Pensar hoy la hiperactividad exige pensar el uso que hacemos del tiempo en nuestra vida cotidiana. Los sociólogos Zygmunt Bauman o Richard Sennett nos han hecho una deconstrucción minuciosa, mostrando que el tiempo hiperactivo es un discurso que impregna el conjunto de nuestras vidas. De allí que ese significante, hiperactividad, nombre hoy muchas de nuestras dificultades.
Si partimos de la tesis que un discurso constituye una modalidad de lazo social, la hiperactividad se revela hoy como el significante amo de un discurso que define una nueva manera de vincularse al “otro” (Lacan, 1992). Una manera contemporánea de responder con el cuerpo a la presencia del “otro”, sea bajo la forma verborreica del niño que no hace sino interrumpir al profesor/adulto, o la desatenta de ignorarlo. En los dos casos podemos ver una modalidad del vínculo que nos habla de una dificultad creciente de la palabra para regular lo que se agita en el cuerpo.
Todo síntoma tiene su envoltorio formal ligado a las condiciones discursivas e históricas en las que toma cuerpo. La categoría TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) se configura como una “clase” capaz de “fabricar mundos” en el sentido que da a este término el filósofo y lógico Nelson Goodman (1990). Para él una clase, definida a partir de los miembros que incluye y de sus rasgos comunes, tiene la capacidad de reconfigurar nuestro pasado, definir el presente y anticipar el futuro. En ese sentido crea un nuevo mundo a partir de la clase misma. Es por eso por lo que el TDAH tiene hoy, más allá de su uso clasificatorio en psicopatología, el poder de nombrar el malestar en la infancia y la adolescencia, y ahora también en los adultos.
Pretender reducirlo –como se hace a veces– a una versión desubjetivada del sufrimiento humano, a un trastorno en el cual no haría falta escuchar al sujeto, es una ilusión, porque lo reprimido –aquí la subjetividad del ser hablante– no cesa de manifestarse y expresarse.
Usamos a menudo el dicho coloquial “lo hace para llamar la atención”, y ese dicho ya muestra cómo en ese movimiento hay palabras apresadas en el cuerpo, palabras ausentes. En cierto modo es así, hay una dimensión de acting out en muchos de esos niños, un actuar sin palabras pero no sin la relación con el otro: adulto, profesor, compañero. Por tanto, ese actuar nos incluye.
La fórmula tradicional para estar atentos y quietos resultaba de mezclar el ideal de esfuerzo, la disciplina corporal del ejercicio físico, la presencia de una autoridad reconocida (padre/maestro) y la garantía de que en el futuro habría una recompensa en forma de ascenso social. Eso anudaba la palabra al cuerpo.
Hoy vivimos en otra época, la del consumo generalizado, caracterizada por un empuje al goce instantáneo como la vía regia de la búsqueda de la excelencia y la felicidad. Eso implica que dejamos el cuerpo abandonado a su satisfacción autoerótica confiando en que él encontrará su propia regulación.
La realidad en cambio nos muestra que ese satisfacerse sin otro límite que la resistencia del cuerpo, hasta que aguante o explote, nos conduce a un callejón sin salida e incluso a la muerte, como le sucedió al aspirante ruso al título mundial de sauna, Vladimir Ladyschenski, que en agosto del 2010 sufrió un colapso y falleció en el mismo lugar de la competición tras alcanzar la final.
Otro dato reciente: las muertes por suicidio entre los militares norteamericanos, jóvenes que someten su cuerpo al máximo rendimiento, ya superan las bajas por combate. Igualmente es conocido el tráfico de anabolizantes en estos mismos ejércitos, consumidos por estos jóvenes que desean hacerse un cuerpo musculado.
El imperativo actual del funcionamiento y la optimización de las competencias aparece como un pragmatismo radical aplicado a la “gestión” del cuerpo, concebido como una máquina, conectado siempre en on (Miller, 2006). Este funcionamiento, basado en el empuje a la satisfacción inmediata, interfiere directamente en el vínculo educativo.
Alan Schwarz, redactor de salud del New York Times, señala, en un interesante artículo sobre el TDAH, el uso creciente de los psicoestimulantes en niños procedentes de barrios desfavorecidos –y que presentan dificultades escolares (bajos aprendizajes y problemas de conducta)– como estímulo de mejora, independientemente de si cumplen o no el diagnóstico. De hecho, muchos de los pediatras y psiquiatras consultados admiten que los prescriben por ser la fórmula más sencilla y económica, y que cuentan para ello, en la mayoría de los casos, con el consentimiento y la demanda de las familias. “Hemos decidido, como sociedad, que es demasiado caro modificar el entorno de estos niños, así que mejor modificamos a los niños” (M. Anderson, pediatra del Cherokee County, Atlanta)1.
Tenemos pues el eje del tiempo hiperactivo, que incluye la prisa y la inquietud, lo que se mueve sin parar, pero al mismo tiempo hay algo fijo, algo que tiene que ver con la satisfacción de la repetición. Junto a la dispersión y el movimiento del TDAH encontramos, en los mismos niños, una fijeza, algo a lo que no pueden dejar de atender, como veremos en las viñetas clínicas más adelante. Es conocido también cómo muchos de estos niños pueden pasar horas pegados a una pantalla (internet, móvil, videojuego), mostrando así una hiperatención en una tarea que sea de su interés.
Para terminar esta introducción, cabe indicar que hoy tenemos también una versión adulta del TDAH, que incluye en su categoría el estrés como patología contemporánea de la prisa. Y junto a estas manifestaciones del exceso de actividad, no hay que olvidar aquellos niños y adolescentes hipoactivos, que pasan desapercibidos por su timidez, inhibición e incluso “fobia social”. A veces, años después, tenemos noticias de ellos cuando esa posición se vuelve conflictiva y se manifiesta en trastornos de conducta, en ocasiones graves, como ha ocurrido en algunas de las matanzas juveniles escolares, protagonizadas por estos chicos “discretos”.
Hemos empezado refiriéndonos al tiempo porque estas patologías del cuerpo hiperactivo no serían pensables sin esa idea tan actual de que corriendo, sin parar, podríamos evitar la pérdida del tiempo. Cultivamos la ilusión de que sumando actividades, extraescolares y extralaborales, llenaremos todos los vacíos de nuestras vidas. No es, pues, pensable el creciente fenómeno de la hiperactividad –que incluye las dificultades de detención del sujeto– sin esa dimensión del apresuramiento y el multitasking, propia y aceptada socialmente en nuestra época.
1 Alan Schwarz. “Attention Disorder or Not, Pills to Help in School”. New York Times, edición del 9 de octubre del 2012. http://www.nytimes.com/2012/10/09/health/attention-disorder-or-not-children-prescribed-pills-to-help-in-school.html?pagewanted=all&_r=0. Consultado el 23 de marzo del 2014.