “From the native’s point of view: On the nature of anthropological understanding”. En P. Rabinow y W.M. Sullivan (Eds.) Interpretive social science. Berkeley, CA: University of California Press. (pág. 59).

2 . Pueden consultarse excelentes escritos sobre los cambios históricos en la comprensión occidental del yo desde la Ilustración en Taylor, C. (1996). Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna. Paidós Ibérica; y Seigel, J. (2005). The idea of the self. Cambridge: Cambridge University Press.

3 . James, W. (1989). Principios de psicología. Fondo de Cultura Económica USA.

4 . Cooley, C.H. (1902). Human nature and the social order. Nueva York: Charles Scribner.

5 . Mead, G. H. (1982). Espíritu, persona y sociedad: desde el punto de vista del conductismo social; introducción de Charles W. Morris; presentación de la edición castellana de Gino Germani. Paidós. Más información sobre el desarrollo temprano del pensamiento sobre la mente social en Valsiner, J. y van der Veer, R. (2000). The social mind: Construction of the idea. Cambridge: Cambridge University Press; y Burkitt, I. (2008). Social selves (2ª ed.). Londres: Sage.

6 . Thibaut, J. y Kelley, H. (1959). The social psychology of groups. Nueva York: Wiley.

7 . Vygotsky, L. (1979). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica.

8 . Shotter, J. (1993). Cultural politics of everyday life: Social constructionism, rhetoric and knowing of the third kind. Toronto: University of Toronto Press; (2008) Conversational realities revisited: Life, language, body and world. Chagrin Falls, OH: Taos Institute Publications.

9 . Véase, por ejemplo, Bruner, J. S. (2006). Actos de significado: más allá de la revolución cognitiva. Madrid: Alianza; Bruner, J. S. (1999). La educación, puerta de la cultura. Madrid: Visor.

10 . Harré, R. (1982). El ser social. Madrid: Alianza.

11 . Shweder, R. (1991). Thinking through cultures: Expeditions in cultural psychology. Cambridge, MA: Harvard University Press.

12 . Véase, por ejemplo, Valsiner J. y R. Van Der Veer, op cit.

13 . Cole, M. (1999). Psicología cultural: una disciplina de pasado y del futuro. Madrid: Morata.

14 . Garfinkel, H. (2006). Estudios en etnometodología. Rubí (Barcelona): Anthropos. Véase también Coulter, J. (1979). The social construction of mind: Studies in ethnomethodology and linguistic philosophy. Totowa, NJ: Rowman and Littlefield.

15 . Véanse en especial, Goffman, E. (1981). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu; Goffman, E. (1970). Internados: ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Buenos Aires: Amorrortu.

16 . Nueva York: Wiley, 1968.

17 . Véanse en especial sus volúmenes, Feminist thought and the structure of knowledge. Nueva York: New York University Press, 1988; Feminist reconstructions in psychology: Narrative, gender & performance. Thousand Oaks, CA: Sage, 2001.

18 . Véase Gilligan, C. (1993). In a diferent voice: Pyschological theory and women’s development. Cambridge, MA: Harvard University Press.

19 . Miller, J. B. (1978). Hacia una nueva psicología de la mujer. Barcelona: Argos Vergara.

20 . Jordan, J., Kaplan, A., Miller, J.B., Stiver, I., Surrey, J.L. (1991). Women’s growth in connection. Nueva York: Guilford; Jordan, J.V. (1997). Women’s growth in diversity: More writings from the Stone Center. Nueva York: Guilford.

21 . Fromm, E. (1941). Escape from freedom. Nueva York: Rinehart.

22 . Horney, K. (1955). La neurosis y el desarrollo humano. Editorial Psique.

23 . Sullivan, H. S. (1953). The interpersonal theory of psychiatry. William Alanson White Psychiatric Foundation. Reeditado por Norton, 1997; Rogers, C. (1972). El proceso de convertirse en persona, mi técnica terapéutica. Barcelona: Paidós Ibérica.

24 . Véase un resumen en Mitchell, S. (1993). Conceptos relacionales en psicoanálisis: una integración. Siglo XXI editores. Véase también, Curtis, R.C. (Ed.) (1991). The relational self: Theoretical convergences in psychoanalysis and social psychology. Nueva York: Guilford.

25 . Véase por ejemplo, Mitchell, S.A. (1993). Hope and dread in psychoanalysis. Nueva York: Basic Books; Pizer, S.A. (1998). Building bridges: The negotiation of paradox in psychoanalysis. Nueva York: Analytic Press.

26 . Slife, B. (2004). “Taking practices seriously: Toward a relational ontology”. Journal of Theoretical and Philosophical Psychology. 24, 179-195.

27 . Cf. Merleau-Ponty, M. (1970). Lo visible y lo invisible. Barcelona: Seix Barral.

28 . Heidegger, M. (1962). El ser y el tiempo. Fondo de cultura económica.

29 . Dewey, J. y Bentley, A.F. (1949). Knowing and the known. Boston: Beacon.

30 . MacMurray, J. (1974). Personas en relación: la forma de lo personal. Barcelona: Barral.

31 . Levinas. E. (1991). Ética e infinito. Madrid: Visor cop.

32 . Buenos Aires: Nueva Visión, 1994.

33 . Bellah, R.N., Madsen, R., Sullivan, W.M., Swidler, A. y Tipton, S.M. (1989). Hábitos del corazón. Madrid: Alianza.

34 . Véase por ejemplo Etzioni, A. (1993). The spirit of community: Rights, responsibilities and the communitarian agenda. Nueva York: Crown.

35 . Véase, por ejemplo, Sandel, M. (1996). Democracy’s discontent: America in search of a public philosophy. Cambridge, MA: Harvard University Press.

36 . Véase especialmente, MacIntyre, A. (1987). Tras la virtud. Barcelona: Crítica, cop.

37 . Wittgenstein, L. (1988). Investigaciones filosóficas. Barcelona: Crítica.