HISTORIAS
DE LA PIEL HERIDA
CAPÍTULO 3
Historias de la piel herida
No sé por qué lo hago
«Yo me tapaba las muñecas con unos pañuelos y mi mamá me preguntaba: ‘¿qué moda es esa?’. Los primeros días me creyó porque vio también a un par de amigas mías con los mismos pañuelos. Entonces pensó que era una “pavada” nuestra y no me preguntó más. ‘Cosa de adolescentes que no saben lo que quieren’, la escuché decir una vez. ¿Cómo se dio cuenta de la verdad? Porque una vez, al salir de la ducha, olvidé ponerme los pañuelos. Mientras estábamos cenando me preguntó quién me había escrito los brazos. Primero no se había dado cuenta de lo que era. Yo no sabía cómo tapármelos. Le decía que no era nada, que era una “pavada”, un juego con las chicas. Le dije que una de mis amigas me había escrito con una lapicera roja, en el colegio. Primero dudó y siguió comiendo pero enseguida siguió con el interrogatorio y me exigía que le mostrara. Ya no sabía qué inventarle. Se puso seria y me pidió que le mostrara los brazos, entonces yo salí corriendo y me escondí en el baño. ¿Enojada? No, creo que no. Por lo menos yo la escuchaba detrás de la puerta hablándome con buenos modos. Me parece que se asustó. Me pareció que lloraba, entonces abrí la puerta y le mostré. En realidad no sabía qué decirle porque cuando la vi cómo estaba, con los ojos todos húmedos, me puse a llorar y nos abrazamos. Ella lloraba más que yo. Le prometí que no lo iba a hacer más. No me soltaba y me decía: ‘Perdóname, perdóname’. Yo no entendía nada, no sabía qué le tenía que perdonar. Por supuesto, después lo supe. En realidad yo pensé que se iba a enojar mucho o que me iba a pegar, no sé, algo. No sé por qué pensé eso, pues ella nunca me pegó. No paraba de llorar y de pedirme perdón. Mi papá nos miraba a las dos. Yo creía que él no se había dado cuenta de nada; ni siquiera de las marcas. En realidad, intervino cuando vio a mi mamá llorando y trató de calmarla. Parecía enojado con ella. La agarró del brazo, como habitualmente hacía para imponerse, y le dijo que volviera a la mesa. A mí me mandó a mi cuarto como cuando era chica y me retaba. ‘Quince años sin sentido, nena, ¿eh? Mira cómo pones a tu madre’, sentenció mientras yo corría a mi cuarto. Después de que acostaron a mi hermanito, vinieron ambos a mi habitación y se sentaron en mi cama. Mi mamá no podía hablar porque cada vez que comenzaba una frase se ponía a llorar. Todo el tiempo ella lo miraba como pidiéndole permiso para hablar. Mi papá me acariciaba los brazos, pero yo no quería que me tocara ni quería hablar con él. En realidad, hace mucho tiempo que siento rechazo por él. ¿Por qué? No sé, lo siento. Mi papá me preguntaba, con insistencia y enojo, por qué me había lastimado. Yo trataba de explicarle que no sabía por qué lo hacía. Yo no quería hablar con él, pero igual le prometí que nunca más me iba a lastimar. ¿Cuándo pasó eso? Hace un par de años. ¿Si lo volví a hacer? Actualmente lo estoy haciendo. No sé cómo explicárselo; ya hablé con tantos psicólogos. Me invade una especie de furia. Un fuego a la altura del ombligo. Comienzo a rascarme y cuando me doy cuenta tengo toda la panza lastimada, con rayones con sangre. ¿Qué hago después? Voy al baño y me pongo alcohol. Sí, obvio, me arde mucho. Pero una amiga me dijo que si no me pongo alcohol me voy a infectar y entonces es peor. No, para mí no. A mí no me importa infectarme; en ese momento no pienso en nada. Sí, otra vez fue mi mamá la que se dio cuenta. Una vez yo me estaba cambiando un vestido en el probador de un negocio y con el movimiento se me levantó la camiseta y ella me vio unas marcas en la panza. En ese momento no me dijo nada pero yo me di cuenta de que las había visto. Cuando llegamos a casa esperó un rato y me encaró: ‘¿Otra vez?’. Le pedí que no le dijera nada a mi papá. ¿Por qué? Porque no quería que se metiera en mis cosas. Yo sentía un rechazo hacia él, desde siempre. A principio de año se separaron. Ella estaba como loca. Esa noche, en la que volvimos de comprar ropa y ella me vio la panza con las marcas, oí cómo le gritaba y le decía que no se iba a callar más. Que lo iba a denunciar. Yo no tenía idea de qué hablaban. Me asusté cuando escuché que él le decía que la iba a matar. No, él no le gritaba. Me parece que le hablaba como para que nadie escuchara. Pero yo estaba parada detrás de la puerta. Finalmente se separaron. Ya casi no lo veo. ¿Por qué? Porque tiene una causa penal. Tiene una orden de restricción de acercamiento con todos los miembros de la familia. Cuando pudo, porque no paraba de llorar, mi mamá me contó que cuando yo era chiquita me manoseaba y siempre me metía en la ducha mientras él se bañaba. Mi madre pensaba que todo eso era un juego y cuando ella le decía algo él se enojaba mucho, se ponía agresivo y la condenaba por sus malos pensamientos. Hasta que un día lo encontró desnudo sobre la cama masturbándose mientras me acariciaba. Dice que no lo mató porque yo estaba ahí. Yo no recuerdo nada de todo eso. Claro que a partir de saber todo pude comprender el profundo rechazo que sentí siempre por él. A quien nunca voy a alcanzar a entender, y tal vez a perdonar, es a mi madre. ¿Por qué dejó que eso pasara? ¿Por qué no me cuidó? ¿Por qué no se fue? ¿Por qué tuvo otro hijo con ese monstruo? ¿Qué? No entiendo lo que me pregunta. ¿Si yo creo que hay alguna relación entre esa historia y los cortes en mi piel?»
Cuando veo sangre me detengo
«Cuando veo que comienza a salir sangre me detengo, no soy masoquista. ¿Si me duele cuando me corto? No, dolor no siento. Es como un ardor muy intenso pero que al ratito se me pasa. No soporto ver que me salga sangre. Sí, ya sé, siempre hay sangre pero yo freno porque si veo que me sale una gotita o una línea de sangre me dan náuseas y termino vomitando. No, lo hago sola. Me encierro en mi habitación, en general, antes de dormir. Mi mamá piensa que las sábanas se manchan porque estoy indispuesta y se enoja conmigo. Yo no le contesto. Y se da cuenta porque ve las sábanas manchadas. No, no, yo no las muestro. Ella las ve porque es una metida. Entra a mi habitación, me revisa mis cosas, mis cajones. Ya no escribí más mi diario porque ella lo leía y después yo me enteraba porque una amiga me decía lo que su mamá hablaba con la mía. ¿Por qué descuidada? Son mis cosas. ¿Qué tiene que ver que yo deje mi diario sobre mi mesa de luz? Ella no lo tiene que ver. Y a mí qué me importa que las madres “sean así”. ¿Usted dice que yo lo hago a propósito para que ella lo lea? Usted no sabe nada.»
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«Me siento en mi cama y pienso. A veces no puedo parar de pensar. En cualquier cosa, nada en especial. En alguna pelea con una compañera o en cómo me molesta una chica de otra división. La odio, le juro que la odio. Vive molestándome, yo no sé qué le hice. Sí, una vez hablé con mi madre pero fue porque la mamá de una amiga le contó que me molestaban; lo leyó en mi diario. ¿Qué me dijo? Nada importante. Dijo que no le diera importancia, que yo era así, medio rara, y que por eso me molestaban. Cuando me acuerdo de esta “mina” me da una bronca tremenda… ¿De qué “mina”? No, no. De mi mamá no, de la “mina” del colegio, de mi compañera, la que me molesta. Todos los psicólogos son iguales: siempre están esperando que una se equivoque para señalarte algo. Le habrá parecido a usted, yo no estaba hablando de mi madre. Ella no me da una bronca tremenda. Y bueno, tal vez ella dice la verdad, yo soy rara y me la tengo que bancar. Pero por eso no le voy a tener bronca a mi madre. Además, le aclaro, que yo no me corto porque le tengo bronca a alguien. Lo hago porque me hace sentir bien; después puedo dormir. Sí, todas las noches antes de dormir. Hace mucho tiempo. Creo que cuando entré en la secundaria. Una vez estaba acostada y quise agarrar un vaso de mi mesa de luz y se me cayó. Me levanté para juntar los vidrios rotos y sin querer me lastimé con un pedazo. Me ardió pero no me dolió. No sé por qué pensé en qué pasaría si me volvía a pasar el pedazo de vidrio y, casi sin darme cuenta, me volví a hundir muy despacito el filo del vidrio, pero muy despacito porque me daba miedo. No podía dejar de hacerlo. No, no me dolió pero cuando veía sangre paraba porque me daban ganas de vomitar. Me guardé un pedazo de vidrio pensando que nunca más lo volvería a hacer. No sé por qué lo guardé. Y, sí, tal vez pensé que podía volver a hacerlo y necesitaba el vidrio. Pasaron muchos días y me había olvidado. Pero una noche no me podía dormir. Pensaba en la pelea que había tenido con mi compañera y en todos los insultos que me dijo delante de otras compañeras; sentí mucha vergüenza pero no podía irme ni podía decirle nada. Me sentí paralizada frente a ella que me insultaba y a las otras estúpidas que se reían. Yo miraba a mi alrededor para buscar alguna amiga; alguien que me “bancara” o que me ayudara a defenderme. Pero nada, nadie me miraba. Solamente estaban esas tontas que se burlaban y le festejaban los insultos. Nunca me sentí tan humillada. Cuando recordé todo aquello, me senté en la cama y busqué el vidrio. Sí, lo tenía envuelto en una tela y adentro de una bolsita en un cajón entre mi ropa. Primero lo apreté porque no me animaba a rasparme. Pero no era lo mismo. Me dolió. Entonces dejé todo; otra vez, me lavé la mano, me puse alcohol y una gasa y me metí en la cama. Pero no me podía dormir, entonces volví a agarrar el vidrio pero esta vez no lo apreté sino que me lo pasé por la muñeca muy despacito. Me daba como una cosquilla. Y si lo hundía un poquito me daba más cosquillas. El problema era que aparecía sangre. Dejé de mirar. Sentí como unos escalofríos y después mucho sueño. Temblaba. Me quedé dormida así sin limpiarme ni guardar el vidrio. Menos mal que mi madre no entró a mi habitación porque si no hubiera pensado que me había querido matar, ¿no?»
Ella, se corta
«Ya no sé cómo hacer para que mis padres no se metan en mi vida. A ellos nada les importa pero, ante los demás, tienen que disimular afecto y atención. Por ejemplo, cuando estamos frente a sus amigos o vecinos ellos nos hacen preguntas, a mí y a mi hermana, sobre asuntos que a nadie le importan. Pero ellos quedan bien, aparentando, ante los demás, que se ocupan de nuestras cosas: ‘Amor, ¿tenés tarea hoy? ¿Necesitás que compremos algo antes de volver a casa?’. Son unos imbéciles. Incluso, hacen comentarios irónicos: ‘¡Ay, la adolescencia!’, mientras se ríen con las otras madres; no los soporto. En esas ocasiones comienzo a tener sensación de ahogo, siento mucho calor y me agito. Mi madre se da cuenta porque me ve la cara de odio y trata de disimular tocándome la frente por si tengo fiebre. Yo siento furia y vergüenza. Me pongo toda colorada, la cara se me enrojece completamente. La miro a mi hermana, pero a ella nada le molesta. Todo el tiempo dice que no vale la pena molestarse ni sentirse mal por ellos. Pero yo no puedo. Los odio y me odio porque soy tan idiota que me pongo a llorar. Entonces, cuando mi madre me ve en ese estado, para evitar pasar ella un mal momento, apura la charla y se despide. No deja de maldecirme mientras caminamos apuradas a buscar la camioneta; por supuesto, mi padre se adelanta para no escuchar todo lo que mi madre tiene para decirme. La verdad es que yo no sé si está harto de escucharla o es que nada le importa; ni siquiera que nos maltrate. Durante todo el viaje de regreso a casa no hace más que maltratarme. Dice que soy antisocial (se lo dijo su psicóloga) y que está harta de mi actitud y que me merezco que nadie me quiera en el colegio. La directora de estudios la llamó varias veces porque yo no quiero estudiar. Pero en ese colegio alcanza con pagar la cuota. ¿Mi padre? No, él no dice nada. A nadie. Tampoco la hace callar a mi madre que no para de gritar todo el tiempo. Y cuando llegamos a casa la sigue y no retrocede ante nada. Cada cosa que le molesta le da la oportunidad para volver sobre lo mismo. Si se olvida y cualquier pavada le recuerda cuánto me odia, entonces regresa a mi cuarto y sigue diciéndome cosas. ¿Qué cosas? Por ejemplo, que soy una inadaptada (se lo dijo su psicóloga), que no sabe qué me pasa, que estoy loca, que me va a mandar a un loquero (la psicóloga dice que a lo mejor termino internada), que por qué le hago esto. Y siempre termina con la misma frase: ‘¿Qué te hice para que me trates tan mal?’. Ella es absolutamente insoportable. ¿Mi padre? Otra vez, me pregunta por mi padre. Sí, yo creo que mi padre escucha todo lo que pasa pero él “trabaja” y dice que no puede perder tiempo con tantas “pavadas”. No quiere compartir la mesa con nosotras porque dice que hacemos mucho ruido cuando comemos y eso le da asco. Y como se tiene que levantar muy temprano prefiere cenar solo, más temprano. Después se va a un cuarto que está lejos de las habitaciones de la casa. Duerme solo. ¿Separados? ¿Ellos? No. Duerme solo porque dice que mi madre ronca y él se tiene que levantar muy temprano. No sé por qué ahora estoy llorando. ¿Ve? Soy una estúpida, lloro por todo. ¿Por qué estoy acá? Ellos dicen que estoy loca y que necesito un psicólogo. Pero en realidad yo no estoy loca. Mi hermana, en todo caso, está más loca que yo. Pero ellos no se dan cuenta porque ella no los molesta. ¿Mi hermana? No, ella no grita, ni llora, ni les hace escándalos. ¿Por qué pienso que está loca? Si le viera los brazos y la panza… No para de lastimarse. Ella se corta, pero mis padres no lo saben.»
Despertar sexual precoz
«Sí, es una nena que no ha tenido muchos límites. Bueno, en realidad me refiero a que siempre hizo lo que quiso. Hija única, imagínese. Única nieta, única sobrina. El primer y único bebé de la familia, de parte de ambas familias. Yo no tengo hermanos y mi marido tiene una hermana que se quedó soltera y sin hijos. Tenía a todo el mundo encima de ella, desde que nació. Nunca nos imaginamos que nos iban a llamar de la escuela por una cosa así. La psicóloga del colegio nos dijo que la nena está pidiendo ayuda y que, de alguna manera, nos está avisando que algo le pasa. Lo que no puedo creer es que mi hija se haya querido matar. Bueno, en realidad la psicóloga o psicopedagoga (no sé la diferencia), nos dijo que no se trataba de “querer matarse”, sino de avisarnos que algo pasa. Dice que ya vio varias adolescentes del colegio que están con este problema y nos quiere poner al tanto para que no dejemos pasar más tiempo. Recién entra al secundario y si esto no se resuelve va a tener muchos problemas y no solo de aprendizaje. Nos dijo que la ha observado muy retraída y con pocos amigos. Casi no interactúa en clase y los profesores dicen que no participa. Tiene bajo el promedio de calificaciones porque nunca quiere integrar grupos; prefiere trabajar sola. No levanta la mano para contestar en clase y cuando tiene que pasar a dar lección entra en pánico y le pide a la profesora que le tome escrito. Tuve que ir a hablar, por este tema, porque una vez se desmayó en clase delante de todo el mundo. Ahora la comprenden un poco más, pero desde esa vez quedó como la “rara” del curso y los chicos no se quieren juntar con ella. Además nos dijeron que la ven sucia y que los compañeros se han quejado de que siempre huele muy desagradable; y esto también hace que no quieran estar con ella. Los cortes son muy superficiales, casi no tienen sangre, ni están infectados, y según lo que le contó a ella, a la psicóloga o psicopedagoga (no sé la diferencia) del colegio, lo hizo solo una vez. No, no sé por qué se lo contó a ella y no a nosotros. Después de ese día, la mamá de una compañerita de mi hija me llamó por teléfono. Se había enterado. Me contó que su hija también lo había hecho y que era mentira que había sido solo en una oportunidad. Su hija además de los brazos se lastima la panza con las uñas. ¿Tal vez lo hicieron juntas? No lo sé. No, mi hija no me quiso contar nada y yo no quise insistir. El pediatra dice que hay que dejarla tranquila, que ella lo cuente cuando quiera; no hay que forzarla porque puede ser peor. Y yo me asusté tanto que hago como que no pasó nada. Lo único que le dije fue que ella tenía que poder contarnos qué le pasaba. Pero como ella no quiere hablar del tema, la psicóloga o psicopedagoga (no sé la diferencia) del colegio nos recomendó llevarla a terapia. Por eso estamos acá.»
«Yo no hablo porque, como verá, mi mujer habla por los dos. ¿Qué pienso? No pienso nada. Estoy horrorizado. No puedo entender nada. Somos una familia normal, sin problemas. La nena tiene todo lo que quiere…»
«Siempre le pasa lo mismo, licenciado, cuando habla del tema; llora. Y yo creo que eso no es bueno para la nena. No es bueno, para un hijo, ver llorar al padre, ¿no? Le soy sincera, a mí no me importa lo que a él le pasa. Lo único que ahora me importa es saber por qué mi hija hizo una cosa así. Tiene los brazos, casi desde la axila hasta la muñeca, llenos de cortes. Todos finitos uno al lado del otro. Yo no le creo que se los haya hecho de una sola vez…»
«Yo no pienso nada, ya le dije, doctor o licenciado, perdón, yo no pienso nada. Simplemente no lo puedo creer. Además discutimos con mi mujer porque yo pienso que no es por mi culpa, yo le di todo, en cambio, ella siempre la retó, la puso en penitencia…»
«Eres un exagerado, yo nunca la maltraté. Licenciado, yo soy sueca y tengo una formación más estricta que mi marido. Él le permite todo y entonces yo parezco la bruja de la película. ¿Un ejemplo? Cuando ella era chiquita, muy chiquita, la veíamos en su cuarto con la puerta entreabierta cómo jugaba; no la queríamos interrumpir. Nos daba mucha ternura ver cómo hacía diálogos, en su media lengua, con las muñecas. Pero nos llamaba la atención que todos los juegos terminaban en lo mismo. Y entonces a mí me pareció que teníamos que frenarla o retarla o hacer algo, no sé, distraerla. Porque no podíamos dejar que ese juego siempre terminara igual: el muñeco siempre tirado encima de las muñecas y ella haciendo un ruido, como un gemido.»
«¿Qué? ¿Gemido? ¿Qué gemido? ¿De qué hablas? ¡Eres una exagerada! ¿Cómo vas a decir gemidos? ¿Qué dices? Parece que estás hablando de una degenerada…»
«Gemidos, doctor… licenciado, perdón. Gemidos… No le haga caso a mi marido porque para él todo está bien. Nunca la va a retar por nada y siempre que yo digo algo le termina diciendo que yo soy una exagerada… o una loca, para ser sinceros. Bueno, y ahora agregó una degenerada. ¡Insólito!»
«¿Pero tú te das cuenta de lo que dices?»
«Para que usted se dé una idea, doctor... digo, licenciado, la nena terminaba exhausta después de esos gemidos. ¿Por qué? Porque dejaba a los muñecos y comenzaba a refregarse ella contra un almohadón o con el borde de la cama. No, nunca le dijimos nada porque él decía que la íbamos a traumar y que le íbamos a censurar la sexualidad y que iba a terminar como su hermana: soltera, sin hijos, amargada. Decía que no nos podíamos meter con algo tan íntimo. Sí, obvio, lo consultamos con el pediatra pero nos dijo que era normal, que se estaba explorando. Nos dijo que no había que hacer nada porque ya se le iba a pasar. Pero la nena podía pasar varias horas jugando al “gemido”. »
«No soporto que digas eso.»
«Y yo no soporto tantas cosas de ti y acá me ves. Perdón, licenciado, ¿me preguntó? ¿Cuándo lo dejó de hacer? Creo que a los seis años, cuando le tuvimos que poner un corsé porque tenía una escoliosis precoz. Lo usó hasta los diez años porque el médico nos dijo que si no había que operarla. En el colegio le decían “Robocop” porque caminaba erguida y cuando la tocaban decían que era de metal. Sufrió mucho. Le hacían bullying. A mí me parece que a ella le cambió la personalidad porque después del corsé no fue más la nena alegre y pícara. Si uno ve fotos hasta los seis o siete años sonreía y era muy extrovertida. En las fotos de la primaria siempre está seria. En los cumpleaños no sonríe ni para la foto.»
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«No, ella no nos dio ninguna explicación de por qué se cortó. Lo único que le dijo a la psicóloga fue que estaba aburrida. Esa es la misma explicación que nos dio el pediatra cuando le dijimos que la nena seguía refregándose contra cualquier cosa: que seguramente estaba aburrida porque era muy inteligente. Incluso en la escuela nos dijeron que tenía hiperactividad, ¿puede ser ese término? No dejaba de moverse nunca, e incluso cuando estaba sentada, durante las horas de clase, se balanceaba en la silla. Decían que podía ser un problema del desarrollo que le ocasionaría una gran distracción. La maestra de segundo grado nos sugirió consultar a un neurólogo porque, tal vez, hubiera que medicarla, ya que podía tener ese problema de la atención que tienen muchos chicos.»
«Y tal vez es un problema del desarrollo. Como ella tuvo este problemita en la espalda cuando era chica…»
«¿Cuándo comenzó a cortarse? Nos dijo la psicóloga que ella le dijo que fue el día que tuvo su primera menstruación. Eso pasó a principios de este año y no volvió a indisponerse desde hace cuatro meses. El pediatra dice que eso es normal al principio. Pero yo ya no le creo más al pediatra. A mí me parece que pasa otra cosa.»
«¿Qué tiene que ver la sexualidad, doctor, con todo lo que le contamos de la nena? No lo entiendo…»
«Tú nunca entiendes nada…o no entiendes lo que no te conviene. Tiene razón, doctor, nosotros le seguimos diciendo “nena” y esto le pasa justo cuando aparece otra vez en su vida el despertar sexual y cuando “se hace señorita”. Sí, es verdad; nosotros nunca le pusimos límites a su primer despertar sexual. Tal vez tiene miedo, porque no sabe qué pasa con la sexualidad, hasta dónde puede llegar, qué puede hacer, qué le pueden hacer, tal vez no sabe cómo hacer para ser mujer; coincido con usted. Lo que me preocupa es que no sé cómo la puedo ayudar. Pobrecita, mi amor, debe estar confundida, asustada. Nosotros nunca hablamos de nada. Perdón, siempre es él el que llora… esta vez me tocó a mí. Me siento muy responsable como madre y como mujer por no haberle transmitido nada de todo esto.»
Soy invisible
«Soy invisible. En mi casa nadie considera nada de lo que digo y quiero. Nadie me mira. Nadie sabe si estoy o si me fui. El año pasado quedé libre en el colegio y así se enteraron de que no iba. Pero me reincorporaron porque mi padre paga una cuota muy alta. Mis padres están muy ocupados en sus asuntos. Lo único que les importa es el dinero y su empresa. Tienen mucho dinero y le van a pagar a usted mucho por atenderme… Sí, claro, si no me cura no le van a pagar más y le van a hacer un juicio por mala praxis. No, no es una imaginación. Ya lo hicieron con la psicóloga a la que fui el año pasado y también le hicieron un juicio a la obra social por abandono de paciente; es justo lo que estoy estudiando en la facultad. Estudio Derecho, estoy en las primeras materias. Ellos todo lo resuelven con plata, pagando. Sí, tiene razón, es verdad, mis problemas no los pueden resolver ni siquiera pagando. Pero ¿eso que tiene que ver con lo que le estoy contando? ¿Usted dice que yo me corto para demostrarles a mis padres que hay cosas que no pueden resolver con plata? Me parece una estupidez lo que usted dice, nada que ver. Le aseguro que nada que ver. Yo me siento invisible pero ese es un mambo mío. Yo no creo que a ellos les importe si me corto. Lo único que ellos quieren es que yo no moleste ni interrumpa sus negocios. Sí, tengo un hermano mayor. Trabaja con ellos en la empresa. Gana mucha plata. Yo no sé cómo, ese pendejo, tiene semejante casa y dos autos en tan poco tiempo. Todo se lo da mi padre. Le paga una fortuna y por lo que sé, no hace gran cosa en la empresa. Con tanto “narco” dando vueltas en mi barrio ya empiezo a pensar mal de ellos… No, es un chiste, no creo que anden en algo raro. ¿Yo? Sí, siempre pensé mal de ellos. No confío en ellos, son mala gente. Les gusta aparentar. Hacen fiestas a cada rato. Mi madre es una cornuda pero no le molesta. Yo creo que mi padre ya se acostó con todas las vecinas del country. Y mi hermano va por el mismo camino. Toma pastillas, fuma y toma “merca” desde los quince. Tiene una novia que es una boluda absoluta pero la tiene como la gran mujer. Era compañera mía del colegio, tiene mi edad. ¿Mi hermano? Tres más que yo, veintitrés. Esa chica es una idiota que no sabe nada de la vida y lo idolatra a mi hermano. Se lo quería “levantar” desde que entramos al secundario. Venía a casa y era como una babosa atrás de mi hermano. Me parece que la dejó embarazada una vez y la hicieron abortar, a partir de ahí no sé qué paso que formalizaron su noviazgo y pusieron fecha para casarse. No sé, están todos locos. ¿Por qué me dice eso? A ver, espere un poquito. Le aclaro: yo no le dije que no sabía nada de mi familia, le dije que ellos no sabían nada de mí, que yo me siento invisible. ¿De los cortes? ¿Quién de ellos sabe? Se dio cuenta la madre de una amiga que también se corta conmigo y la llamó a mi madre. Casi se infarta. No, no por preocupación. Lo único que la inquietaba era que se iban a enterar todos los vecinos y sus amigos de golf. Es una idiota, me irrita, me pone loca, me violenta. En general me corto después de que ella hace o dice algo. Me vuelve loca que sea tan estúpida y cornuda. Cuando era más chica yo rompía cosas, golpeaba las paredes, me lastimaba las manos con los golpes, rompía puertas, golpeaba la computadora, tiraba los celulares. ¡Qué sé yo cuantas cosas hacía! Nadie me llevaba el apunte. Mi padre y mi hermano me miraban como a una loca y se iban a trabajar y mi madre corría a su dormitorio lamentándose por el dolor de cabeza que yo le provocaba. Es una estúpida, nadie puede reaccionar así. Después ya no rompí más nada… Sí, puede ser, ahora me rompo la piel. Le voy a contar algo que nunca conté: hace unos meses que comencé a quemarme. Primero fue de casualidad y después no pude dejar de hacerlo. Pongo en el fuego una olla de acero, vacía. La dejo calentar bien y acerco la mano hasta sentir que me quemo. Es un instante pero es maravilloso. A veces pongo las manos o los brazos. Un día acerqué los labios pero no me animé a seguir, me asusté. ¿Qué? No entiendo lo que me dice. ¿Le parece? ¿Tan idiota puedo ser? Sí, tal vez toda ensangrentada por los cortes y magullada por las quemaduras alguien me vea, o al menos le llame la atención. Sí, puede ser que así deje de ser invisible para mi familia. Nunca me lo habían dicho. ¿Se puede ser capaz de hacerse mierda para que alguien la mire a una?»
Me como a mí misma y me arranco el pelo
«No sé cómo comenzó todo esto. Cuando entré al secundario mi mamá se dio cuenta de que algo pasaba con mi cabello. Ella me hacía unos peinados en alto para que fuera a la escuela, pero cuando pasé a primer año del colegio secundario ya no quise que me peinara. Mi madre me lavaba la cabeza, me secaba y me peinaba. Ahora está enojada porque dice que ya no la dejo hacer algo que a ella le daba tanto placer. ¿Debo hacerlo? ¿Tengo que dejar que me siga lavando la cabeza? Ahora dice que lo va a volver a hacer, así me controla. Se lo indicó la pediatra. Ella dice que le arruiné la vida con lo que hice. ¿Cómo se enteró? Me llevó a una dermatóloga para que me viera la cabeza. Ella pensaba que se me estaba cayendo el pelo y la dermatóloga dijo, delante de mi madre, que era por estrés. Después la hizo salir a ella y cuando nos quedamos solas me preguntó por qué me arrancaba el pelo. Me dijo que si le contaba la verdad no me iba a delatar con mi madre. Pero en cuanto se lo dije la llamó y se lo contó. Tengo dos zonas, por acá y acá, en las que no hay cabello. No sé, no lo puedo evitar. Me pongo nerviosa. Cuando era chiquita me comía las uñas hasta que me salieron unos hongos horribles. Hice un tratamiento y tuve los dedos vendados no sé cuánto tiempo. Casi no tenía uñas y se me estaban deformando los dedos. ¿Qué tengo en la boca? Seguro que se lo contó mi madre, ¿no? Sí, me operaron hace un par de años porque me mordía el labio y me hice algo parecido a una úlcera. Ya no había cremas que me cicatrizaran, así es que me operaron. Sí, hubo otra operación después porque me mordía la parte interna. Me apretaba la piel de adentro de la boca, entre los dientes, hasta que un día me salió sangre. Yo seguí haciéndolo, como si fuera goma de mascar, hasta que la pediatra me dijo que me tenía que dar unos puntos para cerrar la herida porque ya no había manera de curarla y tenía una infección terrible. Me pasa cuando estoy estudiando o mirando la tele. Me muerdo los labios o las uñas o juego con el pelo. Agarro un mechón y le doy vueltas, me lo meto en la boca, lo chupo y después lo enlazo entre los dedos y lo hago girar y girar hasta que llega un momento (no me doy cuenta) en que tengo el mechón en la mano, suelto. No lo puedo controlar. En el colegio hago lo mismo mientras estoy prestando atención a la clase o leyendo un libro, o estoy haciendo un examen y me voy agarrando pequeños mechones y los giro y los giro hasta que se me sueltan. No, no siento dolor, simplemente se me sueltan los pelos. Nunca lo había pensado, como usted me lo dice. Tal vez pueda ser que soy capaz de quedarme pelada con tal de que mi mamá no me peine más. Hasta parece gracioso. Pero yo no me quiero hacer daño. ¿Usted dice que yo daño lo que mi madre más quiere en el mundo? ¿Será por eso que me muerdo y me lastimo? Sí, es verdad. Ella dice que le daba mucho placer lavarme la cabeza, secarme y peinarme. Y siempre dijo que soy lo que más ama en el mundo. No, no lo conozco a mi padre. Ella me tuvo de jovencita y nunca me habló de mi padre. Era un novio que la dejó embarazada y nunca se hizo cargo de nada. No lo conozco, no sé nada de él. Ni siquiera sé dónde está. No, no, no. Jamás le haría eso a mi madre… no, por favor no me pida una cosa así. Jamás le diría que lo quiero conocer. Nunca pensé que estaba atrapada en mi madre. Sí, es verdad, ya sé que ella es insoportable pero de ahí a sentirme atrapada… no lo sé. ¿Usted dice que yo daño lo que mi madre más quiere en el mundo? Pero, entonces estoy re loca. Porque para destruir lo que ella más quiere en el mundo me tengo que morir yo. ¿Será por eso que me muerdo y me lastimo? ¿A usted le parece eso? Bueno, bueno, lo voy a pensar.»
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«Sí, vivimos ella y yo solas. Sus padres se murieron cuando ella era adolescente. ¿Será por eso que soy lo que más quiere en el mundo? Porque en realidad soy lo único que tiene en el mundo. Siempre pensé en eso, tal cual. ¿Qué va a pasar con ella cuando yo quiera irme o hacer mi vida? Me da miedo lo que usted dice: ¿mejor morirme antes que abandonarla o quedar atrapada? ¿No hay opción? ¿Usted dice que yo creo que no hay opción? Nunca lo pensé así, pero lo voy a pensar.»
Todo tatuado y perforado
«Ya casi no tengo espacio en los brazos para un nuevo tatuaje. Me dijeron que puedo ir transformando los que ya tengo; si me aburrí de alguno. Habitualmente me tatúo en un lugar que se llama Galería del Centro, allí hacen unos que te quedan muy bien. Te transforman los que tienes en otros, porque mezclan los colores y superponen otras imágenes para darles nuevas formas. Por ahora no voy a hacer nada más. ¿Desde cuándo? Y, más o menos desde los quince años, que me tatúo. Mi viejo no quería que me hiciera nada, pero yo no le di bola y me fui haciendo algunos hasta que cumplí los dieciocho y ya no se pudo entrometer más. Con los piercings fue distinto porque al principio me dolía mucho, pero después fue como un vicio. El que más me costó fue el de la lengua. La tuve hinchada como una semana, casi no podía hablar y mi novia no me podía ni besar. Se me infectó y me dieron antibióticos porque tenía fiebre. La pasé muy mal. Sí, tengo otro más que me puse cuando se me pasó la infección y aproveché y me puse estos dos en el labio. No, con estos no hubo problema. Y, sí, estaba un poco asustado de que me pasara lo mismo que en la lengua pero me fascinan los aritos, así que me olvido del dolor. A mi novia le encanta que la bese y sentir los piercings… me re “calienta”. Me encanta cómo me quedan. Me miro al espejo y me encanta. ¿Este de la ceja? Sí, hace poco, todavía está así porque está hinchado. Estoy tomando antibiótico también porque dicen que si se me infecta se me puede caer el párpado. Y bueno, quedaré como un pirata, ¿no? No, no me asusta. A veces me hago la cabeza pero después como todo sale bien me olvido. No, estos no son piercings, son expansores. Con un amigo nos hicimos unos orificios con abridores y después nos pusimos unos expansores para abrir el lóbulo de la oreja. Todo dura varias semanas hasta que termina de abrirse bien sin problema. Estamos en pleno proceso. Mire, ¿no son hermosos? ¿Dolor? Sí, en el momento pero después es una “pavada”. Y, porque me gusta. ¿Usted nunca hace cosas sin sentido solo porque le gusta hacerlas? En la Galería del Centro hay unas trabas para la boca que son geniales. Van de un labio al otro y se colocan en diagonal. Después se cierran con unas perlitas de acero quirúrgico. Sí, un poco incómodas para comer o para hablar pero están buenísimas. ¿Mi novia? Sí, ella tiene varios. En los labios tiene unas perlitas negras. Se hizo con expansores, también, el lóbulo de una oreja sola porque a ella le dolió. Hace poco se puso unos gemelos en la nuca y en el ombligo, son increíbles. Me quiere convencer de que me haga uno en el pene, pero ahí ya no sé si me animo. Igual dicen que te anestesian porque ese sí que duele. No, la verdad es que me parece re lindo hacerse piercings. Con mi mejor amigo nos pusimos un arito de hermandad, a la altura del coxis, al final de la columna. Con ese tengo que tener cuidado porque me lo engancho siempre con la ropa. Me olvido y me pego cada tirón... ¿Qué es la hermandad? Son unos piercings gemelos que sirven para hacer un pacto entre amigos. Nos prometemos algo y lo sellamos colocándonos un arito que es igual al otro. ¿Qué nos prometimos? Que ninguna mujer nos iba a separar como amigos. ¿Por qué en esa zona? No sé, nunca lo pensé. ¿Tiene que tener una explicación? Sí, yo lo pensé. Yo también pienso que no tiene sentido esta consulta. La verdad es que yo no tengo ningún problema. Es mi viejo el que piensa que estoy loco con todo lo que hago. ¿A qué se refiere? No lo entiendo. No, no trabajo. Por ahora no quiero estudiar nada. Ya terminé el colegio hace cuatro años y estoy harto de estudiar. Sí, obvio vivo con él. ¿A qué me refiero con todo lo que hago? Bueno, en realidad… soy medio vago, no hago nada. ¿Usted dice que mi viejo no está molesto por los piercings y los tatuajes sino porque no hago nada?»