Gracias a las ediciones de la Universidad Alberto Hurtado me es posible republicar este pequeño libro sobre Gabriela Mistral. Tiene ya sus años. Salió originalmente en Madrid-Gijón, por Júcar, en 1987. Hasta donde sé, alcanzó a llegar a Chile antes del fin de la dictadura, aunque sospecho que circuló muy poco dada la sabia política pinochetista de analfabetizar el país. Arma preferida: disparar impuestos muy altos contra los libros, sobre todo contra el libro extranjero. Según entiendo, la situación aún se mantiene.
En su edición española, el volumen iba acompañado por una antología de la Mistral, que hoy no lleva. Lo podo también de un prólogo, que no decía mucho, pero sí conservo las “ Excusas” que, medio en broma, trataban de explicar a colegas y estudiantes feministas algunas decisiones mías de lenguaje consideradas en ese tiempo nada ortodoxas. Son detalles caducos, que a lo sumo contienen interés ocasional. Por otra parte, he hecho poquísimos retoques. En realidad, concibo el libro más bien como un testimonio de lo que se hacía ( o no se hacía) en ese tiempo en el campo de los estudios mistralianos. Allá por los años ochenta, en la penúltima década del siglo pasado, la bibliografía existente era bastante escasa. Creo que menciono los que me parecen principales. Después, sin llegar a ser popular ( a mi ver, nunca Gabriela lo será; ojalá me equivoque), su presencia se ha afianzado, se ha hecho canónica, consolidando una proyección de su voz en nuestro hemisferio y más allá de él. Esto determina una creciente actividad crítica y académica de la cual es imposible hacerse cargo. Hacerlo, implicaría modificar por completo el esquema y organización del libro. Destaco, en todo caso, el libro señero de Grinor Rojo, los aportes imprescindibles de Pedro Pablo Zegers y de Jaime Quezada, los ensayos de Soledad Bianchi y Soledad Falabella. Hay otros, por supuesto. Todos ellos pueden servir al lector interesado para ampliar y redondear su visión de la escritora.
Todo esto deja en claro que mi ensayo es básicamente una introducción a la poesía de Gabriela Mistral. “Una”, es decir, una más entre otras posibles lecturas y miradas alternativas de su obra; además, trata solo de su “poesía”, esto es, no considera la rica y abundante prosa de la autora, una de las prosas arcaicas más actuales en el castellano del siglo XX, a medio camino entre Martí y Unamuno. El cromatismo barroco del cubano, cuyo estilo ella auscultó con amor y admiración, adquiere otros tonos en sus Recados, se hace lentísimo en su dejo andino, acercándose a la densa consistencia material tan propia del vasco-salmantino.
Después de pensarlo un poco, decidí incluir como anexo mi trabajo “Gabriela Mistral: ‘mi corazón es un cincel profundo’”. Me lo pidió en su ocasión el compañero y amigo Carlos Orellana, un editor de lujo entre nosotros, que en ese tiempo sacaba a pulso y contra viento y marea la revista Araucaria de Chile. Concebido y redactado casi un decenio antes del libro, creo que fue el embrión del volumen, pues me abrió e hizo accesibles aspectos de su poesía que hasta ese instante solo había entrevisto. El texto que va ahora es prácticamente el mismo, menos algunos pasajes que sonaban repetitivos.
Quizás sea este un momento propicio para expresar mi gratitud a la Editorial Júcar, a la que, además de esta Mistral, tuve el gusto y privilegio de entregar un Darío y un Vicente Huidobro. Especie de Seghers en lengua española, se especializaba también en poesía, en la obra de importantes poetas de todos los tiempos y pertenecientes a naciones muy diversas. Dirigida por Silverio Cañada desde Gijón y cuidada estupendamente en Madrid por Manuel Aragón (él mismo crítico de nota); con un formato uniforme de estudio y antología, llegó a publicar una amplia serie que abarca desde Góngora a Pessoa, de Catulo a Leopardi, desde San Juan de la Cruz hasta Mao Tsé Tung, un Mao solo poeta, por fortuna, que comparado con otras selecciones en idiomas accesibles, no está nada de mal. Júcar sobresalía y era particularmente fuerte en poetas de áreas periféricas: gallegos, griegos, posiblemente también rumanos.
Dedico esta nueva edición a mi abuela Zunilda Rojas, fallecida en 1970. Su recuerdo ha sido siempre para mí un tesoro de luz interior. (Sonrisa discreta, canas y arrugas de nobleza infinita). Gracias a ella pude leer, pude estudiar –ella, que se pasó la vida en la cocina, al lado de la estufa, cuidando ollas, amasando pan–. Le gustaba escuchar las historias del radioteatro de la época, que oíamos entre mate y mate en torno al brasero, mientras caía la lluvia sobre los techos de Valdivia. El terremoto de 1960 le arrebató su casa; hoy está enterrada en un cementerio de Temuco.
Agradezco a Claudia Cabello Hutt y a Diego del Pozo, a quienes no conozco personalmente, por su amabilidad y esfuerzo en aportar páginas que sin duda enriquecen esta publicación. Los grandes poetas crean también afinidades que cruzan edades y distancias. Una forma, tal vez, de buena onda.
Y otra forma de buena onda es la que debo a Beatriz García-Huidobro, editora de primer orden en nuestro país, quien tuvo la ocurrencia de sugerir y promover la presente reedición.
Jaime Concha