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Cuando concebimos, ordenamos y/o expresamos de un modo personal la realidad, estamos interpretándola. Por tanto, no es la realidad la que suma o resta importancia a lo que nos ocurre, sino la interpretación que nosotros hacemos de lo que sucede.
Normalmente no respondemos automáticamente a los acontecimientos a los que nos enfrentamos en nuestro día a día, sino que primero procesamos lo que ha ocurrido, después lo valoramos y este valor que le otorgamos, nos lleva a sentirnos de un modo determinado, es decir, creamos un sentimiento, positivo o negativo en función de la valoración personal que hemos hecho del acontecimiento.

Para evaluar los sucesos que nos ocurren podemos utilizar:
• Pensamientos racionales. Son los que más se ajustan a la realidad, son ciertos y evidentes. Producen emociones moderadas y no interfieren en la consecución de nuestros objetivos.
• Pensamientos irracionales. Son los que no se pueden demostrar, son absolutos y están alejados de la realidad. Producen emociones negativas, como ansiedad o culpa, e interfieren en la consecución de los propios objetivos.
Si nuestro pensamiento es realista, exacto y flexible se puede decir que tenemos un estilo de pensamiento característico de personas resilientes. Este tipo de pensamiento nos ayuda a cometer menos errores, como exagerar una situación o sacar conclusiones precipitadas, e interpretar la realidad de un modo más preciso.
La manera de pensar es la base para tener una mente sana y de ella dependerá, en gran medida, nuestra calidad de vida.
Ejercicios
Anula los pensamientos negativos
Cuando experimentes emociones desagradables como la tristeza, la ira, el miedo, etc. identifica el pensamiento que la acompaña (pensamiento automático). Posteriormente busca una explicación positiva para la misma situación (pensamiento alternativo).
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Situación |
Emoción |
Pensamiento automático |
Pensamiento alternativo |
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«Mi jefe no me ha saludado esta mañana» |
Tristeza y miedo |
«Está enfadado conmigo» «Hice algo mal» |
«No me ha visto» «Llega tarde a una reunión» |
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Cambia el valor de las cosas

Para realizar este ejercicio debes pensar en las cosas positivas que tiene la vida y escribirlas en la columna de la izquierda. En la columna de la derecha debes anotar los aspectos negativos que tiene la vida. Si tu lista de la derecha (aspectos negativos) es más larga que tu lista de la izquierda (aspectos positivos) tienes que buscar más aspectos positivos de la vida para que la lista de la izquierda siempre sea más larga que la de la derecha.
Este mismo ejercicio lo puedes realizar pensando en una situación concreta que estés viviendo en este momento.
Con la práctica de este ejercicio aprenderás que se puede cambiar la valoración que hacemos de lo que nos ocurre, e incluso puedes convertir en positivo lo que en un principio situaste en la lista de aspectos negativos. Por ejemplo:
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Situación |
Pensamiento Negativo |
Pensamiento Positivo |
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«Este año no podré irme de vacaciones en verano» |
«¡Que mala suerte! No creo que pueda soportar el calor que suele hacer en mi ciudad. Será el peor verano de mi vida» |
«Aprovecharé para hacer los arreglos que tengo que hacer en casa y disfrutaré del cine de verano» |
Personas que sufren una discapacidad como consecuencia de un accidente o una enfermedad, afirman haber descubierto un nuevo sentido a la vida, dicen tener una vida más plena que antes porque centran su atención en lo que todavía conservan, en vez de en aquello que han perdido.
VERDADERO VALOR TE HACE INCOMPARABLE
Se dice, se cuenta, se rumorea que cada vez son más las personas que no se sienten valoradas.
Si buscamos el significado de la palabra valor, encontramos:
«Precio, suma de dinero en que se valora o aprecia algo. Cualidad, virtud o utilidad que hacen que algo o alguien sean apreciados. Importancia de una cosa, acción, palabra o frase».
Atendiendo a la definición podríamos decir que la clave está en el precio, la cualidad o cualidades y la importancia. Pero el valor de algo también queda sujeto al significado que nosotros le otorgamos a «ese algo», ya sea un objeto, una comida, una planta, una ilusión etc. Por este motivo un mismo objeto, un mismo sueño o un mismo alimento no tienen idéntico valor para todo el mundo.
El significado que le concedemos a las cosas multiplica su importancia en aquello que no se puede medir con una moneda o con un metro, por ejemplo ¿cómo valoramos una sonrisa? La sonrisa dura tan solo un instante, no se puede comprar, prestar o robar y, además, no tiene valor hasta el momento en que se produce. No todas las sonrisas tienen el mismo valor, no vale lo mismo una sonrisa pedida que una sonrisa espontánea.
El valor de las cosas depende del significado que tú le des, depende de lo que te hace recordar o de lo que te lleva a pensar, sentir e incluso, de cómo te hace actuar. De este modo, podríamos decir que el valor de algo dependerá de quien lo valore, pero ¿cualquiera puede descubrir el verdadero valor de las cosas?
Algo muy parecido sucede con el valor de las personas ¿cualquiera puede descubrir nuestro verdadero valor? Puedes sentir que alguien te infravalora cuando sus palabras, gestos o actos no están a la altura de tu trabajo, esfuerzo, disposición, actitud etc. Tal vez, esa persona aún no ha encontrado rdadero valor, pero y tú, ¿lo has descubierto?
1.1. ¿Qué es la resiliencia?
La resiliencia ha sido definida como la capacidad de doblarse sin llegar a romperse ante la presión y la adversidad, saliendo reforzado de ellas.
Este concepto tiene su origen en la física de los materiales, siendo el más resiliente aquel que tras ejercer una presión sobre él se deforma hasta su límite elástico, almacena un gran volumen de información y al dejar de ejercer esta fuerza regresa a su estado natural.
Cuando nos encontramos ante una situación crítica, el primer mecanismo que se activa en nosotros es el de afrontamiento, es decir, la capacidad que tenemos para asumir en el momento una situación que puede ser destructiva. Si bien el afrontamiento nos prepara para recibir el impacto inicial, la resiliencia nos equipa para sobreponernos al evento crítico y transformar la situación en una fortaleza en el futuro.
De este modo, la resiliencia requiere un esfuerzo cognitivo y una determinada actitud.
Ser resiliente no significa no sentir dolor, malestar o dificultades ante las adversidades. La pérdida del trabajo, la muerte de un ser querido, una vivencia traumática, etc. son sucesos que tienen un gran impacto sobre cualquier persona y provocan una sensación de inseguridad e incertidumbre, pero la persona afectada por algún suceso de este tipo, se suele sobreponer.
La resiliencia parte de un punto de vista realista, de la confianza de que el golpe recibido no nos desestabilizará si hacemos frente a él, lo asumimos y lo utilizamos para mejorar nuestra vida. No se debe vivir convencido de que no existen problemas porque eso nos aleja de la realidad y provoca que esta nos golpee con más fuerza cuando decidamos volver a acercarnos a ella.
1.2. Características de las personas resilientes
Sin esperar a que otros le resuelvan los problemas, las personas resilientes buscan apoyo en los demás y piden ayuda, pero son conscientes de que no deben trasladar su dolor a los demás porque en ese caso, en lugar de tener apoyo y acompañantes, tendrán personas que sufren como ellos.
No culpan a los demás por las desgracias que les pasan, aceptan que estas forman parte de la vida, toman decisiones ante los problemas manteniendo una actitud flexible, que les permita adaptarse a la nueva situación y encontrar en ella nuevos recursos.
De entre los estudios que se han llevado a cabo sobre las personas resilientes, se concluye que existen tres características principales que se repiten en todas ellas:
1. Saben aceptar la realidad tal y como es.
2. Creen firmemente que la vida tiene sentido.
3. Tienen una inquebrantable capacidad para mejorar.
Además de estas tres características, las personas resilientes suelen:
• Identificar de manera precisa las causas de los problemas para impedir que vuelvan a repetirse en el futuro.
• Ser capaces de controlar sus emociones, sobre todo ante la adversidad y pueden permanecer centrados, controlando sus impulsos y su conducta en situaciones de crisis y/o emergencia.
• Tener un optimismo realista, es decir, pensar que las cosas pueden ir bien, teniendo una visión positiva del futuro y convenciéndose de que pueden controlar el curso de sus vidas, pero sin dejarse llevar por la irrealidad o las fantasías.
• Considerarse competentes y confiar en sus propias capacidades.
• Ser empáticos. Tienen una buena capacidad para entender las emociones de los demás y conectar con ellas.
• Buscan nuevas oportunidades, retos y relaciones para lograr más éxito y satisfacción en sus vidas.
Para aceptar la realidad tal y como es, es necesario hacer una interpretación lo más exacta posible de la misma.
Imaginemos que alguien nos ha pedido que escuchemos su proyecto. Para hacer una correcta valoración del mismo tendremos que hacer algo más que atender a sus palabras.
Mucho se ha escrito sobre el valor de la «palabra», pero no existe un acuerdo acerca de lo que se dice de ella. Mientras unos afirman que la palabra sirve para ocultar los pensamientos, otros consideran que la palabra es el mejor reflejo de ellos. Unos dicen que las palabras elegantes no son sinceras y que las sinceras no son elegantes, otros nos aclaran que la elegancia y la sinceridad no están reñidas. En lo que casi todo el mundo coincide es en que quien sabe utilizar la palabra se enfrenta a la vida con una gran ventaja.
Cuando hablamos, la mayoría de las veces, explicamos las cosas desde nuestro punto de vista y casi inconscientemente decimos lo que nos conviene, resaltamos lo que nos beneficia, ocultamos lo que nos puede perjudicar, exageramos o le restamos importancia a determinados detalles, e incluso a veces mentimos deliberadamente. En este último caso disfrazamos la información con mucho más cuidado. Por tanto, a veces no basta con entender lo que se dice, sino que tenemos que interpretarlo (al igual que ocurre con el resto de la realidad) y con interpretar queremos decir valorar críticamente, darle sentido o lo que es lo mismo, tener respuestas para las preguntas:
• ¿Es cierto?
• ¿Lo pongo en práctica?
• ¿Estoy de acuerdo?
• Etc.
Siguiendo con nuestro ejemplo, podemos empezar por preguntarnos quién es la persona que nos ha pedido que escuchemos su idea, ¿es un amigo? ¿Es un profesional? ¿Es alguien en nombre de una institución? Para tener más datos sobre él o ella podemos buscar información sobre esa persona. Mientras más información tengamos, más certera será nuestra interpretación.
Lo segundo que vamos a hacer es averiguar qué pretende. Por algún motivo se ha tomado la molestia de elaborar un discurso para contarnos su idea. Este motivo puede ser: convencernos de su propuesta, difundir su idea, criticar planteamientos contrarios al suyo, etc. Es necesario que escuchemos con atención sin sacar conclusiones precipitadas, a la vez que nos informamos de las ideas o propuestas alternativas. Esto nos va ayudar a dar respuesta a nuestra pregunta.
Si nos presentan información escrita podemos fijarnos en si ha sido o no publicada en algún medio; si se publicó ¿en qué medio se hizo? Los textos heredan, en parte, los valores de los medios en los que se publican y esto sería una valiosa fuente de información. Observemos si hay datos empíricos u opiniones personales, si los datos provienen de una investigación científica o de una observación, cuáles son los datos que se destacan y cuáles se minimizan ¿existen presunciones, ambigüedades o dobles sentidos? etc.
Parece que son demasiados los aspectos que tenemos que tener en cuenta para hacer una buena interpretación, pero muchos de estos aspectos los analizaremos casi automáticamente, a ello nos ayudará nuestra experiencia previa, nuestra memoria, nuestra atención, nuestra percepción, nuestra capacidad de observación, entre otras capacidades, y nuestra habilidad para evitar falsas expectativas.
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Cómo evitar las falsas expectativas |
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• Asegúrate de que captas lo que te dicen. No malinterpretes las palabras de los otros ni tampoco sus silencios. Si algo no te queda claro pide que sean más explícitos. • Deja claro tu mensaje. Del mismo modo que tú no debes malinterpretar las palabras de los otros, no des opción a que los otros malinterpreten las tuyas. Para ello no dejes cabos sueltos y verifica que el otro ha entendido exactamente lo que querías decir. • No esperes de los demás ciertos comportamientos. Lo que tú harías en una circunstancia concreta no debe ser la referencia para lo que esperas que hagan los demás. • No responsabilices a los demás de tus decepciones. En muchos casos, el problema no está en lo que los demás han hecho, sino en lo que tú creías que deberían hacer o te habías imaginado que harían. • Aprende a sustituir tus expectativas por ilusión. Si sientes ilusión por algo, te gustaría que ocurriese, pero también debes conocer y aceptar la posibilidad de que no ocurra. • Sé consciente de que no hay ninguna certeza de que se cumplan tus expectativas. De este modo evitarás el riesgo de sentirte decepcionado. |
La realidad puede llegar a ser una batalla de percepciones en la que solo vemos lo que podemos afrontar, pero ver lo que en realidad ocurre y no lo que nos gustaría que sucediera, nos ahorrará mucho tiempo y problemas.
Ejercicios
Ajusta tu interpretación a la realidad
Situación 1: Cuando subes a tu coche para ir a trabajar, como cada mañana, descubres que este no arranca. Tú crees que se debe a un fallo en la batería y que va a ser una reparación cara.
• En una escala del 1 al 10 ¿qué certeza tienes de que tu coche no arranque porque no funciona la batería?
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• ¿Por qué tienes este nivel de certeza?
Situación 2: Has quedado con una amiga a las 17:30, pero no aparece por ningún sitio y ya son las 18:30.
• ¿Qué es lo primero que piensas?
• En una escala del 1 al 10 ¿qué nivel de certeza tienes de que tu pensamiento se ajusta a la realidad?
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• ¿Por qué tienes este nivel de certeza?
• Con este ejercicio aprenderás a cuestionar tus pensamientos y, de este modo, aprenderás que no siempre tu primera interpretación de los sucesos es la correcta.