Albert Bastardas Boada

BASTARDAS BOADA, Albert (Vilafranca del Penedès, Barcelona, 1951). Catedrático de Lingüística General, Universidad de Barcelona (UB), desde 2003; casado y con dos hijos. Estudios: licenciado en Filología Catalana (Universidad Autónoma de Barcelona y Universidad de Barcelona, 1981); doctorado en Sociolingüística (Université Laval, Quebec, Canadá, 1985). Actividad profesional: profesor titular (1988); estancias como profesor o investigador visitante en Indiana University (Bloomington, Indiana, EE.UU.), University of Alberta (Edmonton, Alberta, Canadá), University of California (Berkeley, California, EE.UU.), York University (Toronto, Ontario, Canadá); primer director del CUSC (Centre Universitari de Sociolingüística i Comunicació, UB) (1998-2010); coordinador del Grupo de Complejidad, Comunicación y Sociolingüística (1997-); investigador principal de varios proyectos de investigación sobre procesos de bilingüización y comunidades lingüísticas medianas; investigador ICREA Academia (2011); miembro del consejo de redacción de la Revista de Llengua i Dret. Publicaciones: artículos en Treballs de Sociolingüística Catalana, Current Issues in Language Planning, LinRed, Language and Ecology, Noves SL, Revista de Sociolingüística, LSC (Llengua, Societat i Comunicació); entre otros libros, autor de The relation between linguistic context, behaviour and competence (1986), Fer el futur. Sociolingüística, planificació i normalització del català (1991), Ecologia de les llengües. Medi, contacte i dinàmica sociolingüística (1996), Cap a una sostenibilitat lingüística (2005), Language and identity policies in the «glocal» age: New processes, effects and principles of organization (2012); como coordinador, Diversitats. Llengües, espècies i ecologies (2004) y, en colaboración con Emili Boix, ¿Un Estado, una lengua? La organización política de la diversidad lingüística (1994).

1. Primeros pasos

Mis primeros pasos intelectuales que puedan interesar a alguien no empiezan como la mayoría. No seguí el curso habitual de los estudios que en la época llevaban después a la universidad. Empecé a trabajar un poco antes de los 14 años, después de estudios primarios y de «comercio», como los llamaban, y se ve que tuve algo de autodidacta y de interés propio por la lengua y la cultura. Sin saber por qué, mientras trabajaba como botones y luego auxiliar administrativo en una caja de ahorros comarcal, empecé a leer el periódico cada día y a comprarme las revistas semanales del momento que me parecían más interesantes (recuerdo Gaceta Ilustrada y luego Siglo xx). Considerándolo ahora en perspectiva, se ve que eso era la evolución espontánea de mi profunda afición a leer los tebeos y publicaciones de aventuras de mi infancia. Lector, hay que reconocerlo, siempre lo he sido intensamente.

Tampoco sé por qué, pero mis aficiones extralaborales me llevaron no al fútbol u otros deportes sino a acercarme a grupos y actividades que por entonces, todavía en la fase final del franquismo, intentaban organizar actos folklóricos o culturales relacionados con Cataluña y con la lengua catalana. Me impliqué bastante en todos estos contubernios y les dediqué muchas horas como dirigente de entidades y organizador de recitales de canción catalana, conferencias, debates, obviamente dentro de los límites y grado de permisividad del orden establecido.

Estos contactos y actividades fueron labrando en mí un creciente interés por conocer las normas de escritura del catalán, mi lengua familiar, que, por las prohibiciones de la época, no había podido aprender ni practicar en mis años escolares previos. Creo que empecé yo mismo a estudiarlo mediante un libro de divulgación de la normativa que se llamaba Faristol, al que siguieron otros. Más adelante, además, empezaron unos cursos nocturnos que organizaba la Diputación Provincial de Barcelona en la Biblioteca de Vilafranca, a los que me inscribí rápidamente para poder profundizar más en el dominio del catalán escrito y normativo. Estos cursos fueron providenciales para mí porque por primera vez tenía conscientemente la impresión de que era capaz de entender los contenidos que explicaba el profesor (que era Antoni Sabaté Mill, ahora ya fallecido). Su claridad meridiana, su disponibilidad, su actitud —«si ustedes no aprenden es culpa mía»— dejaron una impronta permanente en mí, que he intentado que siempre guiara mi posterior docencia universitaria.

Esta conciencia de que yo podía entender lo que me explicaban me dio energía para seguir profundizando en el estudio del catalán —y después de otras materias— por lo que continué matriculándome en los cursos que organizaba Òmnium Cultural hasta conseguir la máxima titulación, que en aquellos momentos no era oficial. Viendo que era capaz de ir superando los distintos niveles, la energía y el interés por nuevos conocimientos y titulaciones aumentaban. Decidí entonces aprovechar los cursos de formación profesional administrativa que se organizaron en el instituto por las tardes, y que abandoné antes de su terminación por la posibilidad de realizar unas pruebas de madurez, diseñadas para las personas que ya trabajábamos en estos menesteres. Como aún quedaba una parte del curso, me enrolé entonces en un grupo también nocturno que se preparaba para las pruebas del Graduado Escolar. También allí tuve la inmensa suerte de encontrarme con otro profesor —Emilio Gros, en este caso de matemáticas— claro y diáfano, que terminó por convencerme de mis posibilidades intelectuales. ¡Cuán importante es para un país contar con un sistema educativo con profesionales pedagógicamente capacitados, y al servicio de los alumnos!

Con mi título de Graduado Escolar en el bolsillo, estaba ya en condiciones legales de empezar estudios secundarios, que en aquel momento, eran el BUP. Como continuaba trabajando durante el día, me inscribí en los cursos nocturnos del instituto, que —aquí tengo que reconocer mi fracaso— me resultaron muy difíciles de seguir (dibujo, matemáticas...). Tuve, pues, que tomar una decisión drástica, ya que no podía pasarme tres (o más) años de BUP y luego el COU para poder aspirar a entrar en la universidad, que en aquel momento ya se había convertido en mi gran objetivo. La oportunidad llegó a través de las pruebas de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Como ya estaba cerca de esta edad, no me lo pensé dos veces y dejé el bachillerato nocturno para prepararme para estas pruebas. Pensé que si las sacaba, bien, y, si no, habría estado estudiando lo que me apetecía, y no lo que me imponían en el BUP, con profesores que no entendía, y con mi insuficiencia de conocimientos previos en algunas materias importantes. También aquí la suerte me ayudó una vez más, pues encontré otro excelente profesor —y en este caso, ya también amigo, Ricard Serra— que me ayudó a preparar los exámenes de entrada, que finalmente aprobados, me llevaron a poder inscribirme en los estudios de Filología Catalana en la Universidad Autónoma de Barcelona.

2. El mundo universitario

Como pueden comprender, la entrada en la universidad de una persona que no ha realizado los estudios previos del bachillerato no tiene nada de fácil. No estás acostumbrado a los procedimientos, a lo que se te pide —¿qué es un trabajo de investigación, o una monografía?, ¿cómo se hacen?—, no sabes muy bien cómo suplir lo que se supone que debieras saber. Una vez más, la ayuda inicial de mis jóvenes compañeros me fue salvando y, junto con el esfuerzo personal extra en los primeros años, pude ir aprobando las distintas materias y llegar a obtener —creo que merecidamente— la licenciatura.

En esta etapa tampoco seguí un curso muy normal, para lo que era la época. Al inicio me matriculé en la Universidad Autónoma de Barcelona y cursé allí los tres primeros cursos, en los que tuve contacto con profesores como Gemma Rigau, Joan Mascaró, Mila Segarra y Josep M. Nadal, entre otros. Aquí bebí mis primeras nociones de la gramática generativa y de las descripciones estructuralistas de la lengua, además de adentrarme en la historia del catalán. También tomé cursos de literatura, en los que recuerdo con afecto al profesor Josep Romeu, para quien realicé un trabajo de curso sobre el Llibre d’Amic e Amat de Ramon Llull, tema que aún me emociona ahora. El profesor Romeu me animaba a dedicarme a la literatura, pero en aquel momento yo ya sabía qué era lo que más me entusiasmaba de las distintas materias filológicas y lingüísticas: se trataba de la sociolingüística. Descubrí entonces, junto con otro compañero, que era posible cambiar de universidad al final del primer ciclo universitario, lo que me llevó a solicitar el traspaso de mi expediente a la Universidad de Barcelona, en el centro de la ciudad. Eso me permitía mucha más comodidad en el traslado diario desde donde yo vivía, ya que me tomaría mucho menos tiempo el trayecto en transporte público, y, además, me ofrecía la posibilidad de tener como profesor a Lluís V. Aracil, al que ya conocía personalmente porque le había invitado a dar conferencias en Vilafranca, y por quien tenía una profunda admiración intelectual.

Al lado, pues, de otros excelentes profesores, como Joan Solà, Joaquim Rafel, Badia i Margarit, Teresa Cabré, Joan Martí, Joaquim Viaplana i Joan Veny, mi relación con Aracil y el enfoque sociolingüístico me abrieron puertas intelectuales que jamás había soñado. Aracil era —y es— un personaje renacentista, de un conocimiento y una erudición extraordinarios, que no puede dejar indiferente a nadie. Como su procedencia intelectual no era estrictamente ni filológica ni lingüística, nos fascinaba con nuevas ideas y nuevos autores desconocidos para nosotros que, en mi caso, me llevaron a profundizar en una visión personal interdisciplinaria, englobante y «ecológica», que más tarde desarrollaría en mis publicaciones.

Aunque la aproximación de Lluís V. Aracil era más teórica que cuantitativa, mi opción al decidir sobre el trabajo de curso que realizaría fue el de este último enfoque. No sé si ya habría estado influido por una opinión que luego se convertiría en predominante, que era la de que la sociolingüística catalana era demasiado teórica y poco cuantitativa, pero lo cierto es que me decanté por realizar una encuesta en varios centros educativos de mi población de origen, Vilafranca del Penedès. Conté con la colaboración inestimable de los profesores de las escuelas e institutos, que fueron los principales recolectores de los datos, aquellos que luego dieron lugar a mi tesina de licenciatura, para la que conté con la dirección de Joan Martí i Castell. Para el curso de Aracil tomé solo una muestra, y después, para el trabajo de grado usé la totalidad de los cuestionarios obtenidos.

Fue este un momento interesante, dado que tuve que lidiar con las dificultades que presenta la investigación empírica. El aprendizaje que obtuve fue enorme. La preparación del cuestionario, las dificultades en el trabajo de campo, el tratamiento estadístico —que aunque fue mínimo y de carácter manual, no era fácil para mí, dada mi nula formación en este aspecto—, el posterior diálogo teórico con los datos, resumir los resultados y llegar a conclusiones precisas... Al final, no sé si gustó mucho al profesor de la asignatura, pero ciertamente creo que di un paso útil para el desarrollo de la sociolingüística empírica en Cataluña.

3. América, América

En el último año de mi carrera en la UB conocí a la profesora Janet DeCesaris, que provenía de Estados Unidos, y disfrutaba de una estancia en nuestra universidad en el marco de un programa de intercambio. En aquel momento, y aconsejado por Lluís V. Aracil, yo estaba aprendiendo francés con el fin de poder trasladarme a París a estudiar con el sociólogo Pierre Bourdieu. Pero el encuentro con Janet DeCesaris iba a cambiar los planes. Me sugirió la posibilidad de irme todo el curso a Indiana University (Bloomington), dentro del programa de intercambio establecido con la UB, cosa que me entusiasmó. Pensé que París estaba más cerca y que siempre habría la posibilidad de ir. En cambio, Estados Unidos quedaba más lejos y, en aquel momento, el hecho de irse allí parecía una hipótesis más incierta. Dejé los cursos de francés, y me puse a estudiar inglés con el fin de sobrevivir en EE.UU. y, obviamente, poder aprovechar al máximo mi estancia.

Mi llegada a Bloomington para pasar allí el curso 1981-1982 fue facilitada por la acogida del profesor Philip Rasico, que por aquel entonces se ocupaba de enseñar catalán en la Universidad de Indiana, supliendo al profesor Josep Roca-Pons, que ya se había jubilado el curso anterior. El primer semestre —como ellos lo llaman— tuve que dedicarlo, en parte, a asistir a más clases de inglés, dado que suspendí el examen que realizaba la universidad a todos los estudiantes extranjeros, hecho no descartable vista la insuficiente y rápida preparación que tuve que efectuar en Barcelona. No obstante, paralelamente me animé ya a asistir a algunas asignaturas introductoras de sociología, que era uno de los objetivos que tenía en mi cabeza: configurar una visión interdisciplinaria del fenómeno lingüístico, incorporando el plano sociológico a su estudio. Las clases eran aún para mí difíciles de entender completamente, pero con las lecturas pude ya irme introduciendo en las perspectivas y temas de la sociología norteamericana, que tenían sus peculiaridades en relación con las que prevalecían en Europa.

El segundo semestre, con más competencia en inglés, me animé ya a tomar cursos de más alto nivel. Recuerdo con gran agrado las clases del antropolingüista Charles S. Bird —y de su esposa, que también daba simultáneamente parte del curso—, las de Sheldon Stryker, sobre el interaccionismo simbólico, y las de William Corsaro sobre la socialización comunicativa a partir de metodologías etnográficas. Visto ahora en perspectiva, creo que aquel año puso en mi mente las bases de una sociología más orientada al plano micro que al macro, dando máxima importancia a los planos interaccional e interpretativo, que he intentado no olvidar en mis elucubraciones futuras, integrándolos en mi teorización comprehensiva del comportamiento lingüístico.

Sobre mi estancia en Bloomington, no obstante, no es únicamente a las clases recibidas a lo que me tengo que referir, sino también, y de manera destacada, a mi actividad bibliográfica. Allí en Indiana descubrí el gran placer de poder disponer de una inmensa biblioteca, donde te paseas por sus pasillos buscando una obra, y encuentras treinta más sobre el mismo tema. Viniendo de donde venía, no había visto nunca algo igual, tanta información disponible, y al alcance de la mano — literalmente—. Allí, pues, no solamente intenté leer lo máximo que pude, sino que también me dediqué a una frenética actividad de localización bibliográfica y de posterior fotocopiado, convencido como estaba de que todas aquellas facilidades iban a desaparecer a mi vuelta a Barcelona. Al cabo de un año, creo recordar que envié por barco unas nueve grandes cajas llenas de artículos y de capítulos de libros sobre adquisición de lenguas, bilingüismo, comportamiento lingüístico en situaciones de contacto, sociolingüística, política y planificación lingüísticas... Lo cierto es que la gran mayoría no los he leído, y muchos habrán quedado anticuados. Ahora nuestra situación bibliográfica ha mejorado sustancialmente, y, con la aparición de internet, el acceso a lo último publicado internacionalmente es fácil y rápido, con lo que la obsolescencia de lo que me traje aún es más notable. Por suerte, eran otros tiempos. La estancia en Bloomington también fue muy bien aprovechada para otros menesteres, ya que fue allí donde conocí a la que es hoy mi esposa.

4. Procesos de bilingüización

A mi regreso de Indiana me planteé mis próximos pasos. Mi objetivo debía ser ir hacia el doctorado, que también quería que fuera de una universidad extranjera. Mi primera opción fue la de realizarlo con Joshua A. Fishman, uno de los padres de la sociolingüística o sociología de la lengua, en Nueva York. Había leído trabajos suyos sobre los inmigrantes hispanos, como por ejemplo Bilingualism in the Barrio, y pensaba que era una línea de investigación próxima a mis temas y a mis aproximaciones metodológicas. No obstante, el destino una vez más me llevó hacia otra dirección. Mi segunda alternativa era irme a Quebec, con el profesor William F. Mackey, experto internacional en bilingüismo, con gran prestigio. La casualidad quiso que el profesor Mackey estuviera en Barcelona, lo que aproveché para pedirle una entrevista, cosa que me concedió rápidamente. Nuestra sintonía fue inmediata y, además, el programa de doctorado de la Université Laval, en la ciudad de Quebec, no exigía tomar tantos cursos como ocurre en el caso de las universidades de Estados Unidos. La condición era que yo debía llegar allí con un título equivalente a su master, con lo cual pasaba ya directamente a la fase de realización de la investigación, y debía tomar solamente dos cursos de doctorado, en uno de los cuales preparábamos las investigaciones los distintos doctorandos. La propuesta me pareció genial, y se abría, pues, con fuerza la oportunidad de ir a Quebec.

Tenía entonces que lanzarme a la realización de mi tesis de grado —la tesina de licenciatura— para que la Université Laval me permitiera entrar ya directamente al doctorado. Aproveché todos los datos que ya había recogido en Vilafranca, los traté esta vez informáticamente —con ayuda de amigos que entendían del tema— y, con las lecturas que ya había realizado en Indiana, completé su marco teórico. La tesina, como ya he dicho, la dirigió Joan Martí que, con plena disposición, me ayudó a conseguir el objetivo con la máxima rapidez. Su fruto fue mi primer libro, La bilingüització de la segona generació immigrant. Realitat i factors a Vilafranca del Penedès, que pudo ser publicado en 1985 al haber ganado un premio local en el año anterior. En la interpretación de los datos, además de lo aprendido ya con la sociolingüística de Aracil, usé las ideas más importantes que había tomado en Indiana en mis lecturas, principalmente de Uriel Weinreich y Stanley Lieberson, que habían estudiado a fondo los fenómenos de contacto lingüístico, bilingüización y sustitución lingüística en Suiza y Canadá, e incorporé ya aportaciones de los trabajos de William F. Mackey. La investigación se centró sobre los factores demo-sociolingüísticos —más que en los propiamente docentes— que influyen en la adquisición de una segunda lengua, en este caso el catalán por parte de individuos con el castellano como L1. Como la influencia del factor escolar —el catalán como lengua docente— estaba aún poco desarrollada en aquel momento, nos permitió ver el importante impacto de las interacciones personales informales en el desarrollo de las competencias lingüísticas, en el caso de lenguas con presencia social en el entorno.

En paralelo con todo este proceso, ya había solicitado becas para poder realizar mi doctorado en el extranjero, creo que unas para el sistema estadounidense, para ir a Yeshiva University, con Fishman, y otras para ir a Canadá. El destino, como ya he dicho, me llevó a Quebec de la mano de una excelente beca de la Fundación Juan March, a la que aprovecho la oportunidad para agradecer públicamente su confianza. Ya en Quebec, tomé los dos cursos de doctorado en el primer semestre y me centré en la confección de la tesis en los posteriores. En mi enfoque, se fue perfilando ya cada vez más la necesidad de teorizar el fenómeno de la bilingüización social desde un punto de vista «ecológico», capaz de integrar las distintas dimensiones que se interrelacionan en este tipo de fenómenos, con el que estaba plenamente de acuerdo mi director, Mackey, que ya había usado este término en algunos de sus trabajos. Esta aproximación es plenamente coherente con lo que hoy llamaríamos perspectiva de la complejidad, o «compléxica», que es la etiqueta que yo propongo. El fenómeno lingüístico se entiende mejor si lo teorizamos como un «(hiper)sistema complejo adaptativo», en el que hay que tener en cuenta ineludiblemente a la vez sus interacciones internas y sus contextos externos en los que vive y se desarrolla (o no).

Mi tesis, pues, estudió las interrelaciones de un triángulo formado por el contexto, la competencia y el comportamiento lingüísticos. Los datos provinieron de nuevo de mi población natal, que siguió sirviendo de laboratorio social y ofreciéndome la colaboración de los centros escolares, esta vez en más cantidad y con grupos distintos de edad para poder observar la evolución dinámica del proceso de bilingüización. Esta vez la estadística fue ya más refinada gracias a la ayuda del servicio de estadística que la Université Laval tenía al servicio de los investigadores, idea que podrían copiar también nuestras universidades —al menos mientras no se resuelva la adecuada formación de nuestros estudiantes de humanidades—. Ahí conocí yo lo que entonces se llamaba SPSS (Statistical Package for Social Sciences) y un libro que recomiendo para los que venimos de letras: Statistics without tears. Igualmente profundicé en la bibliografía sobre adquisición de lenguas segundas, sobre cómo cuantificar las competencias lingüísticas, la influencia del factor “edad” y del plano sociopsicológico, etc. La tesis resultó en sendas publicaciones en catalán e inglés, Llengua i immigració. La segona generació immigrant a la Catalunya no-metropolitana, y The relation between linguistic context, behaviour and competence: The second generation of castilian-speaking immigrants in non-metropolitan Catalonia, en 1986.

Hay algunas aportaciones que creo que son interesantes en este estudio. La distinción, por ejemplo, entre la competencia receptora y la emisora, en la adquisición de las L2. No es lo mismo desarrollar la comprensión que la expresión, y tampoco se transfiere automáticamente lo que se aprende en uno de estos planos hacia al otro. También, otra vez, fue clara la gran influencia de los contextos demo-sociolingüísticos en la determinación tanto de las competencias como de los comportamientos lingüísticos, dado que las dos —de hecho las tres— dimensiones van entrelazadas y se codeterminan. También fue interesante ver la evolución de la cantidad de interferencias lingüísticas entre las dos lenguas a medida que los individuos crecían en edad. A menor edad, más interferencia, y al revés. Con los años, los individuos aprendemos a separar las lenguas. Hay, pues, que calmar a los padres cuando estos se preocupan al ver la mezcla de las lenguas que, al principio, pueden hacer los individuos que se bilingüizan. Con el tiempo, corregirán el fenómeno y podrán devenir personas competentes en las dos —o más— lenguas que hayan podido desarrollar en sus contextos. Los humanos estamos claramente preparados para el poliglotismo.

5. La Universidad de Barcelona

Después de doctorarme en la Université Laval regresé a Barcelona y pedí una beca de las llamadas de reincorporación, destinadas a favorecer el regreso a España de los investigadores que nos habíamos desplazado a otros países para realizar nuestro doctorado. Un problema burocrático —había que tener ya convalidado el título de doctor al pedir la beca, trámite que era lento— no me permitió disfrutar de la beca en este primer año de regreso. Durante unos meses, pues, trabajé en la Direcció General de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya que, en aquel entonces, empezaba a desarrollarse, y a crear, junto con los ayuntamientos, los llamados Centres de Normalització Lingüística, en especial en los municipios donde el conocimiento del catalán era menor. Estos centros tenían la misión de impulsar los cursos de lengua catalana, de ayudar a ayuntamientos, empresas y organizaciones en el uso del catalán, y, en general, de promover esta lengua en el mayor número de funciones públicas, dada su ausencia de las mismas a causa de las prohibiciones de la dictadura.

En el año posterior ya pude disfrutar de la beca de reincorporación. En esta cuestión conté con la inestimable colaboración de Sebastià Serrano, al cual debo agradecer la gran confianza que me otorgó al aceptar ser mi tutor durante la misma. Aunque alguna vez habíamos hablado con ocasión de una charla que vino a dar a Vilafranca, nunca lo había tenido como profesor ni él a mí como alumno. No obstante, yo ya había leído muchas de sus obras, y había intuido su talante abierto y su sapiencia interdisciplinar, con lo cual me atreví a solicitarle su apoyo. Durante el último año de la beca, además, tuve la oportunidad de impartir docencia en Sociolingüística en el Departamento de Filología Catalana, en sustitución de Lluís V. Aracil, que había renunciado a sus clases. Fue realmente un curso memorable por los alumnos que tuve, muchos de los cuales actualmente ocupan puestos importantes en la sociedad catalana, como por ejemplo F. Xavier Vila, hoy profesor de Sociolingüística en el propio Departamento de Filología Catalana de la UB.

Justo cuando la beca se iba a terminar, la suerte apareció de nuevo en mi vida, en forma de la apertura de una plaza de profesor titular de Sociolingüística —que estaba vacante— en el Departamento de Lingüística General, al que ya estaba adscrito. Jesús Tuson, gran profesor y compañero, y Sebastià Serrano vieron la oportunidad de la convocatoria y la impulsaron. Fui candidato único, con lo cual la suerte me acompañó de nuevo. No sé si ya ven que mi vida y la suerte conviven de forma ineluctablemente entrelazada. Mi entrada como titular en el Departamento, encargado de las asignaturas de Sociolingüística y también de Política y planificación lingüísticas, representó un reto importante. ¿Cómo construir un programa de nuevo cuño, a partir de mis ideas de ecología e integración interdisciplinar de los fenómenos, para explicar el comportamiento lingüístico de los seres humanos?

Planteé mi asignatura desde un punto de vista general. Había que construir una teoría sociolingüística apta universalmente para poder entender los fenómenos de contacto lingüístico y su evolución histórica. Contaba con el gran laboratorio catalán, pero ciertamente la visión tenía que ser global, comprehensiva de los distintos fenómenos que pudieran darse en cualquier parte del planeta. Creo —porque ya no recuerdo exactamente cómo lo hice— que había caído en mis manos alguna de las obras del teórico de la creatividad Edward de Bono, que me ha influido notablemente —y que luego también intenté que fuera conocido de cerca por mis alumnos—. De Bono promueve la innovación teórica y conceptual para poder vencer las tendencias «conservadoras» innatas del funcionamiento cerebral. El curso, pues, debía basarse en estas premisas. No iba a seguir un manual —o manuales— ya existentes sino que iba a crear un nuevo enfoque, adecuado a las perspectivas que me parecían más acertadas.

Tampoco sé exactamente cómo llegó a mis manos un libro que ha sido de cabecera durante muchos años. Se trata de El punto crucial (The turning point en su original inglés) del físico austríaco Fritjof Capra, en el que, a partir de la aplicación de la teoría de sistemas, promueve la renovación del pensamiento y favorece una visión no-reduccionista e integrativa de la existencia humana y del planeta. Capra se atreve con la psicología, con la organización de las sociedades humanas, y con las formas de pensamiento, y abre un paradigma que encontré iluminador para construir una sociolingüística general. Me acompañaron también las lecturas del propio Einar Haugen, que ya había impulsado la visión ecológica, la del gran ecólogo catalán Ramon Margalef, del cual tomo el concepto de ecosistema, y también las aportaciones de la cibernética de Wiener y de la teoría general de sistemas de Von Bertalanffy, de las cuales, de hecho, bebe Capra (junto, como él confiesa, a Gregory Bateson, a quien yo también leí con delicia). Con estos materiales, mezclados con los que ofrecían Pierre Bourdieu, Aracil, Rafael L. Ninyoles y otros sociolingüistas internacionales (Kloss, Corbeil, Cooper...), fui trenzando progresivamente los fundamentos de la asignatura de Sociolingüística. Como no solamente se trataba de dar contenidos teóricos sino también formar para la práctica, di entrada a textos metodológicos, procurando equilibrar las aproximaciones cuantitativas y las cualitativas. Mi experiencia con los estudios socioestadísticos me había enseñado las posibilidades de este tipo de aproximación, pero también sus límites y debilidades en los estudios con seres humanos. Debían también promoverse, y con rapidez, las metodologías interpretativas y participantes si queríamos comprender mejor las causas últimas de sus (nuestros) comportamientos.

Toda esta trabazón conceptual fue culminando gradualmente con la incorporación en sus bases epistemológicas de otros autores, principalmente del también físico inglés David Bohm, del sociólogo y filósofo francosefardí Edgar Morin, y del sociólogo figuracionalista judeoalemán Norbert Elias. A partir de sus trabajos en física cuántica, David Bohm evoluciona hacia su propuesta del universo implicado, en contraste con el universo explicado, donde cada cosa existe desplegada y separada de las otras. La visión de Bohm se basa en un universo plegado, holográmico, en el que las cosas existen de manera integrada y entrelazada, donde se contienen las unas a las otras, y recíprocamente. Esta aproximación es plenamente coherente con la aproximación enciclopédica de Morin, en la que se unen holísticamente, y a la vez con autonomía para cada parte, las distintas dimensiones físico-químicas, biológicas y humanas. «Distinguer sans disjoindre», nos aconsejará. Distinguir para ver mejor los fenómenos, sí, pero no separar ni romper lo que existe unido e imbricado. Desde entonces, la perspectiva de la complejidad de Edgar Morin me ha acompañado —y espero que iluminado— tanto para aplicarla a fenómenos estrictamente sociolingüísticos como a los relacionados con la política lingüística, más proyectivos y necesitados de diseño futuro que de sola comprensión teórica. Bohm y Morin se integran adecuadamente con la sociología procesual y de «figuraciones» —como él mismo la llama— de Norbert Elias. Conocedor de la medicina y de la filosofía, Elias las considera perspectivas limitadas, y se lanza a la construcción de una sociología original que pudiera dar cuenta mucho mejor de los comportamientos de las sociedades-de-los-individuos humanas, integrando la dinamicidad interrelacionada de los planos biólogico, psicológico y sociocultural.

6. Complejidad ecológica y políticas lingüísticas

Es con estas bases intelectuales con las que me presenté al premio de la Fundació Enciclopèdia Catalana de 1992, que consistía en dar ayuda económica para una investigación y posterior publicación. Lo obtuve y su fruto fue mi más larga obra, el libro Ecologia de les llengües. Medi, contacte i dinàmica sociolingüística, publicado en 1996. En él intenté plasmar de forma ordenada mis propuestas para una sociolingüística compleja —que ahora, como he dicho, ya llamaría «compléxica»— caracterizada por su ambición integradora, multidimensional y dinámica. El esqueleto de la obra se fundamenta en la imagen de una partitura orquestal o polifónica, como notación capaz de guiarnos en una perspectiva ecosistémica que contemple a la vez los distintos planos sociohumanos y su dinámica evolutiva. Igual como los distintos instrumentos, en la música, deben mantener o converger hacia el mutuo ensamblaje armónico para que la pieza resulte en algo bello y coherente, analógicamente los distintos niveles y factores de la realidad buscan, en sus tensiones y conflictividad, un equilibrio (in)estable. Desde esta perspectiva, las formas lingüísticas coevolucionan de manera integrada con las vicisitudes del resto de las codimensiones humanas presentes en la realidad. El cerebro/mente, con sus competencias e interpretaciones y sociosignificaciones, la interacción interpersonal con su organización específica, los grupos, con sus autoidentidades y sus referencialidades, las instituciones económicas, los medios de comunicación, y los poderes políticos, configuran un «ecosistema» sociocultural en el que coviven entrelazadamente las formas lingüísticas que los humanos usamos para comunicarnos.

Me pareció que esta era una imagen adecuada para explicar la transversalidad polinivelada en la que se da el fenómeno lingüístico humano, y, en especial, la (re)producción de sus formas y de su organización sistémica. Mi punto de partida teórico fue de carácter holístico: todo (o mucho) de lo que afecte a las sociedades y los individuos humanos puede influir en sus usos y formas lingüísticos, luego para entender las vicisitudes existenciales de las variedades hay que incluir el contexto de las mismas y observar sus evoluciones históricas. No hace falta pensar mucho para ver que, en los casos de contacto lingüístico, la inclusión del contexto es aún más importante y determinante. Los ecólogos lo expresan muy claramente: un encuentro entre especies distintas nunca es solamente binario; hay siempre un tercer elemento presente, que es el entorno, el medio, que puede tener una influencia muy importante en el resultado del contacto. Por ejemplo, la evolución hacia un (re)equilibrio (in)estable o hacia un abandono progresivo de un código que lo lleve a su extinción no depende fundamentalmente de sus organizaciones gramaticales «internas» sino de los elementos psico-socio-político-económicos «externos», que son los que influirán en las decisiones de los hablantes. Esto, como vemos, tiene una importancia crucial para entender la actual crisis de la linguodiversidad.

Esta línea de pensamiento de inspiración ecológica y transdisciplinar nos llevó al equipo directivo de nuestro recién fundado centro de investigación —el CUSC: Centre Universitari de Sociolingüística i Comunicació— a explorar en 1998 las similitudes y diferencias entre la diversidad biológica y la lingüística. Se trataba de ver si podíamos aprovechar lo que ya se había avanzado en otros campos, como el de la ecología biológica, para iluminar teóricamente y también metodológicamente la comprensión de los hechos relacionados con la diversidad lingüística. Reunimos a lingüistas, ecólogos y filósofos, y fruto de este encuentro fue el libro, publicado por distintas razones mucho más tarde, en 2004, Diversitats. Llengües, espècies i ecologies. Aquí ocurrió también un hecho inesperado, y fue que uno de los ponentes, en concreto Jaume Bertranpetit, que nos había prometido un capítulo, por causas diversas no pudo finalmente facilitárnoslo, y acabé animándome a escribirlo yo mismo. El atrevimiento fue mayúsculo —y quizás el resultado minúsculo—. El hecho es que me lo pasé muy bien leyendo y aprendiendo de los bioecólogos, pensando cómo sus ideas básicas y sus temas de investigación nos sugerían nuevos conceptos y líneas para nosotros. La diversificación, su continuidad y cambio, y su extinción, conservación o recuperación, fueron las temáticas que traté en mi capítulo, que, con algunas ampliaciones, fue publicado también en castellano en 2003 en la Revista de Llengua i Dret, con el título «Ecodinámica sociolingüística: comparaciones y analogías entre la diversidad lingüística y la diversidad biológica».

Toda esta línea ligada a la ecología culminará más tarde en otro intento teorizador en torno a lo que hemos llamado la «sostenibilidad lingüística». Fue este un trabajo de encargo, que he de agradecer profundamente a Linguapax, en ocasión de lo que se llamó el Fórum Universal de las Culturas, en 2004, en Barcelona. Esta petición me obligó a adentrarme en una perspectiva complementaria a la ecológica tradicional, ya que la filosofía sostenibilista no solamente pretende entender el funcionamiento de los ecosistemas naturales ni actuar como movimiento reivindicativo, sino especialmente proponer soluciones practicables para las sociedades humanas a fin de que puedan conciliar el mantenimiento de los hábitats naturales y el bienestar material —y espiritual— de las personas. Es decir, se trata de poder desarrollarse «sosteniblemente» sin desorganizar las bases medioambientales de nuestra existencia, hecho fundamental para nuestra continuidad como especie. Trasladado esto al campo de la diversidad lingüística se me ocurrió una analogía que creo provechosa: cómo desarrollar la intercomunicación humana como especie y a la vez mantener y desarrollar la riqueza lingüística producida por los distintos grupos humanos a lo largo de su existencia. Se trataba de vencer la tendencia al dicotomismo muy habitual en nuestro pensamiento y, en su lugar, pensar en y, no en o, como recomienda Edgar Morin. Queremos desarrollarnos materialmente sin sacrificar los hábitats, y queremos intercomunicarnos sin tener que abandonar la diversidad lingüística creada. Ciertamente, la perspectiva compléxica es aquí necesaria, para integrar y entrelazar.

En los años posteriores desarrollé esta línea de pensamiento, y en especial, en mi estancia sabática en el Glendon College de la York University, en Toronto, durante el curso 2005-2006, acogido por el profesor Kenneth McRoberts, y con la ayuda de Esther Raventós. Con una beca que obtuve del Institut d’Estudis Autonòmics pude trabajar a fondo en diversos aspectos de la problemática que plantea a los humanos el hecho de ser una única especie biológica pero diversificada lingüísticamente. Uno de los grandes temas iniciales fue intentar comprender el fenómeno de las identidades colectivas y sus relaciones con las lenguas. En Cataluña, como se sabe, tenemos una gran tradición de identificar lengua e identidad, idea que entra claramente en crisis cuando las sociedades se deshomogeneizan lingüísticamente, al recibir grandes cantidades de poblaciones de lengua distinta, con lo cual la ecuación no funciona. De hecho, hoy sabemos que hay que distinguir los conceptos, ya que pertenecen a distintos planos, aunque ciertamente presentan relaciones intrincadas que hay que esclarecer. Con la globalización y el aumento del poliglotismo individual y de los movimientos migratorios, estos temas toman aún más actualidad y urgencia.

No solamente teníamos que entender mejor las relaciones entre lenguas e identidades sino que debíamos poder indicar también cómo las políticas de las distintas instituciones podían hacer frente a los posibles conflictos sociales que pueden tener lugar en las relaciones intergrupales. Este tipo de tensiones se ven muy claramente en los Estados que reúnen poblaciones lingüísticamente diversas, y que han ensayado diversos principios de organización. El reconocimiento oficial de la diversidad lingüística es aún hoy en muchos países motivo de discrepancia. La ideología homogeneizadora basada en el concepto «un Estado = una lengua» prevalece en muchas partes y es, en la mayoría de los casos, uno de los factores que causan conflictividad. Por otra parte, los Estados que sí reconocen su diversidad lingüística interna se organizan con base en principios que no son automáticamente transferibles de unos a otros, ya que pueden existir variables históricas, geo- y demolingüísticas, socioeconómicas, o político-ideológicas, que demandan soluciones distintas. En el estudio de esta problemática contaba ya con los resultados del simposio internacional que, junto con mi colega y amigo Emili Boix, habíamos organizado anteriormente, y que dio lugar al libro ¿Un Estado, una lengua? La organización política de la diversidad lingüística, publicado en 1994.

Habitualmente, los principios que suelen abstraerse de los diversos casos de plurilingüismo oficial son los de territorialidad y personalidad de los derechos lingüísticos. Un ejemplo del primer caso son Suiza y Bélgica (excepto Bruselas). Son países organizados con base en el multilingüismo igualitario en el nivel federal y una yuxtaposición de subestados unilingües, que sirven de hábitat protector a sus grupos lingüísticos originarios. En el segundo caso, como Finlandia o el área de Bruselas, los ciudadanos, en general, pueden escoger el idioma con el que quieren relacionarse con las instituciones oficiales. En estos casos de reconocimiento oficial del multilingüismo social la organización pública favorece el uso unilingüe de los ciudadanos, los cuales pueden tener (o no) conocimiento desarrollado de las otras lenguas en presencia en sus Estados. El caso español es diferente, dado que todos los ciudadanos deben tener —y de hecho tienen— un conocimiento avanzado del castellano como lengua oficial del Estado, mientras que, en cambio, hay más dificultades para asegurar el dominio de las otras lenguas, que tienen carácter (co) oficial solamente en el territorio y en los organismos del nivel autonómico. La situación de las lenguas no-castellanas en España es más inestable que en los otros casos examinados ya que no disponen de hábitats exclusivos o preferentes y todos los ciudadanos saben la dominante, con lo cual esta tiende a ser la más favorecida en los contactos intergrupales, lo que deja con menor motivación a los que tienen el castellano como L1 para adquirir las otras lenguas con las que pudieran estar conviviendo. En el marco del proceso de globalización, yo propuse un nuevo principio para la conciliación de la intercomunicación y el mantenimiento de la diversidad, que he bautizado como principio de subsidiariedad lingüística, aplicable en Europa, en especial si tenemos en cuenta la gradual mayor extensión del inglés como lingua franca en el continente: todo lo que pueda hacerse en la lengua propia no debe ser realizado por la/s lengua/s más global/es. Es decir, por defecto favorecer el uso de las lenguas locales, hecho que permitiría asegurarles funcionalidad y utilidad, aunque sus hablantes también podrían usar las lenguas más grandes en los contextos y las funciones que lo demandaran. También este podría ser un principio-guía para España: poliglotización y distribución no-jerárquica de funciones. Esto y más es lo que expuse en Les polítiques de la llengua i la identitat a l’era glocal, redactado en Toronto y también publicado posteriormente en inglés.

7. Por una lingüística general desde la compléxica

En paralelo a esta aplicación de la perspectiva de la complejidad tal como la he concebido a partir de los autores ya citados, me pareció que este enfoque también podría ser renovador para la propia lingüística en general, y no solo para los planos sociolingüístico y glotopolítico. En esta otra línea de trabajo, mis esfuerzos han ido encaminados a concebir una aproximación sobre el fenómeno lingüístico que partiera más del todo que de las partes, es decir, que empezara a partir de los seres humanos creativos y de su organización sociocultural para inscribir luego en este marco el co-hecho lingüístico. Es decir, partir más de las personas que de los códigos. O, en todo caso, co-partir. Practicar la visión circular que Morin nos aconseja: la parte está en el todo que está en la parte. Todo y parte existen entretejidos e interpenetradamente. Para tener una recta comprensión, pues, del fenómeno hay que tomar todas las dimensiones simultáneamente, concibiéndolo en su complejidad. Mis ideas fundamentales sobre esta perspectiva holística —pero con conciencia de las partes— las escribí en mi memoria de cátedra y luego, más resumidamente, fueron publicadas en LinRed en 2003: «Lingüística general: elementos para un paradigma integrador desde la perspectiva de complejidad». En lo esencial, acojo las ideas de a) centralidad del cerebro/mente tanto para aprehender a los investigadores como a los investigados, b) provisionalidad de las teorías científicas, c) interdependencias e imbricaciones en redes multidimensionales de los hechos de la realidad, d) sistemas abiertos con causación retroactiva y no-lineal, e) autoorganización y emergencia, f) procesalidad y dinámica temporal ineluctable de los hechos, y g) interacción significativa y emotiva en los humanos.

De hecho, este tipo de aproximación, aunque sin llamarse «complejo», está ya en pleno desarrollo en muchas sublíneas de la investigación lingüística que conciben el habla humana más como un «lenguajear» —que dirían Maturana y Varela— que como «lengua» desde el punto de vista estructuralista. El lenguajear como emergencia organizada que surge y se mantiene (o se cambia) de manera continua en la incesante actividad sociocomunicativa de los seres humanos. En la integración coordinada de estas distintas sublíneas y con los programas de investigación más centrados en las estructuras de los códigos, estará probablemente el futuro de la lingüística como (inter)disciplina.