Unas vacaciones con Bettina, perfecto, nos llevamos bien las dos. Sus papás son un poco pesados pero nos las arreglamos. Ellos se conocieron en la universidad y nunca más se separaron. Se adoran mal. Se besan como jóvenes. No estoy acostumbrada a ese tipo de ambiente en mi casa. Mi mamá, ha vivido más bien sola. Pasó mucho tiempo buscando al hombre de su vida. Alguien que esté ahí, no un aventurero. La vi llorar muchas veces porque no podía más de estar sola. A menudo la escuchaba hablar con sus amigas por teléfono durante horas. Desde mi pieza, se oía todo. Súper deslenguada, un montón de detalles. Debo decir que no vivíamos en un departamento con paredes muy gruesas. Sé que a veces se juntaba con hombres, pero nunca duraba mucho. ¿Por culpa de quién? ¿De qué? Un misterio. Sé un montón de cosas sobre ella que ella ni siquiera sabe que sé. No me incumbe. Y al mismo tiempo, sí, igual me afecta un poco porque vivo con ella, es mi mamá.

Tengo miedo de parecerme a ella. No ha tenido suerte. Eso me transmite a mí en el rollo sentimental. Mi único ejemplo, por el momento, es ella. Por eso se me hace raro estar con los papás de Bettina. Son casi unos marcianos rodeados de felicidad y orgullosos de serlo además.

La plata se nos va en hielo para las bebidas. Todas las noches salimos a la disco. La regla de la medianoche ha sido cancelada por el momento, nos acostamos casi siempre a la una de la mañana. Lo de sacudirme sobre la pista, no es algo que me guste mucho en principio, pero con Bettina, pasa. Conoce las canciones de moda y sus coreografías. Yo muevo los brazos y las piernas para todos lados, como un pato en el hielo. No hago el loco, hago lo que todo el mundo, me muevo a ritmo, en fin, trato.

Dos semanas en la costa vasca con Bettina y sus papás, mientras que Chris, mi mamá y Sebastián, su pareja, se cambian a la casa nueva, en las afueras de Nimes. Claro, porque, ahora sí, ella está con alguien. Es algo estable. Se tomó su tiempo para encontrarlo pero eso es una buena señal. Entonces decidieron vivir juntos, en lugar de seguir viéndose una vez en la casa de uno, la otra en la casa del otro. En una casa. Parece que es una granja vieja rodeada de rocas y flores.
Con mi mamá, cuando vivíamos en la
Drôme
1, también teníamos lavandas alrededor, serpientes y sus primos, los escorpiones. Ahora me da lo mismo. No sirve de nada gritar para espantar una culebra. Con las culebras no hay que intentar ser más astuto que ellas, solo hace falta un bastón en las manos, eso es todo.

Mi mamá me dijo que comienza una vida nueva. Una vida que no tendrá nada en común con la anterior. Es Navidad en julio. Es por eso que me fui de vacaciones con Bettina y su familia, para dejarlos hacer la mudanza tranquilos sin cabros chicos molestando.

Me los imagino a los dos llevando las cajas. Están juntos desde hace un año. A Sebastián lo conozco poco. Es simpático. Se viste como si fuera joven y maneja un descapotable. Parece que eso despeina. Mi mamá se pone un pañuelo cuando anda en el auto.

No va a ser igual que antes, ya que vamos a vivir los tres juntos bajo un mismo techo. Estilo familia de catálogo de grandes tiendas.

Se me hace un poco extraño. No sé muy bien qué siento exactamente. Ojalá funcione. Tengo un poco de miedo. Mi mamá y yo tenemos nuestras costumbres. Con Sebastián en el medio, una de las dos va a quedar sobrando. Y fijo que esa voy a ser yo.

La llamo cada dos días para ver si el cambio de casa va bien. Parece que sí. La casa vieja ya está vacía, y la nueva está inundada de cajas de cartón. Mi mamá está ansiosa de que yo vuelva. Y yo también, la echo de menos.

Siempre tengo miedo de que le pase algo. Es súper distraída. Siempre le pasan cosas tontas. Se cae en la calle, choca con los faroles... Una vez casi se mata en un paseo a la montaña. Alguien alcanzó a agarrarla justo, sino, se habría caído al vacío.

Además se le pierde todo, las llaves, el teléfono, la memoria, el líquido de sus lentes de contacto, pero bueno, después encuentra todo. Me da escalofríos.

Y así, las vacaciones con la familia de Bettina se acabaron. De vuelta, nos quedamos atrapados en un taco y el papá de mi amiga decidió tomar las rutas locales. Según él, no es más largo. Bettina y yo dormimos durante el viaje y llegamos a la mañana siguiente, a la hora del desayuno.

La casa nueva es sencillamente genial. Primero que nada, está en pleno campo, pero como está justo saliendo de la ciudad, se puede ir al centro a pie o en bus. Mi pieza está en el entretecho. Hay un montón de cajas que tienen escrito: “Pieza de Cecilia”. Tengo mil cosas por hacer. Tal como lo prometió, Sebastián instaló mi cama en altura, fijada firmemente al muro. Como dice mi mamá, ¡es muy útil tener un hombre en la casa!

Sebastián le puso números a las cajas, hizo una lista. Sabe con precisión dónde tiene que ir cada caja y lo que hay adentro. Cada paquete ha sido colocado en la pieza que corresponde.

¡Jamás había visto tal sentido de la organización! Todo marcha a la perfección. Se me hace súper raro de repente. Se parece a la felicidad o a una suerte de equilibrio, no sé, pero es reconfortante. Mi mamá y yo nos dejamos llevar. Creo que es la primera vez que estamos sentadas una frente a la otra, leyendo mientras la comida se prepara sola.

Sebastián es campeón olímpico en asados. Las salchichas no tienen misterio para él. Las longanizas arden bajo el fuego de su autoridad. Y hace todo esto tarareando alguna canción pegote.

El día cae y el cielo se torna púrpura lentamente. El horizonte parece un universo de postal. Es suave como un melón.

En la mesa les cuento de mis vacaciones con Bettina. Le pongo color por el lado de “la tribu perfecta”. Tengo ganas de seguir en esa misma onda. Sebastián está de acuerdo conmigo: en familia hay que reír, conversar. Es muy fácil ser simpático con los extraños y desagradable con los suyos. De hecho él, cuando se dirige a mi mamá, lo hace siempre con un tono amable. Además, levanta la mesa y se arremanga para lavar la loza después de haber puesto el café a preparar. Y luego, hay que verlo secar y guardar los platos, qué maestro. Debe haber trabajado en un bar o en un restorán. O es un hombre que no conoce los defectos de los hombres. Entonces ahora mi mamá se mira el ombligo. Es realmente el comienzo de una nueva vida para ella.

Por el momento, la única nube en la felicidad de mi mamá, es su trabajo. Trabaja en una fábrica de zapatos. Dice que es demoledor. Es verdad, siempre está deprimida cuando vuelve. Pero lo peor, es la actitud de su jefe, un tal Gómez, un déspota con los empleados. Un verdadero tirano, al parecer, al que le dan ataques de ira y humilla a la gente. Y ahora con la vuelta al trabajo, las cosas no pintan para mejor.

–Voy a ir a hablar con tu jefe –dice Sebastián, dejando dos tazas de café sobre la mesa.

–No vale la pena –responde mi mamá.

–¿Cómo que “no vale la pena”? No hay ningún motivo para proteger a este tipo de individuo. No por ser el jefe puede permitirse lo que quiera.

Dice esto con una sonrisa serena. Qué nivel. Sebastián no le haría daño a una mosca pero él lo tiene claro. Cien por ciento para mi mamá. Un protector. Intervengo en su favor.

–¡Seba tiene razón, mamá! No hay que dejarse, dale un par de cachetadas la próxima vez que te ladre.

–Claro que no –modera Sebastián. Nada de violencia, no sirve de nada. Solo una discusión firme, darle un susto, pero amablemente.

Mi mamá no quiere escándalos. No tiene ganas de perder su trabajo. Sobretodo porque es la única fábrica que todavía funciona por aquí. Sebastián le rebate que gana suficiente para los tres. ¿Qué importa perder este empleo? Después se tomará el tiempo de buscar otro. ¿O por qué no abrir una boutique de modas? Mi mamá lo mira con los ojos iluminados. Es su última oportunidad, su Romeo.

Tengo la impresión de todavía estar en el hogar de Bettina. Un viento tibio nos acaricia las piernas. Mi mamá se toma su café con la mirada perdida en la lejanía.

Durante mucho tiempo me contó que no había amado más que a un hombre en su vida, mi papá. Cuando él se fue, yo empecé a dormir con ella en la cama grande. Eso duró un tiempo, hasta que entré en la básica. Luego, rearmamos mi dormitorio y me encontré sola en la noche con mi tuto.

Sebastián es súper simpático conmigo, quizá hasta demasiado, encuentro. Tengo la sensación de que le gustaría que fuéramos amigos, pero no tenemos la misma edad, no puedo ser con él como soy con mis amigos. Al mismo tiempo, sé que lo hace para que yo me sienta bien. Buena onda igual, quiere decir que no estoy de más en la familia, que tengo mi lugar.

Mi mamá ya no escucha la conversación. Ya está, está soñando. Es su deporte favorito. Debe estar haciendo un resumen de esta primera comida de los tres juntos, en esta nueva casa. Debe tener la impresión de haberse ganado la lotería. Yo tengo ganas de decirle que el premio gordo no solo se lo ganan los otros. Y que es parte de la realidad, aunque haya muchos postulando y pocos ganadores.

Ella se levanta para llevar las tazas al lavaplatos.

–Cecilia –me dice– deberías empezar a ordenar tu pieza.

–Mañana mamá. Me encanta ver todas esas cajas en mi pieza. ¡Siento como si estuviera de viaje!

Sebastián interviene, con voz calma pero incisiva.

–Cecilia, tu mamá te pidió que fueras a ordenar tu pieza, entonces tienes que ordenar tu pieza.

Mi mamá me mira y baja los ojos. Entiendo. Está de su lado. Obvio. Herida, subo a mi pieza.

¿Qué se mete? ¿Estoy discutiendo con mi mamá y el caballero se interpone? Es como una nube sobre mi optimismo del principio. Me digo que me equivoco con reaccionar mal, pero así es no más. Es más fuerte que yo. No tengo la costumbre de escuchar a una tercera persona cuando hablo con mi mamá. Nos arreglamos de lo más bien las dos.

Tengo ganas de ir a verla a su pieza como lo hago algunas veces cuando no me puedo quedar dormida. Pero estoy segura de que a Sebastián no le gustaría mucho.