Capítulo I
RADIOGRAFÍA DE LOS THINK TANKS
1. Concepto
La expresión think tank apareció a partir de la Segunda Guerra Mundial y se consolidó durante la posguerra.
Se utilizó para describir las organizaciones de investigación militar. Actualmente,
en los Estados Unidos hay en torno a 1.500 think tanks. Su impulso se debe a una serie de factores como el final de la guerra fría y, más
tarde, del comunismo, los conflictos étnicos europeos, el paro y la pobreza generados
por la crisis económica internacional, el colapso de los sistemas de sanidad pública
y privada, el nuevo panorama internacional derivado de los atentados del 11 de septiembre
de 2001 o la crisis económica de 2008.
La noción de think tank es resbaladiza. Por este motivo, para aclarar qué son los think tanks y cuáles son sus fronteras –si es que las hay– estructurales, funcionales y operativas
en relación con otras figuras similares, hay que adoptar una metodología fundamentada
en la observación y el análisis de las organizaciones consideradas como tales.
Su realidad demuestra la diversidad de alcance, estructuras, áreas políticas de análisis
y significación política de los think tanks. Algunos se manifiestan no implicados ideológicamente. Otros disfrutan de motivaciones
políticas e ideológicas. Unos tienen un carácter académico, basado en la investigación
y adaptado a los intereses universitarios, en cambio hay más comprometidos con la
defensa y el marketing de las ideas. La especialización también es un elemento diferencial.
Sin ir más lejos, encontramos think tanks para temas de medio ambiente, otros centrados en ámbitos geográficos determinados
o incluso los hay especializados en política internacional.
Un factor crucial al que se le ha prestado poca atención es el de la dimensión mediática
de los think tanks: su relación con los medios de comunicación. Como librepensadores, tienen que informar
a sus públicos. Estos públicos son esencialmente dos: los que toman las decisiones
públicas y los medios de comunicación social. Se crea así una dinámica que ha generado
la interdependencia entre las organizaciones de análisis político y sus públicos,
que se ha derivado en una necesidad mutua.
La presencia de la etiqueta think tank en un informe de una organización es aparentemente una garantía de atención mediática.
Esta necesidad mutua ha llegado a desnaturalizar la actividad de los think tanks que, al actuar comomeros agentes de prensa, se han sometido a los imperativos de
la cobertura y la presencia mediáticas.
Llegados a este punto y a pesar de las dificultades expuestas, entendemos que, en
términos generales, un think tank es una organización formada por diversos intelectuales y analistas, que recibe contratos
o encargos de organizaciones públicas o privadas para analizar ideas y proyectos,
y proponer formas de aplicación de las diferentes actividades gubernamentales o industriales
para ser difundidas a través de los medios de comunicación social y así influir en
el debate público.
Entre otros aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de definirlos, debemos
considerar que se trata de organizaciones permanentes encargadas de suministrar una
producción original de reflexiones, análisis y asesoramiento, pero que no están al
cargo de misiones gubernamentales. Además, su trabajo tiene, o debería tener, la ambición,
explícita o implícita, de servir a una determinada concepción del bien público, por
oposición a las organizaciones con un afán únicamente comercial y lucrativo.
Aunque los think tanks no lleven a cabo actividades de presión e influencia parlamentarias propiamente dichas
hacen un muy notable papel en el desarrollo de estrategias de influencia, ya que su
opinión es una de las más tenidas en cuenta a la hora de abordar cualquier asunto
de índole pública o política.
2. Historia
Los think tanks no surgieron de la nada a principios del siglo XX en Estados Unidos. Nacieron del ideal progresista que dominó las políticas de McKinley
y Roosevelt, así como del entusiasmo por unas ciencias sociales que empezaban a consolidarse.
El proceso político requería la aplicación de los nuevos métodos científicos que habían
sido probados en el ámbito industrial: la experiencia y la investigación, favorecidas
por las universidades de la época, se tenían que utilizar para profesionalizar el
juego político.
A eso se sumó la multiplicación de nuevos problemas a menudo relacionados con el final
de la Norteamérica rural y con la dominación industrial y el consiguiente apogeo del
proletariado urbano, que generaron graves problemas sociales que convirtieron en inhumano
el tradicional laissez-faire del liberalismo económico clásico. En este contexto, la ciencia se convirtió en la
panacea universal y, según muchos, el Estado tenía que responsabilizarse de solucionar
las cuestiones sociales que hasta la fecha eran competencia casi exclusiva de las
asociaciones de beneficencia.
Sin embargo, el entusiasmo por las ciencias sociales no era general. Había quien advertía
a los reformadores de las consecuencias negativas del intervencionismo estatal. Aun
así, el papel del experto –recién llegado al mundo de la política– iba afirmándose,
aunque se limitó durante bastante tiempo a asesorar a dirigentes políticos y a sugerir
alguna que otra iniciativa legislativa, sin intentar influir en las decisiones políticas
en el sentido en que lo hacen los lobbies. Hasta la Primera Guerra Mundial estos expertos asesoraron al Congreso norteamericano
y a la Casa Blanca.
Aunque sus servicios eran individuales, a estos intelectuales no les faltaba ambición
política ni espíritu emprendedor, por lo que algunos intentaron, sin demasiado éxito,
crear institutos de investigación. Lo que realmente transformó estos institutos efímeros
en instituciones estables fue el advenimiento de una nueva institución norteamericana:
la fundación filantrópica.
A principios del siglo XX, estas fundaciones filantrópicas financiaron numerosos institutos de investigación,
llegaron a crear algunos, y ofrecieron a los investigadores surgidos de las universidades
un estatus respetable y los recursos financieros necesarios para desarrollar su tarea.
Las grandes fundaciones filantrópicas, algunas de las cuales todavía existen, tenían
el nombre de su fundador, generalmente líderes del mundo de la industria o de las
finanzas. La fundación Carnegie (1911), de Andrew Carnegie, o la fundación Rockefeller
(1913), de John D. Rockefeller, Jr., son las más representativas.
Sin embargo, el punto de inflexión hacia lo que hoy conocemos como un
think tank fue la creación, en 1907, de la Russell Sage Foundation (
www.russellsage.org) con el objetivo de formar una nueva élite política capaz de llevar al Gobierno federal
a encargarse de los problemas sociales, ya que las asociaciones de beneficencia estaban
desbordadas por el n y la complejidad de estos problemas. En el mismo año, 1907, también
se fundó en Nueva York el Bureau of Municipal Research, con la misma finalidad pero
enfocado hacia una reforma de los métodos de gobierno local. En el Bureau colaboraban
hombres de negocios influyentes y universitarios de los departamentos de derecho y
finanzas de las universidades más prestigiosas norteamericanas.
De acuerdo con los deseos de sus fundadores o benefactores, estos primeros think tanks eran absolutamente neutros con respecto a los partidos políticos, lo cual les hizo
ganarse una legitimidad y una autoridad incuestionables ante los legisladores que
recurrieron cada vez más a ellos La galopante dependencia de la técnica de los nuevos
problemas en un país que se convirtió en potencia mundial requería una experiencia
que los gobernantes no tenían por qué poseer. Por su parte, los expertos y especialistas
reconocían que una independencia total del Gobierno, del mundo de las finanzas y de
la industria, de los partidos políticos o incluso de los intereses particulares era
la condición ineludible de su credibilidad. De esta manera, la filantropía aparecía
como la nueva forma emergente de la vida política norteamericana; lo cual permitía
la existencia de institutos de investigación libres de cualquier fidelidad, incluso
hacia sus fundadores-benefactores.
Llegados a este punto y desde una óptica histórica, podemos afirmar, sin embargo,
que el apogeo de los think tanks modernos fue paralelo al de la potencia norteamericana, hasta su liderazgo mundial.
En esta evolución podemos distinguir cuatro fases.
La primera fase, que incluye el periodo de la Primera Guerra Mundial y la posguerra
inmediata, estuvo marcada por la aparición de algunos organismos apolíticos que se
otorgaron la misión de ayudar, a través de consejos juiciosos, a su Gobierno en cuestiones
internacionales. Fue el caso del Institute for Government Research, creado en 1916
y que en 1927 se disolvió para dar paso a la Brookings Institution, una de las instituciones
más venerables de Washington D.C.
Otro ejemplo lo constituye The Inquiry, grupo creado durante el invierno de 1917-1918
por el coronel Edward M. House, consejero de Woodrow Wilson, que se fijó como objetivo
el preparar la posguerra en Europa. Esta organización había asesorado a los miembros
de la delegación norteamericana durante la Conferencia de Paz de París, el 25 de enero
de 1921, y se convirtió, en aquel mismo año, en el Council on Foreign Relations, una
institución que también tiene un peso histórico considerable.
Por otra parte, a principios de la década de 1920 el entusiasmo por las ciencias sociales
había decaído. La experiencia había mostrado sus limitaciones pero las nociones de
rigor, precisión y eficacia seguían siendo las claves de la «democracia inteligente»,
según las palabras de Wesley Mitchell, fundador en 1920, en Nueva York, del National
Bureau of Economic Research, un think tank –todavía existente– que obtuvo pronto el éxito gracias a sus trabajos sobre los ciclos
económicos y el crecimiento económico a largo plazo, que demostraron la utilidad de
los economistas profesionales en la elaboración de la política nacional.
En la misma línea, Herbert Hoover, secretario de Comercio y futuro presidente de los
Estados Unidos, creó en 1919 un nuevo think tank, la Hoover Institution on War, Revolution and Peace, en el seno de la Universidad
de Stanford (California). Sus archivos sobre las consecuencias de la Primera Guerra
Mundial y, después, sobre las revoluciones comunistas (rusa y china) son únicos en
el mundo.
El crack de 1929 y la Gran Depresión supusieron una ruptura en la historia de las
ciencias sociales: las estadísticas se convirtieron en poco fiables o erróneas, o
incluso inútiles, los estudios de movimientos sociales resultaron inadecuados y, consecuentemente,
se volvió a dudar del valor de los expertos. Aun así, no fue el final de los expertos
en ciencias políticas, ya que la raíz técnica de los problemas políticos y sociales
convertía a los políticos profesionales en dependientes de los expertos. Si los expertos
utilizados hasta entonces habían fallado, se trataba de buscar otros más competentes,
mientras que quizás era el momento de sustituir los conocimientos «desinteresados»
por análisis basados en argumentos políticos. Así que llegó el momento de acabar con
la sacrosanta neutralidad de los expertos para permitirles decir que lo que pensaban
eran alternativas políticas beneficiosas.
El candidato Franklin Roosevelt había prometido al país el New Deal para salir de la crisis. Ya en la campaña electoral creó su famoso brain trust (asociación de cerebros), un grupo de expertos que le proporcionaba los conocimientos
sobre todos los problemas posibles, que, de hecho, actuaba como un think tank al servicio de la presidencia y del Gobierno. Este grupo se mantuvo hasta 1933, un
tiempo demasiado largo que provocó que la opinión pública percibiera a Roosevelt como
una marioneta manipulada por sus consejeros. ¿Cómo podríamos disociar la política
del New Deal de la influencia del teórico John M. Keynes o del eminente jurista Felix Frankfurter?
Lo que fomentó la tesis de la manipulación de Roosevelt fue tanto la fuerte personalidad
de sus asesores como el hecho de que los recolocó después en cargos públicos, lo cual
inició una práctica actualmente en plena vigencia, conocida como spoil system o revolving door (puerta giratoria), que abrió el camino de la politización de los expertos.
La segunda fase corresponde al final de la Segunda Guerra Mundial y la emergencia
de la superpotencia norteamericana, enfrentada a la guerra fría y a cuestiones como
la disuasión nuclear. En aquel tiempo, los Estados Unidos habían invertido mucho dinero
en organismos de investigación como la Rand Corporation (Rand: Research and Development) que inició modestamente sus actividades en 1948 como una oficina de estudios financiada
por el ejército del aire norteamericano y organizada de acuerdo con sus intereses.
Aquí se establecieron para las generaciones futuras las bases de la planificación
moderna, de los escenarios de crisis, de la teoría de los juegos y de la negociación
estratégica.
Con el sistema de financiación de la Rand Corporation aparecía un nuevo tipo de think tank con vínculos contractuales con el Estado. En efecto, este think tank se financiaba casi exclusivamente a través de contratos gubernamentales. El ejército
del aire subvencionaba a expertos para la elaboración de informes específicos. La
Rand fue el prototipo de unos trescientos think tanks que se creó siguiendo su modelo y fue con su irrupción cuando el término think tank accedió al vocabulario. Conviene destacar que la naturaleza contractual de la relación
situaba al experto en una situación híbrida: liberado de toda servidumbre gubernamental
pero no totalmente independiente como afirmaba su estatuto, ya que tenía que colaborar
en informes impuestos, lo cual explica que los contratos fueran generalmente cortos.
Otra característica de esta segunda fase es la competencia que se estableció entre
los think tanks, debido a que los «clientes» solicitaban diferentes ofertas, analizando las propuestas
de experiencia, seleccionando la programación de la investigación que les merecía
más confianza y valorando el precio antes de decidirse por un think tank. De esta manera, el mercado de la experiencia empezó a tomar forma en la década de
1950. La competencia era paralela al apogeo de las nuevas técnicas comerciales del
marketing y la publicidad. Este es uno de los aspectos que convierten los think tanks en un fenómeno norteamericano: los servicios y las ideas, como cualquier otro producto,
se debían ofertar al consumidor.
En esta misma década, la Rand Corporation y otros think tanks aportaron capacidades y habilidades incuestionables y reconocidas en temas como el
crecimiento económico y la estrategia nuclear. El prestigio de los pensadores creció
–al menos durante un tiempo– y la presencia de los think tanks en la escena de la arena política se ancló durante mucho tiempo y se adaptaron a
las necesidades de cada época. Así sucedió, por ejemplo, con dos de los más prestigiosos:
el American Enterprise Institute (AEI) y el Hudson Institute. Creados en 1943 y en
1961, respectivamente, supieron imponerse y accedieron a la notoriedad gracias a su
capacidad para explotar las ganas de liberación que empezaban en aflorar. En un periodo
convulsivo en que la nación se enfrentaba a temas como los derechos cívicos para la
comunidad negra, la guerra fría y la del Vietnam, el AEI y el Hudson fueron, como
era su costumbre, a contracorriente, lo cual favoreció la creación de nuevos think tanks de izquierdas, seguros de poder ofrecer alternativas a los métodos fallidos y hacer
triunfar por fin los ideales socialistas en los Estados Unidos.
Gracias a estudios a fondo y a una disponibilidad permanente que les permite responder
puntualmente a las necesidades de los decisores, los think tanks de esta generación han tenido una gran influencia en la preparación de las grandes
decisiones. Partidistas pero al mismo tiempo reactivos, la conservadora Heritage Foundation
y su homólogo liberal, el Institute for Policy Studies, ejercen diariamente su papel
no sólo para el poder ejecutivo y el Congreso de los Estados Unidos, sino también
para la sociedad civil.
La tercera fase en la evolución histórica de los think tanks tiene lugar, después de las crisis petroleras de la década de 1970, en los Estados
Unidos y en Europa. En relación con sus antecesores, las organizaciones que se crean
en los últimos tres decenios del siglo XX son mucho más especializadas y algunas de ellas defienden puntos de vista particulares.
El único objetivo de muchos centros de investigación es un sector de la actividad
política, como el medio ambiente (Öko Institut, en Alemania), la paz (Center for Freds
og Konfliktforskning, en Dinamarca) o las políticas sociales (European Center for
Work and Society, en Holanda). Son, sin embargo, think tanks militantes, que siguen el modelo de la Heritage Foundation. Conocidos –como veremos–
como advocacy tanks, defienden una causa y compiten en un mercado cada vez más saturado de ideas.
Finalmente, la cuarta fase empieza al final de la guerra fría y la caída del muro
de Berlín. Además de suponer un apogeo de organizaciones para el análisis político
en la Europa del Este, que son consideradas una alternativa flexible y moderna a los
burocráticos centros de análisis de la época comunista, los think tanks norteamericanos vieron allí una oportunidad única para extender su influencia, especialmente
los liberales. El resultado fue que una tercera parte de estos nuevos centros de investigación
retomaron términos como «mercado libre», «liberalismo» y «reforma» en su razón social.
Son buenos ejemplos de ello el Lithuanian Free Market Institute de Vilnius o el polaco
Gdansk Institute for Market Economics. Al haber sido a menudo la única fuente de experiencia
disponible, estos centros han influido considerablemente en la agenda de las privatizaciones
y la reestructuración de los aparatos estatales de la Europa del Este.
Otra de las características de esta fase es la internacionalización creciente de los
think tanks. Los especializados en la Unión Europea, por ejemplo, han pasado de una decena, a
finales de los años ochenta, en una cuarentena en 2004, lo cual refleja el aumento
de las competencias de la Unión Europea, la importancia de las decisiones tomadas
en Bruselas y, por último, su poder. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 también
influyeron en la creación de think tanks especializados en el tema del terrorismo, tanto en los Estados Unidos como en Europa.
Pero los primeros que reaccionaron al final de la guerra fría fueron los think tanks norteamericanos, conscientes de que se abría un nuevo campo de acción para los Estados
Unidos, en el que la potencia norteamericana podía reconfigurar el entorno mundial
de una manera más de acuerdo con sus intereses.
Fue así como nació el Project of New American Century (PNAC), que, bajo la presidencia
de George W. Bush, ha influido taxativamente en la política exterior de los Estados
Unidos. Se trata de un claro ejemplo de la gran influencia que han adquirido los think tanks en la preparación de las grandes decisiones. Una influencia que, mal gestionada,
puede dar lugar a resultados perniciosos que ponen en duda la propia legitimidad de
los think tanks. El caso más evidente y actual, aunque no el único, es el del mencionado PNAC.
Pero antes de exponerlo y reflexionar sobre ello, no podemos acabar este paseo histórico
sin una breve radiografía estadística de la situación actual de los think tank Estados
Unidos, de acuerdo con los datos de la encuesta realizada en el 2007 por el Foreing
Policy Research Institute en el marco del programa Helping bridge the gap between knowledge and policy.
En el año 2007 había 1.776 think tanks en los Estados Unidos, de los cuales el 91 por ciento se crearon a partir de 1951.
Encontramos más think tanks creados a partir de la década de 1970 que anteriormente. De hecho, el 58 por ciento
se han fundado en los últimos veinticinco años. El número de think tanks se ha más que doblado desde 1980. De los creados a partir de 1970, la mayoría están
especializados en una o más problemáticas públicas. Una quinta parte tiene su sede
en Washington D.C. y más de la mitad están vinculados a una universidad.
Seguramente la crisis económica de 2008 supondrá el inicio de la quinta etapa en la
evolución histórica de los think tanks. Todavía es pronto para saberlo, pero todo indica que estaremos inmersos en una nueva
fase que puede multiplicar estas cifras y situar a los expertos en la cresta de la
ola. O, por el contrario, iniciar un periodo en que la experiencia y los analistas
económicos se vean afectados por una crisis de legitimación al no haber sabido prever
ni aportar soluciones a la recesión económica y financiera global que ha azotado al
mundo a partir del tercer trimestre de 2008.
3. Legitimidad
¿Puede cambiar un think tank el curso de la historia? En la década de 1990, un grupo de intelectuales norteamericanos
consiguió convertir en irrefutable el argumento de la intervención armada en Irak.
Los think tanks dieron un nuevo sentido a la noción de armas de destrucción masiva. El periodista
del rotativo londinense The Guardian, Steve Waters, escribió: «¿Cómo cambiar el mundo? Pues bien, existen vías evidentes,
como tomar el poder, ser monstruosamente rico o seguir los procesos electorales. Y
después hay los atajos, como el terrorismo... o los think tanks». Que un eminente periodista de Londres incluya en la misma categoría a los que colocan
bombas y los think tanks es un testimonio de la mala prensa que se han ganado estas instituciones en los últimos
años. Si esta asimilación es caricaturesca, no lo es el ejemplo del Project of New
American Century (PNAC).
Seis años después de su creación, en 1997, por parte de un grupo de neoconservadores,
con el apoyo de fabricantes de armamento como Lockheed Martin, la ofensiva de los
Estados Unidos contra el Irak de Saddam Hussein (que se inició en 1991 gracias a la
campaña orquestada por la empresa de relaciones públicas Hill & Knowlton para conseguir
el apoyo de la opinión pública norteamericana a la invasión de Irak y la liberación
de Kuwait a través de la «demonización» del líder iraquí) se basó en su programa de
«guerra preventiva» contra los estados del «eje del mal». ¿Coincidencia o casualidad?,
se preguntan Boucher y Royo (2006). En una carta al presidente Clinton en 1998, el
PNAC esbozaba el plan de una dominación norteamericana sobre el mundo y se alzaba
como el abogado de un cambio radical de actitud ante la ONU y del derrocamiento del
régimen de Saddam.
Volvamos a unos años atrás. En 1992, dos funcionarios de la Secretaría de Estado de
Defensa, Paul Wolfowitz –secretario de política de defensa– y Lewis Libby, imaginan
una nueva visión de la defensa de los Estados Unidos para el secretario de Estado
Eick Cheney. Hay que reinventar el orden mundial. La política de disuasión, explican,
no tiene sentido una vez acabada la guerra fría. Se tiene que sustituir por una nueva
estrategia mundial que preserve el estatuto de superpotencia de los Estados Unidos
sobre Europa, Asia y Rusia. Cuando el New York Times y el Washington Post se hacen con una copia del documento elaborado por Wolfowitz y Libby, se produce
un escándalo no sólo en los Estados Unidos, sino también en Europa y Asia, a las que
el informe identifica como rivales potenciales.
En aquella época la doctrina parecía fantasiosa y Dick Cheney se vio obligado a reescribir
el informe. Pero las bases ya están puestas: dominación norteamericana total, armas
de destrucción masiva como pretextos a ataques unilaterales no sancionados por la
ONU, ataques preventivos y alianzas tradicionales sustituidas por coaliciones ad hoc.
Años más tarde, encontramos estas ideas y a las mismas personas en el PNAC. Este think tank propone una nueva visión del «liderazgo global de los Estados Unidos». Su doctrina,
hasta la fecha, se basa en dos principios: «El liderazgo norteamericano es bueno para
los Estados Unidos y para el resto del mundo»; «Este liderazgo necesita la potencia
militar, la energía diplomática y la adhesión a principios morales». Es decir, los
niños de la causa neoconservadora del PNAC quieren cambiar la política internacional
de su país y, al mismo tiempo, «volver a otorgar la confianza» a los conservadores
ofreciéndolos «una visión estratégica del papel de América en el mundo».
«Una política como la reaganiana, de potencia militar y de claridad moral, hoy no
está de moda», admiten... hasta que sus ideas son reanudadas por el candidato a la
presidencia George W. Bush. Su interés principal es el de ofrecer un contrapunto radical
a la política «idealista», «vacilante» de cariz multilateralista del presidente Clinton.
En efecto, el 28 de enero de 1998, el equipo del PNAC envía una breve carta al presidente
demócrata sugiriéndole un cambio radical en las relaciones entre los Estados Unidos
y la ONU como también el derrocamiento de Saddam Hussein. A partir de la presunta
ineficacia de las inspecciones de la ONU en Irak, los 18 signatarios de la carta escriben:
«Nuestra capacidad de tener la certeza de que Saddam Hussein no está produciendo armas
de destrucción masiva ha disminuido sustancialmente. La política norteamericana no
puede continuar viéndose frustrada por una insistencia malsana en buscar la unanimidad
de Naciones Unidas», insisten. «La seguridad de las tropas norteamericanas en la región,
de nuestros amigos y aliados como Israel y los Estados árabes moderados, y una parte
significativa de las reservas mundiales de petróleo correrán peligro». Conclusión:
«La única estrategia aceptable es aquélla que consiste en eliminar la posibilidad
de que Irak tenga la capacidad de poseer –o amenazar con ultimarlas– armas de destrucción
masiva. A corto plazo, eso implica que estemos dispuestos a emprender acciones militares,
ya que la diplomacia fracasa visiblemente. A largo plazo, eso significa el derrocamiento
de Saddam Hussein y de su régimen. Eso se tiene que convertir ahora en el objetivo
de la política extranjera norteamericana».
Con la llegada de George W. Bush a la presidencia de los Estados Unidos, el 20 de
enero de 2001, el discurso se convirtió en realidad. Apenas unos días después de su
toma de posesión, el nuevo presidente envía una orden en la que exige al ejército
el desarrollo de escenarios para una guerra en Irak. La doctrina Bush hacía más que
traducir en actos las ideas de sus amigos.
Desde 1998 el PNAC se había tomado, además, la molestia de precisar su visión. En
septiembre de 2000, algunas semanas antes del inicio de la Administración de Bush,
este think tank publica un informe detallado sobre «la reconstrucción de las defensas norteamericanas»
que tiene por objetivos «mantener la preeminencia de los Estados Unidos, disuadir
a las potencias rivales, crear el sistema de seguridad global de acuerdo con los intereses
norteamericanos». Los Estados Unidos, insisten sus autores, tienen que reconstruir
su escudo antimisiles para poder dirigir varias guerras al mismo tiempo. Resolver
el dilema iraquí es esencial, pero se inscribe en una estrategia más amplia de control
del Golfo, que es la prioridad última: «Independientemente del tema del régimen iraquí,
es necesaria una presencia norteamericana sustancial en el Golfo».
Desde entonces, las ideas del PNAC forman parte de la agenda presidencial. En su discurso
en la academia militar de West Point (junio de 2002), el presidente Bush define la
nueva estrategia nacional: afirma el derecho de su país a utilizar la fuerza «preventivamente»
contra los países o grupos terroristas considerados «dispuestos a adquirir armas de
destrucción masiva o misiles de largo alcance». Afirma que los Estados Unidos «responderán
con una fuerza irresistible» y «con todas las opciones» –recuperando la posibilidad
de utilizar armas nucleares– ante cualquier ataque contra las tropas americanas con
armas químicas, biológicas o nucleares.
En menos de diez años, los conceptos y sus actores accedieron al poder. Una visión
del mundo inicialmente percibida como el fruto de la imaginación de individuos aislados
acabó definiendo el programa político nacional y después internacional, convenció
a la mayoría de la opinión pública norteamericana y cambió el curso de la historia
con unas consecuencias hasta hoy insospechadas. Una visión del mundo en la que la
fuerza prevalece sobre el derecho, en la que la ONU es un obstáculo para los todopoderosos
Estados Unidos. El interés norteamericano ha sido redefinido: armas de destrucción
masiva, cambio de régimen, distorsión de la noción de legítima defensa en ausencia
de amenaza directa («América actuará contra las amenazas emergentes antes de que se
hayan formado completamente»), teoría de la destrucción creativa, con respecto al
derecho internacional en función de los intereses de los Estados Unidos, desprecio
del consenso internacional, unilateralismo, proyecto de democratización del «Gran
Oriente Medio»... No hay ningún concepto, ni tan sólo el de «guerra de las ideas»
que no haya sido retomado por la Casa Blanca. El mapa mental de los decisores, de
los medios de comunicación y de una amplia parte de la opinión pública norteamericana
fue reformada (Boucher y Royo, 2006).
Todos estos hechos están hoy probados. En realidad, nunca fueron secretos. El PNAC
y otros think tanks favorables a su visión actúan con toda visibilidad, publican sus propuestas e informes,
los cuelgan y propagan en Internet, y debaten con otros think tanks. Pero volviendo al periodista del Guardian, Steve Waters, éste se preguntaba: «¿Cuál es la legitimidad de los think tanks, que son a menudo el juguete de individuos apasionados que pueden darle la espalda
a sus errores y que no son responsable más que de ellos mismos?». Es evidente que
ninguna.
Sin embargo, a pesar de este mal ejemplo de deontología profesional, son varias las
ventajas ligadas a la existencia de los think tanks. En primer lugar, la aparición de nuevas ideas que pueden influir sobre cómo los
decisores norteamericanos perciben los problemas y prevén soluciones a los retos globales.
Los think tanks son de alguna manera fábricas de ideas. Ejemplos de ello no nos faltan: el «choque
de civilizaciones» de Huntington, en la línea de las tesis desarrolladas en la Universidad
de Harvard (la John F. Kennedy School of Government de esta universidad, sin ser un
think tank, constituye un laboratorio cuyos pensadores no están vinculados a ninguna escuela
de pensamiento concreta); el «Mandato para el cambio», un programa de gobierno propuesto
por la Heritage Foundation al presidente Reagan; o el proyecto de un Consejo Económico
y de Seguridad, elaborado en 1992 por el Carnegie Endowment for International Peace
y el Institute of International Economics a instancias del presidente Clinton.
Por otro lado, los think tanks permiten crear un laboratorio de capacidades y de talentos políticos destinados a
la alta Administración. Ciertamente, a diferencia de algunas democracias como Francia,
el Reino Unido, Japón o Alemania, que disponen de un cuerpo de altos funcionarios
formados en escuelas especializadas y que garantizan –a veces con cierta esclerosis–
la continuidad del Estado, los Estados Unidos practican el relevo en masa de su personal
de decisión y de gestión cada vez que cambia la presidencia. Es entonces cuando hay
que reclutar a miles de especialistas para sustituir a los puestos que han quedado
vacantes por la marcha, a menudo escalonada en uno o dos años, de los political appointees. Los think tanks ejercen, pues, la función, según el principio de los vasos comunicantes, de almacenes
de talentos junto con las universidades más prestigiosas (Yale, Harvard, Georgetown,
Princeton, Stanford, California, Los Ángeles...). Así, es habitual el vaivén entre
funcionarios gubernamentales y think tanks.
La educación del público y su formación en grandes cuestiones sociales, de política
económica o de seguridad son otras ventajas de los think tanks, cuya actividad incesante y cuya constante revisión de sus enfoques los convierten
en fuente de información y conocimiento para un segmento notable de la población de
estudiantes y profesionales norteamericanos. De esta manera, los think tanks dinamizan la reflexión y son una herramienta de difusión y vulgarización del saber
incomparable.
4. Funciones
La ambigüedad conceptual de los think tanks ha llevado a los estudiosos a interesarse por definir cuáles son sus funciones para
poder explicar su naturaleza. Ofrecen las funciones genéricas siguientes, ejercidas
con mayor o menor intensidad, con las excepciones propias del contexto nacional en
el cual se inserten: llevar a cabo un análisis intelectual de los problemas políticos
mediante metodologías de diferentes disciplinas, como la historia, las ciencias sociales,
el derecho o, incluso, las matemáticas, que aplican a cuestiones relevantes de la
acción de gobierno; preocuparse por las ideas y los conceptos políticos, investigar
y examinar las normas que presiden la decisión pública; recoger y clasificar la información
política relevante; mantener una perspectiva a largo plazo, centrada en las tendencias
más que en los acontecimientos inmediatos; desvincularse, en mayor o menor medida,
del Gobierno y de los partidos políticos; presionar al Gobierno, ya sea influyéndolo
indirectamente a través de publicaciones y de su impacto en el debate público, o bien
a través de la discusión directa con sus miembros, función que les acerca a los grupos
de interés, y comprometerse a informar a una amplia audiencia, utilizando las técnicas
comunicativas más diversas, como también los soportes electrónicos más adelantados:
publicaciones, relaciones con la prensa, reuniones y foros con la participación de
altos funcionarios y académicos.
Esta enumeración es un instrumento muy útil para evaluar los objetivos de los think tanks, ya que, según el énfasis que se ponga en cada uno de los puntos, se puede establecer
una clasificación de acuerdo con sus resultados. Sin embargo, algunas de las funciones
anteriores son comunes a la gran mayoría de estas organizaciones. Lo cual es todavía
más cierto con respecto a la última, que las justifica comoelementos estructuradores
de los procesos comunicativos de buena parte de los programas de relaciones gubernamentales.
En efecto, es evidente que a la hora de hablar del funcionamiento de los think tanks, su primera tarea es identificar, con la antelación suficiente, los nuevos retos
importantes a los que pueden enfrentarse los Estados Unidos y el resto del mundo en
el futuro, ponerlos en conocimiento de los que toman las decisiones políticas y apuntar
posibles soluciones. Actúan como universidades sin estudiantes y llevan a cabo unos
trabajos prácticos destinados a ser utilizado por la Administración, la prensa, los
órganos de decisión y el público en general.
La actividad principal de los think tanks es producir y vender ideas en ámbitos que interesan a una «clientela» bien definida,
a la que hay que convencer, conservar y ampliar. En efecto, la finalidad de los think tanks no es la gestión de las ideas en curso de desarrollo, sino, por el contrario, volver
a cuestionarlas y reposicionarlas, llevar a cabo una función prospectiva y comunicar,
sin obstáculos pero con una convicción argumentada, las posiciones que el análisis,
el estudio y la investigación les han conducido a elaborar.
Desde esta óptica, a pesar de los problemas inherentes a cualquier intento de ofrecer
una lista de su estructura y de sus funciones, todos los think tanks tienen dos objetivos comunes, independientemente del esfuerzo que inviertan en su
consecución. El primero es influir en el clima de opinión en el que se mueven los
actores políticos. El segundo es informar a los que toman las decisiones públicas
y ponerse en contacto con parlamentarios, altos cargos o funcionarios de la Administración
pública. Hay que observar que esta dimensión confiere a los think tanks una naturaleza que dificulta distinguirlos de los grupos de presión, al menos operativamente.
Si a eso le añadimos aquellas organizaciones híbridas que –como veremos cuando hablemos
de la financiación de los think tanks– acogen lobbies y think tanks en su seno por motivos fiscales, entonces la situación se complica todavía más. De
ahí la importancia de establecer una tipología que supere las dificultades que plantea
su delimitación como fenómenos singulares.
5. Tipología
Según la finalidad que persiguen los think tanks, podemos diferenciar entre los que pretenden informar el debate público (forum think tanks) y los que quieren imponer su visión particular sobre una problemática pública (committed think tanks). Esta distinción confirma que los segundos actúan como los grupos de presión, mientras
que la dimensión informativa de los primeros los convierte en meros informadores desvinculados
de intereses privados, cuya colaboración puede ser más eficaz como público aliado
en una determinada acción destinada a influir en la toma de decisiones públicas. Aun
así, la tipología mencionada, como es finalista, no soluciona cuestiones estructurales
a la hora de diferenciar entre think tanks y otras organizaciones dedicadas a la investigación política.
Weaver (1989) ha sido el autor que ha aportado la clasificación más interesante y
explicativa hasta el momento, ya que resuelve las controversias de identificación
de estas organizaciones.
La primera categoría identificada por Weaver la constituyen las «universidades sin
estudiantes» (universities without students). Con esta expresión este autor describe instituciones con un gran número de personal
investigador (que puede estar formado por profesores universitarios) que trabaja principalmente
en la elaboración de libros y distintas publicaciones. A diferencia de las universidades,
el personal de estos think tanks no se dedica a la formación diaria de estudiantes en el sentido en que lo hacen los
docentes universitarios y, por otra parte, las áreas temáticas de investigación están
mucho más centradas en la actividad política de lo que lo están los departamentos
universitarios, más académicos, más teóricos.
Los resultados de la investigación de ambas organizaciones difieren por dos motivos
básicos. En primer lugar, los investigadores universitarios se enfrentan a unos incentivos
diferentes: el interés en cuestiones políticas sustantivas y el hecho de que el proceso
político raramente gratifica si no contribuye teóricamente a la disciplina del investigador.
En segundo lugar, los analistas universitarios no tienen tantos contactos con los
actores políticos como los de los think tanks a la hora de elaborar sus investigaciones. Eso implica que los think tanks generan conclusiones más sensibles a los debates políticos corrientes que las universidades
tradicionales. En esta tipología se incluyen la Brookings Institution y el American
Enterprise Institute. Asimismo, la diversificación de las fuentes de financiación
es una característica de estas «universidades sin estudiantes», ya que los fondos
proceden de corporaciones, individuos y fundaciones. Esta variedad de patrocinadores
reduce el riesgo de reacciones adversas ante los hipotéticos resultados negativos
de una determinada investigación encargada por un cliente.
El segundo modelo de think tank lo conforman las «organizaciones de investigación contratada» (contract research organizations). Como su nombre indica, actúan contratadas por el Gobierno o por intereses privados
para iniciar una investigación en cualquier campo. A diferencia de la objetividad
característica de las «universidades sin estudiantes», que las incluyen en la categoría
de forum think tank, el modelo que nos ocupa disfruta de una marcada idiosincrasia partidista o interesada,
de acuerdo con los intereses de los fundadores, de los miembros y de los clientes.
Sus conclusiones tienen que concordar con los intereses de sus clientes, si no quieren
perderlos en beneficio de think tanks de la competencia. La Rand Corporation se inscribe en esta tipología, dada su estrecha
colaboración con el Departamento de Defensa norteamericano.
Los think tanks de defensa (advocacy tanks) –también conocidos como transition tanks– son el tercer modelo establecido por Weaver. Es el más reciente y destaca por su
política agresiva con el fin de que su ideología (a menudo vinculada a algún partido
político) sea recogida por la agenda pública. Para influir en el debate político vigente
en cada momento recurren especialmente a las técnicas de las relaciones públicas unidireccionales.
Los formatos utilizados para difundir sus mensajes suelen ser los folletos o los expedientes
e informes (papers), más que los libros.
La dificultad de separar esta categoría de los grupos de influencia es inmensa, ya
que su principal objetivo es provocar un cambio en la acción política y no propiamente
la investigación política. En los Estados Unidos, la Heritage Foundation y el Institute
for Police Studies son los máximos exponentes. La proliferación de los advocacy tanks y la conversión de think tanks de ideología tradicionalmente neutral han supuesto uno de los límites a la presentación
de estas organizaciones como instituciones imparciales y objetivas, y ponen sobre
la mesa uno de los temas más relevantes a la hora de analizarlas en el marco de un
mercado competitivo de las ideas.
Generalmente, los think tanks cultivaron la imagen de imparcialidad e independencia a la hora de investigar problemas,
lo que se traducía en llegar a conclusiones, más que en justificar conclusiones que
ya habían sido formuladas por los investigadores. Con la aparición de los advocacy tank, la imparcialidad ideológica está en crisis. Una de las razones –lo veremos más adelante–
es el panorama mediático, especialmente el televisivo. De la misma manera, conviene
resaltar la importancia que el término advocacy está adquiriendo en el argot anglosajón de las relaciones públicas. La defensa de
los intereses es uno de los componentes intencionales que estructuran las relaciones
públicas. El concepto de advocacy tank es, por lo tanto, un elemento más, no sólo terminológico, sino también ontológico,
demostrativo de la función cada vez más intrínseca de las relaciones públicas en la
actividad de estas organizaciones y, por extensión, en la vida política general.
Otra forma, no excluyendo de la anterior, que pueden adoptar los think tanks es la que se conoce con el nombre de think and do tanks, cuya actividad se concreta en la organización de actos y acontecimientos con el
fin de recaudar material diverso para ayudar a un grupo o entidad específica. Una
muestra es el Center of Democracy, que actuó como tal cuando llevó a cabo un programa
por conseguir donaciones personales de ordenadores, impresoras, aparatos de y otros
aparatos de telecomunicaciones destinados al Parlamento polaco.
Sus miembros también son invitados a participar comoobservadores en los procesos de
paz e interactúan con los representantes de la ONU. Utilizan a menudo técnicas relacionadas
con la movilización de bases populares (lobbying de base o grassroots lobbying), el establecimiento de coaliciones y el activismo en la defensa de sus intereses,
por lo que la investigación constituye una función secundaria, aunque estuviera en
el origen de su fundación. Esta dimensión activista (el «do» de su denominación) les configura como un tipo específico de advocacy tank.
El East-West Forum es otro buen ejemplo de este tipo de think tanks. Se fundó con el fin de establecer un debate público transparente sobre los asuntos
de la ex Unión Soviética y la Europa del Este, elaboró una gran cantidad de libros
y organizó numerosas jornadas y congresos con esta finalidad, pero su interés ha derivado
hacia las políticas educativas, un terreno en el que puede desarrollar tareas más
activistas y comprometidas.
Por último, más allá de las categorías propuestas por Weaver, encontramos los think tanks creados en honor de una personalidad política, o fundados para cumplir un legado
político que no se ha podido llevar a cabo. Nos referimos a los vanity tanks. Esta curiosa denominación se debe a Robert K. Landers, que la utilizó por primera
vez en un informe publicado en el Congressional Quarterly (20 de junio de 1986). La Hoover Institution of War, Revolution and Peace o el Nixon
Center son ejemplos de vanity tanks. Incluso el Cato Institute puede incluirse en esta categoría, ya que su nombre procede
de las Cato’s Letters, aquellos panfletos tan apreciados por los colonos americanos antes de la independencia
y que, como Marco Porcio Catón (Catón el Viejo), insistían en la sensatez de tener
un gobierno limitado y poco dispendioso. En España, un ejemplo de vanity tank sería el Centro de Estudios Jordi Pujol, creado por el ex presidente de la Generalitat
catalana.
Hoy en día, como veremos más adelante, el mercado norteamericano de las ideas se debate
entre categorías militantes (que son categorías excluyentes entre sí, a diferencia
de las expuestas hasta ahora), básicamente entre think tanks neoconservadores y liberales, aunque en medio podamos catalogar algunos más. Si tuviéramos
que clasificarlos por su orientación ideológica, el resultado sería, para los principales
think tanks, el siguiente.
Según su ideología
-
Conservadores: American Enterprise Institute, Heritage Foundation, Hudson Institute.
-
Liberales: Cato Institute, Economic Policy Institute, Council on Foreign Relations,
Urban Institute.
-
Centristas: Progressive Policy Institute, Brookings Institution, Center for Strategic
and International Studies, Carnegie Endowment for International Peace, Institute for
International Economics.
6. Estructura
Todo lo expuesto hasta el momento constituye una prueba concluyente –ni mucho menos
circunstancial– de la importancia de la comunicación y, en especial, de las estrategias
de relaciones públicas en la actividad de los think tanks. Esta es una de las características comunes, pero no la única. En efecto, se trata
de organizaciones con vocación de permanencia y con una estructura, una organización
y un personal especializados. No tienen responsabilidades directas en operaciones
de carácter gubernamental. Su personal tiene calificaciones especiales, entre las
cuales destacan, entre otras, la capacidad metodológica, el trabajo de campo, y los
análisis estadísticos, argumentativos, históricos y de riesgos, junto con un conocimiento
de las realidades políticas y de las más estrictamente gubernamentales.
Si establecer una tipología de los think tanks es una tarea difícil, también lo es la identificación de la gente que trabaja o colabora
con ellos. Si no, fijémonos en los títulos que podemos encontrar: distinguished scholar, congressional fellow, resident scholar, senior scholar, senior
fellow, senior associate, senior adviser, research fellow, research director, program
director, counselor, project coordinator, visiting fellow, adjunct fellow, adjunct
scholar, chairholder, endowed chairholder...
Esta nomenclatura se inspira en la jerarquía de las grandes universidades, ya que
fue ésta la que inspiró los primeros think tanks. Lo importante es tener en cuenta que estas categorías difieren de un think tank al otro. Los nombres más frecuentes son scholar y fellow, que podríamos traducir, no sin reservas, por investigador, académico, especialista
o experto. La idea de erudición contenida en el término scholar explica que en varios think tanks conocidos, como el American Enterprise Institute, los scholars sean más prestigiosos que los fellows, ya que los primeros son doctores. Pero el título de distinguished scholar puede atribuirse a alguien que no es doctor pero cuya personalidad justifica esta
distinción. Es el caso de las personalidades políticas como los ex presidentes de
los Estados Unidos, que deciden si un think tank puede o no sacar provecho de su experiencia, como el presidente Gerald Ford, aunque
eso no implique tener que «trabajar» para el think tank que le honra.
Los congressional fellows dejan perplejos a la mayoría de los miembros de los think tanks. Para unos, podría tratarse de miembros del Congreso jubilados, o de un experto de
un think tank enviado temporalmente al Congreso, o incluso de un experto del Congreso que haya
ido a reciclarse al think tank. La ambigüedad también se extiende a las denominaciones visiting fellow y adjunct fellow. El visiting fellow o visiting scholar es un experto que trabaja en el mismo think tank; es decir, un resident, pero para una misión concreta y limitada en el tiempo. En cambio, los adjunct fellows o adjunct scholars trabajan fuera del think tank. También colaboran en un proyecto concreto y durante un tiempo limitado, pero porque
trabajan a tiempo completo en otro sitio, por lo que facturan su trabajo para un proyecto
concreto.
Por lo tanto, el personal de los think tanks puede ser externo (contratado) o residente. En el primer caso, el de los scholars y fellows, el personal es libre de planificar, publicar y difundir los resultados de la investigación
a través de los medios informativos. Este modelo permite al think tank incluir un amplio espectro de temas públicos o tratarlos más profundamente de como
lo haría su propio personal, aparte de los beneficios financieros que eso comporta,
en comparación con los pensadores contratados laboralmente. En efecto, para la mayoría
de los pequeños think tanks, los miembros externos no son una elección, sino una necesidad. No obstante, no todo
son ventajas. El recurso a contratar personal externo limita la posibilidad de consolidar
la fidelidad a una política investigadora, ya que el contacto entre los investigadores
acostumbra a ser, como mucho, ocasional. En esta situación, también es difícil para
el think tank mantener un perfil público sólido, lo cual afecta a la correcta política de comunicación
y relaciones públicas, ya que los investigadores no están presentes en las conferencias
de prensa, ni cuando se establecen los contactos con los que toman las decisiones
públicas.
Pero los inconvenientes no atañen exclusivamente a la difusión de la información.
Ciertamente, la organización no puede hacer el seguimiento de la de los investigadores
ni tampoco controlar la duración de la investigación. Eso ha llevado a los advocacy tanks arraigados en la fórmula de la contratación externa, como la Heritage Foundation,
a proveerse de investigadores internos para controlar la programación temporal de
sus proyectos, ya que les obliga a trabajar a corto plazo.
El modelo de personal residente o integrado –entre el cual hay directors, advisors, counselors y coordinators– plantea dos opciones a los dirigentes de los think tanks que lo han adoptado: decidir si el personal tiene que ser permanente o rotativo (es
decir, procedente de otras organizaciones homólogas) o decidir si tiene que estar
o no formado básicamente por profesores universitarios. Las ventajas y los inconvenientes
de los investigadores rotativos son los mismos que los expuestos en el modelo anterior.
Ahora bien, la realidad es que los think tanks que optan por un staff rotativo (el Wilson Center de Washington, por ejemplo) son
centros excesivamente ligados a universidades donde los universitarios pasan periodos
sabáticos. Estas organizaciones raramente publican los resultados de sus investigaciones
y no tienen un objeto político sólido. Tampoco pretenden influir en el debate político
a corto plazo. La función de los académicos es importante como fuente de sabiduría
y credibilidad. Por eso suelen formar parte de los think tanks que tienen como clientes a las agencias gubernamentales norteamericanas, que necesitan
legitimar sus posiciones sobre la base de conclusiones socialmente respetadas y creíbles.
En contraposición, los advocacy tanks cuentan con pocos profesores entre su plantilla de investigadores. Aparte de los
motivos de actitud de los mismos universitarios –bastante reacios a elaborar informes
orientados hacia un posicionamiento predeterminado por los intereses del think tank–, las principales causas de la incompatibilidad entre los advocacy tanks y los académicos son de índole comunicativa: el dominio de una retórica accesible
para el público en general suele chocar con el lenguaje propio de una autoridad en
una disciplina concreta.
Otro criterio que interviene en la configuración de la plantilla de investigadores
es decidirse por una coherencia ideológica y metodológica o tender hacia la diversidad.
Para un sector doctrinal, la orientación ideológica no condiciona la de los investigadores
(la Brookings Institution, por ejemplo, contrata a demócratas y republicanos, conservadores
y liberales, en nombre de una mayor exactitud de la investigación). Con la expansión
de los advocacy tanks, este pensamiento se ha visto de nuevo superado. Tradicionalmente, la ideología no
se tenía en cuenta en la selección del personal, salvo en los niveles jerárquicos
más elevados. Como máximo, se excluían las ideologías consideradas extremistas, como
el marxismo. Pero los advocacy tanks han puesto de manifiesto que la uniformidad ideológica asegura una consistencia en
los resultados de la investigación, con el peligro añadido de que puede conducir a
su ignorancia por el hecho de ser considerada excesivamente previsible. En cualquier
caso, la ignorancia se tendría que originar en unos medios de comunicación también
desvinculados de intereses corporativos y que reprobaran la información tendenciosa,
ya que puede conocer los vínculos de los think tanks con una determinada ideología o interés privado.
7. Un fenómeno quintaesencialmente norteamericano
Si bien no podemos pasar por alto la extensión del fenómeno de los think tanks más allá de las fronteras norteamericanas –y así lo hemos puesto de manifiesto al
describir las fases tercera y cuarta de su evolución histórica–, tenemos que insistir
en que la diversidad en el estilo, la actividad y el objeto de análisis complican
la elaboración de una definición unívoca e internacional de los think tanks. Dicho en otras palabras, la importación del modelo norteamericano no siempre certifica
como think tanks organizaciones que, aunque coinciden con las finalidades de éstos, son estructural
y funcionalmente diferentes de los modelos norteamericanos. Y es que los think tanks son un fenómeno quintaesencialmente norteamericano. Desde este ángulo, es crucial
la noción de libre pensamiento (free-thinking), etimológica y operativamente inherente a los think tanks, aunque este pensamiento autónomo e independiente no es, ni de lejos, un denominador
común del fenómeno en los Estados Unidos.
Así, el factor cultural es lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de abordar
analíticamente los think tanks. Nos tenemos que preguntar, pues, si estamos ante una figura estrictamente norteamericana
y, por lo tanto, si el sistema político del país condiciona y limita su presencia
en otras culturas y sistemas políticos.
El punto de partida requerido para ofrecer una respuesta coherente es analizar las
razones de la implantación y el desarrollo de estas organizaciones de análisis político
en los Estados Unidos, tanto si se denominan fundaciones, institutos o centros de
estudios, o adopten cualquier sigla o logotipo. Son cuatro las principales circunstancias
de índole política del crecimiento constante de los think tanks en aquel país.
En primer lugar, la fragmentación del sistema gubernamental. El sistema político norteamericano
se basa en la separación entre los poderes ejecutivo y legislativo. A diferencia de
otros sistemas, el Congreso no adopta automáticamente el programa del presidente,
ya que el primer mandatario también legisla. Cuando el Congreso y la presidencia están
controlados por partidos diferentes se incrementa la posibilidad de acciones independientes
y de conflicto, lo cual genera una multiplicidad de analistas. Por otro lado, los
departamentos del Gobierno también están fragmentados en diversas agencias gubernamentales,
con intereses propios y preferencias políticas. Esta balcanización de la Administración
pública norteamericana dificulta el control por parte del responsable del departamento.
La fragmentación también afecta al poder legislativo. Tanto la Cámara de Representantes
como el Senado actúan independientemente y los procesos de negociación entre ambas
cámaras se limitan a periodos poslegislativos. Su estructura en varias comisiones
y, sobre todo, subcomisiones también denota la disparidad del poder legislativo.
Por otra parte, la independencia también afecta individualmente a cada uno de los
representantes y senadores, lo cual da lugar a una situación que contrasta fuertemente
con la de sus homólogos en los sistemas parlamentarios europeos, incluidos los británicos.
Representantes y senadores disfrutan de una gran libertad de decisión, sin que haya
ninguna limitación derivada de la disciplina de partido. En los últimos años se han
producido múltiples ejemplos en los que miembros del legislativo han elegido seguir
una línea diferente de la oficial de su partido, hasta el punto de adoptar la posición
contraria y alineada a la del adversario. Aunque estos comportamientos no sean bien
recibos, son respetados y en ningún caso implican la expulsión del partido.
Otro elemento determinante es la ausencia de partidos políticos fuertes. Son fundamentalmente
potentes máquinas electorales que, en cambio, no tienen la capacidad de ofrecer experiencia
política. Los think tanks también se crearon para llenar este vacío.
Asimismo, el sistema federal norteamericano extiende esta dispersión a las responsabilidades
políticas del Gobierno federal y de los Gobiernos federados, que se sumen a las ya
existentes en el seno del sistema capitalista entre las responsabilidades de los sectores
público y privado. Esta multiplicidad de participantes en el juego político se incrementa
con la importancia creciente del tercer sector, el de las organizaciones sin ánimo
de lucro.
En segundo lugar, son pocos los cuerpos que aglutinan los intereses privados. Los
partidos políticos no se han comprometido seriamente en el desarrollo político. Además,
hay una falta de estructuras corporativas que permitan negociar con el Gobierno en
nombre de los intereses privados.
En tercer lugar, los problemas gubernamentales son cada día más complejos y están
cada vez más interconectados, como demuestra el conflicto entre el desarrollo económico
y el medio ambiente. Este factor comporta la dificultad de encontrar expertos o consultores
que puedan analizar esta complejidad que supera las especializaciones académicas.
Si a eso le añadimos las interdependencias internacionales, la situación se complica
todavía más.
En cuarto lugar, la última circunstancia es el aumento de nombramientos de políticos
para cargos de gestión pública en detrimento de técnicos expertos. Eso comporta que
los burócratas estén más preocupados por su supervivencia política y por el mantenimiento
de las prerrogativas que por las políticas públicas.
Es, pues, evidente que el contexto democrático norteamericano es esencial para el
estudioso interesado en el desarrollo de los think tanks. Su crecimiento reciente y su éxito no pueden entenderse sin tener en cuenta cómo
funciona la democracia norteamericana, y cómo la vida de Washington D.C. es un reflejo
de ello. Este es el marco político que ha propiciado la aparición de organizaciones
de análisis político para vencer la fragmentación, agrupar los intereses y hacer frente
a la complejidad. Sin olvidar, claro está, la tradición filantrópica de los Estados
Unidos, favorecida básicamente por los beneficios fiscales que tienen las actividades
de beneficencia.
Aun así, no podemos dejar de lado que una de las especificidades de la sociedad norteamericana
es la debilidad de la diferenciación ideológica. Como nación joven, los Estados Unidos
no han conocido ni guerras de religión ni revoluciones sociales, salvo la guerra entre
el Norte y Sur. A los norteamericanos, a diferencia de los europeos, no les interesan
demasiado las discrepancias ideológicas, como muestra su arraigado bipartidismo. Entre
los dos partidos dominantes no hay prácticamente diferencias de ideología, aunque
ambos se identifiquen con determinados estratos sociales. Es más, dentro de cada partido
coexisten varias tendencias: liberales, conservadores, proteccionistas, partidarios
del libre comercio, intervencionistas y no intervencionistas.
Estos partidos se centran en temas relevantes, como la bajada de impuestos, la reforma
del sistema de ayudas sociales, la reducción de la burocracia, la seguridad nacional,
una mejor eficacia militar, mientras comparten un sentimiento anticomunista (hoy también
antiislamista) y el miedo a un debate que destruyera el consenso nacional e institucional.
Esta «unanimidad» institucional se traduce en la ausencia de toda la parte izquierda
del espectro político, tal como existe en Europa. En un contexto de este tipo, no
es extraño que la función principal de los partidos sea electoral, mientras que la
ideológica se ha trasladado a la iniciativa privada.
Este repaso del carácter quintaesencialmente norteamericano de los think tanks no estaría completo sin referirnos a la tradición filantrópica –y a sus consecuencias
fiscales– de los Estados Unidos. Los países sin tradición filantrópica ni leyes que
favorezcan la filantropía privada carecen de recursos fundamentales para favorecer
la investigación política independiente. La misma noción de think tank implica la independencia intelectual o, como mínimo, la autonomía respecto del Estado
y los intereses institucionalizados.
Los Estados Unidos cuentan con miles de fundaciones y think tanks independientes del Estado. Su estatuto fiscal les permite recibir incluso el 90 por
ciento de su financiación a través de donaciones privadas. La filantropía privada
es sólo una parte de las redes asociativas norteamericanas; una tradición estrechamente
vinculada a la cultura económica del país. El sistema capitalista privilegia la teoría
de la oferta y la demanda, por lo que los investigadores de los think tanks, siguiendo este principio, no esperan que soliciten sus servicios para ponerse a
trabajar. Ellos mismos fijan los objetivos que pretenden conseguir y trabajan, según
un acuerdo tácito, de acuerdo con sus colaboradores, en proyectos de utilidad pública
reconocida. Como en cualquier empresa, intentan después vender sus productos intelectuales
y para eso recurren a las técnicas del marketing. No es extraño que un think tank ofrezca sus servicios a través de una página de publicidad de una revista. Todo eso
implica el riesgo, a menudo considerable, de haber implicado durante meses a un grupo
de investigadores en un proyecto que no encontrará cliente. Pero arriesgarse es un
elemento fundamental de la ética capitalista y del carácter norteamericano. Se trata,
sin embargo, de riesgos calculados: antes de iniciar cualquier investigación, hacen
estimaciones y análisis, y la designación de los expertos adecuados no se lleva a
cabo hasta después de largas deliberaciones.
Los think tanks se rigen por la economía de mercado. Se enmarcan plenamente en la cultura de los
negocios. Aún más, son empresas regidas por la competitividad, las técnicas comerciales
más modernas y otros elementos que condicionan la evolución de las empresas de nuestro
tiempo.
Hay también una paradoja que ya hemos apuntado y que, aunque es inherente al fenómeno
de los think tanks, debe ser tenida en cuenta. Nos referimos a la mezcla de fascinación y escepticismo
–incluso desprecio– que causa la experiencia. Algunos autores explican que el hecho
de criticar ferozmente a los expertos y a los intelectuales es una vieja tradición
norteamericana, al igual que es habitual alabar la sabiduría y la inteligencia práctica
de la ciudadanía. Este desprecio por la figura del intelectual es compartida a veces
por determinadas élites: el presidente Woodrow Wilson, a su vez intelectual de primer
orden, advirtió del peligro que suponía otorgar demasiada importancia a los expertos.
De hecho, en la sociedad norteamericana, todo va bien si los expertos ofrecen estudios
valiosos y argumentos aplicables inmediatamente. Si la experiencia parece adulterada,
el público y la clase política rechazan el producto y a los expertos. En pocas palabras,
los expertos e intelectuales no tienen derecho a equivocarse.
En suma, la idiosincrasia norteamericana de los think tanks es innegable. También es evidente que ningún otro país ha generado un fenómeno como
este y de estas proporciones. La experiencia privada, a pesar del recelo nacional
hacia los especialistas, ha llegado a influir en todos los aspectos de la sociedad
norteamericana. A causa de la dura ley del mercado, los think tanks están obligados a alcanzar y mantener los más altos niveles de excelencia. Unas cotas
que difícilmente pueden conseguirse sin una financiación generosa.
8. Financiación
La extrema variedad de organismos, institutos, foros y fundaciones que se incluyen
en la denominación «think tank» implica fuentes de financiación múltiples. Es evidente
que estas fuentes tienen un impacto directo sobre sus relaciones con el poder. Así,
algunos think tanks declaran abiertamente su voluntad de no depender de la Administración, sea cual sea,
para así conservar una imagen de neutralidad propicia a ciertas funciones, como la
mediación. El sistema de financiación de estos think tanks tiene que traducir igualmente esta voluntad de independencia política y basarse esencialmente
en participaciones del sector privado, dando por sentado que cuando nos referimos
a «dependencia» estamos hablando de la capacidad del think tank de continuar funcionando sin modificar sus objetivos o su línea de pensamiento y
depender financieramente del poder cuando su tendencia política no es la de la Administración
gobernante. Así pues, sus fuentes de financiación suelen ser siempre las mismas: legados,
fundaciones, contribuciones de empresas privadas, contratos de investigación firmados
con la Administración, el sector privado o las universidades, honorarios de conferencias,
contribuciones económicas a seminarios, publicaciones, entrevistas, distintas prestaciones,
etc.
Sólo algunos think tanks se financian a través de una única fuente. Se trata de los centros financiados por
el Gobierno para sus necesidades, como el Office of Net Assessment, el Defense Policy
Board (financiado por el Departamento de Estado). La inmensa mayoría de los think tanks tiene diversas fuentes de financiación.
La Brookings Institution, que reivindica su independencia y es uno de los think tanks más antiguos de los Estados Unidos (el más antiguo de Washington) y uno de los más
prestigiosos y estables financieramente, tiene un presupuesto anual cercano a los
40 millones de dólares, destinado a permitirle llevar a cabo investigaciones, estudios,
actividades de cooperación, difusión de sus trabajos, así como remunerar a sus colaboradores.
El dinero proviene de una fundación creada en el mismo momento que la institución
por Robert Somers Brookings en 1927, pero también de donaciones y subvenciones de
otras fundaciones, corporaciones y particulares. Las publicaciones –unos 50 títulos
al año– son otra fuente de ingresos, así como los importes de las matrículas en el
Center for Public Policy Education, que ofrece formación de alto nivel. Este sistema
de financiación permite a la Brookings Institution evitar que los que los financian
tengan algún tipo de influencia sobre sus proyectos y los resultados de sus trabajos
de investigación.
A modo deejemplo, veamos ahora el sistema de financiación y el grado de independencia
de think tanks cuyo presupuesto se mueve entre los 3 millones y los 30 millones de dólares, con
una plantilla de entre 35 y 200 personas. El Carnegie Endowment of International Peace
dispone de un presupuesto anual de 19 millones de dólares. Se trata de un think tank muy independiente que obtiene sus recursos de alquileres inmobiliarios, de diversas
contribuciones y de su publicación Foreign Policy, de gran prestigio internacional.
Fundado en 1977, el Cato Institute no acepta ninguna subvención ni contribución gubernamental
para preservar su independencia. Su presupuesto anual, de 15 millones de dólares,
se alimenta de aportaciones privadas, de los honorarios de sus conferenciantes y de
sus publicaciones.
El Center for Nonproliferation Studies, fundado en 1989, se ha especializado en armas
de destrucción masiva y en la formación de especialistas en la no proliferación de
éstas. Este think tank independiente, bien representado en el extranjero y con cerca de 200 investigadores
asociados, funciona con un presupuesto de 7 millones de dólares procedentes de donaciones
privadas, de empresas y de fundaciones, y de la publicación, tres veces al año, de
The Nonproliferation Review.
Creado en 1921, el Council on Foreign Relations, también se proclama absolutamente
independiente. Exento de impuestos, con una plantilla de 200 personas, obtiene los
ingresos previstos en su presupuesto anual (30 millones de dólares) básicamente de
las cuotas de sus miembros, pero también de donaciones, legados, ingresos de su propia
fundación y de contribuciones diversas, excluido cualquier tipo de aportación gubernamental.
La Heritage Foundation, creada en 1973, deliberadamente conservadora y defensora de
los valores tradicionales norteamericanos y la libre empresa, tiene una plantilla
próxima a las 190 personas y es el primer think tank que destina una quinta parte de su presupuesto a la comunicación. Su presupuesto
anual se acerca a los 30 millones de dólares, en el cual contribuyen sus miembros,
empresas privadas y más de 200.000 simpatizantes a través de contribuciones directas
y voluntarias.
El Hudson Institute, que tiene delegaciones por todos los Estados Unidos, tiene un
presupuesto anual de 7 millones de dólares y obtiene sus ingresos de contribuciones
privadas. La New America Foundation, creada en 1999, tiene un presupuesto de 3 millones
de dólares y se financia a través de los mismos recursos que otras organizaciones
independientes. Por su parte, el Center for Strategic and International Studies, uno
de los think tanks más antiguos de los Estados Unidos, tiene un presupuesto anual de unos 18 millones
de dólares que provienen, como en el resto de los casos, de contribuciones privadas,
de la venta de sus publicaciones, pero también –en un 10 por ciento– de contratos
gubernamentales.
Por último, conviene referirnos a la competencia de los lobbies. Numerosos think tanks son en realidad grupos militantes disfrazados que recaudan fondos telefónicamente
o a través del correo. Hay que pensar que los think tanks disfrutan del estatus 501(c)3 que, a diferencia de los lobbies, los exime fiscalmente. De esta forma, algunos institutos acogen dos organismos:
uno que ejerce activamente el lobbying ante los legisladores y los que toman las decisiones y otro que produce las informaciones
y los argumentos... ¡para el lobby! Dicho en otras palabras, cada vez más los lobbies integran en su estructura un think tank, lo cual es una excelente manera de esquivar las leyes fiscales pero que acaba generando
una confusión de papeles. Las más conocidas de estas organizaciones híbridas que combinan
investigación y militancia son el Citizens for a Sound Economy y el Family Research
Council. La pregunta que hay que plantearse es: ¿hasta cuándo estas organizaciones
que son de hecho grupos de presión agresivos más que institutos de investigación serán
considerados think tanks en los medios políticos? Y sobre todo, ¿no llevará esta situación a una reforma fiscal
que afecte directamente a los think tanks?
9. El mercado de las ideas: conservadores frente a liberales
Como reflejo de la creciente polarización de la política norteamericana, la batalla
de argumentos respecto de la intervención militar en Irak ha implicado numerosos think tanks, conservadores o liberales. Ya hemos descrito el papel crucial del PNAC, pero sus
esfuerzos fueron apoyados por otros importantes centros de investigación. Es el caso
de uno de los más influyentes, el American Enterprise Institute (AEI) que –conviene
subrayarlo– aloja la sede del PNAC en sus dependencias.
Entre otros promotores de la guerra en Irak y del intervencionismo unilateral, encontramos
el Hudson Institute, el Center for Security Policy, muy vinculado a la industria armamentística
y a Donald Rumsfeld, y el National Institute for Public Policy. En 2001, un informe
de este último preconiza un mayor uso del arsenal nuclear. Tres de sus autores fueron
reclutados por el presidente Bush para formar parte de sus asesores. Sin embargo,
no todos los think tanks conservadores mantienen el mismo discurso. La Heritage Foundation, por ejemplo, defiende
la retirada de las tropas.
Las victorias ideológicas de los think tanks de la derecha norteamericana no se limitan sólo a la política exterior del país.
Como hemos señalado, en 1981 la Heritage Foundation propuso un «mandato para el cambio»,
un programa de gobierno que el presidente Reagan aplicó escrupulosamente durante su
mandato. En 1988, el mismo think tank propone un «Orden del día conservador para la Administración de Bush» (padre) de
2.000 páginas. En 1995 es el turno del «Plan presupuestario para construir América».
Estos programas gubernamentales son seguidos escrupulosamente por los gobiernos republicanos.
Gracias a eso, la Heritage Foundation crea nuevas técnicas de marketing de las ideas.
Desde el momento en que un informe es sometido a la Cámara de Representantes y al
Senado, envía por fax notas concisas sobre el proyecto a los miembros del Congreso.
Este centrarse en la comunicación viene de lejos. Ya en 1994 creó un estudio de radio
abierto a cualquier personaje político que estuviera de paso por la capital de los
Estados Unidos.
La Heritage Foundation es especialmente influyente y visible, pero otros think tanks conservadores prosperan tras ella. El Cato Institute, por ejemplo, pretende promover
los «principios tradicionales americanos de gobierno limitado, de libertad individual,
de mercado libre y de paz» Heredero de la ideología de Milton Friedman, este instituto
se opone a las tesis intervencionistas de los neoconservadores, lo que le convierte
en un think tank de conservadores aislacionistas, más próximos a Bush padre, y, por lo tanto, acusados
de antipatriotas por los neoconservadores.
Los ejemplos podrían ser interminables (véase la tabla). De hecho, a finales de los
años noventa, los sondeos revelaron que tres cuartas partes de los miembros del Congreso
norteamericano y de sus equipos de consejeros personales estimaban que los think tanks conservadores tienen más influencia sobre la política del país que sus rivales liberales.
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Principales think tanks norteamericanos
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Nombre / Año de Fundación / Dirección URL
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Finalidad
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Carnegie Endowment of International Peace
1910
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Afirma ser partidario de promover la cooperación entre las naciones y el compromiso
de los EEUU con las organizaciones internacionales.
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Council on Foreing Relations
1921
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Fomenta la comprensión de la escena internacional por parte de los EEUU. Patrocina
estudios sobre economía y política exterior.
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Brookings Institution
1927
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De tendencia liberal y próximo a las posiciones demócratas.
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American Enterprise Institute for Public Policy Research
1943
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Partidario de promover las ideas para empequeñecer al gobierno y organizar una fuerte
política exterior y de defensa. Ha influido poderosamente en la política exterior
del presidente Bush, Jr.
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Rand Corporation
1946
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Primera organización que se denominó think tank. Actualmente está especializada en temas de seguridad nacional, ciencia y tecnología,
y terrorismo.
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Hudson Institute
1961
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Centra sus esfuerzos en temas de educación, economía y tecnología. Desde sus filas
se subrayó la imortancia que tendría la tecnología de la información en el futuro.
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Center for Strategic and International Studies
1962
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Su objetivo es subministrar información, análisis estratégicos y soluciones a los
dirigentes internacionales.
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Urban Institute
1968
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Creado por el presidente Johnson para analizar los problemas urbanos de los EEUU durante
los años sesenta, actualmente continúa su labor de evaluación de políticas urbanas,
sociales y microeconómicas.
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Heritage Foundation
1973
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Manifiesta creer en la libertad individual, la libre empresa, el gobierno reducido,
una defensa nacional fuerte y los valores americanos. Sus miembros son comentaristas
habituales de la cadena conservadora Fox News.
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Cato Institute
1977
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Su objetivo es la defensa de los principios de la revolucions norteamericana: libertad
individual, gobierno reducido y libertad de mercado. Son partidarios del escudo antimisiles.
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Institute for International Economics
1981
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Se dedica a asuntos macroeconómicos y a la economía global. Pretende reformar el Fondo
Monetario Internacional y alimenta ideológicamente organizaciones como la OMC, la
APEC o la ALENA.
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Center for Nonproliferation Studies
1989
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Su objetivo es evitar la proliferación de armas de destrucción masiva
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Project for the New American Century
1997
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Su misión es: «El liderazgo norteamericano es bueno para los EEUU y para el mundo».
Patrocinó la guerra de Irak y la justificó por la necesidad de democratizar al mundo
árabe.
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New American Project
1999
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Su propósito es proporcionar nuevas voces y nuevas ideas al debate internacional,
ya que fuerzas poderosas (desde el nacimiento de la era de la información a los cambios
demográficos y la globalización económica) están rehaciendo los EEUU
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Durante muchos años, la izquierda norteamericana no vio la necesidad de dotarse de
think tanks, ya que consideraba que ya tenían las universidades. Esta es la razón del retraso
de los liberales respecto de los conservadores en el mercado norteamericano de las
ideas. Por lo menos dos terceras partes de los think tanks no independientes de los dos partidos políticos pertenecen al ámbito conservador.
Más allá de las cifras, los think tanks conservadores gastan tres veces más que sus homólogos de izquierdas. Mientras que
estos últimos están a menudo especializados en temas concretos, como los derechos
de las mujeres o la vivienda social, los conservadores cubren una variedad de asuntos
más amplia: a finales de los años noventa, entre los think tanks que se definían como liberales, sólo el ocho por ciento era generalista, frente al
21 por ciento de los conservadores.
Incluso algunos think tanks se han creado muy recientemente con el ánimo de contrarrestar la mayoría conservadora
y apoyar al candidato demócrata a la Casa Blanca. Es el caso del Center for American
Progress, fundado en el 2003 con «sólo» un millón de dólares y ocho personas de plantilla.
A finales de 2005, la plantilla había aumentado hasta 106 individuos y el presupuesto
hizo lo mismo hasta 20 millones de dólares. Este think tank no deja de ser un claro ejemplo del vacío existente en el bando demócrata. La distancia
es todavía notable, ya que a finales de 2007, en pleno fenómeno Obama, los tres think tanks conservadores más importantes gastaron 120 millones de dólares. En palabras de su
fundador, Robert Boorstin, el Center for American Progress está financiado por gente
rica y enfadada, como el millonario George Soros que se propuso derrotar a Bush. Durante
la campaña presidencial de 2003, su presidente, John Podesta, multiplicó los argumentarios
para el candidato demócrata John Kerry. Desde entonces, Boorstin se enorgullece de
haber llevado el debate sobre Irak tanto a la izquierda como a la derecha proponiendo
un calendario de «redespliegue estratégico» que parece haber facilitado la discusión
sobre la retirada de las tropas.
El Progressive Policy Institute (PPI) ha contribuido a definir la «tercera vía» a
la que tanta afición tuvieron Bill Clinton y Tony Blair. Esta perspectiva considera
que la oposición entre conservadurismo y socialdemocracia está obsoleta. Este think tank, fundado para Al From, inspirador de la doctrina, se considera que pertenece al centro-izquierda.
El momento de gloria del PPI se produjo en 1999, cuando reunió a Clinton, Blair, Massimo
d’Alema, Gerhard Schroeder y Wim Kok para una conferencia titulada «La tercera vía:
la gobernanza en el siglo XX». Algunas de las ideas del PPI, como las charter schools, las escuelas a la carta que permiten a los padres organizar la educación de sus
hijos con mayor libertad, se inspiraron en coalición con otros think tanks, como, en este caso, el Democractic Leadership Council.
En cuanto al resto de los think tanks liberales, entre los cuales se encuentra el Institute for Policy Studies (IPS), parece
que se los escucha menos. Este think tank, fundado en 1963, tiene por misión «transformar las ideas en acción por la paz, la
justicia y el medio ambiente». Sus objetivos son diametralmente opuestos a los del
PNAC: «El IPS trabaja en los Estados Unidos y varios lugares del mundo para promover
un nuevo tipo de multilateralismo fundado en la ONU, la democracia y los ciudadanos»
mientras lucha contra el «unilateralismo y el intervencionismo militar norteamericanos,
especialmente tras los atentados del 11 de septiembre». En los Estados Unidos el IPS
colabora con el Center for Economic and Social Rights, y en Europa con el Transnacional
Institute, una «cofradía mundial de universitarios activistas militantes» con sede
en Amsterdam.
Entre los otros think tanks que resisten la oleada neoconservadora encontramos el World Policy Institute, de
inspiración liberal internacionalista. Desde 1983 publica el World Policy Journal para ganar en izquierdismo a su primogénito, la fundación Carnegie, en especial abriendo
sus tribunas a autores más jóvenes, más radicales, menos preocupados por el consenso
o la imparcialidad.
También encontramos el Joint Center for Political and Economic Studies, «único think tank negro de la nación». Creado en 1970, esta organización estudia los asuntos económicos
para mejorar las condiciones socioeconómicas de los afroamericanos y de otras minorías,
ampliar su participación en los debates políticos y promover la comunicación y las
relaciones interraciales y étnicas que «refuerzan el carácter pluralista de la nación».
Por su parte, el Center for Responsive Politics analiza la financiación de las campañas
políticas con el fin de limitar la influencia del capital en los resultados electorales.
A raíz de lo que hemos visto hasta ahora, parece que los think tanks liberales se están organizando. Un ejemplo esclarecedor tuvo lugar en abril de 2005,
cuando setenta millonarios de sensibilidad liberal se reunieron en Scottsdale (Arizona)
por iniciativa de Rob Stein, banquero y ex miembro de la Administración de Clinton.
La reunión tenía tres objetivos: apoyar a los think tanks liberales, los centros de formación de jóvenes líderes demócratas y los medios de
comunicación social favorables para contener a la Heritage Foundation, el American
Enterprise Institute, la cadena de televisión Fox News y el Leadership Institute. Sin que se conozca la cantidad de dinero acordada, la
máquina de coordinación de la financiación demócrata se puso en marcha. Teniendo en
cuenta que George Soros dio más de 24 millones de dólares a grupos partidarios de
los demócratas en 2004, setenta millonarios podrían marcar la diferencia.
Por último, no conviene que la bipolarización entre
think tanks conservadores y demócratas impida ver la diversidad de contribuciones de los laboratorios
de ideas en la gestión de los Estados Unidos. Del Rocky Mountain Institute (
www.rmi.org), que propone vías alternativas para el desarrollo del hidrógeno como nuevo vector
energético, a la Freedom House (
www.freedomhouse.org), que fomenta la democracia en Europa central y otras regiones del planeta, el mundo
de los
think tanks es múltiple y su contribución variada.
10. Think tanks la española
En España, como en otros países europeos o asiáticos, los think tanks no son más que malas imitaciones o no son para nada auténticos think tanks. Sin embargo, las iniciativas creadoras de laboratorios de ideas no cejan en su empeño.
Como muestra mencionamos los resultados de la encuesta realizada en 2007 por el Foreign
Policy Research Institute sobre el estado de los think tanks en el mundo.
Según los datos obtenidos en esta investigación, en 2007 había en todo el mundo 5.035
think tanks, de los cuales 1.776 eran norteamericanos (374 tienen su sede en la capital, Washington)
y 49 españoles. Lo más significativo de todo es que el periodo más prolífico en la
creación de think tanks fue precisamente la década de 1990 (un promedio de 124 nuevos think tanks por año), es decir, una vez finalizada la guerra fría.
Ya hemos expuesto las principales razones por las que el fenómeno de los think tanks es por naturaleza norteamericano, más allá de encontrar sus orígenes en este país:
fragmentación del sistema gubernamental, escasez de cuerpos que aglutinen los intereses
privados, la complejidad cada vez mayor de los asuntos públicos y el aumento de perfiles
políticos en el cumplimiento de cargos públicos.
Algunos de los factores que determinan este escenario son perceptibles en el sistema
político español. La fragmentación también aparece en el Estado de las autonomías,
aunque en menor mide, y la politización de los gestores públicos es igualmente un
elemento idiosincrásico de la política española. Por el contrario, fenómenos como
la disciplina de partido o la fuerte influencia del corporativismo difieren del panorama
norteamericano. Con todo, en nuestro sistema político, el número de organizaciones
de análisis político se encuentra a años luz del norteamericano, aunque empiezan a
aparecer.
En España, casi todos los partidos políticos importantes tienen una o varias fundaciones
o centros de estudios adscritos. Estos advocacy tanks se financian especialmente por medio de aportaciones privadas y subvenciones públicas.
En 2008, el Ministerio de Cultura repartió 7.053.932,16 euros entre las fundaciones
ligadas a partidos políticos con representación parlamentaria, tal como se observa
en la tabla.
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Advocacy tank (fundación)
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Partido político al que está adscrita
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Subvención del MC en el 2008 (euros)
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FAES
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Partir Popular
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2.861.302,29
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F. Pablo Iglesias
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Partido Socialista Obrero Español
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2.800.000
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F. Rafael Campalans
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Partit dels Socialistes de Catalunya
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470.000
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F. Trias Fargas
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Convergència Democràtica de Catalunya
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186.072,57
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Institut d’Estudis Humanístics Coll i Alentorn
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Unió Democràtica de Catalunya
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62.024
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F. per a l’Europa dels Ciutadans
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Izquierda Unida
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238.104,34
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F. President Josep Irla i Bosch
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Esquerra Republicana de Catalunya
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193.672
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F. Sabino Arana
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Partido Nacionalista Vasco
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97.000
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F. Nous Horitzons
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Iniciativa per Catalunya-Verds
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69.721
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F. Galiza Sempre
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Bloque Nacionalista Gallego
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61.970
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F. Aragó XXI
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Partido Aragonés
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10.968,72
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La fundación que más visibilidad ha adquirido en los últimos años (a partir de su
creación) es la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), la muestra
más clara de advocacy tank español al mejor estilo neoconservador norteamericano, y adscrita al Partido Popular.
No es la única adscrita a los populares que, además, tienen vinculados los advocacy tanks Humanismo y Democracia, y el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), que ha pretendido
erigirse en la Heritage Foundation española a la cabeza de la ideología neoconservadora.
Sin embargo, el partido con más tradición en promover advocacy tanks es el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que cuenta con cinco fundaciones.
Además de la conocida e histórica Fundación Pablo Iglesias –aunque menos visible que
la popular y más joven FAES–, tiene adscritas la Fundación Jaime Vera, dedicada a
la formación de cuadros, la Fundación Ramón Rubial, que se ocupa de la emigración,
la Fundación Sistema, que publica revistas de análisis y pensamiento político, y Solidaridad
Internacional, una fundación centrada en la cooperación internacional.
Próximamente entrará en funcionamiento la Fundación Ideas (Igualdad, Derechos, Ecología, Acción, Solidaridad). Está previsto que agrupe la totalidad o la mayoría de las fundaciones vinculadas
al PSOE y su función consistirá, según José Luis Rodríguez Zapatero, en producir nuevas
ideas y proyectos para mantener el programa político del partido en constante sintonía
con la modernización de la sociedad española.
Junto con estos advocacy tanks, en España conviven think tanks –formalmente no adscritos a ninguna fuerza política, pero que encuentran su lugar
de influencia en entornos políticamente muy localizados– como la progresista Fundación
Alternativas o las catalanas Fundació Catalunya Oberta y Centro de Estudios Jordi
Pujol, de adscripción nacionalista.
Las causas de esta escasez de think tanks nacionales tienen que ver, entre otros motivos, con la reticencia de los empresarios
a sufragar fines que no tengan una visibilidad inmediata. A pesar de las dificultades,
algunos think tanks españoles disfrutan de una notable reputación, especialmente en el ámbito del análisis
de política exterior. Es el caso del Real Instituto Elcano, la Fundación para las
Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE) y el Centro de Investigaciones
de Relaciones Internacionales y Desarrollo (CIDOB), o en temas de análisis político
y social, la Fundación Jaume Bofill.
A pesar de estas iniciativas de la sociedad civil española, no hay duda de que hay
limitaciones estructurales que retrasan el desarrollo del papel de la experiencia
y de los expertos en la toma de decisiones públicas.
Para empezar, uno de los mayores obstáculos es la ignorancia de lo que es un think tank por parte de la población. Los españoles no son capaces de distinguir entre una asociación
subvencionada y una fundación totalmente independiente, quizás por el «efecto FAES»,
que ha llevado a la idea mayoritaria de que todas las fundaciones de análisis de asuntos
políticos son meras tribunas y aparatos comunicativos de los partidos políticos que
las mantienen. La presencia continua de ministros, ex presidentes del Gobierno y otros
líderes políticos en estos foros ha acabado por asociarlos inevitablemente con sus
promotores.
La existencia de think tanks de partidos políticos no está reñida con su independencia intelectual. Lo hemos visto
respecto a los Estados Unidos y Europa nos muestra otros ejemplos, como la fundación
Friedrich Ebert, cercana al SPD alemán, o la Konrad Adenauer, aliada del CDU. El problema,
en España, es que esta independencia no es tal o, al menos, no se percibe como a tal.
De todos modos, la mayoría de la sociedad española desconoce la existencia de estas
organizaciones. Cuando se informa al público de su existencia –a través de algún reportaje
en la prensa escrita– faltan datos y la noción acaba siendo ambigua. Además, en general,
se considera que no son de utilidad.
La cuestión se agrava con la estructura del sistema audiovisual español, que no ofrece
ninguna posibilidad de que los expertos aparezcan en los programas de televisión.
Pero no porque no se les invite, sino porque no hay programas de debate y reflexión
sobre asuntos de actualidad. Y cuando los hay, los protagonistas son los nuevos «expertos
militantes» de la sociedad española: los periodistas de los diferentes grupos mediáticos
con sus vínculos respectivos con la mayoría de los grupos que forman el arco parlamentario
español.
Aun así, España tiene un elemento favorable para la aparición de nuevas ideas: su
descentralización. Lo que es un obstáculo importante en Estados como Francia, aquí
es una oportunidad que, desgraciadamente, para desarrollarse requiere que cambien
algunas cosas, entre ellas, el espacio mediático audiovisual al que tengan acceso
los think tanks.