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Camarada Stalin:
Te escribo esta carta una vez puesto a salvo de los peligros que me acechaban. La vida de un agente secreto está siempre amenazada, a veces por los enemigos y otras muchas por sus propios amigos.
A lo largo de estos años de servicios a ti y a la gran patria, he participado en numerosas operaciones de gran importancia. De entre todas ellas, yo destacaría la que se llevó a cabo en Barcelona hace muy poco, en el verano de 1938.
España, un país de agricultores, vivía por entonces el segundo año de la Guerra Civil entre el ejército sublevado, al mando del general Franco, y las fuerzas republicanas. Los nazis alemanes y los fascistas italianos habían intensificado su ayuda militar a los rebeldes. Nosotros, desde la Unión Soviética, con el Mediterráneo medio bloqueado y la frontera francesa cerrada, hacíamos lo que podíamos para socorrer a la República después del abandono de Inglaterra y Francia.
Barcelona era aún plaza republicana. Allí estaban encerrados en prisiones los disidentes trotskistas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) opuestos a ti y a los camaradas del Partido Comunista español. En aquel mes de agosto de 1938 ya llevábamos bastante tiempo buscando pruebas para condenar a aquellos traidores en un juicio, pues el presidente del Gobierno de la República, nuestro amigo Juan Negrín, no deseaba misteriosas desapariciones, sino procesos judiciales ordinarios contra los acusados.
Todo empezó por iniciativa tuya. Tu orden se esperaba desde hacía tiempo, y, nada más llegar ésta a Barcelona a principios de agosto, nuestro agente se puso en marcha…