De Barcelona a Saint Helier

Atraído desde que tengo uso de razón por los microestados y las pequeñas dependencias y territorios de ultramar, durante un viaje por tierras de la Bretaña francesa, en septiembre de 2010, sucumbí a la tentación de visitar Jersey, a menos de dos horas en ferry desde el puerto de Saint-Malo. Tras un trayecto tranquilo y temprano, la capital de la isla, Saint Helier, me recibió con un inusual día soleado y, evidentemente, con un cambio de sentido en la conducción de vehículos. Nada complicado en un verdadero condado inglés rodeado de aguas donde las angostas carreteras impiden excesos de velocidad. Ahí estaba, con pocas noticias previas sobre Jersey y el resto de las islas, excepto cuatro pinceladas sobre la lengua propia (el jèrriais, un arcaico dialecto normando a punto de desaparecer ante la asfixiante presión del inglés) y el atractivo que representa para las grandes fortunas inglesas y europeas el relajado régimen impositivo de los dos bailiazgos.4

Jèrriais

N. C. W. Spence, profesor emérito de filología francesa en la Universidad de Londres, resume a la perfección la situación lingüística del habla de Jersey en su estudio A brief history of Jèrriais (1993): «El visitante ocasional de Jersey se sorprenderá por el contraste entre los predominantes nombres en francés de las calles, sitios y gentes, y lo que por otro lado parecería el completo dominio de la lengua inglesa y el estilo de vida británico. (…) De vez en cuando, a pesar de ello, en un pub local o una tienda, o en los mercados cubiertos de la ciudad, se pueden escuchar a personas de mediana edad o más mayores conversando en algo que se parece al francés, pero que los foráneos encontrarán bastante difícil de seguir. Este vernáculo que sus hablantes llaman jèrriais (también conocido como francés de Jersey, normando de Jersey o lengua de Jersey) es hablado cada vez por menos gente porque ha sido abandonado por casi todos los niños de la campiña que fueron criados para que lo hablaran.»

El censo de 2001, de hecho, arrojaba cifras más que elocuentes: menos de tres mil personas se consideraban hablantes del normando jèrriais (el 3,3% de una población de 87.186 almas), y solo 113 decían que era su lengua cotidiana. Ante esta realidad, Spence añadía acertadamente: «Parece que en vez de ser absorbida paulatinamente por el inglés dominante, la lengua local está siendo rápidamente reemplazada.»

INFORMACIÓN SOBRE EL DIALECTO NORMANDO EN EL CENTRO DE SAINT HELIER

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Pero no siempre Jersey y Guernsey fueron el paraíso terrenal (y fiscal) que son hoy en día. La numerosa emigración hacia las Américas de hace algunos siglos da buena cuenta de las dificultades que tuvieron para sobrevivir los antiguos pescadores y marinos jerseyeses. Pero todavía más terrible, por concentrar lo peor del ser humano y la desunión europea, fue la ocupación alemana del archipiélago en su conjunto, apenas setenta y cinco años atrás.

Jerseyeses en el mundo

El fenómeno de la emigración ha sido históricamente importante en Jersey y Guernsey, con grupos humanos de esas islas presentes en Australia, Nueva Zelanda y los Estados Unidos, además de Inglaterra, donde a finales del siglo xix vivían más de diez mil jerseyeses. Con todo, la comunidad de ultramar más famosa es la de la península norteamericana de Gaspé, entre el río San Lorenzo y Nuevo Brunswick, que se consolidó durante los siglos XVIII y xix con pescadores de la isla que iban a pescar temporalmente en Canadá, desde la primavera al otoño. Además, como eran trilingües (jèrriais, inglés y francés), trataban fácilmente tanto con quebequenses como con ingleses e irlandeses.

No tiene relación con la emigración señalada el origen del nombre del estado de Nueva Jersey, pero sí con la isla del canal de la Mancha. Durante las Guerras Civiles inglesas (1642-1651), Jersey se mantuvo leal a la Corona y dio asilo a Carlos II, proclamado rey por primera vez en Saint Helier después de la ejecución de su padre a manos de los parlamentaristas republicanos. Con la restauración de la monarquía a partir de 1660, Carlos II dividió las tierras de América del Norte tomadas por la Corona británica en dos partes: la región entre Nueva Inglaterra y Maryland, concedida a su hermano Jacobo, duque de York; y las tierras entre el río Hudson y el río de Delaware, la antigua colonia de los Nuevos Países Bajos, renombrada desde entonces provincia de Nueva Jersey.

Una buena muestra de ello son los monumentos y sitios de memoria esparcidos por todas las islas, algunos de los cuales tan discretos que pueden pasar fácilmente desapercibidos. Podría ser el caso de Charing Cross, una mansa y agradable calle del centro de Saint Helier en la que tropecé, casualmente y no sin una buena dosis de fortuna, con una losa grabada en la acera que me llamó poderosamente la atención.5 Había una inscripción, en inglés: «All we could think of was that every day we were alive was a bonus.» («Lo único que podíamos pensar era que cada día que pasábamos era un día extra de vida.») Firmado: Vincente (sic) Gasulla Sole, «trabajador forzado español». Pocos pasos más adelante, otro texto: «I was so weak from exhaustion and dysentery. A spaniard took pity on me and nursed me back to life: his name was Gasulla Sole.» («Estaba sumamente débil de agotamiento y por los efectos de la disentería. Un español se compadeció de mí y me cuidó hasta volverme a la vida: su nombre era Gasulla Sole.») En este caso firmaba el texto Vasilly Marempolsky, «trabajador esclavo ucraniano».

LOSA EN EL CENTRO DE SAINT HELIER CON FRASE DE VICENTE GASULLA SOLÉ

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Al atardecer, subido al barco de vuelta a Saint-Malo, dejaba atrás la calmada bahía de Saint Helier con más preguntas en la mente de las que tenía antes de la llegada por la mañana a la apacible Jersey. ¿Quién era el tal Vicente Gasulla Solé, de nombre y apellidos que se me antojaban por lo menos catalanes o valencianos? ¿Qué y quién le había traído a este rincón de Europa, como trabajador forzado, durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Y por qué se había merecido, según parecía, la gratitud eterna de un joven eslavo esclavizado por los nazis asegurando que le había devuelto la vida? No tardé demasiado, ya en Barcelona, en intentar responder a todas estas cuestiones imprevistas antes de la visita a la curiosa isla del canal de la Mancha.

La intuición, como pude comprobar rápidamente, no me había fallado: Vicente Gasulla Solé nació en Barcelona el 6 de mayo de 19196 en el seno de una familia medio valenciana, medio catalana. El padre, oriundo de un pueblo cercano a Castellón de la Plana, había dejado atrás la dura y pobre vida de campo para buscar una alternativa mejor en la industriosa capital catalana. En el barrio de Hostafrancs se empleó en una fábrica de cerámicas y se casó con la hija de los propietarios de una herboristería del vecindario. Todos estos detalles, los contó el propio Gasulla en una entrevista realizada por personal del Imperial War Museum de Londres en la década de 1970, pocos años antes de su muerte en Jersey. En ella detallaba su juventud en Barcelona, su ideología y afiliación política, su periplo durante la Guerra Civil española y, claro está, las azarosas y desgraciadas circunstancias que, huyendo del fascismo recién instaurado en España (1939), le hicieron caer en el nazismo establecido poco después en Francia (1940).

Ferviente republicano y católico, como su padre, Gasulla empezaba rememorando en la grabación el fin de la monarquía en España y la llegada de la Segunda República: «Me puse muy contento con la expulsión del rey porque creímos que era el símbolo de un sistema corrupto. (…) Y no solo el Gobierno estaba corrupto: también la economía, pues todos los recursos que tenía el país se encontraban en manos extranjeras. Por ejemplo, la electricidad pertenecía a los canadienses; los tranvías de Barcelona y los trenes, a los norteamericanos; las fábricas y minas, a los alemanes; la producción de aceite, a los italianos… España fue explotada durante muchos y muchos años por diferentes compañías que no cedieron ni un céntimo de sus beneficios a los trabajadores ni a la gente de la nación. España contaba con recursos, pero todo el mundo los tomaba mientras nosotros vivíamos miserablemente y los trenes y carreteras estaban en un estado lamentable. Entonces la gente joven y no tan joven se percató de que era necesario un cambio y se organizó, a través de elecciones, la expulsión del rey de España.» No se ganó con ello el poder de la gente, enfatizaba Gasulla, sino el poder de la nación.

«Empezamos una nueva era, la república, que hizo cosas fantásticas en contraposición a la etapa precedente monárquica, plagada de humillaciones: llegó la libertad religiosa, la libertad de manifestación, la libertad para organizar sindicatos, más libertad para la gente… Con la república tuvimos escuelas públicas pagadas por el gobierno, cosa impensable con el rey», afirmaba el por entonces jovencísimo y convencidísimo republicano.

Pero apareció el general Francisco Franco, «con instrucciones de Philippe Pétain», para encabezar la insurrección contra la república. «Traicionó a su país y, por consiguiente, llegó la revolución. Los trabajadores, indignados por el golpe, salieron en defensa de la república» y estalló la cruda Guerra Civil, en la que lucharon «amigos contra amigos, hermanos contra hermanos, padres contra padres… Fue horrible, pero las cosas fueron así y hubo una provocación: Franco empezó la revolución.» Con diecisiete años, Gasulla no lo dudó ni un instante y se ofreció al ejército: «Buscaban voluntarios y pensé que me iría mejor entrar en las fuerzas aéreas que en la infantería u otros cuerpos.» Le destinaron a la Sección de Armas, en tareas de vigilancia de armamento y de administración, primero en el aeródromo del Prat de Llobregat, cerca de Barcelona, y después, ya como sargento, en algunos campos en el frente de Aragón, como en Lleida (Cataluña) o Alcañiz (Teruel). Su último destino antes de tener que abandonar el país y partir para el exilio fue el cuartel general de la tercera región aérea, a las órdenes del general Ignacio Hidalgo de Cisneros y de Ramón Franco, el hermano del cabecilla golpista.

Ramón Franco

Joël Delhom, editor de Manuel Sirvent Romero. Un militante del anarquismo español (2011), destaca de él: «Comandante del Ejército del Aire y hermano del futuro dictador, Ramón Franco Bahamonde (1896-1938) era muy popular por haber atravesado el Atlántico sin escala. A partir de 1929, en Andalucía, conspiró contra el dictador Miguel Primo de Rivera junto con el general Gonzalo Queipo de Llano, y en 1930 contra el rey Alfonso XIII desde la Unión Militar Republicana. (…) Elegido diputado por Esquerra Republicana de Catalunya en abril de 1931, R. Franco fue nombrado director general de Aeronáutica por el Gobierno provisional de la Segunda República pero terminó uniéndose a los sublevados en la Guerra Civil. Murió durante una operación aérea de bombardeo el 23 de octubre de 1938.»

Ante el avance fascista sobre Cataluña durante los primeros meses de 1939, Gasulla y otros centenares de miles de republicanos se vieron obligados a huir a Francia. «Allá nos metieron directamente en campos de concentración; también es lógico que no nos pusieran en hoteles», confesaba. Los campos de Argelès-sur-Mer, Barcarès y Saint Cyprien7 eran infames y las condiciones de vida, terribles, pero de la retirada, lo que a Gasulla le quedó grabado en la memoria fueron dos imágenes: la de gente andando días y días huyendo de Franco («Había personas que me pedían que les disparase porque no podían andar más y no querían quedar bajo el régimen franquista, porque éramos antifascistas») y la de un ejército derrotado («Es terrible ver a un ejército deshecho pasar al exilio»).

Gasulla confesaba que no intentó escapar en un primer momento de los campos del Rosellón, vigilados por gendarmes y espinos. «Aceptamos los campos porque pensábamos que en dos o tres meses volveríamos a España para luchar contra Franco. ¿Para qué preocuparse, pues? Pasados esos tres meses seríamos liberados y se acabaría la guerra.»

Pero el sueño no se materializó, más bien se convirtió en pesadilla poco tiempo después de su internamiento: el 1 de septiembre de 1939 se declaraba la Segunda Guerra Mundial. La vida del medio millón de refugiados españoles hacinados en los campos del sur de Francia se preparaba, inesperadamente, para dar un nuevo vuelco. Algunos millares lograron zarpar para México, otros obtuvieron permiso para desplazarse hasta la URSS, pero la gran mayoría quedó atrapada en una Francia incapaz de resistir el empuje de las tropas alemanas, que acabarían ocupando la mitad norte del país, incluida París, a mediados de 1940.

A Gasulla, como a muchos hombres encerrados en los cada vez más costosos centros de refugiados, las autoridades francesas le conminaron a prestar un servicio al país a cambio de mantener su derecho al asilo, o a repatriarse a España, una opción temible ante las seguras represalias franquistas. «Es decir: si querías quedarte en Francia tenías que alistarte en su ejército. Bueno, no era el ejército propiamente, pues no nos daban armas a nosotros. Algunos nos alistamos: yo estuve en la Línea Maginot8 y en tareas de construcción de campos militares, limpiando bases y poniendo munición en fábricas de pólvora y bombas. Eran las Compagnies de Travailleurs Étrangers, donde fui reclutado o, mejor dicho, forzado a alistarme.»

Estas compañías de trabajadores extranjeros o CTE9 eran unidades militarizadas de unos doscientos cincuenta hombres establecidas por decreto el 12 de abril de 1939 por el Gobierno francés con la intención de aprovecharse de la mano de obra disponible en las decenas de campamentos de refugiados en Francia (con españoles, judíos, alemanes y polacos) y resolver, de este modo, la escasez de efectivos en la industria y la agricultura ante la movilización general de trabajadores franceses hacia el frente. Como dejaba entrever Gasulla, en muchos casos los reclutamientos eran casi forzosos, por no decir plenamente ante la tesitura de trabajar bajo las órdenes del Ministerio de Guerra francés y sus oficiales o tener que volver a España.10

 

4.   Mark Boleat, en Jersey’s Population. A History (2010), comentaba: «El estatus de Jersey como parte del Reino Unido en algunos aspectos prácticos y a la vez independiente respecto a impuestos, unido a los atractivos naturales de la isla, siempre lo ha convertido en un destino de primera para acaudalados residentes británicos en busca de menos presión fiscal. (…) Este fenómeno estalló principalmente con los gobiernos [británicos] laboristas entre 1964 y 1979, cuando las tasas impositivas aumentaron [en el Reino Unido] a niveles sin parangón.»

5.   Algunas losas de Charing Cross y York Street, en el centro de Saint Helier, incluyen citas de testigos de la ocupación alemana de las islas Anglonormandas. En conjunto, dice el escritor Christopher Somerville en el folleto Jersey Occupation Trail, forman «un poderoso y memorable reflejo de la fortaleza y la generosidad del espíritu humano en tiempos de desesperación».

6.   En algunos documentos alemanes y británicos de Jersey se menciona el 3 de mayo de 1919 como su fecha de nacimiento.

7.   Estos campos de refugiados en el Departamento de los Pirineos Orientales fueron levantados a toda prisa y recibieron toda clase de nombres: centros especiales de reunión de extranjeros, centros de acogida, centros de internamiento e, incluso, campos de concentración, según la terminología utilizada por el propio ministro de Gobernación francés, Albert Sarraut.

8.   Línea de fortificación y protección construida por Francia a lo largo de su frontera con Alemania, después del fin de la Primera Guerra Mundial, por iniciativa del ministro de Defensa André Maginot.

9.   También conocidas informalmente como Compañías de Trabajadores Españoles por el gran número de republicanos en sus filas: «Entre 55.000 y 60.000 españoles sirvieron como prestatarios militares en ellas, teniendo como actividad principal la realización de trabajos de fortificación en sectores como la Línea Maginot, la frontera alpina franco-italiana y la frontera franco-belga. En dichos sectores tomaron parte en la construcción de fosas antitanques, polvorines, casamatas, túneles, trincheras, aeródromos, pistas de aterrizaje, centrales hidroeléctricas y almacenes de armamento. E incluso en algunos casos participaron en la reparación de carreteras, la tala de árboles o en la fabricación de carbón.» Diego Gaspar Celaya (2011): «Un exilio al combate: republicanos españoles en Francia. 1939-1945». En Actas del curso de verano Migraciones y exilios España-Francia, Presses Universitaires de Pau.

10.  El alistamiento, voluntario al principio y verdadera opción para los refugiados de escapar de su encierro, se convirtió en requisa forzada con la declaración de guerra de Alemania a Francia.