1. LOS AÑOS DE INFANCIA Y ADOLESCENCIA. 1886-1905

1. LOS AÑOS DE INFANCIA
Y ADOLESCENCIA
. 1886-1905

EL PESO DE TODA UNA CASTA

GONZALO DE AGUILERA Y MUNRO, vio la luz en el domicilio materno sito en la calle madrileña de Pavía, número 2, piso entresuelo, muy cerca del palacio Real, a las seis de la tarde del día veintiséis de diciembre de mil ochocientos ochenta y seis, curiosamente, el mismo año en que nacería también, aunque meses antes, Alfonso XIII, el rey al que siempre se mantendría tan ligado. Esta casa no era, por entonces, la residencia oficial de su padre y tardará en serlo bastante tiempo. Recibió el bautismo[1] en la cercana Real parroquia de Santiago y San Juan Bautista, en la rúa de Santiago. El niño, aunque oficialmente fuera denominado por el momento «hijo de soltera»[2], provenía de un linaje nobiliario español con más de dos siglos de antigüedad; había sido el fundador del mismo, Luis Nieto de Silva Gama y Melo que consiguió para sí y sus descendientes el título de Ier Conde de Alba de Yeltes, el dos de marzo de 1659, mediante compra del mismo a Felipe IV al que no quedó más remedio que recurrir con mucha frecuencia a este sistema de ventas de señoríos y de cargos para intentar paliar en algo la ruina del Estado. Luis Nieto, casado con Mariana Ruiz Contreras, tenía remotos orígenes portugueses y era uno de los grandes nombres del enclave fronterizo de Ciudad Rodrigo, del cual llegó a ser Alguacil Mayor –por herencia de su padre, Félix Nieto de Silva Señor–, Regidor perpetuo, señor de Aldea de Alba y de la Villa de Villalba, amén de Caballero de Calatrava y Gentilhombre de Cámara de S.M. El apellido Nieto de Silva irá tejiendo progresivamente a lo largo del tiempo una hábil política matrimonial y expansiva que le permitió ir incorporando otros señoríos de la zona al hilo de la guerra contra la rebelión de Portugal[3], así como distintos títulos nobiliarios de mayor peso. A mediados del siglo XVIII, la IIIª condesa, Isabel María Nieto de Silva y Pacheco, reforzará unos vínculos previos ya establecidos con anterioridad en su familia, casándose con un descendiente del último emperador indígena mexicano, Francisco de Moctezuma y Torres, conde de Moctezuma de Tultengo[4] (tercer nieto de Pedro Tesifón Moctezuma de la Cueva, a su vez primer conde de Moctezuma), asentado desde generaciones anteriores en Guadix (Granada); por las venas de los Alba de Yeltes correrán también gotas de sangre mestiza, algo que, a buen seguro, horrorizaría a nuestro biografiado tan obsesionado como estaba por la pureza racial. Cierto es que, aunque dicho título nunca alcanzó la categoría suprema de la Grandeza, Carlos III concedió a la Vª condesa de Alba de Yeltes –María Manuela de Moctezuma Pacheco Nieto de Silva y Guzmán– la Grandeza de España de 2ª clase el 20 de agosto de 1780. El sobrino de doña María –Manuel Vicente de Aguilera y Moctezuma Pacheco– sería, precisamente, quien introdujera por vez primera el apellido de Aguilera[5] en este linaje que ya por entonces llevaba tiempo fuera de Ciudad Rodrigo, dejando casi abandonada su casa solariega mirobrigense que se transformó en 1747 en cuartel; en sus esporádicas estancias en la ciudad, los de Aguilera ocupaban el Palacio del marqués de Cerralbo, sito en la plaza Mayor[6]. También en Salamanca, dispondrán como propio del Palacio de San Boal –proveniente así mismo del marquesado de Cerralbo– hasta fines del setecientos en que se acogió en dicho palacio a la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy. Desde Salamanca, darían el salto a la Corte en Madrid en la que desempeñaron enseguida cargos palaciegos, bien fueran como militares o como servidores reales, asentándose en la Calle Sacramento, al lado de otras familias nobiliarias con similares dedicaciones cortesanas. De este modo, Manuel Isidoro de Aguilera y Galarza Moctezuma llegaría a ser servidor personal del Príncipe de Asturias –el futuro Fernando VII «el deseado»–, mientras que su hijo Fernando alcanzaría los empleos de caballerizo y ballestero mayor de la reina–niña Isabel II; de ahí arrancaría, precisamente, la estrecha vinculación entre la Casa Real y los Alba de Yeltes. Su descendiente, y sobrino, el conde de Villalobos, don Francisco de Asís de Aguilera y Becerril (1817–1867), no llegó a heredar nunca el título puesto que murió cinco años antes que su padre, el IXº conde –José de Aguilera y Contreras–. Sin embargo, el abuelo de Gonzalo de Aguilera fue todo un carácter y, en cierto modo, muchos de sus rasgos de personalidad y de sus pasiones –el deporte, los idiomas…– e inquietudes intelectuales pasaron directamente a ese nieto al que nunca llegaría a conocer.

POSICIÓN ORDINAL

NOMBRE DEL TITULAR DEL CONDADO

FALLECIMIENTO

Luis Nieto de Silva Gama y Melo

c. 1670

IIº

Fernando Nieto de Silva Pacheco y Ruiz de Contreras

c. 1705

IIIª

Isabel María Nieto de Silva Pacheco y Guzmán

1736

IVº

Vicente de Moctezuma Nieto de Silva y Guzmán

1752

María Manuela de Moctezuma Pacheco Nieto de Silva y Guzmán

1787

VIº

Manuel Vicente de Aguilera y Moctezuma Pacheco

1795

VIIº

Manuel Isidoro de Aguilera y Galarza Moctezuma

1802

VIIIº

Fernando de Aguilera y Contreras

1838

IXº

José de Aguilera y Contreras

1872

Agustín de Aguilera y Gamboa

1919

XIº

Gonzalo de Aguilera Munro

1965

XIIª

Marianela de la Trinidad de Aguilera y Lodeiro

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GRÁFICO 1. Relación de los condes de Alba de Yeltes
desde su fundación hasta hoy en día.

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GRÁFICO 2. Árbol genealógico de D. Gonzalo de Aguilera Munro, hasta dos generaciones precedentes y posteriores. (Fuente: información facilitada por Agustín Barbero de Aguilera).

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FIGURA 2. Daguerrotipo del Conde de Villalobos, 1859.

El conde de Villalobos prosiguió con las actividades propias de sus mayores y fue militar y «gentilhombre de cámara con servidumbre y servicio» de Isabel II, una cercanía a la figura de la reina que le llevaría a actuar como preceptor del futuro Alfonso XII. Filántropo (vocal de la Excelentísima Junta Provincial de Beneficencia de Madrid), políglota, pionero del deporte en España, escritor, inventor y hombre de una acusada excentricidad que le llevó a relacionarse estrechamente con las gentes del circo. Su vida trascurrió entre Madrid, Sevilla –donde pasaba largas temporadas– y París. En cuanto a sus mayores aportaciones lo fueron, sobre todo, en el campo de la Educación Física, hasta tal punto que su interés le llevó muy joven a conocer –y a convertirse enseguida en uno de sus mejores discípulos– al afrancesado Amorós, exiliado en Francia y maestro de Gimnasia. A su vuelta, en 1842, fundó un gimnasio adscrito al «Colegio de Humanidades» (centro privado instalado en Madrid en 1821 por otro ex josefino al igual que Amorós, llamado don José Garriga). Ese mismo año, publicaría su obra Ojeada sobre la jimnasia [sic]. Su ascendiente fue tal que en 1860, la Academia Militar de Artillería de Segovia confió al conde algunos sargentos artilleros –era el Arma que más condiciones físicas de altura y fortaleza pedía para su ingreso– para que los instruyera en la enseñanza gimnástica, con la futura intención de establecer un gimnasio en el seno de la Academia de Segovia.

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FIGURA 3. Portada de Ojeada sobre la Jimnasia. Madrid: Imprenta de Yenes, 1842.

En 1863, la perseverancia del conde de Villalobos durante quince años de solicitudes y presiones de todo tipo, dieron como resultado la apertura en Madrid de la segunda institución oficial de gimnasia –tras el gimnasio pestalozziano de 1806– en España, el «Gimnasio Real»[7] establecido en el Casón del Buen Retiro, el cual decoró personalmente con pinturas alusivas y cuadros didácticos de su invención junto con aparatos para la musculación y prácticas deportivas y una serie de máquinas de creación propia; estos artilugios tenían por nombre «presímetro» (para medir la fuerza), «cinsomógrafo» (para medir los movimientos del cuerpo) y «Cimparómetro» (para medir el ángulo de giro de articulaciones y demás elementos corporales móviles); aparte, creó plantillas podológicas correctoras, estribos móviles para subir por una cuerda lisa, etc. Sentó también las bases de la «Gimnapatología», una rama médica que pretendía curar enfermedades mediante los ejercicios gimnásticos y los entrenamientos. La muerte del conde, en 1867, trajo consigo también la desaparición del Gimnasio Real[8].

El conde de Villalobos tuvo trece hijos con Luisa de Gamboa y López (1819-1894) –mujer que procedía de una familia de acendrada filiación carlista–, de los que sobrevivieron ocho. La figura más destacada de entre todos ellos y que, en cierto modo, también marcó a Gonzalo de Aguilera en gustos y en carácter fue su tío carnal, el XVIIº Marqués de Cerralbo con el que, sin embargo, mantuvo unas borrascosas relaciones personales llenas de desencuentros y mutuos desdenes. El nombre de Enrique de Aguilera y Gamboa[9] (1845–1922), resulta suficientemente conocido por su faceta como arqueólogo e historiador del Arte, también por haber sido uno de los coleccionistas privados españoles más importantes de todos los tiempos y representar la cabeza visible del carlismo moderado durante mucho tiempo; empezó su vinculación con la Causa Tradicionalista muy temprano, cuando sólo era un estudiante de Filosofía y Letras pero su principal actuación tuvo lugar en la década de los ochenta y noventa del siglo XIX y un breve periodo en que resultó obligado a retornar a la palestra política en 1912[10]. Su rico patrimonio familiar –estaba emparentado con la Casa de Alba, la de Osuna y la de Medinaceli; era, además, dos veces Grande de España y tenía, entre otros títulos, los de Conde de Villalobos, Marqués de Cerralbo, Almarza y Campo Fuerte, Conde de Alcudia, Foncalada y Sacro Romano Imperio– le convirtió en uno de los mayores contribuyentes de toda España. En el inventario que se realiza en 1876 de los bienes heredados de su abuelo, José de Aguilera y Contreras, estos alcanzan una estimación de 21 millones de reales, cifra bastante respetable aunque muy lejos de la gran fortuna –400 millones– que había logrado amasar diez años antes el famoso marqués de Salamanca[11]. Su boda con la acaudalada dama Inocencia Serrano Cerver (1816–1896) en 1871 –veintinueve años mayor que él, madre de su amigo y condiscípulo Antonio del Valle Serrano, viuda de Antonio María del Valle, ministro de Hacienda y con dos hijos: el mencionado Antonio y Amelia del Valle Serrano–, no hizo más que incrementar su riqueza, permitiéndole una dedicación absoluta a sus viajes por toda Europa, dedicándose al estudio, al coleccionismo, a la bibliofilia, a las excavaciones arqueológicas y al arte, aficiones compartidas todas ellas con su esposa e hijastros; curiosamente, el conde de Alba de Yeltes odiaría, de esa forma visceral que le caracterizaba, tanto a su tía como a sus dos primos a los que motejaba de hipócritas, beatos y siniestros, llegando incluso a caracterizar a su tía política de «fiera corrupia».

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FIGURA 4. Retrato incluido en la obra de Villa-Huerta, Marqués de: El Libro de la Marquesa de Cerralbo. Colección de artículos necrológicos y pensamientos y telegramas de pésame con motivo de la muerte de la Marquesa de Cerralbo. Madrid: Imprenta de la Viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1898. El conde de Alba de Yeltes, escribió debajo de su puño y letra: «La Verdadera Fiera Corrupia» y otras calificaciones por el estilo en la hoja de guarda. (Archivo Particular de Marianela Aguilera –APMA–).

Un año antes de nacer Gonzalo, el marqués de Cerralbo fue nombrado senador del Reino por derecho propio y llegaría a ser la persona de mayor confianza del aspirante legitimista al trono –el duque de Madrid, Carlos de Borbón– en su pretensión por modernizar al partido carlista, formando parte del selecto círculo integrado por otros correligionarios como Vázquez de Mella, Manuel Pérez–Villamil, Juan Catalina García López, etc., quienes optaron por abandonar la vía insurreccional, aceptando la participación en las elecciones propias del sistema de la Restauración; en agradecimiento, don Carlos le concedió diversas condecoraciones. La comparación entre ambos resulta evidente: frente al hombre estudioso, metódico, ordenado, ultracatólico, con amplios reconocimientos científicos y sociales –miembro de las Reales Academias Española, de la Historia y de la de Bellas Artes de San Fernando, correspondiente del Instituto Imperial de Berlín, de la Pontificia de Roma, miembro honorario de la Sociedad Arqueológica de Burdeos, de la Sociedad de Anticuarios de Londres, de la Academia de Bellas Artes y Letras de Burdeos, etc.– y con una vida privada aparentemente ejemplar, su sobrino aparece como el prototipo de la «oveja negra» de buena familia. Puede que en las críticas que don Gonzalo vertiera más adelante sobre el legitimismo tradicionalista, pesara también bastante el enfrentamiento con el hermano mayor de su padre y patriarca de la familia tras la temprana muerte de María Luisa de Aguilera y Gamboa –condesa de Torrepalma por matrimonio– en 1870; otro hecho que contribuyó a enfrentarles aún más tuvo su origen en las simpatías germanófilas de don Enrique durante la Iª Guerra Mundial en oposición a Gonzalo, decididamente aliadófilo por su ascendencia materna y por convicción propia. Pero lo que en verdad les separaría no fueron todas estas diferencias ideológicas, ni tampoco la frustrada operación matrimonial que urdió para su padre en su día y que le llevó a distanciarse bastante de su cuñada Ada, sino el fuerte resentimiento que sentía hacia la persona del marqués del Cerralbo de quien nunca se consideró ni aceptado ni lo suficientemente valorado como él se creía merecer, a pesar de sus muchas similitudes y gustos comunes puesto que ambos amaban la agricultura, los caballos, la investigación histórica sobre la Edad Media, los libros antiguos y tantas otras cosas.

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FIGURA 5. Coche de caballos del marqués de Cerralbo, modelo D’Aumont. Fotografía convertida en tarjeta postal y enviada a María, la hermana menor de Gonzalo, s.f. (Archivo particular de Agustín Barbero –APAB–).

En la surtida biblioteca de Gonzalo de Aguilera no faltan, convenientemente anotadas, ninguna de las obras históricas fundamentales del marqués de Cerralbo como Doña María Henríquez de Toledo, mujer del Gran Duque de Alba (1900) o El Arzobispo Don Rodrigo Ximénez de Rada y el Monasterio de Santa María de Huerta (1908). Poco antes de fallecer, el 27 de agosto de 1922, en su palacio de la calle Ventura Rodríguez, sede después del Museo que llevará su nombre, mandó llamar a toda su familia al completo –criados incluidos– para despedirse de ella como era costumbre, con la excepción hecha a nuestro biografiado al que vetó con estas palabras que permanecieron grabadas por siempre en su memoria: «Que entren todos, menos Alba». Aún así, fueron en buena medida su herencia patrimonial y su influencia intelectual dos de los rasgos provenientes del marqués de Cerralbo que más pesarán, por todos los conceptos, en su vida.

SUS PADRES, SU HERMANA

La circunstancia de que sus padres no estuvieran casados en el momento de su nacimiento y que tardaran aún trece años en hacerlo (1899), tras tener, además, otra hija en común, no era nada corriente para la época y mucho menos entre la alta aristocracia española. Es posible que el rechazo anteriormente mencionado del marqués de Cerralbo, representante máximo de la Comunión Tradicionalista y del ultracatolicismo, hacia su sobrino tuviera parte de su origen en esta situación tan irregular y que la animadversión comprendiera también a la madre inglesa a la que se culpabilizaba, principalmente, del «escándalo». Toda la historia que rodea a esta «extraña pareja» formada por Agustín María de Aguilera y Gamboa y María Ada Munro Suffling, sigue llena de incógnitas, muchas de ellas intencionadamente oscurecidas, especialmente por parte de Ada, que es, sin duda, una de las personas que más ascendencia ejercería sobre el indómito Gonzalo.

Su padre, Agustín, había nacido en Madrid el 2 de diciembre de 1856 y tuvo la educación propia de un noble; huérfano desde los once años, estudió, como sus otros hermanos Enrique, Manuel y Gonzalo, en el colegio de los Escolapios, con largas estancias en París y Sevilla, hasta que, siguiendo la tradición familiar, ingresó como cadete[12] de Caballería en la Academia de Valladolid, creada en 1852 y que había sido recién reabierta con la Restauración; esto tuvo lugar a los dieciocho años de edad (el 8 de marzo de 1875) y allí permaneció hasta su salida como Alférez el 1 de julio de 1878 ocupando el último puesto de su promoción, integrada por cuarenta y ocho oficiales; no se le podría considerar, desde luego, como un buen estudiante –rasgo que heredaría más adelante su hijo– ni llegó a compartir nada del afán erudito que caracterizó a algunos de sus hermanos, pues, aparte del marqués de Cerralbo, también su hermano menor, el conde de Casasola –Gonzalo de Aguilera y Gamboa– fue un hombre cultivado, licenciado en filosofía y letras, maestrante de Granada y diputado a Cortes. Tampoco tuvo jamás las pretensiones políticas de su otro hermano –Manuel (1848–1899)– marqués de Flores Dávila y diputado a Cortes; de hecho, resultó ser el menos inquieto y el más opaco de todos los hijos del conde de Villalobos, tanto en su específica faceta profesional como en la vida pública. Estando en la Academia de Caballería, el 3 de mayo de 1876, recibió como regalo por su primer curso el título de Xº conde de Alba de Yeltes del que se había desprendido, generosamente y con su acostumbrada magnanimidad[13], su hermano mayor a quien le correspondía por primogenitura y al que también renunciaron los otros que le seguían en la línea sucesoria: el ya mencionado Manuel –marqués de Flores Dávila–, Matilde y María Francisca –VIIIª condesa de la Oliva de Gaytán–. Quizás ya entonces, el conde de Cerralbo comenzara a idear un plan matrimonial encaminado, principalmente, a que la enorme fortuna de su mujer, Inocencia Serrano, no saliera de la familia para lo cual, su hijastra Amelia del Valle Serrano, tendría que casarse con su hermano Agustín al que suponía, dados su carácter y personalidad, como el más a propósito para brindarse a este sospechoso arreglo; todo esto obedecía al hecho de que a pesar del gran patrimonio agrícola e inmobiliario vinculado a la casa de Cerralbo, el linaje había venido padeciendo problemas de falta de liquidez económica desde 1840[14], puesto que el capítulo de gastos superaba a los ingresos y Enrique de Aguilera Gamboa no estaba dispuesto a que este escollo impidiera realizar su proyecto personal de adalid del carlismo, coleccionista de arte y promotor de excavaciones, actividades todas que exigían un enorme y permanente desembolso monetario. El 31 de agosto de 1880, la Casa Real concedió el obligado permiso para que contrajera matrimonio cualquier título nobiliario con este escueto pero definitivo texto: «Real despacho concediendo a don Agustín de Aguilera y Gamboa Conde de Alba de Yeltes, licencia para contraer matrimonio con doña Amelia del Valle y Serrano –31 de agosto de 1880–». Sin embargo, Agustín acabaría echándose atrás e incumpliendo el compromiso, aunque algunos historiadores engañados por la petición de licencia hayan creído que tal boda sí se llevó a término. Ya de por sí, resulta harto sintomático que dicha petición se efectuara cuando él se encontraba disfrutando de un largo permiso por asuntos propios que comenzó el 7 de agosto de 1880 y no finalizó hasta el 7 de febrero del año siguiente. De hecho, fue durante esa licencia de medio año que gastó viajando por Francia, Italia y Alemania –quizás para poner intencionadamente tierra de por medio al asunto– cuando conoció a María Ada Munro, en el vagón de un tren francés y fue a su regreso a Madrid cuando se negó a casarse pretextando, quizás, su nueva relación. Esto explicaría, también, además del posterior odio –probablemente heredado de su madre– que su hijo demostró siempre hacia Inocencia y a su hija, el porqué tardó tanto en pedir Agustín luego la licencia regia para su matrimonio definitivo, algo que no hizo hasta el 22 de noviembre de 1899 cuando ya llevaba casado en realidad siete meses. La «espantada» del conde de Alba de Yeltes resultaría tan conocida, como su relación amorosa con María Ada con la que tuvo dos hijos antes de casarse, lo cual hacía casi imposible para la puritana rigidez de la reina viuda María Cristina el conceder un nuevo permiso de bodas para un enlace, a lo que parecía, totalmente desigual; por eso tardaron tanto en casarse y cuando lo hicieron, la ceremonia se realizó de manera casi secreta, y por ello también fue desposeído de su título hasta la rehabilitación posterior de 1910. La vinculación personal y afectiva de la Regente con los del Valle–Serrano era notoria y, de hecho, el título del marquesado de Villa–huerta se lo concedió ella misma a Antonio María el 31 de julio de 1886, heredándolo luego su propia hermana Amelia tras su muerte, que tuvo lugar en el año 1900.

En sus primeros años de servicio, Agustín estuvo vinculado al escuadrón de la escolta real desde que ascendiera a Teniente el 28 de agosto de 1887 y se le destinara al Regimiento Húsares de Pavía –el mismo en el que más tarde ingresará Gonzalo– que era el encargado de proporcionar dicho escuadrón, integrado mayoritariamente por una oficialidad aristocrática en la que se repetían casi siempre los mismos apellidos por generaciones. Esto le permitió gozar de una cercanía inmediata a la Corte y al niño que, con el paso del tiempo, sería el futuro rey Alfonso XIII proclamado en 1902. Su desahogada situación económica primero y los privilegios propios del destino que detentaba después, le permitieron disfrutar de muchos y prolongados permisos en el extranjero. Aún así, su patrimonio, que se incrementó en algo con la aportación posterior de las rentas provenientes de su esposa inglesa, con ser bastante importante como para permitirle vivir durante diez años como supernumerario sin cobrar su nómina correspondiente de Jefe entre 1904 y 1914, no era comparable con el de su hermano mayor. Aparte de la ya mencionada licencia de 1880, obtuvo otro largo permiso en 1890 por «asuntos propios» que gastó en París; uno más en 1892, «por enfermedad» y que trascurrió a caballo entre el célebre balneario pirenaico de Panticosa y la finca soriana del marqués de Cerralbo –en realidad, aportada al matrimonio por su esposa– sita en Santa María de Huerta y otro posterior de dos meses tras su repatriación de Cuba en 1899, en el trascurso del cual contraería matrimonio en Irún, el 27 de abril de 1899, en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Santa María del Juncal; no sería el último de los permisos, hubo otros más en 1900, en 1904…, además de pedir de forma voluntaria el pase a la situación de supernumerario –una especie de excedencia no remunerada– desde 1904 a 1914, fecha en la que reingresa al servicio activo acuciado por la movilización generalizada decretada en España con motivo del estallido de la conflagración mundial. Durante ese decenio en que no tuvo destino militar alguno, el matrimonio se dedicó especialmente a viajar por toda Europa (Francia –París y Biarritz–, Alemania, Austria, Suiza y Gran Bretaña), acompañados a veces de su hija y casi nunca de Gonzalo.

Lo más destacable de toda su actuación profesional tuvo lugar en la Guerra de Cuba, a la que acude voluntariamente tras ascender a Capitán en 1895; la célebre revista La Ilustración Española y Americana le menciona expresamente con estos términos elogiosos: «bizarro capitán […] militar entusiasta y entendido que, lleno de las más nobles y legítimas aspiraciones, pelea voluntariamente en Cuba, hace algunos meses»[15].

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FIGURA 6. El Capitán Agustín de Aguilera en la campaña de Cuba, 1898 (APMA).

Allí participa en numerosos combates, obtiene el grado de Comandante por méritos de campaña y buena parte de sus condecoraciones y recompensas como las cruces de primera y de segunda clase del mérito militar con distintivo rojo y la cruz de segunda clase de María Cristina[16]. En 1901 se le envía, junto con toda su familia, excepción hecha de Gonzalo que estaba por entonces estudiando en el extranjero, a Canarias, para mandar el Escuadrón Cazadores de Canarias, acantonado en Santa Cruz de Tenerife. La estancia en las islas se prolongaría durante tres años hasta que el Escuadrón se disuelve y pasa a llamarse Escuadrón de Cazadores de Tenerife, retornando entonces a Madrid, quedando allí como supernumerario. Ascendido por antigüedad en el escalafón al empleo de Teniente Coronel en 1907, vuelve al mando y servicio activo en 1914, siendo destinado a Alcalá de Henares, al regimiento Húsares de la Princesa, coincidiendo padre e hijo en la misma población aunque en distintas unidades. Alcanza el grado de Coronel en 1916 –aunque se le reconoce la antigüedad desde 1913– y pasa a desempeñar un destino burocrático como jefe del Sexto Depósito de caballos sementales, en 1917, terminando su carrera con el empleo de General de Brigada, en 1918 y ya en la situación de primera reserva; moriría poco después el 1 de diciembre de 1919. En su testamento dejó una manda de 500 ptas. en limosnas para los pobres y 200 ptas. en misas gregorianas, así como instrucciones muy precisas para que su entierro no fuera ostentoso, ni se le rindieran los honores correspondientes a su graduación, limitándose el número de caballos de la carroza mortuoria únicamente a dos.

Personalmente, y en contra de lo que indicaban su aspecto bonachón y achaparrado de los últimos años, tenía fama de ser un hombre muy estricto y de una gran rigidez en su comportamiento con respecto a los hijos; se mostraba puntilloso e inflexible hasta el extremo en todo lo relacionado con las normas de urbanidad y de etiqueta, especialmente en la mesa, a las que identificaba como signos evidentes e irrenunciables de su estatus nobiliario, siendo en esto también apoyado por su mujer en todo momento. Una mentalidad y unos hábitos que intentó inculcar a Gonzalo juntamente con el amor a la lectura, la profesión militar y la pasión por los caballos y los perros. Por otra parte, hablaba perfectamente inglés y francés, siendo éste el primer idioma con el que se entendió con María Ada y el que más a menudo usaban entre ellos; así que, desde muy pequeños, los hijos vieron cómo se alternaban durante los días de la semana los tres idiomas que aprendieron de una forma casi natural. Para un carácter tan ordenancista y meticuloso como era el de don Agustín, la actuación de su primogénito siempre atrancado en sus estudios escolares y con una inclinación militar más bien tibia –por decir algo–, excéntrico y a la vez con un decidido afán protagonista y tan dado a salirse con la suya aunque esto supusiera enfrentarse a todo el mundo y a sus convencionalismos, tuvo que resultar, por fuerza, chocante y motivo frecuente de disgustos. Quizás por eso, se sintió siempre más cercano a su hija María del Dulce Nombre, «Nena», como era conocida familiarmente, de un natural mucho más conformista y bondadoso, con diferencia.

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FIGURA 7. Los padres con «Nena», en una foto de grupo para el «kilométrico»
de los Ferrocarriles del Norte, septiembre de 1916 (APAB).

La tarea de reconstruir la historia de su madre, Mary Ada Munro y Suffling, resulta harto complicada, entre otras cosas porque ella mismo se encargó de ocultarla o, al menos, de dejar tras de sí una intencionada nebulosa de confusión. Había nacido[17] en Francia el 14 de diciembre de 1851, en la población de Boulougne-sur-Mer, al lado de Calais, siendo hija de Mary Suffling (1825-1902) y John Hector Munro (1804-1873). Los orígenes de sus padres le resultaban a Mary Ada tan oscuros y vergonzosos que prefirió borrarlos casi por completo, sustituyéndolos a su total conveniencia; primero, ideó un hipotético parentesco familiar con los escoceses barones de Foulies, descendientes del clan Munro[18] como su propio apellido y, en segundo lugar, hizo gala de disfrutar de una asentada prosperidad económica familiar que, en realidad, era muy reciente y prácticamente ajena a sus antepasados directos porque procedía de su padrastro. Mary Ada recurrió a todas estas mixtificaciones a fin de no desentonar dentro del círculo aristocrático de su marido Agustín de Aguilera y lograr así una mejor aceptación en un ambiente tan cerrado y hostil como el que se encontró en Madrid, donde siempre la miraron con ojos recelosos debido a su matrimonio tardío y secreto. Gonzalo, tan puntilloso en todas estas cuestiones de la herencia y la tradición, dio sin embargo por buena la fantasiosa versión genealógica materna hasta el punto de que en más de una ocasión vestiría orgulloso el kilt con el diseño y los colores del clan Munro en el exclusivo salón cafetería del «British American Club» madrileño. Sin embargo, la verdadera historia de su rama británica resulta menos vistosa pero mucho más enrevesada. La madre de Mary Ada –Mary Suffling–, procedía de Hanworth en el condado de Norfolk, siendo su extracción muy humilde puesto que el abuelo Suffling –John– se ganaba la vida como tratante de granos y ella misma es muy probable que tuviera que dedicarse al servicio doméstico. En cuanto al padre de Mary Ada –John Hector Munro Kates–, sabemos que fue hijo de un rico londinense –John Munro (1739-1812)– y de, posiblemente, su sirvienta Mary Kates (1782-1846), a la que llevaba cuarenta y tres años y con la que nunca llegó a casarse, si bien reconoció a este hijo natural en su testamento de 1811 y le dejó una generosa renta en herencia. Mary Kates, ya había tenido otra hija de soltera –Mary Anne Mitwell, nacida alrededor de 1800– lo cual no le impidió desposarse con John Mitchison (1780-1856), un rico industrial dedicado a las manufacturas de seda y con el que tendría además otros tres hijos: John Mitchison (declarado incapaz por locura en 1864), William Anthony Mitchison y Juliana Mitchison. Precisamente, Juliana mantendría mucha relación con su sobrina Mary Ada y ayudó desinteresadamente a la familia Munro Suffling cuando comenzaron sus problemas económicos; Juliana se estableció en Boulougne-sur-Mer al casarse con Henry Trewhitt que poseía tierras e inmuebles en Francia y es allí donde vendría al mundo Mary Ada; al enviudar en 1850, Juliana volvería a contraer matrimonio con un ciudadano francés –Alexander Desiré August Gustave Horeau– quedando definitivamente establecida en este país donde Mary Ada pasaría largas temporadas en su compañía. Pero volviendo otra vez a John Hector Munro, su padre, hay que decir que éste estuvo previamente casado con una dama de Norfolk, Amelia Steward Fowler (1805-1842), descendiente de una rica familia de propietarios y armadores dedicados al comercio del arenque con los puertos mediterráneos. El enlace tuvo lugar en 1825 y posibilitó que John Hector Munro, con la herencia de su padre biológico y con la dote de su mujer, se hiciera con la titularidad de una gran finca en Walsham-le-Willows, ejerciendo como tal de landed propietor. De este primer matrimonio nacerían dos hijas: Amelia Helen Munro (1826-1922) y Emeline Kate Munro (1829-1831). En el primer trimestre de 1843, apenas al año de enviudar, se casa en segundas nupcias con Mary Suffling, algo que disgustó a su hija Amelia que tenía prácticamente la misma edad de su nueva madrastra; padre e hija mantendrán un pleito –de 1848 a 1851– a la hora de liquidar la herencia común procedente de la rama Steward que acabará malvendiéndose y repartida entre los deudores. John Hector Munro perdería, además, su gran finca de Walsham-le-Willows y hasta su misma condición de Esquire debido a su insolvencia económica, de la que desconocemos la causa principal aunque quizás tuviera que ver el fracaso de sus negocios que le llevan a un rosario de embargos y procesos judiciales por impago –incluido uno contra su hermano William Anthony Mitchison en 1846–, así como a un peregrinaje permanente por toda la geografía británica huyendo de los pagarés vencidos, cambiando constantemente de domicilio y siendo únicamente acogidos por Juliana que los aloja temporalmente en sus inmuebles de St. Leonard en Sussex, Sunbury Park en Middlesex y Boulougne-sur-Mer. John Hector Munro y Mary Suffling tuvieron, además de Mary Ada, dos hijos varones: Hector Hamilton Munro Suffling[19] (1846-1876) nacido en la casa de St. Leonard en Sussex, que fue marino mercante y Hugh John (1850-1852?), fallecido a corta edad. No termina aquí la complicada trayectoria familiar porque tras enviudar Mary Suffling en 1873, volvió a casarse con Arthur Shorter (1839-1917), un prospero agente de bolsa nacido en St. Giles-in-the-Fields, Londres y establecido en Park House, Hampton Wick, en el condado de Middlesex, lugar donde Mary Ada recibió el bautismo católico[20]. Las fotos color sepia que nos han llegado de las raíces inglesas de Gonzalo de Aguilera tienen siempre como motivo de fondo esta casa familiar de su abuelastro: una típica villa victoriana de ladrillos, cubierta de yedra, con un torreón lateral y amplios jardines, invernaderos, pista de tenis, habitaciones para el personal de servicio, etc.

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FIGURA 8. «Park House» en Hampton Wick, fotografiada por María del Dulce Nombre Aguilera a principios del siglo XX (APAB).

Las relaciones de Mary Ada con la familia de su padrastro, Arthur Shorter, fueron muy buenas y siguieron siéndolo también durante bastante tiempo después de la muerte de la abuela Mary que tuvo lugar en 1902; de hecho, Gonzalo y su hermana pasaron algunas vacaciones estivales allí, junto a su madre Mary Ada. Mary Suffling dispuso ser enterrada junto a su primer marido, en el cercano cementerio de Teddington y hasta compró una tumba cercana para su hija que jamás llegaría a ocupar pues Mary Ada está enterrada en España, su segunda patria.

La pregunta que sigue aún sin responder es qué hacía Ada Munro en Francia viviendo sola en 1880, cuando conoció al joven militar y aristócrata español Agustín de Aguilera. Evidentemente, a sus veinte y nueve años no tenía ya edad para ser alumna interna del colegio femenino regentado por religiosas que figuraba como su lugar de residencia; puede que desempeñase en este internado un puesto de profesora al igual que lo hicieron multitud de sus coetáneas, siendo una institutriz británica más de las que se han ocupado tantas páginas de novela y metros de película de cine. Los retratos de Ada que nos han llegado y bastantes rasgos de su personalidad y aficiones cuadran a la perfección con el aire y los estereotipos propios de un oficio al que tuvo que dedicarse, probablemente, por la mala situación económica familiar, motivo que también impulsó a su hermano hacia su trabajo como marino. Pero de este tema nunca se hablaría de una forma abierta.

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FIGURA 9. Retrato de Mary Ada Munro Suffling, circa 1880 (APAB).

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FIGURA 10. Mary Munro en la terraza del Hotel Victoria en Tenerife, circa 1902 (APAB).

Jamás, en el círculo íntimo familiar, se mencionó tampoco qué pasó desde el momento en que se conocieron Agustín Aguilera hasta que se casaron, ¡diecinueve años después y secretamente!, en la ciudad fronteriza de Irún en Guipúzcoa, tras regresar de Cuba y sus peligros, el 27 de abril de 1899 cuando ambos superaban ampliamente los cuarenta y tenían ya en común dos hijos, el mayor de trece años –que sólo entonces fue «legitimado»– y la menor de cinco. En cuanto a las razones que les impidieron casarse con anterioridad, sólo podemos efectuar especulaciones: acaso temían que esta boda les trajera problemas en la carrera militar de don Agustín o en su posición social cortesana. Como Título del Reino que era, debía solicitar el permiso preceptivo a la Regente para matrimoniar; dado, como ya se ha dicho, el conocido puritanismo de D.ª María Cristina o las presiones que sobre su voluntad pudiera ejercer el influyente entorno familiar del conde de Alba de Yeltes y, sobre todo, de la familia del Valle–Serrano quizás sospecharon que no se les concedería nunca dicho permiso y por eso optaron por seguir nominalmente solteros; ella se trasladaría con los niños al piso de la calle Morería, número 13, principal izquierda –siempre en las inmediaciones del Palacio Real, al igual que su anterior vivienda– y él permanecería en la cercana calle del Sacramento, aunque poco antes de la boda pasaron varios meses juntos en Londres. Algo de eso tuvo que haber porque cuando se conoció la noticia de su enlace y cuando se atrevió, siete meses después –el 22 de noviembre de 1899–, a pedir la preceptiva licencia bajo el argumento de los hechos consumados, no sólo se le denegó sino que fue desposeído de su título nobiliario que no recuperaría hasta una década más tarde y de la mano de Alfonso XIII, mucho más laso y tolerante en este tipo de lances que su estricta madre[21].

A partir de este momento, el de la boda, ya vivieron juntos de una forma abierta tanto en Canarias, como con posterioridad en Madrid, donde se establecieron en el número 8 de la calle Ferraz sita en el barrio de Argüelles. Hubo múltiples razones para establecerse en esta flamante zona del ensanche madrileño; por una parte, estaba la cercanía al influyente hermano, el marqués de Cerralbo que ya se había asentado aquí unos diez años antes; su imponente palacete, que daba a tres calles –Ferraz, Ventura Rodríguez y Juan Álvarez de Mendizábal–, fue construido entre 1883 y 1893 en un solar de 1.709 metros cuadrados, por los arquitectos Alejandro Sureda y Luis Cabelló Asó e hijo, aunque en realidad llevaba su sello más personal tanto en la distribución, los jardines, el uso alterno de la piedra y el ladrillo o la decoración ecléctica. Pero hubo otros motivos añadidos para radicarse aquí; este coqueto barrio, extendido a partir de los desmontes de la antigua colina del Príncipe Pío, conformaba una atractiva zona residencial de lujo con un predominio aristocrático y de la alta burguesía, llena de grandes villas y cercano al Palacio Real y, sobre todo, al imponente Cuartel de la Montaña en donde se acantonaba el escuadrón de la escolta real de Caballería correspondiente al Regimiento de Húsares de Pavía, unidad en la que tanto Gonzalo como su padre estuvieron incorporados durante su vida militar. La fama del barrio crecería aún más cuando se fueron a vivir a él, abandonando el Palacio de Oriente, la reina madre, doña María Cristina y sus hijas las infantas al ser proclamado rey Alfonso XIII en 1902. Los Aguilera-Munro ocuparon un amplio piso principal de unos trescientos metros cuadrados con cuatro balcones exteriores en la fachada, como era lo habitual en este tipo de edificios[22].

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FIGURA 11. Carta de restitución del título de conde de Alba de Yeltes, fechada el 20 de octubre de 1910, refrendada por el ministro de Gracia y Justicia (Trinitario Ruiz Vallino) y

firmada por el propio rey (APMA).

La vinculación afectiva que hubo entre María Ada y su hijo fue siempre muy estrecha; no hay más que revisar la correspondencia –escrita exclusivamente en inglés– que mantuvieron ambos durante toda su vida y el cariño mutuo que se trasluce continuamente en ella. Para su madre, Gonzalo sería siempre el boy –así le llamaba familiarmente– tuviera la edad que tuviera e hiciera lo que hiciera y para él fue, hasta el final de sus días, su Dear Mommy a la que reservó permanentemente una habitación completa en su dehesa de Carrascal de Sanchiricones, por si algún día decidía alojarse allí, algo, que por cierto, nunca llegaría a suceder. De su madre heredaría mucho más que su apostura física y el legado económico que le dejó tras su muerte en 1943; a ella le deberá siempre su relación cultural y vital con Inglaterra y buena parte de ese irritante y extendido sentimiento de superioridad que suele caracterizar a los británicos orgullosos de serlo y a la mayoría de los anglófilos convencidos.

Es necesario mencionar algo de su hermana, María del Dulce Nombre o «Nena», como la llamaban todos y que vino al mundo el 9 de agosto de 1894. Fue durante toda su vida, una mujer bondadosa, totalmente asequible, con una alta sensibilidad y que se mantuvo siempre entregada a su familia y a sus padres añosos. Gozó siempre de un carácter extrovertido –actuaba con frecuencia en las funciones teatrales escolares– y de un gran sentido del humor que mantuvo aún en las condiciones y circunstancias más duras de su vida[23]; era también una gran aficionada a las labores y bordados, a los viajes y a sacar fotografías que luego ella misma coleccionaba en unos álbumes decorados y rotulados primorosamente a mano. Realizó sus estudios en España y, durante un año, en Austria, en Pressbaum, justo antes de la Iª Guerra Mundial, del 21 de junio de 1913 hasta el 16 de julio de 1914. Unos estudios encaminados, como era la costumbre entonces, a convertirla en una «señorita de la buena sociedad», capaz de moverse con absoluta naturalidad en los ambientes más distinguidos, contando con la preparación suficiente para un futuro y ventajoso matrimonio de clase alta. El selecto colegio escogido para ella fue el del Sagrado Corazón de la calle Leganitos, número 44, fundado el 24 de mayo de 1884, sobre unos terrenos regalados por los duques de Pastrana, benefactores a su vez de los jesuitas. La Congregación que atendía al Colegio era, según la moda de la época, de origen francés y seguía los principios pedagógicos y espirituales típicamente ignacianos. Allí asistió a sus clases hasta los dieciocho años, siendo muy popular entre sus compañeras y profesoras y estableciendo una serie de amistades profundas que mantendría para siempre, como las de las hermanas Silió, las hermanas Urzáiz y, especialmente, su inseparable Carmen Suárez quien, junto a la mexicana María de los Ángeles Aguayo tanto representaría en su vida, sobre todo en su particular calvario vivido durante la Guerra Civil y al hacerse cargo ambas como madrinas del cuidado de su hijos huérfanos. A pesar del desapego afectivo y la falta de comunicación que mostraba Gonzalo hacia ella durante largos periodos y, especialmente, tras su matrimonio con Abilio Barbero Saldaña del que se hablará más adelante, ella mantuvo siempre una admiración clara hacia su hermano que no se resquebrajaría nunca por su parte, con una inexplicable fidelidad no siempre correspondida ni fácil de entender.

Al margen de este entorno nuclear de los padres y la hermana, apenas mantuvo otras relaciones con sus parientes. En el caso de la rama materna, fueron muy esporádicos los contactos que tuvo con la familia de Mary Ada Munro. En cuanto al linaje paterno, los tratos se reducían a cierta amistad con sus primos paternos, tanto con los hijos de su tía Francisca, Virgilio y Luis Martín de Aguilera, como, por razones de su carrera militar en la Caballería, con Francisco y Fernando de Aguilera y Pérez Herrasti, hijos ambos del marqués de Flores D’Ávila. Tuvo, incluso, hasta una tía monja del Sagrado Corazón de Jesús, María de la Esperanza, fallecida en 1914 y que fue superiora de varios colegios femeninos a la que ignoró totalmente e incluso llegaría a hacer blanco indirecto de sus diatribas anticlericales. La explicación a este alejamiento estriba tanto en su peculiar forma de ser, como en el vacío que sus familiares le hicieron a raíz de su vinculación con Magdalena, la mujer de origen humilde que luego sería, con el tiempo, su esposa y condesa–consorte, como tal, de Alba de Yeltes.

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FIGURA 12. Distintos retratos de «Nena» Aguilera Munro, de niña, joven y en su última etapa poco antes de fallecer en 1940 (APAB).

UN ESTUDIANTE PÉSIMO, UN CHICO INQUIETO

Poco se sabe de estos primeros años de vida en los que sufrió, sin duda, un cierto aislamiento, dadas las peculiares condiciones familiares antes explicadas que le tocó vivir y que le impidieron conocer a otros parientes y que incluso limitaron y desnaturalizaron hasta el propio trato con su padre que pasaba la mayor parte del tiempo ausente de casa. Jamás mencionó nunca nada de estos primeros tiempos, como si los hubiera borrado a conciencia de su mente y sólo hizo alguna insustancial referencia a su novia Inés Luna cuando le hablaba de un ama que tuvo «chica y muy fea» por aquellos días. Sus primeras letras las recibió de su propia madre, pero muy pronto fue llevado al Colegio de los Padres Jesuitas «Nuestra Señora del Recuerdo»[24] que había sido inaugurado hacía muy pocos años –el 24 de septiembre de 1880– y que sentaba en sus aulas a todos los hijos de los personajes más ilustres del Madrid de la Restauración con los que acostumbraría a codearse desde entonces. La preocupación por parte de don Agustín de dar a sus hijos la mejor educación posible era algo que heredó de su progenitor, el conde de Villalobos; los gastos derivados de la misma suponían una cuantía económica considerable a la que no hubiera podido hacer frente sólo con su sueldo de Capitán o de Comandante de caballería por lo que recurrió a las rentas anejas a sus posesiones de Cádiz y las fincas y demás propiedades de la provincia de Salamanca que le tocaron como herencia. Sin duda alguna, en aquella época, los jesuitas estaban a la cabeza de la enseñanza privada y no sólo en España, por delante de agustinos, escolapios, maristas, etc. Este exclusivo centro se alzaba en una finca de Chamartín de la Rosa –«El Recuerdo»– que donaron a la Compañía los ya mencionados duques de Pastrana. Fue aquí, en el impresionante edificio neogótico de ladrillos, concebido por el prolífico arquitecto marqués de Cubas, donde iniciaría Gonzalo su particular pulso contra la Compañía de Jesús, algo que se convertiría en una de sus obsesiones más recurrentes y que iría creciendo, cada vez más, con el paso de los años. Este antijesuitismo motivado por las características pedagógicas de la Orden y la rigidez de sus internados, entronca con el de otros conocidos escritores españoles que también sufrieron en carne propia a los padres de la Compañía o se hicieron eco de comentarios en torno a los mismos, tal y como le sucedió, por citar sólo a algunos autores y títulos más significativos, a Blasco Ibáñez (La Araña Negra, 1892, El intruso, 1905), Armando Palacio Valdés (Marta y María, 1883), Ricardo Macías Picavea (La Tierra de Campos, 1899), Alfonso Hernández Catá (El pecado original, 1907) y, sobre todo, Gabriel Miró (Niño y Grande, 1909) y Ramón Pérez de Ayala (A.M.D.G., 1910). Es posible que ya entonces se sintiera desplazado o, al menos, tratado como alguien diferente y que esto explique en buena parte la animadversión mostrada hacia la orden de San Ignacio, aunque bien pudiera ser que dado el carácter indómito de Gonzalo, éste, en realidad, hubiera rechazado cualquier otra institución educativa en la que se le hubiera ingresado, fuera cual fuera el ideal o el tipo de disciplina seguido en ella. Debido a los pocos progresos del niño o debido, quizás, a la necesidad de sacarlo fuera de ese ambiente agobiante en que se le señalaba constantemente con el dedo por su nacimiento o, simplemente, por incrementar y afianzar sus conocimientos de inglés y de otros idiomas, aprovechando además los lazos que le unían a Inglaterra, lo cierto es que, en seguida, decidieron enviarle a estudiar al extranjero, con poco más de nueve años. La mentalidad victoriana –y sus epígonos eduardianos– extendida por todo el Mundo, concebía al niño como un «hombre en miniatura» sin que las negativas repercusiones sentimentales y afectivas consecuencia de los internados y del alejamiento familiar sufridas a una edad tan temprana, llegaran, tan siquiera, a plantearse.

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FIGURA 13. Fotografía de Gonzalo vestido de marinerito a su llegada a Inglaterra con 9 años de edad. Estudio fotográfico de W.A. Sampers, Westfield, Londres (APMA).

Finalizó la instrucción primaria en el «Wimbledon College», una ilustre Preparatory School situado muy cerca de Londres, y realizó sus estudios secundarios posteriores en el «Stonyhurst College» en Lancashire, quedando matriculado allí desde el 5 de octubre de 1897 –mientras su padre se encontraba en plena guerra de Cuba–, hasta el 10 de julio de 1904 cuando ya el resto de la familia había vuelto al hogar de Madrid, en la calle Ferraz número 8, dejando atrás la estancia en Canarias. Su internado en una Public School, término que debemos traducir como «colegio privado de élite» y nunca como «escuela pública», se ajustaba en todo a las pautas típicas del tipo de educación reservado a los hijos de la aristocracia británica y que había calado también entre algunas importantes familias españolas vinculadas por sus apellidos –Kindelán, Merry del Val, duque de Alba, marqués del Moral…–, o por sus intereses económicos –los Walford y de Borbón, los marqueses de Larios, los de Manzanedo, los armadores Larrinaga…– al Reino Unido. No puede olvidarse que, al margen de su feroz elitismo, las presuntas excelencias pedagógicas del modelo educativo británico eran muy valoradas en España en todos los ámbitos y entre las tendencias ideológicas más dispares, lo que llevaría a que la Junta de Ampliación de Estudios –la JAE– tomara como ejemplos a los Colleges y a las Public Schools a la hora de crear sus primeras residencias de estudiantes en nuestro país, a partir de 1910[25].

Ambos colegios, el de los alrededores de Londres y el del Lancashire, eran centros católicos y, ¡cómo no!, jesuíticos, de un muy reconocido prestigio, siendo habitual la continuidad de los alumnos entre el uno y el otro pues así habían sido concebidos originariamente hasta que Stonyhurst dispuso de su propio Preparatory. Por citar un ejemplo de alguien conocido y con implicaciones españolas, éste fue el mismo itinerario formativo –aunque realizado casi dos décadas después– que siguió el editor y periodista católico británico Thomas Ferrier Burns, quien se dedicaría con posterioridad al espionaje en España, en el gris y empobrecido Madrid de posguerra[26], una ocupación que le llevaría a conocer al mismo conde de Alba de Yeltes, como se verá.

Este primer colegio de Wimbledon, en Edge Hill, llevaba también, como el de Chamartín, muy poco tiempo en funcionamiento –se había inaugurado en 1892– y es probable que le fuera recomendado a su madre por los mismos jesuitas madrileños. Tenía como lema: «For improvement in living and learning to the greater glory of God and the common good»[27] y acogía, sobre todo, a los minoritarios católicos ingleses de la clase alta y a bastantes estudiantes extranjeros como Gonzalo. Sus calificaciones ramplonas y la ausencia total de cualquier recuerdo o testimonio del mismo, hacen suponer que también borró al colegio de Wimbledon –y viceversa– de su selectiva memoria. Una vez cumplidos los preceptivos once años de edad, pasó entonces al «Stonyhurst College»[28], una institución de enseñanza que se remontaba ni más ni menos que al siglo XVI y cuyo origen primitivo estaba en el Flandes español, pues había sido concebido en este territorio continental para acoger a los católicos británicos expulsados de su país tras el triunfo del anglicanismo; en 1794 se asentaría definitivamente en la zona de Lancashire, un bastión papista y tranquilo núcleo rural por entonces. Cuando se matriculó Gonzalo, acababan casi de rematarse sus nuevos e imponentes edificios que junto a sus profesores de renombre lo convertían en uno de los centros más punteros y elitistas de toda Inglaterra; sus promociones de egresados («filósofos» –philosophers– según la terminología propia) alcanzaban los puestos de más alta responsabilidad en la administración, en el ejército –disponía de instrucción premilitar y de batallón de alumnos–, en el mundo académico y en el artístico; sin ir más lejos, en sus pupitres estudió Sir Arthur Conan Doyle entre 1869 y 1875, el cual incluyó en sus novelas situaciones y lugares inspirados en el dicho colegio. Se cuidaba también mucho la práctica deportiva del rugby –especialmente–, del fútbol, el cricket y el atletismo.

Resulta curioso comprobar cómo el conde de Alba de Yeltes se sintió, años más tarde, muy orgulloso de su pasado como boarder en Stonyhurst y lo sacaba a colación constantemente, alardeando, sobre todo cuando tenía que tratar con los corresponsales extranjeros durante la Guerra. Sin embargo, en realidad, su estancia allí no supuso para él una experiencia nada agradable. No conservó amistades algunas de aquellos días entre sus condiscípulos y la férula de los jesuitas con su modelo espiritual ignaciano y el control férreo de las conciencias le resultaron siempre algo totalmente repulsivo para su forma de ser, como veremos. Tampoco es que destacase sobremanera en la faceta de los juegos y los deportes escolares, a pesar de que él se consideró a sí mismo siempre como un verdadero sportman capaz de practicar, hasta una edad muy avanzada, el tenis, la gimnasia sueca, el atletismo, el fútbol –fue pionero de este deporte en Salamanca–, la natación, la esgrima y, por supuesto, la hípica, su gran pasión. En cuanto a las calificaciones de sus boletines de notas, estuvieron siempre en niveles mínimos, para disgusto permanente de sus padres que veían como Gonzalo no terminaba nunca de adaptarse ni de mejorar un poco. No obstante, de aquel tiempo le quedarían al menos su conocimiento del latín, y el interés por las Sagradas Escrituras. Uno de sus condiscípulos más señalados fue Martin Cyril D’Arcy (1888-1978) que acabaría ingresando en la Compañía de Jesús y a quien jamás soportó ni en sus años escolares ni luego más tarde[29] como figura intelectual destacada del Catolicismo y director espiritual de escritores renombrados y conversos como Evelyn Waugh, T.S. Eliot o W.H. Auden, hasta el punto de que se le ha venido considerando como «quizás el intelectual católico más importante desde los años 30 hasta su muerte», equiparado con el famoso cardenal Newman a quien también Gonzalo desdeñaría con todas sus fuerzas.

Viendo que no avanzaba nada en sus estudios preparatorios para ingresar en una universidad inglesa y aconsejados por la misma dirección del colegio de Stonyhurst, optaron los padres por trasladarle a Alemania durante el curso 1898–1899, en parte como castigo y en parte, también, por el alto nivel y la fama que los estudios técnicos gozaban en la nación germana para satisfacer así la inclinación que Gonzalo decía sentir hacia las cuestiones de tipo técnico y mecánico procurándole, de este modo, otro tipo de salida profesional enfocada hacia algún peritaje o ingeniería. Al no poder asistir allí a un colegio jesuita porque que desde que la ley de 1872 fuera promulgada por Bismarck para afianzar la Kulturkampf, la Compañía de Jesús había quedado totalmente proscrita en el Imperio hasta 1917, se le buscó un internado en un exclusivo Gimnasio para nobles en Wurzburgo, Baviera, con la esperanza de que este cambio de país y de ambiente le hiciera reaccionar. La triste ciudad episcopal, a orillas del río Meno capital de Franconia, y «que cuando la conocimos todavía conservaba la serena tranquilidad que inspiraban sus vetustos edificios medievales», según Gonzalo recordaría después, había abierto hacía muy poco una escuela especial de maquinaria y electrotecnia en la que bien hubiera podido matricularse tras superar las pruebas de acceso, aunque tal circunstancia no se daría nunca y aquel curso, parte del cual pasó también en Munich, la capital bávara, supusiera otro rosario de suspensos a añadir a su currículo. La estancia en Alemania cierto es que le serviría para dominar el idioma de Goethe y para iniciarse en los grandes filósofos alemanes, especialmente Kant, que serían una de las bases fundamentales de su singular corpus ideológico; a diferencia de sus maestros ingleses, de los que nunca haría mención, recordaba mucho mejor a sus profesores alemanes de aquel curso. Además, en Alemania conocería también por primera vez las composiciones de los músicos a los que escucharía para siempre con verdadera devoción –Bach y Wagner–, desarrollándose en él una veta melómana que le permitió tocar de oído diversos instrumentos, desde la armónica al piano y la guitarra. Fue también aquí donde pudo practicar por vez primera, el esquí y el patinaje sobre hielo, haciéndose con unos patines que guardaría durante toda la vida, como si de un fetiche se trataran. Otro provecho que obtuvo de su estancia, le vino a través de las visitas que efectuó a muchas fábricas químicas, siderúrgicas y textiles, hechas unas en el marco de las visitas escolares programadas y otras que realizó por su cuenta y riesgo como él mismo dejaría testimoniado un decenio después: «Cuando estaba yo en Alemania siempre estaba metido en fábricas (por gusto, no porque me obligase mi padre) y tenía la intención de dedicarme a ello»[30]. Al regresar a Inglaterra de nuevo, Gonzalo viene convertido ya en un adolescente desgalichado, con un aspecto entre triste y retador a la vez que puede percibirse bastante bien en todos los retratos que nos han llegado de él a esa edad.

En los cuatro años siguientes, el Boy, como le llamaban familiarmente en su casa, no mostraría mejora alguna ni en comportamiento ni en rendimiento. Un típico «fracaso escolar» que diríamos ahora en el que, como causas, se mezclaban a partes iguales el desinterés, la falta de aplicación y de trabajo constante y unos rasgos de superdotado que sus profesores –algo que aún ocurre muy a menudo– no detectaron pero que eran harto visibles y que le permitieron aprender de forma autodidacta, con la mayor facilidad y sin apenas esfuerzo aparente, varios idiomas –incluyendo el latín que traducía prácticamente de corrido–, música o mecánica, así como desarrollar un gusto voraz por la lectura que le acompañaría para siempre. El rechazo que mostraría sin tapujos el conde de Alba de Yeltes hacia la autoridad de los maestros y hacia el mundo académico en general, así como en particular hacia las órdenes católicas dedicadas a la enseñanza, especialmente las monjas, tendría aquí su claro origen y eso que la pedagogía jesuítica condenaba expresamente la brutalidad de los frecuentes castigos físicos en forma de azotes[31] y el servilismo de los alumnos menores –la figura de los «fámulos»– hacia los mayores que eran el santo y seña de las otras Public Schools. Su animadversión hacia la educación reglada la llevaría hasta sus últimas consecuencias con sus hijos, lo que hizo que descuidase totalmente su formación y los mantuviera prácticamente al margen de cualquier atisbo de enseñanza reglada y religiosa y lejos siempre de los odiados internados que tuvo que padecer en sus primeras etapas de la vida.

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FIGURA 14. Gonzalo a los quince años, en las carboneras de Stonyhurst (APAB).

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FIGURA 15. Gonzalo durante sus vacaciones estivales en la playa de Norfolk (APAB).

Al chico que regresaba a España tras sus largos y poco provechosos años de estudiante, apenas le quedaban vestigios del niño aquel que se había marchado tiempo antes. Quien vuelve ahora es un completo extraño para todos, incluyendo los suyos; alguien que se desenvuelve mejor en inglés que en español, puesto que durante todo este lapso no regresó a su casa ni tan siquiera en los periodos vacacionales. El Madrid al que regresa, guarda aún los ecos recientes del desastre del 98 cuyo verdadero impacto conoce de refilón por las cartas de su madre relativas a la campaña de Ultramar en la que se involucró don Agustín; la ciudad a la que llega, poco tiene que ver con Londres o con Munich, se prepara para la inminente boda real que tendrá lugar pocos meses después, en mayo de 1906; el rey Alfonso XIII, casi de su misma edad, lleva en el trono tres años ya, mientras que Gonzalo es un joven lleno de incertidumbres, sin ninguna idea clara sobre su destino y sin planes propios. Un completo dandy que viste a la inglesa y tiene por costumbre –que mantendrá toda su vida– tomar gachas de avena –porridge– y grandes cantidades de té a todas horas, y que, por el momento, no tiene ante sí otra preocupación y ocupación que intentar olvidar estos casi dos lustros de disciplina y vida reglamentada, tediosos rezos y opresivos ejercicios espirituales incluidos.

NOTAS

[1]. Su nombre completo fue Gonzalo Manuel María Demetrio, siendo su padrino don Manuel Pérez (Archivo parroquial de Santiago y San Juan Bautista, Libro de Bautismos, fol. 188 vto, nº 31). En su expediente militar figura como fecha de nacimiento, errónea, el día seis, no será el único dato confundido que aparece en su expediente (Archivo General Militar de Segovia –AGMS–, Secc. 1ª, Leg. A-416).

[2]. El índice de ilegitimidad en Madrid en 1885 era muy alto, 1 de cada 2,9 nacimientos, aunque su distribución resultaba diferente según los barrios y su composición social. HAUSER, Philip (ed. de MORAL RUIZ, Carmen del): Madrid bajo el punto de vista médico-social. Madrid: Editora Nacional, vol. II, 1979, p. 522.

[3]. Vid. GARCÍA ZARZA, Eugenio: Los despoblados (dehesas) salmantinos en el S. XVIII: origen, causas de su formación, proyectos de repoblación, resultados y pervivencia hasta hoy. Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1978.

[4]. Vid. LUQUE TALAVÁN, Miguel: «En búsqueda de una nueva identidad. El linaje de los Moctezuma en los reinos hispánicos y su eco en la historiografía», en: JIMÉNEZ ABOLLADO, Francisco Luis (coord.): Aspiraciones señoriales y caciques indígenas al norte del Valle de México, siglo XVI. México, D.F.: Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2009, pp. 79-104.

[5]. Vid. la fundamental obra genealógica de DUQUE DE ESTRADA, M.ª Dolores y ALÓS MERRY DEL VAL, Fernando: Los Brizuela. Condes de Fuenrubia y familias enlazadas. Madrid: Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 2009.

[6]. El Palacio de los Nieto de Silva, como era conocido, fue construido en el siglo XVI y muy reformado a comienzos del siglo XVIII. En la centuria siguiente sería vendido definitivamente al Ministerio de la Guerra que lo ocupó omo cuartel de inválidos y depósito de suministro hasta que fue comprado por la Caja de Ahorros y M. de Piedad de Salamanca que lo usa como sede en la actualidad, restaurándolo en 1945. SALAZAR Y ACHA, María Paz: «Labras heráldicas en Ciudad Rodrigo», Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Vol. VIII/2, 2004, pp. 956-972. También NIETO GONZÁLEZ, José Ramón: Ciudad Rodrigo. Análisis del patrimonio artístico. Salamanca: Durius, 1998.

[7]19. Vid. ZAMBRANO, Manuel L.: «El gimnasio real», La España Médica, t. IX, 1865, pp. 462-465.

[8]. FERNÁNDEZ SIRVENT, Rafael: «Memoria y olvido de Francisco Amorós y de su modelo educativo gimnástico y moral», Revista internacional de Ciencias del deporte, nº 6, enero, 2007, pp. 24-51.

[9]. Vid. entre otros, NAVASCUÉS, Pilar, CONDE DE BEROLDINGEN, Cristina y JIMÉNEZ, Carmen: El Marqués de Cerralbo. Madrid: Ministerio de Cultura, 1996 y MORENO LÓPEZ, Guadalupe: «El archivo de Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII Marqués de Cerralbo, en el Museo Cerralbo: propuesta de organización», Boletín de la Anabad, 1998, pp. 207-230, PEIRÓ MARTÍN, Ignacio y PASAMAR ALZURIA, Gonzalo: Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos. Madrid: Ed. Akal, S.A., 2002, pp. 59-60 y FERNÁNDEZ ESCUDERO, Agustín: «El XVII marqués de Cerralbo (1845-1922). Segunda parte de la historia de un noble carlista, desde 1900 hasta 1922», Ab Initio, Núm. 4, 2011, pp. 67-92.

[10]. Vid. CANAL I MORELL, Jordi: Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo, 1876-1939. Madrid: Marcial Pons, 2006, pp. 120 y ss.

[11]. ROMANONES, conde de: Salamanca. Conquistador de riqueza, gran señor. Madrid: Ed. Austral, 1932, p. 87.

[12]. Todos los datos están sacados de su hoja de servicios (AGMS, Secc. 1ª, Leg. A-407).

[13]. Por ejemplo, su hermano menor, Gonzalo de Aguilera y Gamboa (1858-1929), recibiría el título de conde de Casasola del Campo. La renuncia al título está documentada con fecha 3 de mayo de 1876 en el Archivo Histórico Nacional –AHN–, Sección de Consejos suprimidos, Títulos y Grandezas de España, leg. 8.988, nº 991 (información facilitada por D.ª Dolores Duque de Estrada).

[14]. Vid. ROBLEDO HERNÁNDEZ, Ricardo: «Un Grande de España en apuros. Las rentas del marqués de Cerralbo en 1840», Revista Internacional de Sociología, nº 1, 1987, pp. 105-124.

[15]. La Ilustración Española y Americana, 8 de noviembre de 1896, XLI, p. 259.

[16]28. Las otras dos altas condecoraciones que obtuvo fueron: la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la Medalla de Alfonso XIII.

[17]. Agradezco a María Barbero toda la información referente a Ada Munro y a sus antepasados que puso generosamente a mi entera disposición. Los datos familiares están sacados del Suffolk Record Office, TEM.173, Acc.1045; en cuanto a las noticias sobre las bancarrotas y los procesos por deudas contra John Munro provienen de The London Gazette (mayo de 1854, p. 1595, enero de 1860, p. 274 y junio de 1873, p. 3012) y The Edinburgh Gazette (marzo de 1854, p. 271 y noviembre de 1859, p. 1493).

[18]. El clan escocés de los Munro proviene de Ross-shire, un territorio donado por el rey Malcolm II por la ayuda contra la invasión vikinga del siglo XI y allí se construyó el castillo de Foulis que dio nombre al título. Su lema era «Dread God» («Temor de Dios»). Debido a su lealtad al católico Carlos II en la guerra civil del siglo XVII, algunos de sus miembros fueron deportados a América por orden de Cronwell; un descendiente suyo sería el quinto presidente de los Estados Unidos, James Monroe. Como presbiterianos que eran, no apoyaron la sublevación jacobita y permanecieron leales a la corona británica. Entre sus miembros más famosos de tiempos recientes están el escritor humorista «Saki» –Hector Hugh Munro, muerto en las trincheras de la 1ª Guerra Mundial– y el montañero Hugh Munro que dio nombre a los picos más altos de la cordillera escocesa.

[19]. Murió como primer oficial mercante a bordo del vapor «Minho», un buque de línea de 2,540 Tm., que hacía la ruta de Southampton a Buenos Aires, propiedad de la Royal Mail Steam Packet Company. Su tumba está en el cementerio bonaerense de la Chacarita –antes estuvo en el de la Recoleta–, aunque también figura su nombre junto al de sus padres en la fosa del cementerio de Teddington.

[20]. Erróneamente, figura así como el lugar de su nacimiento en su expediente matrimonial, sin que ella lo desmintiese; esto supone que su bautismo católico tuvo lugar en una fecha posterior a la segunda boda de su madre, probablemente en vistas a su boda con Agustín de Aguilera Gamboa. Archivo del Ministerio de Justicia –AMJ–, Expedientes de Titulos y Grandezas del Reino (información facilitada por Dª. Dolores Duque de Estrada).

[21]28. Alfonso XIII, rehabilitó 360 títulos durante su reinado (Vid. ZABALA MENÉNDEZ, Margarita: Historia genealógica de los Títulos rehabilitados durante el reinado de Don Alfonso XIII. Logroño: Ed. San Martín, 9 tomos, 2006-2010).

[22]. DÍEZ DE BALDEÓN GARCÍA, Alicia: «El nacimiento de un barrio burgués. Argüelles en el siglo XIX», Norba, n.º 13, 1993, pp. 231-268.

[23]. Su hijo recuerda algunas anécdotas muy ilustrativas de este humorismo que no perdía nunca, ni en los peores momentos; así, durante su encierro en la Cárcel de Barcelona en la Guerra Civil fue capaz de bromear con la dudosa procedencia de la carne del rancho, remedando los ladridos de un perro.

[24]30. Todas las citas referentes a determinados jesuitas y a los centros de enseñanzas y demás datos relacionados con la Compañía de Jesús están sacados de O’NEILL, Charles E. S.J. y DOMÍNGUEZ, Joaquín M.ª S.J.: Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús. Madrid: Universidad Pontificia de Comillas, 2001.

[25]. Vid. MARTÍNEZ DEL CAMPO, Luis G.: La formación del gentleman español. Las residencias de estudiantes en España (1910-1936). Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2012.

[26]. Vid. BURNS MARAÑÓN, Jimmy: Papá espía. Madrid: Debate, 2010.

[27]. «Para la superación en la vida y en el aprendizaje, a la mayor gloria de Dios y el bien común».

[28]. Vid. MUIR, Thomas E.: Stonyhurst College 1593-1993. Londres: James & James Ltd., 1992.

[29]. De su obra Thomas Aquinus. Londres: E. Ben limited, 1930, afirma que es un «libro indigesto y desgraciado» (Cartas a un sobrino… Op. cit., p. 218).

[30]. Carta a Inés Luna Terrero, 13 de diciembre de 1909, Archivo Histórico Provincial de Salamanca –AHPS, Fondo Familiar Luna Terrero, Sign. 184.

[31]. Vid. Gibson, Ian: El vicio inglés. Barcelona: Ed. Planeta, 1980.