4

 

 

 

Toby entró en la carpa grande y fue recibida por la música y las conversaciones de los invitados, pero solo podía pensar en el hombre con quien había cenado. ¡Un príncipe! Al que, por algún motivo, había acogido bajo su ala.

Miró las cintas y las flores que colgaban del techo de la enorme carpa blanca. Alix, Lexie y ella habían pasado horas discutiendo hasta decidir el diseño, pero fue ella quien se encargó del trabajo. Había unido con alambre cada ramillete en un intento por recrear las guirnaldas que cualquiera podía hacer de forma improvisada tras pasear por el campo recogiendo flores silvestres.

Dio una vuelta sobre sí misma y miró las flores. Durante las últimas semanas, toda su vida había girado en torno a esa boda. No podía imaginarse lo lujosa y grandiosa que sería la boda del príncipe Graydon. Si lo ayudaba en ese momento, ¿conseguiría una invitación?

No, no, se dijo, no podía pensar en esos términos. Tenía que ayudarlo sin pensar en obtener algo a cambio.

Mientras echaba un vistazo a su alrededor y contemplaba la atestada pista de baile, intentó comprobar que todos se lo estuvieran pasando bien. En un rincón, se encontraba una enorme mesa redonda con los niños mayores. Estaban callados, sin participar. Todos estaban escribiendo mensajes en sus móviles. Unas horas antes, Toby se había parado a su lado para preguntarles a quién le mandaban mensajes. Al final, resultó que se estaban mandando mensajes entre ellos mismos. Meneó la cabeza, ya que no entendía por qué no hablaban sin más, y los dejó tranquilos. Desde luego que parecían estar pasándoselo bien.

La novia, ataviada con un precioso vestido de los años cincuenta que habían encontrado en el ático de Kingsley House, estaba bailando con un niño llamado Tyler. Estaban cogidos de las manos mientras el niño sonreía como un angelito. Mientras los miraba, Jared se acercó a ellos y pidió unirse a la pareja, pero la cara de Tyler adoptó una expresión feroz y fulminó a Jared con la mirada mientras gritaba «No» tan fuerte que se escuchó por encima de la música.

Cuando Toby se echó a reír, Jared le rodeó la cintura con un brazo y la arrastró a la pista de baile.

—Vaya, vaya, riéndote de mí. —Jared tuvo que pegar la cabeza a la suya para hacerse oír, pero en ese momento, de repente, la rápida canción acabó y comenzó a sonar una lenta—. Menos mal —masculló al tiempo que la pegaba más a su cuerpo.

Mientras la hacía girar por la pista de baile, Jared recordó cómo se conocieron. Unos cuantos veranos antes, diseñó el ala de invitados de la casa que los padres de Toby tenían en Nantucket, donde se alojaban todos los veranos. El padre de Toby, Barrett, iba los fines de semana, pero su madre, Lavidia, se quedaba en la isla.

Una vez a la semana, Jared pasaba por allí para comprobar la evolución de la obra, y siempre que iba escuchaba a la señora Wyndam despotricar de su preciosa hija, Toby, que acababa de graduarse en una exclusiva universidad para chicas. Un día, la señora Wyndam le estaba gritando a Toby que no estaba lo bastante derecha, que su ropa consistía en harapos y que nunca iba a encontrar marido si no empezaba a prestarle atención a su aspecto.

—Supongo que será mejor que salve a mi hija —dijo Barrett con un suspiro antes de echar a andar hacia el patio.

Jared se pasó el verano entero escuchando las incesantes quejas de la señora Wyndam, y todas dirigidas hacia su hija. En cuanto a la joven Toby, no parecía afectarle mucho nada de lo que su madre dijera. Permanecía en silencio, con la vista en el suelo, sin desafiar a su madre. Jared tenía la impresión de que la muchacha era inmune a los sermones de la mujer. Toby pasaba los días en la cocina, horneando delicias que les llevaba a los obreros, o en el jardín, con las flores.

En septiembre, justo antes de que los Wyndam abandonaran la isla, Jared vio a Toby arrodillada junto a uno de los arriates. Estaba llorando.

No tuvo que preguntar qué pasaba, porque acababa de escuchar a su madre decirle a Barrett que Toby era «imposible», que se negaba a salir con el hijo de un hombre que poseía un yate. Jared conocía al padre y al hijo, y no habría permitido que ninguna pariente suya se quedara a solas con alguno de los dos.

Jared dejó los planos enrollados que llevaba y se sentó en el borde del arriate.

—¿Qué vas a hacer para arreglarlo? —No había necesidad de preámbulos ni de explicaciones, los dos sabían cuál era el problema.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó Toby, furiosa, y fue la primera vez que la vio demostrar algún tipo de emoción—. No tengo preparación para un trabajo normal. Sé que si me voy de casa, mi padre me apoyará; pero, ¿qué clase de libertad es esa?

—Tu jardín es bonito y te he visto crear esos enormes arreglos florales.

—¡Genial! Sé juntar unas flores para que queden bonitas. ¿Quién va a pagar por algo así? —Lo miró—. ¿Una florista? —susurró.

—Diría que sí, y da la casualidad de que conozco a una que necesitaría que alguien le echara una mano de cara al invierno. Si quieres quedarte en Nantucket, claro.

—¿Quedarme? ¿Sola en este caserón? ¿Tan lejos del pueblo?

—¿Limpias la cocina después de usarla? Te lo pregunto porque mi prima Lexie vive cerca de Kingsley House y busca compañera para compartir casa. La última solo sabía cocinar fritos y nunca recogía sus cosas.

Por primera vez, vio esperanza en los ojos de Toby.

—Froto, desinfecto y limpio las encimeras con zumo de limón para que huelan bien.

Jared escribió algo en una de sus tarjetas de visita.

—Es mi número particular. Si crees que hay alguna posibilidad de que te mudes a la casa, dímelo. Pero solo puedo retrasar veinticuatro horas la decisión de Lexie, después le alquilará la habitación a otra persona.

Jared titubeó un momento. ¿Estaba haciendo lo correcto? En realidad, no conocía a la muchacha, y parecía casi delicada. La había visto aceptar en silencio, con resignación, todo lo que le decía su madre. Lexie tenía una personalidad muy fuerte, y Jared no estaba seguro de que Toby pudiera enfrentarse a ella. ¿Y si era una de esas chicas que se volvían locas en cuanto abandonaban la casa de sus padres? La miró de arriba abajo mientras intentaba adivinar qué pasaría.

Al percatarse de su expresión, Toby enderezó la espalda.

—Señor Kingsley, ¿tiene algún otro motivo para hacerme este ofrecimiento?

Al principio, Jared no entendió lo que le decía, pero su mirada era bastante elocuente. Jared estaba acostumbrado a que las mujeres lo adorasen, que le dijesen siempre que sí, pero esa chica era distinta. Lo estaba poniendo en su sitio sin rodeos y sin miramientos. En ese instante, Jared comprendió cómo alguien de aspecto tan frágil como Toby podía hacerle frente a su madre. Mientras la miraba, supo que de haber tenido una hermana pequeña, sería como ella. Eso le provocó un afán protector.

—Solo quiero ayudar, y Lexie y tú os llevaréis bien.

Levantó la vista y vio a su madre en la ventana, con el ceño fruncido, seguramente pensando en que estaba demasiado cerca de Toby. Se levantó.

—Si quieres hacerlo, me aseguraré de que consigas un trabajo.

Sin embargo, se tuvo que morder la lengua para no decir: «Aunque tenga que contratarte yo mismo.»

—Volveré mañana a las once y ya me dirás qué has decidido.

—Creo que seguramente estaré esperando con las maletas hechas.

—En ese caso, traeré la camioneta. —Se alejó sonriendo.

A la mañana siguiente, Toby se mudó con Lexie, y él llevaba velando por las dos chicas desde aquel entonces.

—¿Qué se siente al ser un hombre casado? —le preguntó Toby.

—Es maravilloso. ¿Dónde te has metido? —quiso saber él mientras la hacía girar por la pista de baile—. Iba a salir en tu busca, pero Lex amenazó con matarme si lo hacía. ¿Qué pasa?

—¿Sabes que el hombre que me acompañó al altar es un príncipe?

—Tenía que serlo para ir a tu lado.

A Toby le hizo gracia el comentario y se echó a reír.

—No, me refiero a que es un príncipe de carne y hueso, uno que algún día será proclamado rey.

Jared la inclinó hacia atrás.

—Dado que somos parientes, ¿eso me convierte en duque? A lo mejor también soy un príncipe.

—El príncipe de los pescadores —replicó Toby mientras él la levantaba—. Quiere quedarse en la isla una semana y necesita un poco de paz e intimidad.

—¿Eso quiere decir que nadie puede enterarse de que está aquí? ¿No se delatará por las banderitas de su séquito de coches?

—¡Jared! Hablo en serio, deja de bromear.

La hizo girar sobre sí misma.

—Nunca te he oído hablar de un hombre de esta forma. Bueno, ¿qué habéis estado haciendo mientras los demás te buscaban en vano? —La vena protectora de Jared empezaba a asomar la cabeza.

—Estábamos cenando —contestó ella—. Cuando el príncipe Graydon vuelva a su país, se anunciará su compromiso con una chica lanconiana. Un año después, se casarán.

—¿Las estadounidenses no son lo bastante buenas para él? ¿O piensa correrse una juerga en Nantucket antes de volver a casa? —Su voz le indicó a Toby lo que le parecía la idea.

Intentó apartarse de él, pero Jared la sujetó con firmeza.

—Vale, ya paro. ¿Qué necesitas?

—Tu primo —comenzó ella, enfatizando el parentesco— necesita un sitio en el que hospedarse. Y sería mejor que tuviera un compañero, alguien que le echara una mano.

—¿Te refieres a alguien que le corte los filetes? ¿Que lo ayude a vestirse por la mañana?

—No sé lo que sabe o no sabe hacer. ¿Podría quedarse en Kingsley House?

—La casa está a rebosar de gente durante toda la semana. Tenemos la casa llena de parientes, y el jefe de Lexie también se ha quedado con un dormitorio. ¿Qué me dices de tu casa?

—Solo tenemos dos dormitorios, además, no creo que fuera apropiado.

Jared la miró con seriedad.

—¿Ese tío te ha hecho alguna proposición indecente?

—No, qué va.

La canción terminó y los músicos se tomaron un respiro. Jared se detuvo y la miró.

—Toby, ese tío no puede presentarse y creer que vamos a ofrecerle un palacio lleno de criados. Tendrá que conformarse con lo que hay. Tienes un sofá cama en la sala de estar de la planta alta, que se quede ahí. Lexie estará, así que no te pasará nada. Si cree que es demasiado bueno para el sofá, que pase la noche en el coche de alguien. Mañana, Caleb o Victoria podrán buscarle un sitio para quedarse más tiempo. Por muy príncipe que sea, es adulto y puede apañárselas solo. Ahora, ¿te apetece un poco de tarta?

—Claro —contestó Toby, que le indicó a Jared que podía dejarla sola, que estaría bien. Sabía que Jared tenía razón, pero seguía sintiéndose responsable, al menos en parte, del príncipe Graydon.

Echó un vistazo por la carpa, reparando en los invitados. Alix y Jared estaban cortando la tarta, de modo que eran el centro de atención. Lexie se encontraba detrás de los camareros, por lo que supuso que seguía escondiéndose de los hombres de su vida. Rodeó la multitud de invitados y se acercó a su amiga.

—¿Puedo hablar contigo?

—Claro —contestó Lexie al tiempo que aceptaba dos platos con tarta nupcial—. Coge los tenedores.

Toby cogió tenedores, servilletas y dos tazas de ponche antes de salir al exterior.

—Quiero saber qué está pasando —dijo Toby en cuanto estuvieron fuera, bajo la fresca brisa marina de Nantucket.

—Yo debería decir lo mismo —replicó Lexie—. Esa escena en la carpa pequeña con ese tío parecía sacada de una novela. Velas y chocolate. Solo te faltaba una rosa en el pelo.

—¿Quieres liarme para no decirme qué tramas?

—Pues claro —aseguró Lexie antes de suspirar—. Toby, me siento fatal, pero Plymouth dice que necesita que alguien se quede con su hermana de catorce años en el sur de Francia, y me ha pedido que piense en la posibilidad de ocupar el puesto.

—Creía que no querías viajar con él.

—No va a estar. Se va para hacer no sé qué con un coche, una carrera no sé dónde, supongo, pero le prometió a su hermana que la llevaría a Francia.

—¿Es que esa niña no tiene padres?

—El padre de Plymouth va por la cuarta esposa. De apenas veinte años. Se niega a hacer de niñera durante tres meses.

—¿Tres meses?

—Sí —contestó Lexie, con expresión culpable—. Es hasta el 1 de septiembre, así que técnicamente serán dos meses y medio, pero...

Toby sabía que era uno de esos momentos en los que tenía que esforzarse por no ser egoísta. Se trataba de una gran oportunidad para Lexie. Además, no se tragaba ni por asomo que Roger Plymouth no hiciera acto de presencia. Seguramente, Lexie también era consciente de alguna manera. Pero si conseguía alejarse de Nantucket, su amiga podría averiguar qué quería hacer con su vida.

Sin embargo, habían habilitado el patio de la casa que compartían para iniciar su negocio: cultivar flores que después vendían. Tenían un invernadero y muchos arriates, y todas las plantas necesitaban cuidados constantes, como quitar las malas hierbas o abonarlas.

—Te mandaré mi parte del alquiler —se ofreció Lexie—. Plymouth me va a doblar el sueldo durante estas semanas, así que podré permitírmelo.

A Toby le habría encantado decirle que no hacía falta, pero no podía. Jared era el dueño de la casa y se la alquilaba por muchísimo menos de lo que conseguiría si se la alquilaba a un forastero. Sin embargo, pagar la mitad del alquiler se llevaba gran parte de sus ingresos.

—Jilly puede ayudarte con las flores —continuó Lexie con expresión suplicante, ya que quería que accediera—. Sé que te estoy dejando tirada, pero me encantaría ir. Conocí a la hermana de Plymouth el año pasado y es una monada de cría. Le gusta mucho leer y Plymouth dice que quiere visitar museos. ¿Te imaginas a Plymouth en un museo?

Dado que Toby no conocía al hombre, no se lo imaginaba de ninguna de las maneras. En cuanto a Jilly, estaba en la primera fase de enamoramiento y solo tenía ojos para Ken. Además, Ken ejercía de profesor fuera de la isla, de modo que estarían ausentes gran parte del tiempo. Toby no creía que Jilly le fuera a ser de mucha ayuda.

Sin embargo, sabía que su amiga necesitaba un respiro. Inspiró hondo.

—Pues claro que deberías ir. No puedes desaprovechar semejante oportunidad. A lo mejor sucederá algo que te ayude a decidir...

—¡Gracias! —exclamó Lexie, interrumpiéndola, antes de soltar el plato en el suelo y abrazarla con fuerza—. Tengo que hacer el equipaje. ¿Puedes ocuparte de todo por aquí? —Señaló la carpa donde se celebraba el banquete de bodas.

—Claro —dijo Toby al tiempo que recogía el plato y veía a Lexie alejarse hasta desaparecer en la oscuridad.

Toby se quedó un rato fuera de la carpa, con los platos sucios, mientras dejaba que la brisa nocturna la envolviera. Ese debía de ser el día más surrealista de toda su vida. Tenía la impresión de que todo había empezado a cambiar en cuanto entraron en el bar la noche anterior y vieron a aquel hombre sentado al fondo, rodeado de mujeres.

Miró hacia la carpa. Los invitados bailaban, comían tarta, bebían y reían. Parecía que era seguro volver.

 

 

Rory se había cambiado de ropa y en ese momento llevaba un esmoquin idéntico al de su hermano. Después de que Graydon volviera con su rubia, no tardó mucho en encontrar a Roger Plymouth. Estaba en un rincón de la carpa, hablando con tres muchachas muy guapas. Rory le hizo un gesto para que lo acompañara al exterior.

Una vez solos, Roger fue el primero en hablar.

—Me pareció haberte visto al fondo, escondido detrás de toda la gente. ¿Habéis venido los dos hermanos? ¿A qué se debe? ¿Alguna celebración real?

—Somos parientes de los Kingsley —contestó Rory con premura. No tenía tiempo para cháchara—. ¿Es verdad que la otra dama de honor, Lexie, trabaja para ti?

—Sí —contestó Roger, que meneó la cabeza—. Es una polvorilla. Ahora mismo no me soporta, pero me la estoy camelando. Dame otro par de meses y caerá rendida. —Soltó una carcajada carente de humor—. Claro que eso mismo lo dije hace un año y todavía nada. Pero un hombre puede soñar, ¿verdad? —Entrecerró los ojos—. No estarás pensando en ir a por ella, ¿no?

Rory sabía que nunca entendería la costumbre de los estadounidenses de contárselo todo a todo el mundo.

—No, claro que no.

—Vale —dijo Roger—. Me preguntas por Lex porque a tu hermano le interesa su compañera. Me fijé en cómo la miraba durante toda la ceremonia. Al principio, creí que eras tú, pero sé que nunca te pondrías en ridículo delante de todo el mundo de esa manera. Tu hermano la miraba como si él fuera una serpiente que bailaba al son de una flauta.

—Creo que te has pasado un poco —replicó Rory con sequedad, ya que quería proteger a su hermano.

—Sí, vale —dijo Roger—. Sé que él será rey. Me gusta tu país. Las mejores pistas de esquí, y la comida tampoco está mal. Pero creo que tengo que advertirte: según tengo entendido, le va a resultar más fácil ser rey que conquistar a la guapa Toby.

—¿Qué quieres decir?

—Que la mitad de la población masculina de la isla le ha tirado los tejos. Se rumorea que «se está conservando para el matrimonio».

—¿Estás diciendo que es...?

—Virgen, eso es lo que dicen todos —continuó Roger—. Sea o no sea verdad, sí te puedo decir que esa chica le cae bien a mucha gente. Si tu hermano decide ir a por ella para añadir otra conquista a su lista, muchos se van a enfadar, incluido Jared Kingsley.

El día anterior, Rory habría dicho que su hermano no era de esos, pero ese día todo parecía haberse puesto patas arriba.

—Mi hermano quiere quedarse en Nantucket una semana y le gustaría que la chica pasara tiempo con él, pero me temo que la compañera podría interferir. Es...

—¡No me digas más! —exclamó Roger—. No sabes la de cosas que tengo que hacer para que Lexie pase tiempo conmigo. Tengo que esconder cosas y después fingir que las he perdido. —Hizo una mueca—. Cree que soy un capullo, pero si no lo hago, me suelta «Toby me necesita» y sale corriendo.

—¿Eso quiere decir que no vas a poder mantener ocupada a la compañera una semana? No sé, a lo mejor con un viaje o algo.

—Sé que le gustaría viajar y le he pedido que me acompañe, pero se ha reído de mí. ¡Oye! A lo mejor puedo conseguir que mi hermana pequeña me eche una mano. Se caen bien. ¿Para cuándo lo necesitas?

—Para ya. Ahora mismo —contestó Rory.

—Lo intentaré —dijo Roger, que lo miró—. A lo mejor, la próxima vez que vaya a tu país, puedo quedarme en tu casa.

Un trato, pensó Rory.

—Te alojaremos en el ala más antigua del palacio. Está embrujada y las mujeres chillan cuando las llevas allí.

Roger hizo una mueca.

—Ojalá eso funcionara con Lexie, pero seguramente se haría amiga de algún fantasma. ¡Deberías oír las historias que corren por la isla sobre los Kingsley!

Rory no sabía de qué estaba hablando, y tampoco tenía tiempo para averiguarlo. Debía ocuparse de otros asuntos. Le dio las gracias, se despidió y cada uno se fue por su lado.

Cuando Rory regresó a la carpa pequeña, vio que su hermano y la rubia seguían dentro. Las velas y la oscuridad reinante en el exterior revelaban un juego de sombras, dejándole ver sin problemas. Estaban inclinados el uno hacia el otro, con las cabezas muy cerca, y Rory no recordaba haber visto a Graydon hablar de forma tan animada con alguien ajeno a la familia. Había muy pocas personas con las que Graydon se relajaba, y todas eran parientes cercanos. Pero allí estaba con una chica a la que acababa de conocer, gesticulando mientras hablaban.

Sin embargo, por mucho que a su hermano le gustara la muchacha, debía hacer algo sin demora: tenía que comprobar que era capaz de distinguirlos. Nada de leyendas familiares acerca de las personas capaces de distinguir a los gemelos de los Montgomery y los Taggert. Tenía que saber la verdad.

Llamó por teléfono a su asistente y, minutos después, estaba vestido como su hermano. Sin llamar la atención, se mantuvo algo alejado de los invitados, bebiendo champán, mientras esperaba que terminase la cena de Graydon... y fue allí donde lo encontró Roger Plymouth. Con una sonrisa triunfal, Roger le dijo que su hermana había ideado la forma de que Lexie dejara la isla durante casi todo el verano y, según tenía entendido, Lex iba a aceptar.

—He tenido que prometer que no haría acto de presencia, pero supongo que me tendré que romper un par de huesos y necesitaré recuperarme a su lado —explicó Roger con una carcajada—. Es mi oportunidad con Lexie y pienso aprovecharla al máximo. Ojalá que cuando me quede en tu casa, ella me acompañe.

Cuando Rory salió de nuevo, vio que Lexie corría hacia la carpa en la que Graydon y Toby cenaban, y escuchó su animada voz. Rory sabía que en cuanto su hermano se enterase de que la compañera de casa de Toby se iba de la isla por órdenes de su rico jefe, un hombre al que él conocía, averiguaría quién lo había orquestado todo. Su hermano no creía en las coincidencias, sobre todo cuando él estaba cerca.

Para no defraudarlo, le vibró el móvil y al mirar la pantalla vio una sola palabra que su hermano le había enviado:

 

¡AHORA!

 

Eso quería decir que Graydon quería hablar con él en ese preciso momento. Le contestó:

 

Estoy en Kingsley House. Reúnete aquí conmigo.

 

Dado que su hermano les había dado esquinazo a sus escoltas en Maine, no tendría medio de transporte. Había un largo trecho desde el lugar en el que se celebraba la boda hasta Kingsley Lane, ya que tendría que atravesar todo el pueblo y Main Street. Aunque Graydon consiguiera que alguien lo llevase, él contaría con el tiempo suficiente para averiguar lo que necesitaba.

Se enderezó el esmoquin, cuadró los hombros, adoptó la expresión de heredero a la corona que lucía su hermano y echó a andar hacia la carpa grande. Iba a darlo todo interpretando a su hermano.