Capítulo I
Cultura de empresa, calidad y condiciones de trabajo
Manel Bestratén Belloví, Xavier Baraza Sánchez
Este primer capítulo tiene un carácter introductorio, y en él se abordan conceptos
esenciales para entender el marco en el que tendrá que desenvolverse la prevención
de riesgos laborales en la empresa moderna. El punto de partida para diseñar e implantar
un sistema de prevención de riesgos laborales, tal como la reglamentación exige, es
conocer el contexto socioeconómico en el que se desarrollan las empresas, marcado
por la globalización y la competitividad. Sabiendo de dónde venimos, con las dificultades
con las que se ha encontrado el modelo histórico reactivo de la prevención de limitado
éxito, así como las circunstancias legales, económicas y sociales que favorecen un
nuevo modelo proactivo de proceder, deberíamos de ser capaces de actuar con acierto
y generar cultura preventiva en las organizaciones a través de la construcción de sistemas preventivos eficaces
y eficientes, que contribuyan no solo a promover la seguridad y salud en el trabajo,
sino también al bienestar de las personas y a la sostenibilidad empresarial.
El capítulo se estructura en dos partes, una primera en la que se analizan los factores
de fracaso del modelo de prevención reactiva, contrastado con las circunstancias que
han favorecido una prevención activa que se integre al sistema general de gestión
empresarial tal como la reglamentación promueve, aprovechando sinergias con los sistemas
de calidad y medio ambiente, que también es necesario desarrollar. Mientras que en
la segunda parte se analizan los factores que están propiciando el desarrollo de una
nueva cultura empresarial, basada en la potenciación del capital intelectual, principal
activo de futuro de las organizaciones, describiendo los diez principios en los que
esta se sustenta, y en donde la atención a las personas y sus condiciones de trabajo
se convierte en elemento de especial importancia por razones diversas.
Al finalizar este capítulo, el lector debe estar en condiciones de comprender las
razones que impulsan el desarrollo de un nuevo enfoque de la prevención de riesgos
laborales como valor estratégico para lograr mantener la “salud” de las empresas,
al mismo tiempo que ofrecer una calidad integral de productos y procesos en su necesaria
andadura por el camino de la excelencia empresarial.
Se recomienda para asentar conocimientos, complementar este texto con la lectura de
diversas notas técnicas de prevención del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene
en el Trabajo, INSHT, citadas a lo largo del texto en forma de notas al pie de página
e incluidas en la bibliografía al final de este capítulo.
En la figura 1 se muestra un esquema conceptual del contenido trabajado en este primer capítulo.
Figura 1. Esquema conceptual del contenido de este capítulo

1. Sistemas reactivos de actuación en prevención de riesgos laborales
Se puede afirmar que la gestión de la prevención de riesgos laborales (en adelante
PRL), no solo en España sino también en otros países europeos, se ha basado tradicionalmente
en modelos reactivos de actuación. Se establecían normas de seguridad que había que cumplir, se delegaban
las actividades de seguridad y salud en el trabajo a unas personas determinadas, y
cuando se producía un accidente, se investigaban sus causas y se dirigían los esfuerzos
a impedir que se volviesen a producir otros iguales o similares. Además, la investigación
se realizaba según un modelo de análisis causal que se ha demostrado insuficiente
y que se centraba en la búsqueda de las causas inmediatas: actos inseguros o condiciones
inseguras. A ello ha colaborado la forma como estaba redactada la legislación vigente
en España desde 1971 (Ordenanza General de Seguridad e Higiene en el Trabajo, OGSHT),
que era prescriptiva en los resultados, es decir, se especificaban los peligros y
las medidas técnicas preventivas (para evitar la condición insegura) o regular una
forma de comportamiento (para evitar el acto inseguro).
Independientemente de los méritos y logros de dicha legislación, que estuvo asociada
a la creación del que luego fuera el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en
el Trabajo, INSHT, y que fueron relevantes en su momento al generar una importante
reducción de la siniestralidad en España, la prevención que propició fue limitada
para gestionar los riesgos derivados de los avances tecnológicos y organizativos.
Muchas medidas preventivas se quedaban pronto obsoletas o insuficientes, mientras
el modelo productivo y la organización del trabajo seguían evolucionando sin lograr
integrar la prevención en los procesos de producción.
Sin desmerecer la importancia histórica de los aspectos más convencionales de la seguridad
en el trabajo, se puede decir que la preocupación por las condiciones materiales del
trabajo dominó el campo de la prevención, a costa de olvidar la importancia de los
factores humanos y organizativos, como el papel de la formación, los procedimientos
para actuar de manera segura y saludable o la influencia de la propia organización
del trabajo sobre la gestión y el comportamiento. Los esfuerzos preventivos se dirigieron
a evitar la repetición de accidentes acaecidos y además, con poca efectividad, a la
vista de la evolución de la siniestralidad, que ha estado oscilando en pasadas décadas
acorde a los ciclos económicos. O sea, un mayor crecimiento económico representaba
un mayor número de accidentes. Se fijaba la atención en los errores cometidos por
los trabajadores y no en los de los proyectistas y gestores. Los errores de estos
últimos, que suelen estar en el origen de los accidentes, propiciaron entornos de
trabajo que no garantizaban la seguridad y la salud en el trabajo. Es decir, actos
indebidos remotos crean unas condiciones en las cuales los actos inseguros inmediatos
conducen a accidentes.
Reason[] propone una metáfora para explicar este proceso: define los fallos activos como los
errores que tienen un efecto negativo inmediato (equivalentes a los actos inseguros
citados anteriormente) y los fallos latentes, como los fallos que permanecen escondidos
o dormidos durante algún tiempo en una organización y que solamente se evidencian
cuando se “disparan” por los fallos activos (actos inseguros y condiciones inseguras).
Este autor ve la situación similar a lo que sucede con los agentes patógenos. Los
fallos latentes son análogos a los patógenos residentes en el cuerpo humano, que combinados
con factores externos, pueden desencadenar en un momento una enfermedad. Cuanto más
“patógenos” existan en el sistema, y menos agentes inmunológicos tengamos, mayor será
la probabilidad de enfermar o en este caso, de que suceda el accidente.
Las principales razones por las que los gestores se centraron al principio en una
prevención reactiva eran:
-
en primer lugar, porque era más simple hacerlo;
-
en segundo lugar, por apoyarse en el citado modelo de análisis causal de accidentes
basado en la inmediatez;
-
y en tercer lugar, por la carencia de una verdadera cultura preventiva en nuestra
sociedad al tener la prevención como tal aún poco valor para la mayoría de organizaciones.
Era una obligación legal más, basada en el cumplimiento de normas, sin integrarse
en las funciones y cometidos de los miembros de la organización. Afortunadamente,
esta tónica ha cambiado. En los últimos años, fruto del nuevo marco legislativo y
de las políticas preventivas que desarrollan las administraciones, las empresas y
los agentes sociales, la siniestralidad, con la entrada del nuevo milenio, ha ido
descendiendo paulatinamente, demostrándose con ello la creciente concienciación social
por esta materia y la consiguiente generación de cultura preventiva.
En la última década la reducción de la siniestralidad ha sido del 45%[].
Evaluar los riesgos laborales y diseñar planes de prevención tiene su complejidad,
ya que implica analizar las probabilidades y las consecuencias de un amplio abanico
de sucesos no deseados y planificar el control de los riesgos no tolerables; aunque
prevenir que se repita un accidente llegue a ser, en la mayoría de las veces, algo
que tiene fácil solución.
En respuesta a este modelo reactivo de actuación, la UE promulgó en el año 1989 la
Directiva Marco 89/391/CEE. Esta Directiva, que ha sido transpuesta a la legislación
española por la Ley 31/1995 de Prevención de Riesgos Laborales, la cual plantea un
nuevo modelo activo de actuación y es prescriptiva en el proceso. Es decir, especifica los pasos clave
que debe dar un empresario para identificar peligros, evaluar los riesgos, y seleccionar,
implantar y a la vez controlar las medidas preventivas mediante procedimientos, formación,
participación, etc., y lo más importante, con la exigencia de un compromiso empresarial
por la seguridad y la salud en el trabajo. Además, el nuevo marco reglamentario propicia
el cumplimiento normativo con cierta flexibilidad, aunque sin exhaustividad en la
concreción de la manera de actuar; algo propio de la reglamentación de la UE. Lo exigible
legalmente es que el sistema preventivo sea eficaz, o sea, que no sucedan accidentes
y que los riesgos que no han podido ser eliminados, sean debidamente controlados.
Establece directrices y pautas de actuación; define lo que hay que hacer, pero deja
margen de libertad sobre el cómo hacerlo. Por ejemplo, exige la obligatoriedad de
investigar todos los accidentes de trabajo, incluso aunque no hayan generado lesión,
pero no dice quiénes son los que deben investigarlos. Es más adelante, en las guías
técnicas o en los códigos de buenas prácticas, donde se recomienda que en el proceso
de investigación participen los mandos directos de los lugares en los que tales accidentes
han acaecido.
Todo ello implica establecer en la empresa una política de prevención que defina objetivos
y planifique la actividad preventiva. También implica integrar la actividad preventiva
en la gestión global de la empresa; o sea, establecer buenos canales de comunicación
a todos los niveles y una estructura de decisión que sea responsable de los elementos
clave del sistema de gestión. En particular, debe medirse el cumplimiento de tal política
mediante auditorías con el fin de ver lo que realmente está ocurriendo y qué está
siendo eficaz.
A lo largo de los siguientes capítulos veremos que el modelo de sistema de gestión
de la prevención que se plantea está compuesto por una serie de elementos, entre los
que se encuentra el control de las condiciones de trabajo mediante un control activo (por ejemplo, la inspección sistemática de locales, instalaciones, equipos y maquinaria,
muestreos ambientales, comportamientos, etc.) y el control reactivo (investigación de incidentes, accidentes, enfermedades laborales y recomendaciones
o requerimientos efectuados por organismos oficiales).
Es importante destacar que el control reactivo es uno de los elementos del sistema
de gestión de la prevención, pero no el único, como ha sucedido en la mayoría de los
casos anteriormente. Además, para que se consigan buenos resultados, la investigación
de accidentes ha de seguir un modelo multicausal, como el método del árbol de causas
para profundizar en el análisis para detectar las causas primarias y eliminarlas.
2. Necesidad de un nuevo enfoque: sistemas proactivos e integradores en prevención de
riesgos laborales
En respuesta al modelo reactivo de gestión de la prevención anteriormente descrito
y ante accidentes muy serios producidos en Europa, empezó a gestarse una tendencia,
que, por una parte, propugnaba una gestión activa de la prevención, y por otra, establecía
los principios para la elaboración de una legislación que fijara objetivos generales,
basándose en el principio general del deber del empresario de protección de los trabajadores
frente a los riesgos laborales.
Esta tendencia, surgida básicamente en Inglaterra, tuvo como exponente el informe
de
lord Robens[] de 1972, que sirvió de base para la Ley Británica de Seguridad y Salud en el Trabajo
de 1974.
Refiriéndose al estado de la legislación en prevención, lord Robens dijo lo siguiente:
“La legislación actual sigue un estilo y un modelo desarrollado en un contexto anterior
social y tecnológicamente diferente. Su desarrollo a trozos ha conducido a una abundancia
de legislación que es complicada por su detalle, no progresista, a veces difícil de
entender y difícil de modificar y mantener al día. Pone poca atención en los factores
humanos y de organización a la hora de prevenir accidentes, no cubre a todos los trabajadores
y no trata de una forma global y eficaz con algunas fuentes de serios peligros”.
Robens, basándose en su experiencia personal en la minería, era un firme defensor
de la implicación y participación de los trabajadores en los sistemas de gestión de
la prevención. También defendía lo que denominaba “autorregulación preventiva”. Este
concepto, que hoy va unido al de “cultura preventiva”, propugna que los empresarios,
comprometidos con la prevención y mediante la consulta y participación de sus trabajadores,
identifiquen peligros, evalúen los riesgos e implanten medidas preventivas. Al mismo
tiempo, los trabajadores, con las competencias necesarias, deberían también autocontrolar
las condiciones de seguridad de su trabajo. Para lograrlo, se debía crear un marco
nacional de leyes y normas, desarrolladas con la colaboración de todas las partes
implicadas.
Todos estos criterios sirvieron para dar un cambio radical, el primero en 150 años,
a la legislación inglesa de seguridad y salud en el trabajo. La Ley de 1974, en Inglaterra,
fijó un conjunto de objetivos generales, estableció la necesidad de evaluar los riesgos
y la eliminación o disminución de estos hasta un nivel “lo más razonablemente bajo
posible” (as low as reasonably safe). Sin duda, estos principios han influido a los restantes Estados de la Unión Europea
a la hora de elaborar la nueva legislación comunitaria de seguridad y salud, específicamente
la ya citada Directiva Marco 89/391/CEE.
En cuanto a la gestión activa de la prevención, Robens se dio cuenta de que las empresas
con índices excelentes de seguridad, tanto en el Reino Unido como en otros países,
tenían su propia política de prevención de riesgos laborales en la que se establecían
sus objetivos de seguridad y salud, así como una organización eficaz en la que estaban
definidas las responsabilidades individuales. Esta forma de actuación está presente
en los nuevos sistemas activos de gestión de la prevención de riesgos laborales que
a continuación se describen de forma sintética.
El primer objetivo que debe plantearse un sistema activo de prevención es intervenir, a priori, en un hipotético proceso causal de los daños con el fin de romper la cadena que
los genera; es decir, se trata de detectar y eliminar los fallos latentes que están
en su origen. Para ello, ha de seguirse un proceso continuo que comprende:
-
Identificación de peligros.
-
Evaluación de los riesgos.
-
-
Comprobación periódica de la eficacia de las medidas correctoras y de control.
Deberá elaborarse un plan de prevención, lo que implica, entre otras cosas, priorizar
la actividad preventiva asignando los recursos precisos, establecer y llevar a cabo
las necesidades de formación para asegurar las competencias básicas del personal y
elegir los procedimientos para la evaluación de riesgos (determinando los criterios
para la definición del riesgo tolerable) y el control de los mismos. Los elementos
clave para lograr el éxito en la gestión de la prevención de riesgos laborales son:
-
Política: Las organizaciones que alcanzan altos niveles de salud y seguridad tienen definida
una política preventiva que contribuye a la ejecución de su negocio, a la vez que
atiende sus responsabilidades con los trabajadores y el medio ambiente, cumpliendo
con la legislación vigente en dichos ámbitos. De esta forma satisfacen las aspiraciones
de los accionistas, trabajadores, clientes y de la sociedad en su conjunto. Dicha
política es económica y socialmente rentable y está dirigida a conseguir la conservación
y el desarrollo de los recursos físicos y humanos, así como a reducir las pérdidas,
tanto financieras como por responsabilidades legales. La política preventiva influye
en todas las actividades y decisiones, incluyendo aquellas relacionadas con la selección
de recursos, información, diseño y funcionamiento de los sistemas de trabajo, diseño
y suministro de productos y servicios, así como el control y la eliminación de residuos.
-
Organización: Dichas organizaciones están estructuradas y funcionan de modo que pueden poner en
práctica de forma efectiva su política preventiva. Se ayudan mediante la creación
de una cultura positiva que asegura la participación y el compromiso a todos los niveles,
apoyándose en sistemas de comunicación eficaces y en la promoción de las aptitudes
que permitan a todos los trabajadores hacer una contribución responsable al esfuerzo
preventivo. Es imprescindible el compromiso y el liderazgo visible y activo de la
alta dirección para desarrollar y mantener el apoyo a una cultura preventiva. Su finalidad
no es simplemente evitar daños a la salud, sino motivar y facultar a los trabajadores
para que realicen sus actividades con seguridad, implicándose en las mismas.
-
Planificación e implementación: Para la implantación de su política, esas organizaciones adoptan un modo de actuación
planeado y sistemático. Su intención es eliminar y minimizar los riesgos creados por
las actividades laborales y productos o servicios. Utilizan la evaluación de riesgos
para establecer prioridades y fijar objetivos con el fin de eliminarlos o reducirlos
mediante procedimientos de control. Miden sus actuaciones preventivas en base a los
estándares establecidos en sus procedimientos e identifican las acciones necesarias
para asentar un proceso preventivo basado en la mejora continua y desarrollar así
una cultura preventiva Eliminan los riesgos en el origen siempre que sea posible mediante
un cuidadoso diseño y selección de lugares de trabajo, equipos y procesos, y minimizan
los que no se pueden eliminar mediante el uso de medidas colectivas de control, complementándose
cuando sea necesario con instrucciones operativas de trabajo, señalización adecuada
y equipos de protección individual.
-
Medición de las actuaciones y auditorías: Las organizaciones que gestionan con éxito la prevención de riesgos laborales comprueban
la eficacia de sus actuaciones en este ámbito mediante su comparación con lo exigido
reglamentariamente y estándares previamente definidos. De este modo se detecta cuándo
y dónde se necesita mejorar las actuaciones. El éxito de una acción dirigida a controlar
riesgos se evalúa mediante una autocomprobación activa que incluye un examen, tanto
de los lugares de trabajo, equipos y sustancias, como de los procedimientos y sistemas
de trabajo. Los errores de gestión se evalúan a través de una comprobación reactiva
que requiere la investigación a fondo de cualquier incidente, accidente o enfermedad
laboral. Tanto en las comprobaciones activas como en las reactivas, los objetivos
no son solo determinar las causas inmediatas de las actuaciones fuera de normas, sino
(y lo más importante) identificar las causas básicas y sus implicaciones en el funcionamiento
del sistema general de gestión y de la prevención en particular. Es importante aprender
de todas las experiencias generadas y aplicar sus lecciones. Es preciso realizarlo
de forma sistemática mediante revisiones regulares de las actuaciones basadas en datos,
tanto de actividades de comprobación como de auditorías del sistema de gestión de
la prevención. El compromiso para una mejora continua en la acción preventiva implica
el constante desarrollo de la política, de los criterios para su implantación y de
las técnicas de control de los riesgos. Las organizaciones que alcanzan altos niveles
de salud y seguridad evalúan sus actuaciones, comparándolas no solo con parámetros
internos de referencia sino también con los logros obtenidos por sus competidores.
Solo con la medición de las actuaciones se pueden corregir desviaciones y actuar en
la dirección debida, debiendo estar la Dirección implicada en el proceso de revisión
y mejora.
Tal esquema de actuación se basa en el círculo de mejora continua (véase figura 2), cuyo precursor fue en la década de los cuarente, el norteamericano William E. Deming,
uno de los pioneros de los modelos de gestión de la calidad y cuya filosofía impregna
en la actualidad a todos los sistemas normalizados de gestión, incluido el propio
marco reglamentario derivado de la LPRL.
Figura 2. La mejora continua de los sistemas

Así, en coherencia a lo expuesto, la Ley de Prevención de Riesgos Laborales –LPRL–
(Ley 31/1995) propone un modelo activo de prevención. Las bases de este modelo están
magistralmente trazadas en su exposición de motivos:
“La protección del trabajador frente a los riesgos laborales exige una actuación en
la empresa que desborda el mero cumplimiento formal de un conjunto predeterminado,
más o menos amplio, de deberes y obligaciones empresariales, y más aún, la simple
corrección a posteriori de situaciones de riesgo ya manifestadas...”
Con esta frase el legislador está diciendo dos cosas: que la prevención va más allá
del mero cumplimiento de una legislación prescriptiva en los resultados y que la prevención
es mucho más que una actuación reactiva que actúa solamente cuando ya se han producido
los daños a la salud de los trabajadores.
“...La planificación de la prevención desde el momento mismo del diseño del proyecto
empresarial, la evaluación inicial de los riesgos inherentes al trabajo y su actualización
periódica a medida que se alteren las circunstancias, la ordenación de un conjunto
coherente y globalizador de medidas de acción preventiva adecuadas a la naturaleza
de los riesgos detectados y el control de la efectividad de dichas medidas, constituyen
los elementos básicos del nuevo enfoque en la prevención de riesgos laborales que
la Ley plantea.”
El artículo 14 define el objetivo último que la Ley persigue: Los trabajadores tienen
derecho a una protección eficaz en materia de seguridad y salud en el trabajo. Este
derecho de los trabajadores se convierte en una obligación del empresario. Para conseguir
dicho objetivo, se tienen que controlar los riesgos y para ello, el artículo 16 exige
la evaluación de riesgos. Estos dos artículos forman el núcleo preventivo sobre el
que pivota la acción preventiva. Dichos artículos fueron posteriormente modificados
por la Ley 54/2003, que mejora y amplía los contenidos de la Ley 31/1995, especialmente
en cuanto a la integración de la prevención en la empresa se refiere.
El Real Decreto 39/1997, Reglamento de los Servicios de Prevención, en su preámbulo
insiste en el nuevo enfoque que la LPRL plantea y trata los aspectos que hacen posible
la prevención de riesgos laborales desde su nueva perspectiva, como actividad integrada
en el conjunto de actuaciones de la empresa. El Real Decreto 39/1997 ha sido posteriormente
modificado por el Real Decreto 780/1998 y por el Real Decreto 604/2006. Así, la integración
de la prevención de riesgos laborales, aparece como un mandato legal en el artículo
1 (modificado por el Real Decreto 604/2006):
Artículo 1. Integración de la actividad preventiva en la empresa.
“La prevención de riesgos laborales, como actuación a desarrollar en el seno de la
empresa, deberá integrarse en su sistema general de gestión, comprendiendo tanto al
conjunto de las actividades como a todos sus niveles jerárquicos, a través de la implantación
y aplicación de un plan de prevención de riesgos laborales cuya estructura y contenido
se determinan en el artículo siguiente.
La integración de la prevención en el conjunto de las actividades de la empresa implica
que debe proyectarse en los procesos técnicos, en la organización del trabajo y en
las condiciones en que este se preste.
Su integración en todos los niveles jerárquicos de la empresa implica la atribución
a todos ellos, y la asunción por estos, de la obligación de incluir la prevención
de riesgos en cualquier actividad que realicen u ordenen y en todas las decisiones
que adopten.”
Los avances en los modelos de gestión de la seguridad y salud en el trabajo, incluidos
los reglamentarios, han sido debidos a factores muy diversos. Razones económicas han
demandado históricamente la necesidad de protección de la fuerza del trabajo, base
del desarrollo económico y del crecimiento. La presión de los agentes sociales, en
especial los sindicatos, ha contribuido de manera decisoria en los avances generados
para la seguridad y la dignificación del trabajo. También debemos considerar la existencia
de personas relevantes (empresarios, médicos del trabajo, …) que históricamente han
sabido transmitir con su actuación ejemplar y experiencia la necesidad de atención
a las personas y sus condiciones de trabajo, lo que ha influido en los avances sociales
generados. Y todo ello en su conjunto ha favorecido que hoy podamos disponer de una
reglamentación progresista sobre prevención de riesgos laborales en permanente actualización,
aunque todavía haya mucho camino por recorrer.
2.1. Principios de identidad de los sistemas normalizados de gestión
Tradicionalmente, los tres elementos que han determinado el valor de mercado de un
producto o servicio han sido: el coste, el plazo de entrega con sus servicios asociados,
y la calidad de los mismos. Ante un mercado cada día más global y competitivo, la
gestión se orienta prioritariamente hacia esta última: la calidad, la cual se convierte
en ente aglutinador de todos los demás. Ahora bien, el concepto de calidad también
ha evolucionado sustancialmente. Hoy se demanda una calidad integral de productos, procesos y condiciones ambientales y de trabajo en que estos se producen
y desarrollan.
La búsqueda de la competitividad implica necesariamente entender y satisfacer las
necesidades de los clientes. Desde la perspectiva de calidad, los trabajadores son
considerados clientes internos, ya que deben satisfacerse sus necesidades y expectativas
en las diferentes etapas de la cadena productiva. También la calidad ha de incorporar
el cuidado del medio ambiente, que es demandado no solo por los consumidores (clientes
finales) sino también por los agentes sociales, la Administración pública y la sociedad.
Todo ello ha convertido también la gestión medioambiental en un factor de competitividad
ligado al concepto de calidad.
Son varios los principios de identidad que sustentan los nuevos sistemas de gestión
de la calidad y la seguridad y salud en el trabajo. Merece la pena destacar los siguientes,
estando todos ellos estrechamente interrelacionados:
-
Hacer las cosas bien a la primera. En definitiva, se trata de dar preferencia a las acciones preventivas sobre las
reparadoras. El concepto de calidad ha evolucionado desde una función de “inspección”
de los productos elaborados, aprobándose para la distribución y venta los que cumplían
los requisitos especificados, hasta una función de “evitar los defectos” en el origen.
Ello implica pasar de una actuación “reactiva”, detectando y rechazando los productos
con deficiencias, a una actuación “activa”, integrando la calidad en todas las etapas
de elaboración de un producto para evitar cualquier tipo de fallo y error.
-
Compromiso activo de la dirección de la empresa. La cultura empresarial basada en la calidad y la prevención no puede ser delegada
por la dirección; ha de ser ejemplar y practicarse en la estructura directiva. La
dirección ha de liderar activamente la estrategia asumida, que debe ser compartida
por toda la organización. Una dirección participativa favorece el consenso en la toma
de decisiones, de modo que toda la organización actúe de forma consistente hacia el
objetivo de satisfacer las necesidades del cliente (en la gestión de la calidad),
de preservar el medio ambiente (en la gestión medioambiental) y de prevenir los riesgos
laborales.
-
Implicación de todos los miembros de la organización. Las personas son el elemento más importante de una organización, por el simple hecho
de que hacer las cosas bien depende siempre de ellas. La experiencia demuestra que
las empresas que han logrado el mayor éxito en sus sistemas de gestión han realizado
inversiones en la formación de sus trabajadores y han desarrollado vías ágiles de
participación para su implicación en el proyecto empresarial. También son precisas
actividades de apoyo: información, comunicación, motivación y reconocimiento.
-
La mejora continua en todos los ámbitos. Desde que Deming estableció el proceso de mejora continua en base a las cuatro actuaciones
concatenadas en círculo (planificar, hacer, medir y actuar), todos los sistemas de
gestión han integrado plenamente este modelo. Así, todos los sistemas normalizados
de calidad (ISO 9001), medio ambiente (ISO 14001) y prevención de riesgos laborales
(OHSAS 18001) muestran plena coherencia entre sí, basándose en tal planteamiento.
Además, es vital el aporte creativo de todos los miembros de la organización para
que el proceso innovador se desarrolle debidamente, considerando que la I+D+i es el
principal valor de futuro de una organización.
-
La formación a través del desarrollo de competencias. La formación continua es el instrumento fundamental para lograr los comportamientos
requeridos. De ahí que deba desarrollarse de manera planificada y bien gestionada.
La formación permitirá el necesario desarrollo competencial de las personas y con
ello, su crecimiento profesional y personal. Tengamos en cuenta que solo el aprendizaje
permanente permite mantener a las personas y a las organizaciones vivas. La formación
permanente está estrechamente ligada al proceso innovador, que como se dijo, es factor
esencial de competitividad.
-
La medición, tanto de actuaciones como de resultados. La calidad, como un motor clave de desarrollo de los sistemas de gestión empresarial
normalizados, introdujo la necesidad de disponer de indicadores para poder efectuar
un seguimiento tanto de actuaciones como de resultados. El concepto “no hay progreso
posible sin medida” ha impregnado las organizaciones abocadas a la implantación de
una cultura preventiva que evite fallos y errores de la índole que fueren. Ello ha
sido esencial para romper el modelo tradicional de actuar en materia de prevención
de riesgos laborales, limitado a cumplir las exigencias legales y a vigilar el respeto
a los derechos de los trabajadores, pero no a gestionar procesos con elementos de
medición y control.
-
Los procedimientos sistematizados de actuación. Solo mediante procedimientos de actividades preventivas y procedimientos o instrucciones
de trabajo, en muchas ocasiones documentados, es posible generar nuevos hábitos de
actuación y de trabajo para conseguir los fines perseguidos por los sistemas de gestión.
Los procedimientos, con los nuevos hábitos que generan, ayudan a infundir carácter
en las personas, o sea, que estas descubran y asuman que haciendo las cosas con las
nuevas maneras establecidas responden mejor a los intereses de la empresa y a sus
propios intereses, obteniendo mejores resultados y sintiéndose mejores profesionales.
A nivel general, los procedimientos sistematizados generan cultura de empresa, o sea,
consiguen que las actuaciones preventivas lleguen a ser algo natural que al final
todos asumen sin necesidad de ser exigido.
En realidad, el marco reglamentario de los sistemas de prevención de riesgos laborales
está inspirado en los sistemas normalizados de calidad, surgidos unos años antes.
A través de un proceso productivo se quiere obtener un producto de calidad orientado
plenamente a la satisfacción de las necesidades de sus usuarios, los clientes, de
los que se extraen sus opiniones para responder a sus deseos e inquietudes, e incluso
anticiparse a ellos; con lo cual se diseñan las mejoras, no solo en los productos
que consumen, sino en el diseño y concepción de los procesos productivos que los materializan.
De manera similar, uno de los productos resultantes del proceso productivo también
lo son las condiciones de trabajo, que los trabajadores perciben como satisfactorias
o nocivas. Considerando la opinión de los trabajadores, es posible introducir mejoras
en los procesos para que sean percibidas como tales y lograr al final que las condiciones
de trabajo dejen de ser agresivas. La ventaja de los sistemas preventivos (véase figura 3) es que los trabajadores, sus principales destinatarios, están más cerca que los
clientes y deberíamos poder actuar con ellos y para ellos de una manera más directa
y eficaz, siempre que nos lo propongamos.
Figura 3. Esquema del proceso preventivo

2.2. Los sistemas integrados de gestión: calidad, medio ambiente y PRL
El primer sistema normalizado de gestión desarrollado fue el de la calidad. Las ISO
9000 son un conjunto de normas internacionales para la gestión de la calidad y desde
su publicación inicial en 1987 han alcanzado una alta reputación. En concreto, las
normas ISO 9001, ISO 9002 e ISO 9003 se han utilizado para la certificación de los
sistemas de gestión de la calidad por tercera parte, existiendo cientos de miles de
organizaciones certificadas en todo el mundo.
Bibliografía, lectura complementaria
M. Bestratén; M. A. Carboneras (2001). “Integración de sistemas de gestión: prevención de riesgos laborales, calidad
y medio ambiente”. NTP 576 (Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo.
Por otra parte, las inquietudes de los ciudadanos y las administraciones públicas
comunitarias y nacionales por el medio ambiente han llevado a la necesidad de elaborar
normas internacionales sobre gestión medioambiental. Así, ISO elaboró las normas ISO
14000 con una estructura muy similar a ISO 9000. Es importante destacar que la abundancia
de legislación medioambiental en algunos países no impide que se haya desarrollado
un único sistema de gestión medioambiental (ISO 14000).
En España, AENOR publicó en 1996 la serie de normas experimentales UNE 81900 que establecía
las reglas generales para la implantación de un sistema de gestión de la PRL en base
a la legislación y en coherencia con las otras normas. En el 2004 se anuló tal norma,
que fue sustituida por el estándar OHSAS 18001. Tal estándar comparte muchos principios
con las normas de calidad (ISO 9001) y ambientales (ISO 14001), permitiendo un cumplimiento
estructurado y sistemático de la legislación vigente en España sobre Prevención de Riesgos Laborales, bien entendido que una empresa que cumpla tal estándar debería cumplir la legislación
vigente, aunque la verificación de dicho cumplimiento corresponde en último término
a las autoridades laborales competentes.
Considerando que las normas de gestión de la calidad, del medio ambiente y de la PRL
comparten muchos principios, es lógico pensar que en un futuro los tres sistemas converjan
en un único sistema integrado, ya con esta idea, en el 2005 se publicó la norma UNE
66177:2005 sobre Sistemas de Gestión y Guía para la Integración de los Sistemas de
Gestión. Dicho sistema integrado debería tener una parte común para las tres áreas
de gestión y tres partes específicas, una para cada una de las áreas (calidad, medio
ambiente y prevención de riesgos laborales). La parte común consideraría los elementos
idénticos presentes en los tres sistemas (por ejemplo, política empresarial, responsabilidades
de la dirección, documentación, planificación y control de las actuaciones, auditorías,
revisión del sistema, etc.). Luego, cada parte específica debería recoger los elementos
particulares que le son propios (por ejemplo, en PRL, la evaluación y el control de
riesgos laborales, etc.).
Hay que destacar que tales sistemas normalizados no son obligatorios cuando, obviamente,
sí lo es la reglamentación en seguridad y salud en el trabajo, que además establece
un marco tripartito de participación, diferente al sistema de calidad, y que está
compuesto por: empresario, trabajadores y autoridad laboral, como elemento final de
control.
Las ventajas de la integración de sistemas son, además de las sinergias mutuas generadas,
la disminución de la burocracia y costes por la racionalización y simplificación de
actuaciones, una mejor formación integral de los miembros de la organización, y como
consecuencia, una eficaz gestión. Tal integración debería afrontarse no por adición,
manteniendo estructuras similares en paralelo, una para cada ámbito, sino integrando
realmente y unificando políticas y criterios de actuación cuando ello sea posible.
La revisión de la ISO 9001 de Calidad, del año 2008, ha favorecido tal proceso de
integración y contribuye notoriamente a ello su enfoque sobre los procesos, el principio
de mejora continua, y la importancia de las personas y sus condiciones de trabajo
(aunque este tema no lo desarrolle de forma explícita), así como el agrupamiento de
sus elementos en cuatro bloques temáticos:
-
Responsabilidad de la dirección.
-
-
Realización del producto.
-
Medición, análisis y mejora.
La integración de sistemas debería desarrollarse tanto a nivel documental como a nivel
operativo.
El sistema documental que tendría que ser unitario, al margen del nivel de integración
de los sistemas, debería fundamentalmente definir los mecanismos para la identificación
de todos los documentos, con referencia a su fecha de actualización, las diferentes
vías para la elaboración de procedimientos, la aprobación y control de distribución,
archivos centralizados y descentralizados, revisión documental, etc.
A continuación se describen los cuatro niveles del sistema documental que debería
conformar cualquier sistema de gestión normalizado (véase figura 4). Tengamos en cuenta que la empresa solo tiene un sistema de gestión general; los
sistemas de calidad, PRL y medio ambiente son en realidad subsistemas que han de estar
vinculados entre sí al ser partes de un todo. Y en este sentido, ha quedado reflejado
en la
Guía Técnica para la integración de la PRL del INSHT.
Figura 4. Niveles del sistema documental

El Manual de gestión ocupa el primer nivel documental. Aunque el Manual de gestión de la prevención de
riesgos laborales no es reglamentariamente exigible (sí lo es el plan de prevención,
con muchas similitudes) es necesario; independientemente del tamaño de la empresa
y exceptuando las microempresas, que requieren la máxima simplificación documental.
Tal documento debería recoger la política de la empresa con sus principios y compromisos,
la organización para desarrollarla, en especial las funciones preventivas de todos
los miembros de la organización, y una síntesis de sus principales actuaciones, sobre
todo sus objetivos, y que en su conjunto conforman el sistema que todos los miembros
de la empresa han de conocer. Un error histórico fue reservar el Manual de calidad
para uso casi exclusivo de directivos, técnicos y auditores. Desde la perspectiva
de la prevención de riesgos laborales, es esencial que este documento llegue a todos
los miembros de la empresa, con las explicaciones oportunas. Es la mejor forma de
expresar lo que se pretende llevar a término, propiciando el conocimiento y el autocontrol
del sistema. También importantes razones de su existencia radican en su valor pedagógico
y de compromiso colectivo. La política en los tres campos y las funciones y responsabilidades
de cada uno de los niveles de la empresa pueden ser perfectamente unitarias, así como
determinadas actividades, diferenciando exclusivamente aquellas que son específicas
de cada sistema.
Los procedimientos de las actividades constituyen el segundo nivel documental. Muchos de ellos son exigibles por la reglamentación
de prevención de riesgos laborales porque representan un recurso clave para el control
de los riesgos laborales. Existen varios procedimientos que podrían unificarse con
gran facilidad. En cambio habrá otros que requerirán mayores esfuerzos o incluso será
conveniente mantenerlos diferenciados. Algunos procedimientos fácilmente unificables
son los que a continuación se indican:
-
-
-
la información y la comunicación,
-
la comunicación de deficiencias o sugerencias de mejora,
-
las instrucciones de trabajo,
-
-
la selección de proveedores,
-
la contratación de personal,
-
el mantenimiento preventivo de instalaciones y equipos,
-
el tratamiento de las anomalías o no conformidades,
-
el seguimiento y control de las acciones correctoras,
-
Por otra parte, estarán los procedimientos específicos de cada sistema de gestión
de acuerdo con la reglamentación o normalización aplicada, según sea interna o externa,
por ejemplo, la evaluación de riesgos o el plan de emergencia.
En el caso de pequeñas empresas, el manual y el plan preventivo, junto a los procedimientos
esenciales, como la evaluación de riesgos y la planificación preventiva, podrían conformar
un solo documento, en vistas a su simplificación. Hay que tener en cuenta que la necesidad
de procedimientos escritos es mayor en la gran empresa, precisamente por la cantidad
de dificultades de comunicación que es preciso resolver.
Las instrucciones de trabajo constituyen el tercer nivel documental. Tienen gran importancia porque van destinadas
a los trabajadores que han de realizar tareas consideradas críticas a fin de controlar
que estas se hagan de forma correcta, sin descuidar tres cuestiones básicas:
-
la acreditación y cualificación necesarias para poder hacer la tarea,
-
los equipos de trabajo necesarios, incluida la protección personal,
-
y finalmente, la integración de la normas de prevención en la propia instrucción de
trabajo. No tendría sentido tener por un lado instrucciones de trabajo y por otro,
normas de seguridad para realizar una tarea.
También hay que destacar que la instrucción escrita de trabajo es un medio muy útil
para formar a los trabajadores por parte de los responsables de los mismos y mandos
intermedios. Por tanto, se estará facilitando la formación de los trabajadores si
en la instrucción se integran los aspectos clave de calidad, medio ambiente y prevención
de riesgos laborales.
Los registros de la actividad suponen el cuarto y último nivel documental. Ellos nos generan los
datos y las informaciones que en el campo de la prevención tienen un valor esencial,
además de los propios o convencionales en todo sistema (medir resultados y actuaciones,
justificar, etc.), el de poder ser el elemento motivacional por excelencia para alimentar
y estimular la participación de las personas en tareas preventivas. La prevención
de riesgos laborales, como ocurre también con la calidad, se aprende y se desarrolla
a través de la participación activa. No atender debidamente el sistema de información
que el propio sistema genera, olvidando el feed-back que precisa, es conducirlo inexorablemente al fracaso. La dificultad radica en convertir
los datos en informaciones útiles, y estas en conocimiento para la acción.
Por otra parte, la integración operativa de los sistemas en cuestión ha de ser cuidadosamente
estudiada y planificada para lograr su implantación gradual, que a su vez debería
verse alimentada por la propia experiencia positiva que el proceso conlleva. El conocimiento
y análisis de la cultura empresarial existente y lo realizado en cuanto a normalización
interna de procedimientos es esencial para establecer las bases de partida. También
lo son los intereses y prioridades que la organización tenga y con los que poder conformar
un plan estratégico en materia de calidad y prevención.
El sistema documental habría de ser una herramienta básica de trabajo, aunque lo que
verdaderamente ha de perseguirse es que las actuaciones preventivas que dan respuesta
a cada uno de los sistemas sean asumidas con convencimiento y no por imposición. Tal
proceso de cambio de actitudes pasa ineludiblemente por la formación continuada, especialmente
a través de las propias actividades, que han de estar diseñadas con valor pedagógico
para que sus usuarios descubran su utilidad.
El primer punto clave a desarrollar es definir la política empresarial unitaria. Dicha política, que deberá
ser aprobada por la Dirección y contar con el apoyo de los trabajadores o de sus representantes,
consistirá en una declaración de principios y compromisos que promuevan mejorar continuamente
las condiciones de trabajo y la calidad de productos y procesos, garantizando además
el respeto al medio ambiente para un desarrollo sostenible. El liderazgo organizacional,
una cultura de valores en donde sea considerada la importancia de las personas y su
potencialidad de aporte, la innovación y creatividad, la formación continua para la
mejora de competencias, etc., serían todos ellos elementos esenciales a considerar
en la declaración de dicha política. Tengamos en cuenta que el papel de la Dirección
resulta fundamental para lograr el éxito del sistema implantado, pero la integración
y optimización del sistema de gestión es una tarea que incumbe a todos los miembros
de la organización y por ello es prioritario establecer vías de cooperación y participación,
desde su etapa inicial de diseño.
El segundo punto clave es establecer un modo de actuación, es decir, de estructurar, organizar el sistema
de gestión integrado en la empresa, lo cual significa definir las funciones y responsabilidades
que tiene cada miembro de la misma sobre esta materia. En paralelo, es necesario estructurar
cómo se establecerán las relaciones de cooperación entre unidades funcionales y personas
con responsabilidades sobre los sistemas, servicio de prevención propio o trabajador
designado, y responsable de calidad cuando existan. En todo caso, hay que destacar
cuán importante es que exista un coordinador al máximo nivel para impulsar el buen
desarrollo de todo sistema. Podrían mantenerse ambos responsables de coordinación
en calidad y prevención (es habitual integrar funcionalmente el medio ambiente a la
prevención de riesgos laborales en empresas medianas y grandes), siempre que dependieran
de una gerencia única.
Previa la elaboración del Manual del sistema de gestión, tratado anteriormente, es
aconsejable analizar aquellos procedimientos existentes en los diferentes sistemas
que puedan ser unificados fácilmente, diferenciándolos de aquellos otros aún no existentes
pero que hay urgencia en su elaboración. A partir de aquí se podría elaborar el proyecto
de manual a revisar y consensuar con las partes implicadas. Ello no quiere decir que
todos los procedimientos definidos anteriormente hayan de elaborarse al mismo tiempo,
pero al menos en un plazo no superior a los dos años deberían planificarse los procedimientos
a implantar y a ser recogidos en el manual, sean unitarios o no.
Respecto a los procedimientos de las actividades preventivas, cabe reseñar que sus
procesos de elaboración e implantación deben estar asociados. Por tanto, la planificación
y el correspondiente cronograma deberían ser elaborados en base a las prioridades
definidas y a las posibilidades reales de implantación, contando con las necesarias
acciones formativas de apoyo.
En cuanto a las instrucciones de trabajo, será común encontrarse con determinadas
tareas que ya disponen de las mismas. Por tanto, lo consecuente será actualizarlas
con la visión integradora que se persigue, no olvidando la necesidad de desarrollar
simultáneamente el proceso de identificación de tareas críticas, tanto por accidentes
u otras lesiones en el trabajo como por defectos de calidad. A partir de tal identificación,
para la que se requieren criterios claros de selección, debería planificarse el proceso
de elaboración de las instrucciones, cuidando de que participen personas cualificadas
y que luego se verán afectadas por su ejecución. El proceso de elaboración y revisión
de instrucciones, previa su aprobación, es muy didáctico y estimulante en la línea
integradora para que el trabajo realizado de manera excelente sea algo natural, con
resultados satisfactorios para todos.
3. Nueva cultura de empresa y condiciones de trabajo
Veamos primero qué se entiende por “cultura de empresa”. La mayoría de definiciones coinciden en entenderla como:
“El conjunto de valores, tradiciones, creencias, hábitos, normas y actitudes interiorizadas,
que dan identidad y destino a una organización para el logro de sus fines económicos
y sociales”.
Reiteradamente se habla de la necesidad de acrecentar la cultura preventiva en las empresas en respuesta a las exigencias de nuestro marco jurídico y de la sociedad.
La empresa, como el cuerpo humano, es un sistema complejo, con sus partes vitales
estrechamente interrelacionadas en un fluir permanente para la búsqueda de equilibrio
y coherencia. La identidad cultural de una organización es el resultado de este proceso
vital en el que predominan unos valores culturales sobre otros, y son rechazados contravalores,
condicionando pautas de conducta en las personas que forman parte de la misma. Los
comportamientos vienen marcados por los hábitos adquiridos, pero en gran medida están
influenciados por el entorno sociocultural al que se pertenece. En realidad, la cultura
de una organización se transmite de forma espontánea y natural a los nuevos miembros,
sin necesidad de razonamientos, que en todo caso facilitan la toma de conciencia y
aceleran el proceso de integración. En general, es la observación y el mimetismo consciente
y también inconsciente los que determinan que se asuman las pautas de conducta comunes
con naturalidad.
Cuando los valores culturales de una organización coinciden con los valores morales,
que están en la esencia del ser humano, la vía de integración a la misma se allana
creando entornos favorables que responden a los intereses individuales y colectivos.
En cambio, cuando predomina un contravalor, inexorablemente este contamina a toda
la organización, afectando e incluso pudiendo hacer inviable el desarrollo de otros
valores esenciales.
Todas las personas somos diferentes, con un genoma único, y nos desarrollamos de múltiples
maneras dependiendo del contexto familiar, escolar, laboral y social en los que hemos
convivido y de los que seguimos formando parte. Cada uno de estos entornos ha influido
educacionalmente y ha dejado huella en las raíces de nuestro inconsciente, generando
en un proceso de integración, generalmente incontrolado, la mayoría de nuestros actos
espontáneos. Tengamos en cuenta que la mayoría de actuaciones cotidianas son generadas
por hábitos guiados por el inconsciente, así lo afirman autores reconocidos que sitúan
en menos del 5% las decisiones cotidianas que proceden de una reflexión generada en
el neocortex del cerebro. Afortunadamente, en función de las características individuales:
edad, competencias, habilidades, etc., pueden modificarse hábitos con formación específica
y método, y la consiguiente influencia cultural de la organización. La empresa responsable
es inexorablemente un centro de aprendizaje permanente que debe actuar en una determinada
dirección.
La cultura de una organización es siempre algo propio de la misma, como única e irrepetible
es cada empresa. Empresas muy próximas pueden tener culturas bien dispares, como muy
diferentes son también las personas que están al frente de las mismas. Es cierto que
todo grupo humano definido y la cultura que lo identifica son realidades inseparables,
no pudiendo existir el uno sin el otro
Pero, ¿hasta qué punto es necesario crear una cultura de empresa? La respuesta es indiscutible. O se crea y se desarrolla, abonando un campo fértil,
o la que surja de la espontaneidad acabará siendo maleza, que pocos o ningún fruto
aportará. En toda empresa existe una cultura, que los profesionales de la prevención
perciben al hablar con la dirección y mandos intermedios, al hablar con los trabajadores
y sus representantes y por supuesto, al observar cómo trabajan las personas y en qué
situación se encuentran los lugares de trabajo. La principal dificultad radica en
cómo lograr que el empresario conozca y descubra de manera objetiva su realidad cultural
y que además esta sea comparable en su contexto competitivo. Por supuesto, consultores
especializados son capaces de hacerlo, pero lamentablemente la pyme se encuentra con mayores impedimentos para acceder a tal conocimiento. Los técnicos
prevencionistas, con visión amplia y desde la interdisciplinariedad, deberíamos ser
capaces de contribuir al análisis y desarrollo de una cultura que responda a los intereses
de todos; tanto para que la prevención de riesgos laborales sea eficaz y rentable,
como para poder contribuir de manera determinante a la sostenibilidad de las organizaciones.
Una cultura organizacional basada en valores es la verdadera fuerza vital de una empresa
(véase figura 5); las máquinas y la tecnología son tan solo los instrumentos entre esa fuerza y la
obtención de los objetivos. Por eso, una cultura empresarial saludable tiene que tener
perfectamente identificados y socializados los valores de los cuales depende su éxito.
Solo de este modo la persona que se integra en ella captará de inmediato cuáles son
las reglas de juego y cuáles son las expectativas que los demás tienen respecto a
ella, haciendo así posible la evolución.
Figura 5. El camino de la excelencia en el trabajo

Las empresas se encuentran en entornos cambiantes y su permanencia en el mercado solo
es concebible si se adaptan a los mismos, incluso con anticipación, consiguiendo mejorar
constantemente su competitividad y eficiencia. Para adaptarse a los nuevos escenarios,
surgen nuevos modelos de gestión sobre los que se centran los intereses empresariales.
Los sistemas de gestión permiten lograr la coherencia que en los diferentes ámbitos
de la actividad empresarial precisa la organización. Todo cambio cultural a implantar
en una empresa requiere estar inmersos en un sistema bien gestionado al servicio de
los intereses de todos los implicados. De ahí que los sistemas normalizados de gestión,
desde la propia ISO 9001 de calidad, actúan en tal dirección.
Pero el concepto de calidad no ha dejado de ampliarse para abarcar en la actualidad
a todas las formas a través de las cuales las organizaciones satisfacen las necesidades
y expectativas tanto de sus clientes y accionistas como de sus trabajadores, de sus
proveedores y de la propia sociedad. Esta es la idea fundamental del modelo de gestión
EFQM (European Foundation Quality Management)[] en el que se asocia el concepto de “salud” al de calidad en la empresa, como un valor
para que esta pueda crecer y desarrollarse, proyectando bienestar a todos sus miembros
y a la propia sociedad a la que pertenece. Este modelo, en su revisión del año 2010,
ha impregnado de manera transversal en muchos de sus elementos la importancia de la
atención a las condiciones de trabajo.
Los procedimientos, tal como se apuntó anteriormente, son los instrumentos principales
de cualquier sistema de gestión que permiten generar nuevos hábitos de trabajo y cultura
de empresa. Por su importancia deben ser diseñados con meticulosidad, participando
quienes hayan de asumirlos para considerarlos como propios, ser sencillos para facilitar
su aplicación, y pedagógicos, para que se agilice el proceso de aprendizaje. Su necesidad
viene determinada, aparte de lo que establece la reglamentación, por la actividad,
tamaño y riesgos o problemas específicos de la organización. Su implantación ha de
ser gradual, paso a paso, con la formación específica, para facilitar su interiorización
y la asunción de sus ventajas. No debería iniciarse el proceso de difusión y exigencia
de los procedimientos sin disponer de indicadores que permitan medir los resultados
esperados de su aplicación y la calidad de las actuaciones realizadas para alcanzarlos.
Los procedimientos deberían ser aprobados por los máximos responsables de la organización
en cada centro de trabajo.
3.1. El capital intelectual, principal activo de las organizaciones
En la sociedad del conocimiento, hablar de capital intelectual es referirnos al principal activo de una organización. Es hablar del futuro, de la
información más avanzada disponible, de los valores y de la cultura de empresa, de
educación integral a todos los niveles, de productividad, de calidad y servicio, y
por tanto, de competitividad.
El capital intelectual es un concepto relativamente reciente, surgido en la década
de los noventa, que da una importancia y jerarquía al conocimiento humano en términos
de capacidad, de know how (saber hacer), o bien de cualquier manifestación del saber, aplicado para el logro
de resultados óptimos en el quehacer empresarial.
En su concepto original, el capital intelectual es la suma de conocimientos expresados
sobre todo en tres grandes dimensiones:
-
La tecnológica, referida a patentes, tecnologías avanzadas, materiales, procesos, y productos y
servicios innovadores.
-
La de información, a disposición de todo el que la necesite y que comprende el conocimiento preciso
del entorno, de los clientes, de los proveedores, de la competencia, enmarcada en
un mundo ya globalizado.
-
La de habilidades y motivaciones, que integra la dinámica de los procesos humanos, de las distintas formas de las
saludables relaciones en donde la energía de las personas se orienta a la mejora continua
en todos los ámbitos para generar cultura de empresa y valor. En tal sentido, los
más importantes procesos humanos implicados en todo proceso de cambio son los siguientes:
-
La comunicación e información.
-
La integración, el trabajo en equipo y las vías de participación.
-
La delegación de competencias y la autonomía.
-
La motivación y el reconocimiento.
-
La innovación y la creatividad.
-
La formación continua y el desarrollo humano.
-
La toma de decisiones y el liderazgo del personal con mando.
La cultura se genera y transmite a través de los anteriores procesos, debiendo favorecerse
en los mismos, la libertad, la autonomía, la automotivación, y el autocontrol de los
trabajadores. El liderazgo es elemento clave que condiciona a los demás, ya que ha
de reconocer y reforzar continua y cotidianamente las actitudes, conductas y valores
para su asentamiento.
El sueco Leif Edvinsson, con su modelo Skandia Navigator y el norteamericano Thomas A. Stewart, ambos por separado a finales de los noventa
han sido los pioneros en la valoración del capital intelectual (CI).
La base del modelo Skandia Navigator es considerar que el verdadero valor del rendimiento de una empresa está en su capacidad
de crear valor sostenible, persiguiendo una visión del negocio y su estrategia resultante.
Ambos autores consideran que el capital intelectual es la suma de tres capitales:
el humano (CH), constituido por los conocimientos, habilidades y motivaciones de las
personas, el estructural u organizacional (CEs), constituido por los conocimientos
interiorizados en la organización, conformando cultura de empresa, y finalmente el
relacional (CR), conformado por las capacidades y potencialidades basadas en una buenas
relaciones de cooperación con todos los interlocutores con los que la empresa interactúa
o se relaciona.
El modelo de Edvinsson (véase bibliografía), basado en la medición de valores intangibles,
establece un conjunto de indicadores a modo de “ratios”, que permiten de manera empírica
diagnosticar la situación de la empresa y predecir sus capacidades de pervivencia.
Tal modelo considera que los aspectos financieros son algo que era propio del pasado,
aunque deban seguir controlándose. El presente se representa por una plena orientación
a los clientes con productos y servicios de calidad, y también con una orientación
a procesos que los hacen posibles, estando las personas en el corazón de los sistemas.
El futuro se concentra en dos grandes variables: la innovación y el aprendizaje continuado.
Cada uno de este conjunto de elementos clave es evaluado a partir de aproximadamente
20 indicadores, a modo de porcentajes o “ratios”, por ejemplo, porcentaje de ideas
por trabajador y año en que son aplicadas.
Pero este concepto de capital intelectual consideramos que debería enriquecerse con
el de capital emocional (CEm), que se refiere a la vida afectiva y a las actitudes
básicas de integración, lealtad y compromiso en la relación persona-organización-competitividad.
La importancia de la inteligencia emocional fue considerada en primer lugar por John
D. Mayer y Peter Salovey en 1990, y popularizada después por Daniel Goleman. En realidad,
el llamado capital intelectual se refiere solo a una de las dimensiones del saber
y actuar del ser humano, y por ello debe ser enriquecido con el activo emocional,
o sea, con la dimensión afectiva, emotiva e intuitiva de las personas en relación
con su trabajo y su vida en general. Además del “yo sé” y del “yo puedo”, es necesario
que las personas incorporen el “yo quiero” en su toma de decisiones y en sus actos.
Ello depende en gran medida de sus condiciones de trabajo y de sus motivaciones en
el mismo.
Es así imprescindible la existencia del factor emocional en las actuaciones del proceso
encaminado a generar cambios de actitudes y desarrollar cultura de empresa. La lentitud
natural de los cambios culturales frente a otro tipo de cambios técnicos e incluso
sociales lo demanda como condición indispensable para su consolidación. De esta forma
tenemos:
La generación de capital humano y emocional en los trabajadores está ligada a las
motivaciones que genera el trabajo. El primer nivel de motivación es generado por
factores extrínsecos al mismo; un salario digno, el reconocimiento de los logros,
unas condiciones materiales de trabajo saludables, etc. contribuyen a ello. Se sintetiza
con el verbo tener. El segundo nivel de motivación es generado por factores intrínsecos al trabajo y
surge cuando el trabajo es fuente de aprendizaje y desarrollo humano y profesional,
cuando su contenido satisface las capacidades y expectativas del trabajador. Se sintetiza
con el verbo saber.
Finalmente, el tercer nivel de motivación denominado trascendente se genera cuando
las capacidades y potencialidades de las personas están dirigidas, además, a la mejora
de nuestro entorno y de nuestra sociedad, o sea, al servicio de los demás. El trabajo
adquiere su significado más profundo cuando nos trasciende y proyecta nuestros valores
y sentimientos para contribuir a un mejor entorno social. Se sintetiza con el verbo
dar. Esta dimensión ética-social-trascendente, asociada a los conceptos de capital intelectual
y emocional, es lo que configura el valor y la competitividad de una organización
y su contribución al desarrollo integral de la sociedad.
La mejora continua de las condiciones de trabajo es el coadyuvante imprescindible
que hace posible que el trabajo tenga un significado para el trabajador y pueda ganarse
su confianza.
Si los trabajadores no perciben un interés de la Dirección por su persona y sus condiciones
de trabajo, no es posible la implicación y la aportación necesaria de estos en el
proyecto empresarial. Muchos aspectos de las condiciones de trabajo, como los aspectos
materiales, no son suficientemente motivadores por sí mismos, pero de no atenderse
debidamente, condicionan desfavorablemente los necesarios niveles de motivación superior.
A su vez, la participación de los trabajadores en actividades preventivas es una buena
manera de contribuir a desarrollar tal motivación trascendente. Las condiciones de
trabajo son pues determinantes en el capital intelectual y emocional de la empresa.
3.2. Principios de la nueva cultura de empresa
La empresa se enfrenta a importantes retos ante una sociedad que cada día reclama
más eficiencia y más solidaridad y justicia. La necesidad de desarrollar en la empresa
una nueva cultura que conjugue responsabilidad y competitividad viene determinada
por cuatro factores determinantes:
-
Las notorias pérdidas de productividad y competitividad en nuestro país, incluso dentro
del contexto europeo. Tales pérdidas están correlacionadas con el bajo nivel de innovación
y formación en la empresa.
-
Los graves desequilibrios sociales y medioambientales del planeta, cuya solución requiere
ineludiblemente la implicación del mundo empresarial, más allá de políticas gubernamentales,
también necesarias.
-
El limitado nivel de implicación de los trabajadores con la empresa y el crecimiento
de los riesgos emergentes de naturaleza psicosocial, entre los que destaca el estrés.
Ello va unido a una organización del trabajo que aún está anclada en viejos modelos.
A pesar de los avances generados en materia de prevención de riesgos laborales en
la última década, las condiciones de trabajo han empeorado, según la percepción de
los trabajadores, extraída de las últimas encuestas nacionales de condiciones de trabajo
del INSHT. Los trabajadores están expuestos cada vez a mayores presiones y exigencias
en el trabajo, unido ello a la inestabilidad laboral que genera la falta de trabajo
y el mantenimiento de una excesiva contratación temporal.
-
La mayor conciencia ética y de responsabilidad ecológica y social.
Con un interés didáctico, se resumen a continuación lo que podríamos denominar los
diez principios esenciales de la nueva cultura de empresa, claves para la excelencia
y la sostenibilidad de las organizaciones. En el figura 6 se muestran esquemáticamente sus vinculaciones, representando en un sistema abierto
y dinámico el proceso empresarial, con sus entradas, sus salidas y su retroalimentación.
Figura 6. 10 principios de la nueva cultura de excelencia empresarial

-
Liderazgo basado en valores
Dirigir grupos humanos con el necesario liderazgo o autoridad moral es una tarea compleja
ante la cantidad de variables que determinan el buen gobierno de la empresa. Se requieren
conocimientos, habilidades e instrumentos de gestión basados en el diálogo y la confianza
mutua con todos los interlocutores con los que la empresa interactúa: trabajadores,
clientes, proveedores, y el propio entorno social. La competencia profesional, la
lealtad, la honestidad, la transparencia, la igualdad, la eficiencia en el trabajo
y el compromiso con las personas son algunos de los valores esenciales.
La dirección juega un papel trascendental en la construcción y desarrollo de esta
nueva cultura de empresa. No solo tiene que estar convencida de los beneficios de
su implantación, sino que además tiene que poner todos los medios necesarios y su
ejemplaridad para que esta sea efectiva y todas las personas de la organización la
asuman.
El auténtico líder tiene tres características fundamentales: competencia profesional,
honestidad y transparencia, y capacidad de ofrecer una clara visión de futuro. La
dirección debe actuar con una visión a medio y largo plazo, sin perder la operatividad
del día a día, mostrando claramente el horizonte al que nos dirigimos y facilitando
subir a la embarcación en la que navegar. Ello no debe ir en detrimento de una política
empresarial que debe seguir estando orientada a resultados. El verdadero liderazgo
lo “regalan” los trabajadores, haciendo a sus mandos acreedores del mismo por sus
actuaciones. Pero a su vez, el liderazgo participativo es esencial para potenciar
el principal activo de una organización que son las personas.
-
Personas competentes y comprometidas
Los principales activos de una empresa son intangibles: su reputación y su prestigio,
el valor de la marca, la calidad integral del producto y servicio ofrecido, la confianza
generada convertida en fidelidad de clientes y trabajadores, etc. El valor de las
personas no está solo en ellas mismas, sino en su capacidad para contribuir a la generación
de capital intelectual y emocional que aglutina a la mayoría de los valores intangibles
citados, alcanzables si los miembros de la organización son considerados objetivo
empresarial, tienen la competencia necesaria y se sienten importantes en la misma
por sus cometidos, por el significado de su trabajo y por los resultados que la empresa
ofrece.
Ello solo es posible si los trabajadores actúan en un marco de libertad y autonomía
que hace posible que aporten lo mejor de sí mismos a través de comportamientos eficientes
y creativos. Pero tal creatividad está condicionada totalmente a un entorno laboral
basado en el respeto a principios éticos y a la atención a sus condiciones de trabajo.
-
Ética empresarial y condiciones de trabajo
La ética ha de impregnar todas las decisiones de directivos y personal con mando –ya
que siempre afectan a alguien– y formar parte consustancial de la cultura de empresa.
Los principios éticos de manera realista y objetiva deben comprometer y orientar el
desarrollo y la búsqueda de la excelencia humana y también de las organizaciones.
No se trata solo de actuar bien procurando no perjudicar a nadie, sino también de
demostrarlo. Definir claramente junto a la “misión” y “visión” de la empresa los principios
y los códigos de actuación para que todo el mundo entienda claramente lo que se exige
y lo que hay que evitar, es la mejor manera de empezar a materializar tal compromiso.
Hay que tener en cuenta que la ética en el trabajo está en la esencia de la acción
preventiva de riesgos laborales. Viéndolo desde esta perspectiva, se podrá entender
y desarrollar con mayor facilidad la prevención y la mejora de las condiciones de
trabajo. Pero la empresa debe ser ética también en sus relaciones con el resto de
grupos de interés con los que se relaciona: clientes, proveedores y sociedad. La información
y transparencia permitirá actuar en coherencia y que se auto controlen los compromisos
adquiridos.
Por ello, las relaciones con los trabajadores deberían ser prioritarias, debiendo
asegurarse unas condiciones de trabajo seguras y saludables. Las condiciones de trabajo
son el conjunto de variables que determinan la calidad de vida laboral. Pueden ser
factor de riesgo y generar daños laborales de todo tipo, pero al contrario, pueden
y deben contribuir al bienestar y salud de las personas y organizaciones. El cumplimiento
de la reglamentación vigente es un primer paso esencial pero que no debiera limitarse
a mínimos. La prevención de riesgos laborales ha de ser asumida, no solo como una
obligación sino como una oportunidad, como una inversión y no solo como un coste,
buscando bajo una concepción empresarial la eficiencia en todas las sus actuaciones.
La experiencia demuestra que lo que se hace por obligación no genera verdadero interés.
La satisfacción en el trabajo, como uno de los objetivos de una política acertada,
debería ser uno de los resultados a alcanzar, así como conseguir complementariamente
un buen clima laboral. De esta manera, la atención a las condiciones de trabajo se
convierte en condición indispensable para la implicación de las personas en los objetivos
empresariales. Las personas, y con ellas sus condiciones de trabajo, están en el corazón
de los sistemas de gestión eficaces.
-
Investigación, desarrollo e innovación
La necesidad de adaptación de la empresa a los continuos cambios y exigencias requiere
desarrollar plenamente su capacidad innovadora en todos los ámbitos. Los recursos
a la investigación y desarrollo en la empresa son esenciales, pero deben integrar
también la innovación (I+D+i). La innovación tecnológica para aprovechar las mejores
tecnologías disponibles, adecuándose a las capacidades de las personas, ha de complementarse
con la aportación y creatividad continuada de todos los miembros de la empresa. Pero
la innovación está plenamente asociada a las competencias de las personas, desarrolladas
a través de un proceso de formación permanente.
-
Información, formación y participación
La formación es el instrumento fundamental para que las personas mejoren aptitudes
y actitudes en el trabajo, y es esencial en los procesos de cambio. Al mismo tiempo,
el desarrollo personal y profesional de las personas, que es necesario para estar
intelectualmente vivas, requiere de formación permanente. El lugar de trabajo tendría
que ser el medio adecuado para desarrollar los conocimientos y habilidades necesarias,
siempre que la empresa ponga los medios adecuados y las propias actividades laborales
sean fuente de aprendizaje. Con ello, las personas podrán aportar lo mejor de sus
capacidades y se estará contribuyendo a asegurar su “empleabilidad”, necesaria para
ellas y para la sociedad. La formación debe abarcar todos los niveles de la empresa.
La formación en habilidades directivas a todo el personal con mando es vital, como
lo es la formación de los trabajadores en las actividades preventivas en las que debe
estar prevista su participación. La organización debería estar en continuo aprendizaje
para mantenerse despierta.
Mediante la información se puede aspirar a que las personas conozcan lo que les corresponde
saber y el porqué de las actuaciones demandadas. Mediante la formación se puede aspirar
a que las personas aprendan a hacer su trabajo debidamente, o sea, que “sepan hacer”;
pero es solo con la participación como se puede aspirar a que las personas hagan las
cosas de la mejor manera posible, implicándose plenamente en ello, o sea, que “vivan
lo que hacen”. Así, la participación de los trabajadores se convierte en algo fundamental
para la buena marcha de una organización. Las personas demandan participar en todas
aquellas decisiones que de algún modo les afectan, y por ello, sus opiniones deberían
ser siempre consideradas, y en lo posible aplicadas.
De buen seguro responderán a la mejora de los procesos de trabajo y a los intereses
empresariales, siempre que la empresa actúe con rigor y generosidad. Desarrollar vías
ágiles de comunicación y participación, delegando competencias, facilita la implicación
y cooperación de las personas, siendo el trabajo en equipo una de las mejores maneras
de organizar el trabajo para lograrlo.
El trabajo en equipo entre personas competentes favorece el aprendizaje continuo,
el hallazgo continuado de las mejores maneras de hacer las cosas y organizarse, la
interiorización del proceso productivo y de los conocimientos (capital estructural),
y el autocontrol de la calidad del trabajo realizado. Por ello, es vital la potenciación
del trabajo en equipo, dotándolo de autonomía y control sobre el más amplio conjunto
de tareas para el cumplimiento de los objetivos establecidos.
-
Las alianzas entre unidades de una misma organización y entre diferentes organizaciones
es uno de los más importantes recursos que permite conjugar esfuerzos y talentos para
el desarrollo de proyectos que de una manera aislada serían inviables. Mediante alianzas
estratégicas, las pymes pueden ser capaces de dar una respuesta rápida con la flexibilidad
necesaria a ideas innovadoras, aunando esfuerzos para llegar a sus metas, más rápido
y más lejos. La cooperación de una empresa con sus proveedores y demás agentes con
los que interactúa, incluidos los clientes, puede generar magníficas oportunidades
de mutuo interés.
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Calidad integral de productos, servicios y procesos
La empresa debe tener una clara orientación –muchos afirman, con acierto, obsesiva–
a sus clientes para la satisfacción de sus necesidades, superando sus expectativas.
El concepto de calidad integra no solo la calidad del producto, sino también su precio
justo, el plazo de respuesta previsto y servicios asociados, y también las condiciones
en que estos han sido realizados. El consumidor desea saber cómo se consigue el producto
que adquiere, no estando dispuesto a estar cerca de organizaciones que incumplen derechos
o valores universales. La calidad del proceso productivo es esencial para alcanzar
los resultados esperados debiendo generarse valor en todas sus etapas. Debiera prevalecer
siempre la gestión por procesos frente a la gestión por funciones, rompiendo las barreras
interdepartamentales y facilitando la cooperación. Es vital la generación constante
de un alto valor añadido en todo lo que se haga para hacer frente a la batalla perdida
de reducción de costes salariales ante las economías emergentes. Solo la innovación
puede hacerlo posible.
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Respeto al medio ambiente
Las exigencias del marco reglamentario obligan a evitar y controlar la contaminación
y la generación de residuos incontrolados. Pero ello no es suficiente ante las necesidades
medioambientales de supervivencia de la humanidad y el desarrollo sostenible del planeta.
Son necesarios esfuerzos notorios para el uso racional de las fuentes energéticas
y el empleo de energías renovables, la implantación de una nueva cultura del agua
como bien escaso, y la minimización de los residuos, facilitando su aprovechamiento
o reutilización.
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La sociedad exige que la empresa sea responsable, lo que representa cumplir con la
totalidad de los puntos anteriores, dando además respuesta en función de sus posibilidades
a las necesidades sociales del medio del que forma parte. Tengamos en cuenta que una
de las primeras responsabilidades de la empresa es ser competitiva para poder pervivir.
La empresa es por sí misma, con los puestos de trabajo que genera y con los bienes
y servicios que produce, fuente de riqueza social. Recibe mucho de la sociedad de
la que forma parte, pero también está obligada moralmente a revertir a la misma parte
de sus beneficios: lo que no va en detrimento de que deba gestionar su política de
acción social como un recurso, no limitado a “filantropía”, armonizando las necesidades
con sus posibilidades y propios intereses. El respeto a los valores morales tanto
interna como externamente es hoy consustancial con el beneficio económico que la sociedad,
con su capacidad de decisión y de compra, hace posible. Ello no significa que la política
social de la empresa haya de hacerse por un interés estrictamente económico o quedarse
en mero marketing social. En las sociedades democráticas cada vez será más exigible
el compromiso de las organizaciones con la sociedad, incluso en muchos aspectos, es
condición indispensable para permitir su crecimiento.
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Valga lo dicho al respecto en el apartado anterior. Tal capital intelectual, como
uno de los resultados esenciales de la actividad empresarial, es a su vez nutriente
fundamental para que los elementos que alimentan el proceso productivo empresarial
como: I+D+i, alianzas y formación continua / participación, efectúen sus mejores aportes.
La aplicación de los diez principios citados es lo que facilita el cambio cultural
para la consolidación de empresas saludables, eficientes y competitivas, aunque cada
empresa tiene sus peculiaridades y, en consecuencia, requiere de una estrategia determinada
de actuación. No obstante, habrá que resolver el paradigma que dificulta el cambio
al encontrarse inmerso nuestro modelo productivo y nuestra manera de pensar en esquemas
caducos. También hay que considerar las nuevas oportunidades que genera la coyuntura
social y económica de nuestra sociedad.
3.3. Paradigmas del cambio cultural y nuevas oportunidades
El cambio cultural en la empresa es un proceso que ha de ser cuidadosamente gestionado.
Aunque las metas sean claras, no es fácil llevarlo a buen término si no se aplican
las estrategias y los estímulos necesarios. También influye el punto de partida, la
coyuntura de la propia empresa y los medios necesarios para hacer viable el proceso.
La inercia de los sistemas es tremenda y es natural que existan múltiples frenos ante
los temores y la incertidumbre que el mismo cambio comporta.
Uno de los primeros pasos es entender lo mejor posible dónde estamos y hacia dónde
vamos. Se generan actualmente una serie de paradigmas, ya que muchos de los tópicos
en que se fundamenta la acción empresarial se vienen abajo por mostrarse ineficaces
ante algunos retos esenciales, como es la capacidad innovadora y creativa que toda
organización requiere. ¿Cómo poder cambiar entonces, si se está inmerso en algo con
poco o ningún futuro y que impide verlo? Habrá entonces que despertar la conciencia
de necesidad y encender algunas luces. Citemos algunos de tales paradigmas que pueden
sintetizarse en unas simples palabras (véase figura 7).
Figura 7. Paradigmas del cambio cultural

Partir históricamente de cierta desconfianza en los comportamientos esperados de los trabajadores ha generado mecanismos de supervisión y control para asegurar la productividad y
calidad esperada. Ello conlleva que se haya retroalimentado un creciente control para
evitar las desviaciones o la dejadez, sin constatados efectos de mejoras de productividad
y eficiencia. Como alternativa, surgen los mecanismos de autocontrol, basados en la
confianza, la información, la formación permanente y sobre todo, en la transparencia,
que son mucho más potentes y efectivos.
Ante la tradicional asignación de funciones en puestos y tareas, aparece algo que es imprescindible: el desarrollo de competencias de los trabajadores
para promover su desarrollo personal, y con ello, alcanzar el nivel de excelencia
en el trabajo que es deseable. Las personas competentes cuando disponen de los medios
propios necesarios y delegación de poder suficiente para actuar en espacios de libertad
van mucho más allá de los estándares de calidad establecidos y aportan todo su potencial
creativo. Ello requiere cambios sustanciales en el concepto mismo de dirigir, para
convertirlo en liderazgo participativo, el cual, precisamente, lo que persigue es
generar confianza, adoptando para ello una actitud de servicio y de apoyo total a
los miembros de la organización.
La gestión por procesos, clave de todos los sistemas normalizados y motor de una producción eficiente, se
presenta como alternativa a la tradicional gestión por funciones. Ello comporta que
las tradicionales estructuras piramidales se limiten considerablemente para evitar
barreras y se vaya logrando que lo que prevalezca sea el trabajo en equipo, las alianzas,
y las redes de cooperación. Las personas con funciones esenciales en la organización
ya no deberían ser solo los directivos de departamentos o unidades funcionales, sino
también los propios responsables de los procesos operativos y tareas, que paradójicamente
no tienen por qué siempre coincidir con los anteriores. Además, las personas deben
ser habilitadas para ejercer determinadas competencias específicas en sus tareas,
siendo estas evaluadas a través de su desempeño.
Las normas y los estándares a cumplir no tendrían que eliminarse, pero sí enriquecerse sustancialmente con los valores, los códigos de actuación y
un conjunto de estímulos a la innovación. Es insuficiente aceptar solo el trabajo
bien hecho, es necesario que el trabajo sea realizado siempre de la mejor manera posible
y con un alto valor añadido, cuidando especialmente los detalles, que son los que
permiten calificarlo de excelente.
Pero veamos también las nuevas oportunidades generadas en estos momentos ante esta
nueva cultura empresarial. La empresa ha de ser consciente de que está inmersa en
un contexto social y económico que demanda cambios profundos.
Presumiblemente, las dos oportunidades más significativas son la propia conciencia
de la necesidad de cambio, derivada de la crisis financiera internacional de finales
de la primera década del milenio, que afecta a todos los ámbitos de la economía y
de la sociedad, y como consecuencia también de ello, la creciente demanda de un comportamiento
ético y de transparencia en el funcionamiento de las organizaciones.
Existen además una serie de elementos que condicionan tal proceso de cambio y que
deberían ser considerados y, cómo no, aprovechados.
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El primero es el progresivo envejecimiento de la población laboral. Ello genera la necesidad de orientar los esfuerzos de la
prevención a trabajadores cuya actividad laboral se prolongará más allá de los 65
años, para poder lograr la adaptabilidad del puesto de trabajo. Pero a su vez, la
conjunción equilibrada de la sabiduría de la experiencia con el ímpetu de la juventud
debería potenciar las capacidades de las personas y de las organizaciones y lograr
la necesaria solidaridad intergeneracional. Ha resultado gravemente costoso, humana
y socialmente, desaprovechar conocimientos y talento a edades tempranas con las jubilaciones
anticipadas. El desempleo es a su vez un grave daño a las personas afectadas que atenta
a la estabilidad social.
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El segundo elemento es la feminización de las estructuras de las organizaciones. El papel de la mujer en un marco de igualdad
puede representar por ella misma avances significativos para influir en decisiones
de valor estratégico, y gestionar, igual que el hombre, ámbitos esenciales en la empresa.
Lamentablemente, la mujer aún tiene un menor peso en las estructuras directivas, a
pesar de los importantes avances legislativos en materia de igualdad. A pesar de los
logros en políticas de conciliación laboral, la mujer aún asume mayor carga de trabajo
que el hombre. También debería reconocerse el fracaso histórico del gestor hombre
en materia medio ambiental, en donde presumiblemente la mujer no hubiera actuado de
la misma manera ante la “madre tierra” (con estos términos la han reconocido las culturas
indígenas americanas antes de la colonización), de haber podido decidir. Las mujeres
tienen mayores capacidades al disponer de una mayor visión global, poder simultanear
tareas, mayor espíritu de sacrificio y una mejor administración de recursos escasos,
acción resolutiva de conflictos, atención a personas de su entorno, etc.). Pero tal
proceso de feminización del trabajo obliga a considerar el incremento de riesgos laborales
en periodos clave, como son la maternidad y la lactancia.
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El tercero es la multiculturalidad derivada del reciente fenómeno de la inmigración, de gran trascendencia en este país
y que confiere a las empresas una magnífica oportunidad de enriquecer su visión de
la actividad productiva en el mundo y poder proyectarse mejor. La incorporación al
mercado del trabajo de inmigrantes, algunos de ellos poco cualificados y de otras
lenguas, conlleva la necesidad de una atención especial para garantizar su seguridad
y salud laboral.
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Cabe reseñar también un cuarto elemento, el cambio generacional que se está produciendo en las empresas, con la incorporación de lo que se denomina
la generación “Einstein”, jóvenes bien preparados, educados en la sociedad del bienestar
y del consumo, que han crecido en democracia, con opinión tenida en cuenta desde edades
tempranas y una amplia capacidad de actuación ya desde la niñez. A pesar de su aparente
desinterés, suelen ser muy selectivos en sus decisiones y, como explica Boschma (véase
bibliografía), son “más rápidos”, “más listos” y “más sociables”, que sus progenitores,
no estando dispuestos a permanecer en organizaciones convencionales que no les ofrezcan
lo que demandan, como tener unas condiciones de trabajo que no fueran dignas.
Las organizaciones deberán ofrecer a los jóvenes con talento entornos saludables y
muy participativos y en los que poder desarrollarse, si es que quieren retenerles.
Tengamos en cuenta que será con ellos y con su talento como habrán de construirse
las organizaciones que prevalezcan en el futuro. No obstante, sigue siendo crucial
resolver el grave problema del fracaso escolar que hipoteca nuestro futuro como sociedad.
La educación debería facilitar el desarrollo de la “emprendeduría” para que los jóvenes
no aspiren a ser solo asalariados y tengan iniciativa y capacidad de generar autoempleo,
y además, tendría que recuperarse el valor del esfuerzo que es esencial para el desarrollo
de una sociedad.
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Finalmente, ante el quinto elemento favorecedor de cambios está la creciente exigencia de comportamientos éticos, surgida de los abusos acaecidos en el mundo de la política y de los negocios. Las
sociedades desarrolladas como la nuestra no son ajenas a lo que sucede, y como muy
bien ha expuesto el escritor francés Lipovetsky, “aunque pudieran parecer pasivas
a muchos avatares políticos y sociales, solo están adormecidas”. Son capaces de mostrar
su “indignación” y reaccionar de manera contundente ante actuaciones deshonestas y
provocar la desaparición de las organizaciones que las han generado o permitido. Las
nuevas tecnologías de la información están jugando en ello un papel clave, afortunadamente
incontrolable por poderes fácticos de la sociedad. Ante tal perspectiva, un papel
proactivo de la ética empresarial se convierte, además de en una condición indispensable,
en un valor clave de futuro.
En coyunturas de crisis económicas importantes, las condiciones de trabajo tienden
a empeorar, pero también es cierto que son magníficas oportunidades para cambiar las
organizaciones contando con la plena implicación de todos sus trabajadores. Se está
generalmente dispuesto al sacrificio compartido siempre que con ello se estén reinventando
entornos más eficientes y saludables. Tengamos en cuenta que las soluciones, sea de
la índole que fueren, ni suelen encontrarse, ni venir de fuera, se construyen con
imaginación y esfuerzo colectivo. Nada va a ser en un futuro como antes y es irremisible
la recuperación del valor del trabajo ante la desorbitada preeminencia de la virtualidad
del sistema financiero.
Veamos finalmente algunos puntos coincidentes en organizaciones que han logrado cambios
culturales exitosos, aunque será en el capítulo 6 en el que se profundizará más en
ello, aportándose instrumentos para favorecer evoluciones favorables:
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La necesidad es siempre el principal motor del cambio. Si no hubieran sucedido crisis no se hubieran generado cambios necesarios en la sociedad.
Cuando se toma consciencia de que es necesario evolucionar para poder subsistir es
cuando se está dispuesto a asumir cambios profundos en la manera habitual de proceder,
siempre que se logre la debida implicación de todos los afectados.
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El cambio sucede cuando se abren espacios de participación y creatividad a todos los
niveles. Se requiere el compromiso y la participación de todos los miembros de la organización,
pero esta solo es posible bajo una dirección clara y definida en el medio y largo
plazo. Tal definición solo puede ser establecida por los líderes de mayor nivel. Es
necesaria la implicación y apoyo de los representantes de los trabajadores.
También es necesaria la existencia de impulsores y coordinadores del proceso de cambio
en todas las áreas clave y unidades funcionales de la empresa. A tal fin habría que
identificar, involucrar y desarrollar a los líderes informales con mayor visión y
compromiso.
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El cambio se promueve en un movimiento sistemático y progresivo descendente, ascendente
y horizontal en la estructura. Resulta paradójico que aunque la dirección desea un cambio en el fortalecimiento
y crecimiento de sus organizaciones, ella misma puede estar frenando el proceso, ya
que es a quien más se le exige el cambio. Corre el peligro de creer que lo que le
funcionó, también funcionará en el futuro, pudiendo así limitar a las nuevas generaciones,
educadas en la era de la informática y de las comunicaciones instantáneas, deseosas
de cambios radicales adaptados a las nuevas circunstancias. De ahí que la práctica
aconseje promover los cambios en un fluir bidireccional, con vías ágiles de comunicación.
A su vez, el tratamiento horizontal de las acciones resulta esencial para promover
la dinámica grupal de cambio a los diferentes niveles. Así, los más incrédulos deberían
verse arrastrados por sus propios compañeros más exitosos y comprometidos.
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Todo cambio se dirige y modela desde los niveles de mando, con un verdadero compromiso. Aunque es necesaria la contribución de todos, como ya se ha dicho, solo los niveles
de mando pueden conducir el proceso adecuadamente. La Dirección debe garantizar la
comprensión intelectual y el compromiso emocional del personal, con la visión, filosofía
y estrategia del cambio en la empresa, el cual se modela a través de dirigir, involucrar
y reconocer los esfuerzos en la dirección correcta. También hay que eliminar o reorientar
las acciones “saboteadoras” en los nuevos sistemas, sean conscientes o inconscientes.
Tolerar, aunque sea aisladamente, actuaciones improcedentes invalidará el sistema
que pretendemos construir. Es necesario constituir un comité de dirección como promotor
y coordinador del cambio.
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El cambio genera mejores resultados a partir de una educación integral que se sustente
en valores éticos orientados a la eficiencia y a resultados, tanto individuales como
colectivos. Todo cambio organizacional requiere olvidar conductas y hábitos pasados y asimilar
otros nuevos, más acordes con el crecimiento de la organización y con los nuevos retos
del entorno. El modelo de la organización que aprende, de Peter Senge, de plena vigencia,
refleja un aprendizaje que no solo se limita a comportamientos y destrezas, sino que
incluye también un crecimiento personal y profesional integral, que incide en el trabajo,
en los resultados que la empresa ofrece y en la vida misma, a la que contribuye a
dar sentido.
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El cambio se fundamenta en procesos humanos debidamente cuidados. La vida de la organización es la interacción humana que debe ser energizada para
que el cambio planificado influya y transforme toda la organización. Los procesos
humanos esenciales ya fueron citados en al apartado relativo al capital intelectual
(La comunicación e información, la integración, el trabajo en equipo y las vías de
participación, la delegación de competencias y la autonomía, la motivación y el reconocimiento,
etc.). Sin embargo, los procesos humanos se fortalecen solo cuando la estructura,
la política, los sistemas y las prácticas directivas son las adecuadas. Se requieren
también importantes dosis de flexibilidad.
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El asesoramiento externo de calidad actúa como agente facilitador, especialmente en
las primeras etapas. El cambio no puede surgir exclusivamente del interior del propio sistema. La ayuda
externa e independiente con indicadores para medir los avances generados y su difusión,
ha de resultar esencial.
3.4. Razones esenciales para implantar una prevención eficaz en las organizaciones
Como se ha dicho anteriormente y a modo de resumen, la prevención de riesgos laborales,
por lo que comporta de atención a las condiciones de trabajo de las personas, constituye
un medio determinante para alcanzar niveles óptimos de calidad de productos y procesos,
contribuyendo con ello a que la empresa sea más eficiente y competitiva. Solo con
personas cualificadas y motivadas se puede lograr el nivel de innovación, creatividad
y compromiso que las organizaciones necesitan. La prevención, y en general la atención
a las condiciones de trabajo, regida por principios éticos, es la mejor manera para
lograr la confianza de los trabajadores, reforzar el liderazgo de los directivos y
demostrar ante la sociedad el nivel de responsabilidad social asumido en materia laboral.
Para diseñar e implantar un sistema de prevención eficaz, en primer lugar hay que
querer hacerlo. La Dirección debe actuar de acuerdo a las exigencias reglamentarias, pero
además debería entender su valor y su contribución al buen funcionamiento de la empresa.
Una definición clara de compromisos y objetivos contribuirá en tal empeño y un buen
asesoramiento externo debería ayudar a descubrirlo.
En segundo lugar y en coherencia con lo anterior, hay que poder hacerlo, o sea, es necesario disponer de los recursos necesarios, tanto materiales
como organizacionales, para conducir el proyecto a buen término, aprovechando en gran
medida los medios con los que la empresa cuenta.
En tercer lugar hay que saber hacerlo, siendo necesarios los conocimientos y destrezas en materia preventiva, acorde
a las características de la empresa y riesgos laborales a los que debe enfrentarse.
Y finalmente, hay también que demostrar, interna y externamente, que lo que estamos haciendo, además de cumplir la legalidad,
es útil, personal y colectivamente, para todos los miembros de la organización.
Solo así, los cambios de actitudes serán favorables a los intereses empresariales,
asentando una verdadera cultura preventiva. Lamentablemente, estos cuatro ámbitos
(querer, poder, saber y demostrar), no se solapan debidamente, y el espacio común
entre los mismos es muy reducido, por lo que la eficacia del sistema también es limitada.
Por razones de eficiencia en la administración de sus recursos, la empresa tendría
que procurar avanzar gradualmente integrándolos debidamente (véase figura 8).
Figura 8. La eficacia del sistema preventivo

3.5. Razones esenciales para que los empresarios y directivos gestionen eficazmente la
prevención
En resumen a lo expuesto en este capítulo, cabría sintetizar en cinco las razones
para hacer una prevención proactiva e integral en las organizaciones, en el marco
de la necesaria “nueva cultura de empresa”:
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Económicas: La no prevención, como la no calidad genera costes ocultos muy altos en la empresa,
que pueden incluso llegar a dañar su imagen y su pervivencia. El principal activo
de una organización y que la diferencia de las demás son las personas y el capital
intelectual que estas generan. Los accidentes de trabajo y otros daños laborales son
indicadores claros de ineficiencia. Una gestión eficaz convierte los costes de la
prevención en una inversión rentable y en un valor en alza. Lamentablemente, la mayoría
de empresas no analizan la rentabilidad de sus acciones cuando en ellas hay activos
intangibles tan importantes como es su reputación, el nivel de motivación e implicación
de los trabajadores y en general, la inversión en lo humano y lo organizacional. El
capítulo 4 se dedica precisamente a esta materia. Toda empresa ha de ser gestionada
siempre, bajo principios de rentabilidad, especialmente en el medio y largo plazo.
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Legales: Es impensable que una empresa pueda subsistir ante la Administración y la misma
sociedad incumpliendo la reglamentación, la cual establece los mínimos a respetar.
Su cumplimiento, a través de sistemas preventivos proactivos, regidos por principios
de calidad y eficiencia, debe generar resultados positivos a todos los niveles. Nuestro
marco reglamentario deriva de la conciencia social y de las mejores experiencias europeas
que lo hicieron posible.
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Organizacionales: La empresa debe optimizar recursos para alcanzar sus objetivos previstos. En anteriores
apartados se expusieron las bases para la necesaria integración de sistemas como partes
de un todo; lo que obliga a racionalizar, sinergizar y simplificar políticas y recursos,
incluidos los procedimentales. De ahí que la prevención haya de ser gestionada con
eficacia e integrarse plenamente al sistema de gestión empresarial, tal como la reglamentación
establece, contribuyendo así a mejorar la organización del trabajo y el éxito del
proyecto empresarial.
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Éticas: Contribuir a que una organización respete valores cívicos, valorando la dignidad
del trabajo y generando riqueza y bienestar de todos sus miembros es motivo de orgullo
y satisfacción profunda de quienes la dirigen y de quienes en ella trabajan. Ahí radica
el gusto del trabajo bien hecho que enriquece a quienes lo gestionan y lo ejecutan.
Los valores universales están en la esencia del ser humano, y respetar principios
éticos es una creciente exigencia de la sociedad. Recordemos que la ética del trabajo,
más allá de lo reglamentado, está en la raíz de la acción preventiva.
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Sociales: En sociedades democráticas los ciudadanos, y en general los consumidores, desean
conocer mejor a quienes les suministran sus productos y servicios. Quieren saber cómo
y en qué condiciones estos se producen, no estando dispuestos a aceptar abusos de
ningún tipo. Es evidente que se quiera estar más cerca de las personas y organizaciones
responsables y se rechace a quienes no lo son. El capítulo 6 tratará precisamente
sobre las responsabilidades éticas y sociales de las empresas y cómo la prevención
se convierte en la primera responsabilidad social, según manifiesta el Libro verde
de la Unión Europea sobre esta materia.
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