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Marisa López Gironés
1. Introducción. La familia y su evolución
2. El ciclo vital familiar
2.1. El concepto de ciclo vital familiar (CVF)
2.2. El desarrollo del CVF
2.3. Modelos explicativos clásicos del CVF
2.4. Nuevas aportaciones al modelo clásico del CVF
3. El desarrollo familiar
3.1. El modelo de Beavers
3.2. El modelo de Breunlin: la teoría de la oscilación
4. Las crisis familiares
4.1. El modelo de Hill
4.2. Tipología de crisis familiares de Pittman
5. A modo de reflexión final
6. Lecturas recomendadas
Bibliografía
En las últimas décadas del siglo XX lo cotidiano, lo privado y los grupos sociales, antes carentes de protagonismo, han ido adquiriendo un papel relevante en la sociedad. En este contexto, la familia al igual que la pareja es objeto de remodelación y reflexión, no sólo de las disciplinas psicológicas o sociales, sino también de los partidos políticos, de los poderes públicos y de la sociedad en general. Ello da lugar a numerosos puntos de vista que van a influir en la evolución del concepto de ciclo vital familiar.
Las familias adoptan diferentes formas a lo largo del tiempo, que definimos como etapas. El Ciclo Vital Familiar (en adelante, CVF) se concibe como la sucesión de etapas por las que atraviesa la familia. Partiendo de estas definiciones vamos a analizar la evolución de los modelos de familia, desde los más clásicos a los más actuales, que incluyen variables más universales no consideradas en los modelos previos, tales como la importancia de lo individual en el contexto de la familia, las nuevas competencias de las mujeres y su cambio de rol en la sociedad, la emigración con sus diferencias culturales y religiosas, las diferentes orientaciones sexuales, etc.
La familia es la institución más antigua y más resistente a los cambios sociales, políticos, culturales y económicos. Se trata de un sistema complejo, cuya permanencia a lo largo del tiempo proviene probablemente de su capacidad de adaptación, al ir variando sus funciones y su estructura en función de los cambios históricos y sociales. En los últimos tiempos, debido a la crisis económica y a las dificultades sociales, es un importante núcleo de solidaridad dentro de la sociedad ya que amortigua los efectos dramáticos de los problemas que afectan a sus miembros, contribuyendo así a la estabilidad y pervivencia de la sociedad. La familia cambia para permanecer y de esta manera proteger su continuidad.
La familia ha sido definida de numerosas maneras y desde distintas perspectivas, atendiendo a criterios como la consanguinidad, la relación legal, de convivencia, o los lazos emocionales. Hay casi unanimidad en considerar a la familia como el primer sistema social (Belsky, 1997; Moreno y Cubero, 1990; Schaffer, 1989), en el que se dan cabida todas las características propias de los sistemas. Minuchin (1979) la define como un grupo social natural, que enfrenta una serie de tareas de desarrollo que difieren de acuerdo a los parámetros de las diferencias culturales, pero que poseen raíces universales.
Además de las definiciones más generales, existen tantos tipos de familias como personas que las definen en su propia narrativa, tal como se refleja en las siguientes frases extraídas de narraciones de algunos de nuestros pacientes:
Mujer de 23 años: “Mis padres fallecieron en accidente de tráfico cuando yo tenía 17 años, mi hermano era un drogadicto, mi única familia era mi vecina”.
Pareja de 39 años ella y 42 él, sin hijos, que en una entrevista de pareja se dicen entre sí: (ella) “Mi familia no eres tú, no estamos ni casados, mi familia son mis padres y mis hermanos”, (él) “Pues para mi, tú eres mi familia”.
Varón de 45 años: “Mis padres se fueron a Australia, yo tenía tres años, les veía un mes cada dos años. Nunca quisieron llevarme con ellos. Me quedé con mis abuelos, ellos han sido mis padres, mi familia. Yo he sentido más la muerte de mi abuelo que la de mi madre”.
Varón de 19 años: “Mi familia han sido mis colegas del internado, yo no he conocido otra familia”.
Mujer de 59 años: “Mi familia es mi perro, no tengo a nadie más”.
Mujer de 22: “Mi madre es mi familia; mi padre se largó y no he vuelto a saber nada de él”.
Mujer de 30: “Mi padre se fue de casa cuando yo era pequeña. No le volví a ver hasta los 20, estaba enfermo y nos lo llevamos a casa. Cuidamos todos de él, mis hermanos, yo y hasta mi madre; parecíamos una auténtica familia”.
Como hemos dicho, el CVF es la sucesión de etapas por las que atraviesa la familia, etapas de una complejidad creciente, debido a la influencia de las características psicológicas de sus miembros y de las variables culturales, sociales y económicas del entorno. Se distinguen períodos de equilibrio y adaptación, pero también períodos de desequilibrio y de cambio. Pasar de una etapa a otra exige una transformación del sistema familiar (Hoffman, 1989). Cada etapa nueva representa una posible amenaza para el orden familiar, generándose un conflicto entre mantener el status anterior (la homeostasis) o transformarse y adaptarse a las nuevas demandas.
El concepto de CVF ayuda a entender la evolución secuencial de las familias y las crisis transicionales por las que atraviesan en función del crecimiento y desarrollo de sus miembros. Pero el CVF ha permitido, además, re-introducir en la terapia sistémica una dimensión histórica, incluyendo el análisis de la historia familiar a lo largo de las generaciones. Esto nos ayuda a detectar los guiones elaborados desde la historia y experiencia de generaciones anteriores, que prescriben ciertos modos de relación y orientan a las familias a la hora de abrirse camino a través de las diferentes etapas del ciclo vital familiar.
Al adoptar esta perspectiva del CVF, no estamos viendo únicamente yuxtaposiciones de las biografías de los miembros de la familia (no se niega la individualidad natural de cada uno de sus componentes) sino la evolución del sistema familiar en su conjunto y en su perspectiva histórica. Por supuesto, en ocasiones, miembros del mismo sistema tendrán perspectivas diferentes del desarrollo de su familia, puntos de vista tan dispares en algunas ocasiones que pueden ser contradictorios o generadores de conflictos.
Mujer de 50 años; durante su infancia y adolescencia su padre tenía una amante, era un hecho muy conocido y comentado en su pueblo, incluso ella le vio en alguna ocasión con esta mujer. Sin embargo siempre que quería hablarlo con su madre ésta lo negaba, decía que eran habladurías de la gente; esto producía una rabia intensa en la paciente que comenta que “lo que más me fastidiaba es que me hacía sentir que yo me lo inventaba, no soportaba tanta negación e hipocresía. En cuanto cumplí la mayoría de edad me fui del pueblo, tardé dos años en volver, lo hice después de una conversación con mi madre a ‘corazón abierto’. Entre otras cosas me contó que su madre fue abandonada por su marido después de haberle sorprendido ella en una infidelidad (la paciente creía que el abuelo había fallecido). Fue una época de muchos problemas, mi abuela y sus hijos pasaron hambre y vergüenza, eso me hizo comprender el miedo al abandono que podía tener mi madre”.
En el ciclo vital familiar se distinguen etapas que son cualitativamente distintas entre sí y que marcan momentos evolutivos diferentes. Cada miembro va a aportar sus experiencias y su forma de comunicarse aprendida en sus familias de origen, estableciéndose interactivamente nuevos acuerdos y reglas mediante ensayo y error. Para que la familia funcione es necesario que tenga una estructura. En la familia con hijos, la autoridad debe estar bien delimitada y ejercida por el sistema parental. Con el paso del tiempo se realizará con la co-responsabilidad de todos sus miembros y a medida que los hijos se van haciendo adultos se irá haciendo más simétrica. La familia funcional establecerá límites obvios y permeables con reglas claras y flexibles, generando sus propias dinámicas que cambiarán en su forma y función.
Estos cambios están inmersos en la cultura y costumbres a la que pertenece la familia; en base a ello, no podemos decir que existan formas correctas o incorrectas de pasar por las diferentes etapas. Sin embargo, se considera que el ciclo vital familiar es una secuencia ordenada y universal, prácticamente predecible, en la que la solución de una etapa va a facilitar la superación de la etapa posterior, planteando demandas específicas que se denominan tareas evolutivas.
En cada transición y cuando ya se avecina la necesidad de la misma, van a tener lugar distintos procesos, como son las transiciones (Barnhill y Longo, 1978), las crisis de paso (Imber-Black, 1989) o las crisis de desarrollo (Pittmann, 1990), cuyas diferencias abordaremos más adelante.
En cada etapa vamos a encontrar características que están relacionadas con modificaciones estructurales, ya sea el crecimiento o decrecimiento en el tamaño de la familia, con nuevas y distintas funciones en sus integrantes, con obstáculos y con cambios fundamentales en sus tareas que si no son aceptados pueden provocar crisis en el núcleo familiar. Hasta tres o cuatro generaciones se deben acomodar simultáneamente a las transiciones del ciclo vital. Por ello, los acontecimientos que tienen lugar en un nivel, forzosamente van a tener efectos en las relaciones de otros niveles (Carter y McGoldrick, 1999).
Juan, 57 años comenta: no puedo más, soy hijo único, mi madre está peor cada día. La he traído a casa y mis hijos se quejan de que les ha invadido su habitación, mi mujer aunque la atiende no la cuida y está enfadada todo el día y ahora como si tuviera poco en la empresa me plantean un traslado que no acepta nadie en mi familia…
Existen distintas aportaciones al concepto de CVF, ya sea desde el individuo o desde la familia, que son las que desarrollaremos más detalladamente en este capítulo. A pesar de las numerosas clasificaciones, estos modelos explicativos comparten la idea de que las etapas son cualitativamente diferentes entre sí, la existencia de tareas evolutivas determinadas en cada etapa y la importancia de las transiciones y su afrontamiento.
Modelo de ciclo vital individual de Erik Erikson
Erik Erikson propuso en 1968 un esquema de cambios sucesivos y escalonados en la formación del yo, con un “plan básico” a partir del cual iban surgiendo etapas que dominan durante un periodo y se caracterizan por presentar una o más crisis internas. Es un proceso continuo y dinámico, en el que si ocurre un estrés intenso puede haber retrocesos totales o parciales a niveles previos de funcionamiento. Erickson identificó ocho etapas en el ciclo vital del individuo: 1. La confianza básica versus desconfianza básica (0-18 meses, aproximadamente). 2. Autonomía versus vergüenza o duda (1-3 años aproximadamente). 3. Iniciativa versus culpabilidad (3-5 años, aproximadamente). 4. Laboriosidad versus inferioridad (6-12 años aproximadamente). 5. Identidad versus difusión de roles (11 años hasta acabar la adolescencia). 6. Intimidad versus aislamiento (21-40 años). 7. Productividad versus estancamiento (40-60 años aproximadamente). 8. Integridad versus desesperación (desde aproximadamente los 60 años hasta la muerte).
Modelo del ciclo vital familiar de Duvall
En su trabajo clásico de 1957 y precursor de otros modelos, Duvall dividió el ciclo vital en ocho etapas (inicio de la familia, llegada del primer hijo, familia con hijos preescolares, familia con hijos escolares, familia con hijos adolescentes, familia de plataforma, familia de edad madura y familias ancianas), etapas secuenciales en la evolución de la familia y relacionadas con entradas y salidas de sus miembros y con hechos nodales como son el nacimiento, la crianza de los hijos, la partida de éstos del hogar y la muerte de algún miembro.
Modelo del ciclo vital familiar de McGoldrick y Carter
En 1980 McGoldrick y Carter elaboraron un modelo bidimensional del CVF, donde describían dos tipos de flujos, uno vertical donde se aprecian patrones de relación y funcionamiento que se transmiten a través de generaciones, como son las cargas con las que nacemos, las actitudes, tabúes y expectativas de la familia, y un flujo horizontal donde están las presiones previsibles que conlleva la evolución, y las imprevisibles, como son los divorcios, enfermedades, muerte, etc. Dividen el ciclo vital familiar en seis etapas con sus respectivas tareas:
Adulto joven independiente
Desde que el joven piensa en emanciparse hasta que deja la casa familiar. En esta etapa los padres deben aceptar la separación de sus hijos, y éstos desvincularse emocionalmente de sus progenitores, desarrollando relaciones íntimas con otros.
Formación de la pareja
La pareja recién formada crea un nuevo sistema familiar, que aun estando ligado a las familias de origen, es independiente. Cada miembro de la pareja ha de negociar aspectos cotidianos de la convivencia y de las relaciones con sus respectivas familias.
Es una época de encuentro y de intensas negociaciones y adaptaciones entre los dos miembros que proyectan compartir la vida. Cada cónyuge aportará todo aquello que ha aprendido, vivido y experimentado en su propia familia de origen. A menudo se desea que uno asuma las formas que son familiares al otro, así como las actitudes con las que se desenvuelve con mayor comodidad, muy influidas por los modelos aprendidos en sus propias familias de origen. Esta familia extensa, formada por la conjunción de ambas familias, con sus formas particulares de involucrarse, va a crear una red muy compleja que influirá en las tareas de la pareja.
En esta red interactuarán de manera permanente tres modelos: los de origen, los creados como algo propio que los define como pareja distinta de las que les rodean, y los deseados, no siempre alcanzables, pero influyentes en la dinámica de progreso y crecimiento de la pareja.
José es un varón de 28 años, casado desde hace uno, que acude a consulta por presentar ansiedad que relaciona con su permanencia en el paro desde hace seis meses. Durante la primera entrevista verbaliza que tiene varias dificultades, entre ellas, la más relevante es negociar ciertos límites con la familia de su mujer. Refiere que necesita irse a la cama a las diez de la noche por si al día siguiente le llaman para realizar una entrevista de trabajo (en su mundo laboral las entrevistas son de un día para otro): “debo asistir fresco y descansado, pero los padres de mi pareja tienen la costumbre de llamar cuando quieren y suelen llamar a las once de la noche, eso me sobresalta y ya duermo intranquilo; le he dicho varias veces a ella que les diga que no llamen más tarde de las nueve y media, pero no es capaz de decírselo. Yo he hablado con mis padres y ya lo respetan, pero que ella no lo haga nos está generando dificultades”.
En la medida en que los contenidos de estos tres modelos se adaptan a las preferencias del otro cónyuge, algunas conductas van a ser reforzadas y otras descartadas; de ese modo podemos decir que se constituye un nuevo sistema familiar. La evolución de la pareja no se detiene nunca: la meta es la madurez, entendida como un continuo proceso dinámico de avance, donde la existencia de vínculos maduros es un requisito imprescindible para garantizar la estabilidad de la pareja. Los vínculos deben forjarse en torno a los tres elementos que Sternberg (1999) señala como integrantes del “triángulo del amor”: compromiso, intimidad y pasión que, a su vez, pueden completarse con los dos que cita García Vega (2001): interés y afectividad como integrantes del “pentágono del amor” (Ríos, 2006).
Lucía es una mujer de 42 años, que presenta un trastorno bipolar. Ha tenido varios ingresos. Comenta que desde el primero, que fue un mes antes de casarse, la familia de su marido hizo lo posible para que no se casaran, “pero estábamos muy enamorados, hablamos sobre ello, nos informamos sobre mi enfermedad y si ésta podía afectar a nuestros futuros hijos. Él me ha acompañado en todo mi proceso; tenemos dos hijos de diez y ocho años, como pareja seguimos funcionando bien, seguimos enamorados, ahora incluso su familia colabora si yo estoy descompensada o necesito ingresar…”.
En esta viñeta apreciamos que el pentágono del amor que existe entre Lucía y su marido estaba presente desde los inicios de la formación de la pareja y que persiste, pese a las dificultades debidas a su enfermedad.
El primer embarazo merece mención especial, ya que es un suceso de vital importancia en la relación de la pareja. Este acontecimiento produce considerables alteraciones en los roles, en especial para la mujer en lo que a profesión y maternidad respecta; generalmente, estos factores encierran menos relevancia en embarazos posteriores. Esta situación moviliza a la pareja hacia la siguiente etapa del ciclo vital familiar.
Familia con hijos pequeños
El nacimiento del primer hijo transforma el subsistema conyugal en el subsistema parental. Los cónyuges afrontan la tarea de aceptar e incluir un nuevo miembro en el sistema familiar y de incorporar nuevas funciones relacionadas con la crianza. Es este el momento en el que el hombre debe asumir su paternidad, ya que el compromiso de la mujer comenzó durante el embarazo. Otra tarea importante de la pareja es mantener al niño fuera de “coaliciones intergeneracionales” ya que es frecuente que los conflictos no resueltos entre la pareja se desplacen a la crianza del niño.
La entrada de un hijo en la relación de la pareja puede tener un efecto muy significativo en el nivel de intimidad físico y emocional. En muchos casos, la satisfacción de pareja disminuye después del nacimiento del primer hijo (disponen de menos tiempo para estar solos, las demandas físicas del nuevo miembro requieren gran atención…). Por ello, la asunción de nuevos roles parentales es fundamental.
En relación con las familias de origen, habrá que modificar las relaciones preexistentes para incorporar los roles de abuelos, tíos, etc., renegociando contactos y fronteras y estableciendo progresivamente en qué manera los miembros de las respectivas familias de origen van a intervenir en el proceso de crianza sin interferir con los padres. Asimismo, se tendrán que modificar las pautas de crianza a medida que el bebé vaya adquiriendo habilidades, como son el lenguaje, la marcha, etc.
En esta etapa es probable que nazca otro hijo, estableciéndose el subgrupo fraterno, que obligará a modificar las pautas de crianza instauradas anteriormente.
Marta tiene 26 años; refiere que desde que ha nacido su hija, que ahora tiene 9 meses, se encuentra amargada. “Mi marido se pasa todo el día en el trabajo y los fines de semana si no sale con sus amigos, se sienta en el sofá con malas caras, no se hace cargo para nada de la niña, sólo para jugar con ella, no le ha cambiado el pañal ni un día, dice que ya están sus padres que me ayudan por él, no comprende que aunque me ayuden le necesito a él. Me ha decepcionado, es un inmaduro, yo no quiero un padre así para mi hija y encima sus padres le tratan como a un niño, le justifican, vienen a casa cuando quieren; no puedo más con esta situación”.
Familias con hijos adolescentes
El periodo de la adolescencia suele ser turbulento para los adolescentes y para el resto de la familia, apareciendo conflictos entre padres e hijos e incluso entre la pareja. Es el momento de comprender la importancia y el papel que cobra en la vida del adolescente el grupo de iguales, ya que es un sistema con sus reglas, pautas y valores propios. Por lo tanto habrá que resolver las demandas que van a surgir por parte del adolescente como son el cuestionamiento de la autoridad de los adultos, la necesidad de ejercer su propia autoridad, la toma de decisiones de forma independiente, etc. Es el momento de aceptar su autonomía, pero manejando adecuadamente sus límites (con posibilidad de renegociarlos progresivamente), permitiendo que los adolescentes tengan su propio espacio para experimentar y equivocarse, y facilitando que puedan recurrir a sus padres si lo necesitan. El éxito en el paso por esta etapa de crisis requiere una gran flexibilidad en las transacciones emocionales, que permitan la progresiva independencia de los hijos.
No debemos olvidar que en esta etapa los padres a su vez están pasando por la crisis de la edad media (incertidumbre de no ser ya joven, evaluación de todo lo realizado hasta el momento), por lo que será necesario reacomodar la relación conyugal y parental, preservando un espacio de intimidad conyugal frente a las exigencias de lo parental.
Finalmente, hay que considerar a la generación precedente (abuelos), ya que en esta etapa de su propio desarrollo individual empiezan a ser frecuentes los problemas de salud, las situaciones de incapacidad, las depresiones, etc.
Belén, una mujer de 46 años, se define como hipocondríaca y muy preocupada por todo lo que pasa a su alrededor, “aunque no tenga nada que ver conmigo, sufro”. Tiene un hijo de 19 años y una hija de 12, “vivo con mucho miedo, creo que les va a pasar algo. El mayor está enfadado conmigo porque dice que no le llame al móvil cuando sale por las noches, lo hago unas cinco veces hasta que llega a casa, si no me lo coge lo paso fatal, me han dado varias crisis de ansiedad, incluso en la primera hubo que llamar al SAMUR, yo necesito saber si está bien. Mi marido dice que soy una exagerada y se pone de parte del chico, siento que no me hace caso, incluso ha llegado a amenazarme con que si sigo así se separa de mí, dice que el chico tiene que vivir su vida y después tendrá que hacerla la niña. Yo no consigo verlo así, sé que debería ser de esta manera, pero para mí es insufrible”.
El despegue de los hijos
Este período comienza cuando el primer hijo adulto joven se independiza abandonando el hogar y acaba cuando el “nido” se queda vacío. Los hijos han creado sus propios compromisos e intereses fuera del hogar: amigos, una carrera, un trabajo, y en muchos casos, una pareja con la que compartir su vida. En esta etapa el funcionamiento del sistema familiar exige la aceptación de la salida de los hijos con las nuevas y múltiples entradas al mismo: se van los hijos, vienen los miembros políticos, llegan los nietos, etc. La nueva organización es ahora una relación entre adultos, quienes han de ir renegociando explícita o implícitamente el modo de relacionarse y convivir. Además, es frecuente el hecho de tener que enfrentarse a la incapacidad y/o la muerte de los propios padres.
Dependiendo de lo adecuado que haya sido el desarrollo de la familia, los hijos estarán preparados para emanciparse y los padres volverán a centrarse en su relación de pareja. La partida de los hijos puede generar un sentimiento de soledad y de vacío en los padres, y especialmente en la madre, cuando ella ha sido la principal cuidadora, pues se siente “jubilada” de su función materna. Es el momento de generar un reencuentro entre los cónyuges para afrontar la etapa de “nido vacío”. El subsistema conyugal tendrá que enfrentarse nuevamente a un desarrollo individual y de pareja.
Felipe es un varón casado padre de un hijo de 24 años. Siempre ha trabajado de noche; su mujer tenía horario de tarde. Al volver del trabajo llevaba a su hijo al colegio y luego se acostaba, comían los dos juntos y pasaba toda la tarde con él ayudándole en las tareas; considera que se ha encargado él más de su hijo que su mujer. El hijo se ha marchado de casa con su pareja hace tres meses y Felipe comenta que desde entonces tiene una sensación real de vértigo, como un mareo continuo. “Yo creía que mi mujer lo iba a pasar mal porque quería que se casara y no lo ha hecho, pero la veo tan contenta, sale con sus amigas, está encantada con su nuera y a mí todo me da vueltas”.
La familia en la vejez
En este periodo la pareja se enfrenta a nuevos desafíos como la jubilación, su reencuentro, la enfermedad y la proximidad de la muerte. Debe afrontar cambios no sólo en lo individual sino también a nivel familiar. El relevo generacional es inminente, por lo que es necesario traspasar el rol directivo a los hijos y explorar nuevas opciones de roles familiares y sociales. Las parejas que han ido creciendo a lo largo de su ciclo vital, tanto de forma individual como familiar, experimentarán en este momento un sentimiento de libertad y un reforzamiento de su relación conyugal.
Una de las particularidades de esta fase es el hecho de ser abuelos. La relación abuelos-nietos tiene una connotación especial, ya que no se ve complicada por las responsabilidades, obligaciones y conflictos inherentes a la relación padres-hijos: el contacto es más libre y placentero con los nietos que el que existía con los propios hijos.
Llama la atención cómo en esta última etapa las referencias a la muerte en los distintos modelos del CVF son sumamente discretas. Es este un momento de intenso estrés; la pérdida de la pareja expone al superviviente a una gran soledad y a un nuevo rol, necesitará ayuda y cuidados ante el desamparo que siente y tendrá que indagar sobre posibles tareas que le hagan sentirse útil. La familia, a su vez, se tiene que enfrentar a una nueva y difícil situación: cuidar o delegar los cuidados de los padres enfermos o ancianos. En este momento también hay que enfrentarse a la elaboración del duelo. Los estudios de Walsh y McGoldrick (1991) abordan el impacto ocasionado en el CVF por la muerte y el duelo no resuelto.
Manuel es un varón de 68 años, viudo desde hace un año y medio; estuvo casado 46 años con su mujer. Desde que ésta enfermó de cáncer hace cinco años ha estado cuidándola, incluso solicitó la jubilación anticipada para dedicarse a ella. También recibió gran ayuda de sus hijos, pero comenta: “desde que ella falleció no levanto cabeza, lo único que me apetece es estar en la cama. Echo de menos a mi mujer, he puesto sus fotos en el salón, en la habitación, necesito verlas. Mis hijos están muy preocupados; me han llevado al médico y me ha puesto pastillas para la depresión. Tengo a todos revueltos, sobre todo a la pequeña que está embarazada y la veo muy preocupada conmigo”.
El modelo que se acaba de exponer describe la visión clásica de las fases del ciclo vital familiar, que debe ampliarse para tener en cuenta la diversidad de configuraciones familiares actuales y la influencia de variables culturales, étnicas, de género, etc. A continuación se presentan estos factores:
Divorcio
El número de divorcios se ha incrementado en las últimas décadas, existiendo una mayor normalidad en la aceptación del mismo. Atravesar la crisis del divorcio no significa necesariamente la instalación de una patología en el sistema familiar o en alguno de sus miembros; sólo existirá patología cuando se presenten actitudes de manipulación, rigidez o de resistencia al cambio que implica toda separación. Al igual que en la resolución de otras crisis, puede ser una oportunidad para crecer.
Alba tiene 23 años, ha finalizado sus estudios universitarios y asiste a tratamiento por ansiedad tras haber sido atracada en la calle. Al realizar la evaluación diagnóstica refiere que sus padres se separaron cuando ella tenía 10 años y al preguntarle por este hecho refiere que: “fue un mazazo cuando mis padres me dijeron que se separaban, pensaba que me iban a abandonar; pese a que no han tenido nunca buena relación, jamás he sentido que esto para mí fuera un problema, nunca me he sentido desorientada por este hecho, siempre me he sentido querida y apoyada por ellos, incluso creo que soy más madura que algunas compañeras que no han vivido esta situación”.
Género
En todos los modelos psicológicos de desarrollo que se elaboraron hasta los años 70, sobre todo los formulados por teóricos varones (Freud, Erikson, Kohlberg, Piaget…), los valores femeninos son obviados o considerados propios de un esquema de desarrollo exclusivamente femenino, en relación a representaciones, normas y valores sociales de su época.
En la década de los 80, autoras como Carter y McGoldrick, introdujeron una perspectiva de género al estudio del CVF, visibilizando cómo las mujeres han vivido de manera muy diferente a los hombres el ciclo vital familiar. Su socialización y los estereotipos sexuales no han sido solamente diferentes sino desiguales, sometiéndolas a un comportamiento de dependencia del hombre, donde ser mujer significaba no poder vivir ciertas etapas que hoy se viven con naturalidad (en algunas sociedades) respecto a la emancipación de las jóvenes. Tradicionalmente la mujer pasaba de la autoridad paterna a la conyugal, sin poder emanciparse. Tampoco era frecuente sustentar una familia monoparental que, debido a la inexistencia del divorcio, sólo se podía realizar en condiciones de viudedad y normalmente conllevando grandes penurias económicas.
El papel de la mujer ha cambiado, su participación activa en el mundo laboral, en el desarrollo de su profesión, en lo social, político y cultural, así como el acceso al control de la natalidad, ha producido grandes cambios. En las últimas décadas la mujer ha aplazado la vida en pareja; puede decidir tener hijos, no tenerlos o aplazar el primer embarazo. Aunque el reparto de funciones en la familia ha ido cambiando y va existiendo una mayor implicación de los hombres en el cuidado de los hijos, la conciliación laboral y la crianza sigue concibiéndose como una tarea propia de las mujeres, haciendo adaptaciones en su trabajo o recurriendo en frecuentes ocasiones a la ayuda de los abuelos, lo cual está creando nuevos patrones de relación familiar, que por supuesto, han modificado la vivencia del CVF.
Familias monoparentales
En estas familias, un progenitor convive con y es responsable en solitario de sus hijos e hijas menores o dependientes. La mayoría de estas familias tienen su origen en un divorcio o en el fallecimiento de uno de los padres, aunque se está produciendo un incremento de mujeres solteras que deciden tener hijos o adoptarlos en solitario. Recientemente hay un número creciente de padres que por diferentes circunstancias asumen el cuidado cotidiano de sus hijos, encontrándonos con hombres solteros que deciden ejercer una paternidad en solitario, bien sea bajo la forma de acogimiento familiar, adopción o asumiendo la custodia de hijos fruto de una anterior relación. Con frecuencia se da el caso de madres o de padres inmigrantes que aunque sea temporalmente se hacen cargo en solitario de sus hijos hasta que consiguen la reagrupación familiar. No debemos olvidar que también constituyen un núcleo monoparental en una familia más amplia, adolescentes con un bebé o una madre (sin pareja) con hijos que viva con sus padres.
Las variadas circunstancias económicas de estas familias, así como los diferentes contextos ideológicos y culturales en los que estén inmersas van a hacer muy diferente la vida de las familias monoparentales en función de que el adulto responsable sea un hombre o una mujer, debido a las asimetrías que condicionan, bajo prescripciones de género, modos de vida muy desiguales entre los sexos.
Familias homoparentales
Desde el año 2005, al haber sido reconocida legalmente la constitución de familias homoparentales, se ha incrementado en nuestra sociedad la visibilización de parejas de gays y lesbianas, muchas de ellas sin hijos y otras con hijos, bien biológicos o adoptados.
González y López (2005) han encontrado en sus investigaciones sobre las familias homoparentales que han estudiado en España, que éstas constituyen un buen contexto para un adecuado desarrollo infantil y adolescente. Estos estudios han desvelado que el desarrollo psicológico de estos niños está discurriendo por cauces sanos y armónicos, no difiriendo sustancialmente de sus compañeros que conviven con padres heterosexuales.
Situación económica
La coyuntura económica de las sociedades y la situación particular de cada familia pueden generar diferencias dentro del CVF. Esto podemos apreciarlo al constatar cómo actualmente se ha prolongado el tiempo de escolaridad, formación profesional y la realización de estudios superiores complementarios de los jóvenes, aumentando el período de la adolescencia. Esta coyuntura también implica dificultades de los jóvenes para incorporarse al mundo laboral y cuando lo hacen es en condiciones de contratación inestable y con bajos ingresos, lo cual está postergando sus proyectos de vida y de futuro, dilatando el tiempo de permanencia en el hogar y generando dificultades y demoras para la emancipación y para formar una nueva familia.
Con esta coyuntura económica también nos estamos encontrando con más casos en los que la familia nuclear vuelve a convivir con los abuelos, bien porque los ingresos de éstos son escasos y no pueden mantenerse solos o bien porque los abuelos suponen una ayuda a la economía familiar, probablemente debilitada por la permanencia en el paro de uno o varios de sus miembros.
Asimismo, en los últimos años la esperanza de vida se ha incrementado considerablemente; existe un aumento progresivo de personas mayores y nos encontramos con la existencia de un envejecimiento activo, es decir, mayores que participan en aspectos de la vida familiar y comunitaria y por otro lado un envejecimiento patológico y el consecuente aumento de las situaciones de dependencia.
Como consecuencia de la suma de la situación económica y del incremento en la esperanza de vida, encontramos familias en las que existen hijos jóvenes sin poder abandonar el hogar, conviviendo con sus padres y al mismo tiempo con algún abuelo, que posiblemente sufra alguna enfermedad crónica.
Diferencias culturales
Los modelos teóricos supuestamente normativos se han elaborado teniendo como referencia a familias blancas, heterosexuales y de clase media. Pero hoy las configuraciones familiares y las distintas etapas del CVF son también producto de la influencia de las distintas etnias, culturas y religiones con las que nuestra sociedad ha interactuado en las últimas décadas y que han contribuido a aportar nuevos elementos al CVF. Desde los años 80 han surgido críticas a los modelos del CVF en etapas (p.ej., Falicov, 1991; Keith y Whitaker, 1991). Además estos modelos tampoco tienen en cuenta que el desarrollo familiar implica casi siempre transiciones múltiples y simultáneas. Podemos afirmar, pues, que el modelo del CVF tradicional está perdiendo su capacidad para representar en toda su complejidad las fases por las que se transitan los estilos de vida y los diversos tipos de familia.
Magali es una mujer peruana viuda de 48 años. En el momento en que asiste a consulta conviven en el mismo hogar su madre de 66 años, enferma, sin recursos económicos y que se ha traído a España hace dos años, y su hija de 31 con su marido y sus dos hijos (nietos de Magali), de 9 y 7 años. Tras haberse quedado la pareja en paro y sin recursos económicos han sido acogidos hace ocho meses por la paciente. Ella comenta: “traer a mi mamá me ha ayudado a superar la muerte de mi marido, está enferma pero me ayuda y nos damos paseítos juntas, he estado tantos años sin ella que la estoy disfrutando ahora de ancianita; al venir mi hija ya tenemos que estar pendientes de su marido; mis nietos son una bendición, pero hay que estar enfadándose si ven mucha televisión, si no quieren hacer sus tareas, el mayor no quiere ir a la escuela… Acabo cansada y triste muchos días…”.
Las dificultades económicas han hecho que esta familia se reagrupara en torno a la paciente, que es la que mantiene el hogar en este momento. Podemos apreciar cómo se han superpuesto distintas etapas del ciclo vital en los dos últimos años, alterando el equilibrio que estaba intentando conseguir tras su viudedad.
Hay culturas en las cuales la familia tiene una mayor continuidad, en las que la adolescencia se prolonga y otras en la que prácticamente no existe; culturas en las que los abuelos participan en la crianza de sus nietos y no hay nido vacío y otras en las que jubilarse puede ser catastrófico por la inseguridad económica y la falta de protección social en un momento en los que el riesgo para la salud es mayor.
Julio es un paciente de 62 años, casado y con dos hijos, uno de ellos independizado y el menor de 25 conviviendo en el hogar familiar. Éste es mal estudiante, ha cambiado varias veces de carrera universitaria sin finalizar ninguna. Julio, después de jubilarse, empieza a manifestar síntomas depresivos con ideas de ruina. En la sesión, al preguntarle por su relación con su hijo pequeño manifiesta: “le veo incapaz de centrarse en su carrera, siempre ha ido mal en los estudios, pero es un chico feliz, tiene amigos, sale bastante, es muy bromista”. Esbozando una sonrisa dice de él que “es un eterno adolescente, ahora mi preocupación no es él, me preocupa que con mi pensión no estemos tan bien de dinero como antes…”.
En esta viñeta apreciamos dos situaciones coexistentes: la adolescencia prolongada del hijo y la jubilación paterna, que han generado inseguridades e ideas de ruina en el paciente.
Como vemos, las familias no tienen un curso lineal, no empiezan ni terminan, sino que se continúan como una espiral con el nacimiento de nuevos miembros y la muerte de otros. Los eventos familiares son configuraciones repetitivas que se suceden a lo largo de la vida de la familia, incluso de sus sucesivas generaciones; las etapas evolutivas vinculadas a su crecimiento contienen procesos tanto de continuidad como de cambio.
Las transiciones normales entre etapas constituyen un momento privilegiado de cambio que por lo general flexibiliza la estructura familiar y genera nuevas posibilidades. También se pueden generar disfunciones transicionales, que pueden conducir a conflictos más prolongados.
Golan (1998) ve las transiciones como periodos de incertidumbre y cambio que se dan entre otros periodos de mayor certeza y estabilidad.
Cowan y Hetherington (1991) concretan más, y consideran que para que se dé una transición, es necesario que exista una reorganización tanto de la vida interna (cómo los individuos entienden y sienten sus vidas y el entorno) como del comportamiento exterior (reorganización de la vida de los individuos y de sus relaciones). Son cambios respecto a cómo el individuo se comprende a sí mismo y al mundo, y cómo reorganiza los niveles de competencia no sólo personales y familiares, sino también adoptando roles en las relaciones con los demás.
Los momentos de transición en la vida familiar producen tensiones que exigen cambios en la organización familiar para adaptarse a las necesidades cambiantes de sus miembros. Los límites se relajan o se hacen rígidos, las reglas y los roles se confunden, se replantean jerarquías, se reviven conflictos irresueltos. Estos momentos serán más o menos estresantes según sea la historia de resolución de las crisis vitales, la cohesión familiar, la adaptabilidad, los rituales de transición, los mecanismos de manejo y hasta el significado atribuido a las diferentes etapas del CVF.
Autores como Beavers y Hampson (1995) y Breunlin (1989) han elaborado modelos activos del desarrollo familiar (que exponemos a continuación), que contrastan con los modelos estáticos tradicionales y facilitan una comprensión de las transiciones.
Considera el desarrollo familiar como una evolución en forma de espiral entre dos polos: centrípeto-centrífugo. Estos términos describen organizaciones de la familia y estilos relacionales que deben ajustarse a las necesidades de sus miembros y que se modifican a lo largo de su vida. Las familias en su configuración centrípeta focalizan sus intereses principalmente en los acontecimientos intrafamiliares, estableciendo límites muy fuertes hacia lo externo, mientras que internamente estos límites son muy permeables. En la medida que la familia evoluciona hacia la individuación de los hijos, evoluciona hacia una configuración centrífuga, que culminará al final de la adolescencia, cuando los hijos se hacen adultos jóvenes.
A lo largo del tiempo las fronteras familiares se modifican de manera regular y predecible. El nacimiento de un hijo puede activar la configuración centrípeta de la familia: la familia extensa se reagrupa, ya que “nacen”, además del niño, los padres, los abuelos, los tíos, etc. Estos cambios son profundos, pues implican nuevos roles y asumir una reorganización de la identidad. Esta configuración familiar es adaptativa y necesaria en las fases tempranas de la crianza de los hijos, lo mismo que en toda situación que amenace la vida de algún miembro y/o la integridad de la familia.
Víctor acaba de tener a su primer hijo y desde que nació el niño se siente extraño, recibe críticas tanto de su madre como de su mujer respecto a la crianza del niño, “dicen que no sé calmarle, que le pongo más nervioso. Mi mujer no quiere tener intimidad conmigo, nuestra relación ha cambiado tanto y la siento tan distante, que siento una gran soledad dentro de todo el barullo que hay en mi casa, sus padres, los míos… Pienso que todo ha cambiado desde que nació el niño, mi mujer me ha mandado al psicólogo, dice que no me entiende, que estoy celoso. Me siento culpable de estar así, porque yo verdaderamente quiero a mi hijo”.
En familias con adultos jóvenes la configuración es centrífuga. Los límites alrededor de la familia son más permeables, pero los límites entre sus miembros están mejor definidos y son más fuertes, por lo que se privilegia la individuación, autonomía, identidad personal e independencia. Se establecen relaciones íntimas y actividades fuera de la familia, aumentando con ello la distancia emocional y la autonomía entre sus miembros.
Pilar es una mujer de 53 años, tiene un hijo de 24 que se ha ido a trabajar a Alemania y una hija de 20 que está en Italia estudiando con una beca. Ella está orgullosa de los éxitos académicos y laborales de ambos, “yo siempre he dado importancia a los estudios, a que sepan hablar varios idiomas, pero ahora que están lejos, no sé con quién se relacionan, cómo se enfrentan a lo cotidiano, a lo doméstico, no creo que puedan ser independientes ni autónomos, pienso en ellos y me entra angustia, sin embargo, veo que les he educado para ello”.
Si la configuración predominante en la familia es centrípeta, es posible que en un momento en el que se precise mayor distancia y diferenciación, es decir, un movimiento centrífugo, aparezca la disfunción y, por tanto, la posibilidad de enfermar. El período de la adolescencia sería un ejemplo: si la familia, ante la amenaza que puede representar este periodo para su estabilidad, se cierra y no flexibiliza sus fronteras, es muy posible que aparezca algún síntoma familiar (el adolescente con un trastorno de conducta, una crisis de pareja, una madre deprimida, un padre infartado, etc.). Aparecen síntomas en un miembro cuando no se puede lograr el cambio necesario por la transformación apropiada y suficiente de la estructura familiar.
Esta configuración centrípeta la podemos observar en la familia de Antonio e Isabel que son padres de dos hijas, de 17 y 15 años. Asisten a consulta tras un intento autolítico de la hija mayor. Ambos se definen como una pareja correcta, exigentes en la educación, que han supervisado continuamente los estudios y amistades de sus hijas y que consideran que su hija mayor todavía no está preparada para realizar ciertas actividades, entre ellas, tener un novio o irse de viaje con las compañeras del colegio. La hija mayor comenta: “agradezco mucho todos sus desvelos, son muy buenos padres, pero necesito respirar, salir con mis amigos, tener la responsabilidad de mi vida sin que estén comentando continuamente si debo hacer esto o lo otro, me hacen sentir culpable si me equivoco”.
Breunlin (1989) reconoce que el ciclo vital debe ser un esquema que sirva de marco de referencia a la terapia familiar y para ello propone un nuevo modelo, el de la teoría de la oscilación. Esta teoría rechaza la distinción que se da en las transiciones entre cambios de primer orden (graduales, lineales, conservadores de las reglas que se aplican a las habilidades ya existentes y donde se desresponsabiliza al individuo...) y los de segundo orden (bruscos, discontinuos, modificadores de las reglas, que crean habilidades nuevas y se atribuye la responsabilidad al individuo…). Propone que las transiciones no ocurren como funciones escalonadas en las que se dan saltos de una forma discontinua de un nivel de funcionamiento a otro, sino que se producen a través de una oscilación entre niveles de funcionamiento, donde coexistirán durante un período de tiempo nuevas y antiguas secuencias de comportamiento y existirá un movimiento adelante y atrás entre lo antiguo y lo nuevo.
Estas oscilaciones son características inevitables en toda transición. En una familia normal, esas oscilaciones se amortiguan cuando el nivel de funcionamiento superior predomina y reemplaza a un nivel de funcionamiento previo. Los síntomas aparecerán y se mantendrán cuando la familia, para dar paso a una transición, estabiliza una oscilación en el tiempo.
Breunlin rechaza la distinción entre etapa y transiciones e in–corpora un nuevo concepto: microtransiciones, que hacen referencia a los progresos en el desarrollo individual que facilitan cambios en la familia. Estas microtransiciones serían como cada uno de los momentos cruciales de una transición que nos llevan, paulatinamente, al cambio de estado. Es la competencia (habilidad) de cada miembro de la familia lo que cambia en el curso del CVF, posibilitando así el desarrollo familiar. Las oscilaciones se expresan en función de esta competencia y pueden observarse como un balanceo entre conductas muy competentes y muy incompetentes.
La viñeta siguiente puede ayudarnos a comprender esta explicación:
Juana tiene 34 años, siempre ha trabajado en la limpieza y se ha dedicado al cuidado de sus padres. La madre tiene Alzheimer, el padre ha fallecido hace un año tras padecer una larga enfermedad. A los pocos meses del fallecimiento, su hermana menor le comunica que es lesbiana y que su proyecto es casarse con su pareja, trasladándose a vivir a la casa de ella; hasta ese momento la paciente creía que era sólo una amiga. Juana viene a consulta por presentar pérdida de memoria, tiene muchas dificultades para realizar las tareas básicas del hogar, no sabe cómo cocinar, se le olvida la medicación que tiene que darle a su madre, se desorienta cuando realiza la compra y no reconoce caminos habituales por donde ella solía pasear.
Apreciamos cómo esta paciente presentaba niveles de competencia adecuados para el momento de su ciclo vital familiar, (independencia económica, cuidado de personas mayores, actividades sociales…) pero al presentarse una situación vital distinta en la que su familia está realizando una transición (independencia de su hermana, aceptación de la sexualidad de ésta, quedarse sola ante el cuidado de la madre), la paciente comienza a presentar síntomas.
Cuando una microtransición genera una secuencia que regula la conducta de competencia en un nivel menos que competente o más que competente, surge la posibilidad de que se produzca una oscilación. Si la familia se estabiliza en una oscilación aparecerán síntomas (es lo ocurrido en Juana). Esta oscilación se amortigua cuando un número suficiente de microtransiciones produce resultados que regulan la competencia en un nivel adecuado. La teoría de la oscilación propone que un síntoma surge como resultado de la incapacidad de la familia para regular la conducta en un nivel de competencia apropiado. El síntoma puede aparecer como una metáfora de la oscilación, una tentativa de solución o una manifestación de sus extremos (tras realizar entrevistas con Juana y su hermana y posteriormente incluyendo a la pareja de ésta, se amortiguó la oscilación).
Las microtransiciones, según Breulin pueden tener tres desenlaces:
1. La secuencia continúa regulando la conducta en un nivel de competencia pretransicional, de modo que un nivel que antes pudo ser apropiado, con el tiempo se vuelve inapropiado.
En el caso que ilustramos, Juana podría presentar más conductas de aislamiento, de incapacidad de cuidado de su madre y de incompetencia laboral, quedándose instalada en esa oscilación de posibles síntomas depresivos o de pseudodemencia que impidan la transición.
2. La secuencia regula la conducta en un nivel de competencia superior al apropiado.
Juana, para la cual el fallecimiento de su padre y el anuncio de boda y traslado de su hermana fueron impactantes, podía haber seguido trabajando fuera de casa y cuidando sola a su madre, lo cual habría tenido un coste psíquico para ella.
3. La secuencia regula la conducta en un nivel de competencia apropiado.
Juana elaboró el duelo del fallecimiento de su padre, superó sin dificultades la “sorpresa” de la identidad sexual de su hermana y pudo gestionar con ella acuerdos respecto al cuidado de su madre. Para ello buscaron una residencia cercana a la vivienda habitual, a la cual Juana iba todos los días a acompañar a su madre. La hermana iba varias tardes a la semana coincidiendo con la paciente y los fines de semana comía en el nuevo domicilio de su hermana.
Puesto que un síntoma es la manifestación de una oscilación, las intervenciones en terapia se centraron como indica Breunlin en el amortiguamiento y eliminación de la oscilación, para así restaurar el desarrollo normal y eliminar el síntoma.
En la década de los 60 Caplan y colaboradores definieron la crisis familiar como cualquier experiencia que exigiese a sus miembros hacer cosas hasta entonces ajenas a su repertorio cómodo. Comprobaron que las crisis, sea cual sea el estresor que las provoque, se parecen mucho entre sí, y las presentaron como un periodo transicional que es tanto una oportunidad para el desarrollo de la personalidad como un peligro por la mayor vulnerabilidad al trastorno mental. Erikson (2000) constató que la transición entre etapas se realizaba en unos períodos de características especiales a las que denominó crisis evolutivas. También definió las crisis accidentales, en las que bruscamente y por casualidades de la vida, se rompe la provisión de aportes básicos y dejan de ser efectivos los procedimientos de afrontamiento utilizados hasta entonces.
Los esquemas del desarrollo familiar presentados anteriormente, describen los cambios producidos en las familias en circunstancias normales. Los que se exponen a continuación nos ayudan a entender cómo reaccionan las familias cuando se enfrentan a circunstancias excepcionales, estableciendo una tipología de crisis familiares (Pittman) y un modelo para entender cómo las familias afrontan las circunstancias estresantes (Hill).
El esquema más conocido para estudiar el estrés familiar y su afrontamiento es el de Hill: el modelo ABC-X (Hill, 1949, 1958; McCubbin y Patterson, 1983), en el que A representa el hecho estresante, B los recursos de la familia para afrontarlo, C la interpretación que da la familia al hecho y X el resultado o estado de la crisis.
Federico tiene 54 años; (A) su empresa ha quebrado recientemente. Refiere una situación económica muy delicada porque tiene muchos créditos desconocidos por su familia, créditos que ha solicitado para realizar aportaciones a su empresa y también por algunas compras que realizó unos años atrás (un pequeño barco, una casa en una isla y otro tipo de comodidades de las que están disfrutando en familia). “Nunca les he contado cómo es nuestra situación financiera, soy yo el que gestiona la economía”. Federico presenta una ideación autolítica muy intensa, siente que va a defraudar a su familia y no se atreve a decirles nada. Se convoca una entrevista familiar en la que Federico se atreve a exponerse delante de su mujer y de sus tres hijos varones de 22, 20 y 17 años.
(B) A lo largo de la entrevista todos se muestran muy sorprendidos y afectados, pero sobre todo les afecta oír los sentimientos de Federico. Toda la familia responde al unísono y generan alternativas viables que tranquilizan y emocionan considerablemente a Federico. (C) Refieren sentirse culpables pues quizá ellos han llevado un ritmo de vida elevado, sin preguntarse si era posible o no, recriminan a su padre el no haber tenido confianza en ellos para comentarles las dificultades. (X) Se realizó una segunda entrevista con Federico en la que verbalizó que se encontraba muchísimo mejor; contar con su familia había sido un alivio, además todos gestionaron sus gastos e hicieron aportaciones sobre lo que era prescindible en la familia.
Para Frank Pittman (1989), se padece una crisis cuando una tensión afecta a un sistema, provocando cambios que permiten la adaptación. Las crisis son como marcadores que separan los períodos de estabilidad y que ineludiblemente forman parte de la vida, trasladando al sujeto y a la familia a otro nivel de madurez. En cada estadio de desarrollo es inevitable una crisis de algún tipo. La familia tiene la obligación de adaptarse al funcionamiento cambiante o al estado emocional de la persona que entra en la nueva etapa de desarrollo, aunque a veces la respuesta sea demorar el cambio, e incluso castigarlo y evitarlo. Pittman (1991) propuso la existencia de crisis específicas para cada transición y etapa y las concretó en cuatro tipos generales: por golpe inesperado, de desarrollo, crisis estructurales y de desvalimiento.
Crisis por golpe inesperado
En las crisis por golpe inesperado, donde el estrés es manifiesto e imprevisible, lo más sobresaliente es que el golpe tiene poca o ninguna relación con la edad del individuo o con la etapa del desarrollo individual o familiar, aunque a veces pone en evidencia un problema estructural o una tarea evolutiva pendiente de resolver. La tensión en estas crisis surge claramente de fuerzas ajenas a la familia y se suele recibir ayuda solidaria e inmediata. La culpa es menor que en otros tipos de crisis y por ello, probablemente, las familias tienden a adaptarse bien, no requiriendo generalmente intervención profesional. Podríamos citar como crisis por golpe inesperado las siguientes: enfermedades físicas inesperadas, crímenes, desastres naturales y provocados por las personas, guerra y problemas relacionados con la economía familiar.
María, en relación a su hijo pequeño, refiere: “entramos en casa después de haber pasado una tarde en el parque y la encontramos totalmente destrozada, nos robaron hasta sus juguetes. Desde entonces tiene terrores nocturnos, no puede dormir solo”.
Crisis de desarrollo
Son las que ocurren en respuesta a las sucesivas etapas del CVF descritas anteriormente y que tienen que ver con los procesos de madurez. Por lo tanto, tienen el potencial de trasladar al individuo y a la familia a otro nivel de conocimiento y funcionamiento. Evolucionar como familia es natural, como lo es que haya resistencia a adaptarse a las nuevas etapas. Estas crisis son normales, universales y, por lo tanto, previsibles; la clase de cosas que todos deberíamos esperar y para la que deberíamos prepararnos, pero generalmente las familias oponen resistencia como si pudiesen evitarlas a voluntad en vez de adaptarse a ellas. Aunque son previsibles, no pueden prevenirse; normalmente están desencadenadas por factores externos, sobre todo de tipo biológico. Los problemas surgen cuando una parte de la familia trata de impedir la crisis, en lugar de definirla, negociarla y adaptarse. Este tipo de crisis son tratadas con frecuencia en nuestras consultas y lo más eficaz es comprender el momento de desarrollo familiar e intentar coordinar todas las fuerzas que operan en la familia.
Victoria es una mujer viuda de 65 años, presenta tristeza, llanto, desmotivación, sentimientos de inutilidad y refiere que “deseaba jubilarme para estar con mis nietos, pero hace cuatro meses que me he jubilado y entre el colegio, las actividades extraescolares y los amigos, casi no les veo. Me siento sola, vacía, no sé cómo llenar mi tiempo…”.
Crisis estructurales
En este tipo de crisis el estrés surge de la misma estructura familiar, que normalmente presenta una elevada resistencia al cambio; las crisis se producen para evitarlo. Muestran exacerbaciones intermitentes y los precipitantes suelen ser eventos sin importancia. Según Pittman (1989) se distinguen: (1) intentos de suicidio, (2) huidas /regresos del hogar, (3) toxicomanías y adicciones, (4) infidelidad estructural, (5) divorcio estructural, (6) algunas formas de violencia estructural y (7) algunas presentaciones de las enfermedades mentales graves.
Aunque en apariencia sorpresivas, en la mayoría de los casos suelen ser estereotipadas y orientadas a pedir ayuda fuera de la familia, para que se re-estabilice el sistema. La mayoría de las familias verdaderamente patológicas padecen de crisis de este tipo que, como ya hemos indicado, son una llamada de auxilio para que alguien acuda a proteger a la familia de esa disfunción evidente. Podemos afirmar que son las más difíciles de tratar, puesto que suelen ser bien toleradas por la familia y no facilitan el cambio.
Lucía es una mujer casada con dos hijos de nueve y seis años; su queja es una angustia feroz que no la deja respirar, tiene una ideación autolítica muy instaurada, llegando a realizar numerosos actos suicidas, alguno de ellos de bastante gravedad. Refiere no tener ilusión con nada y quiere morirse, se queja de que nadie la entiende en este deseo tan suyo, ni su marido, que siempre la ha encontrado cuando ha realizado un gesto autolítico, ni los profesionales que no respetamos ni le indicamos dosis de fármacos o técnicas eficaces para consumar ese deseo suyo de muerte. Refiere: “soy mala, sé que deberían importarme mis hijos, pero no me importan, lo único que me importa es esta angustia que me atenaza y quiero morirme para descansar, dejarme morir de una vez”. Su familia de origen y su marido no se atemorizan ante estas conductas y verbalizaciones y nos llaman a los profesionales sin expresar alarma. Tanto la paciente como sus familiares nos buscan no para tratar la crisis, sino para que actuemos como agentes “autorreguladores”; ese es su recurso para permanecer estables.
Crisis de desvalimiento
Tienen lugar cuando en las familias con un miembro dependiente o un enfermo crónico se produce un agotamiento del sistema, que suele coincidir con una transición del desarrollo. En estas crisis es frecuente que la familia influya positiva o negativamente en el tratamiento y la recuperación del miembro dependiente. Aquí la familia cumple una doble función: ayudar al paciente y facilitar el trabajo de los profesionales, ya que las crisis de desvalimiento involucran a familias, instituciones y redes de apoyo. Éstas poco a poco se convierten en un sistema de relaciones permanentes, entrando así la familia en un proceso de interacción y adaptación a los programas de tratamiento y rehabilitación y a los profesionales implicados.
Laura es una paciente diagnosticada de trastorno de personalidad, tiene 35 años y está en contacto con nuestro Servicio de Salud Mental desde hace diez. Ha sido atendida por varios profesionales, psiquiatra, psicóloga y trabajadora social, recibiendo distintos tipos de intervención: psicofarmacológica, terapia individual, terapia de familia, terapia grupal para pacientes con TP y también tanto ella como su familia han asistido a un grupo multifamiliar. A lo largo de este proceso ha sido ingresada varias veces en unidades de hospitalización breve y en mini residencias cuando ha necesitado estancias más prolongadas. Como vemos se ha establecido un sistema de relaciones profesionales-familiares que emerge de la situación crítica del paciente; cada uno de los participantes del proceso trata de comprender y actuar en consonancia con sus recursos y todos comenzamos a aportar descripciones, explicaciones, conocimientos técnicos o experiencias, significados, emociones, interacciones, creencias, mitos, sentimientos positivos o negativos, que son traídos desde cada uno de nosotros, profesionales y familiares implicados. Tanto desde el sistema familiar, como desde el profesional, hay un intento continuo de adaptación a los numerosos programas de intervención.
Aún sabiendo que la crisis reaparecerá en cuanto el sistema nuevamente vuelva a agotarse, el tratamiento debe expresar claramente el significado de los problemas, sin desdibujar el foco del significado construido por cada miembro de la familia y por los profesionales, ni la vivencia emocional del problema. A los familiares hay que prepararles en espera de respuestas psicológicas contrarias por parte de la paciente, que pueden ir desde la inseguridad y ansiedad, hasta el negativismo total, rechazando todo tipo de ayuda, o por el contrario exigiendo atención exagerada. Debemos trabajar estas reacciones, brindando cooperación y comprensión, y evitar por todos los medios que el paciente caiga en un estado de frustración, que sólo genera hostilidad y determina, muchas veces, el fracaso de cualquier relación interpersonal.
El CVF es de gran utilidad para nuestra práctica clínica por su universalidad, ya que todas las familias atraviesan prácticamente las mismas etapas y crisis evolutivas y vivirán transiciones parecidas en sus procesos de cambio.
Al redefinir los problemas de nuestros pacientes en términos de evolución y etapas a superar, atenuamos su ansiedad y sentimiento de culpa y contribuimos a percibir el problema como algo transitorio. La utilización de técnicas como el genograma o la línea del tiempo, es una ayuda facilitadora tanto para la familia como para el terapeuta a la hora de valorar la evolución, los cambios y crisis.
El CVF permite al terapeuta realizar hipótesis sobre la etapa de desarrollo en la que se encuentra la familia, explorar cómo se ha enfrentado a etapas y crisis anteriores, así como evaluar los niveles de estrés producidos en las transiciones previas. Esta evaluación del sistema familiar nos puede proporcionar una visión útil para valorar las habilidades y los recursos que tienen sus miembros, facilitándonos la realización de un diagnóstico diferencial, ya que discrimina de una forma fácil si el problema planteado proviene del estrés esperable de una situación familiar en evolución o bien de un problema con patología clínica.
Por último es muy importante reconocer las nuevas problemáticas que enfrenta la familia y aceptar que la familia tradicional ya no es el único modelo válido. Esto nos libera de juicios y estereotipos en los tratamientos psicoterapéuticos, facilitando así el que podamos seguir pensando nuevos modelos que nos ayuden a elaborar intervenciones terapéuticas más adecuadas a las características de nuestros pacientes.
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