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Llegué como pude al pasillo mientras la puerta estallaba a mi espalda. La explosión me lanzó de cara contra la pared y oí un crujido.

Por una parte, me sentía aliviado; el crujido indicaba que el Profesor seguía vivo: sus habilidades Épicas me ofrecían un campo de protección. Por otra parte, venía a por mí una máquina asesina y malvada.

Me aparté de la pared y corrí por el pasillo de metal, iluminado por el móvil que llevaba sujeto al lado. «La tirolina —pensé frenético—. ¿Por dónde? Creo que a la derecha.»

—He encontrado al Profesor —dijo la voz de Abraham en mi oído—. Está encerrado en una especie de burbuja de energía. Parece frustrado.

—Échale zumo instantáneo a la burbuja —dije jadeante. Me metí por un pasillo lateral mientras una explosión eléctrica destrozaba el pasillo que acababa de abandonar. ¡Chispas! Estaba furiosa.

—Voy a abortar la misión —dijo Tia—. Cody, baja y recoge a David.

—Roger —dijo Cody. Por su línea de comunicación se apreciaba un ligero golpeteo: el sonido de las hélices de un helicóptero.

—¡Tia, no! —dije, entrando en una habitación. Me eché el rifle al hombro y agarré una mochila llena de globos de agua.

—El plan está fallando —dijo Tia—. Se supone que la avanzadilla es el Profesor, David, no tú. Además, acabas de demostrar que los globos no sirven.

Cogí un globo y me volví. A continuación aguardé durante un latido hasta que se formó electricidad en una pared, lo que anunciaba la llegada de Sourcefield. Apareció un segundo después y le lancé el globo. Soltó una maldición, se hizo a un lado y el rojo cubrió la pared.

Me volví y corrí, atravesé la puerta para llegar a un dormitorio y me dirigí al balcón.

—Teme el zumo, Tia —dije—. Mi primer globo contrarrestó una ráfaga de energía. Hemos acertado con su punto débil.

—Pero aun así detuvo la bala.

Cierto. Salté al balcón buscando la tirolina.

No estaba.

Tia soltó un maldición.

—¿Para eso corrías? La tirolina está dos apartamentos más arriba, bobo.

¡Chispas! En mi defensa debo decir que cuando todo está hecho de acero, las habitaciones y los pasillos parecen todos iguales.

Podía oír que el helicóptero estaba cerca; Cody casi había llegado. Apretando los dientes salté al antepecho y me lancé hacia el siguiente balcón. Me así a la barandilla, con el rifle, que se balanceaba, colgado de un hombro y la mochila en el otro, y me encaramé.

—David... —dijo Tia.

—¿El punto trampa primario sigue en activo? —pregunté. Trepé sobre unas sillas de jardín que habían sido congeladas en acero. Llegué al otro lado del balcón y subí a la barandilla—. Voy a aceptar el silencio como un sí —dije. Salté.

Me di un buen golpe contra la baranda de acero del siguiente balcón. Me agarré a una de las barras y miré abajo: colgaba doce pisos sobre el suelo. Me tragué la ansiedad y, con esfuerzo, me levanté.

Sourcefield miró de reojo el balcón que yo acababa de abandonar. Tenía miedo; estaba bien, pero también tenía su parte negativa. Para la siguiente parte del plan necesitaba que fuese descuidada, lo que, por desgracia, significaba que debía provocarla.

Salté al balcón, cogí un globo de zumo y se lo lancé. Luego, sin molestarme en comprobar si el globo había dado en el blanco, salté sobre la barandilla y agarré el extremo de la tirolina para luego alejarme de un golpe.

El balcón estalló.

Por suerte, la tirolina estaba fijada a la azotea, no al balcón, y el cable aguantó. A mi alrededor volaron los trozos de metal fundido mientras yo descendía ganando velocidad. Resulta que las tirolinas son mucho más rápidas de lo que parecen. A mi lado pasaban los rascacielos como manchas. Me sentía como si realmente estuviese cayendo.

Logré dar un grito entre el miedo y el éxtasis antes de que todo temblara a mi alrededor, me diese contra el suelo y me quedara rodando por la calle.

—¡Hala! —exclamé, levantándome. La ciudad daba vueltas como un trompo ladeado. Me dolía el hombro y, aunque al golpearme había oído un crujido, no había sido muy intenso. Se agotaba el campo de protección que me había concedido el Profesor. Había un límite a lo que podían soportar antes de que yo tuviese que renovarlos.

—¿David? —dijo Tia—. ¡Chispas! Sourcefield cortó la tirolina con uno de sus ataques. Por eso acabaste cayendo.

—El globo hizo efecto —dijo una nueva voz. El Profesor. Poseía una voz potente, alterada pero sólida—. Estoy libre. No he podido informar antes; la burbuja de energía provocaba interferencias con la señal.

—Jon —le dijo Tina—, se suponía que no lucharías contra ella.

—Sucedió —respondió secamente—. David, ¿estás vivo?

—Más o menos —dije, esforzándome por ponerme de pie y recoger la mochila, que se me había soltado al caer. De la parte de abajo salía el zumo rojo—. Pero no estoy tan seguro con respecto a los globos. Da la impresión de que hay algunas bajas.

El Profesor gruñó.

—¿Puedes hacerlo, David?

—Sí —dije convencido.

—En ese caso, corre al punto de trampa primario.

—Jon —dijo Tia—. Si estás libre...

—Sourcefield ha pasado de mí —dijo el Profesor—. Ha sido como aquella vez con Mitosis. No quieren pelear contra mí; os quieren a vosotros. Tenemos que acabar con ella antes de que dé con el equipo. ¿Recuerdas el camino, David?

—Claro —dije mientras buscaba el rifle.

Se había roto, partido por la mitad en medio del cilindro. ¡Chispas! Tenía pinta de que también había logrado cargarme el seguro del gatillo. Tardaría en volver a dispararlo. Comprobé la pistolera del muslo y la pistola. Parecía estar bien. Vale, todo lo bien que puede estar una pistola. Las odio.

—Destellos en las ventanas de ese complejo de apartamentos, descendiendo —dijo Cody desde el helicóptero—. Se teletransporta siguiendo el muro exterior, en dirección al suelo. Te persigue, David.

—No me gusta la situación —dijo Tia—. Creo que deberíamos abortar.

—David cree que puede lograrlo —dijo el Profesor—. Y yo confío en él.

A pesar del peligro, sonreí. Antes de unirme a los Reckoners no comprendía lo solitaria que había sido mi vida. Oír palabras así...

Era agradable. Muy agradable.

—Soy el cebo —les dije a los demás. Me situé para esperar a Sourcefield y busqué globos intactos en el interior de la mochila—. Tia, sitúa las tropas en posición.

—Roger —dijo renuente.

Bajé a la calle. De las antiguas e inútiles farolas cercanas colgaban lámparas, lo que me daba algo de luz. Así pude ver algunos rostros que miraban desde las ventanas. Las ventanas no tenían vidrio, solo unas antiguas persianas de madera que habíamos cortado y encajado.

A todos los efectos, al asesinar a Steelheart, los Reckoners habían declarado la guerra total contra los Épicos. Algunas personas habían huido de Chicago Nova, temiendo las consecuencias; pero la mayoría de los habitantes se habían quedado y habían llegado muchos nuevos. En los meses tras la caída de Steelheart la población de Chicago Nova casi se había duplicado.

Hice un gesto a los que me miraban. No les diría que se refugiasen. Nosotros, los Reckoners, éramos sus campeones, pero llegaría el día en que esa gente tendría que plantar cara a los Épicos; quería que mirasen.

—Cody, ¿tienes contacto visual? —pregunté por el móvil.

—No —dijo Cody—. Debería aparecer en cualquier momento...

Pasó por encima la sombra negra de su helicóptero. Control, la fuerza policial de Steelheart, había pasado a ser nuestra. Seguía sin estar seguro de qué sentimientos me provocaba tal hecho. En más de una ocasión, Control había dedicado todos sus esfuerzos a intentar asesinarme. Eso no se supera con facilidad.

Es más, habían matado a Megan. Se había recuperado. Casi. Palpé la pistola. Había sido una de sus armas.

—Estoy situándome en posición con las tropas —dijo Abraham.

—¿David? ¿Señales de Sourcefield? —preguntó Tia.

—No —dije, mirando la calle desierta. Sin gente, iluminada por unas pocas lámparas solitarias, casi parecía la ciudad de la época de Steelheart. Desierta y oscura. ¿Dónde estaba Sourcefield?

«Puede teletransportarse por las paredes —pensé—. ¿Qué haría yo en su situación?» Nosotros teníamos los tensores, que, en esencia, nos permitían cavar un túnel allí donde quisiéramos. ¿Qué haría yo en aquel momento si tuviese uno a mano?

La respuesta resultaba evidente. Descendería.

La tenía debajo.