—Creo que lo odio —susurró Rachel.
Jason esbozó una sonrisa afable.
—Yo creo que lo amas.
—No. Eso es imposible.
Suspiró hondo antes de apoyar la cabeza sobre el hombro de Jason, sin apartar la mirada de Mike y la joven con la que coqueteaba delante de sus narices. No se parecía en nada a ella: la chica tenía el cabello muy corto, casi a la altura de la nuca, y completamente negro, del mismo color que el ajustado vestido que llevaba puesto. No tenía pecas. Ni una sola peca. Su rostro era una superficie tersa y blanquecina, y nada rompía la monotonía de aquella aburrida perfección.
Aquella noche Luke cumplía dieciséis años. Su familia le había dejado celebrarlo en el garaje de su casa y, además, se habían tomado la molestia de irse a cenar a la ciudad, con la intención de dejarlos a solas durante unas cuantas horas.
En el centro de la estancia descansaban dos viejos sofás y una mesa repleta de cervezas que había traído el hermano mayor de uno de los chicos del equipo. La música estaba muy alta e impedía que los invitados pudiesen hablar sin tener que gritar.
—¿Seguro que no quieres nada? —insistió Luke, pero ella denegó el ofrecimiento con la cabeza. Jason sí aceptó la cerveza y sacudió la mano para quitar las gotitas de agua helada que recubrían el bote.
—¿Hasta qué hora podemos quedarnos?
—No lo sé, supongo que hasta las… —Dejó de hablar cuando un compañero del equipo de fútbol americano en el que estaba Luke lo cogió por detrás y le rodeó el cuello con un brazo fingiendo ahogarlo, como si fuese algo súper divertido.
Rachel suspiró. En aquel garaje repleto de gente con la que no estaba familiarizada, sin una gota de alcohol en su cuerpo que pudiese distraerla de lo que sucedía, sentía cómo el estómago le daba una brusca sacudida cada vez que la mano de esa chica rozaba el brazo de Mike a propósito. Y él no hacía nada por apartarla, por supuesto.
Se aferró con más fuerza al brazo de Jason, dando las gracias en silencio por tener allí a su mejor amigo. Era el único en quien confiaba lo suficiente como para dejarle entrever sus confusos sentimientos. Cuando acudían a alguna fiesta, Jason nunca la juzgaba ni la dejaba sola para largarse con cualquier desconocida, a diferencia de otros.
Creyó que empezaría a escuchar el rechinar de sus dientes si la chica continuaba insinuándose tan descaradamente. No es que ella tuviese derecho a oponerse a nada, pero prefería que sus ojos no fuesen testigo de ello. Se giró hacia Jason.
—¿Te importa… te importa si salimos un rato fuera? —propuso—. El humo me está dejando idiota —añadió, dirigiéndole una mirada feroz a un compañero del equipo de Luke que, sentado a su lado, fumaba marihuana.
Jason asintió con la cabeza y, en cuanto se pusieron en pie, otros dos estudiantes ocuparon el hueco que acababan de dejar en el sofá.
Rachel agradeció el viento fresco de la noche que le golpeó el rostro en cuanto puso un pie en el exterior. Todavía tenía los ojos algo enrojecidos por culpa del chico que había estado fumando a su lado. Los cerró durante unos instantes, intentando aliviar la irritación.
Ambos recostaron la espalda en la pared de cemento que bordeaba la casa de Luke, por la que intentaba escalar una buganvilla repleta de pequeñas flores rojizas.
El cielo era completamente negro, apenas había estrellas, más allá de algunos diminutos puntitos blanquecinos que no parecían tener la fuerza necesaria para brillar con claridad.
Mike le había confesado un día que contar estrellas le servía para tranquilizarse. Decía que era perfecto porque, al concentrarse en tener que llevar la cuenta, olvidaba momentáneamente las preocupaciones y los miedos que lo acechaban. Se lo había contado años atrás, cuando a ella todavía le costaba dormir por las noches sin que su madre estuviese a su lado leyéndole un cuento, pero no lo había olvidado. Igual que tampoco olvidaba que había dicho que lo hacía a menudo, cuando estaba nervioso, cuando sentía que se ahogaba, cuando llegaba a un callejón sin salida…
—¿Estás bien? —Jason la miró de reojo tras darle un trago a su cerveza.
—Sí, bueno, supongo.
Emitió un sonoro suspiro que rompió el silencio de la noche. Odiaba no poder disfrutar de la fiesta por estar tan pendiente de lo que Mike hacía en todo momento. Se sentía débil, enamoradiza y tonta.
—¿Por qué no hablas con él?
—¿Para qué? Es evidente que no le gusto.
Rachel se toqueteó las puntas del pelo con nerviosismo.
—Te quiere.
—Sí, mucho. Como a una hermana.
Jason contempló el semblante serio de la chica y apoyó una mano en su hombro al darle un suave y reconfortante apretón.
—Podemos irnos, si quieres —propuso.
—¿Adónde pensáis iros?
La voz de Mike, curiosa y vibrante, se alzó tras ellos.
Al girarse, Rachel no solo se encontró con sus cristalinos ojos, sino también con los de la chica que todavía lo acompañaba; los suyos se asemejaban a dos pequeños trozos de carbón, negros y brillantes. Notó que algo se encogía en su estómago con brusquedad y se preguntó cómo era posible que enamorarse de alguien provocase una sensación tan dolorosa y desagradable. No sentía maripositas aleteando, demonios; sentía como si una estampida de ñus furiosos se desatase en su interior.
—Mike, ¡no seas entrometido! —intervino la joven desconocida. Él pestañeó confundido cuando la miró—. ¿No te das cuenta de que los estamos interrumpiendo? Vamos, ¡volvamos dentro! —lo instó, tirándole de la manga de la camiseta.
—Solo queríamos tomar el aire —aclaró Jason—. No hace falta que os marchéis.
Mike Garber centró su mirada en Rachel durante unos incómodos segundos y solo rompió el contacto al posar la vista en la mano de Jason, que seguía apoyada cariñosamente sobre el hombro de la chica. Un músculo se tensó en su mandíbula produciendo un movimiento casi imperceptible.
La morena que lo acompañaba insistió de nuevo, asegurándole que lo mejor sería que fuesen junto a los demás compañeros del instituto. Con desparpajo, entrelazó sus dedos largos y repletos de anillos entre los de Mike, cogiéndole de la mano, y logró que él se diese la vuelta y la siguiese al interior del garaje.
En cuanto volvieron a quedarse a solas, Rachel exhaló una gran bocanada de aire tras advertir que llevaba un buen rato conteniendo la respiración. Chasqueó la lengua, al tiempo que le arrancaba una flor a la buganvilla y la frotaba entre sus dedos hasta deshacerla en pequeños trocitos.
—¿Sabes en qué estoy pensando? —Sonrió cuando se giró hacia Jason.
Él tragó el sorbo que acababa de darle a su cerveza y alzó una ceja en alto.
—En palomitas recién hechas. Y en una película para acompañarlas, claro.
—¿Qué? ¿Cómo demonios lo has sabido?
Le dio un manotazo en el hombro, divertida y asombrada.
—Siempre sonríes así cuando te apetece ese plan. Bien, veamos, ¿en tu casa o en la mía?
Rachel rio.
—En la mía. Papá todavía no ha devuelto las películas que alquilamos el otro día. —Estiró los brazos en alto, alegre por el cambio de rumbo que acababa de tomar la noche—. Pero quedémonos un poco más, que es el cumpleaños de Luke, aunque me apuesto lo que sea a que si nos fuésemos ni se daría cuenta.
—Seguro. —Jason se encogió de hombros—. Venga, volvamos dentro.
—Sí, vamos.