Dos palabras de explicación a mis amigas feministas:
~ Me he acostumbrado a llamar a la Mistral “poetisa”. Mala costumbre, ya lo sé. Hablar de ella como “la poeta” no me viene y me resulta raro. De ahí que use “poeta” solo un par de veces, en ocasiones bien precisas, cuando el contexto lo permitía y lo justificaba.
~ Reconozco que decir “la” Mistral puede despertar suspicacias. No decimos “el” Neruda o “el” Huidobro, a no ser con un matiz irónico o con sorna evidente. He preferido, sin embargo, mantener el “la” por razones eufónicas y semánticas a la vez. Sin el artículo, la frase a menudo cojea; sin el artículo, pareciera que el referente no fuera ella, sino el escritor provenzal F. Mistral. Creo, en el fondo, que el “la” es aquí designación a partir de la comunidad, de un “nosotros” hablante que tiendo a interpretar como inclusivo, no excluyente. Los colombianos llaman a su novela “la María” y ello no suena mal, porque lo hacen sin ánimo detractor, con cariño y admiración. Son detalles pero ponen de manifiesto que este libro se basa en un diálogo imposible. Ya ella lo dijo: “Nadie comprende a nadie”. Y esto nunca es tan válido como en la asimétrica relación instituida entre un crítico, con su bagaje mental urbano y universitario, y una mujer que es el único poeta de origen campesino con que cuenta nuestra América.