La neurociencia y la inteligencia emocional

Dr. Iván Ballesteros Martín

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Introducción

“Todo el mundo sabe qué es una emoción hasta que se le pide definirla”.

Joseph LeDoux

Entramos ahora en el ¿por qué? ¿Qué pasa dentro de nosotros cuando nos emocionamos, cuando sentimos? ¿Qué se activa? ¿Cómo nos afecta nuestro mundo emocional?

A nivel biológico, el sistema nervioso es un conjunto de estructuras organizadas que nos permiten interaccionar con nuestro entorno. Pensemos por ejemplo que un sol de justicia encandila nuestra visión mientras paseamos por la calle. Esta información, este exceso de luminosidad, viajará a través del nervio óptico a sus centros de procesamiento situados en el sistema nervioso central, lo que permite elaborar una respuesta. En este caso, surgen señales, estímulos, que indican una sensación de disgusto originada por el exceso de luz captada por la retina del ojo. Esta información se procesa para elaborar una respuesta, dando como resultado que movamos nuestra mano y la situemos a la altura de los ojos. Esta respuesta es motora, y el movimiento muscular que lleva asociado es un ejemplo de cómo nuestro sistema nervioso interacciona con nuestro entorno. Al mismo tiempo que ordenamos la ejecución de este movimiento muscular, probablemente consciente, aparecen otro tipo de estímulos inconscientes asociados al exceso de luz. Por ejemplo, nuestras pupilas se contraen, tal y como hace un fotógrafo cuando cierra el diafragma de su cámara para evitar que la foto salga velada. Este tipo de movimientos musculares no son voluntarios, sino que se realizan por nuestro sistema nervioso de manera automática, como el acto de salivar ante una comida que nos gusta muchísimo o el de estornudar. La finalidad es siempre la misma, adaptarnos a un cambio que se ha producido a nuestro alrededor.

Hasta aquí todo parece sencillo; el funcionamiento del sistema nervioso tal y como lo explicamos parece estar orquestado por un principio de acción y reacción, en el que la aparición de un estímulo nuevo provoca que elaboremos una respuesta cuya finalidad es la de adaptarnos a los cambios. Siguiendo con esta sencilla premisa, ¿qué ocurrirá si el estímulo, en lugar de asociarse a la luminosidad, es emocional? ¿Cómo? Pensarás cuando leas esto, ¿qué quieres decir con estímulo emocional? En neurobiología se habla de que un estímulo es emocionalmente competente cuando puede activar las regiones anatómicas cerebrales implicadas en la generación de las emociones, tanto en sus manifestaciones físicas (latido cardiaco, sudoración, llanto, soponcio, enrojecimiento cutáneo…), como psicológicas (sensación de felicidad, bienestar, euforia, tristeza, agresividad, miedo…). Así que la premisa sigue siendo la misma, al igual que, por ejemplo, el dolor físico activa los centros nerviosos asociados con este y provoca cambios fisiológicos en nosotros que pueden provocar hasta el llanto, la emoción activa centros nerviosos asociados a esta y provoca cambios fisiológicos asociados a cada tipología emocional.

Como biólogo, entiendo la emoción al igual que entiendo la sensación de hambre, el frío, el dolor físico, el sueño… la entiendo como un tipo de estímulo más que provoca cambios concretos en nuestro sistema nervioso y que, al igual que el hambre o el sueño, nos avisa de que se está produciendo un cambio en nuestro entorno que precisa de nuestra atención. También me interesa definir cómo entiendo el concepto de entorno, pues en el caso concreto del estudio de las emociones, el entorno está asociado a cualquier estímulo, tanto interno como externo a nosotros mismos. Así, el recuerdo, que podría asociarse con algo intangible y propio, es, al igual que lo que percibimos del exterior, parte de ese entorno. En este capítulo dedicado a la neurobiología de las emociones quiero compartir contigo la visión de las emociones desde una perspectiva exclusivamente biológica; quiero que comprendas brevemente las bases funcionales de nuestro sistema nervioso y de nuestro cerebro emocional, me gustaría que viajases conmigo a través de la evolución de la vida para encontrar y comprender por qué ha surgido la emoción. ¿Te animas?

Evolución: Millones de Años de Emociones Inconscientes pero Reales

Para estudiar la aparición de la emoción en nuestra historia evolutiva es necesario introducir un concepto clave: la teoría de la evolución de Darwin (Darwin, 1929), en dónde se habla de la supervivencia del más apto y de que la evolución de los seres vivos de este planeta ha estado determinada por su capacidad para adaptarse al medio en el que viven. Una especie que no es capaz de adaptarse correctamente al entorno desaparece. No me detendré mucho en Darwin, pues la implicación de su teoría del origen de las especies es demasiado amplia como para discutirla en este capítulo. Pero sí quiero destacar que la evolución del sistema nervioso, desde su aparición en las medusas hasta los mamíferos más modernos, como el hombre, está estrechamente ligada a la adaptación de las especies a su entorno, y que cualquier rasgo favorable de este proceso evolutivo, que ha permitido una mejor adaptación al ambiente cambiante, se ha mantenido en la filogenia. Así, teniendo en cuenta a Darwin, podemos entender la emoción como un rasgo adaptativo favorable, pues las características básicas de un comportamiento emocional están ampliamente desarrolladas por todos los mamíferos de este planeta. Pero esto no es mas que uno de tantos rasgos adaptativos favorables que se han ido acumulando a lo largo de nuestra historia evolutiva.

Tras la aparición de la teoría del origen de las especies a finales del Siglo XIX, muchos científicos han investigado cuales son los componentes biológicos que determinan la herencia, es decir, qué determina que si un rasgo adaptativo surge en la evolución este se transmita y se herede. Así, desde un punto de vista evolutivo, podemos decir que toda especie proviene de una especie anterior. El ser humano comparte más del 95% del ADN con nuestro pariente vivo más próximo, el chimpancé. Estas características nos muestran que, por ejemplo, un felino y nosotros compartimos millones de años de ancestros comunes. ¿Sabías por ejemplo que en estadios muy tempranos de nuestro desarrollo embrionario en el útero tenemos branquias? Sí, las compartimos con las aves, los reptiles, los peces. También tenemos cola o aletas, como un atún. Esto podrá parecerte una locura, pero no es mas que una recapitulación de nuestra historia filogenética. Si provenimos de ancestros comunes, es normal que cuando nos formemos lo hagamos también compartiendo patrones de desarrollo comunes. A esto se denomina teoría ontofilogenética (Haeckel, 1866) y es una de las principales premisas que llevaron a MacLean a proponer su teoría de los 3 cerebros.

Según el profesor MacLean (rev. MacLean, 1990) nuestro cerebro es producto de la larga zaga filogenética y está conformado por tres subsistemas. Estos son, por orden de aparición en la evolución: el reptiliano (reptiles), el límbico (mamíferos primitivos) y el neocórtex (mamíferos evolucionados o superiores). Comenzando con el cerebro reptiliano, la estructura anatómica asociada a este sistema sería el tallo cerebral y es semejante en todos los animales que la poseen. Su principal misión sería la de proporcionar los mecanismo que permitan integrar los mensajes procedentes del medio (tanto interno como externo), y actuar sobre ellos. Su aparición en la evolución es de vital importancia, pues este órgano permite una percepción multi-sensorial del entorno. Podríamos entender como el cerebro reptil percibe su mundo si pensamos en él como en una pantalla donde la información recibida por las neuronas sensitivas se integra y se fusiona proporcionando una imagen espacio-sensitiva y cambiante de su entorno.

Si continuamos viajando en la evolución, encontramos que el desarrollo del cerebro implicó el crecimiento de estructuras anatómicas que se superponían al ya pre-existente complejo reptiliano. Este nuevo complejo de estructuras que se hallan por encima y alrededor del tálamo y justo bajo la corteza (septum, amígdala, hipotálamo, hipocampo, corteza límbica) aparece en los mamíferos primitivos. MacLean denominó a estas estructuras “sistema límbico”. La aparición de este cerebro límbico permitió la posibilidad de sentir y expresar emociones. El sistema límbico interacciona de forma rápida con el sistema hormonal (hipotálamo-hipófisis) y con el sistema nervioso autónomo (SNA simpático y parasimpático), lo que permite a la emoción actuar súbita y repentinamente sobre nosotros, provocándonos cambios físicos (latido cardiaco, sudoración, tono muscular, flujo sanguíneo, sistema digestivo…) y estados cognitivos (felicidad, tristeza…) asociados a dicha emoción.

Desde el punto de vista adaptativo, la aparición del sistema límbico ha permitido potenciar rasgos evolutivos muy favorables para nuestra supervivencia, tales como la motivación por la preservación del organismo y la especie, la integración de la información genética y ambiental mediante el aprendizaje o la capacidad de anticipación y de improvisación, al integrar las señales internas y externas de manera previa a la realización de una conducta. Es decir, sentir lo que nos va a pasar antes de llevar a cabo una acción.

Una vez puesta en marcha la emoción, la evolución biológica da otra vuelta de tuerca al incorporar el neocórtex. Esta estructura está conformada por varias capas de neuronas que tapizan el lóbulo prefrontal y, en especial, frontal, de los mamíferos. Se encuentra muy desarrollado en los primates, especialmente en el hombre. El neocórtex controla tanto las emociones como las capacidades cognitivas (memorización, concentración, auto-reflexión, resolución de problemas). También juega un papel importante en funciones como el razonamiento espacial o el pensamiento consciente, y en los humanos, el desarrollo de dos áreas fundamentales de esta región anatómica (áreas de Wernicke y Broca) han posibilitado el desarrollo del lenguaje.

El desarrollo del neocórtex, aún con ciertos rasgos anatómicos propios (presencia de 6 capas neuronales), no tiene grandes diferencias celulares con respecto a otras áreas cerebrales. Por lo tanto, se cree que las funciones del neocórtex no se derivan de las características biológicas de éste, sino de su capacidad para generar, modificar y regular un gran número de conexiones interneuronales, lo que quiere decir que esta estructura anatómica tiene un papel fundamental en la regulación y dirección del flujo de información que se establece entre las distintas áreas cerebrales.

Si el sistema límbico se comunica mediante emociones, vísceras y síntomas ligadas a ellas (náusea, sofocamientos, rabia, miedo, respiración y pulso agitado, pena, conducta agresiva, contracturas musculares, entre otros), el desarrollo del córtex prefrontal nos da la posibilidad a los primates evolucionados de poder ser conscientes de estas emociones. Por lo tanto, bienvenida la emoción consciente y gracias a la evolución por darnos la capacidad de poder desarrollar nuestra Inteligencia Emocional.

El cerebro Emocional

Según lo que hemos descrito hasta ahora, toda emoción es un proceso que está determinado biológicamente, lo que quiere decir que todos los animales que han desarrollado las estructuras anatómicas necesarias para el procesamiento emocional, tales como el sistema límbico, sentirán emoción. Este hecho es independiente del aprendizaje o la cultura. Estos dos últimos conceptos, en el caso de los humanos, pueden estar implicados en modificar la expresión de nuestras emociones o en la generación de nuevos significados emocionales, pero el hecho de sentir una emoción no depende de estos, sino de la presencia de determinadas estructuras biológicas. En los humanos, estas estructuras van a ocupar regiones encefálicas concretas, que van desde el tallo cerebral, pasando por la amígdala, hasta el córtex prefrontal. La activación de estas estructuras se producirá ante estímulos emocionales. Así, cuando nuestros sentidos, nuestro córtex asociativo y nuestra memoria determinan que un estímulo es emocionalmente competente, se produce la activación de los inductores emocionales y la emoción ocurrirá independientemente de que seamos conscientes o no de ello. Cuando tomamos consciencia de que lo que sentimos es, por ejemplo, felicidad, entonces, a esa emoción se la denomina sentimiento. A continuación, vamos a hacer un breve repaso por los inductores emocionales más importantes del cerebro humano:

La amígdala cerebral

La amígdala cerebral es una masa de neuronas con forma de almendra que se sitúa bajo el lóbulo temporal. La amígdala tiene un papel fundamental en el procesamiento de la memoria y en la reacción emocional. Experimentos con animales de investigación muestran que si la amígdala se estimula, el animal responde con agresión y, cuando se extirpa, con docilidad, por lo que la amígdala tiene un papel importante en la conducta agresiva derivada de emociones como el enfado. Esta estructura es también la principal responsable de que sintamos el miedo, una emoción de un gran valor adaptativo, puesto que nos avisa de que nuestra supervivencia puede correr peligro. Pero además, su actividad se ha asociado a funciones cerebrales muy diversas, tales como la modulación de la memoria, el aprendizaje emocional, las relaciones sociales o la orientación sexual.

El cortex prefrontal y el cortex cingulado anterior

La corteza prefrontal ventromedial es una región del cerebro de los mamíferos que está situada en el lóbulo frontal del encéfalo, en la parte inferior de los hemisferios cerebrales. Es la región cerebral en la que se procesan los refuerzos y castigos asociados a la conducta. Estos refuerzos/castigos serán determinantes a la hora de optimizar y hacer más adaptativas nuestras respuestas conductuales futuras ante situaciones en las que no existe un patrón de actuación claro, como podría ser el caso de situaciones en las que no está en juego nuestra supervivencia de manera directa. Esta región cerebral forma parte de la neocorteza, por lo que, como tal, tiene un papel determinante en la regulación de la respuesta emocional. De hecho, el córtex prefrontal inhibe determinadas respuestas emocionales derivadas de la activación de la amígdala, como es el caso del enfado. Además, la corteza prefrontal regula otras funciones asociadas a la amígdala, como es el procesamiento de riesgo o la toma de decisiones.

El córtex cingulado anterior es una parte del cerebro situado en la cara medial de la corteza cerebral. Sus principales funciones se asocian a las conductas anticipatorias. Además, recientemente se ha asociado el córtex cingulado anterior con el dolor emocional. Este tipo de dolor es diferente del dolor físico, cuyo procesamiento ocurre en regiones cerebrales distintas. Al igual que el dolor físico puede considerarse como una advertencia para no hacer algo, por ejemplo, no andar con una pierna rota, el dolor emocional nos advierte para, por ejemplo, no volvernos a acercar a cierto tipo de hombre o de mujer que nos puede herir emocionalmente. Parece ser que este tipo de dolor esta asociado a la cohesión del grupo y, en términos evolutivos, esto ha sido muy importante para la vida en comunidad y el establecimiento de sociedades de homínidos. Así, cuando se nos separa de una relación o un grupo nos rechaza, sentimos dolor emocional, lo que influirá en nuestras conductas futuras, puesto que intentaremos evitar futuros rechazos fomentando un sistema de uniones sociales en las que el ser humano permanezca conectado a otros humanos.

La ínsula

La corteza insular o simplemente ínsula es una parte de la corteza cerebral profundamente plegada, situada dentro del surco lateral, fisura que separa el lóbulo lateral del parietal y frontal. La localización anatómica de la ínsula permite la integración de la información asociada a estados corporales (físicos) con procesos emocionales y cognitivos (emoción y pensamiento), por lo que también se ha denominado córtex interoceptivo. La ínsula recibe información del tálamo, vía asociada con la percepción del mundo exterior, y envía información a un gran número de estructuras relacionadas con el procesamiento de la emoción, tales como la amígdala o córtex prefrontal. Se cree que la ínsula es necesaria para la representación de la acción y la emoción. Y se ha asociado a diferentes estados emocionales como el asco, el enfado, el disgusto, la aversión, la indignación, el estado de unión con Dios, el contagio emocional y la comprensión empática.

El hipocampo

El hipocampo es un componente importante del cerebro del mamífero que se encuentra en el lóbulo temporal medial, debajo de la superficie cortical. Esta estructura juega un papel crucial en la consolidación de la memoria. Pero además, el hipocampo tiene un papel importante en el procesamiento emocional, por su implicación directa en el recuerdo. Muchos de nuestros recuerdos presentan un componente emocional. De este modo, la memoria se convierte en un inductor emocional. Se considera que es la amígdala la principal implicada en generar una memoria emocional; esto va a condicionar nuestro comportamiento y nuestra percepción del mundo. Así, la colaboración entre estas dos estructuras cerebrales es muy importante para elaborar nuestras conductas emocionales. En palabras del neurocientífco Joseph LeDoux, el hipocampo es una estructura fundamental para reconocer un rostro como el de nuestra prima, pero es la amígdala la que le agrega el clima emocional que le merecemos (LeDoux, 1996).

El Funcionamiento del Sistema Nervioso:
Sinapsis y Neurotransmisores

La sinapsis

Hasta este punto, hemos visto que la emoción es un rasgo evolutivo que aparece, ante estímulos concretos y de forma no controlable, en los individuos que poseen las estructuras adecuadas para su procesamiento. Estas estructuras son regiones cerebrales definidas, pero ¿cómo funcionan?, ¿cómo se activa el hipocampo? o ¿por qué la activación de la amígdala me hace temblar de miedo? Pues bien, volvamos al ejemplo de la luz del sol que encandila nuestros ojos. En este ejemplo, la alta luminosidad era captada por los fotorreceptores de la retina y se transmitía en forma de impulso nervioso hasta los centros encargados del procesamiento de este tipo de estímulos. A nivel celular, la transmisión de estos impulsos se lleva a cabo a partir un tipo especial de célula llamada neurona. Las neuronas tienen estructuras singulares que les permiten enviar señales rápidamente y con precisión a otras células. La neurona es la unidad funcional del sistema nervioso, pues las regiones anatómicas que hemos comentado anteriormente, al igual que el resto del sistema nervioso, funcionan gracias a la comunicación que se establece entre estas células. Como toda célula eucarionte, la neurona está compuesta por un núcleo, un citoplasma y una membrana celular con diversas prolongaciones que se originan en el cuerpo celular (dendritas y axones).

¿Y qué quiere decir que las neuronas se comuniquen, que transmitan un impulso nervioso? Imaginemos la neurona como un cable de cobre y pensemos que los fotorreceptores de la retina son el enchufe. Cuando la luz pasa a través del enchufe, la corriente comenzará a circular a través de la neurona. Esta corriente eléctrica viajará a lo largo de la membrana neuronal hasta el final del axón, también denominado botón sináptico o terminal axónica. Una vez el impulso nervioso llega a la terminal sináptica, nos encontramos con una característica importante de la funcionalidad cerebral: si en la neurona el impulso nervioso se transmite como si de un cable se tratase, cuando este cable se acaba (llegada de la corriente a la terminal axónica) surge un impedimento físico: El espacio sináptico. En este espacio no es posible transmitir el impulso nervioso, pues no existe una continuidad de ese cable trasmisor (axón). Por lo tanto, para que este impulso llegue hasta la neurona vecina necesitamos de algo que lo transporte a través del espacio sináptico. Esto se consigue gracias a los neurotransmisores, moléculas liberadas por la terminal neuronal cuando el impulso nervioso llega a esta. La liberación de estas moléculas por la neurona pre-sináptica al espacio extra-sináptico permite viajar al impulso nervioso a través del espacio sináptico hasta alcanzar la neurona post-sináptica, permitiendo así la continuidad de su transmisión. Como puedes observar, denominamos la neurona, según se encuentre previa o posterior a la sinapsis, como pre o post-sináptica. Una vez la neurona pre-sináptica ha liberado su neurotransmisor correspondiente, este se une a sus receptores situados en la neurona vecina, la post-sináptica, produciéndose su activación como si de otro enchufe se tratase. Este tipo de comunicación interneuronal fue descubierta por el científico español y premio Nobel Santiago Ramón y Cajal.

La existencia de este fenómeno es un punto clave para entender el funcionamiento cerebral. De este hecho se observa que una neurona es capaz de activar a otra neurona de manera concreta y localizada mediante la secreción de un neurotransmisor. Esto quiere decir que las neuronas son células con una propiedad única para activarse. Pero, además de definir la localización exacta de la activación, las neuronas pueden definir la naturaleza de esa activación, ya que, dependiendo del neurotransmisor que liberen, la activación puede ser de un tipo u otro, (ej. GABA vs. Glutamato, como veremos más adelante). La localización, repetición, duración, intensidad y naturaleza de estas corrientes determina nuestra existencia, desde la meramente biológica (ej: impulsos para respirar o regular la temperatura corporal… mediados por corrientes eléctricas asociadas al tallo cerebral o al hipotálamo), pasando por nuestra comprensión del mundo que nos rodea (ej. Percepción del entorno a través de la vista, el olfato, el gusto…), hasta procesos más complejos como sentir una emoción o elaborar un pensamiento. Todo lo que es, es neuroquímica.

“Eres tus sinapsis”.

Joseph LeDoux

Volviendo al estudio del funcionamiento del cerebro emocional, de lo anteriormente mencionado podemos deducir que los neurotransmisores liberados por neuronas asociadas a estímulos emocionalmente competentes activarán las neuronas que se localizan en las regiones anatómicas del cerebro emocional, tales como la amígdala o el hipocampo, generando olas de activación química asociadas con corrientes eléctricas que discurrirán a lo largo y ancho de nuestro cerebro emocional. Estas corrientes eléctricas localizadas son las responsables de que finalmente sintamos la emoción y de que podamos llegar a elaborar un sentimiento. En este punto quiero resaltar una idea clave que he ido introduciendo a lo largo de este capítulo: el poder ser conscientes de una emoción, como es el caso del hombre, no implica que la emoción exista o no. De hecho, es muy probable que no seamos conscientes de la mayor parte de los estímulos emocionales con los que nos encontramos diariamente, de ahí la importancia de desarrollar nuestra inteligencia emocional.

Los neurotransmisores y sus vías cerebrales

Existen diferentes tipos de neurotransmisores que se clasifican según su naturaleza química. Dentro de los más importantes cabe destacar a la dopamina y serotonina, como neurotransmisores fundamentales para la conducta emocional, el GABA y el glutamato, como principales neurotransmisores asociados al funcionamiento del Sistema Nervioso y la adrenalina y noradrenalina, como neurotransmisores asociados con los síntomas físicos asociados a la emoción (latido cardiaco, presión arterial, activación muscular, respiración, secreciones…).

Las neuronas también pueden clasificarse en función del neurotransmisor al que respondan. Así, tenemos neuronas gabaérgicas si responden al GABA, dopaminérgicas si responden a la dopamina… Es importante destacar que las neuronas que responden a un tipo determinado de neurotransmisor, por ejemplo, la dopamina, no se encuentran distribuidas de manera difusa a lo largo y ancho del cerebro, sino que lo hacen en localizaciones que conforman vías concretas de señalización y que están muy relacionadas con la función de cada área cerebral.

Entendiendo esta distribución ordenada de las vías nerviosas, es fácil de comprender que si un neurotransmisor es importante para una conducta emocional concreta, existirán neuronas que respondan a este neurotransmisor en el área cerebral asociada a dicha conducta. Por ejemplo, las inervaciones dopaminérgicas y serotoninérgicas se asocian con regiones del cerebro emocional, tales como el córtex prefrontal, la amígdala o el hipocampo, donde tienen un importante papel en el control emocional.

Así, el nivel de activación de estas dos vías nerviosas juega un papel muy importante en la regulación de nuestro estado de ánimo. De hecho, una baja activación de las vías dopaminérgicas y serotoninérgicas se ha asociado a estados depresivos. En estas condiciones, nuestro cerebro responde mediante un estado emocional asociado a la tristeza y donde la motivación, debido al efecto de la dopamina sobre el deseo anticipatorio, se ve también afectada. Es por esto que estos dos neurotransmisores constituyen las dianas terapéuticas para el desarrollo de muchos antidepresivos, como el Prozac, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina. Este fármaco, al inhibir la recaptación, es decir, la eliminación de la serotonina del espacio extrasináptico, aumenta la disponibilidad de ésta en dicho espacio, lo que permite que la serotonina libre active una y otra vez sus receptores localizados en las neuronas post-sinápticas, produciendo una sobre-activación de las neuronas serotoninérgicas y disminuyendo la sensación de tristeza.

A pesar de la gran importancia de la dopamina y la serotonina en la regulación de nuestro estado emocional, la mayor parte de las neuronas del Sistema Nervioso Central utilizan dos neurotransmisores principales para regular su actividad: El Glutamato (neuronas glutamatérgicas) y el GABA (neuronas gabaérgicas). Mientras que el glutamato es un activador de la actividad neuronal, el GABA es un inhibidor de ésta.

Del Funcionamiento Cerebral a la Conducta Emocional

Como hemos visto hasta ahora, nuestros “receptores emocionales” captarán los estímulos emocionales de nuestro entorno, activando las regiones anatómicas de nuestro cerebro emocional. Esta activación conlleva la elaboración de una respuesta que se manifiesta y se experimenta en nuestro cuerpo de manera física, provocando cambios fisiológicos notables. Por ejemplo, el sentir miedo, provoca una sobre-activación del sistema nervioso autónomo simpático (adrenalina/noradrenalina) mediada por la amígdala, lo que produce un incremento del latido cardiaco, un aumento del aporte sanguíneo a los músculos de la extremidades que nos prepara a huir, una dilatación de las pupilas para facilitar la entrada de luz, etc. Pero además, las emociones producen cambios cognitivos, como por ejemplo un “estado de alerta” mental en el caso del miedo o una conducta agresiva asociada a la secreción de catecolaminas (adrenalina/noradrenalina) en el enfado. En el siguiente esquema, adaptado del estudio del funcionamiento del cerebro emocional de Antonio Damasio (Damasio, 1994), resumo los principales eventos que se suceden en nuestro cuerpo cuando generamos una emoción:

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Como se puede observar en el esquema, cuando nuestros sentidos, nuestro córtex asociativo y nuestra memoria determinan que un estímulo es emocionalmente competente, se produce la activación de los inductores emocionales. Los principales serían los que ya hemos mencionado: La Amigdala (A), el Córtex Prefrontral Ventromedial (CPFVM), el Córtex Cingulado Anterior (CCA) y la Ínsula (I). Así, la activación de unas áreas u otras depende de la naturaleza de nuestro estímulo emocionalmente competente. Por ejemplo, en el caso de que nos sintamos rechazados por un grupo, se activará el CCA, como principal área anatómica implicada en el dolor emocional. Si por el contrario sentimos amor, posiblemente se producirá un incremento de actividad en el córtex interoceptivo o ínsula; en el caso del enfado se producirá un incremento en la actividad de las neuronas de la amígdala y del córtex prefrontal.

Una vez los inductores emocionales se han disparado, se producirá la ejecución de la emoción en nuestro organismo. Volviendo al enfado, este provocará la activación de otras áreas cerebrales, que conducirán hacia los cambios fisiológicos y cognitivos propios de esta emoción. En los procesos cognitivos que se disparan por acción del enfado es interesante recalcar la comunicación que se establece entre el córtex pre-frontal y la amígdala. Esta interacción nos permite “digerir” de una manera menos impulsiva, agresiva y errática nuestro enfado.

En este contexto, existen evidencias que muestran que daños provocados en el córtex pre-frontal por accidentes, tumores u otras causas, pueden influir de manera decisiva en nuestra conducta. Este es el caso del famoso Phineas Gage (Macmillan, 2000), un trabajador del ferrocarril que sufrió un grave accidente que le produjo daños importantes en esta región cerebral, provocándole un cambio extremo en la personalidad y pasando de ser una persona agradable, responsable y de confianza a alguien que se enfadaba fácilmente, irritable e inestable. Es posible que, al estar dañado el córtex pre-frontal, la imposibilidad de regular la actividad de la amígdala sea la responsable de estas conductas. Esto también se pone de manifiesto en distintos trabajos con animales de experimentación, en los que la activación de la amígdala mediante estimulación eléctrica produce agresividad, y su extirpación provoca el efecto contrario, docilidad. En este punto, es importante recalcar que en los animales de experimentación, principalmente roedores, el desarrollo del córtex pre-frontal es menor que en los humanos, con lo que sus conductas emocionales están muy gobernadas por la actividad de la amígdala.

Otro tipo de conductas en las que se implica al córtex pre-frontal, son aquellas asociadas con la planificación y la toma decisiones. Así, además de impedir una correcta gestión del enfado, lesiones en este área cerebral producen una distorsión significativa en la planificación y la toma decisiones que, según Damasio (Damasio, 1994), es debida a una incapacidad para activar estados somáticos asociados a recompensas y castigos. Es decir, si no soy capaz de predecir las consecuencias de mis actos, tendré problemas para llevarlos a cabo. En el caso de Phineas Gage, el daño provocado en el córtex pre-frontal se traducía en una incapacidad manifiesta para la puesta en marcha de tareas planificadas. Por lo tanto, de estos estudios podemos observar que existe una relación directa entre la actividad de nuestros inductores emocionales y nuestra conducta.

En estos ejemplos hemos prestado una mayor atención a la relación entre el córtex prefrontal y la amígdala, pero la elaboración de conductas emocionales de distinta naturaleza se asocia a la actividad y comunicación que se establece entre distintas partes de nuestro cerebro emocional. Es importante destacar que la respuesta a la emoción que tenemos cada uno de nosotros es diferente y forma parte de nuestra cosmovisión, o visión del mundo. Más importante todavía es comprender que nuestro cerebro es plástico, cambiante y que las conductas se aprenden y modifican. El funcionamiento de las neuronas en comunidad posee mecanismos que permiten esculpir de manera continuada a las corrientes nerviosas que conforman nuestra existencia. ¿No es maravilloso?, bienvenidos al estudio de la plasticidad cerebral. Nada es para siempre.

La Plasticidad Cerebral

Para entender qué es la plasticidad cerebral, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que las neuronas no son células aisladas, sino que se encuentran formando asociaciones unas con otras. Si recordamos los mecanismos por los que se transmitía el impulso nervioso de una neurona a otra como si de electricidad se tratase, podremos imaginar que determinadas conexiones neuronales pueden permanecer activas de manera permanente formando una serie de circuitos eléctricos. Así, un determinado estímulo puede activar a este circuito de “redes de neuronas”, lo que provocará que respondamos a este estímulo (acción, reacción) con un tipo de conducta determinada. Aún así, este tipo de conexiones no es del todo estable, actualmente, sabemos que nuestro cerebro cambia día a día, y esto es debido a que la naturaleza de las conexiones que se establece entre distintos grupos neuronales varía en intensidad, naturaleza o localización. Desde el punto de vista de la neurociencia, se entiende que el cerebro es plástico, porque la eficacia en la transferencia de la información que se establece entre diferentes neuronas puede modificarse. A esta capacidad de modulación se la denomina plasticidad sináptica.

La plasticidad es una propiedad inherente del cerebro, algo que nos permite adaptarnos a nuestro entorno cambiante para poder elaborar conductas más adaptativas. Así, una gran variedad de estímulos, tales como escuchar música, viajar, degustar un nuevo sabor, pensar… son capaces de producir cambios en nuestras huellas neuronales, es decir, capaces de cambiar nuestro cerebro. De ahí el dicho de que somos nuestras experiencias. Estos procesos de cambio cerebral se producen a lo largo de toda nuestra existencia, independientemente de nuestra edad. Aun así, cuando nos hacemos adultos aparece lo que se denomina la paradoja plástica (Doidge, 2007), en donde, aun poseyendo la capacidad de generar nuevas sinapsis, nuestro cerebro presenta una mayor preferencia por mantener las que ya posee. Este hecho se cree que es importante para el ahorro energético, ya que la generación de nuevos surcos neuronales requiere de energía para crear estos nuevos caminos. Por lo que cada vez que reforzamos un surco neuronal, por ejemplo, repitiendo una y otra vez la misma conducta, este surco es más profundo, más estable, más rápido y más económico. Se cree que el 80% de las acciones diarias que realizamos vienen profundamente influenciadas por nuestros surcos neuronales. Así, un cambio en nuestros hábitos es un buen punto de partida para modificar aquellas conductas que consideremos poco adaptativas, inservibles o, incluso, perjudiciales.

“Nada me inspira más veneración y asombro que un anciano que sabe cambiar de opinión”.

Santiago Ramón y Cajal

La Amígdala y la Extinción del Miedo

Para finalizar con este capítulo, me gustaría ponerte un ejemplo de cómo funciona la plasticidad cerebral. Este ejemplo nos permitirá comprender las bases neurobiológicas de cómo se modifica una conducta emocional. Para terminar, nos metemos con el miedo.

Ante un miedo, las proyecciones de las neuronas talámicas liberarán neurotransmisores excitatorios glutamatérgicos que activarán la amígdala (Ehrlich et al., 2009) y producirán los cambios fisiológicos y cognitivos asociados a dicha emoción. Se ha descrito que el miedo transcurre por dos vías, denominadas en inglés: high road (la vía rápida) y low road (la vía lenta). Ambas vías se activan de manera simultánea ante la existencia de un estímulo emocionalmente competente para generar miedo, pero en el caso de la vía rápida se produce una respuesta inconsciente, que transcurre en pocas milésimas de segundo. Mientras, en la vía lenta, la implicación de las regiones corticales y de otras estructuras como el hipocampo provoca una activación más tardía de la amígdala, y por tanto, una respuesta más lenta, aunque más consciente del tipo de peligro al que nos enfrentamos.

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En el siguiente esquema se reflejan los puntos fundamentales que recorren ambas vías hasta generar una respuesta ante el miedo.

Imaginemos que vivimos una experiencia traumática como presenciar una fuerte explosión. En este caso, la vía rápida activará a la amígdala de inmediato y pondrá en alerta a nuestro cuerpo. Además, como ese peligro es real, la vía lenta consolidará la activación de la amígdala y nos pondremos a cubierto. Esa respuesta es adaptativa, pero ¿qué ocurriría si cada vez que escuchamos una ruido fuerte entramos en un estado de pánico? Ese miedo no es adaptativo. Así, si este miedo no está justificado, la persona, aun sintiendo el miedo (vía rápida), se irá dando cuenta de que esa emoción no le es útil (vía lenta). Esto, desde el punto de vista neurobiológico se traduce en lo siguiente: La memoria emocional almacenada en el hipocampo se actualiza, el córtex asociativo relaciona esas “nuevas memorias” y se generan nuevas vías de comunicación entre las neuronas. Estas nuevas vías de comunicación se irán consolidando a medida que las ponemos en funcionamiento, es decir, si nos exponemos al miedo. Así, en la vía lenta del miedo, comienzan a generarse “nuevos caminos” para llegar a la amígdala.

Dentro de estos “nuevos caminos”, las neuronas gabaérgicas juegan un papel decisivo en la extinción del miedo. Como hemos comentado, el GABA es un inhibidor de la actividad neuronal. Así que cuando una neurona se activa por, por ejemplo, esas nuevas conexiones que se han establecido en el hipotálamo y en el córtex asociativo mediante la habituación a estímulos inductores del miedo, ésta neurona puede activar a su vez a una neurona que libere GABA. De hecho, esto es lo que ocurre cuando extinguimos un miedo: la liberación de GABA por interneuronas que se activan por nuevos surcos neuronales (procedentes del córtex asociativo y el hipocampo) inhibe la activación de las neuronas glutamatérgicas de la vía rápida, y por tanto, la activación de la amígdala. Esta inhibición permitirá la extinción del miedo.

Lo que se produce aquí es, en definitiva, un proceso de plasticidad neuronal, en donde se modifica la capacidad de transferencia de información a la amígdala. Por lo tanto, si somos más conscientes de las causas por las que se activa una emoción y de si esa activación es o no adaptativa, podremos valernos de la plasticidad cerebral para modificar nuestras conductas menos ecológicas ante determinados estímulos emocionales. El desarrollo de la Inteligencia Emocional es por tanto una herramienta básica al servicio del desarrollo de nuevas conductas, esperemos más adaptativas y coherentes con nuestro propio camino vital. ¿Seguimos?

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El error de Descartes

En este maravilloso libro, a través de una serie de casos de estudio, el neurocientífico portugués Damasio lleva al lector a un viaje de descubrimiento científico, que demuestra lo que muchos de nosotros hemos sospechado durante mucho tiempo: que las emociones no son un lujo, sino que son esenciales para el pensamiento racional y el comportamiento social normal.

El cerebro emocional de Joseph LeDoux

Es una obra esencial en el estudio de la neurobiología de las emociones. Aquí se investigan los orígenes de las emociones humanas, explicándolas como parte de los complejos sistemas neuronales que evolucionaron para permitirnos sobrevivir.

Bibliografia

Damasio, A.R. (1994). Descartes’ error: emotion, reason, and the human brain. Vol., G.P. Putnam, Nueva York.

Darwin, C. (1859). On the origin of the species by means of natural selection, or, The preservation of favoured races in the struggle for life. Vol., Londres: J. Murray.

Doidge, N. (2007). The brain that changes itself: stories of personal triumph from the frontiers of brain science. Vol., Nueva York: Viking.

Ehrlich, I., Humeau, Y., Grenier, F., Ciocchi, S., Herry, C., Luthi, A. (2009). Amygdala inhibitory circuits and the control of fear memory. Neuron. 62, 757-71.

Haeckel, E. (1866). Generelle morphologie der organismen. Allgemeine Grundzüge der organischen Formen-Wissenschaft, mechanisch begründet durch die von Charles Darwin reformirte. Descendenz-Theorie. Vol., Berlin: G. Reimer.

LeDoux, J.E. (1996). The emotional brain: the mysterious underpinnings of emotional life. Vol., Nueva York: Simon & Schuster.

MacLean, P.D. (1990). The triune brain in evolution: role in paleocerebral functions. Vol., Nueva York: Plenum Press.

Macmillan, M. (2000). An odd kind of fame: stories of Phineas Gage. Vol., MIT Press, Cambridge, Mass.