
Chile está en busca de la valoración de su pasado. Ello ayuda a balancear una sociedad que en los últimos años ha querido vivir del presente y del futuro. Con motivo de haberse cumplido en 2010 el bicentenario de la República, pensé que era mi obligación comunicar algo que me ha tocado aprender durante mis numerosos viajes de investigación por los canales de Aysén y Magallanes. Mediante la presente ficción histórica, quiero proponer a Jemmy Button como una figura emblemática de nuestra historia –de nuestra tantas veces malentendida historia–, ya que él tuvo enormes méritos en su vida, apropiados para el desarrollo y mejoramiento de nuestra cultura.
“Es casi imposible pensar que sean seres humanos”, “Son los seres humanos más horribles y abyectos que existen en toda la Tierra”: de este tipo eran los comentarios y apreciaciones que los navegantes y científicos europeos de los siglos XVIII y XIX efectuaban acerca de los pobladores de los archipiélagos del sur de Sudamérica, tekenikas y alacalufes, quienes vivieron en esas regiones desde tiempos anteriores al desarrollo de las dinastías de Egipto o del surgimiento de la organización confusianista en China. Después de treinta años de intentar conocer la historia geológica y la vida natural de esa región, a la que admiro como la más bella del mundo, considero que las expresiones citadas arriba no pueden hacer justicia a lo que realmente fueron esos pueblos.
Durante años visité a un anciano tekenika que vivía su soledad en un islote vecino al canal Beagle. Cuando lo encontraba, sosteníamos largas conversaciones en torno al fuego de su ahumada vivienda, con un anacrónico mate que servía pausadamente. Él tenía una gran información acerca del pasado y del presente de los pueblos canoeros del sur de América, del cual era uno de los últimos representantes. Lo que más me impresionó fue el conjunto de revelaciones que me hizo acerca de Orundellico (1816?-1864), ese tekenika de Wulaia, que en 1830, cuando tenía 15 años de edad, fue llevado a Inglaterra por el capitán Fitz Roy, almirante de la Armada inglesa, en el famoso buque HMS Beagle. El propósito de esta acción, según Fitz Roy, era educar a este salvaje, bautizado en el Beagle como Jemmy Button, para que a su vuelta sirviera de ejemplo civilizador a sus congéneres. Después de 18 meses en Inglaterra, en los cuales asistió a un internado inglés en Kent y fue invitado a tomar el té a Buckingham con el rey Alberto y la Reina Adelaida, Orundellico volvió a su bahía en el mismo HMS Beagle, acompañando nada menos que a Charles Darwin, con quien compartió la mesa durante los más de tres meses que duró el viaje, como pasajeros civiles a bordo de esta nave del Almirantazgo.
A pesar de algunos aspectos novelescos propios de una biografía de esta naturaleza, la que sigue es la verdadera historia de Jemmy Button. Orundellico y sus tres acompañantes fueron probablemente de los primeros chilenos en participar en un programa de transferencia tecnológica con Inglaterra, obteniendo esa beca del Almirantazgo inglés que ha sido de muy difícil acceso para otros jóvenes chilenos después de ellos. Además, no ha sido común para las legiones de chilenos becados a Europa después de él y hasta nuestros días, tener la oportunidad de compartir la vida diaria con una figura intelectual de la talla de Darwin –que sin duda en el siglo XX hubiera sido un Premio Nobel– o de ser invitado a tomar té a Buckingham con los reyes de Inglaterra.
Tres hechos que me han reforzado conceptos respecto de Jemmy Button han ocurrido desde que escribí el presente libro. Tuve la oportunidad de conocer el Colegio de Saint Mary en Walthamstow, tuve la oportunidad de conocer Wulaia y tuve la oportunidad de leer el libro Yaganes del Cabo de Hornos, de Anne Chapman. En Saint Mary, está vivo el recuerdo de la estadía de los tres fueguinos, ya que constituye probablemente el evento más destacado en la historia de esa institución. Se han sucedido las obras de arte, incluyendo una ópera que se presentó en el Royal Albert Hall hace algunas décadas, inspiradas en Jemmy y sus compañeros. El impacto cultural que provocaron es notable. De Wulaia, escribiré en el epílogo de esta edición. Del libro de Chapman, erudita en la cultura yagán, se extrae con intensidad el valor que ella asigna a la cultura yagán, reforzando el respeto por ella que se ha intentado resaltar en esta obra. También Chapman confirma la veracidad de los principales eventos de la vida de Jemmy Button destacados en el presente libro que, reitero, sin ser una biografía histórica, intentó siempre atenerse lo mejor posible a ella.