Capítulo II

¿QUÉ SON LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN GEOGRÁFICA (SIG)?

Antes de profundizar en el rol que los datos geográficos, mapas y sistemas de información geográfica (SIG) pueden desempeñar en las bibliotecas, introduciremos algunos conceptos previos para el lector que desconoce en absoluto o tiene un conocimiento superficial de los SIG. A lo largo de este capítulo, nos centramos en la naturaleza de los datos geográficos y su importancia contextual para entender mejor el entorno, la manipulación de los datos mediante herramientas informáticas como los SIG, y la generación de mapas en sí, vistos como el resultado final de la manipulación, el análisis y la combinación de datos geográficos.

1. De Eratóstenes a Tomlinson

Podríamos pensar que la relación entre bibliotecas y datos geográficos, junto con los SIG, es un hecho bastante reciente y que todavía no está claramente definido. Sin embargo, en las décadas de 1980 y 1990, algunas universidades académicas americanas comenzaron a prestar atención a los datos geográficos y a la novedad que por aquel entonces representaban los primeros SIG. Dichas bibliotecas se preguntaron de qué forma los datos geográficos y herramientas SIG podrían ser útiles en sus tareas y actividades. Haciendo un breve recorrido histórico, veremos que la relación entre datos geográficos y bibliotecas no es una invención del siglo xx, sino que se remonta a la antigüedad, y que las bibliotecas universitarias, pioneras por su acercamiento a la disciplina SIG en la década de 1990, no hicieron más que afianzar una vieja relación.
En la antigua Grecia, Eratóstenes fue el primero en medir con precisión el tamaño de la Tierra. Dados los escasos medios e instrumentos de medición de la época, este hecho fue un gran logro, y por ello Eratóstenes pasó a la historia como el primer cartógrafo. Esta anécdota sería irrelevante en este libro si no fuera porque Eratóstenes fue también el bibliotecario a cargo de la biblioteca de Alejandría.
Durante la época de los grandes descubrimientos, los mapas fueron uno de los instrumentos predilectos de los primeros exploradores y navegantes en busca del mundo desconocido. A medida que se descubrían nuevas tierras y mares, los cartógrafos confeccionaban minuciosamente las cartas marinas y mapas cartográficos de un mundo apenas descubierto. Uno de los cartógrafos más famosos de este periodo fue el flamenco Mercator, que dio con una forma innovadora de proyección para la creación de mapas que facilitaba enormemente la navegación. Pero Mercator también aportó otra innovación significativa desde la perspectiva de la biblioteca: el atlas, como una colección sistemática y «curada» de mapas, tal y como lo conocemos actualmente. La cartografía y las bibliotecas se cruzan otra vez.
En la actualidad, la sección de cartografía de las bibliotecas, o cartoteca, es un servicio bastante común. Un mapa cartográfico, como un libro, es un recurso documental con gran valor histórico para entender el conocimiento y el contexto de una época pasada. Con el paso del tiempo, estos mapas históricos y atlas se han convertido en joyas apreciadas sobre todo por coleccionistas privados y bibliotecas. Ken Jennings (2013), relata su perplejidad y asombro durante su visita a la sección de geografía y cartografía de la Biblioteca del Congreso, que reúne una de las mayores colecciones de mapas cartográficos del mundo con más de cinco millones de ejemplares, entre ellos verdaderos tesoros históricos de la cartografía. Las bibliotecas, desde la antigüedad, han sido las encargadas de mantener estos documentos históricos a buen recaudo.
Involuntariamente, el cólera propició un salto cualitativo en la concepción y el valor de los mapas. A mediados del siglo xix, Londres sufrió un brote de cólera que mató a cientos de personas. Las autoridades londinenses estaban desconcertadas y no sabían cómo atajar la epidemia, puesto que desconocían su origen. La solución al enigma vino de la mano del doctor John Snow, un médico londinense, que tuvo la genial idea de plasmar todos los surtidores de agua, junto con los casos de defunciones por cólera (donde se había encontrado a la persona fallecida) en un mapa de Londres. El mapa por sí solo reflejó claramente que la mayoría de los fallecidos se aglutinaban alrededor de un único surtidor de agua que resultó ser la causa y el origen de la fatal epidemia. Las autoridades lo tapiaron y el problema cesó.

Figura 1. Mapa moderno que recrea el mapa original del doctor John Snow. Los círculos son los casos de cólera, los triángulos representan los surtidores de agua.

Fuente: http://blog.rtwilson.com/john-snows-cholera-data-in-more-formats/

El famoso mapa del doctor Snow es un ejemplo de cómo los mapas se convirtieron en un elemento vital para el análisis de entornos complejos. Mientras que para los antiguos navegantes y exploradores, el mapa era el lenguaje con el que se describía la geografía, el ejemplo del mapa del cólera supone un uso nuevo, totalmente distinto al uso primario de servir a la exploración de la geografía. Los mapas podían utilizarse también como herramientas de análisis para la resolución de problemas complejos que a priori parecían no tener relación alguna con la geografía. El mapa del cólera no se pensó como una guía para turistas en Londres (aunque algunos turistas freak modernos sí lo utilizan como tal), sino como una herramienta que permitía iluminar un problema social y de salud pública con los focos de la geografía.
Los SIG modernos, programas informáticos basados en ordenadores e información digital, son la herramienta idónea para descubrir y crear usos novedosos de los mapas que ayuden en el análisis y la resolución de problemas dispares. Aunque se conoce a Roger Tomlinson como el «padre moderno de los SIG», como hemos visto, no fue el primero en darse cuenta del potencial de los datos geográficos y de los mapas para proyectar una dimensión geográfica a la resolución de problemas. Sin embargo, su contribución fue realmente importante, ya que dirigió, planificó y desarrolló el primer SIG informatizado a finales de la década de 1960 para la gestión del uso del suelo para el gobierno canadiense.
La breve e incompleta descripción histórica apenas realizada quiere poner de relieve la increíble capacidad de los datos geográficos para generar sinergias con otras disciplinas y su potencial aplicación en muchas situaciones distintas, entre ellas las tareas y rutinas bibliotecarias. De una u otra forma, bien porque un bibliotecario contribuyó a la ciencia de la cartografía, o bien porque las bibliotecas se han convertido en los guardianes de millones de mapas cartográficos, cartografía y bibliotecas se entrelazan a lo largo de la historia.
Es un hecho que los datos geográficos se han convertido en algo ubicuo, común en el día a día de muchas personas, que los utilizan para viajar, para moverse y desplazarse por una ciudad, para entablar nuevas amistades, para disfrutar y entender la naturaleza, para relacionarse o para encontrar la mejor biblioteca de la ciudad. Tal como apunta Harm de Blij (2012), los datos geográficos importan, influyen y muchas veces son determinantes para muchas instituciones, entre ellas las bibliotecas. Hace 25 años, las bibliotecas académicas americanas fueron precursoras en darse cuenta de que los datos geográficos y los SIG van mucho más allá de los atlas y de las colecciones cartográficas.

2. Importancia de los datos geográficos

Los mapas cuentan historias y una historia necesita datos. Que el origen de un mapa empieza necesariamente con los datos lo sabían muy bien los antiguos cartógrafos, ya que dependían de las noticias de los nuevos descubrimientos, que traían de vuelta los navegantes y exploradores, para la creación y actualización de los mapas cartográficos. Si imaginamos la creación de un mapa como una cadena de ensamblaje, los datos geográficos son la entrada que el cartógrafo, con su conocimiento y herramientas de cálculo y diseño, ensamblaba en un producto final: el mapa.

Figura 2. Cadena de ensamblaje para la elaboración de mapas en la antigüedad.

La esencia de la cadena de ensamblaje se ha mantenido prácticamente igual hasta la actualidad. Todavía se necesitan datos para que alguien o algo los manipule y los convierta en mapas. Pero existen muchas diferencias entre los mapas antiguos y los actuales debido principalmente a los avances tecnológicos que han ido modificando cada uno de los tres pasos de la cadena de ensamblaje. En esta sección nos centramos en el primer paso de la cadena: la naturaleza de los datos geográficos y los cambios que estos han experimentado hasta nuestros días.
No cabe duda de que una de las mayores diferencias en cuanto a obtención de datos radica en la escasez de fuentes de datos que existía en el pasado (los exploradores) comparada con la abundancia y variedad actual (sensores, teléfonos móviles, internet, etc.). Disponemos de múltiples fuentes, ya sea de organizaciones tradicionalmente generadoras de datos –gobiernos, universidades, empresas que prestan servicios basados en la localización–, o de la multitud de sensores existentes. Los satélites geoestacionarios que captan imágenes de la superficie terrestre; los dispositivos fijos desplegados en cada rincón de nuestras ciudades que miden el nivel de ruido, la contaminación del aire, las vibraciones de puentes y edificios, o vigilan el tráfico; y los dispositivos móviles tan comunes hoy en día, son algunos ejemplos de dispositivos que incorporan sensores. Es más, los sensores que vienen ya preinstalados en los teléfonos móviles inteligentes, como el GPS, son capaces de captar con exactitud dónde nos encontramos en cada momento y de añadir de forma automática información sobre la ubicación de cada imagen, vídeo o mensaje que generamos con los móviles. De esta forma, cada usuario se convierte también en una potencial fuente de datos geográficos.
La colección de más de cinco millones de mapas de la Biblioteca del Congreso, que cubre varios siglos de historia, se queda en una cifra escandalosamente ridícula comparada con los datos geográficos que se generan en la actualidad en un único día[1]. Aunque las cifras que barajan los expertos puede que sean algo exageradas y difíciles de corroborar, a nadie se le escapa que las nuevas tecnologías han acelerado vertiginosamente tanto el ritmo de creación de datos geográficos, como su variedad.
Hemos visto que los datos geográficos aparecen por doquier, y se dice que esta tendencia irá en aumento en los próximos años. Pero, ¿somos capaces de reconocerlos? ¿Qué características hacen a los datos geográficos especiales con respecto a otros tipos de datos? ¿Cómo puedo saber si necesito o no datos geográficos? A menudo, hasta en la conversión más trivial, hacemos uso del contexto geográfico de los datos. Por ejemplo, estamos acostumbrados a ver en los medios de comunicación datos censales, series de datos económicos y estadísticas de empleo. Estos datos estadísticos contienen mayoritariamente números, cifras y porcentajes, a la vez que están íntimamente ligados a una ciudad, barrio, o unidad censal. De hecho, si en una charla con un amigo decimos que la tasa de paro es del 10 % y nada más, nuestro amigo nos preguntará inmediatamente a qué país, provincia o ciudad nos estamos refiriendo. El «dónde» es crucial para entender el contexto del dato que nos han facilitado, en este caso: la tasa de paro. Por lo tanto, podríamos decir que cualquier tipo de dato cobra mayor sentido cuando se contextualiza, analiza y visualiza, tomando en cuenta la dimensión geográfica.
Entonces, ¿el contexto geográfico es siempre necesario? No siempre, por supuesto. Las notas del colegio de vuestros hijos son datos y no precisan de un contexto geográfico para saber si han aprobado o suspendido alguna asignatura. Pero si vamos más allá de la lectura numérica de las notas y queremos comprender por qué el rendimiento académico de dos colegios en la misma ciudad difiere tanto, entonces el contexto económico, social, y geográfico es vital. La clave aquí reside en saber identificar cuándo el contexto geográfico es relevante al afrontar un determinado problema o situación, y cuándo no.
Afortunadamente, muchísimos tipos de datos (biológicos, medioambientales, sociales, urbanos, culturales, etc.) son, por definición, espaciales, es decir, ocurren o suceden en algún lugar. A partir de los datos espaciales se pueden obtener, de forma directa o indirecta, las coordenadas geográficas asociadas que nos permiten representar los datos visualmente en un mapa. Los datos de las cuencas hidrográficas de España son un ejemplo de datos espaciales con una referencia geográfica directa. Aparte del nombre que identifica la cuenca, y otros datos como la extensión en kilómetros cuadrados o el caudal en litros totales, su perímetro o cobertura geográfica es una característica fundamental para delimitar la influencia territorial de una cuenca. Esta característica geográfica se suele representar como un conjunto de líneas, cada una definida mediante un par de coordenadas geográficas (latitud, longitud) de inicio y fin, que forman un polígono que delimita el perímetro de la cuenca. Por lo tanto, cuando las características geográficas (un polígono que representa el perímetro) de un objeto (en este ejemplo, la cuenca) se codifican directamente como un atributo más, este objeto se puede representar y manipular fácilmente sobre un mapa.
Pero no todos los datos espaciales contienen referencias geográficas directas (puntos o coordenadas geográficas). A decir verdad, es más habitual encontrarnos con datos espaciales con referencias geográficas indirectas, es decir, sabemos que el contexto geográfico es importante para dar sentido a los datos pero, tal y como se nos facilita el contexto geográfico, resulta un tanto complicado representar los datos directamente sobre un mapa. Por ejemplo, el listado de todas las bibliotecas españolas disponibles en la web del Directorio de bibliotecas españolas[2] contiene datos espaciales con referencias geográficas indirectas. Cada registro identifica una biblioteca mediante campos como: calle, número, distrito, ciudad y provincia. Existe una referencia espacial clara en forma de texto (ciudad, calle, etc.), pero aún no somos capaces de mostrar cada biblioteca en un mapa porque desconocemos su posición exacta (latitud, longitud).

Figura 3. Limitación de cuenca hidrográfica con ArcGIS.

Fuente: http ://www.acolita.com/wp-content/uploads/Delimitar-cuenca-en-ArcGIS.png

Para determinar la posición exacta de una biblioteca, un parque o un edificio necesitamos llevar a cabo una tarea adicional, llamada georreferenciación o geocodificación, que transforma la descripción textual de un lugar (referencias indirectas) en sus coordenadas geográficas asociadas (referencias directas), tal como se muestra en la figura 4. La georreferenciación es una tarea tan común y necesaria para manipular datos geográficos que muchas herramientas SIG la incorporaron desde las primeras versiones. Además, existen multitud de servicios web disponibles en internet que facilitan esta tarea, como, por ejemplo, Geonames[3].

Figura 4. Mapa de la distribución espacial de las bibliotecas públicas de Estados Unidos donde cada punto representa la localización de una biblioteca tras la realización de un proceso de georreferenciación

Fuente: http://gothos.info/2013/03/the-ge

En otros casos, los datos dan menos pistas geográficas porque no vienen expresados a nivel de punto, sino que están agregados a nivel de área. Por ejemplo, los datos demográficos sobre defunciones, nacimientos, número de inmigrantes o intención de voto, suelen agregarse por código postal, distrito o provincia. Aun así, es posible obtener la representación directa geográfica de los datos, pero no en forma de un punto concreto (figura 4), sino como un área (polígono) que define la extensión geográfica del código postal, distrito o municipio.
Tradicionalmente, el sector público venía siendo el único proveedor de datos geográficos. Diferentes estudios estimaban que alrededor del 80 % de los datos públicos (entendidos estos como datos proporcionados por los gobiernos y las administraciones públicas) son espaciales y tienen una referencia geográfica directa o indirecta. Sin embargo, la aparición de nuevos servicios web geográficos, como Google Maps y Google Earth, en 2004 y 2005, respectivamente, junto con el rápido despliegue de dispositivos móviles inteligentes con sensores de GPS o de geoposicionamiento, han facilitado una explosión de datos geográficos desde otros sectores. Un usuario básico puede jugar con estos servicios y dispositivos móviles sin saber ni siquiera que está utilizando datos geográficos y, sobre todo, sin saber que también está creándolos.
El hecho de disponer de más cantidad y variedad de datos geográficos no se debe únicamente a la tecnología, sino, a nuestro parecer, a un cambio hacia una cultura de registrar y anotar todo lo que ocurre bajo el sol, también conocido como «datificación». Llevar un registro de nuestros viajes, o ubicar los mejores restaurantes de nuestra ciudad, nuestras fotos, las rutas en bicicleta, a pie, o en coche, se ha convertido en algo cotidiano. Cada uno de nosotros produce datos geográficos de forma continua, cada día, cada hora, cada minuto. Si sumáramos todos ellos, imaginad la enorme cantidad de datos geográficos que generan en un solo día los miles de millones de usuarios del planeta[4].
La cultura de cuantificar y datificar, aupada por la tecnología, está adentrándonos, casi sin darnos cuenta, en el mundo de los datos geográficos. Algunas características de este cambio cultural ponen de relieve la importancia actual de los datos geográficos:
En la actualidad, el simple hecho de almacenar y preservar la avalancha de datos geográficos que se produce cada día es una tarea desbordante e inasumible para una única institución como la biblioteca, como veremos más adelante. El papel de la biblioteca en relación con los datos geográficos digitales ya no reside en custodiarlos y hacerlos accesibles, como ocurría en el pasado con las colecciones de mapas cartográficos. Los datos geográficos generados hoy en día deben ser adecuadamente manipulados, para poder así ofrecer todo el potencial que atesoran. La ubicuidad de este tipo de datos (prácticamente están por todas partes), y su poder de contextualización en cuanto a que permiten conocer y entender mejor un lugar, su relación con el entorno, y a los ciudadanos que los usan y crean, hacen necesario el establecimiento de estrategias adecuadas para su gestión y puesta a disposición.

3. Manipulación de los datos geográficos

Si los datos geográficos son vitales en la cadena de ensamblaje, no menos importantes son las herramientas para analizarlos, combinarlos y transformarlos en mapas. Los SIG han sustituido al tedioso trabajo manual de los cartógrafos y se han convertido en herramientas especializadas e imprescindibles para la manipulación, el análisis y la visualización de datos geográficos. De este modo, los SIG son el elemento disruptivo y de cambio en el siguiente paso de la cadena de ensamblaje: la manipulación y la gestión de datos geográficos.
Con los SIG el conocimiento necesario para manipular datos y crear mapas ya no es exclusivo de un puñado de expertos con conocimientos especializados, sino que la creación de mapas está al alcance de todos.
Esta afirmación no es trivial porque, tan solo unos años atrás, a finales del siglo pasado, solo unos pocos especialistas eran, a la vez, usuarios y productores de mapas. La idea de considerar al cartógrafo/geógrafo como única figura autorizada en la confección y elaboración de mapas se ha mantenido inalterable por mucho tiempo. Sin embargo, en la actualidad, la situación ha dado completamente la vuelta y, como hemos visto, estamos en el extremo opuesto. Con la ayuda inestimable de los SIG como aplicaciones de escritorio o en web y un poco de curiosidad, crear un mapa es cuestión de minutos y unos pocos clics. Si bien hemos de admitir que no en todos los casos el resultado es satisfactorio o de utilidad; al contrario, un mapa, como elemento de visualización y transmisión de información, puede ofrecer concepciones falsas si no se tienen en cuenta mínimos conceptos de geografía y sentido común en su elaboración[5].

Figura 5. Cadena de ensamblaje para la elaboración de mapas en la actualidad.

La ciencia de los SIG es, por definición, multidisciplinar y resulta muy difícil delimitar los bordes que la separan de otras disciplinas científicas. En un reciente artículo[6] que profundiza en el origen multidisciplinar de los SIG, los autores analizan publicaciones científicas en donde se utilizan términos relacionados con aquellos. Artículos de campos tan diversos como la informática, la geografía, las ciencias de la información, la psicología o la salud, tratan de temáticas relacionadas de una u otra forma con los SIG, dando pie a la tesis de que la disciplina científica de los SIG es una mezcla heterogénea de ciencias, ciencias sociales y humanidades. Del estudio anterior, cabe destacar que el 18 % de las publicaciones científicas sobre SIG proviene de las ciencias de la información, cosa que ya no debería sorprendernos dadas las estrechas conexiones históricas entre ambas disciplinas vistas al inicio de este capítulo. Incluso algunos autores consideran el origen de los SIG como la intersección de la geografía, la informática y las ciencias de la información.
Debido a este carácter multidisciplinar, los SIG se han convertido en herramientas transversales para infinidad de aplicaciones y disciplinas. Dependiendo de la disciplina que haga uso de los datos geográficos, estos se pueden manipular de forma distinta o pueden ser analizados a través de diferentes técnicas. Si bien, con independencia de las peculiaridades de cada disciplina, existe un principio básico que define la propia forma de operar de los SIG: las capas.

Figura 6. El mundo real modelado en forma de capas espaciales en un SIG.

Fuente: http://henrico.us/gis/

En lugar de ver conjuntos de datos geográficos como datos independientes entre sí, los SIG modelan los datos en forma de capas temáticas. La figura 6 muestra diversas capas que se asocian a diferentes grupos de datos geográficos de entrada o datasets. Así, tenemos, por ejemplo, una capa que agrupa los datos de transporte, otra que agrupa los ríos, otra con los datos del callejero, etc. Aunque el concepto de capa en sí no deja de ser una manera de simplificar y modelar la complejidad del mundo real en un sistema informático como los SIG, el beneficio de estos radica en que permiten relacionar, enlazar y vincular datos de diferentes capas por el simple criterio de su relación espacial, es decir, su pertenencia a un mismo lugar. Por consiguiente, la posibilidad de realizar análisis sobre varias capas a la vez y de naturaleza distinta (social, económico, cultural, o demográfico) es el verdadero potencial de los SIG.
La visualización de los datos geográficos tal cual está bien y es útil en ciertos casos, como en el del mapa de la distribución geográfica de las bibliotecas públicas americanas de la figura 4, pero los SIG ofrecen mucho más que la mera inspección visual de capas. La ciencia de los SIG ha aportado multitud de técnicas para explotar, comparar y analizar espacialmente las capas de datos geográficos para extraer nuevo conocimiento. Algunas de las técnicas de análisis más conocidas son las siguientes:

4. Mapas a un clic

Gracias a los SIG y a las tecnologías y las aplicaciones geográficas, los usos de los mapas se han diversificado. La mayor variabilidad de datos geográficos empleados, unido a la facilidad de análisis y de combinación de estos, lleva a nuevas e interesantes historias que podemos contar con mapas. Por ejemplo, la prensa escrita, impresa u online, está utilizando mapas como complemento o ilustración del contenido de un artículo o noticia. El mapa que acompaña a una noticia no sustituye al texto escrito, sino que da al lector una visión única y un enfoque nuevo, que en muchas ocasiones incide sobre aspectos que van más allá de la propia noticia e invita a la reflexión. Los SIG han permitido la democratización en la creación de mapas. Sin estas herramientas, la variedad y omnipresencia de todo tipo de mapas que tenemos actualmente sería simplemente impensable[9].
No pretendemos mencionar todas las herramientas SIG, ya que la variedad, la complejidad y el alcance de cada una de ellas son muy diversos. Baste decir que, como ocurre con otros software, hay herramientas de escritorio, web o en la nube, y también comerciales o de código abierto[10], si bien conviene mencionar aquellas de uso más extendido. Algunas más veteranas son potentes entornos SIG, tradicionalmente dirigidas a sectores y usuarios especializados (profesionales, científicos, etc.), como, por ejemplo, la familia de herramientas comerciales ArcGIS de ESRI[11]. Como contrapunto libre y de acceso abierto podemos mencionar QGIS o GRASS[12].
La democratización en el uso de los SIG vino con la aparición de las primeras API o librerías programables para la web. El término «librerías», en informática, hace referencia a la agrupación de unas cuantas funciones y métodos en un único fichero que un programador puede reutilizar en sintonía para el desarrollo de sus propias aplicaciones. A esta categoría pertenecen las API para la creación de mapas en la web como Google Maps, OpenLayers y Leaflet[13]. Los valores que aportan estas API son, fundamentalmente, simplicidad y abstracción. Cuando un programador utiliza alguna de ellas no tiene que preocuparse de sus detalles internos, sino de saber utilizarla y explotarla adecuadamente para la creación de nuevas aplicaciones y servicios.
La consecuencia lógica del uso de las API de mapas por parte de la comunidad de programadores ha sido la creación de una nueva categoría de servicios y aplicaciones aptos para todos los públicos. La característica fundamental de estos nuevos servicios estriba en su facilidad de uso: cualquiera que sepa manejarse con un dispositivo móvil o un navegador sabe utilizarlas. No se requiere conocer conceptos de programación ni de código, tal como sucede con las API, sino que son aplicaciones y servicios que cada vez se aproximan más a las necesidades reales de un usuario estándar, cualquiera que sea su experiencia previa en SIG y datos geográficos. Estas nuevas aplicaciones permiten reducir la cadena de ensamblaje en la creación de mapas a un par de clics. Algunos ejemplos son ArcGIS Online[14], la versión sencilla e intuitiva en la nube de la familia de las herramientas ESRI, OpenStreetMap[15], un repositorio de datos geográficos de cobertura mundial con datos generados por los propios ciudadanos, y un sinfín de aplicaciones para automatizar la creación de mapas como, por ejemplo, Click2Map, ZeeMaps o Tripline[16].
Un uso interno de tecnologías SIG y de datos geográficos para la toma de decisiones operativas en bibliotecas y unidades de información puede ser el primer paso para entrar en contacto con este tipo de datos y herramientas. Disponer de este conocimiento básico es el primer paso que puede poner a las bibliotecas en disposición de ofrecer servicios geográficos especializados y de valor a las comunidades a las que dan servicio. Tal como citamos anteriormente, los datos geográficos importan, influyen y pueden ser muchas veces decisivos para las bibliotecas. Veamos, en el siguiente capítulo, cómo.