Al iniciarse la Edad Moderna los ejércitos estaban formados por soldados mercenarios al servicio de un rey. Los grandes cuadros de piqueros suizos, los lansquentes alemanes, los tercios españoles son todos, básicamente, unidades pagadas por campaña. Cobraban una soldada y el botín tomado al ejército derrotado o de las ciudades conquistadas. Cuando las pagas se retrasaban demasiado, se amotinaban y se convertían en huestes descontroladas y de alto riesgo.
Cuando se llega a la mitad del siglo XVII, y se enfrentan entre sí las monarquías más poderosas de Europa, empieza a identificarse el ejército de cada soberano como el representante del país en que se asienta el trono real. Así se va pasando, en nuestro caso, a identificar al ejército de Felipe IV y Carlos II con el ejército de España (Monarquía Hispánica), pese a que todavía el rey lo es de «las Españas»: de un sinfín de territorios que están en Europa, América, África y Oceanía.
La oficialidad de aquellos ejércitos se conseguía por méritos contraidos por los soldados (patente) o por nobleza de cuna. Para llegar a lo más alto del escalafón había que haber realizado hazañas gigantescas, tener mucho dinero para poder comprar un cargo o, mejor, empezar por arriba por provenir de familia de alta alcurnia. Siempre hay que recordar que entre estos últimos ha habido incompetentes manifiestos y, con más frecuencia de la que se habla, grandes estrategas: desde pequeños se ejercitaban para tal responsabilidad. Recordemos como ejemplo del siglo XVII al Cardenal-Infante don Fernando de Austria, que, con solo 25 años, tuvo a su mando las tropas hispanas en la Batalla de Nördlingen, donde fue derrotado el orgulloso ejército sueco dirigido por Bernardo de Sajonia-Weimar y Gustaf Horn.
Con el cambio de dinastía a principios del siglo XVIII, y con análisis más racionales, se fue derivando hacia un ejército de recluta forzosa. Los ejércitos del rey podían estar prestos constantemente y no sujetos al albur de una leva o de un alistamiento voluntario. Muy significativamente, la Armada española, en este siglo, vuelve a tener ingenieros, almirantes, tropa y buques muy capaces para hacer frente a la defensa del vasto imperio que, en dimensiones físicas, no había dejado de crecer.
En 1768 Carlos III promulga las Ordenanzas de Su Majestad para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus exércitos pensado para el ejército de Tierra que, por extensión, se aplican en la Armada y más tarde en el ejército del Aire. Sin exagerar mucho, se puede decir que han estado vigentes hasta 1978. En ellas se podía leer el conocido artículo que lacónicamente reza: «El oficial que tuviere orden de conservar su puesto a todo coste, lo hará» [RO, Trat. II, Tít. XVII, Art. 21, pág. 215]. Tal cual sigue vigente.
En 1770, 3 de noviembre, Carlos III dicta una Ordenanza por la que se hace obligatorio que uno de cinco jóvenes (quinta anual) sea reclutado obligadamente para suplir las vacantes producidas en las levas voluntarias. Se hace un sorteo anual entre los varones de 18 a 40 años censados por provincias que servirán con las armas durante ocho años [De labradores a soldados: un estudio social de las quintas del siglo XVIII ... por María Vicenta Candela Marco]: No todos los territorios pechaban igual (Madrid estaba exenta de contribución) y ciertos territoriales forales se encargaban del reclutamiento en su zona (Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra, y en otros, Cataluña, no siempre hicieron el sorteo de quintos por no verlo necesario). Además de todo esto, hay que tener en cuenta que hidalgos y muchos oficios estaban libre de entrar en el sorteo. Hechas estas prevenciones, el mozo debía cumplir también estos requisitos:
Se puede comprobar que, aparte de las condiciones morales exigidas entonces, hay otras dos que se mantinene en todos los ejércitos: edad y talla. Los dieciocho años siguen siendo la barrera para ir a la guerra, aunque durante mucho tiempo no haya sido suficiente para alcanzar la mayoría de edad legal. En cuanto a la talla —más tarde también su relación con el perímetro torácico— hay que repetir que es la secuencia militar la que mejor ha ido reflejando la evolución de dicha medida en la población española. De su evolución positiva damos dos ejemplos en tiempos actuales en los que la alzada hispana se ha equiparado en mucho a la general en Europa.