Capítulo I
El ENFOQUE ACADÉMICO
Hasta hace relativamente poco tiempo, los politólogos han dedicado escasa atención
al estudio de las coaliciones, y más específicamente de los gobiernos de coalición,
y se han contentado intelectualmente con la afirmación de que el gobierno de coalición
era un gobierno débil, que llevaba indefectiblemente a compromisos poco satisfactorios
y a la inestabilidad política. El enfoque constitucionalista característico de la
ciencia política tradicional tiende a enfatizar los conflictos entre el ejecutivo
y el legislativo así como entre los partidos políticos, antes de centrarse en el estudio
de la mecánica de la coalición. Dado que la gran mayoría de los textos constitucionales
no hacen ninguna distinción entre los diferentes tipos de procedimientos a seguir
en el caso de un gobierno de coalición o monocolor, tampoco lo hacían los politólogos.
Además, las habituales categorías empleadas por los politólogos –ejecutivo, legislativo,
gabinete– tienden a pasar de largo de la cuestión de cómo el modus operandi de los gobiernos unipartidistas o de coalición es esencialmente diferente.
Sin embargo, desde el año 1961, un conjunto de teorías han intentado dar una explicación
de los procesos de formación de gobiernos de coalición. Estas teorías se han desarrollado
siguiendo dos caminos claramente diferenciados. Por un lado, encontramos la tradición
generada a partir de la teoría de la elección racional y su derivada de la teoría
de juegos, un enfoque formal que reduce el proceso de formación de gobiernos de coalición
a un tipo de caso específico de interacción social y que, de manera deductiva, deriva
proposiciones teóricas fundamentadas en un conjunto finito de supuestos fundamentales.
Los principales representantes de esta aproximación son Gamson (1961), W. H. Riker
(1962), M. Leiserson (1966), de Swaan (1973) o Shepsle (1979), entre otros.
Además, están aquellas formulaciones teóricas más conectadas con la «tradición europea»
y que se conocen con la denominación de «teorías multidimensionales»: aproximaciones
fundamentadas en un enfoque empírico, inductivo, que pretende inferir generalizaciones
de análisis sistemáticos del mundo real. Esta corriente teórica pretende desarrollar
una explicación del fenómeno de la coalición, más allá de la simple descripción de
las posibles soluciones al «juego» coalicional. Una muestra de los autores representativos
de esta orientación son Axelrod (1970), Browne (1971), Herman y Pope (1973), Dodd
(1976), Pridham (1986), Budge y Keman (1990), Laver y Schofield (1990), o muy especialmente
los trabajos de Kaare Strom (1984).
El núcleo común de ambas tradiciones se sitúa en la constatación que, en palabras
de Luebbert, «en la mayoría de democracias occidentales, las elecciones no deciden
quién gobernará. Quién gobernará se decide, en cambio, por las negociaciones coalicionales
entre los partidos políticos» de forma que el objeto de análisis se sitúa en el estudio
de la política de las coaliciones, definida por Laver y Schofield como el análisis
de «la formación de gobierno en los sistemas constitucionales, típicos del Europa
occidental, donde el ejecutivo es mantenido en el poder en base a los votos ganadores
en el legislativo (...). Es la interacción entre los poderes legislativo y ejecutivo
cuando ningún partido obtiene la mayoría de los escaños la que define (...) la esencia
de la política de las coaliciones en Europa».
Este nuevo interés por los gobiernos de coalición ha tenido que superar reticencias
y prejuicios académicos centrados en la crítica de los supuestos efectos nocivos del
multipartidismo, así como en la necesidad y el deseo de garantizar gobiernos fuertes
y estables. Una de las principales trabas a los estudios de la política de las coaliciones
se ha encontrado en lo que Dodd denomina «el mito del multipartidismo»: los gobiernos
en los parlamentos multipartidistas serán gabinetes minoritarios, de coalición, o
de ambos tipos; por su naturaleza, los gobiernos minoritarios y los de coalición son
realmente transitorios; los sistemas multipartidistas son, por definición, indeseables,
dado que producen gobiernos transitorios. Este mito del multipartidismo se complementa
con dos reflexiones adicionales: «el mito de las coaliciones políticas», según el
cual los gobiernos de coalición son necesariamente efímeros, y «el mito del partidismo
mayoritario», según el cual los países que pretenden disfrutar de gobiernos estables
tienen que lograr un gobierno de partido mayoritario, así como un sistema de partidos
con un partido mayoritario (Dodd, 1976).
1. Las teorías formales
Los procesos de formación de gobiernos de coalición se estudian desde un conjunto
de teorías para las cuales las motivaciones y/o los objetivos que persiguen los actores
políticos determinan aquello que intentarán maximizar con su comportamiento. A pesar
de que de cada modelo teórico se derivan explicaciones diferentes sobre cuál será
el tipo de coalición que se tenderá a formar y por qué, hay un conjunto de proposiciones
fundamentales que son la base comúnmente aceptada sobre la cual se han construido
estas teorías. Estos fundamentos teóricos se sintetizan en cuatro fundamentales, que
a continuación analizaremos:
-
Los participantes en el proceso de coalición son partidos políticos, considerados
como actores unitarios, y por lo tanto cada uno de ellos puede ser tratado como una
entidad negociadora simple.
-
Los gobiernos de coalición tienen que contar con el apoyo parlamentario de la mayoría.
-
Todas las combinaciones de partidos que sean coaliciones ganadoras representan soluciones
reales, es decir, posibles gobiernos de coalición.
-
Los objetivos que orientan la conducta de los partidos pueden ser entrar en el gobierno
y obtener cargos, o influir, desde dentro del gobierno, en las políticas públicas
de forma que se acerquen al máximo a sus políticas preferidas.
1.1. Los partidos políticos como actores unitarios
Este fundamento, clave en las teorías formales de las coaliciones políticas, paradójicamente
no se cumple nunca en su totalidad. No hay duda de que los partidos políticos no son
actores unitarios para la inmensa mayoría de politólogos dedicados a su estudio. Sin
embargo, para los intereses de las teorías de las coaliciones esta consideración no
es muy problemática, dado que asumir el carácter unitario de los partidos es una respuesta
al problema de decidir qué actores, en particular, tienen que centrar nuestra atención
a la hora de analizar los procesos de formación de gobiernos de coalición.
Es decir, si bien en la práctica el sentido común nos muestra que la toma de decisiones
internas puede causar graves divisiones en el seno de los partidos, se opta en este
caso por considerar que este proceso es como una «caja negra» cuyos contenidos no
necesitamos conocer antes de analizar el proceso de negociación interpartidista. Podemos
así autojustificarnos afirmando que, actualmente, los partidos tienden en la práctica
a entrar y salir del gobierno como actores singulares. Esta afirmación se refuerza
al constatar los elevados niveles de disciplina interna de partido, aunque también
podemos encontrar escisiones, sublevaciones internas o tránsfugas. En resumen, las
razones que justifican el tratamiento de los partidos como actores unitarios son en
parte empíricas y en parte teóricas.
La realidad empírica de la disciplina de partido en los parlamentos europeos implica
que este supuesto es válido. Por otro lado, el argumento teórico viene del hecho de
que la mayoría de causas por las cuales los partidos se escinden pueden explicarse
solo con una base ad hoc.
1.2. Los gobiernos de coalición como gobiernos mayoritarios
Tradicionalmente los teóricos formales han asumido que solo puede ser ganadora aquella
coalición que tenga el control de la mayoría absoluta de los escaños del parlamento.
El «padre» de los estudios sobre los gobiernos de coalición, William H. Riker, define
la coalición ganadora como aquella que «contiene más de la mitad de los miembros,
de los votos o del “peso” en el sistema de toma de decisiones», a partir de la cual
se ha hecho operativa la definición de coalición ganadora como aquella que contiene
más de la mitad de los escaños del parlamento.
El problema aparece en el momento en que, a partir de la evidencia empírica, se tienen
que explicar altos porcentajes de gobiernos de coalición en las democracias parlamentarias
occidentales, en las cuales, a diferencia de este supuesto, no se controla la mayoría
absoluta. La existencia generalizada de gobiernos minoritarios, sean o no de coalición,
así como la existencia de gobiernos de coalición sobredimensionados (con más socios
de los necesarios) hace necesario replantearse las definiciones que se deben emplear.
En este sentido, la aceptación generalizada de la mayoría absoluta de los escaños
como punto efectivo de decisión en la formación de gobiernos de coalición se convierte
en uno de los elementos clave para su análisis. De este elemento se desprende, también,
la relevancia de los objetivos que asumimos y que motivan la acción de los partidos.
Es decir, si optamos por creer que los partidos políticos solo están interesados en
la obtención y en el mantenimiento del poder, expresado en la posesión de cargos de
gobierno (teorías office-seeking), entonces no podremos explicar por qué hay situaciones en que se forman gobiernos
minoritarios o sobredimensionados, dado que estas teorías no toman en consideración
ninguna otra motivación de los partidos. Si, al contrario, consideramos que la actuación
de los partidos se rige no solo por la simple maximización de sus utilidades a corto
plazo, sino también por las utilidades a largo plazo –así como por su deseo de influir
en el proceso de elaboración de las políticas públicas (teorías policy-driven)–, entonces podremos avanzar en el estudio.
En este sentido podremos, en primer lugar, considerar los beneficios de gobernar,
en términos del «diferencial de influencia política», entre ser parte del gobierno
o de la oposición. Es decir, cuanto mayores sean las oportunidades que tenga la oposición
para influir en la elaboración de políticas públicas, menores serán los incentivos
para formar parte del gobierno. En segundo lugar, tendremos que tomar en consideración
los costes de gobernar en términos de la anticipación de las potenciales pérdidas
electorales futuras.
Todo esto está condicionado por el umbral que fijamos (o que fije la dinámica política)
como punto efectivo de decisión. Es decir, en un contexto jurídico-constitucional
como el español (tanto a escala estatal como autonómica) no es indispensable contar
con la mayoría absoluta de los escaños, dada la posibilidad de ser investido –y por
lo tanto de formar gobierno– en una situación de minoría. En este punto son muy relevantes
los apoyos externos al gobierno, en cuanto que permiten obviar la necesidad de lograr
el control de la mayoría absoluta de los escaños y, por lo tanto, el tener que formar
obligatoriamente un gobierno de coalición.
Aparece aquí una diferenciación muy relevante entre las coaliciones parlamentarias
y los gobiernos de coalición, donde es clave la prestación de apoyo parlamentario
externo al ejecutivo o bien la corresponsabilización de la acción de gobierno. Desde
este punto de vista se identifica la existencia de un gobierno con apoyo externo cuando
se dan dos condiciones: este apoyo se ha negociado con anterioridad a la formación
del gobierno y toma la forma de un acuerdo explícito y extenso, tanto sobre las políticas
a desarrollar a corto plazo como respecto a la supervivencia del gobierno.
En resumen, las modificaciones al supuesto del carácter mayoritario de todo gobierno
de coalición serían tres: el principio de la mayoría absoluta no tiene por qué ser
el punto efectivo de decisión en la formación de un gobierno; formar parte de la oposición
puede comportar ciertos beneficios para los partidos interesados en la influencia
política; y hay que incorporar las perspectivas temporales de los partidos, así como
el rol de las futuras elecciones como elementos que limitan la actuación de los partidos
políticos.
1.3. Cualquier combinación puede convertirse en una coalición real
Este tercer supuesto inicial se deriva directamente de la aplicación de la teoría
de juegos al campo de la ciencia política. Así, a partir de los trabajos de Gamson
(1961) y muy especialmente de Riker (1962), se intentará predecir la formación de
gobiernos de coalición utilizando el utillaje conceptual de la teoría de juegos elaborada
por Von Neumann y Morgenstern, bajo la creencia de que era una teoría que podía contrastarse
empíricamente.
El elegante pero simplista concepto de gobierno de coalición de Riker se centra en
la identificación de un conjunto finito de gobiernos de coalición que se convierte
en el conjunto solución del «juego». Partiendo del concepto que hemos visto antes,
para Riker la predicción de los gobiernos de coalición que se formarán consistirá
solo en identificar el conjunto solución de casos que reúnan el requisito de superar
la mayoría absoluta de los escaños. Si llevamos a la práctica esta fórmula aplicándola
a un caso tan complejo como el escenario parlamentario español a raíz de las elecciones
legislativas de 1979, se constatará la poca utilidad de este criterio. Por un lado,
se verá que el conjunto solución es demasiado grande, hasta sesenta y seis posibles
combinaciones siguiendo solo el criterio de la mayoría absoluta. Por el otro, y siguiendo
el criterio de viabilidad de cualquier de estas combinaciones, se constatará que hay
un grupo de coaliciones que tiene como socios los diputados de Herri Batasuna, de
forma que es claramente imposible su incorporación a un gobierno democrático de ámbito
estatal.
En resumen, la aplicación práctica de este tercer supuesto de partida de las teorías
formales pone sobre la mesa la necesidad de diferenciar entre la viabilidad teórica
de las diferentes combinaciones de partidos y la deseabilidad práctica (o la viabilidad
política) de estas, y es indispensable tomar en consideración más elementos y no solo
los numéricos.
1.4. Las motivaciones de los partidos políticos
Las teorías formales se caracterizan por asumir que los partidos solo están motivados
por la obtención del poder y de los beneficios que a ellos se vinculan. Es la corriente
llamada office-seeking, que Riker (1962) inaugura al considerar el conjunto de cargos de gobierno (ministerios)
como las recompensas intrínsecas del proceso de coalición, un premio fijo que se dividirá
entre los ganadores.
En este sentido, si el cargo ministerial es el fin en sí mismo, entonces formar parte
del gobierno es la única manera de ganar, por lo que será indispensable reducir el
número de socios de la coalición para poder obtener más cargos. Aparece así el concepto
de «coalición mínima ganadora», donde la clave será reducir al mínimo el número de
socios (dos, en último caso) que estén en condiciones de controlar la mayoría absoluta
de los escaños. A pesar de la sencillez del argumento, el ejercicio práctico anterior
muestra que todavía hay demasiadas soluciones posibles, dado que no se concreta ningún
otro criterio para discernir cual de las coaliciones será la que se formará.
Los intentos para mejorar la formulación de Riker requieren introducir criterios que
permitan un grado más alto de especificidad y, por lo tanto, menos posibles gobiernos
a predecir. Leisserson proporcionó un criterio fundamentado en que se tenderán a formar
aquellas coaliciones con un menor número de partidos, dado que tanto la negociación
como el mantenimiento de la coalición serán más sencillos.
Pese a la orientación central a favor de la aritmética parlamentaria, las teorías
formales también han considerado el criterio de la motivación ideológica de los partidos.
En su formulación inicial a finales de los años sesenta, la variable ideológica se
incorporó a partir de la distribución de los partidos en el eje unidimensional izquierda-derecha
para así poder valorar el curso de las negociaciones. El mismo Leisserson defendió
la aplicación del criterio de la distancia ideológica, dado que los partidos más cercanos
en el espacio ideológico tendrán más similitudes programáticas y, por lo tanto, más
facilidad para llegar a acuerdos. La mejor propuesta, en esta dirección, la hizo Axelrod
al predecir que los gobiernos de coalición que se formarán serán aquellos cuyos socios
estén «conectados» en el espacio ideológico. Es decir, que los partidos sean «adyacentes»
en este continuum izquierda-derecha.
2. Las teorías multidimensionales
La principal respuesta a las teorías formales viene dada por el alud de críticas a
su escasa capacidad para reflejar el complejo entramado de variables que influyen,
condicionan y limitan el proceso de formación de los gobiernos de coalición. Así,
las nuevas teorías, de cariz multidimensional, ofrecen un amplio abanico de variables
con las que poder explicar la diversidad de elementos que interactúan en el proceso
de coalición, y superar así la simple tarea de predicción de las teorías formales.
El gran problema de las teorías formales ha sido su carácter estático, poco atento
al rol de los elementos y las variables que inciden durante toda la legislatura, no
solo durante el momento puntual de la formación del gobierno. Así, el cambio sustancial
vendrá dado por la incorporación de la variable temporal a los estudios sobre los
gobiernos de coalición. Es decir, percibir la formación de gobiernos de coalición
no solo como un hecho puntual sino como un fenómeno que acontece en todo un periodo
temporal. Tiene lugar, así, un proceso continuado, dinámico, en el cual el tiempo
es una variable esencial y obligada no solo en el sentido histórico (comportamientos
coalicionales anteriores, evolución de los partidos, resultados electorales previos,
etc.) sino muy especialmente en su acepción cotidiana, en el día a día político.
En este sentido, si bien los resultados electorales establecen las posibilidades aritméticas
para configurar los posibles gobiernos de coalición, habrá que tener muy presente
que lo que puede ser aritméticamente posible no tiene que ser necesariamente viable
políticamente, además de que quizás lo que sea políticamente viable o deseable no
pueda ser aritméticamente posible.
A partir de la obra coordinada por Geoffrey Pridham en la segunda mitad de los años
ochenta, esta nueva perspectiva se sistematiza para el análisis y se aplica al estudio
de diferentes sistemas políticos europeos. El marco teórico pasa a definirse tomando
en consideración siete dimensiones clave para la comprensión del proceso de coalición.
Las explicamos a continuación.
2.1. La dimensión histórica
Esta dimensión se centra en la caracterización temporal del proceso de coalición,
partiendo del supuesto de que los partidos acumulan experiencia en el curso de una
relación coalicional con otros partidos, pero también en las relaciones previas con
los mismos actores. El elemento innovador es la consideración de la relación coalicional
como un proceso continuado que está sujeto a las experiencias previas, pero también
a las expectativas futuras.
Así, la perspectiva dinámica se incorpora a los estudios sobre gobiernos de coalición,
teniendo en cuenta no solo el proceso dirigido a la formación del gobierno como un
hecho aislado sino también hacia la «vida y muerte» de la coalición. A partir de los
trabajos iniciales de Sanders y Herman (1977) sobre estabilidad y supervivencia de
los gobiernos, o de Warwick (1979) sobre la duración de los gobiernos de coalición,
se ha desarrollado una amplia bibliografía que se centra en el estudio del ciclo vital
de los gobiernos de coalición. El concepto aparece con Paul Mitchell (1995), que esboza
el ciclo vital de un gobierno de coalición. La primera etapa consiste en la identificación
del contexto histórico para centrar el análisis, en una segunda etapa, en los programas
políticos y las estrategias electorales de los partidos. Es en esta etapa en la que
se analizan también las negociaciones, así como los potenciales pagos que se deriven.
Si el proceso de negociación es satisfactorio quedará plasmado en un documento político
de la coalición, que junto con la distribución de los cargos de gobierno constituye
la posición de equilibrio inicial del gobierno y el punto de partida para evaluar
la actuación política del gobierno.
Una vez formado el gobierno de coalición, el análisis se centra en la difícil tarea
de identificar los acontecimientos que pueden desestabilizar el equilibrio inicial
y las respuestas que la coalición les da para mantenerse «con vida». Sin embargo,
todo gobierno acaba, «muere», y en esta etapa hay que analizar los elementos que llevan
a su fin a un gobierno de coalición. Uno de los aspectos más relevantes de esta propuesta
es que intenta integrar los efectos de las limitaciones intrapartidistas en la toma
de decisiones políticas junto con las consideraciones respecto a las expectativas
electorales de los partidos.
2.2. La dimensión institucional
Esta dimensión se fundamenta en la hipótesis de que la estructura formal del sistema
político incluye tanto las limitaciones como los estímulos para la creación de gobiernos
de coalición. Es así el estudio de las «reglas del juego» diseñadas en el marco jurídico-institucional
del sistema político: sistema electoral, relaciones gobierno-oposición, diseño institucional,
proceso de toma de decisiones ejecutivas, etc.
Dentro de estas reglas del juego hay un elemento central para la comprensión del funcionamiento
de las coaliciones y muy especialmente de los gobiernos de coalición: los acuerdos
de coalición. Estos acuerdos, formales o informales, se configuran como el principal
mecanismo institucional dirigido a garantizar la existencia de la coalición mediante
la imposición de varios niveles de disciplina de coalición.
Veremos más adelante que sus funciones no acaban aquí, sino que también alcanzan el
funcionamiento interno de los socios de un gobierno de coalición. El punto de partida
en la formalización de un acuerdo de coalición está en que los líderes de los partidos
asumen que respetando el acuerdo se obtendrá un mejor resultado a largo plazo, a diferencia
de las situaciones en las que cada partido actúa libremente dentro del gobierno. También
hay que tener presente que otra función de los acuerdos es dar información a los socios
de gobierno, facilitar la comunicación entre ellos y reducir o evitar los conflictos
internos.
2.3. La dimensión motivacional
Mucho más difíciles de evaluar son los motivos que llevan a los partidos a tomar determinadas
decisiones a la hora de formar gobiernos de coalición. Si bien las teorías formales
centran la atención casi exclusivamente en la investigación del poder (la obtención
de cargos de gobierno o carteras ministeriales), la aproximación multidimensional
incorpora una variedad mucho más amplia de objetivos y/o motivaciones. La variable
temporal permite, pues, tener en cuenta que los partidos no solo se mueven por la
investigación de objetivos a corto plazo, sino que también planifican sus decisiones
a medio y largo plazo –a pesar de que a menudo tienen una visión excesivamente a corto
plazo.
Una de las mejores aproximaciones a esta temática es la de Torbjörn Bergman, que construye
un esquema en el cual cada decisión tomada por un partido dentro del proceso de formación
de gobiernos de coalición responde a un cálculo estratégico. Este cálculo no es otro
que la valoración, por parte de las élites del partido, de los efectos de la decisión
de entrar (o no) a formar parte de un gobierno de coalición. Para Bergman, los efectos
de esta decisión se notarán en cuatro ámbitos de la actividad del partido, que tienen
un objetivo central asociado a cada uno de ellos: el ámbito ejecutivo, cuyo objetivo
es la obtención de cargos de gobierno; el parlamentario, donde el objetivo es la aprobación
de determinadas políticas públicas vinculadas a las preferencias del partido; el ámbito
electoral, en el que el rendimiento electoral es el indicador; y, finalmente, el ámbito
intrapartidista, donde el concepto clave es la cohesión interna en el seno de la formación.
La clave, pues, no radica solo en la posibilidad de obtención de ciertos cargos de
ministro o de consejero, sino que está centrada en la respuesta que desde el partido
y sus líderes se dé a las cuestiones siguientes: ¿cómo nos afectará electoralmente
la entrada en un gobierno de coalición determinado? ¿Y en términos de cohesión interna?
¿Y en términos de aprobación de políticas públicas? De los resultados de esta evaluación
se derivará la decisión final por parte del partido, de forma que a partir de estos
análisis podemos comprender por qué algunas formaciones en los ámbitos catalán, español
o europeo han decidido en varias ocasiones no formar parte de un gobierno de coalición
y mantenerse en la oposición o, también, optar entre diferentes socios de gobierno.
2.4. La dimensión horizontal/vertical
Una de las dimensiones más difíciles de captar es esta, la horizontal/vertical, dado
que hace referencia a las relaciones que se establecen dentro de los partidos políticos
pero centrando su atención en su vertiente «vertical». Así, por un lado, se toman
en consideración las relaciones interpartidistas (horizontales), como pueden ser la
compatibilidad ideológica entre los partidos, el grado de competencia electoral o
la relación existente entre los líderes de las formaciones. Por otro lado, la vertiente
vertical se centra en dos formas paralelas de relaciones centro-periferia: las relaciones
intrapartidistas de arriba hacia bajo, centrándonos esencialmente en el alcance del control y/o influencia de los líderes
nacionales sobre la conducta coalicional de los núcleos subnacionales, así como de abajo hacia arriba, qué efectos tienen los acontecimientos a escala local o subnacional sobre la cúpula
dirigente nacional.
A pesar de las dificultades para llevar a cabo este tipo de análisis, el caso español
es especialmente apropiado para analizar las relaciones existentes entre los partidos
(y dentro de los partidos) en ámbitos político-territoriales diferentes. La existencia
de partidos de ámbito estatal que cuentan con una organización territorial descentralizada
permite incluir las relaciones entre las diferentes secciones y el núcleo central
dentro del análisis de la toma de decisiones. Además, podemos encontrar ejemplos del
uso del ámbito local y autonómico como «laboratorios de pruebas» para la experimentación
previa de alianzas futuras en el ámbito nacional o para la formación de gobiernos
de coalición a partir de intercambios de poder a diferentes niveles. Es, pues, un
escenario político que se tiene que entender desde una aproximación multiparlamentaria
y multiterritorial, donde los procesos de formación de gobiernos de coalición en un
municipio pueden estar condicionados por estrategias políticas diseñadas a escala
autonómica o, si subimos un nivel, la formación de gobiernos de coalición autonómicos
puede ser supeditada a estrategias políticas nacionales.
2.5. La dimensión interna de los partidos
Íntimamente vinculado a la anterior dimensión se encuentra el análisis de la dimensión
interna, diferenciada de aquella por la especial atención que recibe la problemática
del control del partido por parte de sus élites. Se pone en cuestión, pues, el supuesto
de las teorías formales según las cuales el partido es un bloque monolítico, por lo
que el interés se desplaza al estudio de las diferencias existentes entre las estructuras
organizativas de los partidos, así como sus niveles de centralización y de institucionalización.
En otras palabras, se trata de analizar hasta qué punto un determinado tipo de organización
interna de los partidos condiciona, en más o menos proporción, la toma de decisiones
coalicionales. Así, el grado de centralización o descentralización de la organización
incidirá en su capacidad para solucionar los conflictos que aparezcan durante la fase
de negociación coalicional. Es decir, en el supuesto hipotético de un partido asambleario
en el que cualquier decisión tuviera que ser sometida a validación de sus militantes,
tendría muchas dificultades para poder dirigir con éxito un proceso de negociación
coalicional, mientras que un partido fuertemente centralizado podría tomar las decisiones
de manera mucho más ágil y rápida. Por lo tanto, la fuerza negociadora de un partido
no solo reside en su solidez electoral, sino que tiene que ver muy especialmente con
las características de su organización interna y esencialmente con la estructura del
proceso interno de toma de decisiones.
2.6. La dimensión sociopolítica
Esta dimensión incluye un amplio conjunto de variables que van desde la cultura política
hasta las relaciones entre los partidos y sus bases sociales, aunque merecen una atención
especial aquellos elementos relacionados con los cambios en las demandas y preferencias
del electorado, por la influencia que ello tiene en las próximas elecciones y en el
diseño de actuaciones por parte de los partidos a corto y medio plazo. En este sentido
destacan los estudios sobre «cultura coalicional» llevados a cabo por Jordi Capo,
para quien este concepto «se refiere a las representaciones, opiniones y preferencias
del electorado sobre la formación de gobiernos monocolores mayoritarios, minoritarios
o de coalición; a la percepción del pacto como procedimiento político; a la visualización
de un ejecutivo fuerte o débil, y a su imagen de las relaciones entre el ejecutivo
y el legislativo».
2.7. La dimensión externa o ambiental
Aquí encontramos un grupo de consideraciones genéricas sobre la conducta coalicional,
en especial sobre el impacto que los acontecimientos, más allá del control de los
actores, pueden tener sobre la dinámica del proceso de formación de gobiernos de coalición.
Algunos ejemplos pueden ser el papel de los medios de comunicación o la acción de
gobiernos en otros estados o zonas del territorio. La razón de ser de esta dimensión
es la constatación de que los partidos políticos actúan en un mundo de incertidumbre
en el cual determinados acontecimientos pueden condicionar su comportamiento inesperadamente.
Una de las principales líneas de estudio es el análisis de aquel tipo de acontecimientos
especialmente azarosos y problemáticos que pueden crear una situación de crisis inesperada
que los partidos no son capaces de resolver. Son situaciones que se definen, pues,
como shocks desestabilizadores que los gobiernos no podrán resolver satisfactoriamente. Estos
acontecimientos pueden tomar diferentes formas, por ejemplo, escándalos políticos
vinculados a la corrupción, crisis internacionales o situaciones de enfermedad o muerte
repentina del presidente del gobierno.