Rachel le echó un vistazo al reloj que descansaba en su mesita de noche. Era la una de la madrugada y al día siguiente tenía clase, pero no podía dejar de leer. Se sentía atrapada por esa historia. Bostezó, pasó otra página con delicadeza y antes de que pudiese seguir avanzando, su padre entró en la habitación.

—¿Todavía estás despierta?

—Solo… solo un poco más —pidió.

Robin se acercó hasta su cama, le quitó el libro de las manos y lo dejó con cuidado a un lado. Le acarició la cabeza con la mano y se inclinó para darle un beso en la frente.

—Es muy tarde, Rachel. Mañana más.

—Vale —refunfuñó algo molesta.

Se acurrucó en la cama y se quitó la pulsera de cuentas azules que llevaba puesta. La dejó sobre la mesita de noche produciendo un suave tintineo y Robin se fijó en ella.

—¿Es nueva?

—Sí. Me la regaló Mike.

Su padre esbozó una pequeña sonrisa, le dio un segundo beso y apagó la luz de la lamparita que descansaba a un lado.

—Buenas noches, cariño.

—Buenas noches, papá —susurró en la penumbra.