LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE LA CIENCIA
La reflexión filosófica sobre la ciencia en el siglo xx ha estado marcada por la controversia sobre los supuestos lógicos del empirismo clásico.
No es difícil ver que los puntos cruciales de la discusión contemporánea sobre la
ciencia afectan a los supuestos básicos del empirismo que fueron aceptados por los
neopositivistas en los años veinte.
El neopositivismo –positivismo lógico o empirismo lógico– fue un movimiento inspirado
en los desarrollos de la lógica de comienzos de siglo que trataba de respetar los
principios del empirismo clásico. En el empirismo de los siglos xvii y xviii, estos principios tenían relación con los límites del contenido de la mente –esto
es, la idea de que nuestra mente no puede formarse contenidos que vayan más allá de
lo que es dado a la experiencia. Los neopositivistas tendieron a expresar estas intuiciones
en términos más bien semánticos: las oraciones significativas deben referirse directa
o indirectamente a lo que es observable.
En principio, el neopositivismo compartió la actitud despectiva del empirismo clásico
hacia la filosofía tradicional. Gran parte de las proposiciones filosóficas no satisfacen
los requerimientos empiristas sobre el significado. La ciencia, en cambio, parecía
el mejor ejemplo de lenguaje significativo. El lenguaje científico parece que obtiene
todo su contenido de los denominados enunciados observacionales: los enunciados que
describen lo que es directamente dado a la experiencia.
Existen diferentes niveles de investigación científica y de conocimiento humano. Sin
embargo, todos ellos obtienen su contenido de la experiencia de los sentidos. Esto,
se suponía, debería permitir reducir cualquier proposición científica a la descripción
de unos hechos determinados. Esta experiencia es el material que daría contenido a
cualquier uso significativo del lenguaje.
Lo que es fascinante de la filosofía de la ciencia del siglo xx es la manera como los filósofos se han dado cuenta de que el lenguaje de la ciencia
–en principio, el más adecuado a la satisfacción de los requisitos empiristas– no
se ha ajustado a estos principios.
Consideremos, por ejemplo, el atomismo de la experiencia. Según los principios del
empirismo lógico era esencial el supuesto de que la conexión entre cualquier par de
elementos de la experiencia fuera completamente contingente y estuviera desproveída
de cualquier necesidad. Como ya vio Hume, esto planteaba enormes problemas para justificar
el razonamiento inductivo y, a la vez, para introducir una noción aceptable de explicación,
diferente de la mera descripción de regularidades. O, por poner otro ejemplo, consideremos
la idea de que la experiencia se produce independientemente de la teoría: la idea
de que lo que da contenido a la teoría es una experiencia independiente que debe ser
aceptada por cualquier teorización que quiera ser fiel a los hechos. La experiencia
sería, por lo tanto, el elemento común que debería judicarse entre las teorías rivales.
En las páginas siguientes veremos cómo la reflexión filosófica sobre la ciencia en
nuestro siglo ha tenido que abandonar estos supuestos clave del empirismo.